EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

domingo, 27 de abril de 2014

IN OCTAVA PASCHAE: SERMÓN PRIMERO. SOBRE LA LECTURA DE LA CARTA DE SAN JUAN

IN OCTAVA PASCHAE
(Con el Domingo de Resurrección comienzan los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés. La Octava de Pascua es la primera semana de la cincuentena: se considera como si fuera un solo día; el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga durante ocho días seguidos)


 
SERMÓN PRIMERO


Sobre la lectura de la carta de San Juan

Capítulo 1


   Todo el que nace de Dios vence al mundo. Después que el Unigénito de Dios, lejos de aferrarse a su categoría divina, se dignó hacerse hombre y presentarse como simple hombre, la pequeñez humana se siente orgullosa de su nacimiento celeste. No desdice tampoco de Dios hacerse padre de los que Cristo ha hecho hermanos suyos. El evangelista Juan, que nos recuerda con mucha frecuencia y gran empeño esta adopción divina, dice en el pórtico mismo de su evangelio: a los que le recibieron, les hizo capaces de ser hijos de Dios.
   Lo mismo nos ha repetido hoy: todo el que nace de Dios vence al mundo. A los auténticos cristianos el mundo los odia como a Cristo, pero ellos lo vencen unidos a Cristo. Recordad: no os extrañéis si el mundo os odia; tened presente que primero me  ha odiado a mí. Ánimo, que yo  he vencido al mundo. Así comprendemos lo que dice el Apóstol: a quienes eligió -el Padre, sin duda alguna- los destinó a que reprodujeran los rasgos de su Hijo. Fijaos en el paralelismo: por él son hijos adoptivos para que él sea el  hermano mayor; por él los odia el mundo y por él vencen ellos al mundo.

Capítulo 2

    Sí, es verdad: todo el que nace de Dios vence al mundo; la prueba más clara de este nacimiento celeste es superar la tentación. Lo mismo que el Hijo de Dios por naturaleza triunfó del mundo y de su jefe, los hijos adoptivos también lo hemos vencido. Lo hemos vencido, pero unidos a él que nos hace fuertes, y con el que todo lo podemos. Porque la victoria que vence al mundo es nuestra fe. Por la fe somos hijos adoptivos de Dios; la fe es lo que odia y persigue en nosotros este mundo perverso; y la fe consigue la victoria, como dice la Escritura: ellos con su fe subyugaron reinos. Si la vida procede de la fe, también el triunfo: el justo vive de la fe.
   Por lo tanto, siempre que resistes a la tentación y vences el mal, no te lo atribuyas a ti mismo, ni te gloríes de ti mismo, sino del Señor. Ese enemigo tan fuerte no se rendiría jamás ante tu flaqueza. Escucha las palabras del que ha sido nombrado por el Señor pastor del rebaño: vuestro adversario el diablo, rugiendo como un león, ronda buscando a quien devorar. Hacedle frente firmes en la fe. Los testigos de la verdad coinciden plenamente: Pablo dice que los santos han vencido por la fe; Pedro exhorta a resistir al Jefe de este mundo con la fortaleza de la fe; y Juan proclama: la victoria que vence al mundo es nuestra fe.

Capítulo 3

    Continúa diciendo: ¿Quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Nada más cierto que esto, hermanos: el que no cree en el Hijo de Dios no sólo está derrotado sino condenado. Porque sin fe es imposible agradar a Dios. Alguno puede replicar que actualmente muchos que admiten a Jesús como Hijo de Dios, se dejan dominar por los deseos del mundo. ¿Cómo decimos que únicamente vence al mundo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios, si el mundo acepta esta verdad? ¿No lo creen también los demonios y les hace temblar? ¿Crees tú que ve en Jesús al Hijo de Dios el hombre que no teme sus amenazas ni le mueven sus promesas, ni cumple sus preceptos, ni le importan sus consejos? Ese tal, aunque diga que cree en Dios, lo niega con sus obras. Porque la fe sin obras es como un cadáver. Y el que no vive, difícilmente puede vencer.

Capítulo 4

     ¿Quieres saber cuál es la fe que da vida y consigue la victoria? Aquella por la cual Cristo habita en lo íntimo de nuestro ser. El es nuestra virtud y nuestra vida. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, dice el Apóstol, os manifestaréis también vosotros gloriosos con él. Esa gloria será vuestra victoria. Y nos manifestaremos con él porque vencemos por él. Solamente llegan a ser hijos de Dios los que reciben a Cristo, y únicamente en ellos se cumple lo que dice la Escritura: todo el que nace de Dios, vence al mundo.
  Por eso, el mismo que había dicho: ¿quién puede vencer al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de   Dios?, quiere ensalzar sin reservas la fe, por la cual Cristo habita en nuestros corazones. Refiriéndose a su venida añade: el que vino con agua y sangre fue él, Jesucristo. Muestra además otro camino más perfecto: el Espíritu atestigua que Jesús es Hijo de Dios. Lo que dice antes de esto: no vino sólo en el agua, sino en el agua y la sangre, creo que hace referencia a Moisés, que vino en el agua, y por eso se llama así.

Capítulo 5

     Recordemos el episodio del Antiguo Testamento : mataban a todos los niños israelitas que nacían en Egipto, excepto a Moisés que lo pusieron en el agua y lo recogió la hija del Faraón. Moisés es una clara figura de Cristo. Herodes se inquietó y sospechó como el Faraón, acudió a idénticos medios de crueldad, y quedó tan burlado como aquél. En ambos casos mueren degollados muchos niños por una sola persona que suscita esos echos; y en ambos casos se libra el que buscaban. A Moisés lo salvó la hija del Faraón, y a Cristo Egipto, cuyo sentido es hija del Faraón. Pero es evidente que éste es muy superior a Moisés, porque no sólo vino en el agua, sino en el agua y la sangre. Muchas aguas equivalen a muchos pueblos.
  El que vino sólo en el agua formó un pueblo, pero no lo redimió. La liberación de la esclavitud de Egipto no se hizo con la sangre de Moisés, sino del Cordero. Y es símbolo de la liberación del modo de vivir idolátrico que nosotros hemos conseguido por la sangre del Cordero inmaculado, Cristo Jesús. El es nuestro verdadero Legislador, y de él nos viene una redención copiosa. No sólo murió por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos. Juan fue testigo presencial, y da testimonio: y nos consta que su testimonio es verdadero. Del costado de Cristo muerto en la cruz salió sangre y agua, es decir, del costado del nuevo Adán dormido nació y fue redimida la Iglesia.

Capítulo 6

    Hoy viene también a nosotros por el agua y la sangre: y dan testimonio de su venida y de nuestra fe victoriosa. Además tenemos otro testimonio mucho mayor: el del espíritu de la verdad. Lo que estos tres afirman es cierto y verídico. Dichosa el alma que merece escuchar: los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. El agua simboliza el bautismo, la sangre el martirio, y el Espíritu el amor. El Espíritu da vida, y la vida de la fe es el amor. La relación que existe entre el Espíritu y el amor la pregona Pablo: el amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha dado. Por eso debemos unir siempre el Espíritu al agua y a la sangre, ya que, como dice el Apóstol, sin el amor nada tiene valor alguno.

Capítulo 7

    Si el agua es símbolo del bautismo y la sangre lo es del martirio, eso quiere decir que tanto el uno como el otro son una realidad única y de cada día. Las continuas molestias corporales son una especie de martirio y un continuo derramar la sangre. La compunción del corazón y las lágrimas también son un  martirio. De este modo los cobardes y apocados, incapaces de dar de una vez su vida por Cristo, pueden derramar su sangre en un martirio más lento y llevadero. Y como el bautismo no se puede repetir, de este modo pueden purificarse continuamente los que pecan sin cesar. Lo dice el Profeta: de noche lloro sobre el lecho; riego mi cama con lágrimas. Ahí tienes al que vence al mundo. Intenta comprender lo que desea superar. Lo dice el mismo Juan: No améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Porque todo lo que hay en el mundo es: bajos instintos, ojos insaciables y arrogancia del dinero.
  Estas son las tres bandas que hicieron los caldeos. Recuerda, asimismo, que Jacob formó tres grupos por temor a Esaú, cuando regresó de Mesopotamia. También vosotros necesitáis una triple defensa contra estas tres tentaciones: contra los bajos instintos la mortificación corporal, indicada en el testimonio de la sangre. Los ojos insaciables se dominan con el espíritu de compunción y la frecuencia de las lágrimas. Y la ambición del dinero se excluye por el amor, único capaz de limpiar el alma y purificar la intención.
   La sena más patente de haber vencido al mundo es dominar el cuerpo y obligarle a que nos sirva, y de este modo evitar que vaya tras el desenfreno del placer; entregarse al llanto, más bien que a la altivez o curiosidad; y en vez de llenar el corazón de vanidad abrasarse en amor espiritual.

Capítulo 8

     El Espíritu es el único testimonio del cielo y de la tierra, porque las fatigas corporales cesarán y las lágrimas se agotarán. Pero el amor no  cesa nunca. Ahora lo gustamos por anticipado: la plenitud y a saciedad serán más tarde. El Espíritu perdura mucho más que el agua y la sangre -la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios-; pero actualmente es imposible encontrar el Espíritu sin ellos, porque los tres son una misma realidad, y si falta uno los otros tampoco están. Por el contrario, cuando se encuentran los tres juntos son dignos de todo crédito, y quien los posea en esta vida no se verá privado de ellos en la otra.
   Ahora se pronuncia por el Hijo de Dios ante los hombres, no con palabras y de boca, sino con obras y de verdad; y el Hijo se pronunciará en su favor ante los ángeles de Dios. El Padre no rechaza un testimonio refrendado por el Hijo. Y el Espíritu tampoco discrepa del Padre y del Hijo, porque es el Espíritu de ambos. Además no puede verse privado en el cielo de su testimonio el que ya gozó de él en la tierra. Así, pues, tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No temas que falte la armonía entre ellos: los tres son uno, El mejor testimonio imaginable es que el Padre nos reciba en el cielo como hijos y herederos, el Hijo nos admita como hermanos y coherederos, y el Espíritu Santo haga un mismo espíritu con él a quienes se unen a Dios. El Espíritu es el vínculo indisoluble de la Trinidad, por el cual el Padre y el Hijo son uno. Ojalá nosotros seamos también uno en ellos, por la  gracia del que pidió esto mismo para sus discípulos, Jesucristo nuestro Señor.
RESUMEN:
Al ser Cristo hijo de Dios hecho hombre, todos los hombres son hijos adoptivos de Dios. Los verdaderos cristianos son odiados por el mundo. Gracias a la fe, el cristiano es capaz de subyugar reinos. Nuestra fe viene de la ayuda de Dios sin la que seríamos incapaces de vencer al mal. Esa fe se muestra por los hechos, por nuestra forma de vivir. Jesucristo vino con agua (en referencia a Moisés)y sangre. Por el agua  nació un nuevo pueblo. Por la sangre del cordero fue redimido. Por eso del costado de Cristo en la cruz salió agua y sangre. Los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. El agua simboliza el bautismo, la sangre el martirio, y el Espíritu el amor. Sin el amor nada es posible.  El martirio es necesario y los incapaces de dar su vida por Cristo pueden sufrir el martirio de las contrariedades de cada día. Necesitamos una triple defensa. Contra los bajos instintos la mortificación corporal representada por la sangre. La altivez se domina con la compunción de las lágrimas (el agua) y al ansia de dinero con el amor. El Espíritu perdura mucho más que el agua y la sangre, pero es imposible encontrarlo sin tan preciados elementos. Esperemos que el Padre nos reciba como hijos, el Hijo como hermanos y el Espíritu Santo nos permita formar parte de un mismo espíritu.

domingo, 20 de abril de 2014

SERMÓN CUARTO RESURRECCIÓN: PARA ALGUNOS CRISTO NO HA NACIDO

SERMON CUARTO


En los días de Pascua. Para algunos Cristo no ha nacido todavía


Capítulo 1


   Todo cuanto se nos dice del Señor es medicina para nuestras almas. Estemos, pues, muy atentos, no llegue a decirse de nosotros: Hemos tratado a Babilonia y no se cura. Pensemos qué efecto producen en nosotros esos remedios tan valiosos. En unos Cristo todavía no ha nacido, en otros no ha muerto, y en otros aún no ha resucitado. En algunos no ha subido al cielo y en otros todavía no ha enviado el Espíritu Santo.


  ¿Es eficaz en un hombre soberbio la humildad del que a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo? Qué huellas vemos de la modestia de Cristo en aquellos que suspiran insaciables por las riquezas y honores del mundo? ¿No se dilata vuestro espíritu al proclamar: nos ha nacido un niño? Cristo no ha nacido para los que rehuyen el trabajo y temen la muerte, puesto que no aceptan que su victoria consistió en soportar el dolor y pasar por la muerte.

Capítulo 2


  Cristo no ha resucitado en aquellos que sienten angustias mortales frente al peso de la vida y el rigor de la penitencia, y desconocen los gozos del espíritu. Si no se acortasen esos días, sería imposible perseverar. En otros Cristo resucitó, pero no subió al cielo: vive todavía con ellos en la tierra en una piadosa inocencia. Son fervorosos, y oran en la oración y suspiran en la meditación, siempre están alegres y contentos, y hacen de sus días un continuo aleluya. Conviene retirarles la leche y enseñarles a comer alimentos sólidos: les conviene que Cristo los deje solos y carezcan de ese fervor novicio.


  ¿Serán capaces de comprenderlo? Al no sentir a Dios creerán no estar en gracia. Esperen y permanezcan en la ciudad hasta que reciban de lo alto virtudes más sólidas y los dones del Espíritu Santo. Los Apóstoles, cuando fueron elevados a un grado superior, y entraron en el camino excepcional del amor, olvidaron sus antiguas lágrimas, y sólo pensaban en vencer al enemigo común y pisotear a Satanás.

RESUMEN
Muchos hombres no se enteran, no aceptan la “buena nueva”. Para unos no ha nacido. Para otros no resucitó. Otros viven en una sencilla inocencia que quizás precise de alguna prueba adicional para mejorar su desarrollo en la salud espiritual.



 

SERMÓN TERCERO DE LA RESURRECCIÓN: LA LEPRA DE NAAMÁN

SERMON TERCERO


La lepra de Naamán


Capítulo 1


  Para sanar el cuerpo primeramente lo purgamos, y después lo alimentamos: eliminamos los malos humores y lo reanimamos con manjares sanos. Eso mismo hace Jesucristo, médico de las almas, que hizo de toda su vida mortal una medicina para devolver la salud. Antes de morir en la cruz nos hizo siete purgas, y después de resucitar nos ofreció otros siete alimentos exquisitos y sabrosos. Nuestro nuevo Eliseo mandó al leproso Naamán que se bañara siete veces en el Jordán, que significa descenso. Con el descendimiento de nuestro Señor Jesucristo, es decir, con la actitud humilde que precedió a su muerte, nos limpia y nos purga. Y con su resurrección y los cuarenta días que vivió después entre nosotros, nos fortalece y sustenta con excelentes manjares.


  De siete maneras se había apoderado de nosotros la lepra de la soberbia: con el ansia de riquezas, con la vanidad en el vestir, con el placer corporal, dos veces por la lengua y otras dos por el corazón. La primera lepra es la de casa: queremos ser ricos en este mundo. Nos limpiamos de ella bañándonos en el Jordán, esto es, en la humildad de Cristo. Vemos que él, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Al venir a este mundo dejó las riquezas infinitas  el cielo, y no quiso tampoco poseer cualquier otra clase de riquezas de la tierra; deseó ser tan pobre que su cuna fue un pesebre, por no encontrar sitio en la posada. Todos sabemos que el Hijo del hombre no tuvo donde reclinar la cabeza. ¿Buscará todavía las riquezas del mundo el que se da un buen baño en este río? ¿Es posible imaginar una locura mayor que soñar con riquezas un miserable gusano, por el cual el Dios de la majestad y del poder se hizo voluntariamente pobre?

Capítulo 2


  En la lepra del vestido pongamos toda la vanidad y pompa de la vida. Desaparecerá de nosotros en el baño del Jordán, cuando encontremos al Ungido del Señor envuelto en pobres  añales, y convertido en vergüenza de la gente y desprecio  el pueblo. También quedamos limpios de la lepra corporal en el mismo Jordán, si meditamos seriamente la Pasión del Señor y renunciamos al placer sexual.



  En la boca, como antes dije, hay una doble lepra. Ante una contrariedad murmuramos, y aparece la lepra de las palabras impacientes. Para limpiarnos de ella fijémonos en el cordero llevado al matadero, y que como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Cuando le insultaban no devolvía el insulto; mientras padecia no profería amenazas. Cuando nos visita la prosperidad, en cambio, olvidamos aquel consejo: el que presume, que presuma del Señor, y nos encumbramos sobre los demás, no precisamente por nuestra paciencia, sino llevados de la arrogancia; tenemos la lepra de las palabras arrogantes. Si queremos curarla entremos al Jordán, e imitemos al que no buscaba su propia gloria. Hacía callar a los demonios que le aclamaban Hijo de Dios, y no quería que lo pregonaran los ciegos a quienes sanaba.

Capítulo 3


  En el corazón existen también dos clases de lepra: la voluntad propia y el juicio propio. Ambas son pésimas, y además muy peligrosas porque son internas. Llamo voluntad propia a la que no es común con Dios y con los hombres, sino únicamente nuestra. Queremos algo, no para gloria de Dios o utilidad de los hermanos, sino para nuestro provecho personal; nuestro fin no es agradar a Dios y ser útiles a los demás, sino satisfacer nuestras ambiciones. La caridad es otra cosa diametralmente opuesta: la caridad es Dios.



   Por eso la voluntad propia está siempre en guerra abierta contra él. Lo único que Dios odia y castiga es la voluntad propia. Cese la voluntad propia y no habrá infierno. El fuego eterno solamente se ceba en ella. Incluso ahora, cuando tenemos hambre, frío u otro dolor cualquiera, nos quejamos por nuestra propia voluntad. Pero si lo aceptamos, esa voluntad se convierte en común. Aunque nos quede algo de malestar o escozor de la voluntad propia; por eso seguimos sufriendo hasta que desaparezca por completo.


   Hablamos de la voluntad, en cuanto facultad a la que asentimos, y a la que se somete el libre albedrío. Porque los deseos y concupiscencias que reinan en nosotros, no son la voluntad, sino una voluntad corrompida. Escuchen y tiemblen los esclavos de la propia voluntad con qué saña ataca al Señor de la majestad. En primer lugar se hace independiente y al declararse autónoma se sustrae de aquel a quien debe servir como creador suyo. Pero no se contenta sólo con esto. En cuanta que de ella depende, se apropia y saquea todo lo que es de Dios. La ambición humana no acepta fronteras. El usurero que consigue una pequeña fortuna quisiera poseer el mundo entero, si fuera posible y si tuviera medios para ello. Digámoslo abiertamente: al que se deja llevar de la voluntad propia no le basta el mundo entero.


   ¡Si al menos quedara satisfecho con todas estas cosas, y no se ensañara -causa horror decirlo- contra el mismo Creador! Porque, en cuanto de ella depende, la voluntad propia mata al Creador. Desearía que Dios fuese incapaz de castigar sus pecados, o bien que no quisiera hacerlo o que los desconociese. Es decir, que en vez de ser Dios, fuese impotente, injusto e ignorante. La maldad más cruel y detesta le es intentar destruir el poder, la justicia y la sabiduría de Dios. Es una bestia cruel, una fiera sin entrañas, una loba sanguinaria, una leona implacable. Es la lepra horrorosa del alma, cuyo único remedio es sumergirse en el Jordán e imitar a aquel que no quiso hacer su voluntad, y dijo antes de morir: No se haga mi voluntad, sino la tuya.

Capítulo 4


  La lepra del propio juicio es también peligrosa, porque está muy oculta, y porque al ser tan frecuente se la considera como algo bueno. Es muy  propia de los que tienen un gran fervor religioso, pero mal entendido. Viven tan envueltos y obstinados en el error que no aceptan el consejo de los demás. Destrozan la unidad y a paz, no saben amar, son temerarios y llenos de suficiencia, rechazan el plan de Dios y se empeñan en implantar el suyo. ¿Existe algo peor que la soberbia, por la que un hombre impone su parecer a toda la comunidad, como si él sólo tuviera el espíritu de Dios? La obstinación es un delito de idolatría o un pecado de magia.



  Que lo escuchen quienes se creen distintos y más santos que los demás. Según el juicio divino -y no el suyo propio- se han convertido en hechiceros e idólatras. Lo mismo dice el Maestro de la verdad: si no hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un extraño. El único medio de curar esta lepra es ir al Jordán. Sumérgete allí, si tienes esta enfermedad, y observa lo que hizo el Ángel del gran consejo: posponer su juicio al juicio o deseo de una mujer -me refiero a la Virgen- y de un pobre carpintero llamado José. Lo encuentran sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas, y su madre le dice: Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? El les contesta: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron esta palabra.


   Qué hizo entonces la Palabra? Nadie era capaz de comprenderlo: descendió y se puso bajo su autoridad  ¿Quién no se avergonzará de mantener tercamente su juicio, al ver cómo la Sabiduría prescinde del suyo? Y de tal modo pospuso su criterio, que perseveró en esta actitud hasta la edad de treinta años. En todo este tiempo no sabemos nada de su doctrina ni de sus obras.


Capítulo 5


  Nos interesa mucho preguntarle cómo renunció a su propia voluntad y juicio. Señor, cuando pedías que no se cumpliera aquella voluntad, ¿era tuya si no era buena? ¿Y si era buena, por qué renunciaste a ella? Y lo mismo decimos del juicio: si no era bueno, ¿cómo podía ser tuyo? Y si era bueno, ¿por qué renunciaste a él? Ambas cosas eran buenas, y eran tuyas; pero podía renunciar a ellas para hacerlas mucho más perfectas. No convenía anteponer lo propio a lo común.


  Las palabras: si es posible pase de mí este cáliz, eran una voluntad  expresa y buena de Cristo. Pero aquellas otras: hágase tu voluntad, manifiestan otra mucho más perfecta: la voluntad común con el Padre, consigo mismo -se ofreció porque quiso- y con nosotros. Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; en cambio, si muere, da fruto abundante. Tal era la voluntad del Padre, para tener hijos adoptivos; y la de Cristo, para ser el mayor de una multitud de  hermanos; y la nuestra, porque nos interesaba ser redimidos.


  Del juicio decimos lo mismo: aquel juicio era de Cristo, y era bueno, porque dijo: Yo tenía que estar en la casa de mi Padre. Pero al no comprenderlo ellos, cambió de acritud, para limpiarnos la lepra de nuestro juicio. Nos da un ejemplo a imitar. Sabía muy bien desde siempre lo que iba a hacer, mas quiso ofrecernos este acto de humildad, y convertirse en Jordán para lavarnos de esta lepra. Prestad atención los que estáis manchados con la doble lepra de la voluntad y juicio propios. Escuchad la palabra que el Espíritu dirige a la Iglesia, y cómo condena una y otra lepra: el saber que procede de lo alto es, ante todo, límpido, rechaza la impureza de la voluntad propia; y es además apacible, no admite la rebelión obstinada del juicio propio.

Capítulo 6


  Cuando el enfermo se haya limpiado de estas siete especies de lepra, con siete baños, pida los siete alimentos o dones del Espíritu Santo. Así como antes de la pasión del Señor encontramos en su vida siete purificaciones, también en las siete apariciones que siguieron a la resurrección podemos ver los siete dones del Espíritu Santo. En la primeras manifiesta el espíritu de temor: un ángel desciende del cielo ante las mujeres y tiembla la tierra. Ellas se atemorizan y el ángel las anima. A Simón se apareció en el espíritu de piedad: condescendencia grande y digna de Jesús el Señor, querer aparecerse a él personalmente y antes que a los demás; a conciencia le atormentaba más que a ninguno, pero donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia.


  Con el espíritu de sabiduría explicó las Escrituras a los peregrinos de Emaús, comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas. Por el espíritu de fortaleza entró en casa con las puertas cerradas, y mostró las manos y el costado, lo mismo que se muestran en señal de valor los agujeros de los escudos. Con el espíritu de consejo indicó a los que no habían pescado nada que echaran la red a la derecha. Con el espíritu de inteligencia les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras. Y con el espíritu de sabiduría se apareció a los cuarenta días y vieron su ir al Hijo del hombre  a donde estaba antes. Hasta ese día salvaba a quienes creían en él por la locura de la predicación; mas cuando subió al Padre comenzó a manifestarse como verdadera sabiduría.
RESUMEN
La lepra de Naamán se curó con siete baños en el río Jordán. Jordán significa descenso. El descenso de nuestra soberbia de distintas maneras.
San Bernardo examina las siete formas de soberbia y sus remedios:
1.La primera lepra es la de casa: queremos ser ricos en este mundo.
2.La vanidad en el vestir.
3.El placer corporal.
4 y 5.En la boca, como antes dije, hay una doble lepra. Una es la contrariedad que nos hace murmurar. La otra es la prosperidad que nos exalta en exceso.
6.La voluntad propia: la que no es común con Dios o con los hombres. Por tanto es opuesta a la caridad.
7.La lepra del propio juicio: la de la autosuficiencia que no acepta opinión alguna y se impone a la comunidad.

SERMÓN SEGUNDO RESURRECCIÓN


SERMON SEGUNDO RESURRECCIÓN




En el santo día de Pascua. Sobre el texto evangélico: María Magdalena..., etc.


Capítulo 1


Nos dice el Apóstol que Cristo vive por la fe en lo íntimo de nuestro ser. Podemos afirmar en consecuencia que si tenemos una fe viva Cristo vive en nosotros. Pero si nuestra fe está muerta, Cristo no vive en nosotros. La prueba de una fe viva son las obras, como dice la Escritura: Las obras que el Padre me ha encargado realizar, me acreditan como enviado del Padre. Lo mismo enseña el que afirma que la fe, si no tiene obras, es un cadáver. El movimiento demuestra que nuestro cuerpo está vivo, y las buenas obras que la fe vive.
La vida del cuerpo procede del alma, por la cual se mueve y siente; y la vida de la fe es el amor, que le hace capaz de obrar. Recordemos aquello del Apóstol: La fe actúa por el amor. Si se enfría el amor la fe muere, como ocurre con el cuerpo al separarse el alma. En consecuencia, cuando vemos que una persona se dedica con ardor a las buenas obras, a una vida honesta, estamos convencidos de que tiene una fe viva, porque tenemos pruebas evidentes. Pero algunos comienzan por el espíritu y terminan en la carne. Ya no tienen el espíritu vital. Lo dice la Escritura: Mi espíritu no durará por siempre en el hombre, puesto que es de carne. Y si no hay espíritu desaparece el amor que inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado.


Capítulo 2


Hemos dicho que una persona cimienta la vida de la fe en el amor, si manifiesta que su fe se actualiza en obras de amor. Y al que no tiene espíritu le falta la fe, porque sólo el espíritu da vida. Quienes se entregan a los bajos instintos están muertos; y no hay duda que si celebramos con gozo la vida de quienes refrenan sus vicios, debemos llorar por muertos a quienes viven entregados al placer. Lo leemos en el Apóstol: si vivís según los bajos instintos vais a la muerte, y al contrario, si con el Espíritu dais muerte a las bajas acciones, viviréis.
Desgraciado del perro que vuelve a su propio vómito, y de la cerda lavada que se revuelca en el fango. Me refiero a quienes retornan a Egipto corporalmente, y sobre todo con el corazón; se dejan ofuscar por los regalos del mundo, y carecen de la vida de la fe que es el amor. Quien ama al mundo no lleva dentro el amor del Padre. Al muerto de verdad no le abrasa el fuego en sus entrañas, ni el pecado en su conciencia: ni siente, ni se asusta, ni lo arroja de sí.


Capítulo 3


Contemplemos a Cristo en el sepulcro, y a un alma de fe muerta. ¿Podremos hacer algo? ¿Qué hicieron las santas mujeres, las únicas que demostraron un amor inmenso? Compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. No para resucitarle. Sabemos perfectamente que lo único que podemos hacer es embalsamar, no resucitar. Y eso, para que no huela mal, ni contagie a otros, o se descomponga y se disuelva. Compren, pues, aromas las tres mujeres: para la mente, la lengua y las manos. También a Pedro se le ordenó por tres veces apacentar el rebaño del Señor: que lo apaciente con el espíritu, con la boca y con las obras. Que cuide de las ovejas con la oración interior, con las palabras de exhortación y con el ejemplo de las obras.


Capítulo 4


Adquiera, pues, el espíritu sus aromas: en primer lugar el afecto de la compasión; después el celo de la rectitud; y no olvide la discreción. Si ves que un hermano comete una falta, trátale con sentimientos de compasión, como partícipe que es de tu misma naturaleza, como si tú mismo lo hubieras engendrado. Vosotros, dice el Apóstol, los hombres de espíritu, recuperad a ese tal con mucha suavidad; estando tú sobre aviso, no vayas a ser tentado también tú. Cuando el Señor iba con la cruz a cuestas se lamentaban por él, no todo el mundo, sino unas cuantas mujeres; y él se volvió hacia ellas y les dijo: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Fíjate cómo responde: primeramente por vosotras, y después por vuestros hijos.
Examínate a ti mismo, y así aprenderás a compadecerte del prójimo y amonestarle con mucha suavidad. Obsérvate a ti mismo, no vayas a ser tentado también tú. Pero como el mejor argumento y lo que más convence es el ejemplo, os remito a aquel santo anciano de quien se cuenta que, al conocer los pecados de otro hermano, lloraba amargamente y decía: ¿Hoy él, mañana yo?. ¿Crees que no se compadece del hermano, quien así llora por sí mismo? Este sentimiento de compasión es muy provechoso, porque a un hombre comprensivo no se le ocurre atormentar al que ya está suficientemente apenado.


Capítulo 5


Pero ¿qué podemos hacer con esa gente testaruda, que cuanto más nos compadecemos de ella más abusa de nuestra piedad y benevolencia? ¿No debemos compadecernos también de la justicia, lo mismo que del hermano al verla tan impunemente despreciada y provocada? Estoy convencido de que si amamos la verdad, no podemos soportar a sangre fría este desprecio de Dios. El celo de la justicia nos inflama contra los transgresores, y actuamos por amor a la justicia de Dios, que vemos pisoteada. A pesar de todo debemos dar la preferencia al sentimiento de compasión. No sea que con la violencia del huracán destrocemos las naves de Tarsis, quebremos la caña cascada o apaguemos el pabilo vacilante.


Capítulo 6


Cuando se dan ambas cosas, esto es, el afecto de la compasión y el celo de la justicia, conviene que actúe el espíritu de discreción; no sea que utilicemos una cosa en vez de otra, y suframos las consecuencias de la indiscreción. Cultivemos, pues, el espíritu de discreción, y según las circunstancias, conjuguemos el celo ardiente con la misericordia. Como aquel buen samaritano que sabe proveerse utilizar a su tiempo el óleo de la misericordia y el vino del ardor. No penséis que esto es una invención mía: el Profeta pide estas mismas cosas y con el mismo orden, en un salmo: Instrúyeme en la bondad, en la disciplina y en la sabiduría.


Capítulo 7


¿Dónde podemos conseguirlas? La tierra de nuestro corazón no produce estas plantas, sino zarzas y espinas. Debemos comprarlas. ¿A quién? A aquel que dijo: Venid, comprad sin pagar y de balde vino y leche. Sabéis muy bien que la leche simboliza la dulzura y el vino la sobriedad. Pero ¿qué significa comprar sin pagar y de balde? Esto no se estila en los negocios del mundo, pero con el dueño del mundo no hay otra solución. Por eso dice el profeta al Señor: Tú eres mi Dios porque no necesitas de mis bienes. ¿Cómo va a pagarle el hombre sus gracias, si Dios no necesita nada, y es el dueño del mundo? La gracia es algo gratuito; incluso cuando se compra lo hacemos gratis, porque nos quedamos con eso mismo que pagamos por ella.


Capítulo 8


Compremos, pues, estos tres aromas del espíritu con el precio de nuestra propia voluntad. Al desprendernos de ella no perdemos nada. Salimos ganando, porque la cambiamos por otra mejor: la voluntad propia se hace común. Y la voluntad común es el amor. Compramos sin dinero, porque recibimos lo que no teníamos, y aumentamos con creces lo que teníamos. ¿Podrá compadecerse del hermano el que, llevado de su propia voluntad, sólo se compadece de sí mismo? ¿Amará el bien y odiará la maldad el que se ama a sí mismo? Movido por el amor propio o el odio, creerá que practica sentimientos de compasión o aplica el rigor de la justicia; y de este modo engañará a los hombres y se engañará a sí mismo.


Pero es muy fácil distinguir lo que procede de la voluntad propia o del amor, porque son dos eternos rivales. El amor es afable y no lleva cuentas del mal. En cambio, el peor enemigo del espíritu de discreción es la voluntad propia, que trastorna el corazón humano y ciega la razón. Compremos tres aromas para el alma: sentimientos de compasión, empeño por la equidad y espíritu de discreción. Y paguémoslos con la moneda de la voluntad propia.


Capítulo 9


Los tres aromas que necesita la lengua son: moderación en reprender, facilidad en exhortar y eficacia en persuadir. ¿Quieres poseerlos? Cómpraselos al Señor tu Dios. Cómpralos sin dinero, como los anteriores: consigue lo que puedas y no pagues nada. Cómprale al Señor la moderación en corregir: es un don extraordinario, todo un buen regalo y rarísimo de encontrar. Dice Santiago que no hay hombre capaz de domar la lengua. Muchos, con la mejor intención y magnífica voluntad hablan irreflexivamente y molestan mucho. Las palabras corren en todas direcciones, y aquella frase que debía ser medicina, aviva encona aún más la herida por su acento mordaz. Si a la negligencia se le une la petulancia, crece la impaciencia, y el manchado sigue manchándose. Se vale de todos los medios a su alcance para excusar su pecado, y a semejanza del frenético, rechaza o intenta morder la mano del médico.




Otros no tienen facilidad de palabra, y ante la falta de expresión sienten que la lengua se les pega al paladar. Lo cual molesta mucho a quienes le escuchan. Y otros tienen una palabra muy fluida, pero no es agradable ni amena; y al carecer de gracia no surte efecto. Ya ves cómo necesitamos comprar al dueño de todo bien y de toda ciencia moderación para reprender, facilidad para exhortar y eficacia para persuadir.


Capítulo 10


Compra todo esto con la moneda de la confesión: antes de corregir a los demás confiesa tus pecados. Salvar un alma es un misterio extraordinario: no te acerques con tu alma manchada. Si no eres inocente, y no lo eres, lava tus manos en la inocencia antes de acercarte al altar de Dios: la confesión todo lo limpia. Esta purificación te devolverá la inocencia y te permitirá actuar como todos los inocentes. Nadie celebra los divinos oficios con el vestido ordinario, sino revestido de alba. Tú, pues, cuando subas al altar de Dios, lávate, vístete de blanco, ponte el traje de gala; que todos te digan: Te has vestido de confesión y belleza. Sí, la confesión nos embellece ante Dios. Así, pues, creemos que con el precio de la confesión se compran los aromas para la lengua: la reprensión moderada, la exhortación asidua y la persuasión eficaz.


Capítulo 11


Pero nos dicen los libros y la experiencia cotidiana que, cuando la vida de una persona es indigna, sus palabras caen en el vacío. Procúrese, pues, la mano sus aromas, para que no se mofe de nosotros el Sabio, como lo hace del holgazán que se cansa con sólo llevarse la mano a la boca; ni le responda al que reprende: enseñando tú a otros, ¿no te enseñas nunca a ti mismo? lías fardos pesados y los cargas en las espaldas de los demás, mientras tú no quieres empujarlos ni con un dedo. Os digo una vez más que el mejor sermón es el ejemplo de las obras; convence fácilmente y demuestra que es posible lo que aconsejamos. Para ello la mano necesita sus propios aromas: la continencia corporal, la misericordia con el hermano y la perseverancia en la piedad. Lo dice el Apóstol: vivamos con equilibrio, rectitud y piedad.


Son tres cosas muy necesarias en nuestra vida: la primera para con nosotros, la segunda para con el prójimo y la tercera para con Dios. Porque el lujurioso perjudica a su propio cuerpo: lo despoja de su excelsa nobleza, y lo sume en una terrible y repugnante abyección; le quita un miembro a Cristo y lo hace miembro de una prostituta. No sólo debemos evitar este vicio tan detestable, sino toda especie de incontinencia.
Procura, pues, en primer fugar, la continencia que te debes a ti mismo: tu primer prójimo eres tú mismo. Añade a esto la misericordia que debes al prójimo, porque te salvarás junto con él. Y no olvides tampoco la paciencia que te pide Dios, de quien recibirás la salvación. Pues todo el que se proponga como buen cristiano será perseguido. Y tenemos que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.
Según esto, cuídate mucho de no perderte por la impaciencia: sopórtalo todo por amor de aquel que antes sufrió mucho más por ti, y que recompensa todo acto de paciencia. Así lo dice el Profeta: la paciencia del humilde no perecerá.


Capítulo 12


Estos aromas para las manos se adquieren con el precio de la sumisión. Ella dirige nuestros pasos y nos merece la gracia de una vida honesta. En nuestro cuerpo percibimos impulsos de rebelión, pero la sumisión trae consigo la continencia. Sabe inspirar misericordia y derrochar paciencia.
Acércate ya con todos estos perfumes al que tiene una Fe muerta. Cuando nos damos cuenta de lo que supone resucitar a una tal persona, y cuán difícil es llegar a tocar su corazón, encerrado tras la losa de la obstinación y de la insolencia, suspiramos y decimos: ¿quién nos correrá la losa de la entrada del sepulcro? Mas ocurre que, mientras nos acercamos tímidos, y dudamos de ese gran milagro, Dios mismo atiende compasivo los deseos de nuestro corazón, y con su voz poderosa resucita al muerto. Y el ángel del Señor, que es la sonrisa de su rostro, aparece ante nosotros a la puerta del sepulcro; y el resplandor -señal de la resurrección- cambia totalmente su aspecto.
Tenemos ya todo abierto para llegar a su corazón, y él mismo nos llama. El ángel retira la losa de su obstinación y se sienta sobre ella. Nos presenta la fe vuelta a la vida, y nos muestra el sudario con que le habían envuelto. Nos descubre todo lo que anidaba antes en su corazón, confiesa como se había enterrado a sí mismo, y publica su tibieza e indolencia diciendo: Venid a ver el sitio donde yacía el Señor.

RESUMEN
El presente sermón pretende enseñarnos lo que, simbolicamente, significa la unción del cuerpo muerto de Cristo (que luego resucitará) con distintos aromas. Distintas virtudes como la compasión, la discreción y la justicia pueden asimilarse a distintos ungüentos.
Cristo vive en nosotros y se manifiesta por nuestras obras. La fe vive en nosotros por el amor. Quienes se entregan a los bajos instintos y al placer no tienen verdadera vida. El auténtico pecador no se siente incómodo con el pecado sino que se regocija esa actitud. Los ungüentos de las mujeres son remedios externos para evitar la putrefacción. Algo así como San Pedro que actuaba mediante la oración interior, la exhortación y las obras. Utilicemos los aromas de la comprensión, compasión y la rectitud. Tratemos a los pecadores como si hubieran sido engendrados por nosotros. Un hombre compasivo no debe atormentar a otro que ya está suficientemente apenado. Nos preguntamos qué debemos hacer con la gente testaruda. En cualquier caso debe prevalecer la compasión. La forma de unir la justicia y la compasión por el pecado es la discreción. La voluntad propia se hace común y se convierte en amor. Compremos tres aromas para el alma: compasión, equidad y discreción. Los tres aromas que necesita la lengua son: moderación en reprender, facilidad en exhortar y eficacia en persuadir. Antes de corregir a los demás procuremos la limpieza interior. Cuando la vida de una persona es indigna, sus palabras caen en el vacío. Son tres cosas muy necesarias en nuestra vida: la primera para con nosotros, la segunda para con el prójimo y la tercera para con Dios. Son fundamentales la paciencia y la sumisión. Con todo esto podemos acercarnos a los que tienen una fe muerta y ayudarles a tener esperanza en el gran misterio de la resurrección y el sepulcro.

IN RESURRECTIONE DOMINI SERMO: SERMON PRIMERO. Las injurias de los judíos

IN RESURRECTIONE DOMINI SERMO




SERMON PRIMERO


Las injurias de los judíos


Capítulo 1

1     

   
  Ha vencido el león de Judá. La sabiduría es más fuerte que el mal. Alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna suavemente el universo. Actúa con energía en favor mío, y me trata siempre con blandura. Soportó en la cruz las injurias de los judíos, encadenó en su palacio al hombre fuerte y bien armado, y redujo a la impotencia al que imperaba sobre la muerte. Judío, ¿qué fue de tu arrogancia? Zabulón, ¿dónde tienes el botín? Muerte, ¿dónde está tu victoria? El impostor está avergonzado, y el saqueador desvalijado.

2

    

   Apareció un nuevo poder. La muerte, siempre victoriosa, está pasmada. ¿Qué dices ahora, judío, tú que ayer levantabas airoso tu cabeza ante la cruz? ¿Por qué lanzas tus dardos a Cristo, que es la verdadera cabeza del hombre? Cristo, dices, Rey de Israel, baja de la cruz. Lengua envenenada, palabras infames, lenguaje perverso.  ¿No decías hace un momento, Caifás, que antes que perezca la nación entera contiene que muera uno por el pueblo? Como proferías una verdad, no hablabas por ti mismo, ni sabías lo que decías. Si es el Rey de Israel, que baje de la cruz.

3


   Así opinas tú y el eterno mentiroso. El rey nunca debe descender, sino ascender. ¿No recuerdas, vieja serpiente, la humillación que recibiste al decir: tírate abajo, o te daré todo eso si te postras y me rindes homenaje? ¿Cómo olvidas tú, judío, eso que tantas veces has oído, que el Señor reinó desde el madero, y te mofas de ese rey porque aguanta en el madero? Pero es posible que no lo hayas oído, porque este mensaje no es para los judíos, sino para los gentiles: Decid a los pueblos que el Señor triunfó desde un madero.

Capítulo 2

1                                     

    
    El gobernador pagano acertó al poner sobre el madero el título de rey; y el judío, aunque lo intentó, no pudo deformar la inscripción, ni impedir  a pasión del Señor y nuestra redención. Si es rey de Israel que baje, gritan aquéllos. No, precisamente porque es rey de Israel, no abandona su título real ni olvida su cetro. Lleva al hombro el principado, cantó hace tiempo Isaías. Los judíos insisten a Pilato: no dejes escrito: el rey  de los judíos; pon: éste dijo que era rey de los Judíos. Pero Pilato contesta: lo escrito, escrito queda. Si Pilato mantiene su palabra escrita, ¿no va a coronar Cristo lo que comenzó? lo decidió y nos salvará.

2

    

        Ellos siguen diciendo: ha salvado a otros y él no se puede salvar. Pero si descendiera de la cruz no salvaría a nadie. Si el que quiere salvarse debe perseverar hasta el fin, con mayor motivo quien desea ser el Salvador. Por eso salva a los demás, porque él mismo es la salvación y no necesita salvarse a sí mismo. Está realizando nuestra salvación, y no quiere dejar incompleto el sacrificio vespertino de la víctima propiciatoria. Intuye tus pensamientos. No esperes que te brinde la menor ocasión de arrebatarnos la perseverancia y con ella la corona. No apagará la lengua que predica, ni la que consuela a los débiles, o dice al oído de cada uno: no te retires. Y no se atreverían a pedir esto si pudiéramos responderles que Cristo abandonó su puesto.

3

    .

        El corazón del hombre se pervierte desde la juventud. Has fracasado ajustando saetas a la cuerda, y aumentando la ansiedad de los discípulos con los insultos de los judíos. Aquéllos pierden la esperanza, y éstos insultan alevosos, pero a Cristo no le afecta ni lo uno ni la otro. Ya le llegará el momento de alentar a los suyos y humillar a los enemigos.

Capítulo 3

1

   .

     Mientras tanto derrocha paciencia, manifiesta humildad, practica la obediencia y llega a la cumbre del amor. Estas son las cuatro piedras preciosas que engalanan los cuatro extremos de la cruz: en o más alto el amor, la obediencia a la derecha, la paciencia a la izquierda, y en el suelo la humildad, fundamento de las virtudes. Mira las riquezas que aportó la pasión del Señor al triunfo de la cruz: humildad  frente a las blasfemias de los judíos y paciencia en los tormentos; interiormente le torturaban las lenguas, y por fuera los clavos. Pero su amor era tan inmenso que dio la vida por sus amigos, y en un gesto sublime de obediencia, reclinan o la cabeza, entregó el espíritu, obedeciendo hasta la muerte.

2

     
   Estas riquezas y esta gloria quería arrebatar a la Iglesia de Cristo el que gritaba: si es rey de Israel que baje de la cruz. Quería suprimir el modelo de obediencia, el estímulo del amor, y hasta el más mínimo ejemplo de paciencia y humildad. Y aquellas tiernas palabras del Evangelio, más dulces que el panal de miel: no hay amor más grande que el que da la vida por los amigos. Y aquellas otras que dirige al Padre: he llevado a cabo la obra que me encargaste. O las que confía a los discípulos: aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Cuando me levanten de la tierra atraeré a todos hacia mí.

3      
   La envenenada y astuta serpiente no soporta esa otra serpiente de bronce colocada sobre el estandarte, que cura las heridas de quienes la miran. Por eso instiga a la mujer de Pilato  diga a su marido: deja en paz a ese inocente, que esta noche he sufrido mucho en sueños por causa suya. Ya tenía miedo entonces. Pero mucho más ahora. El enemigo se siente impotente ante el poderío de la cruz, y quiere volverse atrás cuando ya no hay remedio: a los que antes incitó a crucificar, ahora quiere le convenzan que baje de la cruz. Y dicen: si es rey de Israel, que baje de la cruz y le creeremos.

4

     
   ¿Es posible una astucia más serpentina y un artificio más perverso? El Salvador había dicho: sólo me han enviado para las ovejas descarriadas de Israel, y todos sabían con qué ardor se había entregado a salvar a su pueblo. Por eso ahora el malvado quiere enmascarar las lenguas blasfemas y que digan: que baje y le creeremos. Como queriendo decir: ya no existe ningún impedimento  para que baje, porque lo único que desea es que creamos en él.

Capítulo 4

1

       
  Pero ¿qué atenta o contra quién trama asechanzas este astuto? Nada menos que contra aquel a quien no lo engañará el enemigo ni los malvados lo humillarán. Las vanas promesas no afectan al que ve el interior del hombre. Ni le intimidan las ruines blasfemias, al que es la mansedumbre por excelencia. Lo que pretende esta diabólica sugerencia no es que aquéllos lleguen a creer, sino que desaparezca por completo nuestra fe pobre y vacilante. Porque si se nos dice que las obras de Dios son perfectas, ¿cómo íbamos a creer en Dios, al ver que dejaba incompleta nuestra salvación?

2


  Escuchemos, en cambio, qué responde Cristo, usando las palabras del Profeta. Judío, ¿quieres una señal? Pues espérame el día de mi resurrección. Si quieres creer ya tienes pruebas mucho mayores que ésta. He realizado prodigios, he curado a los enfermos ayer y anteayer. Hoy debo morir. ¿No es mucho más asombroso hacer salir de los posesos a los espíritus inmundos, como tú mismo lo has visto, o que los paralíticos corran con sus camillas al hombro, que quitarme estos clavos que tú has puesto en mis pies y manos? Ha llegado el momento de sufrir, no de hacer. Y así como no habéis podido adelantar la hora de la pasión, tampoco podréis impedirla.


Capítulo 5

1


  Mas si esta gente idólatra y perversa sigue pidiendo señales, no se les dará otra que la del profeta Jonás   no del Jonás que desciende, sino del que resurge. Si el judío no la acepta, recíbala lleno de gozo el cristiano. Sí, ha vencido el león de Judá. A la voz del Padre despertó el cachorro. Rasgó las entrañas del sepulcro, el que no quiso bajar de la cruz. Nuestros enemigos juzgarán si esto es  lo más extraordinario: ellos que habían sellado la losa, y asegurado con guardias la vigilancia del sepulcro.

2



   Esa gran losa que tanto preocupaba a las piadosas mujeres, al resucitar el Señor la corrió un ángel y se sentó encima. De este modo el cuerpo salió lleno de vida de un sepulcro bien cerrado, como había nacido del seno intacto de una Virgen, y se presentó donde estaban reunidos los discípulos con las puertas atrancadas. En cambio, hay un lugar de donde no quiso salir con las puertas cerradas: la cárcel del infierno. Rompió los cerrojos de hierro y arrancó las aldabas, para sacar tranquilamente a los suyos, a los que había rescatado del enemigo. Y con las puertas de par en par salieron los radiantes escuadrones que lavaron y blanquearon sus vestiduras con la sangre del Cordero. Sí, las blanquearon con la sangre, porque juntamente con ella, como atestigua el que lo vio, también brotó agua que emblanquece. También podemos decir que las blanquearon en la sangre, en esa sangre y leche a la vez del Cordero blanco y sonrosado del Cantar: Mi amado es blanco y sonrosado, descuella entre diez mil. Por eso el testigo de la resurrección tiene aspecto de relámpago y viste todo de blanco.

Capítulo 6

1


  Para rechazar las falacias de los judíos le bastó salir de una tumba cerrada. Ese mismo a quien poco antes insultaban: si es rey de Israel, que baje de cruz. Habían puesto más empeño en sellar y asegurar el sepulcro, que en sujetar los clavos. Si el león de judá ha vencido en todos estos acontecimientos, y ha hecho mucho más de lo que le pedían, ¿a qué podremos comparar el milagro de la resurrección?

2

     
  Se nos dice que antes habían ocurrido otras resurrecciones, o retornos a la vida. Eran preludio de ésta, la cual las aventaja por doble motivo. Aquéllos resucitaban pero volverían a morir. Cristo, en cambio, resucitado de la muerte no muere ya más, la muerte no tiene dominio sobre él. Aquéllos al volver a morir necesitaban resucitar de nuevo. En el caso de Cristo su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios, eternamente. Con razón decimos que Cristo es la primicia de los resucitados: resucitó de tal modo que no vuelve a morir   es inmortal.

Capítulo 7

1


  Existe otro motivo que hace especialmente gloriosa su resurrección. ¿Hubo jamás alguien que se resucitara a sí mismo? Es inefable que un muerto se despierte a sí mismo. Es algo único, y nadie más lo puede hacer. El profeta Eliseo resucitó a un difunto, pero era otra persona distinta de él mismo. Y hace ya muchos siglos que yace en el sepulcro, esperando que le resucite otro, porque él no puede hacerlo por sí mismo.

2

     
   Ese otro es el que triunfó de la muerte en sí mismo. Por eso decimos que algunos han sido resucitados, y que Cristo ha resucitado: es el único que salió triunfante del sepulcro por su propio poder. Así ha vencido el león de Judá. ¿Cuál no será su poder, o qué no podrá hacer ahora el que está vivo y dice a su Padre: he resucitado y estoy contigo, si fue tan poderoso cuando lo tenían como un muerto más, aunque un muerto muy libre?

Capítulo 8

1

     
  No quiso demorar más de tres días la resurrección para confirmar el oráculo del Profeta: en dos días nos hará revivir, y al tercer día nos resucitará. Conviene además que donde está la cabeza le acompañen los miembros. Era el día sexto de la semana cuando redimió al hombre muriendo en la cruz, el mismo día sexto en que lo había creado. Al día siguiente descansó en el sepulcro, con toda su obra terminada. Y al tercero, que ahora es el primero, apareció el hombre nuevo, vencedor de la muerte y primicia  de los que duermen.

2


  Nosotros, pues, que seguimos a nuestra cabeza, vivamos entregados a la penitencia en ese día en que fuimos creados y redimidos. Carguemos con la cruz y perseveremos en ella como él perseveró, hasta que el Espíritu nos mande descansar de nuestros trabajos. No prestemos oído a nadie que nos invite a bajar de la cruz, aunque sea de nuestra propia carne y sangre, o un espíritu. Perseveremos en la cruz y muramos en ella. Que nos descuelguen las manos de otros, no nuestra inconstancia. A nuestra cabeza lo descolgaron unos santos varones. Que envíe él ahora a sus ángeles y nos bajen a nosotros.

3


  Mientras tanto vivamos con valentía el día de la cruz, descansemos en paz otro día en el sepulcro, aguardando dicha que esperamos, la venida de nuestro Dios, que nos resucitará a los tres días, transformando nuestro ser con su resplandor. Porque los difuntos de cuatro días, como Lázaro, huelen mal; recordemos la Escritura: Señor, ya huele mal, lleva cuatro días.

Capítulo 9

1


  Los hijos de Adán han añadido un cuarto día, que no procede del Señor. Por eso se corrompen cometiendo execraciones, y se revuelcan en sus heces como los animales. El plan divino es de tres días: dolor, descanso y gloria. Los humanos aceptan esto, pero anteponen su día; y de ese modo retrasan la penitencia para entregarse al placer. Ese día no lo ha hecho el Señor. Tienen ya cuatro días y huelen mal.

2

     
  El Santo que nació de María no hizo tal cosa: resucitó al tercer día y no conoció la corrupción. Por eso ha vencido el león de Judá. Murió como un cordero y venció como un león. Ruge el león, ¿quién no temerá? El león, el más valiente de los animales, el que no retrocede ante nadie. El león de Judá. Tiemblen quienes lo rechazaron diciendo: no tenemos más rey que al César. Teman quienes decían: no queremos a éste por rey. Ha vuelto con el título real y hará morir de mala muerte a estos malvados.

3

    

   Y sabemos que ha vuelto con el titulo real porque nos dice: se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. Y su Padre añade en el salmo: pídemelo, te daré en herencia las naciones; en posesión los confines de la tierra; los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. El león es fuerte, no cruel; su indignación es terrible. La ira de la paloma es insoportable. Pero este León rugirá en favor de los suyos, no en contra de ellos. Teman los extraños y salte de gozo Judá.

 Capítulo 10

1

    

  Regocíjense quienes le alaban y proclamen: Dios mío, ¿quién como tú? Tú eres el león de Judá y la raíz de David. David significa envidiable o de mano fuerte. El mismo dice: no se te ocultan mis deseos. Y en otro lugar: por ti conservo mi fuerza. Ha dicho Raíz de David. No es David raíz de él, sino él la raíz de David. Porque él es quien lo sostiene y no al revés. Tienes razón, David, en llamar señor tuyo a tu hijo, porque no eres tú quien sostiene a la raíz, sino que es la raíz la que te sostiene a ti. El es la raíz de tu fuerza y de tu deseo, una raíz envidiable y vigorosa. Ha vencido el león de Judá, la raíz de David él abrirá el rollo y sus siete sellos. Son palabras del Apocalipsis. Apréndanlo quienes lo ignoran, y recuérdenlo quienes lo sabían.

2

    

  Escuchemos nuevamente a Juan: En la diestra del que está sentado en el trono ví un rollo sellado con siete sellos, y nadie podía abrirlo ni examinarlo. Y continúa: lloraba yo mucho porque no había nadie que fuera capaz de abrir el rollo. Entonces uno de los ancianos me dijo: no llores, ha vencido el león de la tribu de Judá, etc. Entonces ví entre el trono un cordero: estaba de pie, aunque parecía degollado. Se acercó y recibió el rollo de la diestra del que está sentado en el trono; lo abrió y hubo gozo y alegría, con acción de gracias.

3


  Juan oyó al león, y vio el cordero. Y los ancianos aclaman: El Cordero que está degollado merece todo poderío. Sin perder la mansedumbre recibe la fortaleza: sigue siendo cordero y se convierte en león. Y me atrevo incluso a decir que él mismo es el libro que nadie podía abrir. ¿Hay alguien capaz de abrir este libro? El mismo Juan Bautista, el más grande nacido de mujer, se considera indigno. No merezco ni desatarle la correa de las sandalias. Efectivamente: la majestad vino a nosotros con unas sandalias, la divinidad se hizo carne. Teníamos la Sabiduría de Dios, pero en un rollo cerrado y sellado. Allí lo atan las correas de las sandalias, aquí lo ocultan los sellos del rollo.

Capítulo 11

1

     
  ¿Y cuáles son esos siete sellos? ¿No podíamos pensar en las tres facultades del alma: inteligencia, memoria y voluntad, y en los cuatro elementos del cuerpo? De este modo el Salvador participa realmente de nuestra naturaleza humana. ¿O tal vez el libro es su naturaleza humana, y debemos buscar los siete sellos?

2

     
   Yo pienso en siete cosas que ocultaban por completo la presencia de la divinidad en su carne, y hacían imposible abrir el rollo y conocer la sabiduría allí encerrada. Y se me ocurre que son éstas: el matrimonio de la Madre, por el cual queda oculto el parto virginal y la concepción inmaculada, hasta el punto de que el creador del hombre  pasara como hijo de un carpintero. La debilidad natural, que  ora y suspira, mama y duerme, y acepta todas las demás necesidades, para encubrir de ese modo la fuerza de la divinidad. El hecho de someterse al rito de la circuncisión, como remedio del pecado y medicina contra la enfermedad; siendo así que él venía a suprimir toda dolencia y pecado. Huye también a Egipto por temor a Herodes, para que no fuera reconocido como Hijo de Dios y rey del cielo.

3

    

  ¿Y qué nos dicen las tentaciones en el desierto, en el alero y en el monte? Si eres Hijo de Dios, le dice, di que las piedras se conviertan en panes. O: tírate abajo. Pero Cristo no hace nada de eso, porque quiere dejar bien sellado el sello, y engañar al astuto. Y tanto se engañó que lo toma por un simple hombre bueno; de aquí que, lleva o de su soberbia, ya no le dijo si eres HiJo de Dios, sino re daré todo esto si te postras y me rindes homenaje. El sexto sello es la cruz, donde el rey de la majestad estuvo colgado entre dos malhechores y lo tuvieron por un criminal.

 4


   El sepulcro también selló este rollo, y ningún otro sello ató Y ocultó tanto este asombroso misterio de amor. Con el Señor en el sepulcro únicamente había lugar para desesperarse. Por eso los discípulos decían: nosotros esperábamos. ¿Quién no iba a llorar entonces al ver el rollo tan fuertemente cerrado y nadie capaz de abrirlo?

Capítulo 12

1

    

  Pero no llores, Juan; ni tú, María. Olvidad el llanto y la tristeza. Alegraos justos con el Señor; aclamadlo, los hombres sinceros. Lo merece el Cordero degollado, el León resucitado. El es el Libro que se abrirá a sí mismo. Y lo hará resucitándose a sí mismo de los muertos, resucitando por su propio poder, y siendo testigos de ello, a los tres días, sus propios enemigos. Una resurrección tan sublime y gloriosa manifiesta con evidencia que los sellos y velos eran voluntarios, no necesarios; que no procedían de su naturaleza, sino de su benevolencia.

2

     
     ¿Por qué sellabas, ¡oh judío!, hace unos días el sepulcro? Porque aquel seductor, estando en vida, anunció: a los tres días resucitaré. Cierto, era un seductor, pero bueno, no malvado. Lo dice el Profeta por vosotros: me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste, me violaste. Judíos: os sedujo en la pasión; y en la resurrección os forzó y os derrotó el león victorioso de Judá. Si lo hubieran descubierto no habrían crucificado al Señor glorioso. ¿Qué piensas hacer ahora? Lo anunció, y ha resucitado.

 3

     
  Examina atentamente los sellos del sepulcro: está de par en par. Tienes ante tus ojos el signo de Jonás, que él mismo te dio. Jonás salió del vientre del monstruo. Cristo surge de las entrañas de la tierra. Y convence mucho más que Jonás, porque se arrancó él mismo de las garras de la muerte. Los habitantes de Nínive se alzarán para carearse contra vosotros, y os condenarán: porque ellos escucharon al profeta, y vosotros habéis rechazado al Señor de los profetas.

Capítulo 13

 1


  ¿No decíais: que baje de la cruz y creeremos en él? Intentabais romper el sello de la cruz y prometíais creer en él. Ya lo tenéis abierto, no roto: entrad. Si no creéis en el que ha resucitado, menos aún si hubiera bajado de la cruz. Si la cruz de Cristo os escandaliza -porque el mensaje de la cruz es un escándalo para los judíos- animaos al menos con el prodigio de la resurrección. Para nosotros la cruz es un orgullo. Para los que hemos recibido la salvación es un portento de Dios, y la plenitud de todas las virtudes. Compartid, al menos, la resurrección.

2

     
  Pero resulta que aquí reside vuestro mayor escándalo, y lo que para nosotros es un olor que da vida y sólo vida, para vosotros es un olor que da muerte y sólo muerte. Inútil continuar. El hermano mayor no soporta la música y el baile, y se indigna por el ternero cebado matado en nuestro honor. Está a la puerta y se niega a entrar. Entremos nosotros, hermanos, y celebremos la fiesta, con los panes sin levadura, que son el candor y la autenticidad, porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ya fue inmolado. Y practiquemos las virtudes que nos predica desde la cruz: la humildad y paciencia, la obediencia y el amor.

 Capítulo 14

1

    
  Consideremos, además, con atención, el mensaje de esta solemne festividad. Resurrección significa paso, transición. Cristo hoy no vuelve, sino que resucita; no retorna, sino que cambia de vida; ya no habita aquí, sino en otra patria. La misma Pascua que celebramos no significa retorno, sino paso. Y el nombre de Galilea, donde veremos al resucitado, quiere decir cambiar de país, y no permanecer en el mismo.

2

     
   Ya veo que algunos se adelantan a mi discurso, e intuyen mis intenciones. Lo diré en dos palabras, pues no quiero hacerme pesado y quitaros la devoción que os inspira esta solemnidad. Si después de morir en la cruz, Cristo no hubiera resucitado y siguiera sometido nuevamente a nuestra existencia mortal y a las miserias de este mundo, para mí no habría cambiado de vida, sino retornado; no habría pasado a otra más perfecta, sino a la misma de antes. Pero si pasó realmente a una vida nueva nos invita también a nosotros a cambiar, nos espera en Galilea. Su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre, porque su vivir no es un vivir para la carne, sino para Dios.

Capítulo 15

1

     
  ¿Qué diremos a todo esto nosotros, que vaciamos del sentido de Pascua la sagrada Resurrección del Señor, porque no hacemos de ella un paso, sino un retorno? Estos días hemos llorado, y nos hemos entregado a la oración y a la compunción, a la sobriedad y abstinencia, para quedar libres y absueltos en este santo tiempo de cuaresma de las negligencias de todo el año. Hemos compartido los sufrimientos de Cristo, y nos hemos vinculado de nuevo a él por el bautismo de las lágrimas, de la penitencia y de la confesión.

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  Si hemos muerto al pecado, ¿cómo vamos a vivir todavía sujetos a él? Si hemos sentido dolor de nuestros defectos, ¿vamos a reincidir en ellos? ¿Seremos tan curiosos como antes? ¿Tan charlatanes, perezosos y negligentes? ¿Tan vanidosos, sospechosos, detractores e iracundos? ¿Tornaremos a los mismos vicios que tan sinceramente hemos llorado estos días? Ya me quité la túnica, ¿cómo voy a ponérmela de nuevo? Ya me lavé los pies, ¿cómo voy a mancharlos otra vez? Hermanos, eso no es cambiar de viva. Así no veremos a Cristo, ni es ése el camino que nos lleva a la salvación de Dios. Porque como sabemos todos, quien sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios.

Capítulo 16

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  Los amantes del mundo y enemigos de la cruz de Cristo llevan en balde el nombre de cristianos: suspiran toda la cuaresma por el día de Pascua, para entregarse desenfrenados al placer. De este modo una triste realidad anula el gozo pascual. Nos duele la injuria que se hace a esta solemnidad, porque se hace precisamente en ella. ¡Qué pena! La resurrección del Salvador se ha convertido en el tiempo propicio de pecar, en la cita para volver a caer. Vuelven las comilonas y borracheras, la obscenidad y el libertinaje; y se da vía libre a la concupiscencia. Como si Cristo hubiera resucitado para esto, y no para rehabilitarnos.

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   ¿Así honráis, miserables, al Cristo que aceptasteis? Antes de llegar le preparasteis hospedaje, confesando con lágrimas los pecados, mortificando el cuerpo y dando limosnas. Y ahora que ya lo tenéis con vosotros entregáis a los enemigos, y le obligáis a que se marche, porque tornáis a vuestros antiguos desenfrenos. ¿Pueden mezclarse la luz y las tinieblas? ¿Tiene algo que ver Cristo con la soberbia, la avaricia, la ambición, el odio entre hermanos, la lujuria o la fornicación? ¿Merece menos el que está presente que quien va a venir? ¿Pide menos santidad  vivir el espíritu de Pascua que el de Pasión? A vosotros os importa lo mismo una cosa que otra. Porque si hubierais compartido sus sufrimientos, compartiríais ahora su gloria; y si hubierais muerto con él, estaríais también resucitados.

Capítulo 17

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  Esta lamentable situación que impide la renovación espiritual, se debe a las costumbres seculares   a la desidia. Como dice el Apóstol, ésta es la razón de que  haya entre vosotros muchos enfermos y achacosos y de que hayan muerto tantos. Esta es la causa de tantas muertes como suceden por todas partes en nuestros días. Ya veis, transgresores, cómo os domina la ansiedad, no por ser transgresores, sino por aferraros a vuestro pecado y amontonar delitos. No os arrepentís, o lo hacéis con indolencia; ni evitáis los peligros de pecar, a pesar de que los conocéis por experiencia.

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   Como dice la Escritura: el enemigo os ha agarrotado los nervios secretos de los testículos. Mientras os comportéis así con los misterios de Cristo, no sois de Cristo, ni tendréis vida. Escuchad: si no coméis la carne y no bebéis la sangre del Hijo del hombre, no tendréis vida en vosotros. Si lo recibís indignamente, os tratáis vuestra condenación, porque no discernís el don sagrado  el Señor. Rebeldes, entrad  dentro de vosotros, y buscad al Señor con todo vuestro ser. Odiad el mal y arrepentíos, no sólo de palabra y con la lengua, sino con espíritu y verdad.

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  Pero a estos hombres no les pesa haber caído: siguen en el resbaladero; ni creen estar equivocados: no se dejan guiar por nadie. Ojalá dieran muestras de auténtica compunción, huyendo de las ocasiones y alejándose del peligro. En caso contrario temed la condena de ese día, que está establecido para que muchos caigan o se levanten. Si vivís totalmente ajenos a Cristo y desligados de él, si sois camaradas de Judas, en quien entró Satanás al comer el trozo de pan, estad ciertos que os condenará.

Capítulo 18

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  Pero nosotros no somos quién para juzgar a los de fuera. Lo hacemos únicamente porque también nosotros estuvimos en aquel fango, del cual fuimos arrancados por pura misericordia, y nos duele ver a estos hermanos nuestros todavía sumergidos en él. Dios quiera que nosotros estemos ya totalmente santificados y libres de esa miserable y sacrílega costumbre. Y que nuestra vida espiritual no decaiga ni se debilite al llegar el tiempo de la resurrección, sino que nos esforcemos en mejorar y superarnos. El que después de los rigores de la penitencia no vuelve a los consuelos humanos, sino que vive confiado en la misericordia divina y respira el fervor y gozo del Espíritu Santo; el que ya no se angustia con el recuerdo de los pecados pasados, sino que se deleita y se inflama con el recuerdo y deseo de los premios eternos, ése es el que resucita con Cristo, el que celebra la Pascua, el que corre a Galilea.

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  Vosotros, hermanos, si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; estad centrados arriba, no en la tierra, para que así como Cristo fue resucitado de la muerte por el poder del Padre, así también vosotros empecéis una vida nueva. Cambiad las alegrías y consuelos humanos por la compunción y tristeza que Dios quiere, para gozar de la devoción santa y espiritual. Nos la concederá aquel que pasó de este mundo al Padre, y nos llama a Galilea para manifestarse a nosotros. El es Dios por los siglos.

RESUMEN
La resurrección de Cristo significa, además de otras muchas cosas, el descalabro del poder establecido. No vale la pena aplastar a un hombre para que sobreviva una institución o una nación. El verdadero triunfo llega desde la humildad y no desde el poder. Hasta Pilatos era más benigno que los judíos de su época. Le pedían que se salvara, que bajara de la cruz, pero quien quiere salvar a los demás no necesita salvarse a si mismo. Y es que el poder, prometiendo la salvación individual, no apagará al que quiere ayudar a los débiles. Los cuatro extremos de la cruz significan: en lo más alto el amor, la obediencia a la derecha, la paciencia a la izquierda y en el suelo la humildad. Si hubiera bajado de la cruz, cómo íbamos a creer en Dios al ver que dejaba incompleta nuestra salvación. Antes de su resurrección estaban descritas otras resurrecciones, pero eran personas que volvían a estar destinados a morir. No así Cristo. Además Cristo se resucitó a sí mismo y eso no lo hizo nadie. Al tercer día apareció el hombre nuevo, primicia de los que duermen (veamos el parecido con el relato bíblico de Jonás). No permitamos a nadie que nos descuelgue de nuestra cruz particular, pues el plan divino es de tres días: dolor, descanso y gloria. Nuestro Señor es el León de Judá, la raíz, quien abrirá los siete sellos del Apocalipsis. El cordero lleno de mansedumbre y que es, a la vez, león. ¿Cuáles son esos siete sellos? Para San Bernardo son los que ocultaban la humanidad en su carne:
-El primero es el parto virginal.
-El segundo la debilidad natural.
-El tercero el sometimiento al rito de la circuncisión
-El cuarto la huída a Egipto para evitar ser reconocido como Hijo de Dios.
-El quinto las tentaciones en el desierto.
-El sexto la cruz.
-El séptimo el sepulcro.
Pero todos estos sellos no procedían de necesidad alguna sino de su benevolencia.
Resurrección significa paso y Galilea “cambiar de país”. Que la resurrección no constituya el retorno a la vuelta de pecado y que no retornemos al país donde no reina la salud del espíritu.