EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

viernes, 24 de julio de 2015

EN EL ANIVERSARIO DE SAN ANDRÉS: SOBRE LAS TRES CLASES DE BIENES

1. Hermanos míos, deberíamos tener una atención más constante y una solicitud más viva sobre nuestros pensamientos. Sobre los nuestros, insisto, a los que proveemos sin cesar de materia inagotable para meditar. día y noche se nos cantan y proclaman los textos de los profetas, evangelistas y apóstoles, que unas veces nos conminan con las penas del infierno y otras nos prometen la gloria del reino, ¿de dónde pues, nos vienen esos pensamientos tan vanos nocivos y obscenos? Nos atormentan de tal modo con la impureza o la arrogancia, la soberbia, la ambición o las demás pasiones, que apenas tenemos un momento de calma para entregarnos a una piadosa reflexión. Con razón se dice que las almas del purgatorio me rodean continuamente por parajes de fangos y lodo, y que se deleiten en vivir ahí con el pensamiento. ¿Hay de nosotros, por el sopor, tedio, de nuestro corazón preferimos enfrascarnos en esta vanidad vanidades en vez de lanzarnos inmediatamente a los bienes del Señor, sea éstos naturales, espirituales o eternos, los bienes naturales, sin duda, son grandes; pero los espirituales son aún mayores, y los eternos incomparables. Por los primeros nos sustentamos, con los otros nos educamos y con los últimos alcanzamos nuestra plenitud y felicidad. Si no puedes clavar el ojo de tu meditación en aquellos bienes sublimes eternos porque son inmutables e inacesibles, vuelva la vista a los bienes de la gracia, que se hayan en el ejercicio de las virtudes. Y comprenderás cuanta pureza de conciencia y cuanta libertad posee quien vive y se entrega a la castidad, la caridad, la paciencia, la humildad y las demás virtudes. Le hacen amable a los ojos de Dios apacible e imitable ante los hombres. Más si también estos son demasiado sublimes superarán tus fuerzas, baja tu mirada a los bienes naturales, que deben ser en ti tan familiares como tu mismo lo eres para ti. Los llamamos bienes de la naturaleza, no porque no procedan también de gracia, sino porque fueran, por así decir, plantados e injertados en la naturaleza antes de ocurrir el pecado, y que infectó la persona y la naturaleza. Desde aquella herida ya no están a nuestro alcance, aunque con otra razón en nuestra sensibilidad los percibimos muchas veces en nosotros y cerca de nosotros. Y como estamos hechos de alma y cuerpo, sigamos el consejo del Apóstol y comencemos por la parte animal, ésto es, por los bienes del cuerpo, para que no sea primero la espiritual, sino la animal.
2. Todos los bienes del cuerpo y lo único que debemos procurarles se resumen en la salud. Fuera de ésto nada más debemos darle ni buscarle; y dentro de estos límites debemos sujetarlos y disciplinarlos, ya que no dan ningún fruto y están destinados a la muerte. Aquí existe una trampa que no quiero que desconozcais. El deleite pone acechanzas a la salud, y lo hace con una malicia tan sutil que aquella apenas nos advierte ni lo impide. Ahora bien, servir el placer no a la salud, ya no es estar a nivel de la naturaleza, sino por debajo de ella; al dejarse guiar por el deleite colabora con la muerte. Por esta razón algunos descienden, mejor dicho, caen en arrebatos tan bestiales que prefieren el placer a la salud, se revuelcan continuamente en él, aunque saben que acarrea enfermedades agudísimas e incurables.
 Si lo propio del cuerpo es la salud, lo del corazón es la pureza. Un ojo turbado es incapaz de ver a Dios; y el corazón humano ha sido creado precisamente para contemplar a su Creador. Si la salud corporal nos exige tanta atención, mucho más debemos cuidar la pureza del corazón, convencidos de que esta es más digna que aquella. al hablar aquí de las purezas nos referimos a esa actitud pura y humilde de manifestar al Señor todas nuestras obras en la oración, y al hombre en la confesión: Dije, confesaré al señor mi culpa, y tú perdonaste la impiedad de mi pecado.
3. Y cuanto somos animales sociables, pasemos de nuestras realidades interiores a aquellas que nos rodean, para vivir en paz con todos los hombres, en la medida de lo posible y en cuanto está de nuestra parte. De hecho,la ley natural de toda sociedad consite en no hacer a los demás lo que no queremos que hagan a nosotros y procurar a ls demás lo que queremos para nosotros. según eso, a nuestro cuerpo le debemos dar la salud, al corazón la pureza y al hermano la paz.
 Pensemos también en las almas santas que volaron de la cárcel de esta mortalidad a los gozos celestes. Nuestro primer deber para con ellos es la imititación: eran débiles como nosotros y nos enseñaron el sendero de la vida, recorriéndolos infatigables hasta el final Y a aquellas otras que no vivieron con tanta santidad ni hicieron una penitencia tan completa les debemos compasión, por la solidadridad de nuestra misma naturaleza. Que el Padre bondadoso las limpie de toda escoria, cmabie sus penas eng gracias y las haga partícipes de los gozos de la viudad bienaventurada.
 Si los toros cuando encuentran otro toro muerto lloran, mugen y le rinden ese homenaje fraterno, movidos por una especie de humanismo, ¿què deerà hacer un hombre por su semejante, iluminado por la razón e impulsado por el afecto? En una palabra: debemos imitar a los santos y compadecernos de los que son menos santos; ser sensibles al ejmplo de unos y al gemido de los otros.
4. De los ángeles santos debemos implorar su auxilio desde lo más hondo del corazón y con abundantes lágrimas; que presenten nuestras súplicas a la majestad suprema y nos alcancen la gracia: son espíritus en servicio activo, enviados en nuestra ayuda para heredar la salvación.
 Y al Señor de todas las cosas pidámoles piedad: si su naturaleza es la bondad y sólo sabe compadecerse y perdonar, en lugar de fijarse en la multitud de nuestros pecados, nos perdone por su infinita misericordia. A él le debemos amor y sumisión en espíritu de reverencia y humildad. amor porque nos ha creado y nos ha colmado de beneficios; y sumisión porque es muy superior a nosotros y así nos lo manda él, el terrible en sus proezas en favor de los hombres. 
 Por lo tanto, al cuerpo le debemos la salud, al corazón la pureza, al hermano la paz, a los santos la imitación y a los difuntos la compasión. Del ángel debemos implorar auxilio y de Dios piedad. Todo esto lo debemos obtener y buscar en el arca de los bienes naturales. Y no olvidemos que después de cumplir lo que está mandado y permitido a nuestra naturaleza, somos unos siervos inútiles que hacemos lo que tenemos que hacer. Nunca o casi nunca reciben los hombres un precepto que supere los límites y posibilidades de la naturaleza Con estos bienes, como dije antes, nos renovamos y volvemos en cierto modo a nuestro primer estado, porque recobramos la bondad original de nuestra naturaleza y mantenemos la debida armoní con nosotros mismos, con los que están junto a nosotros y sobre nosotros. Todo esto se refiere a los bienes naturales. 
5. Los bienes espirituales por los que nos ejercitamos para tender a los eternos, son estos mismos-aunque vistos desde otra perspectiva-y otros muchos que sería muy prolijo enumerar. así, por ejemplo, en la disciplina espiritual no debemos buscar la salud del cuerpo, sino sumisión, mortificación y trabajo, según lo aconseja aquel hombre tan espiritual: Castigo mi cuerpo y lo someto a servidumbre.
 Tampoco a nuestro corazónle debemos únicamente la pureza antes citada, que nos lleva a confesar sencilla y humildemente los pecados. Debemos también vigilar de tal modo nuestras intenciones, pensamientos y obras, que nuestra vida sea fecunda y goce de buena reputación. que no fructifique para sí, sino para Dios; ni busque su propia gloria, sino la de su Padre, que está en los cielos.
 En este nuevo orden no nos contentamos con ofrecer la paz sólo a los hermanos, sino también constructores de paz con los que la odian; soportar a todos y no molestar a ninguno. Y a los difuntos no sólo les dedicamos nuestra compasión y oración, sino que también debemos alegrarnos con ellos apoyados en la esperanza. Los dolores que soportan en el purgatorio suscitan tristeza, sin duda alguna; pero con mayor razón debemos gozarnos de que muy pronto enjugará todas las lágrimas de sus ojos, y ya no habrá luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado. 
 Tampoco debemos únicamene imitar a los santos, ni pedir sólo el auxilio de los ángeles, sino desear también con todo su ardor su presencia, vivir con ellos y contemplar esas columnas del cielo que sostienen la tierra, y en los cuales brilla y se refleja la imagen excelsa e infinita de la divinidad. Y el Señor, finalmente, no le pidamos únicamente misericordia, sino dirijamos hacia él todos nuestros afectos. Hasta llegar a amarnos por él y contemplar la gloria que todo lo crea y lo conserva, y a la cual aspiran todas las criaturas racionales.
6.He aquí los senderos del ejercicio espiritual; en ellos se dilata y se deleita el espíritu religioso; olvidando lo que queda atrás y lanzado a lo que está delante, es decir, a lo eterno, corre hacia el premio de la vocación celeste. 
 ¿No pasó por encima de la naturaleza el Apóstol San andrés, cuya fiesta hoy celebramos? escuchadle: Oh cruz buena, tanto tiempo deseada y dispuesta ya para saciar el deseo de mi espíritu! ¡Yo me acerco a ti, seguro y lleno de gozo! Es la voz de un hombre enajenado, que ha sido elevado de los bienes de la naturaleza a los de la gracia. Por ello, no sólo se siente orgulloso con la speranza, sino también conlas tribulaciones; y sale contento del Consejo por haber merecido sufrir ultrajes por causa de Jesús. No sólo corre con paciencia, sino con gusto y lleno de entusiasmo; va al tormento como si fuera el mayor honor, y sufrir le parece gozar.
7. Los bienes eternos son aquellos bienes que ni ojo vio, ni oído oyó, y nunca desaparecen de aquella patria que sólo conoce el gozo y el júbilo. allí no falta nada: es la abunancia que colma todos los deseos humanos. ¿Cuál es esa abundancia en la cual no existe lo que no quieres, y está todo cuanto quieres? Haya paz en tus muros, dice el Profeta a Jerusalén, y abundancia en tus torreones. En esas torres que, según otro Profeta, están levantadas las piedras preciosas, Dios nos saciará con la flor de harina y no ya con la corteza del sacramento. 
 Más nuestra gloria no sería total si tuviéramos todo, pero hubiera algo que se nos ocultara. No, nada estará oculto: la sabiduría saciará la curiosidad humana. ¡Oh Sabiduría, en la cual conoceremos perfectísimamente todo lo que existe en el cielo y en la tierra, porque beberemos en la fuente misma de la sabiduría el conocimiento de todas las cosas! Ya no temeré las sospechas ni las intrigas; aquella ciudad, me dice Juan, es como un vidrio trasparente; si a través del cristal vemos clarisímamente, también veremos con toda nitidez las conciencias ajenas.
 Pero ¿de qué vale tener y conocer todo, si existe el temor y la angustia de perderlo? No, no hay por qué temer; existe una potencia capaz de fortalecer la debilidad humana: ha puesto paz en tus fronteras y ha reforzado los cerrojos de tus puertas, de tal modo que ningún enemigo podrá entrar allí, ni amigo alguno podrá salir. Donde reina la abundancia plena, la sabiduría perfecta y el poder absoluto, creo que nada falta  a la plenitud de la felicidad, a la dicha suprema del hombre.
 Tales son los bienes de la naturaleza, de la gracia y de la gloria: la salud, la virtud y la eternidad. Meditemos y rumiémoslos, hermanos, y fieles al precepto de la Ley no cesemos nunca de rumiar, pues eso es vivir y en eso consiste la vida de nuestro espíritu. De esta manera la meditación santa nos conservará y podremos decir como alquel santo: El meditar de mi corazón esté siempre en tu presencia, Señor, roca mía y redentor mío.
RESUMEN
Nos asaltan todo tipo de pensamientos. Si no podemos recrearnos en los más sublimies, debemos hacerlo en el ejercicio de las virtudes. Si tampoco podemos ejercitar éstas, nos queda deleitarnos con la naturaleza beatífica de las cosas simples creadas a nuestro alrededor. 
 No debemos confundir el placer con la salud pues muchas veces son cosas contrarias. La pureza del corazón es más importante que la salud. Esa pureza se refiere a la oración continua.
 La propia ley natural nos impulsa a desear a los otros lo que deseamos para nosotros mismos y a sentir compasión. La razón, adicionalmente, nos ayuda a sentir los que otros padecen. A nuestro cuerpo le debemos la salud, al corazón la pureza y al hermano la paz, a los santos la imitación y a los difuntos la compasión. Del ángel debemos implorar auxilio y de Dios piedad. Todo esto lo debemos obtener y buscar en el arca de los bienes naturales.
 La vida espiritual se desarrolla en distintos ámbitos aunque el objetivo final es contemplar la gloria del creador con todos nuestros afectos. Por todo eso el apóstol San Andrés va al tormento lleno de gozo. Debemos desear y paladear esa plenitud y eternidad, degustar su sabor como si masticáramos una y otra vez ese manjar espiritual que nos llenará sin medida.


EN LA VIGILIA DE SAN ANDRÉS, APÓSTOL



El ayuno es una buena preparación para las fiestas de los Santos
1. La autoridad de los Padres ha establecido que a las fiestas más solemnes de los santos les preceda un día consagrado al ayuno. Es una práctica muy provechosa y prudente si se hace conscientemente. Día a día caemos en el pecado y fallamos muchas veces. Y no está bien celebrar las festividades sagradas, sobre todo las más solemnes, sin purificarnos previamente con la abstinencia, e intentar ser un poco más dignos y capaces de los gozos espirituales. El justo siempre que toma la palabra se acusa a sí mismo, y antes de ensalzar a los demás reconoce sus propias faltas. Si tiembla el justo y se juzga a sí mismo antes que llegue el juicio implacable del Señor, ¿qué haremos nosotros, que pasamos la vida sin juzgar ni enterrar nuestros pecados? Sería terrible que se hicieran públicos antes de ese juicio.
 Si el justo cuando ensalza a los santos siente pudor y vergüenza, ¿cuánto más temerá el pecador, en cuya boca desdice la alabanza, aquellas otras sentencias: ¿Por qué recitas mis preceptos? Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? Dichosos, por lo tanto, los que se esfuerzan en conservar siempre intacta su túnica, es decir, el honor de su conciencia, y lucirla en toda su hermosura. Mas como son muy pocos los que guardan con tanta diligencia su corazón y son muchos menos aún los que lo conservan en perfecta santidad, debemos limpiar continuamente con la abstinencia las manchas que contraemos, sobre todo antes de celebrar una gran solemnidad.
2. La práctica del ayuno no es sólo una preparación para la próxima festividad; también es una magnífica instrucción y catequesis. Efectivamente, ahí aprendemos el verdadero camino de la fiesta eterna. El sentido último de anticipar los ayunos a las fiestas está aquí: Debemos soportar muchas contrariedades antes de entrar en el Reino de Dios. Por eso no merece disfrutar del gozo festivo quien no observa antes la abstinencia del gozo y descanso festivo. Todo el tiempo de esta vida penitente es una especie de vigilia de la gran solemnidad y del sábado eterno que aguardamos. Piensa que esa fiesta será eterna, y no se te hará demasiado larga la vigilia. Las fiestas de ahora duran un día y tienen otro de vigilia; en cambio, aquella otra fiesta es eterna y no se nos exige una vigilia eterna.
 Pero ¿a dónde nos arrastra el recuerdo gozoso de aquella felicidad? Ésta es, en efecto, la palabra más frecuente y apta que solemos aplicarle. Volvamos ya a nuestro tema.
3. El motivo del ayuno de hoy, y de la solemnidad y alegría que esperamos, es la pasión del apóstol San Andrés. Ya que no podemos ser crucificados con él, ayunemos un poco con él. Porque es indudable que los dos días que estuvo colgado de la cruz, no probó alimento. Unámonos, pues, de algún modo a su pasión. No estamos en el patíbulo, pero soportamos el ayuno. El Dios misericordioso nos hará compartir de ese modo su corona y acompañarle ahora en su gozo espiritual.
 ¿No vamos a llenarnos de gozo con la memoria de su triunfo, si sabemos que él mismo se regocijó tan profundamente en el tormento? Si la cruz rezuma gozo, mucho más alegre será la fiesta. Para nosotros festivo equivale a alegre, y cruz es sinónimo de tortura. El mundo entero debe festejar alborozado un milagro tan inaudito, y una obra tan portentosa de la energía divina. Andrés era un hombre como nosotros, pero cuando vio el patíbulo que le tenían preparado, sintió unas ansias locas de abrazarse a la cruz, y le embargó un gozo incomprensible.
 He aquí sus exclamaciones: "¡Salve, cruz, tanto tiempo deseada y finalmente preparada para mí, que suspiro por ti! Yo te abrazo sereno y gozoso; regocíjate también tú al abrazarte conmigo". ¿No veis: que no cabe en sí por lo grande de su gozo? "Regocíjate también tu". ¿Es posible una alegría mayor que ver radiante a la cruz, y convertirse en puro gozo? ¿Qué es más anormal, más irracional y sobrenatural: ver a un crucificado radiante de gozo o contemplar cómo se alegra una cruz? Ésta carece por naturaleza del sentido de la alegría, y aquél, por muy fuerte que sea, agota su fuente de alegría y se convierte en un grito de dolor.
 Escuchad: "Estoy enamorado de ti, y ardo en deseos de abrazarte". Hermanos, esto no es una lengua que habla, es un fuego abrazador. Para ser más exactos, es una lengua de fuego. Son unas brasas ardientes que Cristo ha arrojado del cielo a sus huesos. ¡Ojalá sean para nosotros unos carbones abrasadores que consuman y purifiquen todos nuestros afectos carnales. ¿Qué centellas son éstas? ¿Qué fuego interior las consume?
4. Sin duda, bienaventurado Andrés, tu fe es un grano de mostaza, y en cuanto lo tocó el almirez, irradió un sabor irresistible. ¿Qué fuerza si le hubiera triturado un poco más? No hay espíritu capaz de tolerar semejante fuego, ni oído que soporte tales palabras. Cuando Egeas se ceñía a simples amenazas, ese grano parecía una insignificancia. Solía decir: "El Señor me ha enviado a este país y le ha conquistado un gran pueblo". Se acerca, en cambio, el almirez de la conminación y exhala un sabor más acre; sus palabras son más tajantes; Egeas cree que se va a amilanar al condenarle a la cruz. Todo lo contrario: el eco de esta palabra le enardece, y exclama a voz en grito: "Si me asustara el patíbulo de la cruz, no hubiera pregonado su gloria".
 Y cuando contempla ya el madero escogido para él, es una pura llama que se deshace en aplausos y alabanzas a su amada. La saluda con elegancia, la mira enternecido, la enarbola orgulloso y exclama enardecido en un torrente de afectos y de palabras: "¡Salve, cruz la más hermosa, cuya belleza y pulcritud te donaron los miembros del Señor! ¡Salve, cruz santificada en el cuerpo de Cristo y engalanada con las perlas de sus miembros!"
 Razón tienen los siervos de la cruz al venerar de tal modo a este enamorado de la cruz. Pero merece una devoción muy particular de quienes han prometido llevar la cruz. Hermanos, os hablo y me refiero a vosotros, que no os hicísteis sordos a aquella trompeta evangélica: Quien no carga con su cruz y se viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío. Volcad, pues, toda vuestra capacidad espiritual en esta solemnidad y celebradla con un corazón magnánimo. El que se decida a cavar y buscar con empeño encontrará un inmenso tesoro de paz y de sabiduría.
RESUMEN
Es bueno ayunar antes de las grandes fiestas para, así, resaltar su valor. Además San Andrés ayunó los dos días que permaneció en la cruz. 
 La relación de San Andrés y la cruz es de amor, pues quien no cargue con su cruz no puede ser discípulo de Cristo. Significaba la fusión con nuestro Señor en una llama de puro amor.

sábado, 4 de julio de 2015

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO (CAPÍTULOS XI-XIV)



CONSIDERACIONES DEL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO XI

Capítulo 11

Dime, si puedes, a cuál de estas tres virtudes le asignarías especialmente este término medio. ¿No crees que es tan propio de las tres, que parece ser exclusivo de cada una? Se diría que en ese término medio, sin más, consiste toda la virtud. Pero entonces no habría diversidad de virtudes, pues todas se reducirían a una. No. Lo que pasa es que no puede darse una virtud que carezca de este término medio, que es el íntimo dinamismo y el meollo de todas las virtudes. A él revierten tan estrechamente, que es como si todas pareciesen una única virtud; no porque lo compartan repartiéndoselo, sino porque cada una -prescindiendo de las demás- lo posee por entero. 
Por poner un ejemplo: ¿no es la moderación lo más típico de la justicia? Si algo se le escapase de su control sería incapaz de dar a cada cual todo lo  que le corresponde, tal como lo exige la misma naturaleza de  a justicia. Y a su vez, ¿no se llama la templanza así por excluir todo lo que no sea moderado? Lo mismo sucede con la fortaleza. Precisamente lo propio de esta virtud es salvarle a la templanza de los vicios que le asaltan por todas panes a fin de sofocarla, defendiéndola con todas sus fuerzas hasta fortificarla, como sólida base del bien v asiento de todas las virtudes. Por tanto, justicia, fortaleza y templanza llevan en común como propio esa moderación del justo medio. 
Mas no por eso carecen de diferencia especifica. La justicia ama, la fortaleza ejecuta, la templanza modera el uso y posesión de lo que se tiene. Nos queda por demostrar cómo participa de esta comunión la virtud de a prudencia. Es ella precisamente la  primera en descubrir y reconocer ese justo medio, pospuesto durante tanto tiempo por negligencia del alma, aprisionado en lo más oculto por la envidia de los vicios y encubierto por las tinieblas de  olvido. Por esta razón, te aseguro que son muy pocos los que la descubren, porque son muy pocos quienes la poseen. 
La justicia busca, por tanto, el justo medio. La prudencia lo encuentra, )a fortaleza lo defiende y la templanza lo posee. Mas no era mi intención tratar aquí de las virtudes. Si me he extendido en ello, ha sido para exhortarte a que te entregues a la consideración, pues así descubrimos estas cosas y obras semejantes. Perdería su vida inútilmente el que jamás se ocupara en este santo ocio, tan religioso y tan benéfico.

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO: CAPÍTULO XII

Capítulo 12

 

LA MALDAD DE NUESTRA EPOCA


¿Qué sucedería si de repente te rindieras de plano a esta filosofía? Desde luego, tus predecesores no lo hicieron. A muchos les resultaría molesto. Seria como si te desviases inesperadamente de las huellas de tus padres e insultases su recuerdo. Te aplicarían aquel proverbio: Haz lo que nadie hace y todos se fijarán en ti, como si pretendieses ser admirado. Claro que no podrías corregir todos los errores ni moderar todos los excesos inmediatamente. Pero, con el tiempo y el tino que Dios te concedió, lo conseguirás lentamente si buscas las oportunidades. Siempre te será factible sacar partido de un mal del que tú no eres responsable. 
Si tomamos ejemplo de los buenos, y no son precisamente los más recientes, encontraremos algunos sumos pontífices que fueron capaces de encontrar para sí espacios para el ocio santo, aunque estaban inmersos en los asuntos más delicados. Era inminente el asedio de la Urbe y la espada de los bárbaros se cernía sobre el cuello de sus habitantes. Y no se encogió el santo papa Gregorio, que no interrumpió su contemplación ni la redacción de sus sabios comentarios. Justamente en esas circunstancias, como se desprende del prólogo, redactó con exquisita elegancia y plena dedicación la última parte de su tratado sobre Ezequiel, la más misteriosa de todas.

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO XIII

Capítulo 13 


De acuerdo. Es cierto  que han echado raíces otras formas de vida y que han cambiado radicalmente los tiempos y los hombres. No es que nos amenacen nuevos peligros, porque ya son una realidad presente. El fraude, el engaño y la violencia se han apoderado de la tierra. Campean los calumniadores, apenas nadie defiende la verdad, por todas partes los más fuertes oprimen a los más débiles. No podemos desentendernos de los oprimidos, ni negarles la justicia a los que sufren vejación. ¿Y cómo va a ser posible hacerles justicia, si se encarpetan las causas y no se escucha a las partes litigantes? 
LOS ABOGADOS 
Sí; deben tramitarse las causas. Pero como es debido. Porque resulta detestable cómo se encauzan habitualmente los litigios; algo indigno, no digamos ya de los tribunales de la Iglesia, sino hasta de los civiles. Me pasma cómo pueden escuchar tus piadosos oídos unas argumentaciones y contrarréplicas de los abogados, que sirven más para destruir la verdad que para esclarecerla. 
Corrige la depravación, cierra los labios lisonjeros y corta la lengua que propala mentiras. Porque afilan su elocuencia para servir al engaño y argüir contra la justicia, como maestros que impugnan la verdad. Dan lecciones a quienes deberían instruirles y no se basan en la evidencia, sino en sus invenciones. Calumnian ellos mismos al inocente. Desbaratan la simplicidad de la misma verdad. Obstruyen el camino de la justicia. 
Nada puede esclarecer tan fácilmente la verdad como una exposición precisa y nítida. Quiero que te habitúes a decidir con brevedad e interés todas las causas que inevitablemente han de ser vistas por ti, que no tienen por qué ser todas. Y zanja toda dilación fraudulenta y falsa. Lleva tú personalmente las causas de las viudas, del pobre y del insolvente. Obras muchas podrías pasarlas a otros. Y las más de las veces no debes considerarlas ni dignas de audiencia. ¿para qué perder el tiempo en escuchar a gentes cuyos delitos ya se conocen antes del Juicio?


LOS AMBICIOSOS 


Es impresionante el descaro de algunos, que carecen de todo pudor, para llevar a los tribunales sus evidentes ansias de ambición, manifiesta a todas luces en sus pleitos. Llegan a la osadía de apelar a la conciencia pública, cuando bastaba la suya propia para quedar confundidos. No hubo quien humillase sus frentes altivas, y por eso se multiplicaron y se hicieron más soberbios aún. Lo  que no sé es cómo estos hombres corrompidos no temen ser descubiertos por los que son tan depravados como ellos. Y es que donde todos apestan, ninguno percibe su propio hedor. Por poner un ejemplo: ¿siente rubor alguno el avaro ante el avaro, el impúdico ante el impúdico, el lujurioso con el lujurioso? Pues lo mismo: la Iglesia está infestada de ambiciosos. Por eso ya no puede ni horrorizarse siquiera de las intrigas y apetencias de los ambiciosos. Exactamente igual que dentro de una guarida de ladrones, donde se contemplan con toda naturalidad los despojos de los caminantes.



CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO: CAPÍTULO XIV

Capítulo 14

Si eres discípulo de Cristo, deberías consumirte en celo y levantarte con toda tu autoridad contra semejante corrupción universal de la desvergüenza. Contempla al Maestro y escúchale: El que quiera servirme, que me siga. Y no predispone sus oídos para que le escuchen, sino que se hace un látigo para golpearlos. No pronuncia discursos ni los admite. No se sienta en el tribunal; sin más, los azota. Y no oculta el motivo: han convertido la casa de oración en una lonja de contrataciones. Haz tú lo mismo. Huyan avergonzados de tu presencia esos traficantes. Y cuando no sea posible, que al menos le teman; tú también tienes tu azote. Tiemblen los banqueros que confían en el oro, porque nada pueden esperar de ti; que escondan su dinero de tu vista, pues saben que prefieres tirarlo antes que recibirlo.  
Si obras así, con tenacidad y empeño, ganarás a muchos, consiguiendo que trabajen para vivir valiéndose de medios más honestos que el lucro infame; y los demás ni se atreverán a concebir semejantes negocios. 
Por añadidura, podrás disponer mejor de tus tiempos de ocio, como antes te lo indicaba. Porque así encontrarás muchos momentos libres para dedicarlos a la consideración. Y obrarías con toda honestidad, si fueras capaz de no conceder siquiera audiencias para asuntos de pleitos, remitiéndolos a otras personas y resolviendo los que juzgues dignos de tu intervención con un informe previo que sea breve, fiel y apropiado a la causa. 
Te hablaba de la consideración; y pienso extenderme más, aunque lo haré en otro libro, para acabar ya con éste, no sea que te resulte doblemente pesado por su excesiva tensión y por la aspereza de mi estilo.