1.Al terminar el sermón anterior os dije, y no me pesa repetirlo, cuánto deseo exhaléis esa sagrada unción que recoge los beneficios de Dios en la gozosa gratitud de la santa devoción. Esto es muy saludable; tanto porque alivia las penas de la vida presente, al volverse más tolerables cuando vivimos la alegría de la alabanza de Dios, cuanto porque nada anticipa tanto aquí en la tierra la paz de los conciudadanos del cielo como alabar a Dios con vivo entusiasmo. Así lo dice la Escritura: Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Pienso que a este perfume se refiere principalmente el Profeta cuando dice: Ved que dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza. Pero esto no guarda relación con el primer perfume. Aquél es bueno pero no agradable, pues el recuerdo de los pecados deja amargura y no engendra alegría. Además los que lloran sus pecados no viven juntos, ya que cada uno llora y deplora sus pecados personales. Más los que viven en acción de gracias, sólo miran a Dios que atrae toda su atención, y por eso conviven realmente entre sí. Su actitud es buena, porque toda la gloria se la dan al Señor, a quien corresponde en justicia, y además es muy agradable por el gozo que reporta.
2.Así pues, amigos míos, os exhorto a que intentéis salir del molesto y angustioso recuerdo de vuestros pecados y caminéis por las sendas más cómodas del recuerdo sereno de los beneficios de Dios. De este modo, contemplándole a él, os aliviaréis de vuestra propia confusión. Mi deseo es que experimentéis el consejo del santo Profeta, cuando dice: Sea el Señor tu delicia y él te dará lo que pide tu corazón. Ciertamente es necesario el dolor de los pecados, pero no continuo. Hay que variarlo con el recuerdo más agradable de la ternura divina, no sea que la tristeza endurezca el corazón y acabe en desesperación. Añadamos algo de miel al ajenjo; la amargura será saludable y redundará en salvación sólo cuando pueda beberse suavizada con la dulzura introducida.
Escucha finalmente a Dios: él mitiga el sinsabor del corazón quebrantado, sacando al abatido del abismo de la desesperación, consolando al afligido con la miel de sus promesas y animando al desalentado. Lo dice por el Profeta: Moderaré tus labios con mi alabanza para no aniquilarte. Es decir: “Para que no caigas en una tristeza extrema al contemplar tus maldades, para que desesperado no caigas como si te arrojara un caballo desbocado, porque perecerías, yo te contengo con el bocado de la brida, saldrá al paso mi indulgencia, te reconfortaré con mis alabanzas. Tú que te ofuscas con tus males, sentirás alivio en mis bienes y descubrirás que es mayor mi benignidad que todas tus culpas.
Si Caín hubiese sido detenido con ese freno nunca habría dicho en su desesperación: Mi culpa es muy grave y no merezco el perdón. No, de ningún modo. Es mayor su ternura que cualquier iniquidad. Por eso el justo no se acusa incesantemente; sólo cuando comienza a hablar. E incluso al terminar concluye alabando a Dios. Ved, efectivamente, qué orden sigue: He examinado mis caminos, para enderezar mis pies a tus preceptos. Encuentra primero el dolor de la contrición y de la desdicha de tus propios caminos, para gozar después en la senda de los preceptos de Dios, como si fuesen toda su riqueza.
Vosotros también, a ejemplo del justo, cuando os sintáis humillados, recordad igualmente la bondad del Señor. Así podéis leer en el libro de la Sabiduría: Creed que el Señor es bueno y buscadlo con un corazón sencillo. El recuerdo frecuente e incluso habitual de la generosidad de Dios induce fácilmente al espíritu a pensar así. De otra manera, no sería posible cumplir lo que dice el Apóstol: Dad gracias en toda circunstancia, si se ausentasen del corazón los motivos de la gratitud. No quiera echaros a cuestas aquella afrenta de los judíos con que los acusa la Escritura: que olvidaron las obras de Dios y las maravillas que les había mostrado.
3.Pero jamás hombre alguno será capaz de traer a la memoria y recoger todos los bienes que el Señor piadoso y clemente derrama sin cesar sobre los mortales: ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Que al menos los redimidos nunca olvidemos su obra primordial y más sublime, la de nuestra redención. A este propósito trataré de inculcaros de manera especial, y lo más sucintamente que pueda, dos cosas que ahora se me ocurren, acordándome de aquella sentencia: Instruye al docto y será más docto.
Se trata del modo cómo realizó la redención y del fruto que con ella consiguió. ¿El modo? El anonadamiento de Dios. ¿El fruto? Nuestra divinización. Meditar en lo primero es sembrar la santa esperanza; en lo segundo, incitar el amor supremo. Necesitamos las dos cosas para avanzar en el espíritu: la esperanza sin amor sería servir por un salario; el amor se enfriaría si creyésemos que es infructuoso.
4.Nosotros esperamos de nuestro amor el fruto que nos prometió aquel a quien amamos: Una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. A mi entender, una medida sin medida.
Pero me gustaría saber de qué será esa medida, o mejor esa inmensidad que se nos promete: Jamás ojo vio un Dios fuera de ti que preparase tantas cosas para los que le aman. Tú que lo preparas, dinos qué nos preparas. Nosotros creemos y confiamos de verdad, tal como lo prometes, que nos saciaremos de los bienes de tu casa. Pero ¿cuáles son estos bienes? ¿Consistirán acaso en trigo, vino y aceite, oro y plata o piedras preciosas? Todo eso ya lo hemos conocido, lo hemos visto y lo vemos, pero lo desechamos. Buscamos lo que ni ojo vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado. Eso es lo que nos complace, lo que saboreamos y nos deleita buscar, sea lo que fuere. Todos serán discípulos de Dios y él será todo para todos. En definitiva, la plenitud que esperamos de Dios no será sino el mismo Dios.
5.¿Quién podrá vislumbrar toda la dulzura que encierran estas cuatro palabras: Dios será todo para todos? Prescindiendo del cuerpo, percibo claramente en el alma la razón, la voluntad y la memoria: las tres constituyen su esencia. Todo el que vive guiado por el espíritu, sabe cuánto les falta para ser completas y perfectas estas tres facultades, mientras vivimos en este mundo. ¿No será porque Dios no es todavía todo para todos? De aquí se deriva que la razón se engañe en sus juicios con tanta frecuencia, que la voluntad se vea sacudida por cuatro desórdenes, y que la memoria se desconcierte por muchos olvidos. La noble criatura se ve doblegada con este triple fracaso, no por gusto, aunque abriga una esperanza. Pues el que sacia de bienes todos los anhelos, será plenitud luminosa para la razón, torrente de paz para la voluntad, presencia eterna para la memoria. ¡Oh amor, verdad, eternidad! ¡Santa y feliz Trinidad! Por ti suspira desde su desgracia esta mi trinidad, desgraciada por su infeliz destierro lejos de ti. ¡Ay de mí! ¡Cómo hemos trastocado esta trinidad contra la tuya! Siento palpitar mi corazón, y me duele mi ser; me abandonan las fuerzas, y me estremezco; me falta hasta la luz de los ojos, y caigo en el horror. ¡Ay, trinidad de mi alma, te expatriaste al pecar y mira ahora tu gran desemejanza con la Trinidad!
6.¿Más por qué te acongojas, alma mía, por qué te turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo cuando se aleje de la razón el error, de la voluntad el sufrimiento, de la memoria todo temor, y les revele lo que esperamos: una maravillosa serenidad, una dulzura absoluta, una seguridad eterna. Lo primero será obra del Dios verdad, lo segundo del Dios amor y lo tercero del Dios omnipotencia.
Vosotros mismos sabéis asignar lo primero al Hijo, lo segundo al Espíritu Santo, lo tercero al Padre. Pero lo haréis sin sustraer nada de ello al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, de modo que la distinción de personas no menoscabe la plenitud, ni la perfección recaiga en detrimento de la propiedad. Considerad también si los que pertenecen a este mundo son capaces de experimentar algo semejante en los placeres de la carne, en los espectáculos mundanos y en las ostentaciones de Satanás; pues como dice Juan, así engaña esta vida a sus desgraciados secuaces: Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y jactancia de los bienes terrenos. Esto a propósito de los frutos de la redención.
7.Si recordáis el modo de llevarla a cabo, dijimos que fue el anonadamiento de Dios; y os recomiendo que consideréis otros tres aspectos. Aquel anonadamiento no fue algo trivial o insignificante; porque se vació de sí mismo hasta asumir la carne, la muerte, la cruz. ¿Quién ponderará suficientemente toda la humillación, la bondad y la condescendencia que supuso el hecho de que el Señor soberano se revistiera de la carne, fuera condenado a muerte e infamado con la cruz? Dirá alguno: ¿no pudo el Creador reparar su obra sin tanta complicación? Claro que pudo; pero prefirió su propia afrenta. Así le ahorraba al hombre toda ocasión de incurrir en el pésimo y abominable crimen de la ingratitud. Asumió muchos sufrimientos que le inducirían al hombre a un gran amor. Y las dificultades de la redención le incitarán a darle gracias, cuando la facilidad de su creación le inspirase una devoción muy poco agradecida.
¿Cómo reacciona el corazón ingrato ante su creación? “Sí; he sido creado por puro amor, pero sin trabajo alguno de mi creador. Sencillamente, lo mandó y salí creado como el resto de la creación. Es muy valiosa. ¿Pero qué dificultad entraña un favor que sólo cuesta pronunciar una palabra?” Así desvirtúa la impiedad del hombre este beneficio de la creación, para justificar su ingratitud. Pretexta excusas para sus pecados, cuando debía haber sido un gran motivo de amor. Pero quedó tapada la boca de los que hablan inicuamente.
Es obvio como la luz del día cuánto le costó, hombre, tu salvación: pasar de Señor a siervo, de rico a pobre, de Verbo a hombre, de Hijo de Dios a hijo del hombre. No olvides nunca que te creó de la nada, pero no te redimió de la nada. En seis días lo creó todo y a ti entre todo lo creado. Mas tu salvación la consumó a lo largo de treinta años en este mundo. ¡Cuánto sufrimiento hubo de soportar! A los dolores de su cuerpo y a las tentaciones del enemigo ¿no se añadieron y acumularon la ignominia de la cruz y el horror de la muerte? Forzosamente. Así, así salvaste, Señor, a hombres y animales, y así derrochaste tu misericordia.
8.Meditadlo y deteneos en ellos. Respire estos perfumes vuestro corazón, tanto tiempo ahogado con la fetidez del pecado, y gozad estos aromas tan delicados como saludables. Mas no creáis que poseéis ya aquella excelente fragancia tan elogiada de los pechos de la esposa. La premura por acabar enseguida este sermón me impide detenerme ahora en este tema. Retened en vuestra memoria lo dicho sobre los otros perfumes y probadlo en vuestra vida. Ayudadme con vuestra oración, para que pueda exponeros dignamente lo que convenga a las delicias de la esposa y fomente en vuestras almas el amor del Esposo, Jesucristo Señor nuestro.
RESUMEN
Vivir alabando a Dios alivia los problemas de cada día. Los pecados se purgan en la punción de la soledad. La alabanza nos permite vivir en comunidad. La contrición es el primer acto, pero no debemos excedernos en ella pues, en ese caso, conlleva la aniquilación. Debemos endulzarla con la alabanza. Incluso cuando sintamos la gratitud con menor intensidad, será el momento de dar gracias en toda circunstancia. Los bienes que recibimos son inmensos. Debemos meditar sobre el modo en que realizó nuestra redención. Lo hizo mediante el anonadamiento de Dios. También sobre el fruto que produjo: nuestra divinización. Ambas cosas son necesarias para avanzar en el espíritu. Buscamos bienes espirituales sin medida, muy diferentes a las joyas y los valores materiales al uso. La plenitud que esperamos de Dios será el mismo Dios. Nuestro objetivo es que Dios sea “todo para todos”. Percibimos el alma como formada por la razón, la voluntad y la memoria. Esta trinidad se aleja de la otra Trinidad cuando Dios no lo es todo para nosotros. La alabanza, en caso de perderla, volverá cuando alejemos de la razón el error (gracias al Hijo), de la voluntad el sufrimiento (gracias al Espíritu Santo) y de la memoria el temor (gracias al Padre aunque en realidad las tres Personas de la Trinidad intervienen plenamente sin mayor protagonismo de unos sobre otros). Estos dones que recibimos son muy superiores a los que proporciona el mundo en forma de placeres, espectáculos mundanos y ostentaciones de Satanás. El anonadamiento de Dios es el proceso por el que asume la carne, la muerte y la cruz. Podía haber actuado de otra manera pero quiso que el hombre evitara el sentimiento de ingratitud ante lo fácil. Vemos así las maravillas del perfume de la gratitud que es la fragancia de los pechos de la Esposa.
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