EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

sábado, 1 de septiembre de 2012

SERMÓN XVIII SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: LAS DOS OPERACIONES DEL ESPÍRITU SANTO, QUE SON LA INFUSIÓN Y LA EFUSIÓN




                                 
SERMÓN 18 DEL CANTAR DE LOS CANTARES

 1. Tu nombre es bálsamo derramado. ¿Qué quiere descubrir claramente en nosotros el Espíritu Santo con estas palabras? Sin duda lo que en esta vida nos ocurre: esa experiencia de su doble manera de actuar en nuestro interior. Por la primera robustece en nosotros las virtudes que nos salvan; por la segunda nos reviste externamente de dones para servir a los demás. Lo primero lo recibimos para nosotros, lo segundo para los nuestros. Por ejemplo, la gracia, la fe, la esperanza y el amor son para nosotros; sin esto no podemos salvarnos. Las palabras oportunas y sabias, el don de curaciones, el carisma de profecía y otros semejantes, de los que podemos carecer sin riesgo de nuestra propia salvación, se nos conceden sin duda para la salvación de los hermanos.
 A estas intervenciones del Espíritu que experimentamos en nosotros mismos y en los demás, las llamaremos, si os place, infusión y efusión; términos que expresan mejor sus efectos. ¿Y a cuál de los dos se aplica más adecuadamente esta frase: Tu nombre es bálsamo derramado? ¿No será la efusión? Si se refiriese a la infusión, más bien habría dicho "infundido", no "derramado". Precisamente por el exquisito perfume que exhala su pecho, exclama la esposa: Tu nombre es bálsamo derramado, calificando como fragante el nombre del esposo, semejante al aroma derramado sobre los pechos. Asimismo, a quien se sienta como perfumado por los dones y gracias para derramarlos sobre otros, sele puede decir también: Tu nombre, es bálsamo derramado.
2. Pero hay que guardarse mucho de dar lo que hemos recibido para nosotros, o de reservarnos lo que se nos ha dado para distribuirlo. Te guardarías para ti lo que es del prójimo si, lleno de virtudes y dones de sabiduría y de palabra, por timidez quizá o desidia, o or una humildad sin discernimiento, con un silencio estéril y censurable, encadenases la palabra de edificación; serías maldito por acaparar el pan del pueblo. Y a la inversa: desperdigarías y echarías a perder lo tuyo, si antes de colmarte tú plenamente, lleno a medias, te apresuras a derramarte.Equivaldría a incumplir la ley, arando con el primogénito de tus vacas o esquilando la primicia de sus ovejas. Porque te privas de la vida y salvación que das a oro, si vacío de buena intención, te hinchas con el soplo de la vanagloria o te envenenas con la ponzoña del egoísmo terrreno, para destrozarte en el tumor letal.
3.Si eres sensato, preferirás ser concha y no canal; éste según recibe el agua la deja correr. La concha no: espera a llenarse y, sin menoscabo propio, rebosa lo que le sobra, consciente de que caerá la maldición sobre el que malgaste lo que le ha correspondido. No desprecies mi consejo y escucha a Salomón, más abio que yo: El necio vacía de una vez todo su espíritu, pero el sensato guarda algo para más tarde. Hoy nos sobran canales en la Iglesia y tenemos poquísimas conchas. Parece ser tan grande la caridad ded quienes vierten sobre nosotros las aguas del cielo, que prefieren derramarlas sin embeberse de ellas,  dispuestos más a hablar que a escuchar, y a enseñar lo que no aprendieron. Se desviven por regir a los demás y no saben controlarse a sí mismos.
 Yo creo que no se puede anteponer ningún otro criterio de servicio ante la salvación, sino el propuesto por el Sabio: Apiádate de tu alma procurando agradar a Dios. Si no tengo más que un poco de bálsamo para ungirme, ¿crees que debo dártelo y quedarme sin nada? Lo guardo para mí y no lo presto hasta que me lo mande el Profeta. Si me lo piden una y otra vez quienes me consideran mejor de lo que soy por mis aparienias o por lo que oyen de mí, les responderé: Por si acaso no hay bastante para todos, mejor será que os vayáis a comprarlo. Me replicarás: El amor no busca lo suyo. ¿Sabes por qué? No busca lo suyo, sencillamente porque lo posee. ¿Quién busca lo que ya tiene? El amor siempre disfruta de lo que es suyo, es decir, posee y le sobra lo necesario para su propia salvación. Desea que le sobre para sí mismo, con el fin de que llegue para todos; guarda para sí todo lo que necesita, para que a nadie le falte. Si el amor no estuviera lleno no sería perfecto.
4. Por lo demás, hermano, tú que aún no tienes muy segura tu propia salvación, tú que aún no posees la caridad, o es tan flexible y frágil como caña sacudida por el viento, porque da fe a toda inspiración, zarandeada por cualquier ventolera de doctrina; tú que te entregas a una caridad tan sublime que sobrepasa la ley, amando a tu prójimo más que a ti mismo; mas por otra parte, la diluye cualquier favor, decae ante cualquier temor, la turba la tristeza, la contrae la avaricia y la dilata la ambición, la angustian las sospechas, la atormentan las injurias, la consumen los afanes, la engríen los honores, la derriten las envidias. A ti que experimentas todo esto dentro de ti mismo, a ti te pregunto: ¿qué clase de locura te domina para ambicionar o admitir la dedicación a los demás?
 Escucha más bien este consejo de la caridad cauta y precavida: No se trata de aliviar a otros pasando estrechez, sino como exigencia de la igualdad. No te pases en tu afán de ser justo. Basta que ames al prójimo como a ti mismo. Eso es lo que exige la igualdad. Dice David: Que se sacie mi alma como de enjundia y de manteca, y mis labios te alabarán jubilosos. Deseaba recibir primero y luego difundirlo; y no solo recibir sino llenarse, para eructar de su plenitud y no espirar vaciedad. Ciertamente, pues lo que para otros podría ser un alivio, para él sería su tormento; y desinteresadamente, imitando a aquel de cuya plenitud todos hemos recibido.
 Aprende tú también a derramar sólo de tu plenitud; no pretendas dar más que el mismo Dios. La concha debe imitar al manantial, que no fluye por el arroyuelo, ni llega hasta el lago, hasta que no se colma de agua. No tiene por qué avergonzarse de no ser más profusa que la fuente. Al fin, el que es la Fuente viva, lleno en sí mismo y de sí mismo, ¿no brota y fluye primero por lo más secreto de los cielos, para inundarlos con su bondad? Después, colmados los cielos más encumbrados y profundos, llega hasta la tierra, desbordándose para salvar a hombres y animales con su inapreciable misericordia. Primeramente llenó lo más inmediato, y rebosando toda su gran bondad apareció en la tierra, la regó y la enriqueció sin medida. Anda y haz tu lo mismo. Llénate previamente y luego tratarás de comunicarlo. El amor entrañable y prudente es siempre un manantial, no un torrente. Lo dice Salomón: Hijo mío, no lo dejes fluir. Y el Apóstol: Para no andar a la deriva, debemos conservar mejor lo que hemos escuchado. ¿Es que eres tú más sabio que Salomón y más santo que Pablo? Porque yo tampoco puedo enriquecerme con lo tuyo, si estás tú agotado. Si contigo mismo eres malo, ¿con quién serás bueno? Si puedes, dame algo de lo que te sobra; de lo contrario, resérvatelo.
5. Más escuchad ya qué cosas y hasta dónde son necesarias para nuestra propia salvación, de qué y hasta dónde hemos de llenarnos, antes de tener  el  valor de derramarlo. Lo resumiré cuando pueda, porque la hora avanza y urge acabar este sermón. El médico se acerca al herido; el espíritu al alma. ¿Habrá alguien a quien no le encuentre herido por la espada del diablo, aun después de curada su herida del primer pecado con la medicina del bautismo? A esa alma que exclama: Mis llagas están podridas y supuran a causa de mi insensatez, ¿qué es lo que más le urge cuando llega el espíritu? Que le extirpe el tumor o le cierre la úlcera que quizá se le formó en la herida y está minando su salud. Que le ampute la úlcera de la vetusta costumbre con el hierro penetrante de la compunción. Será dolorosísimo; pero le aliviará el ungüento de la devoción, que es el gozo engendrado por la esperanza del perdón. Esta engendra el control de la continencia y la victoria sobre el pecado.
 Ya puede cantar agradecido:  Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza. Aplica después la medicina de la penitencia, con las cataplasmas de los ayunos, las vigilias y la oración y otros ejercicios de penitencia. Mas por su debilidad necesita una sobrealimentación de las buenas obras, para que no desfallezca. Así te lo indica el que dijo: Para mí es alimento cumplir el designio de mi Padre. Vayan, pues, unidos los sufrimientos e la penitencia y el consuelo de las obras de piedad. El que hace limosna presenta al Altísimo una buena ofrenda.
 La comida da sed y hay que beber algo. Añádase la bebida de la oración al alimento de las buenas obras; así el estómago de la conciencia digerirá bien las buenas acciones y agradarán a Dios. La oración es el vino que alegra el corazón del hombre; ese vino es el Espíritu que embriaga hasta relegar al olvido los deleites carnales. Empapa el interior de la conciencia reseca; ayuda a digerir las buenas obas y distribuye su fuerza entre los diversos miembros del alma: robustece la fe, conforta la esperanza, vitaliza y equilibra la caridad, y vigoriza las costumbres.
6.Después de comer y beber, ¿qué le queda por hacer al enfermo sino descansar, entregándose a la paz de la contemplación tras el desgaste de la acción? Dormido en la contemplación, sueña con Dios confusamente y como en un espejo, más aún no le ve cara a cara. Sólo lo vislumba, no lo palpa, y momentáneamente, como brillo de una chispa fugaz. Pero apenas tocado levemente, se inflama en el amor y exclama:  Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti. Es un amor celoso; el que corresponde al amigo del esposo y consume necesariamente al siervo fiel y solícito, puesto por el Señor al frente de su familia. Es un amor que lo invade, lo inflama, hierve y bulle en su interior; seguro ya, lo deja correr arrollador y dice:  ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mi me dé fiebre? Por eso predica, es fecundo, renueva los prodigios, repite los portentos: donde todo lo ocupa el amor, no hallará resonancia la vanidad. Porque si el amor es total, viene a ser la plenitud de la ley y del corazón. Dios es amor y nada creado puede colmar a la criatura hecha a imagen de Dios, sino Dios-Amor; sólo él es más grande que el amor.
 Es peligrosísimo designar para un cargo al que aún no haya llegado al amor, por muchas virtudes que parezca poseer. Ya puede penetrar todo secreto, ya puede dar en limosnas todo lo que tiene, ya puede dejarse quemar vivo: si no tiene amor está vacío. Hasta ese extremo debemos estar poseídos interiormente por el amor, antes de apresurarnos a volcar nuestra plenitud, no a entregar nuestra penuria. En consecuencia: lo primero debe ser la compunción, lo segundo la devoción, lo tercero el dolor de la penitencia, lo cuarto las obras de piedad, lo quinto la entrega a la oración, lo sexto el ocio de la contemplación, lo séptimo la plenitud del amor. Todo esto lo activa el mismo y único Espíritu, mediante esa manera suya de actuar que llamamos infusión. Entonces lo que hemos llamado efusión, se desprende sencillamente y sin riego alguno, para alabanza y gloria de nuestro Señor, Jesús, Cristo, que con el Padre y el mismo Espíritu Santo, vive y reina, y es dios por siempre eternamente. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
El Espíritu Santo actúa sobre nosotros mediante dos formas o mecanismos: la infusión y la efusión. Ambas formas son formas de actuar la gracia de Cristo y podemos decir que su nombre es como bálsamo derramado. La infusión sería comparable a una concha que se llena de una fuente. Y lo hace con la belleza y serenidad de un manantial. La efusión es transmitir, como un arroyo o un río que desparrama el agua santa por campos y paisajes. Siempre debemos preferir la infusión, ser concha, y que lo que rebosa de nuestro recipiente espiritual discurra por los distintos canales para uso de otros. Si no nos ocupamos de nosotros mismos –concha- difícilmente podremos compartir, sinceramente, las virtudes de la gracia. Cuando ese espíritu llega a nosotros actúa mediante la compunción, la reparación y otras formas de mantenimiento en la vida cristiana, pero es fundamental la oración que es como el vino y nos lleva hasta la vida contemplativa, primero atisbada fugazmente. Luego arraigada, firmemente, en nosotros.

Nota: del capitulo I del Cantar de los Cantares: "sí, el aroma de tus perfumes es exquisito, tu nombre es un perfume que se derrama"

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