I. COMO EL ESPOSO POSEE VARIOS PERFUMES Y PERMITE ENTREGARSE A OTROS MÁS SUBLIMES.- Si los perfumes de la esposa son tan exquisitos y excelentes, como lo escuchasteis cuando tratamos de ellos, ¿cómo serán los del Esposo? Yo no puedo explicároslo dignamente; pero no cabe duda que sus cualidades son superiores y su gracia más eficaz; solamente su aroma excita a correr tras ellos, no ya a las doncellas, sino a su misma esposa. Si os percatáis bien, ella no se atreve a prometer nada parecido con relación a sus propios perfumes. Es cierto que se siente orgullosa, porque son óptimos; pero no llega a decir que haya corrido o que corra detrás de ellos, como promete que lo hará en pos de los aromas del Esposo. ¿Qué sucedería si se sintiese llena de la unción misma, cuando salta de gozo por correr simplemente tras su fragancia? Lo extraño es que no llegase a volar.
Pero dirá alguno: "Termina ya tus elogios; bastará que comiences a explicarlos y se verán cómo son". No, yo no puedo prometeros eso. Es más, ni siquiera acierto a distinguir qué debo deciros entre todo lo que se me ocurre. Porque pienso que el esposo lleva bastantes clases de perfumes y no pocos aromas. Unos son para deleite exclusivo de la esposa, porque es su más íntima y familiar. Otros los perciben las doncellas; y otros llegan a los más lejanos y menos familiares, para que nadie se libre de su calor. El Señor es bueno con todos, pero más con sus íntimos. Cuanto más familiarmente se le acerca alguien por su méritos y por su pureza de corazón, creo que siente tanto más la fragancia de sus nuevos perfumes y de su finísima unción.
No olvidemos que aquí la inteligencia no capta sino aquello que percibe la experiencia. Por mi parte, de ninguna manera me arrogaría temerariamente los privilegios de la esposa. El esposo conoce con qué delicias regala el Espíritu a la esposa, con qué inefables inspiraciones recrea sus sentidos y con qué perfumes los cautiva. Es para él como un manantial propio, del que ningún extraño participa; ningún indigno puede beber en él; es jardín cerrado, fuente sellada. Sin embargo, sus aguas corren hasta las plazas. Proclamo que están a mi total disposición; que nadie me censure ni moleste si saco de ellas agua, o si se la doy a otro.
En alabanza de mi ministerio, debo reconocer que es cansado y laborioso tener que salir todos los días para sacar agua, aunque sea de los riachuelos más accesibles de las Escrituras, y proporcionarla a las necesidades de cada uno, para que sin esfuerzo suyo, cada uno tenga el agua espiritual para todos sus quehaceres, por ejemplo para lavar, para beber y para hacer la comida. Sin duda, la palabra divina es un agua de sabiduría que salva, apaga la sed, y además lava, como dice el Señor: Vosotros estáis ya limpios por el mensaje que os he comunicado. La palabra divina cuece también los pensamientos más crudos de la carne, cuando se ponen al fuego del Espíritu Santo. Los convierte en sentimientos espirituales y en manjar del corazón, y puedes decir: El corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba.
Los verdaderamente limpios de corazón pueden, por si mismos, comprender realidades más sublimes que las predicadas por mi. No sólo no se lo prohíbo: hasta me congratulo con ellos. Y les pido que soporten mi servicio más simple para los más sencillos. ¿Qué más quisiera yo sino que todos profeticen? ¡Ojalá no tuviese que ocuparme de esas explicaciones! ¡Ojalá fuese otro el que cumpliese ese ministerio! O mejor, y eso sería preferible, que ninguno de vosotros lo necesitase. Si todos fuesen discípulos de Dios, yo podría dedicarme a contemplar las maravillas de Dios, pero en realidad aquí es imposible, no digo contemplar, sino tratar siquiera de descubrir, y no lo digo sin lágrimas, al Rey de la gloria sentado sobre Querubines.
Sentado también sobre su sede elevada y excelsa, en esa forma por la que es igual al Padre, engendrado antes de la aurora entre esplendores sagrados; en esa forma que siempre desean contemplar los ángeles, como Dios de Dios. Como hombre que habla a seres humanos, me refiero a esa forma en que se hizo patente por un exceso de su bondad y de su amor, cuando se hizo inferior a los ángeles y puso su tienda al sol, como esposo que sale de su alcoba. Os presentó más bien su bondad que su gloria; más su unción que su grandeza. Tal como lo ungió el Espíritu del Señor, y lo ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, a los prisioneros la libertad, para pregonar el año de gracia del Señor.
II. LOS CUATRO PERFUMES DEL ESPOSO.- Yo pongo en común lo que he recibido del común sentir, exceptuando siempre lo más sublime y sutil que a cada uno se le haya concedido percibir y experimentar, por pura gracia, acerca de los perfumes del Esposo. Porque él es la fuente viva, el manantial sellado que brota dentro del jardín cerrado, por ese canal suyo que es la boca de Pablo. Es también esa sabiduría que, como dice el santo Job, saca lo oculto a la luz; se ha dividido en cuatro arroyos y se desborda por las plazas. Nos lo dice cuando indica que Dios le hizo sabiduría, justicia, santificación y liberación. Nada nos impide considerar estos cuatro arroyos como otros tantos perfumes valiosísimos. Los dos primeros son el agua y el perfume: el agua porque purifica, el perfume porque exhala sus aromas.
La Iglesia se vio embriagada por los bálsamos exquisitos de estos cuatro arroyos, compuestos como perfumes valiosísimos de los montes ricos en aromas de especies celestiales. Así esta deliciosa fragancia incita a las cuatro partes del mundo para que salgan al encuentro del celestial esposo, como aquella famosa reina de Saba, que llega presurosa desde los confines del mundo para escuchar la sabiduría de Salomón, provocada por el aroma de su fama.
La Iglesia no pudo correr tras el aroma de su Salomón, hasta que aquel que era la Sabiduría engendrada por el Padre desde la eternidad, no se encarnó en el tiempo como Sabiduría. También se constituyó en justicia, santidad y liberación; así correría al olor de estos aromas, pues todo esto era en sí mismo desde el principio, antes que existieran otros seres. Al principio ya existía el Verbo; pero los pastores no fueron corriendo para contemplarlo hasta que recibieron la noticia. Entonces se dijeron unos a otros: Vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha anunciado el ángel. Y añade a continuación: Fueron corriendo.
No se movieron cuando el Verbo estaba junto a Dios. Pero cuando se manifestó en la carne, cuando el Señor hizo esa maravilla y la reveló, se fueron derechos y echaron a correr. Así como el Verbo existía desde el principio, pero estaba en Dios, al hacerse carne comenzó a estar con los hombres. De la misma forma en el principio era sabiduría, justicia, santidad y liberación para los ángeles. Para que fuese eso mismo también para los hombres, el Padre le hizo todo eso y lo hizo por ser el Padre. El nos ha sido hecho por Dios sabiduría. No dice simplemente: "ha sido hecho sabiduría", sino: nos ha sido hecho sabiduría, pues lo que era para los ángeles se ha hecho también para nosotros.
Dirás quizá: "No veo de qué manera pudo ser redención para los ángeles. Porque la autoridad de las Escrituras nunca puede afirmar que alguna vez fuesen hechos cautivos por el pecado o sometidos a la muerte; en este caso no necesitarían ser liberados, a no ser los que cayeron en el vértigo irremediable de la soberbia, y ya no merecen ser redimidos. ¿Con qué derecho dices tú que Cristo el Señor fue liberación para ellos, si los ángeles nunca fueron redimidos? Unos porque no lo necesitaron, otros porque no lo merecen; los primeros porque nunca cayeron, los segundos porque su decisión fue irreversible".
En pocas palabras: el que levantó al hombre caído, le concedió al ángel la gracia de no caer, sacándole a uno de la cautividad y defendiendo de ella al otro. Así que fueron redimidos ambos igualmente: liberó al hombre y preservó al ángel. Es evidente, pues, que Cristo el Señor fue para los ángeles redención, e igualmente justicia, sabiduría y santificación. Sin embargo, hizo estas cuatro cosas en favor de los hombres, incapaces de contemplar lo invisible de Dios sino por medio de las cosas visibles. Por tanto, se hizo para nosotros todo lo que era par los ángeles. ¿Qué? Sabiduría, justicia, santificación y liberación: sabiduría para su predicación, justicia para la absolución de los pecados, santificación viviendo con los pecadores, liberación por los sufrimientos que soportó en favor de los pecadores. cuando Dios consumó en él todo esto, entonces percibió la Iglesia el olor de su fragancia, entonces corrió tras su perfume.
III. CÓMO NOS MUESTRA CRISTO ESTOS CUATRO PERFUMES.- Ahí tienes los cuatro perfumes, ahí tienes la fragancia tan penetrante e inestimable, con la que lo ungió el Padre con aceite de júbilo entre todos sus compañeros. Tú, hombre, vivías en tinieblas y en sombra de muerte porque ignorabas la verdad, y yacías aherrojado por las cadenas de los pecados. Bajó hacia ti hasta la cárcel, no para atormentarte, sino para liberarte del poder de las tinieblas. Primeramente, como maestro de la verdad, ha disipado las sombras de tu ignorancia con la luz de su sabiduría. Después desató los lazos del pecado, mediante la justicia que procede de la fe, haciendo justo gratuitamente al pecador. Con este doble beneficio se cumplió aquello del santo David: El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego.
Además vivió santamente entre los pecadores, y así entregó una forma de vida, como un camino para que regreses a la patria. Finalmente, para colmo de su benignidad, entregó su vida a la muerte, y de su propio costado sacó el precio satisfactorio, para que aplacases tú al Padre. Así se apropió a la letra este salmo: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Tan copiosa que no derramó sólo una gota, sino un río caudaloso de sangre que brotó de las cinco llagas de su cuerpo.
¿Qué más debía haber hecho contigo que no lo hiciera? Iluminó al ciego, soltó al preso, atrajo al equivocado, reconcilió al reo. ¿Quién no correrá sin repugnancia tras aquel que libera del error, encubre el engaño, entrega los méritos de vida y adquiere el premio con su muerte? ¿Cómo podrá excusarse el que no corra al olor de sus aromas, a no ser que no perciba en absoluto su aroma? Pero el bálsamo de su vida alcanza toda la tierra, la llena de su misericordia y es cariñoso con todas sus criaturas. Por tanto, el que no perciba esta fragancia vital que se extiende por doquiera, y por ello no corre, o está muerto o putrefacto. La fragancia equivale a su fama. Se anticipa el aroma de la reputación, excita a correr tras ella, lleva consigo a la experiencia de la unción, al premio de la visión.
Todos los que la alcanzan cantan a una voz: Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor de los Ejércitos. Todos hemos corrido detrás de ti, Señor Jesús, por la mansedumbre que descuella en ti, al oír que no desprecias al pobre ni te horroriza el pecador. No te horrorizó el ladrón cuando te reconocía, ni la pecadora cuando lloraba, ni la cananea cuando te suplicaba, ni la mujer sorprendida en adulterio, ni el que se sentaba en el mostrador de los impuestos, ni el publicano cuando oraba, ni el discípulo cuando te negaba, ni el perseguidor de tus discípulos, ni los mismos que te crucificaban. Corremos al olor de todos estos perfumes. Es más, hemos percibido la fragancia de tu sabiduría, por lo que hemos oído: si alguien se ve falto de sabiduría, que te la pida y se la darás. Porque dicen que se la comunicas a todos en abundancia y no lo echas en cara.
Pero el perfume de tu justicia se difunde por todas partes con tales aromas; no sólo eres justo, sino la justicia misma: la justicia que hace justos. Y eres tan poderoso para justificar como rico para perdonar. Por esta razón, todo el que, compungido por sus pecados, sienta hambre y sed de justificación, haga un acto de fe en ti, que justificas al impío, y justificado por esa fe estará en paz con Dios. No sólo tu vida, sino tu misma concepción exhala también santidad suavísima y sin límites. Pues no cometiste pecado ni lo contrajiste. Por tanto, los que han sido previamente justificados de sus pecados y añoran correr tras esa santidad, sin la que nadie verá a Dios, deben escuchar tu voz: Sed santos, porque yo soy santo. Que consideren tus caminos y aprenderán cómo eres justo en todos tus caminos y bondadoso en todas tus acciones. ¡A cuántos impulsa a correr la fragancia de la pasión! Cuando te levantan de la tierra tiras de todos hacia ti. Tu pasión es el último refugio, el único remedio. Viene a socorrernos cuando carecemos de la sabiduría, o la justicia no es suficiente, o se diluyen los méritos de la santidad.
¿Qué hombre es capaz de afirmar que su sabiduría, su justicia o su santidad serán suficientes para salvarse? De por sí, nadie tiene aptitudes para poder apuntarse algo como propio. La aptitud nos viene de Dios. Por eso cuando me falten las fuerzas, no me espanto ni desconfío. Sé lo que he de hacer: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Da luz a mis ojos, Señor, para que vea lo que a ti te agrada en cada momento, y seré un hombre sabio. No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud, y seré justo. Guíame por tu camino y seré santo. Pero si no se interpone tu sangre en mi favor, no me salvaré. Por todo esto corremos en pos de ti: perdónanos, porque clamamos detrás de ti.
IV. DIVERSAS MANERAS DE CORRER TRAS ESTOS PERFUMES.- Pero no todos corremos igualmente al olor de todos los aromas. Unos arden en deseos de sabiduría. Otros se animan más a la penitencia con la esperanza del perdón. Otros se sienten más bien invitados al ejercicio de las virtudes, por el ejemplo de su forma de vida. Otros se abrasan en la piedad por el recuerdo de la pasión. ¿Podríamos hallar ejemplos de cada una de estas posibilidades?
Corrían al olor de la sabiduría los enviados por los fariseos, cuando decían al regresar: Nadie ha hablado nunca como este hombre, admirados de su doctrino y confesando su sabiduría. Corría tras el mismo aroma Nicodemos que, acercándose a Jesús de noche, volvió envuelto por el resplandor de su sabiduría, plenamente adoctrinado. Corrió al aroma de la justicia María Magdalena, aquien mucho se le perdonó porque mucho había amado. Era justa sin duda y santa, y no pecadora, como la consideraba el fariseo ignorando que la justicia o santidad es un don de Dios, no obra del hombre. Desconocía que no sólo es justo sino santo, el que está absuelto de su pecado. ¿Había olvidado acaso que tocando simplemente su lepra o la de otros, Jesús la había curado sin contraerla? Asimismo, tocado por la pecadora él que era justo, no perdió su justicia sino que la comunicó; no se manchó con la suciedad de su pecado, sino que la purificó.
Corrió también el publicano, cuando imploraba humildemente el perdón de sus pecados, y bajó justificado como lo testificaba la misma Justicia. Corrió Pedro llorando amargamente tras su caída, para borrar su culpa y recuperar la justicia. Corrió David, reconociendo y confesando su culpa, hasta merecer escuchar: El Señor ha perdonado ya tu pecado. El mismo Pablo confiesa que corrió al aroma de la santificación, cuando se ufana de ser imitador de Cristo, diciendo a sus discípulos: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Corrían también aquellos que decían: Mira cómo lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Efectivamente, todo lo habían abandonado por el deseo de seguir a Jesús. En general, todos son invitados a seguir tras este aroma, con aquellas palabras: Quien habla de estar con Dios, tiene que proceder como procedió Jesús. Por fin, si quieres escuchar quiénes corrieron al olor de su pasión, fijándose en todos los mártires. Ya tenéis enumerados las cuatro clases de perfumes del esposo: el primero la sabiduría; el segundo la justicia; el tercero, la santificación; y el cuarto, la redención.
V. NO DEBEMOS PREGUNTARNOS POR LA COMPOSICIÓN DE ESTOS PERFUMES; LOS INFIELES NO POSEEN NINGUNA DE ESTAS VIRTUDES.- Recordad estos nombres, percibid sus frutos: pero no examinéis cómo están compuestos y con qué ingredientes. Tratándose de los perfumes del esposo, no podemos conocerlos con aquella facilidad con la que averiguamos los de la esposa. Cristo posee toda la plenitud sin número ni medida. Su sabiduría no tiene medida, su justicia llega hasta las cumbres de Dios, hasta las altas cordilleras, su santidad es única y su redención es inexplicable.
Digamos también que en vano disertaron tanto sobre estas cuatro virtudes los sabios de este mundo. Fueron totalmente impotentes para comprenderlas, porque desconocieron al que fue constituido por Dios como sabiduría para enseñar la prudencia, como justicia para el perdón de los pecados, como santidad para ser modelo de templanza, viviendo en continencia; y como redención para ser ejemplo de paciencia muriendo valientemente.
Quizá diga alguien: "Todo le corresponde pefectamente; pero diríamos que es menos propio atribuirle su santificación en cuanto templanza". A esta dificultad respondo, en primer lugar, que la continencia equivale a la templanza. Además la Escritura suele hablar de santidad como sinónimo de continencia o pureza. ¿Qué eran aquellas santificaciones tan repetidas por Moisés, sino ciertas purificaciones del hombre que se abstenía de la comida, la bebida y el concúbito o cosas semejantes? Pero escucha especialmente al Apostol, con qué familiaridad usaba esta palabra "santificación" en este sentido: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación, que sepa cada uno de vosotros poseer su propio cuerpo en santificación, no con pasión de concupiscencia. Y después: Que no nos llamó Dios para la impureza, sino para vivir en santidad. Es evidente que habla de la santidad en cuanto templanza.
Aclarado ya lo que parecía oscuro, vuelvo al lugar en que comencé la disgresión. ¿A qué os metéis a hablar de las virtudes, los que ignoráis a Cristo, que es la virtud de Dios? Decidme: ¿dónde radica la prudencia sino en la doctrina de Cristo? ¿Dónde la verdadera justicia sino en la misericordia de Cristo? ¿Dónde la auténtica templanza sino en la vida de Cristo? ¿Dónde la verdadera fortaleza sino en la pasión de Cristo?
Por tanto, solamente quienes están poseídos por su doctrina pueden llamarse prudentes. Justos, sólo quienes han recibido de su misericordia el perdón de sus pecados. Continentes, sólo los que intentan imitar su vida. Fuertes, sólo los que siguen valíentemente en la adversidad los ejemplos de su paciencia. Inutilmente trabaja por adquirir las virtudes quien espera conseguirlas de otro que no sea el Señor de las virtudes. Su doctrina es un semillero de prudencia; su misericordia es fruto de su justicia; su vida es un espejo de templanza; su muerte es un ejemplar de fortaleza. A él honor y gloria por siempre eternamente. Amén.
RESUMEN: los perfumes y aromas del esposo superan en mucho a los de la esposa. No existe un único perfume, sino una variedad de perfumes y aromas, propicios para cada persona según su naturaleza y el grado de intimidad con el esposo. El agua purifica. El perfume exhala sus aromas. Sus perfumes son como un manantial de agua vivificante con capacidad para curar nuestros espíritus. Es un manantial que discurre por un jardín cerrado y que se divide en cuatro arroyos: sabiduría, justicia, santificación y liberación. Es sabiduría para su predicación, justicia para la absolución de los pecados, santificación viviendo con los pecadores, liberación por los sufrimientos que soportó en favor de los pecadores. La abundancia de sus perfumes es tan grande que el que no perciba esta fragancia vital que se extiende por todos los lugares, y por esta falta de percepción no corre detrás de ella, o está muerto o putrefacto. Hay cuatro clases de perfumes del esposo: la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención. Nicodemo es un ejemplo del que sigue su sabiruría. María Magdalena corría tras el aroma de la justicia. Pablo corría tras el aroma de la santificación. Tras el aroma de la redención corrían todos los mártires. Los aromas del esposo no pueden ser examinados para encontrar su composición. Lo único que debemos hacer es dejarnos llevar por ellos imitando el ejemplo del Señor Jesús. Solamente quienes están poseídos por su doctrina pueden llamarse prudentes. Justos, sólo quienes han recibido de su misericordia el perdón de sus pecados. Continentes, sólo los que intentan imitar su vida. Fuertes, sólo los que siguen valíentemente en la adversidad los ejemplos de su paciencia.
La Iglesia se vio embriagada por los bálsamos exquisitos de estos cuatro arroyos, compuestos como perfumes valiosísimos de los montes ricos en aromas de especies celestiales. Así esta deliciosa fragancia incita a las cuatro partes del mundo para que salgan al encuentro del celestial esposo, como aquella famosa reina de Saba, que llega presurosa desde los confines del mundo para escuchar la sabiduría de Salomón, provocada por el aroma de su fama.
La Iglesia no pudo correr tras el aroma de su Salomón, hasta que aquel que era la Sabiduría engendrada por el Padre desde la eternidad, no se encarnó en el tiempo como Sabiduría. También se constituyó en justicia, santidad y liberación; así correría al olor de estos aromas, pues todo esto era en sí mismo desde el principio, antes que existieran otros seres. Al principio ya existía el Verbo; pero los pastores no fueron corriendo para contemplarlo hasta que recibieron la noticia. Entonces se dijeron unos a otros: Vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha anunciado el ángel. Y añade a continuación: Fueron corriendo.
No se movieron cuando el Verbo estaba junto a Dios. Pero cuando se manifestó en la carne, cuando el Señor hizo esa maravilla y la reveló, se fueron derechos y echaron a correr. Así como el Verbo existía desde el principio, pero estaba en Dios, al hacerse carne comenzó a estar con los hombres. De la misma forma en el principio era sabiduría, justicia, santidad y liberación para los ángeles. Para que fuese eso mismo también para los hombres, el Padre le hizo todo eso y lo hizo por ser el Padre. El nos ha sido hecho por Dios sabiduría. No dice simplemente: "ha sido hecho sabiduría", sino: nos ha sido hecho sabiduría, pues lo que era para los ángeles se ha hecho también para nosotros.
Dirás quizá: "No veo de qué manera pudo ser redención para los ángeles. Porque la autoridad de las Escrituras nunca puede afirmar que alguna vez fuesen hechos cautivos por el pecado o sometidos a la muerte; en este caso no necesitarían ser liberados, a no ser los que cayeron en el vértigo irremediable de la soberbia, y ya no merecen ser redimidos. ¿Con qué derecho dices tú que Cristo el Señor fue liberación para ellos, si los ángeles nunca fueron redimidos? Unos porque no lo necesitaron, otros porque no lo merecen; los primeros porque nunca cayeron, los segundos porque su decisión fue irreversible".
En pocas palabras: el que levantó al hombre caído, le concedió al ángel la gracia de no caer, sacándole a uno de la cautividad y defendiendo de ella al otro. Así que fueron redimidos ambos igualmente: liberó al hombre y preservó al ángel. Es evidente, pues, que Cristo el Señor fue para los ángeles redención, e igualmente justicia, sabiduría y santificación. Sin embargo, hizo estas cuatro cosas en favor de los hombres, incapaces de contemplar lo invisible de Dios sino por medio de las cosas visibles. Por tanto, se hizo para nosotros todo lo que era par los ángeles. ¿Qué? Sabiduría, justicia, santificación y liberación: sabiduría para su predicación, justicia para la absolución de los pecados, santificación viviendo con los pecadores, liberación por los sufrimientos que soportó en favor de los pecadores. cuando Dios consumó en él todo esto, entonces percibió la Iglesia el olor de su fragancia, entonces corrió tras su perfume.
III. CÓMO NOS MUESTRA CRISTO ESTOS CUATRO PERFUMES.- Ahí tienes los cuatro perfumes, ahí tienes la fragancia tan penetrante e inestimable, con la que lo ungió el Padre con aceite de júbilo entre todos sus compañeros. Tú, hombre, vivías en tinieblas y en sombra de muerte porque ignorabas la verdad, y yacías aherrojado por las cadenas de los pecados. Bajó hacia ti hasta la cárcel, no para atormentarte, sino para liberarte del poder de las tinieblas. Primeramente, como maestro de la verdad, ha disipado las sombras de tu ignorancia con la luz de su sabiduría. Después desató los lazos del pecado, mediante la justicia que procede de la fe, haciendo justo gratuitamente al pecador. Con este doble beneficio se cumplió aquello del santo David: El Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego.
Además vivió santamente entre los pecadores, y así entregó una forma de vida, como un camino para que regreses a la patria. Finalmente, para colmo de su benignidad, entregó su vida a la muerte, y de su propio costado sacó el precio satisfactorio, para que aplacases tú al Padre. Así se apropió a la letra este salmo: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Tan copiosa que no derramó sólo una gota, sino un río caudaloso de sangre que brotó de las cinco llagas de su cuerpo.
¿Qué más debía haber hecho contigo que no lo hiciera? Iluminó al ciego, soltó al preso, atrajo al equivocado, reconcilió al reo. ¿Quién no correrá sin repugnancia tras aquel que libera del error, encubre el engaño, entrega los méritos de vida y adquiere el premio con su muerte? ¿Cómo podrá excusarse el que no corra al olor de sus aromas, a no ser que no perciba en absoluto su aroma? Pero el bálsamo de su vida alcanza toda la tierra, la llena de su misericordia y es cariñoso con todas sus criaturas. Por tanto, el que no perciba esta fragancia vital que se extiende por doquiera, y por ello no corre, o está muerto o putrefacto. La fragancia equivale a su fama. Se anticipa el aroma de la reputación, excita a correr tras ella, lleva consigo a la experiencia de la unción, al premio de la visión.
Todos los que la alcanzan cantan a una voz: Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor de los Ejércitos. Todos hemos corrido detrás de ti, Señor Jesús, por la mansedumbre que descuella en ti, al oír que no desprecias al pobre ni te horroriza el pecador. No te horrorizó el ladrón cuando te reconocía, ni la pecadora cuando lloraba, ni la cananea cuando te suplicaba, ni la mujer sorprendida en adulterio, ni el que se sentaba en el mostrador de los impuestos, ni el publicano cuando oraba, ni el discípulo cuando te negaba, ni el perseguidor de tus discípulos, ni los mismos que te crucificaban. Corremos al olor de todos estos perfumes. Es más, hemos percibido la fragancia de tu sabiduría, por lo que hemos oído: si alguien se ve falto de sabiduría, que te la pida y se la darás. Porque dicen que se la comunicas a todos en abundancia y no lo echas en cara.
Pero el perfume de tu justicia se difunde por todas partes con tales aromas; no sólo eres justo, sino la justicia misma: la justicia que hace justos. Y eres tan poderoso para justificar como rico para perdonar. Por esta razón, todo el que, compungido por sus pecados, sienta hambre y sed de justificación, haga un acto de fe en ti, que justificas al impío, y justificado por esa fe estará en paz con Dios. No sólo tu vida, sino tu misma concepción exhala también santidad suavísima y sin límites. Pues no cometiste pecado ni lo contrajiste. Por tanto, los que han sido previamente justificados de sus pecados y añoran correr tras esa santidad, sin la que nadie verá a Dios, deben escuchar tu voz: Sed santos, porque yo soy santo. Que consideren tus caminos y aprenderán cómo eres justo en todos tus caminos y bondadoso en todas tus acciones. ¡A cuántos impulsa a correr la fragancia de la pasión! Cuando te levantan de la tierra tiras de todos hacia ti. Tu pasión es el último refugio, el único remedio. Viene a socorrernos cuando carecemos de la sabiduría, o la justicia no es suficiente, o se diluyen los méritos de la santidad.
¿Qué hombre es capaz de afirmar que su sabiduría, su justicia o su santidad serán suficientes para salvarse? De por sí, nadie tiene aptitudes para poder apuntarse algo como propio. La aptitud nos viene de Dios. Por eso cuando me falten las fuerzas, no me espanto ni desconfío. Sé lo que he de hacer: Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Da luz a mis ojos, Señor, para que vea lo que a ti te agrada en cada momento, y seré un hombre sabio. No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud, y seré justo. Guíame por tu camino y seré santo. Pero si no se interpone tu sangre en mi favor, no me salvaré. Por todo esto corremos en pos de ti: perdónanos, porque clamamos detrás de ti.
IV. DIVERSAS MANERAS DE CORRER TRAS ESTOS PERFUMES.- Pero no todos corremos igualmente al olor de todos los aromas. Unos arden en deseos de sabiduría. Otros se animan más a la penitencia con la esperanza del perdón. Otros se sienten más bien invitados al ejercicio de las virtudes, por el ejemplo de su forma de vida. Otros se abrasan en la piedad por el recuerdo de la pasión. ¿Podríamos hallar ejemplos de cada una de estas posibilidades?
Corrían al olor de la sabiduría los enviados por los fariseos, cuando decían al regresar: Nadie ha hablado nunca como este hombre, admirados de su doctrino y confesando su sabiduría. Corría tras el mismo aroma Nicodemos que, acercándose a Jesús de noche, volvió envuelto por el resplandor de su sabiduría, plenamente adoctrinado. Corrió al aroma de la justicia María Magdalena, aquien mucho se le perdonó porque mucho había amado. Era justa sin duda y santa, y no pecadora, como la consideraba el fariseo ignorando que la justicia o santidad es un don de Dios, no obra del hombre. Desconocía que no sólo es justo sino santo, el que está absuelto de su pecado. ¿Había olvidado acaso que tocando simplemente su lepra o la de otros, Jesús la había curado sin contraerla? Asimismo, tocado por la pecadora él que era justo, no perdió su justicia sino que la comunicó; no se manchó con la suciedad de su pecado, sino que la purificó.
Corrió también el publicano, cuando imploraba humildemente el perdón de sus pecados, y bajó justificado como lo testificaba la misma Justicia. Corrió Pedro llorando amargamente tras su caída, para borrar su culpa y recuperar la justicia. Corrió David, reconociendo y confesando su culpa, hasta merecer escuchar: El Señor ha perdonado ya tu pecado. El mismo Pablo confiesa que corrió al aroma de la santificación, cuando se ufana de ser imitador de Cristo, diciendo a sus discípulos: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo. Corrían también aquellos que decían: Mira cómo lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Efectivamente, todo lo habían abandonado por el deseo de seguir a Jesús. En general, todos son invitados a seguir tras este aroma, con aquellas palabras: Quien habla de estar con Dios, tiene que proceder como procedió Jesús. Por fin, si quieres escuchar quiénes corrieron al olor de su pasión, fijándose en todos los mártires. Ya tenéis enumerados las cuatro clases de perfumes del esposo: el primero la sabiduría; el segundo la justicia; el tercero, la santificación; y el cuarto, la redención.
V. NO DEBEMOS PREGUNTARNOS POR LA COMPOSICIÓN DE ESTOS PERFUMES; LOS INFIELES NO POSEEN NINGUNA DE ESTAS VIRTUDES.- Recordad estos nombres, percibid sus frutos: pero no examinéis cómo están compuestos y con qué ingredientes. Tratándose de los perfumes del esposo, no podemos conocerlos con aquella facilidad con la que averiguamos los de la esposa. Cristo posee toda la plenitud sin número ni medida. Su sabiduría no tiene medida, su justicia llega hasta las cumbres de Dios, hasta las altas cordilleras, su santidad es única y su redención es inexplicable.
Digamos también que en vano disertaron tanto sobre estas cuatro virtudes los sabios de este mundo. Fueron totalmente impotentes para comprenderlas, porque desconocieron al que fue constituido por Dios como sabiduría para enseñar la prudencia, como justicia para el perdón de los pecados, como santidad para ser modelo de templanza, viviendo en continencia; y como redención para ser ejemplo de paciencia muriendo valientemente.
Quizá diga alguien: "Todo le corresponde pefectamente; pero diríamos que es menos propio atribuirle su santificación en cuanto templanza". A esta dificultad respondo, en primer lugar, que la continencia equivale a la templanza. Además la Escritura suele hablar de santidad como sinónimo de continencia o pureza. ¿Qué eran aquellas santificaciones tan repetidas por Moisés, sino ciertas purificaciones del hombre que se abstenía de la comida, la bebida y el concúbito o cosas semejantes? Pero escucha especialmente al Apostol, con qué familiaridad usaba esta palabra "santificación" en este sentido: Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación, que sepa cada uno de vosotros poseer su propio cuerpo en santificación, no con pasión de concupiscencia. Y después: Que no nos llamó Dios para la impureza, sino para vivir en santidad. Es evidente que habla de la santidad en cuanto templanza.
Aclarado ya lo que parecía oscuro, vuelvo al lugar en que comencé la disgresión. ¿A qué os metéis a hablar de las virtudes, los que ignoráis a Cristo, que es la virtud de Dios? Decidme: ¿dónde radica la prudencia sino en la doctrina de Cristo? ¿Dónde la verdadera justicia sino en la misericordia de Cristo? ¿Dónde la auténtica templanza sino en la vida de Cristo? ¿Dónde la verdadera fortaleza sino en la pasión de Cristo?
Por tanto, solamente quienes están poseídos por su doctrina pueden llamarse prudentes. Justos, sólo quienes han recibido de su misericordia el perdón de sus pecados. Continentes, sólo los que intentan imitar su vida. Fuertes, sólo los que siguen valíentemente en la adversidad los ejemplos de su paciencia. Inutilmente trabaja por adquirir las virtudes quien espera conseguirlas de otro que no sea el Señor de las virtudes. Su doctrina es un semillero de prudencia; su misericordia es fruto de su justicia; su vida es un espejo de templanza; su muerte es un ejemplar de fortaleza. A él honor y gloria por siempre eternamente. Amén.
RESUMEN: los perfumes y aromas del esposo superan en mucho a los de la esposa. No existe un único perfume, sino una variedad de perfumes y aromas, propicios para cada persona según su naturaleza y el grado de intimidad con el esposo. El agua purifica. El perfume exhala sus aromas. Sus perfumes son como un manantial de agua vivificante con capacidad para curar nuestros espíritus. Es un manantial que discurre por un jardín cerrado y que se divide en cuatro arroyos: sabiduría, justicia, santificación y liberación. Es sabiduría para su predicación, justicia para la absolución de los pecados, santificación viviendo con los pecadores, liberación por los sufrimientos que soportó en favor de los pecadores. La abundancia de sus perfumes es tan grande que el que no perciba esta fragancia vital que se extiende por todos los lugares, y por esta falta de percepción no corre detrás de ella, o está muerto o putrefacto. Hay cuatro clases de perfumes del esposo: la sabiduría, la justicia, la santificación y la redención. Nicodemo es un ejemplo del que sigue su sabiruría. María Magdalena corría tras el aroma de la justicia. Pablo corría tras el aroma de la santificación. Tras el aroma de la redención corrían todos los mártires. Los aromas del esposo no pueden ser examinados para encontrar su composición. Lo único que debemos hacer es dejarnos llevar por ellos imitando el ejemplo del Señor Jesús. Solamente quienes están poseídos por su doctrina pueden llamarse prudentes. Justos, sólo quienes han recibido de su misericordia el perdón de sus pecados. Continentes, sólo los que intentan imitar su vida. Fuertes, sólo los que siguen valíentemente en la adversidad los ejemplos de su paciencia.
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