EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 21 de julio de 2014

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA. SERMÓN TERCERO


"Este es el grupo que busca al Señor, que busca el rostro del Dios de Jacob"


 Fatigado mi espíritu por tanta multitud de gente que busca cosas tan distintas, ¡con qué ansias retorno a este recinto para reparar mi alma! Gracias a Dios, mi deseo no ha quedado defraudado, ni frustrada mi esperanza. Ardía en deseos de ver: lo he visto y estoy totalmente relajado. Me siento lleno de ánimos, reboso alegría. Bendigo al Señor con toda mi alma y todo mi ser proclama: Señor, ¿quién como tú?
 Al mirar de lejos, cuando ya me acercaba, confieso que me pareció ver corporalmente a los que el Profeta vio en espíritu; inmediatamente me vino a la mente lo que él pronunció con su boca, y canté con él: Este es el grupo que busca al Señor.
 Hay muchas razas humanas, y si no me engaño, esta que ahora florece y surge entre nosotros es la tercera generación. La primera no buscó al Señor ni fue buscada por él: todos nacimos de nuestra madre con la mente llena de tinieblas, manchados de pecado. La segunda nos dio lo que necesitamos: el rápido remedio del agua y del Espíritu. 
 Esta generación no era la que buscaba, sino la buscada, pues el Señor buscó a los que no sabían ni podían buscarle. Nos buscó, pues, y nos encontró en la segunda generación, para que seamos un pueblo adquirido. Si el hermano mayor murmura y se abrasa de envidia, se le dice: Había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo se había perdido y ha aparecido.
 Pero el Señor nos buscó para que nosotros le buscáramos en el momento oportuno cuando ya podía ser buscado y encontrado. ¡Ay de nosotros, que hemos sido tan descuidados y negligentes en buscar la vida, en buscar al único que es bueno para los que le buscan, para el alma que espera en él! ¡Ay de ti, generación rebelde y pertinaz, gente perversa e idólatra!, que buscas todavía la falsedad y amas el engaño, y no guardas fidelidad a la verdad con la que te habías desposado. ¿No necesita esta generación nacer de nuevo, y ser nuevamente engendrada? Sí, y mucho. Convertidos en raza de víboras, tienen una necesidad absoluta de volver al vientre de la madre gracia y nacer otra vez, porque sus obras últimas son peores que las primeras. 
 Gracias, pues, a la gracia y a la misericordia más que gratuita, si cabe hablar así, que colma de favores no sólo a quienes no lo merecen, sino a los totalmente ingratos y degenerados. Gracias al que os ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, y os concede la adopción filial. Sí, os engendró voluntariamente con el mensaje de la verdad. Primeramente os había engendrado con el misterio de la misericordia. Por parte del que engendraba era voluntario, mas no por parte de los engendrados, que carecían del uso de la voluntad y del ejercicio de la razón. Por eso desconocían su nacimiento y al que les engendró. Ahora, en cambio, la generación voluntaria ofrece un sacrificio voluntario como dice la Escritura: Te ofreceré un sacrificio voluntario dando gracias a tu nombre, Señor, que es bueno. 
 Este es el grupo que busca al Señor. ¿Le busca o ya lo posee? Sí, lo posee y lo busca: es imposible buscarle sin poseerle ya antes. ¿Qué poseen, qué buscan? ¿O cómo lo poseen y cómo lo buscan? Engendrados por el Verbo poseen al Verbo. ¿No es el Verbo el Señor? Sigue escuchando el salmo: Éste es el grupo que busca al Señor, que busca tu presencia, Dios de Jacob. Uno mismo es, pues, al que poseen y buscan, porque uno e idéntico es el Verbo del Padre y el esplendor de la gloria del Padre. A éste se le puede poseer sin buscarle, mas no se le puede buscar si antes no se posee.
 La Sabiduría dice de sí misma: El que que come tendrá más hambre. Él puede salir al encuentro del que no le busca y, como antes dijimos, con su abundancia de gracia y de bendiciones puede buscar y adelantarse a los que son incapaces de buscarle a él. Nadie puede buscarle si antes no lo posee, pues él mismo nos dice que: nadie puede acercarse a mí si el Padre no lo atrae. Hay, pues, alguien que atrae; aunque en cierto sentido no está presente, porque siempre atrae hacia sí mismo. Nunca jamás está presente por la fe el Padre sin el Hijo, para llevarlo hasta la visión.
 ¿Cómo no va a recocijarse mi espíritu? ¿Cómo no se ha de gozar exraordinariamente con esta generación que busca al Señor? El argumento más evidente de que se deleita en la sabiduría es su mismo apetito insaciable. La prueba más cierta y el testimonio indiscutible de que poseéis al que buscáis, y que vive en vosotros, es la fuerza con que os atrae hacia sí. Ese empeño supera las posibilidades humanas: es obra de la diestra del Señor, a quien suplicáis sin cesar. ¡Ah!, llévanos contigo: correremos al olor de tus perfumes. Os repito que no es propio de hombres vivir así, y al ver cómo buscáis a Cristo no necesitamos más pruebas de que Cristo vive en vosotros. 
 Ya veis, hermanos, qué espíritu habéis recibido: el Espíritu que viene de Dios. Por eso conocéis a fondo los dones que Dios os ha hecho. Hemos oído hablar del orden apostólico, profético y angélico y creo que no podemos imaginar cosa más sublime. Pero observo en vosotros algo grande de cada uno de ellos. ¿Quién dudará llamar vida celestial y angélica a la vida célibe? ¿No sos ya vosotros, ahora, lo que serán los elegidos después de la resurrección? ¿No sois como los ángeles de Dios en el cielo, completamente libres del matrimonio? 
 Enamorados hermanos de esa perla de gran valor: entregaos con ardor a esta vida santa que os hace conciudadanos de los consagrados y familia de Dios, como dice la Escritura: la incorruptibilidad acerca de Dios. Así, pues, no por vuestras fuerzas, sino por el favor de Dios, sois lo que sois. Por la castidad y vida santa sois ángeles en la tierra, o ciudadanos del cielo que peregrinan en la tierra. Porque mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados del Señor.
 ¿Qué decir de la profecía? La ley y los profetas llegaron hasta Juan, proclama la Verdad. Pero después de Juan, vino uno que no era enemigo, sino discípulo de la Verdad, y dijo: Imperfecta nuestra profecía. Ha cesado, pues, la profecía, porque ya conocemos; pero no ha cesado del todo, porque nuestro saber es limitado. Los profetas anteriores a Juan anunciaron las dos venidas del Señor. La salvación no provenía del conocimiento, sino de la profecía.
 ¡Qué estilo tan maravilloso de profecía es este al que os veo consagrados! ¡Qué ímpetu profético os absorbe! Sí, es cierto. No poner la mira en lo que se ve, sino, como enseña el Apóstol, en lo que no se ve, es sin duda alguna profetizar. Guiarse por el Espíritu, vivir de la fe, buscar lo de arriba y no lo de la tierra, olvidar lo que queda atrás y lanzarse a lo que está delante, es una pfofecía viviente. ¿Cómo podemos ser ciudadanos del cielo, si no es por el espíritu de profecía? Los antiguos profetas no vivían entre los hombres de su tiempo: se despegaban de su época con la fuerza y el ímpetu del espíritu, y gozaban viendo el día del Señor: ¡y cuánto se alegraban al verlo!
 Sobre la profesión apostólica, escuchemos aquellas palabras: Lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Si es lícito gloriarse podemos gloriarnos. Mas si somos sabios, procuremos gloriarnos en el Señor. Ese es el auténtico orgullo. El que esté orgulloso, que lo esté del Señor. No es nuestra mano quien hace todo esto sino el Señor. El poderoso ha hecho obras grandes por nosotros; que nuestra alma proclame la grandeza del Señor. Por un favor suyo extraordinario, podemos continuar con entusiasmo aquella gran empresa de que se gloriaban los apóstoles. Si quiero sentirme orgulloso de ésto, tampoco soy un insensato. A fuerza de sinceros, algunos de los aquí presentes dejaron algo más que una barca y unas redes. 
 ¿Qué supone ésto? Los apóstoles dejaron todo, pero fue para seguir al Señor hecho hombre. Nosotros no queremos decir nada; preferimos escucharlo del Señor: Tomás ¿poque me has visto tienes fe? Dichosos los que tienen fe sin haber visto. Tal vez sea una profecía más excelente porque no se fija en los bienes temporales y caducos, sino en los espirituales y eternos. Por otra parte, el tesoro de la castidad resalta más en una vasija de barro y la virtud parece más hermosa en la fragilidad de la carne.
 Cuando se vive la vida angélica en el cuerpo, la esperanza profética en el corazón, y en ambos la perfección apostólica, ¿se puede imaginar un cúmulo de mayor de gracias? Vivís en un grado muy algo: pero por eso mismo es más peligrosa la caída. Hesubido al tercer cielo. Por consiguiente, quien se ufana de estar de pie, cuidado con caerse. Yo veía a Satanás, dice el Señor, caer de lo alto como un rayo. Se precipitó, se despedazó y se hizo trizas: sus heridas son incurables. Se convirtió en un aliento fugaz que no torna. ¿También vosotros queréis marcharos? Satán cayó: ¿no caeréis en pos de él?
 Es mucho mejor perseverar, en los caminos del Señor, y seguir apoyándonos en la gracia. No es dichoso el hombre ue sigue la senda de los pecadores, sino los que encuentran en ti, Señor, tu fuerza. Caminan de virtud en virtud hasta ver a Dios en Sión para gozar de la dicha de tus escogidos gloriarse con tu heredad. Sí, ellos son la heredad, ellos los dioses y los hijos del Altísimo. 
 Hermanos míos, si éste es con toda verdad y certeza el grupo que busca al Señor, que busca el rostro de Dios de Jacob, ¿qué otra cosa puedo deciros, sino aquello que dice el Profeta: Que se alegren los que buscan al Señor; recurrid al Señor y perseverad, buscad continuamente su rostro? O lo que dice otro: Si buscáis, buscad. ¿Qué quiere decir: si buscáis, buscad? Buscadle con sencillez de corazón. A él por encima de todo, y ninguna otra cosa fuera de él, ni después de él. Buscadle con sencillez de corazón.
 El que es simple por naturaleza exige sencillez de corazón. Y concede su gracia a los sencillos. El indeciso no sigue rumbo fijo. No encontrarán jamás al que vosotros buscáis, los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba desertan. Él es la eternidad; y ésta no se consigue sin una búsqueda perseverante. ¡Ay del pecador que va por dos caminos! Nadie puede estar al servicio de dos amos. Aquella integridad, perfección y plenitud no acepta semejante doblez. Solamente se deja encontrar de quien le busca con un corazón perfecto. Si es horroroso el perro que vuelve a su vómito y la cera lavada que se revuelca en el fango, y si Dios escupe de su boca al tibio, ¿qué va a ser del impío y del pecador? Si es maldito quien ejecuta con negligencia la obra del Señor, ¿qué merecerá el que obra con engaño?
 Huyamos carísimos de esta doblez, y eviemos por todos los medios la levadura de los fariseos. Dios es la verdad, y los que le buscan han de hacerlo con espíritu y verdad. Si no queremos buscar inútilmente al Señor, busquémosle verdaderamente, busquémosle frecuentemente, busquémosle constantemente. No busuemos nada en lugar de él, nada juntamente con él, ni lo cambiemos por ninguna otra cosa. Porque es más fácil que pase el cielo y la tierra, que no encuentre quien así busca, ni reciba quien así pide, si se la abra al que así llama.
RESUMEN
Somos el grupo de los que buscan al Señor y, a veces, nos ha parecido encontrarlo. En realidad somos la tercera generación. La primera no buscaba ni la buscaban. La segunda fue buscada por el Señor y les enseñó el camino del espíritu. Es un acto generoso del Creador que, a algunos, puede ocasionar envidia. Ante la incapacidad del ser humano era necesario engendrarnos de nuevo y que nuestra evolución espiritual dependa ahora de la voluntad y el sacrificio. Pero nadie busca al Señor si antes no lo posee y si lo posee es porque él nos atrae como el aroma de un perfume. Algunos de los bienes espirituales los estamos disfrutando ya, en nuestra vida cotidiana, si vivimos en la gracia de Dios. Es importante recuperar el espíritu de los profetas, basado en la fe y no en el conocimiento, que busca lo invisible y no lo aparente. Que trata de vivir la realidad de arriba y no la de abajo. Es propio gloriarnos de las cosas que realizamos y de lo que hemos renunciado, pero es de sabios encontrar la última causa, la fuerza definitiva que nos impulsa, en el espíritu de Dios entre nosotros. Llegar a sentir, en nosotros una mezcla de vida angélica en el cuerpo, perfección  en el corazón y, tanto en el cuerpo como en el corazón, la perfección apostólica. Ese camino es preferible al erróneo que constituye el pecado. Pero hay que buscar constantemente. Dios no quiere a los tibios. Menos aún a los pecadores irredentos. Se debe buscar humildemente, con paciencia y perseverencia. Será difícil que si lo hacemos así, las puertas de lo espiritual no se abran para nosotros.

lunes, 14 de julio de 2014

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA, SERMÓN SEGUNDO



LAS DOS MESAS



Hermanos, estos trabajos nos recuerdan nuestro destierro, nuestra pobreza, nuestro pecado. ¿Por qué nos matamos día, tras día, con frecuentes ayunos y largas vigilias, con trabajos y fatigas? ¿Fuimos creados para esto? En absoluto. El hombre nace condenado a trabajar, pero no fue creado para el trabajo. Su nacimiento está manchado por la culpa, y por eso merece pena. Todos debemos gemir con el Profeta: En la culpa nací, pecador me concibió mi madre. La primera creación fue muy distinta, porque Dios no creó la culpa ni la pena. De la muerte, que es la mayor de todas, dice explícitamente la Escritura: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo. Y en otro lugar: Dios no hizo la muerte, etc.
 Así como cuando trabajan las manos no se cierran los ojos ni los oídos, del mismo modo, y con mayor razón, mientras trabaja el cuerpo, el espíritu debe estar atento a su labor y no perder el tiempo. Piense durante el trabajo el motivo del trabajo, para que la pena que sufre le recuerde la culpa que la mereció. Y al ver la herida vendada, piense en la herida que está debajo de las vendas. Con este pensamiento somos más humildes bajo la mano poderosa de Dios, el espíritu se satura de dulce piedad y se presenta como un pobre ante su presencia. La Escritura no cesa de advertirnos: Compadécete de tu alma agradando a Dios. Y no hay duda de que la miseria que agrada a Dios alcanza fácilmente misericordia. No digamos que no tenemos de qué compadecernos de nuestras almas. Si somos sinceros, encontraremos en ella muchas cosas dignas de compasión. 
 Voy a fijarme solamente en una, y de este modo vosotros podréis examinar las demás. ¿No os parece que nos hallamos en medio de dos mesas, y que contemplamos muertos de hambre a los que comen aquí y allá? Eso somos, sin duda alguna. ¿Cuándo podremos nosotros reírnos, regocijarnos, aliviarnos y vivir orgullosos y satisfechos? ¿No conocemos las mesas, no apreciamos los banquetes, no vemos los manjares? Aquí veo a los que estrujan los placeres de los bienes sensibles de este mundo; allí contemplo a los que Cristo confirió la realiza, para que coman y beban a su mesa en el reino de su Padre.
 En cualquiera de los casos veo que son hombres semejantes a mí, que son mis hermanos. Pero, ay de mí, a ninguna mesa puedo extender la mano. Las dos me están prohibidas: ésa por la profesión, aquella por vivir en el cuerpo. No me atreve a acercarme a la de abajo, ni puedo llegar a la de arriba. La única solución es comer el pan del dolor, que las lágrimas sean mi pan noche y día, y esperar que algún convidado celestial -movido a compasión-arroje unas migajas de felicidad a la boca del cachorrillo que ladra bajo la mesa. 
 La envidia que sentimos al ver a los que están saturados de los goces de este mundo, revela un alma enferma, y ese afecto no me parece propio de un alma espiritual. Y todavía está más lejos de la verdad quien tiene por dichosos a los que debería compadecer como miserables: los que pecan y no se arrepienten. Ese se cree desgraciado, no por el juicio de la razón, sino por el sentimiento de no ser como ellos. En realidad debería desear que todos fueran como él.
 Quien así piensa sólo merece alabanza, si lo que él cree que es una desgracia, se decide a soportarlo pacientemente por amor o temor de Dios, y dice con sinceridad al Señor: Por ser fiel a tus palabras he seguido caminos duros. Esta manera de pensar es propia de principiantes, como la leche para los niños. Cuando el alma progresa y decide seguir el dictamen de la razón, todo lo tiene por pérdida y basura, y se lamenta con el profeta de los que se revuelcan en el estiércol.
 Desprecia todo esto, con una especie de santa y humilde soberbia, y con su grandeza de espíritu, en vez de ensalzar a la gente que tiene todo eso, la tiene por desgraciada, proclama dichoso a aquél cuyo Dios es el Señor. Es decir, se compadece de unos al compararlos consigo mismo, y verá a otros que le hacen compadecerse de sí mismo, porque contempla las riquezas celestiales y sus alerías perpetuas a la derecha del Señor. Y así, el que se lamentaba de no participar en la abundancia de aquí abajo, porque por tu causa nos degüellan cada día, ahora suspira con más anhelo por la opulencia de arriba y dice: Ay de mí, cuánto se prolonga mi destierro.
RESUMEN
Somos dignos de compasión y debemos mirar no sólo las vendas que tapan nuestras heridas, sino imaginar la herida tapada por el apósito.
 Como ejemplo, fijémonos que vivimos entre dos mesas: la celestial (inalcalzable) y la los sentidos que nunca será suficiente para satisfacernos. Mientras tanto vivimos del pan del dolor y de las escasas migajas que caen de la mesa celestial. Para algunos sólo existe la mesa corporal y ni siquiera tienen sentimiento de pecado o de culpa.
 Al principio nos quejamos de los inconvenientes sufridos por intentar obrar con rectitud. Luego, superado ese estado de lactante, pensamos en las bondades celestiales. Nos lamentamos de nuestro destierro de aquella otra mesa, la verdaderamente interesante para el creyente contemplativo.


sábado, 12 de julio de 2014

CONTRA EL PÉSIMO VICIO DE LA INGRATITUD


¡Qué grande es, amadísimos, qué inmensa la misericordia de Dios para con nosotros! Con la fuerza inefable de su Espíritu y el don incomparable de su gracia nos arrancó de nuestra vida superficial y mundana; vivíamos totalmente ajenos a Dios, o incluso -y es lo más terrible- como enemigos de Dios. No lo desconocíamos, lo despreciábamos. ¡Ojalá tengamos siempre ante los ojos de nuestro corazón la imagen de esta vida -o de esta muerte, pues el alma que peca está muerta- y contemplemos nuestra ceguera y perversidad! Al meditar abiertamente en el peso de nuestra miseria, comprendemos de algún modo qué grande es la misericordia que nos da la libertad. Pero quien considera diligentemente de dónde le han sacado y dónde le han puesto, qué evitó y qué recibe, de dónde le han llamado y adónde le convocan, se convencerá de que el cúmulo de esta misericordia supera infinitamente las dimensiones de la anterior. 
 Lo que hizo con nosotros no lo hizo con ningún otro pueblo: darnos a conocer sus mandatos y sus consejos. Y además de eso, ha sido tan grande con nosotros que no contento con recibirnos como siervos nos ha hecho amigos suyos. No le elegimos nosotros a él; es él quien nos ha elegido y quiere que actuemos y demos fruto. No un fruto mortal destinado al juicio y que también deben evitar los siervos, sino aquel otro inmortal que lo engendra el consejo y lo conocen únicamente los amigos.
 Para eso estamos aquí, para no ser esclavos del pecado -fruto destinado a la muerte-ni del mundo. No seamos como esos que vemos absortos en los negocios terrenos, aunque estén libres de pecado; o implicados en las necesidades corporales, aunque no caigan en los vicios; trabajan en el fugaz escenadio de este mundo para subvenir a su vida presente y la de los suyos. Es cierto que ese trabajo no merece la condenación, pero tampoco vale para la salvación. Por eso, aunque conserven el cimiento, perderán todo lo que construyeron sobre él; se salvarán, pero como quien escapa de un incendio.
 ¿Y qué se nos dice de nosotros? ¿Qué consejo se da a los amigos? No trabajéis por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando una vida sin término. Aunque nos entregamos a los trabajos materiales, en espíritu de obediencia o caridad fraterna, no dejemos de trabajar por este alimento, porque nuestra intención es distinta de aquellos que se afanan en trabajos perecederos. El trabajo es idéntico, pero se alimenta de otra raíz; y no está llamado a perecer porque está enrizado en la eternidad, que es inmortal.
 Tal vez nuestra vida está limpia de pecados y vacía de méritos; o hemos abandonado la fornicación y nos hemos mantenido fielmente en la castidad conyugal sin aceptar el consejo que se nos ha dado de llevar una vida célibe; o evitamos el robo y el engaño, pero usamos libremente de los bienes propios, sin aspirar a la perfección evangélica de que habla la Escritura: Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes, etcétera.
 ¿No sería un gesto sublime de misericordia, si a cambio de tantas faltas que nos oprimen a algunos de nosotros, y por las cuales sólo merecíamos la muerte y un juicio implacable de condenación, se nos concediera vivir en uno de los últimos lugares? El hijo pródigo no osaba aspirar al rango de los hijos, y se consideraba muy feliz si se le recibía entre los obreros. Pero el amor del padre no quedó satisfecho: le mostró una misericordia tan inmensa que suscitó la envidia del hermano mayor, que nunca se había alejado del padre.
 Lo mismo podemos decir nosotros: la misericordia de nuestro Dios se ha volcado a raudales sobre nosotros, y aunque éramos rebeldes e incrédulos, nos recibió entre sus elegidos y nos llamó a la asamblea de los perfectos. Si algunos, por negligencia, no llegan a la perfección, ellos verán qué van a responder. Porque todos nosotros hemos hecho profesión de vida apostólica y nos comprometimos personalmente a la perfección de los apóstoles. No me refiereo a esa gloria de santidad que merecieron recibir para ellos y para todo el mundo, según aquel texto sagrado: Montañas, recibid la paz para el pueblo; y vosotras, colinas, la justicia. Me refiero a aquel compromiso que hizo Pedro en nombre de todos: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
 Lo que me inquieta, hermanos, es que la misericordia divina parece ser ahora menos generosa con nosotros. Cuando no se lo pedíamos ni lo deseábamos, o incluso lo rechazábamos, se volcó sobre nosotros; y ahora oramos, ragamos y suplicamos muchas veces o sin cesar, y parece que nos niega cosas mucho menores. ¿Cómo se explica esto, queridos hermanos? ¿Tan corta es la mano del Señor o están tan exhaustos los restos de su gracia? ¿A qué se debe? ¿Ha cambiado su voluntad o se han agotado sus riquezas? En Dios esto es impensable; imposible creer tal cosa d quien es la majestad omnipotente e inmutable.
 Entonces, ¿por qué a pesar de orar, pedir e insistirle tanto, Dios no nos escucha, si antes fue tan misericordioso y liberal con nosotros? Y si alguno me responde que nos basta la gracia de Dios, como le dijo al apóstol Pablo, se engaña por completo. Nuestras oraciones, súplicas y peticiones se dirigen principalmente a eso; no aspiramos a cosas grandes o sublimes: suplicamos la humildad propia de unos monjes pecadores, y no la de los santos. Tampoco pedimos la paciencia heroica de los mártires, sino la que necesitamos para nuestra profesión; ni imploramos la caridad de los ángeles, sino la que recibieron nuestros padres; fueron tan débiles como nosotros, e incluso pecadores, pero la Escritura nos dice que el Señor les concedió ese don. 
 ¡Ay de esta generación tan miserable y mediocre, que se contenta con semejante penuria y miseria! ¿Quién aspira hoy a esa perfección que propone la Escritura? Así se explica que a pesar de abrazar la misma conversión que nuestros padres, adelantemos tan poco en ese estado de vida. De ellos se nos dice que progresaban de día en día y alcanzaron la meta; y a nosotros nos parece extraordinario el que permanece fiel a los rudimentos de la conversión, es decir, el que a la mitad de la vida se mantiene tan humilde y temeroso de Dios, tan fervoroso, paciente y manso como en sus primeros años. ¿No vemos a muchos olvidados de sí mismos y de sus pecados, y despreocupados de Dios y de sus beneficios? En vez de recuperar el tiempo lo pierden, y apenas se fijan en sus costumbres y afectos.
 ¿No hacen eso los que no reparan en las chanzas, calumnias, vanidad e impaciencia, contristan fácilmente al prójimo e incluso al Espíritu de Dios que vive en ellos? No les importa escandalizar a los pequeños y cuando se corrige a los demás les invade el sopor de la negligencia o se inflaman en cólera. A pesar de ello, como un pueblo que practicara la justicia, van tranquilamente a la iglesia y salmodian con ellos, aunque sin espíritu ni inteligencia; pasan el tiempo de la oración pensando en bagatelas y no temen participar en el sacramento del Cuerpo del Señor, que hace temblar a los mismos ángeles.
 ¿Cómo puedo definir esta actitud? A mi juicio están tan seguros de la gracia de su Señor, que abusan de la confianza que creen haber comprado con largos años de servicio. Hay un refrán que lo dice perfectamente: A patrono condescendiente, obrero impertinente. ¿Dónde queda, carísimos, aquello que cantáis tantas veces: Yo soy huesped tuyo, forastero como todos mis padres? Por desgracia, el único que vuelve para agradecérselo a Dios es un extranjero. ¿No han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve? Conocéis, así lo creo, estas palabras del Salvador quejándose de la ingratitud de aquellos nueve. Por el texto vemos que habían orado, pedido y suplicado muy bien, pues dijeron a gritos: Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros. Pero les faltó la cuarta forma de plagaria que enumera el Apóstol, la acción de gracias: se olvidaron de dar gracias a Dios. 
 También hoy vemos cuántos piden con insistencia lo que necesitan y qué pocos agradecen las gracias recibidas. No tiene nada de reprensible pedir de manera insistente; pero con la ingratitud hacemos estériles nuestras peticiones y tal vez sea una señal de misericordia no acceder a las súplicas de los ingratos, para no ser juzgados con más rigor por nuestra ingratitud si resulta evidente que somos ingratos a tal cúmulo de beneficios. Si, en este caso concreto negar la misericordia es la mayor misericordia; y al contrario, conceder misericordia puede ser un gesto de cólera e indignación. Así lo dice el mismo Padre de la misericordia por boca del Profeta: Si trato con misericordia al malvado no aprende la justicia.
 ¡Qué triste es, hermanos, ver a tantos que se conforman con llevar el hábito y la tonsura, y creen que eso basta. Son tan miserables que no comprenden que el gusano de la ingratitud les roe su interior. Este es tan sagaz que procura dejar intacta la corteza, y así ellos no lo sienten ni se sonrojan. ni les espolea el pundonor. Mas cuando ya ha corrodído completamente el interior de algunos, no teme asomar su cabeza venenosa al exterior. No pensemos que quienes reniegan públicamente de Dios han caído de repente en el mal; han ido decayendo poco a poco: los extranjeros le han comido sus fuerzas, y él sin enterarse.
 Está, pues, claro que no todos sacan provecho de haber sido purificados de esa lepra de la vida del mundo, es decir, de los pecados públicos. A muchos les ataca internamente la úlcera de la ingratitud, la cual es tanto más peligrosa cuanto más oculta. Por eso pregunta el Señor en el Evangelio dónde están aquellos nueve, pues la salvación está lejos de los malvados. Cuando pecó el primer hombre tambiénle preguntó dónde estaba, y el juicio dirá que no conoce a los que practican la injusticia. Escuchemos al salmisma: El Señor cuida del camino de los justos, pero el camino de los malvados acaba mal. 
 El detalle de ser nueve los que no vuelven a dar gracias al Salvador es también interesante: es un número compuesto de cuatro más cinco, y nunca han hecho una buena mezcla los sentidos corporales con la transmisión del Evangelio. Es muy difícil obedecer a los cuatro Evangelios y regalar al mismo tiempo los cinco sentidos corporales. 
 Dichosos, en cambio, aquel samaritano que reconoció haber tecibido todo cuanto tenía, y por eso conservó lo que se le había confiado y se lo devolvió al Señor con acción de gracias. Dichoso el que por cada don que recibe se dirige al que es la plenitud de todas las gracias. Al no ser ingratos por lo que recibimos, nos hacemos más capaces de la gracia y dignos de mayores dones. Lo único que nos impide progresar en la perfección es la ingratitud: el donante tiene por perdido lo que recibe el ingrato, y en lo sucesivo se cuida de no dar más para no perderlo. 
 Dichoso, en consecuencia, el que se cree extranjero y se vuelca en gratitud por el más pequeño beneficio, sin dudar ni ocultar que es puro don lo que se da al extraño y desconocido. Nosotros, pobres miserables, al principio nos consideramos extranjeros y nos solemos guiar por el temor, el fervor y la humildad; pero olvidamos fácilmente el carácter gratuito de Dios, sin darnos cuenta de que merecemos se nos diga que los enemigos del Señor son los de su propia casa. Sí, nuestra ofensa es mayor porque sabemos que nuestra manera de actuar será juzgada con más severidad, como leemos en el salmo: Si mi enemigo me injuriase lo aguantaría.
 Os ruego, por tanto, hermanos míos, que nos humillemos más y más bajo la mano poderosa del Dios altísimo, y procuremos estar lo más lejos posible de este vicio tan horrible de la ingratitud. Entreguémonos con todo fervor a la acción de gracias para atraernos la gracia de nuestro Dios, que es la única capaz de salvarnos. Y no seamos únicamente agradecidos de palabra y con la lengua, sino con las obras y en verdad. Porque el Señor nuestro Dios no nos pide palabras, sino obras. El es bendito por siempre. Amén.
RESUMEN
La misericordia de Dios es inmensa y nos permite retomar el camino correcto como amigos y no como siervos. No basta con no pecar sino que es necesario trabajar para lo que no es perecedero, en lugar de hacerlo por las necesidades diarias de cada uno y sus familiares. Ante la misericordia de Dios derramada a raudales, debemos responder con la búsqueda de la perfección. La misericordia divina parece ser ahora menos generosa con nosotros y es difícil entenderlo. Muchos no se entregan de verdad y se duermen en la rutina, confiando en los muchos años de servicio. La misericordia se niega a los desagradecidos porque, quizás, sea esa la única forma en que comprendan su infinita grandeza. El camino de los malvados acaba mal. Hay nueve desagradecidos. Nunca hicieron buena mezcla los sentidos corporales con los cuatro evangelios. Debemos alejarnos de la ingratitud y demostrar nuestra gratitud con palabra y con obras. Para alejarnos de la ingratitud, la humildad es el instrumento adecuado.

lunes, 7 de julio de 2014

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA SERMÓN PRIMERO


DOS MALES QUE COOPERAN A NUESTRO BIEN


Parecemos pobres y lo somos. Con tal que recibamos el Espíritu que viene de Dios y conozcamos a fondo los dones que Dios nos ha hecho. Sí, Dios nos ha concedido una gloria y un poder inmensos. A los que le recibieron los hizo capaces de ser hijos de Dios. ¿No es acaso un privilegio de los hijos de Dios el que todas las criaturas estén a nuestro servicio? El Apóstol estaba convencido de que todas las cosas cooperan para bien de los que aman a Dios.
 Pero tal vez alguno de vosotros esté pensando: "¿Qué me dices a mi con eso?" Y llevado de su espíritu pusilánime se hará estas o parecidas reflexiones: "Que se gloríen de poder ser hijos de Dios los que se abrasan en amor filial y sienten un profundo afecto hacia él. Alégrense de que todo les aprovecha a los que aman a Dios de verdad. Pero yo soy pobre y desgraciado, estoy vacío de amor filial y no tengo experiencia de una verdadera devoción". Escucha por favor lo que sigue, pues Dios en la Escritura jamás da pie a la desesperación: Entre nuestra constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Este afecto que buscas es la paz, no la paciencia; y eso se halla en la patria, no en el camino. Los que ya están allí no necesitan el consuelo de la Escritura.  
 Así pues, mantengamos la esperanza en la constancia y el consuelo de las Escrituras, aunque no podamos conseguir todavía la paz. Por eso, al decir que cooperan todas las cosas para el bien de los que aman a Dios, añade con mucho acierto: Con los que él ha llamado santos. No te asustes al oír la palabra santos, pues no los llama santos por sus méritos, sino por un designio; ni por sus afectos sino por su intención. 
 En este mismo sentido decía el Profeta: Protege mi vida que soy santo. Aquella santidad que tu te imaginas, ni el mismo Pablo, oprimido todavía por el cuerpo corruptible, creía haberla conseguido. Sólo una cosa me interesa, olvidándome lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la palma de la vocación celestial. Todavía no ha alcanzado la corona, pero ya posee el propósito de la santidad. Eso mismo eres tu si estás decidido a rechazar el mal y obrar el bien, a perseverar en lo que has comenzad y ser cada día un poco mejor; y si alguna vez, por fragilidad humana, no obras con toda rectitud, no te obstines, sino arrepiéntete y corrígete todo cuanto puedas. Sí, tú también eres santo, aunque por ahora necesites gritar a Dios: Protege mi vida que soy santo.
 ¿Quieres saber cómo todas las cosas cooperan al bien de los santos? No puedo detenerme en cada una, pues el tiempo no permite prolongar la plática. Debemos marcar a la oración de la tarde. Os voy a decir en dos palabras, cómo todas las cosas son provechosas y cooperan a nuestro bien. Nuestros mismos enemigos pueden juzgarlo. Si ellos están a nuestro favor, ¿ quién estará contra nosotros? Si nuestros enemigos nos favorecen, ¿cuánto más todas las criaturas con ellos?
 Sabemos muy bien que tenemos dos clases de enemigos, o que nos aqueja un doble mal: lo que hacemos y lo que sufrimos. Para decirlo con otras palabras: la culpa y la pena. Pues aunque ambas cosas nos son contrarias, pueden convertirse en provechosas: ésa puede librarnos de aquella, y la primera puede ayudar mucho a la segunda. 
 Si lloramos de corazón y en lo íntimo de nuestra conciencia por nuestros pecados, esta penitencia y esta pena voluntaria que sufrimos suaviza nuestra conciencia, rompe los dientes de los pecados que nos corroen, y nos devuelve la esperanza del perdón. No sólo rechaza los pecados pasados, sino también los futuros, porque expulsa los vicios seductores, y algunos quedan tan aniquilados que ya casi no vuelven jamás a levantar su cabeza venenosa. Así actúa la pena en nuestro favor contra la culpa: la hace desaparecer o la debilita. Y de la culpa depende que sea pena o que sea más leve. No en el sentido de ue no exista en absoluto, o se rebaje su cantidad, lo cual no conviene, sino en que no sea pena o sea más llevadera, que sea poco onerosa o nada en absoluto.
 El que siente profundamente el peso del pecado y las heridas de su alma, sentirá muy poco o nada la pena corporal, y no le importará aceptar unos trabajos con los que sabe que borra los pecados pasados y evita los futuros. El santo rey David no dio importancia a las injurias del siervo que le insultaba, porque se acordaba del hijo que le perseguía.
RESUMEN
Hemos recibido inmensos dones de Dios. No debemos caer en la desesperación sino consolarnos en nuestra constancia y en las Escrituras. Nuestro objetivo final no es la paciencia sino la paz que está más allá de la vida terrenal.
La santidad no es un logro personal, sino una gracia divina y un deseo personal por conseguirla. En muchas ocasiones tendremos que acudir al arrepentimiento.
 La propia, e injustificada, enemistad acaba favoreciéndonos, depurando nuestro espíritu. Dios lo permite así. Si los sucesos desfavorables nos favorecen, el hermoso mundo creado, del que disfrutamos, es una ayuda en nuestra evolución espiritual. 
Lo que hacemos y lo que sufrimos se contraponen. El llanto nos purifica y nuestros hechos equívocos, cuando los aceptamos como tales, nos hacen tolerar mejor las injusticias que sufrimos.

domingo, 6 de julio de 2014

LA POBREZA VOLUNTARIA


Entró Jesús en su castillo, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. El castillo donde entró Jesús es la pobreza voluntaria, la cual protege a sus moradores del doble peligro que amenaza a los enamorados de este mundo: la envidia propia y la ajena. Por una parte la pobreza tiene el aspecto de miseria y evita la envidia ajena; y por otra parte es voluntaria, y no envidia a nadie.
 Estas dos hermanas simbolizan las dos fuerzas de vida de los amantes de la pobreza. Unos como María, preparan dos platos con todo cariño al Señor Jesús: la corrección de sus obras en la salsa de la constricción, y los ejercicios de piedad con el caldo de la devoción. Otros viven sólo para Dios como María, y contemplan a Dios tal como aparece en el mundo, en los hombres, en los ángeles, en sí mismo y en los condenados. Contemplan a Dios que rige y gobierna el universo, que libera y socorre al hombre, que es gozo y encanto de los ángeles, principio y fin de todo, y espanto horroroso de los réprobos. O con otras palabras: admirable en sus criaturas, digno de amor en los hombres, deseo de los ángeles, misterio inaccesible en sí mismo, e intolerable para los condenados.

RESUMEN Y COMENTARIO
La pobreza es una gran virtud porque nos priva de la envidia y de ser envidiados. Podemos enfocarnos en las labores de cada día, en la pobreza y humildad de nuestras obligaciones, como hacía María, o en dejarnos llevar por una vida contemplativa entregados a la voluntad de Dios.