EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

sábado, 1 de septiembre de 2012

SERMÓN XIV DEL CANTAR DE LOS CANTARES: DIVERSA ACTITUD DE LA SINAGOGA Y DE LA IGLESIA FRENTE A CRISTO

I. PRESENTACIÓN DE LA QUERELLA ENTRE LA SINAGOGA Y LA IGLESIA
1. Dios se manifiesta en Judá, su nombre es grande en Israel. El pueblo gentil que caminaba en tinieblas, vio una luz intensa en Judá y en Israel, y quiso acercarse para recibir su luz. Así, los que antes no eran pueblo, ahora serían pueblo de Dios, y la piedra angular uniría en el vértice a las dos paredes de dirección opuesta: en adelante su morada sería la paz de Jerusalén. Gran confianza le infundió la invitación de aquella voz que ya había resonado en ellos: Alegraos, naciones, con su pueblo. Por fin, decidió acercarse; pero le puso el veto la Sinagoga, empeñada en que la Iglesia de los gentiles era impura e indigna, echándole en cara la torpeza de sus idolatrías y la ceguera de su ignorancia. Se decían entre sí las dos: "¿qué derechos alegas tu? No re acerques". --"¿Es que Dios es sólo Dios de los judíos? ¿No es también Dios para los gentiles? Reconozco que no tengo mérito alguno; pero a él le sobra misericordia. ¿O es que sólo conoce la justicia? También es compasivo. Señor, cuando me alcance tu compasión, viviré. Grande es tu ternura, Señor, dame vida según tu justicia, que tu perdón es misericordia".
 ¿Qué partido tomaría el Señor, justo y misericordioso a la vez? La primera, orgullosa de su ley, aplaude la justicia, porque no necesita misericordia, y desprecia a quien la debe mendigar. La segunda, al contrario, consciente de sus propios delitos, reconoce su indignidad, no desea ser juzgada e implora misericordia. ¿Qué hará el Juez ahora, este Juez aquien ambas cosas le son familiares, la justicia y la misericordia? Lo cierto es que ninguna de las dos influye en él más decisivamente. ¿Qué cosa mejor que complacer el deseo de ambas, haciendo justicia e impartiendo misericordia? El judío exige juicio y se realizará; y el gentil dará gloria a Dios por su misericordia. Esta fue la sentencia: los que menosprecien una justicia misericordiosa de Dios, por pretender establecer la suya -que no justifica sino que acusa-, serán abandonados a su propia justicia y en ella se verán oprimidos, no justificados.
2. Nos referimos expresamente a la ley, que nunca condujo a la perfección; a ese yugo que ni ellos ni sus padres fueron capaces de soportar. Pero la Sinagoga se cree fuerte; no mira si la carga es ligera y el yugo es llevadero. Se cree sana y no necesita médico ni unción del Espíritu. ¿Confía en la ley? Que la libere, si puede. Pero no se dio una ley capaz de dar vida, sino que además da muerte: Porque la letra mata. Por eso os he dicho que os llevarán a la muerte vuestros pecados. Este es el juicio que solicitas con insistencia, Sinagoga. Por obcecada y tenaz sarás abandonada a tu error, hasta que entre el conjunto de los pueblos a los que tu soberbia desprecia y tu envidia rechaza; entonces reconocerán ellos también al mismo Dios que se manifiesta en Judá, y cuyo nombre es grande en Israel.
 Ha venido a este mundo precisamente para abrir un juicio, por el que los que no ven verán, y los que ven quedarán ciegos, pero sólo una parte. Porque el Señor no abandonará a todo el pueblo, conservando para sí como semilla a los Apóstoles y al grupo de los creyentes, que pensaban y sentían unánimes. Ni los rechazará para siempre, porque salvará a sus restos. Auxiliará de nuevo a Israel su siervo, acordándose de su misericordia. Ni en ese juicio del que le descartan por entero, estará ausente su compañera, la misericordia. De lo contrario, si sólo contemplase sus méritos, sería un juicio sin corazón para quienes nunca tuvieron corazón.
II. POR QUE LA IGLESIA OCUPA EL PUESTO DE LA SINAGOGA
Lo grave es que Judá tiene en abundancia perfume del conocimiento de Dios, pero con mezquina avaricia lo guarda para sí, como frasco bien cerrado. Le pido un poco, pero no se compadece, no lo presta. Desea poseer ella sola el culto de Dios, conocerle ella sola, gozar ella sola de su santo nombre; y no por celos suyos, sino porque me odia.
3. Mas tú, Señor, defiende mi causa. Propaga todavía más la grandeza de tu nombre y sigue derramando tu bálsamo. Que aumente, que rebose, que se vacíe y llegue a todas las naciones, para que todos vean la salvación de Dios. ¿Por qué razón pretende el judío ingrato que ese ungüento salvador se vierta entero en la barba de Aarón? No es propiedad de la barba, sino de la cabeza; y la cabeza no existe sólo para la barba, sino para el cuerpo entero. Sea ella la primera en ser ungida, pero no la única; baje también hasta la orla más inferior lo que ella recibió primero. Que baje y llegue a los pechos de la Iglesia ese aroma celestial. Lo desea tan ávidamente que no le repugna que antes pase por esa barba. E impregnada del rocío de la gracia dirá irradiando gratitud: Tu nombre es como bálsamo fragante.
 Pero te pido también que sobre algo y llegue hasta la franja de su ornamento, es decir, hasta mí, que soy el último y más indigno de todos, pero al fin, parte de tu manto. También lo imploro para mí a sus pechos maternales, como niño en Cristo, pero sólo por misericordia. Y si protestase algún adulto que ve con malos ojos tu generosidad, presta oído atento a mi súplica: ¡Sal fiador por mi!, tu, y no la arrogancia de Israel. Es más, justifícate a ti mismo y di a mi acusador-pues a ti te calumnia porque eres dadivoso-, dísele tú: Quiero darle a este último lo mismo que a ti. ¡Cuánto le desagrada esto al fariseo! ¿Qué murmuras entre dientes? Sí, mi único derecho es el deseo del juez. ¿Hay una prerrogativa más justa o un premio más espléndido? ¿Es que no tiene libertad para hacer lo que quiera en sus asuntos? No es injusto contigo por ser misericordioso conmigo. Toma lo tuyo y vete. ¿Qué pierdes tú si él ha resuelto salvarme?
4. Exagera cuanto quieras tus méritos y pregona tus trabajos; la gracia de Dios vale más que la vida. Lo reconozco: no he cargado con el peso del día y del bochorno; pero así lo ha querido el Señor de la casa y llevo un yugo soportable, una carga ligera. Apenas he trabajado una hora, y sí ha sido algo más, el amor me ha impedido sentirlo. El judío pondrá en juego todas sus fuerzas; a mí me basta gozar el amor de Dios, bondadoso, compasivo y perfecto. Por él puedo suplir todas las deficiencias tanto en el modo de actuar como en el tiempo. El judío se apoya en un pacto mutuo; yo en la complacencia de su amor. Confío, y no temerariamente, porque él nos da gratuitamente la vida. El me reconcilia con el Padre, me devuelve la herencia y me colma de agasajos; música, cantos, banquetes y alegría exultante de toda la familia, que me inunda del gozo más desbordante. Si mi hermano mayor se indigna y prefiere comer fuera con sus amigos un cabrito, negándose a compartir conmigo en la casa del Padre, el ternero cebado, le repreocharán: Había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hijo mío se había muerto y ha vuelto a vivir; se había perdido y se le ha encontrado.
 La Sinagoga sigue banqueteando fuera con sus amigos los demonios, felices porque en su necedad devora aprisa el cabrito de la iniquidad, llevándolo y en cierto modo ocultándolo enloquecida en el vientre de su estúpida simplicidad. Desprecia la santidad de Dios, porque pretende establecer la suya, y afirma que no peca; que no necesita matar el ternero cebado, porque se considera limpia y justa por el cumplimiento de la ley.
 Pero la Iglesia, rasgada la cortina de la letra que mata, gracias a la muerte del Crucificado, penetra en la intimidad por el espíritu de libertad, se ve acogida, se vuelve grata, ocupa el lugar de su rival, pasa a ser esposa, goza de los abrazos conquistados, se une en el fervor del espíritu a Cristo el Señor estrechándose con él, exhala el perfume de fiesta y lo difunde a su paso entre todas sus compañeras, y acogiéndolo exclama: Tu nombre es como bálsamo fragante. ¿Es de extrañar que sea ungida la que se abraza con el ungido?
III. DISTINCIÓN ENTRE LA ESPOSA, LAS VÍRGENES Y LAS COMPAÑERAS
5. La Iglesia, pues, se acuesta en la cámara del esposo, mas por ahora es la Iglesia de los perfectos. Aunque también lo esperamos nosotros. Los que no somos perfectos, alegres en la esperanza, pasamos la noche fuera. Mientras, el esposo y la esposa, solos, permanezcan dentro. Gocen de sus mutuos abrazos secretos, sin sentir la conmoción de los deseos carnales ni la perturbación de los sentidos. Esperen afuera las muchachas que aún no pueden vencer esas pasiones. Aguarden confiadamente, convencidas de que a ellas se refieren esas palabras: La llevan ante el rey con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras. Y para que cada una sepa de qué espiritu es, llamo "vírgenes" a las almas entregadas a Cristo, antes de contaminarse con los halagos mundanos, y que se mantienen fieles al que se consagraron, tanto más dichosas cuanto más anticipadamente lo decidieron. Y considero "compañeras" a las que prostituyeron torpemente su anterior deformidad con toda suerte de concupiscencias carnales a los jefes de este mundo, es decir, a los espíritus inmundos. Pero finalmente se alejaron confusas, afanándose por reformar en ellas la forma del hombre nuevo, con tanta mayor sinceridad cuanto más tarde lo hicieron.
 Avancen siempre unas y otras, no se desalienten ni se cansen, aunque se crean incapaces de exclamar con sinceridad: Tu nombre es como bálsamo fragante. Se sienten principiantes indignas de hablar espontaneamente al esposo. Pero si se esmeran en seguir de cerca los pasos de su maestra, gozarán al menos del perfume que lleva e incluso se animarán a buscar otros más exquisitos.
IV. SUFRIMIENTOS DE SAN BERNARDO AL COMIENZO DE SU CONVERSIÓN, Y POR QUÉ ACONTECE ESO EN NOSOTROS.
6. No me sonrosa confesar que yo también, con frecuencia, sobre todo al comienzo de mi conversión, duro y frío aún mi corazón, buscaba el amor de mi alma. No podía amar al que aún no había encontrado, o le amaba menos de lo que yo deseaba, y por eso le buscaba para amarle más; aunque tampoco le habría buscado si no le amase ya de alguna manera. Y cuando añoraba calor y paz para mi espíritu, aunque lánguida y perezosamente, no encontraba a nadie que me socorriese; alguien que derritiese aquel hielo invernal que me entumecía el alma, y me devolviese la apacible suavidad primaveral. Todo esto me deprimía, me sumía en el abatimiento, y mi espíritu yacía en la mayor aversión, triste y casi desesperado, musitando interiorment: ¿Quién puede resistir su frialdad?
 Pero de improviso, con la conversación o simple presencia de alguna persona espiritual, a veces por el puro recuerdo de algún difunto o ausente, soplaba su aliento, corrían las aguas y las lágrimas eran mi pan noche y día. ¿Qué era esto sino el bálsamo embriagador del perfume que aquella persona exhalaba? No era la unción, sino un aroma que lo percibía solamente a través de otro ser humano. Me alegraba de aquel don, pero tan tenue exhalación me avergonzaba y humillaba, pues no me impregnada de la infusión copiosa. Atraído por el aroma, pero sin tocarlo, me veía del todo indigno para saborear al mismo Dios.
 Cuando ahora vuelve a sucederme lo mismo, recibo ávidamente el don que se me ofrece y lo agradezco, pero me aflige no haberlo merecido por mí mismo y no tomarlo, como suele decirse, en mis propias manos, aunque lo pida con insistencia. Me llena de confusión el que me afecte más el recuerdo de los hombres que el de Dios. Y exclamo gimiendo: ¿Cuando entraré a ver el rostro de Dios? Pienso que alguno de vosotros lo habéis experimentado y lo experimentaréis aún.
 ¿Qué podemos concluir? Que así se doblega más nuestra soberbia, nos mantenemos en la humildad, fomentamos el amor fraterno y se inflama nuestro deseo. Un mismo alimento viene a ser medicina para los enfermos y preventivo para los enfermizos: robustece a los débiles y sustenta a los fuertes. Cura la enfermedad y conserva la salud, alimenta el cuerpo y deleita el paladar.
V. LA SINAGOGA POSEE EL BÁLSAMO, PERO NO LO DESTAPA; POR QUÉ EL NOMBRE DEL ESPOSO SE COMPARA AL BÁLSAMO.
7. Pero volvamos a las palabras de la esposa, procuraremos escuchar lo que dice y degustaremos también lo que ella saborea. Como dije, la esposa es la Iglesia. A ella es a quien tanto se le ha perdonado y la que tanto ama. Lo que su rival le echa en cara como una afrenta, ella lo convierte en provecho propio. Desde entonces acoge con mayor mansedumbre la corrección y se esfuerza con mayor paciencia; ama con más humildad, se guzga con más sencillez, obedece con más disponibilidad, da gracias con mayor devoción y delicadeza. En resumen, mientras que la sinagoga, como hemos dicho, evoca jactanciosamente sus méritos, su entrega, su trabajo a pleno sol, la Iglesia recuenta los beneficios diciendo: Tu nombre es como bálsamo fragante.
8. Este es el testimonio palmario de Israel, que celebra el nombre del Señor. Pero no el de aquel Israel según la carne, sino el espiritual. ¿En qué podría apoyarse el primero de los dos? No es que carezca de perfume, pero no quiere derramarlo. Lo posee, pero escondido; lo conserva en las Escrituras, pero no en los corazones. Se aferra a la materialidad de la letra, toma con sus manos el frasco colmado, pero tapado, y no lo abre para perfumarse. Dentro, en el interior, está la unción del espíritu. Destápalo, perfúmate y no serás pueblo rebelde. ¿Para qué quiers ese perfume dentro de su redoma, si no lo extiendes sobre tu piel? ¿De qué te sirve releer mil veces el santo nombre del Salvador, si tu vida no rezuma santidad? Es un ungüento; extiéndelo y sentirás su fuerza, que es triple. Todo esto le repugna al judío; vosotros, en cambio, tenedlo muy en cuenta.
 Quiero deciros por qué se compara el nombre del esposo a un bálsamo, pero aún lo lo expliqué. Y se nos ocurren tres razones. Es designado con diversas apelaciones, porque siendo inefable no damos con su nombre propio. Por eso hemos de invocar antes al Espíritu Santo, para que tenga a bien descubrirnos entre tantos el que más le gusta ahora, ya que no quiso dejarlo registrado en la Escritura. Pero lo haremos en otro momento. Podríamos intentarlo ahora, pues ni vosotros ni yo estamos cansados, pero es ya la hora de terminar. Retened aquello en que más he insistido para que mañana no necesitemos repetirlo. Lo que nos incumbe e interesa es saber por qué se compara al bálsamo el nombre del Esposo, y los diversos nombres que se le asignan. Pero como soy incapaz de deciros nada por mí mismo, hemos de orar, para que nos lo revele el mismo Esposo por medio de su Espíritu, Cristo Jesús, Señor nuestro, a quen sea la gloria por siempre. Amén.
RESUMEN
Asistimos a un sermón de San Bernardo en el que se produce una especie de debate entre la ley y la justicia.
En Jerusalén se unen la ley antigua, que sólo consideraba la justicia, y la nueva iglesia de los gentiles que busca la misericordia. La solución fue fácil: establecer una "justicia misericordiosa". Los que sólo intenten imponer su propia justicia, acabarán oprimidos por ella. No es razonable "un juicio sin corazón para quienes nunca tuvieron corazón". Judá tiene el conocimiento, pero también el odio. Es lícito dar a cada uno lo suyo pero la misericordia de Dios puede extenderse, sin límites, a quién el Señor estime oportuno. Podríamos decir de la ley cuando es ajena a la misericordia: "desprecia la santidad de Dios, porque pretende establecer la suya, y afirma que no peca, haga lo que haga, si puede atenerse a la letra de la ley, descuidando el espíritu de la misma".
 Llama "vírgenes" a las almas entregadas a Cristo. Llama "compañeras" a las apartadas del mismo pero que intentan volver a la senda espiritual.
 Narra la ansiedad del que busca a Dios sin encontrarlo, la noche oscura hasta que empieza a manifestarse por sus dones. Esta búsqueda doblega más nuestra soberbia y el encuentro es, al mismo tiempo, medicina y sustento.
 La Iglesia es la esposa que busca, humildemente, a nuestro Señor, lejos de jactarse de sus propios méritos.
 La religión anterior a Cristo tiene el perfume de las Escrituras, pero no lo extiende, no abre los frascos, no lo derrama sobre los creyentes.
 Nos preguntamos  por qué se compara al bálsamo el nombre del Esposo, y los diversos nombres que se le asignan. Intentaremos contestar, con la ayuda del Espíritu Santo, en el próximo sermón.






(Sermón 14 sobre el Cantar de los Cantares)

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