EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

jueves, 18 de junio de 2015

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: CAPÍTULOS VI-X


LIBRO PRIMERO PAPA EUGENIO: CAPÍTULO VI

 Capítulo 6


QUÉ ES LO QUE PARECE MAS PERFECTO


Escucha, además, lo que piensa al respecto el Apóstol: Así que, ¿no hay entre vosotros ningún entendido que pueda arbitrar entre dos hermanos? Y concluye: Lo digo para vergüenza vuestra. En los pleitos tomáis por jueces a esa gente que en la iglesia no pinta nada. Luego, según el Apóstol, usurpas para ti indignamente un oficio vil, una categoría de las más despreciables. Por eso el mismo Apóstol, instruyendo a otro apóstol, le decía: Nadie que trate de servir a Dios se enreda en asuntos mundanos. Pero yo soy más condescendiente contigo; no te exijo tanto, sino únicamente lo que en realidad está a tu alcance. 
Creo que, en estos tiempos, los hombres que litigan por los bienes materiales y que piden justicia, no tolerarían que les respondieses con una reacción parecida a la del Señor: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?. ¿Qué pensarían inmediatamente de ti? Dirían: Habla como si fuese un rudo ignorante que se olvida de que es el primado; deshonra su Sede suprema y la gloriosa dignidad apostólica. Sí, lo dirían; pero jamás podrían demostrar que apóstol alguno se haya constituido en juez de los hombres, especializado en pleitos sobre lindes o partición de herencias. Lo que sí he visto es que los apóstoles comparecieron para ser juzgados; pero nunca he podido comprobar que se hayan sentado para actuar como jueces. Eso lo harán un día que todavía no ha llegado. ¿o acaso el siervo se rebaja en su dignidad cuando no intenta ser mayor que su señor? No creo que desdiga del alumno no ser superior a su maestro, ni que sea indigno de un hijo no salirse de las prohibiciones que le impusieron sus padres. ¿Quién me constituyó juez? Lo dijo él, el Señor y el Maestro. ¿Puede ahora sentirse ofendido el siervo o el alumno que no se erige en juez universal? 
Tampoco creo que posea un buen criterio quien piense que es indigno de los apóstoles y de sus sucesores carecer de competencia para ser Jueces en toda clase de causas, cuando sólo recibieron potestad para las más trascendentales. ¿Por qué no puede no despreciar el rebajarse a juzgar los pleitos más miserables quienes un día juzgarán a los mismos ángeles del cielo? Tú tienes jurisdicción sobre los delitos, no sobre las posesiones; recibiste las llaves del reino de los cielos para cerrar sus puertas a los pecadores, no a los terratenientes. Para que sepáis -afirma- que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados... ¿Qué potestad y dignidad te parece mayor: la de perdonar los pecados o la de dirimir pleitos? No hay comparación posible. Ya hay jueces para esos asuntos tan ruines y terrenos: ahí están los príncipes y los reyes de este mundo. ¿Por qué te entrometes en competencias ajenas? ¿Cómo te atreves a poner tu hoz en la mies que no es tuya? No es porque tú seas indigno, sino porque es indigno de ti injerirte en causas semejantes, cuando debes ocuparte de realidades superiores. Y si alguna vez lo requiere así un caso especial, conviene que recuerdes no ya mi opinión personal, sino la del mismo Apóstol, que dice: Si vosotros vais a juzgar al mundo, seréis incapaces de juzgar esas otras causas más pequeñas.

SOBRE EL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO VII

Capítulo 7

Pero una cosa es caer incidentalmente en esas causas, cuando lo apremian razones de peso, y otra entregarse a ellas plenamente, como si se tratara de los asuntos más graves que requieren toda nuestra dedicación. Debería recordarte otras muchísimas razones, si tratara de exponerte todos los argumentos más convincentes, con los consejos más atinados y sinceros. Mas ¿para qué? Corren días malos y ya te he insistido suficientemente en que no te des del todo, ni siempre, a la acción, sino que te reserves para la consideración algo de ti mismo, de tu corazón y de tu tiempo. Y te lo digo pensando más en tu necesidad que en la equidad, aunque no es contra justicia ceder a lo necesario.  
NECESIDAD DE LA CONSIDERACIÓN 
Es lícito hacer lo que creemos más conveniente. Por tanto, de suyo, siempre y en toda ocasión, se debe preferir la piedad como un valor absoluto. Porque es útil para todo; así nos lo muestra indiscutiblemente nuestra razón. ¿Me preguntas qué es la piedad? Entregarse a la consideración. Tal vez me repliques que en esto disiento de quienes definen la piedad como el culto que se tributa a Dios. Pero no rechazo esta definición. Si lo piensas bien, la mía, al menos en parte, coincide totalmente con ella. Porque lo más esencial del culto a Dios es aquello que nos pide el salmo: Cesad de trabajar y ved  que yo soy Dios. ¿No consiste precisamente en esto la consideración? 
Además, viene a ser lo más útil para todo. Porque incluso sabe anticiparse en cierto modo a la misma acción, ordenando de antemano lo que se debe hacer mediante una eficaz previsión. Esto es fundamental. De lo contrario, cosas que podían haber sido previstas y consideradas con antelación ventajosamente, se llevan a cabo con mucho riesgo por hacerlas precipitadamente. Y no dudo que te haya ocurrido esto con frecuencia a ti mismo; repasa, si no, los procesos de los pleitos, los asuntos más importantes y las decisiones más comprometidas.  
Lo primero  que purifica la consideración es su propia fuente; es decir,el alma, de la cual nace. Además, controla los afectos, corrige los excesos, modera la conducta, ennoblece y ordena la vida y depara el conocimiento de lo humano y de los misterios divinos. Es la consideración la que pone orden en lo que está confuso; concilia lo incompatible, reúne lo disperso, penetra lo secreto, encuentra la verdad, sopesa las apariencias y sondea el fingimiento taimado. La consideración prevé lo que se debe hacer, recapacita sobre lo que se ha hecho; así no queda en el alma sedimento alguno de incorrección ni nada que deba ser corregido. Por la consideración se presiente la adversidad en el bienestar, tal como lo dicta la prudencia, y casi no se sienten los infortunios gracias a la fortaleza de ánimo que infunde.

SOBRE EL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO VIII




Debes advertir también la suavísima armonía, la conexión  que existe entre las virtudes y su mutua interdependencia. Ahora mismo acabas de contemplar a la prudencia como madre de la fortaleza. Y lo que no nace de la prudencia será una osadía de la temeridad, no un impulso de la fortaleza. Es también la prudencia quien, haciendo de mediadora entre lo voluptuoso y lo necesario, los mantiene dentro de sus propios límites; porque asigna y proporciona lo que basta para satisfacer las necesidades, pero corta todo exceso al deleite. Así nace una tercera virtud, a la que llamamos templanza. 
Y es precisamente la consideración quien nos permite descubrir la intemperancia, tanto si nos empeñamos en privarnos de lo necesario como en regalarnos con nuestros caprichos. Porque no consiste la templanza únicamente en abstenernos de lo superfluo, sino también en concedernos lo necesario. El Apóstol, además de secundar esta idea, es su propio autor, cuando nos dice  que cuidemos de nuestro cuerpo, pero sin darnos a sus bajos deseos. Al pedirnos que no andemos solícitos por la carne nos prohíbe apetecer lo superfluo; y al añadir: dando pábulo a los bajos deseos, no excluye que busquemos lo necesario. Por eso pienso que no será absurdo definir la templanza como la virtud que no se queda más acá ni va más allá de lo necesario, según aquello del filósofo: ne quid nimis.

TRATADO SOBRE EL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO IX

Capítulo 9

Pasando ya a la virtud de la justicia, una de las cuatro cardinales, sabemos que, antes de formarse en ella el espíritu, ya ha sido poseído previamente por la consideración. Porque es menester que primero se recoja en si mismo, para sacar de su interior esa norma de la justicia que consiste en no hacer a otro lo que no se desea  para sí y en no negar a los demás lo que uno quisiera que le  den. Sobre estos dos polos gira toda la virtud de la justicia. Pero ésta nunca va sola. 
LA MUTUA DEPENDENCIA DE LAS CUATRO VIRTUDES 
Examina ahora conmigo su hermosa conexión y coherencia con la templanza, y la que ambas tienen con las otras dos virtudes ya mencionadas: la prudencia y la fortaleza. Porque parte de la justicia es no hacer a los demás lo que no quisiéramos que nos hagan, y su perfección culmina en lo que nos dice el Señor: Todo lo que querríais que hicieran los demás por nosotros, hacedlo vosotros por ellos. Pero ni lo uno ni lo otro lo llevaremos a la práctica si la voluntad misma, en la que se fragua su forma, no va disponiéndose a rechazar lo superfluo y a prescindir de lo necesario con verdadero escrúpulo. Esta disposición es precisamente lo específico de la templanza. Incluso la misma justicia, si no quiere dejar de ser justa,  deberá ser regulada por la moderación de esa virtud. No exageres tu honradez, dice el sabio, a fin de indicarnos que nunca debemos dar por bueno el sentido de lo justo si no es moderado por el  freno de la templanza. Ni la misma sabiduría desdeña este control. Lo dice Pablo con el saber que Dios le dio: No sentir de sí más altamente de lo que conviene sentir, sino aspirando a un sobrio sentir. 
Y al revés. La templanza necesita igualmente de la justicia. Nos lo enseña el Señor en el Evangelio al condenar la templanza de los que sólo ayunaban para ostentar ante la gente su ayuno. Guardaban templanza en el comer, pero no eran justos en su corazón, porque no intentaban agradar a Dios, sino a los hombres. 
Finalmente, ¿cómo poseer esta virtud o la otra sin la fortaleza? Se necesita fortaleza, y no pequeña, para pretender reprimir y rechazarse a sí mismo rígidamente, sin quedarse corto ni pasarse, mientras la voluntad se mantiene en el término medio preciso, riguroso, único, invariable, en el centro mismo, netamente recortado. En esto consiste la fortaleza.

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO X


Capítulo 10



Dime, si puedes, a cuál de estas tres virtudes le asignarías especialmente este término medio. ¿No crees que es tan propio de las tres, que parece ser exclusivo de cada una? Se diría que en ese término medio, sin más, consiste toda la virtud. Pero entonces no habría diversidad de virtudes, pues todas se reducirían a una. No. Lo que pasa es que no puede darse una virtud que carezca de este término medio, que es el íntimo dinamismo y el meollo de todas las virtudes. A él revierten tan estrechamente, que es como si todas pareciesen una única virtud; no porque lo compartan repartiéndoselo, sino porque cada una -prescindiendo de las demás- lo posee por entero. 
Por poner un ejemplo: ¿no es la moderación lo más típico de la justicia? Si algo se le escapase de su control sería incapaz de dar a cada cual todo lo  que le corresponde, tal como lo exige la misma naturaleza de  la justicia. Y a su vez, ¿no se llama la templanza así por excluir todo lo que no sea moderado? Lo mismo sucede con la fortaleza. Precisamente lo propio de esta virtud es salvarle a la templanza de los vicios que le asaltan por todas panes a fin de sofocarla, defendiéndola con todas sus fuerzas hasta fortificarla, como sólida base del bien v asiento de todas las virtudes. Por tanto, justicia, fortaleza y templanza llevan en común como propio esa moderación del justo medio. 
Mas no por eso carecen de diferencia especifica. La justicia ama, la fortaleza ejecuta, la templanza modera el uso y posesión de lo que se tiene. Nos queda por demostrar cómo participa de esta comunión la virtud de a prudencia. Es ella precisamente la  primera en descubrir y reconocer ese justo medio, pospuesto durante tanto tiempo por negligencia del alma, aprisionado en lo más oculto por la envidia de los vicios y encubierto por las tinieblas de  olvido. Por esta razón, te aseguro que son muy pocos los que la descubren, porque son muy pocos quienes la poseen. 

La justicia busca, por tanto, el justo medio. La prudencia lo encuentra, la fortaleza lo defiende y la templanza lo posee. Mas no era mi intención tratar aquí de las virtudes. Si me he extendido en ello, ha sido para exhortarte a que te entregues a la consideración, pues así descubrimos estas cosas y obras semejantes. Perdería su vida inútilmente el que jamás se ocupara en este santo ocio, tan religioso y tan benéfico.

lunes, 8 de junio de 2015

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. PRÓLOGO Y LIBRO PRIMERO. CAPÍTULOS I AL V.

TRATADO DE LA CONSIDERACIÓN DEL PAPA EUGENIO: PRÓLOGO




TRATADO DE LA CONSIDERACIÓN


San Bernardo 



 PROLOGO


Irrumpe en mi interior, beatísimo papa Eugenio, un deseo incontenible de dictar algo que te edifique, te agrade y te consuele. Pero vacilo entre hacerlo o no, pues dudo que pueda salir de mí una exhortación que debería ser libre y al mismo tiempo moderada; ya que me hallo como envuelto en una lucha entre dos fuerzas contrarias, impulsado por mi amor y frenado por tu majestad. Mientras ésta me inhibe, el amor me apremia. 
Pero entra en lid tu condescendencia y no me lo mandas sencillamente, sino que te rebajas a pedírmelo, cuando te correspondía ordenármelo. ¿Cómo podrán resistirse más mis temores, si tu propia majestad es tan deferente conmigo? No me mediatiza que hayas sido elevado a la cátedra pontificia. El amor desconoce lo que es el señorío y reconoce al hijo aun bajo la tiara. Es sumiso por naturaleza, obedece espontáneamente, accede desinteresadamente, desiste generosamente. Aunque no todos son así, no todos; porque muchos se deban llevar de la codicia o del temor. Esos son los móviles de quienes en apariencia te alaban; sin embargo, en su corazón anida la maldad. Te adulan con sus reverencias y luego te abandonarían en la desgracia. En cambio, el amor nunca desaparecerá. 

Yo, a decir verdad, me encuentro liberado de mis servicios maternales contigo, pero no me han arrancado el afecto de madre. Hace mucho que te llevo en las entrañas y no es tan fácil que me arranquen un amor tan íntimo. Ya puedes subir a los cielos o bajar a los abismos, que no acertarás a separarte de mí; te seguiré a donde vayas. Amé al que era pobre en su espíritu; amaré al que ahora es padre de pobres y ricos. Llegué a conocerte bien y sé que no has dejado de ser pobre en el espíritu, aunque te hayan hecho el padre de los pobres. Confío que se haya realizado en ti ese cambio, pero no a tu costa; tu promoción no ha conseguido cambiar tu condición anterior, sino solamente sobreañadirse a ella. Te amonestaré, pues, no como un maestro, sino como una madre. Tal como le corresponde al que ama. Quizá parezca más bien una locura, pero lo será para el que no ama ni siente la fuerza del amor.

 

CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO ARTÍCULO PRIMERO



 LIBRO PRIMERO


CONDOLENCIA POR SUS OCUPACIONES

Capítulo 1


¿Por dónde comenzaría? Me decido a hacerlo por tus ocupaciones, pues son ellas las que más me mueven a condolerme contigo. Digo condolerme, en el caso de que a ti también te duelan. Si no es así, te diría que me apenan; pues no puede hablarse de condolencia cuando el otro no siente el mismo dolor. Por tanto, si te duelen, me conduelo; y si no, siento aún mayor pena, porque un miembro insensibilizado difícilmente podrá recuperarse; no hay enfermedad tan peligrosa como la de no sentirse enfermo. Pero ni se me ocurre pensar eso de ti.  
Sé con qué gusto saboreabas hasta hace muy poco las delicias de tu dulce soledad. Es imposible que ya no lamentes su pérdida tan reciente. Una herida aún fresca duele muchísimo. Y no es posible que se haya encallecido la tuya tan pronto, ni te creo capaz de haberte insensibilizado en tan poco tiempo. Todo lo contrario. A no ser que quieras ocultarlo, te sobran razones para sufrir justificadamente por las fatigas que te reserva cada día. Si no me engaño te arrancaron de los brazos de tu querida Raquel,  contra tu voluntad, y ese dolor has de revivirlo inevitablemente cuantas veces tienes que soportar las consecuencias. 
¡Cuándo te sucede eso? Siempre que intentas algo inútilmente sin poder llevarlo a cabo. ¡Cuántos esfuerzos sin éxito! ¡Cuántos dolores de parto sin dar a luz! ¡Cuántos afanes frustrados! ¡Cuántas cosas tienes que abandonar nada más comenzarlas! ¡Y cuántos planes caen por tierra nada más concebirlos Han llegado los hijos hasta el cuello del útero -dice el profeta- y no hay fuerza para alumbrarlos. ¿No lo has experimentado ya? Nadie lo sabe mejor que tú. Tendrían que haberse debilitado tus facultades mentales o deberías ser como la novilla de Efraín, que trillaba a gusto, si es que te has acomodado a tu situación sin recuperación alguna. Pero no; eso sería propio de quien ya se  ha rendido ante la reprobación. Te deseo sinceramente la paz, pero no una paz que nazca de tu conformismo. Sería muy alarmante para mi que gozarás de esa paz. ¿Te extrañaría que pudieses llegar a ese extremo? Te aseguro que es posible; ordinariamente la fuerza de la costumbre lleva a la despreocupación.




CONSIDERACIONES DEL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO SEGUNDO

Capítulo 2


En una palabra: es lo que siempre me temí de ti y lo temo ahora: que por haber diferido el remedio, por no poder soportar más el dolor, llegues, desesperado, a abandonarte al peligro de forma irremediable. Tengo miedo, te lo confieso, de que en medio de tus ocupaciones,  que son tantas, por no poder esperar  que lleguen nunca a su fin, acabes por endurecerte tú mismo y lentamente pierdas la sensibilidad de un dolor tan justificado y saludable. 
Sustráete de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras. ¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Y no me preguntes qué es esa dureza de corazón Si no te has estremecido ya, es que tu corazón ha llegado a ella. Corazón duro es simplemente aquel que no se espanta de sí mismo, porque ni lo advierte. No me hagas más preguntas. Díselo al faraón. Ningún corazón duro llegó jamás a salvarse, a no ser que Dios, en su misericordia --como dice el profeta-, lo convierta en un corazón de carne. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda con la compasión, ni se conmueve en  a oración. No cede ante las amenazas y se encrespa con los golpes. Es ingrato a los bienes que recibe, desconfiado de los consejos, cruel en sus juicios, cínico ante lo indecoroso, impávido entre los peligros, inhumano con los hombres, temerario para con lo divino. Todo lo echa a la espalda, nada le importa el presente. No teme el futuro. Es de corazón duro el hombre que del pasado sólo recuerda las injurias que le hicieron. No se aprovecha del presente y el futuro únicamente lo imagina para maquinar y organizar la venganza. En una palabra: es de corazón duro el que ni teme a Dios ni respeta al hombre. 
Hasta este extremo pueden llevarte esas malditas ocupaciones si, tal como empezaste, siguen absorbiéndote por entero sin reservarte nada para ti mismo. Pierdes el tiempo; y si me permites que sea para ti otro Jetró, te diría que te agotas en un trabajo insensato, con unas ocupaciones que no son sino tormento del espíritu, enervamiento del alma y pérdida de la gracia. El fruto de tantos afanes, ¿no se reducirá a puras telas de araña?

PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO III

                                      Capítulo 3




EL EXCESO Y POCA DIGNIDAD DE SUS OCUPACIONES




Yo te preguntaría: ¿Qué es eso de estar desde la mañana hasta la noche presidiendo juicios y escuchando a litigantes? Ojalá le bastara a cada día su malicia. Pero no; no te quedan libres ni las noches. Apenas has descansado un poco, para que tu pobre cuerpo se recupere algo, y ya tienes que levantarte de nuevo para acudir a los juicios. Un día le pasa a otro sus pleitos y la noche lega a la noche su maldad; y sin respiro alguno no sacas un momento para orar, ni para entreverar algo el trabajo con el descanso y menos todavía tienes un intervalo de ocio, aunque sea corto. Sé que tú también lo deploras, pero inútilmente, si no haces todo lo posible por remediarlo. Yo quisiera que al menos lo lamentes de momento, para que no te endurezca tan absorbente ocupación. Los herí y no han sentido dolor, dice Dios. ¡Qué no seas tú como ellos! Mira de identificarte más bien con lo que dice el justo y con sus sentimientos: ¿Qué fuerzas me quedan para resistir? ¿Qué destino espero para tener paciencia?. ¿soy tan resistente romo la piedra. ¿es acaso de bronce mi carne? 
Gran virtud, por cierto, la paciencia. Pero en este caso no me gustaría que   tuvieras tú. Hay ocasiones en que es preferible saber impacientarse. No creo que apruebes la paciencia a la que Pablo se refería: Con gusto soportáis a los insensato, vosotros que sois sensatos. Si no me equivoco, aquí hay clarísima ironía y no alabanza, mordaz reprensión de la mansedumbre de algunos que, entregándose a los falsos apóstoles y seducidos por ellos, toleran con falsa paciencia que les arrastren a sus extraños y depravados dogmas. Por eso añade: si alguien os esclaviza, se lo aguantáis. 
No consiste la paciencia en consentir que te degraden hasta la esclavitud, cuando puedes mantenerte libre. Y no quisiera que pase inadvertida por ti esa servidumbre.en la que día a día te estás hundiendo sin darte cuenta. No sentir la continua vejación propia es un síntoma de que el corazón se haya embotado. Los azotes os servirán de lección, dice la Escritura. Lo cual es verdad; pero si no son excesivos. Cuando lo son, nada enseñan, porque provocan repugnancia. Cuando el impío llega al fondo del mal, todo lo desprecia. Espabílate y ponte alerta. Que te horrorice el yugo que te viene encima y te oprime con su odiosa esclavitud. 
No creas que sólo quien sirve a un único señor es esclavo, sino también el que, sin serlo, está a disposición de todos. No existe peor ni más opresora servidumbre que la esclavitud de los judíos. Allí donde vayan la llevan consigo, y en todas partes son molestos para sus señores: Confiésalo también tú, por favor. ¿Dónde te sientes libre? ¿Dónde te ves seguro, dónde eres tú mismo? A todas partes te sigue la confusión, te invade el bullicio y te oprime el yugo de tu esclavitud




CONSIDERACIONES SOBRE EL PAPA EUGENIO: LIBRO I. CAPÍTULO IV

Capítulo 4

No me repliques ahora con las palabras del Apóstol, cuando dice: Siendo yo libre de todos, a todo me esclavicé. Porque no puedes aplicártelas a ti mismo. El no servía a los hombres como un esclavo para que consiguieran ventajas inconfesables. No acudían a él de todas las panes del mundo los ambiciosos, avaros, simoníacos, sacrílegos, concubinarios, incestuosos y otros monstruos de parecido ralea para conseguir o conservar mediante su autoridad apostólica títulos eclesiásticos.
Es cierto que se hizo siervo de todos aquel hombre cuya vida era Cristo y para quien morir era una ganancia. De este modo quería ganar a muchos para Cristo; pero no pretendía amontonar tesoros por su avaricia. No puedes tomar como modelo de tu servil conducta a Pablo por la sagacidad de su celo, ni por su caridad tan libre como generosa. Sería mucho más digno para tu apostolado, más saludable para tu conciencia y más fecundo para la Iglesia de Dios, que escucharas al mismo Pablo cuando dice en otro lugar: Habéis sido rescatados con un precio muy alto; no os hagáis ahora esclavos de los hombres.
¿Puede haber algo más servil o indigno de un Sumo Pontífice como desvivirse por estos negocios, no digo ya cada día, sino en todo momento? ¿así, qué tiempo puede quedarnos para orar? ¿Cuántas horas reservamos para adoctrinar a los pueblos? ¿Cómo edificamos la iglesia? ¿Cuándo meditamos la ley del Señor? Y venga a tratar de leyes a diario en palacio, pero sobre las de Justiniano; no sobre las del Señor. ¿También eso es justo? ¿allá tú. La ley del Señor es perfecta y alegra el corazón. Pero esas otras no son propiamente leyes, sino pleitos y sofisterías que trastornan el Juicio. Y tú, el pastor y guardián de las almas, ¿con qué conciencia puedes tolerar que la ley quede sofocada entre el bullicio de los litigios?
Estoy seguro de que te muerden los escrúpulos por tanta perversidad. Y hasta me imagino que más de una vez te verás obligado a exclamar ante el Señor, como el profeta: Me contaron los malvados sus intenciones, pero no hay nada como tu ley. Ven ahora y atrévete a decirme que gozas de libertad bajo la mole aplastante de tantos impedimentos ineludibles. A no ser que puedas evitarlo y no lo quieras. En ese caso estarías mucho más esclavizado por ser siervo de una voluntad tan degradada como la tuya. ¿o no es un esclavo aquel a quien le domina la iniquidad? Y más que nadie. Aunque tal vez para ti sea una abyección mayor ser dominado por otro hombre que ser esclavo de un vicio. ¿Y qué importará ser esclavo por propia complacencia o forzosamente, si al fin lo eres? La esclavitud forzosa es digna de lástima; pero más degradante será la esclavitud deseada. ¿Qué puedo hacer?, me dices. Abstenerte de esas ocupaciones. Acaso me responderás: Imposible; más fácil me resultaría renunciar a la Sede Apostólica. Precisamente eso sería lo más acertado si yo te exhortara a romper con ellas y no a interrumpirlas.

LIBRO PRIMERO PAPA EUGENIO: CAPÍTULO V





EXHORTACION RESPETUOSA




Escucha mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo dedicas a las actividades y no reservas nada para la consideración, ¿podría felicitarte? Por eso no te felicito. Y creo que no podrá hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: El que regula sus placeres, se hará sabio. Porque incluso las mismas ocupaciones saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la consideración. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando al que se hizo todo para todos, alabo tu bondad; a condición de que sea plena. Pero ¿cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes de ella a ti mismo? Tú también eres un ser humano. Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno, que abarca a todos los hombres, debe acogerte también a ti. De lo contrario, ¿de qué te sirve -de acuerdo con la palabra del Señor ganarlos a todos si te pierdes a ti mismo? Entonces, va que todos te poseen, sé tú mismo uno de los  que disponen de ti. 
¿Por qué has de ser el único en no beneficiarte de tu propio oficio? ¿Hasta cuándo vas a ser un aliento fugaz que no torna? ¿Cuándo, por fin, vas a darte audiencia a ti mismo entre tantos a quienes acoges? Te debes a sabios y necios, ¿y te rechazas sólo a ti mismo? 
El temerario y el sabio, el esclavo y el libre, el rico y el pobre, el hombre y la mujer, el anciano y el joven, el clérigo v el laico, el justo y el impío, todos disponen de ti por igual, todos beben en tu corazón como de una fuente pública, ¿y te quedas tú solo con sed? Si es maldito el que dilapida su herencia, ¿qué será del que se queda sin él mismo? Riega las calles con tu manantial, beban  de él hombres, jumentos y animales, sin excluir siquiera a los camellos del criado de Abrahán; pero bebe tú también con ellos del caudal de tu pozo. No lo repartas con extraños. ¿o es que tú eres un extraño? ¿para quién no eres un extraño, si lo eres para ti mismo? 
En definitiva, el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo que siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos, vuélvete hacia ti mismo. Aunque sea como a los demás, o siquiera después de los demás, sírvete a ti mismo. ¿Qué mayor condescencia? Lo digo por exigencia de la caridad más que de la justicia. Y creo que soy contigo más indulgente que el propio Apóstol. ¿Y más de lo conveniente?, me dirás. Pero no me preocupa; ¿qué más da, si así conviene? Porque confío en que tú no te conformarás con mi tímida exhortación, sino  que la superarás. En realidad, lo mejor sería que tu generosidad  superara mi audacia. A mí me parece más seguro equivocarme ante tu majestad que no quedarme corto por mi timidez. Quizá fuera preferible amonestarle al sabio, como lo he hecho, según lo  que está escrito: Ofrécele la ocasión al sabio, y será más sabio todavía.


jueves, 4 de junio de 2015

LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR


 Salve, María, llena de gracia. Verdaderamente llena, pues colma de gozo a Dios, a los ángeles y a los hombres. A los hombres por su fecundidad, a los ángeles por su virginidad y a Dios por su humildad. Esto último es el motivo, como ella dece, de que Dios se haya fijado en ella: se acerca al humilde y al soberbio lo trata a distancia. Los ojos de Satán aspiran a grandezas, por los del Señor prefieren lo humilde. Por eso se dice en el Cantar de los Cantares: Vuélvete, vuélvete, Sulamita; vuélvete, vuélvete, para que te veamos. Repite cuatro veces la palabra: Vuélvete, para referirse a las cuatro especias de soberbia que le alejan de Dios y le ocultaban a su mirada. 
 Existe, efectivamente, la soberbia del corazón, la soberbia de la boca, la soberbia de las obras y la soberbia del modo de vestir. El orgullo del corazón es que el hombre se cree grande a sus propios ojos. Contra él ora el Sabio: No permitas que mis ojos sean soberbios. Y en otro lugar leemos: ¡ay de los que os tenéis por sabios! El orgullo de la boca o de la lengua, que también se llama jactancia, consiste en que el hombre se cree grande y lo pregona. El Salmista exclama: Extirpe el Señor los labios embusteros y la lengua fanfarrona. El orgullo de las obras consiste en actuar con la pretensión de brillar como grande. De eso dice también el Salmista: No habitará en mi casa quien obra por soberbia. Y el orgullo en el vestir se manifiesta luciendo trajes de lujo para aparentar más dignidad. Es lo contrario al pensamiento del Apóstol: No vayan con vestidos suntuosos. Y lo que el Señor dice a sus discípulos: Los que visten con elegancia, ahí los tenéis, en la corte de los reyes, donde tanto abunda el orgullo.
 Dios concede cinco remedios al alma racional para que se libre de esta peste mortal: el lugar, el cuerpo, la tentación del diablo, la predicación de Cristo y el ejemplo de su vida. El lugar es un destierro; el cuerpo es una carga; la tentación nos aflige; la predicación de Cristo nos edifica; y su vida ejemplar nos educa. Con esta especie de cinco sentidos, Dios fomenta la humildad en el alma. Pues lo mismo que el alma vivifica al cuerpo, Dios es la vida del alma. Y así como el cuerpo muere si no lo alienta el alma por los cinco sentidos, también está muerta el alma si Dios no la humilla con estas cinco cosas. 
RESUMEN:  existen cuatro tipos de soberbia. La del corazón, la de la boca, la de las obras y la del modo de vestir.
 Disponemos de cinco remedios: el lugar, el cuerpo, la tentación del diablo, la predicación de Cristo y el ejemplo de su vida.

miércoles, 3 de junio de 2015

DE DILIGENDO DEO: CAP. XXXI-XL. FINAL

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXI




Capítulo 31




  Bueno y fiel compañero es el cuerpo para el espíritu bueno : cuando le pesa, le ayuda. Si no le ayuda, le deja libre; o le ayuda y no le sirve de carga. El primer estado es ingrato, pero fecundo. El segundo es ocioso, pero nada penoso. Y el tercero es todo glorioso. Escucha cómo invita el esposo en el Cantar a subir por estos prados: Comed, amigos míos, y bebed embriagaos, carísimos. A los que trabajan con el cuerpo les llama a comer; a los que descansan, privados del cuerpo, les invita a beber; y a los que vuelven a tomar el cuerpo les anima a que se embriaguen y les llama carísimos, es decir, llenísimos de caridad. A los otros les da solamente el nombre de amigos, porque gimen todavía oprimidos por el peso del cuerpo y son amados por la caridad que tienen. Y si están libres de los lazos de la carne, son tanto más amados cuanto más prontos y desembarazados están para amar. Con mucho mayor motivo que éstos, merecen llamarse y ser amadísimos los que han recibido la segunda estola, tomando de nuevo los cuerpos gloriosos. Se lanzan libres y ardientes a amar a Dios, porque nada tienen en sí mismos que les solicite o los demore. Esto no lo disfrutan los otros estados. En el primero se lleva el cuerpo con trabajo, y en el segundo se espera al mismo cuerpo con cierto deseo.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXII



Capítulo 32




  En el primero el alma fiel come su pan, pero con el sudor de su rostro. Permanece todavía en la carne y vive de la fe, que debe ser fecunda por la caridad, ya que la fe sin obras está muerta. Las mismas obras le sirven de alimento, como dice el Señor: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Después, despojado de la carne, no come el pan del dolor, sino que se le permite beber en abundancia el vino del amor, como suele hacerse después de las comidas. Pero no lo bebe puro, sino como dice la esposa del Cantar: He bebido de mi vino y de mi leche. El vino del amor está aún mezclado con el deleite de Dios. Es imposible que el alma se recoja toda en Dios y del afecto natural, que le impulsa a tomar nuevamente su cuerpo glorificado. El vino de la santa caridad la llena de calor, pero todavía no la embriaga, porque la fuerza del vino se rebaja con la mixtura de leche. La embriaguez, además, suele perturbar el juicio y quitar la memoria. Y la que todavía piensa en la resurrección del cuerpo no está enteramente olvidada de sí. Cuando éste aparezca resucitado -lo único que le falta qué le impedirá salir de sí misma, lanzarse toda hacia a Dios y hacerse completamente desemejante de sí, porque se le concede asemejarse a Dios? Se le permite beber en la copa de la sabiduría, de la que se ha dicho: ¡Qué maravilloso es el cáliz que embriaga ! ¿Cómo no va a saciarse de la abundancia de la casa de Dios, si está libre de todo cuidado y bebe con Cristo el vino puro y nuevo en la casa del Padre?

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXIII


Capítulo 33




  Este triple banquete lo brinda la sabiduría con el plato único de la caridad: alimenta a los que trabajan, da de beber a los que descansan y embriaga a los que reinan. Y así como en el banquete corporal se sirve antes  la comida que la bebida, porque así lo pide el instinto, lo mismo sucede aquí. Antes de morir comemos del trabajo de nuestras manos, con esta carne mortal, teniendo que masticar lo que tomamos. Después de la muerte gozamos e la vida espiritual y comenzamos ya a beber, asimilando fácil y gustosamente lo que recibimos. Finalmente, resucitado ya el cuerpo, nos embriagamos de la vida inmortal y rebosamos de incalculable plenitud . Esto quiere decir el esposo en los Cantares: Comed amigos míos, y bebed; embriagaos, carísimos. Comed antes de la muerte, bebed cuando ha llegado la muerte y embriagaos después de la resurrección. 
   Con razón llama carísimos a los ebrios de caridad, y ebrios a los que merecen ser introducidos en las bodas del Cordero, para que coman y beban en la mesa de su reino cuando presente a su Iglesia gloriosa, limpia de mancha y arruga y demás imperfecciones. Entonces embriaga a sus amigos y les da a beber en el torrente de sus delicias. Es aquel abrazo tan apretado y tan casto del esposo y de la esposa, cuyas aguas caudalosas alegran la ciudad de Dios. Lo cual, a mi parecer, no es otra cosa que el Hijo de Dios que pasa y sirve, como él mismo prometió, para que los justos se alegren, gocen y salten de júbilo ante Dios. Es saciedad que no cansa, curiosidad insaciable y  tranquila, deseo eterno que nunca se calma ni conoce limitación, sobria embriaguez que no se anega en vino ni destila alcohol, sino que arde en Dios. Ahora es cuando posee para siempre el cuarto grado del amor, en el que se ama solamente a Dios de modo sumo. Ya no nos amamos a nosotros mismos sino por él, y él será el premio de los que le aman, el premio eterno de los que le aman eternamente

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXIV


Capítulo 34




PROLOGO A LA CARTA SIGUIENTE



  Recuerdo que escribí hace tiempo una carta a los santos hermanos de la Cartuja, en la que les hablaba de estos mismos grados. Quizá hacía allí otras reflexiones sobre la caridad, pero todas eran sobre el mismo tema. Por eso me parece útil añadir a este trabajo alguna de ellas, sobre todo porque me resulta más fácil copiar lo que ya está dictado que componerlo de nuevo. 
      COMIENZA LA CARTA SOBRE LA CARIDAD A LOS SANTOS HERMANOS DE      LA CARTUJA 
   La caridad auténtica y verdadera, la que procede de un corazón puro, de una conciencia buena y de una fe sincera, es aquella por la que amamos el bien del prójimo como el nuestro. Porque quien sólo ama lo suyo, o lo ama más que a los demás, es evidente que no ama el bien por el bien, sino por su propio provecho. No atiende al profeta, que dice: Dad gracias al Señor, porque es bueno. Le glorifica, sin duda, porque es bueno para él, no porque es  bueno en sí mismo. Y merece aquel reproche del salmo: Te alabará cuando le hagas beneficios. Hay quienes alaban a Dios porque es poderoso, otros porque es bueno con ellos, y otros porque es bueno en sí mismo. Los primeros son esclavos y están llenos de temor. Los segundos son asalariados y les domina la codicia. Los terceros son hijos y honran a su padre Los que temen y codician sólo se miran a sí mismos. El amor del hijo, en cambio, no busca su propio interés. 
   Pienso que a éste se refiere la Escritura: La ley del Señor es perfecta, y convierte las almas. Porque es la única capaz de arrancar al alma del amor de sí misma y del mundo, y volverla hacia Dios. Ni el temor ni el amor de sí mismo son capaces de convertir el alma. A veces cambian la expresión del rostro o la conducta exterior, mas nunca los sentimientos. Los esclavos hacen algunas veces obras de Dios, pero no las realizan espontáneamente y les cuesta mucho. También los asalariados, pero no lo hacen gratuitamente, y se dejan arrastrar por la codicia. Donde hay amor propio allí hay individualismo. Y donde hay individualismo hay rincones. Y donde hay rincones hay basura e inmundicia. La ley del siervo es el temor que le invade. La del asalariado es la codicia que le domina, le atrae y le distrae. Ninguna de estas leyes es pura y capaz de convertir las almas. La caridad, en cambio, convierte las almas y las hace también libres

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXV


Capítulo 35




  La llamo además inmaculada, porque no acostumbra retener nada de lo suyo. Ahora bien, cuando el hombre no tiene nada propio, todo lo que tiene es de Dios. Y lo que es de Dios no puede ser impuro. Por tanto, la ley inmaculada del Señor es la caridad, que no busca su propio provecho, sino el de los demás. Se llama ley del Señor, porque él mismo vive de ella, o porque nadie la posee si no la recibe gratuitamente de él. No es absurdo decir que Dios también vive según una ley, ya que esta ley es la caridad. ¿Qué es lo que conserva la soberana e inefable unidad en la beatísima y suma Trinidad sino la caridad? Ley es, en efecto, y ley del Señor la caridad, porque mantiene a la Trinidad en la unidad, y la enlaza con el vínculo de la paz. 
  Pero ninguno piense que hablo aquí de la caridad como de una cualidad o accidente -lo cual sería decir que en Dios hay algo que no es Dios-, sino de la misma sustancia divina. Este modo de hablar no es nuevo ni insólito, pues Juan dice: Dios es caridad. Se llama, pues, caridad a Dios y al don de Dios. La caridad da caridad , la caridad sustantiva de la accidental. Cuando se refiere al que da, es el nombre de la sustancia. Cuando significa el don, es la cualidad. Esta es la ley eterna, que todo lo crea y lo gobierna. Ella hace todo con peso, número y medida. Nada está libre de la ley, ni siquiera el que es la ley de todos. Y esta ley es esencialmente ley, que no tiene poder creador, pero que se rige a sí misma.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXVI


Capítulo 36


  Por lo demás, los esclavos y asalariados tienen también su ley; que no es la del Señor, sino la que ellos mismos se han impuesto. Los primeros no aman a Dios, los otros aman otras cosas más que a él. Tienen  repito, no la ley del Señor, sino la suya propia; aunque, de hecho, está supeditada a la divina. Han podido hacer su propia ley, pero no han podido substraerse al orden inmutable de la ley eterna. Yo diría que cada uno se fabrica su ley cuando prefiere su propia voluntad a la ley eterna y común, queriendo imitar perversamente a su Creador. Porque así como él es la ley de sí mismo y no depende de nadie, también éstos quieren regirse a sí mismos y no tener otra ley que su propia voluntad. ;Qué, yugo tan pesado e insoportable el de todos los hijos de Adán, que aplasta y encorva nuestra cerviz y pone nuestra vida al borde del sepulcro! 
   ¡Desdichado de mí!¡Quien me librará de este cuerpo de muerte, que me abruma y casi me aplasta? Si el Señor no me hubiera ayudado, ya habitaría mi alma en el sepulcro. Este peso oprimía al que sollozaba y decía: ¿Por qué me haces blanco tuyo, cuando ni a mí mismo puedo soportarme? Al decir: ni a mí mismo puedo soportarme, indica que se ha convertido en ley de sí mismo y en autor de su propia ley. Y al decir a Dios: me haces blanco tuyo, muestra que no puede substraerse a la ley de Dios. Porque es propio de a ley santa y eterna de Dios que quien no quiere guiarse por el amor, se obedezca a sí mismo con dolor. Y quien deseca el yugo suave y la carga ligera de la caridad, se ve forzado a aguantar el peso intolerable de la propia voluntad. De este modo tan admirable y justo, la ley eterna convierte en enemigos suyos a quienes le rechazan, y además los mantiene bajo su dominio. 
  No trascienden con su vida la ley de la justicia, ni permanecen con Dios en su luz, en su reposo  en su gloria. Están sometidos a su poder y excluidos de su felicidad. Señor, Dios mío, ¿por qué no perdonas mi pecado y borras mi culpa? Haz que arroje de mí el peso abrumador de la voluntad propia y respire con la carga ligera de la caridad. Que no me obligue el temor servil ni me consuma la codicia del mercenario, sino que sea tu espíritu quien me mueva. El espíritu de libertad que mueve a tus hijos, dé testimonio a mi espíritu que soy uno de ellos, que tengo la misma ley que tú y que soy en este mundo un imitador tuyo. Los que cumplen el consejo del Apóstol: No tengáis otra deuda con nadie que la del amor mutuo, imitan a Dios en este mundo y no son esclavos ni mercenarios, sino hijos.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXVII

Capítulo 37




  Así, pues, como  poco los hijos están sin ley, a no ser que alguien piense otra cosa por aquello de la Escritura: La ley no es para los Justos. Tengamos en cuenta que una es la ley promulgada por el espíritu de servidumbre en el temor,y otra a ley dada por el espíritu de libertad en el amor. Los hijos no están sometidos a aquélla, privados de ésta. ¿Quieres oír que los justos no tienen ley? No habéis recibido el espíritu de siervos, para recaer en el temor. ¿Y quieres oír que no están exentos de la ley de la caridad?: Habéis recibido el espíritu de hijos adoptivos. Escucha por fin al justo, que confiese lo uno y lo otro. No está sometido a la ley, ni privado de ella: Con los que viven bajo la ley, me hago como si yo estuviera sometido a ella, no estándolo. Con los que están fuera de la ley, me hago como si estuviera fuera de la ley no estando yo fuera de la ley, sino bajo la ley de Cristo. Por eso no se dice: Los justos no tienen ley, o los justos están sin ley, sino: la ley no es para los justos. Es decir, no se les ha impuesto a la fuerza, sino que la reciben voluntariamente y les estimula dulcemente. Por eso dice tan hermosamente el Señor: Tomad mi yugo sobre nosotros. Como si dijera: No os lo impongo a la fuerza, tomadlo vosotros si queréis; porque de otro modo no hallaréis descanso, sino fatiga en vuestras almas.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXVIII



Capítulo 38




  Buena, pues, y dulce es la ley de la caridad. No sólo es agradable y ligera, sino que además hace ligeras y fáciles las leyes de los siervos y asalariados. No las suprime, es cierto, pero ayuda a cumplirlas, como dice el Señor: No be venido a abrogar la ley, sino a cumplirla. Modera la de unos, ordena la de otros y suaviza la de todos. Jamás irá la caridad sin temor, pero éste será casto. Jamás le faltarán deseos, pero estarán ordenados. La caridad perfecciona la ley del siervo inspirándote devoción. Y perfecciona la del mercenario ordenando sus deseos. La devoción unida al temor no lo anula, lo purifica. Le quita solamente la pena que siempre acompaña al temor servil. Pero el temor permanece siempre puro y filial. Porque aquello que leemos: La caridad perfecta fuera el temor, se refiere a la pena, que, como dijimos, va siempre unida al temor. Es una figura retórica en la que sé coma la causa por el efecto. La codicia, por su parte, se ordena rectamente cuando se le une la caridad. Se rechaza todo lo malo, a lo bueno se prefiere lo mejor, y sólo se apetece lo que es bueno en vistas a un bien mejor. Cuando, con la gracia de Dios, se consigue esto, se ama el cuerpo; todos las bienes del cuerpo se aman por el alma, el alma por Dios, y a Dios por sí mismo.
DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXXIX

Capítulo 39


  Pero como somos carnales y nacemos de la concupiscencia de la carne, es necesario que nuestros deseos o nuestro amor comience por la carne. Bien dirigida, avanza de grado en grado bajo la guía de la gracia, hasta ser absorbida por el espíritu, porque no es primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual. Debemos llevar primero la imagen del hombre terrestre y después la del celeste. El hombre comienza por amarse a sí mismo: es carne, y no comprende otra cosa fuera de sí mismo. Cuando ve que no puede subsistir por sí mismo, comienza a buscar  Dios por la fe y amarle porque lo necesita. En el segundo grado ama a Dios, pero por sí mismo, no por él. Sus miserias y Necesidades le impulsan a acudir con frecuencia a él en la meditación, la lectura, la oración y la obediencia. Dios se le va revelando de un modo sencillo y humano, y se le hace amable.




   Y cuando experimenta cuán suave es el Señor, pasa al grado tercero, en el que ama a Dios no por sí mismo, sino por él. Aquí permanece mucho tiempo, y no sé si en esta vida puede hombre alguno elevarse al cuarto grado, que consiste en amarse solamente por Dios. Díganlo quienes lo hayan experimentado: yo lo creo imposible. Sucederá, sin duda, cuando el siervo bueno y fiel sea introducido  en el gozo de su Señor y se sacie de la abundancia de la casa de Dios. Olvidado por completo de sí, y totalmente perdido, se  lanza sin reservas hacia Dios, y estrechándose con él se hace un espíritu con él. Pienso que esto es lo que sentía el Profeta cuando decía: Entraré en los maravillas del Señor. Señor, recordaré sólo tu justicia. Sabía muy bien que, cuando entrará en las grandezas espirituales del Señor, se vería libre de todas las miserias de la carne y no tendría que pensar más en ella. Totálmente espirilualizado, recordará únicamente la justicia de Dios.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XL

Capítulo 40




  
Entonces todos los miembros de Cristo podrán decir de sí mismos lo que Pablo decía de la cabeza: A Cristo lo conocimos según la carne, pero ahora ya no es así. Allí nadie se conocerá según la carne, porque la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios. No porque deje de existir allí nuestra carne, sino porque se verá libre de todo apetito. El amor carnal será absorbido por el amor del espíritu, y nuestros débiles afectos humanos quedarán, en cierto modo, divinizados. La red de la caridad qué ahora sondea en este mar espacioso y profundo, y recoge en su seno toda clase de peces, se adapta a todos y se hace solidaria de su buena o mala fortuna. Se alegra con los que están alegres y llora con los que están tristes. Mas cuando llegue a la playa, separará como peces malos todo lo triste, y tomará solamente lo agradable y gozoso. 
  ¿Podremos ver acaso a Pablo hacerse débil con los débiles, consumirse con los que se escadalizan, si allí no hay ya flaquezas ni escándalos? ¿Y llorará por los que no hacen penitencia, si allí no existen ya el pecador ni el penitente? En aquella ciudad no hay tampoco lágrima ni lamentos por los condenados al fuego eterno con el diablo y sus ángeles. En sus calles corre un río caudaloso de alegra, y el Señor ama sus puertas más que las tiendas de Jacob. Porque en las tiendas se disfruta el triunfo de la victoria, pero también se siente el fragor de la lucha y el peligro de la muerte En aquella patria no hay lugar para el dolor y la tristeza, y así lo cantamos: Están llenos de gozo todos los que habitan en ti. Y en otra parte: Su alegría será eterna. Imposible recordar la misericordia donde sólo reina la justicia. Por eso, si ya no  existe la miseria ni el tiempo de la misericordia, tampoco se dará el sentimiento de la compasión.

FIN DE DILIGENDO DEO


martes, 2 de junio de 2015

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULOS XXI-XXX

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXI


Capítulo 21

  El justo no piensa así. Percibe las tribulaciones de tantos descaminados; pues son muchos los que eligen el camino ancho que lleva a la muerte. Pero escoge para sí otro camino más seguro sin desviarse a la derecha ni a la izquierda. Así lo atestigua el Profeta: La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del Justo. Toman un atajo muy práctico y evitan la molestia de tantos rodeos inútiles. Se rigen por un criterio simple y claro : no desear todo lo que ven, sino vender lo que poseen, y dárselo a los pobres. ¡Dichosos los que eligen ser pobres, porque de ellos es el reino de los cielos ! 
   Todos corren, pero hay mucha diferencia de unos a otros. El Señor conoce el camino de los Justos, pero la senda de los pecadores acaba mal. Mejor es ser honrado con  poco que ser malvado en la opulencia, porque, como dice el sabio y experimenta el necio, el codicioso no se harta de dinero; en cambio los que tienen hambre y sed de justicia serán hartos. La justicia es un auténtico manjar, vital y natural, del espíritu que se guía por la razón. Por el contrario, el dinero alimenta tanto al alma como el viento al cuerpo. Si vieras a un hombre famélico cor la boca abierta y los carrillos hinchados, tragando aire para saciar el hambre, ¿no lo tendrías por loco? Mayor locura es creer que el espíritu humano pueda saciarse con bienes materiales. Lo único que hace es inflarse. ¿Existe proporción entre lo corporal y lo espiritual? Ni el cuerpo puede alimentarse del espíritu ni éste de lo corporal. Bendice, alma mía, al Señor. El sacia de bienes tus anhelos. Te llena de bienes, te sostiene y te llena. El hace que desees, y él es lo que deseas.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXII


Capítulo 22

  Dije más arriba que el motivo de amar a Dios es Dios Y dije bien, porque es la causa eficiente y final. El crea la ocasión, suscita el  afecto y consuma el deseo. El hace que le amemos, mejor dicho, se hizo para ser amado. A él es a quien esperamos, él a quien se ama  con más gozo y a quien nunca se le ama en vano. Su amor provoca y premia el nuestro. Lo precede con su bondad, lo reclama con Justicia y lo espera con dulzura. Es rico para todos lo  que le invocan, pero su mayor riqueza es él mismo. Se dio para mérito nuestro, se promete como premio, se entrega como alimento de las almas santas y redención de los cautivos. 
   ¡Señor, qué bueno eres para el que te busca! Y ¿para el que te encuentra? Lo maravilloso es que nadie puede buscarte sin haberte encontrado antes. Quieres ser hallado para que te busquemos, y ser buscado para que te encontremos. Podemos buscarte y encontrarte, mas no adelantarnos a ti. Pues, aunque decimos: Por la mañana irá a tu encuentro mi súplica, nuestra plegaria es tibia si no la inspiras tú.
  Y ahora, después de haber hablado de la perfección de nuestro amor, expliquemos su origen.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXIII

Capítulo 23 
  El amor es uno de los cuatro afectos naturales. los conocemos muy bien, y no hay por qué nombrarlos. Si proceden de la naturaleza, lo más razonable es que sirvan, ante todo, al autor de la naturaleza. Por eso el mandamiento primero y más importante es: Amarás al Señor tu Dios, etc. 
   PRIMER GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE SE AMA POR SI MISMO 
  Como la naturaleza es tan frágil y enfermiza, la propia necesidad le impulsa a amarse, en primer lugar a sí misma, Es el amor carnal, por el cual el hombre se ama a sí mismo  antes que a ninguna otra cosa. Solamente se preocupa de sí mismo, como dice la Escritura: Primer lo es lo animal, después lo espiritual. Este amor no se intima con ningún precepto: es innato. 
  ¿Quién aborrece su propia carne? Pero este amor suele deslizarse y derramarse en exceso, y no contento con seguir el cauce materno, se desborda e inunda los campos del placer. Inmediatamente te sale al paso, como fuerte dique, aquel otro precepto: Amarás al prójimo como a ti mismo. Es muy justo que quien participa de la misma naturaleza, participe también de la gracia, sobre todo de aquella gracia que viene con la naturaleza. Y si le resulta gravoso atender a las necesidades de los demás e incluso complacer sus caprichos, corríjase primero de los suyos propios, y así quedará libre de toda culpa. Compadézcase de si mismo, todo lo que quiera, pero no se olvide de compadecer igualmente al prójimo. La ley de la vida y de la disciplina te impone el freno de la templanza, para que no corras tras la concupiscencia,y te pierdas; no sea que sirvas con los bienes naturales al enemigo del alma, que es el placer. Es mucho mejor y más honesto compartir estos bienes con el prójimo que con el enemigo. Si atiendes al consejo del sabio, y te apartas de las pasiones; si escuchas al Apóstol, y te contentas con tener lo necesario para comer y vestir; si no te pesa apartar tu amor, un poco al menos, de los deseos de la carne que combaten contra el alma: estoy convencido de que eso que niegas a tu enemigo, lo compartirás sin dificultad con quien comparte su naturaleza contigo. Tu amor, entonces, será puro y bueno: lo que niegas a tus propios gustos, lo vuelcas en las necesidades de los hermanos: Y de este modo, el amor carnal se convierte en social, porque se extiende al bien común.

CAPÍTULO XXIV. DE DILIGENDO DEO

Capítulo 24




  Pero ¿qué puedes hacer si, por compartir con el prójimo, vas a carecer tú hasta de lo necesario? Pedírselo, con plena confianza, al que da a todos con abundancia, al que abre su mano y colma de favores a todo viviente. Es imposible que no dé gustoso lo necesario el que tantas veces nos concede vivir en la abundancia. Además lo dice él mismo: Buscad ante todo el reino de Dios, y todo eso se o dará por añadidura. Promete dar lo necesario al que se priva de lo superfluo por amor al prójimo. Buscar el reino de Dios e invocarle contra el dominio del pecado implica llevar el yugo de la sobriedad y de la templanza y no permitir que el pecado reine en tu cuerpo mortal. Y es de justicia compartir los bienes de la naturaleza con el que tiene tu misma naturaleza.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXV




Capítulo 25

  Mas para que el amor al prójimo sea perfecto, es menester que nazca de Dios, y que él sea su causa. De otra suerte, cómo podrá amar limpiamente al prójimo quien no le ame en Dios? Y no podrá amarle en Dios si no ama a Dios. Conviene pues, amar primeramente a Dios , para amar al prójimo en él. Dios se hace amar, y hace amables todas las cosas. Porque creó la naturaleza y la conserva. La creó de tal modo que necesita continuamente ser atendida por su mismo Creador. Sin él no pudo existir, ni puede subsistir. Para que la criatura lo sepa, y no se atribuya con soberbia los beneficios recibidos, el mismo Creador prueba al hombre con  el saludable misterio de la tribulación. Esa prueba le hace desfallecer, pero Dios le auxilia y le libera: así Dios es glorificado, como merece, por el hombre. Porque lo vemos escrito : Invócame en el día de la angustia, yo te libraré, y tú cantarás mi gloria. De esta manera, el hombre carnal y animal, que sólo sabía amarse a sí mismo, comienza a amar también a Dios por su propio interés: experimenta con frecuencia que en él puede todo lo que es bueno, y sin él no puede nada.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXVI


Capítulo 26
  El hombre ama ya a Dios, pero todavía por sí mismo, no por él. Es una gran prudencia comprender lo que uno puede por sí mismo, y lo que puede con la ayuda de Dios, y tratar de no ofender al que te mantiene íntegro. Mas cuando las tribulaciones son numerosas, acudimos sin cesar a Dios, y recibimos continuamente de él la salvación. ¿Cómo no va a enternecer esa gracia salvadora al pecho y corazón más duro, y hacer que el hombre ame a Dios, no ya por sí mismo, sino también por él?

TERCER GRADO DEL AMOR: EL HOMBRE AMA A DIOS POR Él MISMO

   La continua indigencia obliga al hombre a recurrir a Dios con súplicas incesantes. Esta costumbre crea una satisfacción. Y la satisfacción permite experimentar cuán suave es el Señor. De este modo, la experiencia de su bondad, mucho más que el propio interés, le impulsa a amar limpiamente a Dios. Como decían los samaritanos a la mujer que les había anunciado la llegada del Señor: Ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo. Digamos también nosotros a nuestra carne: Ya no amamos a Dios por tus necesidades, sino porque nosotros mismos hemos probado y sabemos qué dulce es el Señor. La carne habla, en cierta manera, a través de sus necesidades, y confiesa llena de gozo los favores que experimenta en sí misma. Quien así se siente afectado cumple sin dificultad el precepto de amar al prójimo.
  Ama a Dios de verdad y, en consecuencia, todo lo que es de Dios. Ama con pureza, y no le pesa cumplir un mandamiento puro, porque la obediencia del amor purifica su corazón. Ama justamente, y se adhiere de buen grado al mandamiento justo. Con razón es grato este amor, pues es gratuito. Es puro, porque no se cumple sólo de palabra y de lengua, sino con las obras y de verdad Es justo, pues da tanto como recibe. El que así ama, ama como él es amado. Y no busca sus intereses, sino los de Jesucristo, como él mismo buscó los nuestros. Mejor aún, nos buscó a nosotros mismos. Así ama el que dice: Alabad al Señor porque es bueno. Quien alaba al Señor no porque sea bueno para él, sino porque es bueno, ése ama verdaderamente a Dios por Dios, y no por sí. En cambio, no ama de esta manera aquel de quien se dice: Te alabará cuando le hagas bien. Este es el tercer  grado del amor: amar a Dios por El mismo.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXVII

Capítulo 27

  Dichoso quien ha merecido llegar hasta el cuarto grado, en el que el hombre sólo se ama a sí mismo por Dios: Tu Justicia es como los montes de Dios. Este amor es un monte elevado, un monte excelso. En verdad: Monte macizo e inagotable. ¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién me diera alas como de paloma, y volaría a un lugar de reposo? Tiene su tabernáculo en la paz, y su morada en Sión. ¡Ay de mí, que se ha prolongado mi destierro! ¿Puede conseguir esto la carne y la sangre, el vaso de barro y la morada terrena? ¿Cuándo experimentará el alma un amor divino tan grande y embriagador que, olvidada de sí y estimándose como cacharro inútil, se lance sin reservas a Dios y, uniéndose al Señor, sea un espíritu con él, y diga: Desfallece mi carne y mi corazón, Dios de mi vida y mi herencia para siempre? Dichoso, repito, y santo quien ha tenido semejante experiencia en esta vida mortal. Aunque haya sido muy pocas veces, o una sola vez, y ésta de modo misterioso y tan breve como un relámpago. Perderse, en cierto modo, a sí mismo, como si ya uno no existiera, no sentirse en absoluto, aniquilarse y anonadarse, es más propio de la vida celeste que de la condición humana. Y si se le concede esto a un hombre alguna vez y por un instante, como hemos dicho, pronto le envidia este siglo perverso, le turban los negocios mundanos, le abate el cuerpo mortal, le reclaman las necesidades de la carne, se lamenta la debilidad natural. Y lo que es más violento le reclama la caridad fraterna. ¡Ay! Tiene que volver en sí, atender a sus propias miserias y gritar desconsolado: Señor, padezco violencia, responde por mí. Y aquello: ;Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal?

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXVIII




Capítulo 28

  Si la Escritura dice que Dios lo hizo todo para sí mismo, llegará un momento en que la criatura esté plenamente conforme y concorde con su Hacedor. Es menester, pues, que participemos en sus mismos sentimientos. Y si Dios todo lo quiso para él, procuremos también de nuestra parte que tanto nosotros como todo lo nuestro sea para él, es decir, para su voluntad. Que nuestro gozo no consista en haber acallado nuestra necesidad  ni en haber apagado la sed de la felicidad. Que nuestro gozo sea su misma voluntad realizada en nosotros y por nosotros. Cada día le pedimos en la oración: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. 
   ¡Oh amor casto y santo! ¡Oh dulce y suave afecto! ;Oh pura y limpia intención de la voluntad! Tanto más limpia y pura cuanto menos mezclada está de lo suyo propio; y tanto más suave y dulce cuanto más divino es lo que se siente. Amar así es estar ya divinizado. Como la gotita de agua caída en el vino pierde su naturaleza y toma el color y el sabor del vino; como el hierro candente y al rojo parece tocarse en fuego vivo  olvidado de su propia y  nuestra naturaleza; o como el aire, bañado en los rayos del sol, se transforma en luz, y más que iluminado parece ser él mismo luz. Así les sucede a los santos. Todos los afectos humanos se funden de modo inefable, y se confunden con la voluntad de Dios. ¿Sería Dios todo en todos si quedase todavía algo del hombre en el hombre? Permanecerá, sin duda, la sustancia; pero en otra forma, en otra gloria, en otro poder.  
     ¿Cuándo será esto? ¿Quién lo verá? ¿Quién lo poseerá? ¿Cuándo vendré y veré el rostro de Dios? Señor, Dios mío, mi corazón te dice: mi rostro te busca a ti. Señor, busco tu rostro.¿Cuándo contemplaré tu santuario?




DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXIX


Capítulo 29.


  Yo creo que no es posible amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas, mientras el corazón no se vea libre de los cuidados del cuerpo, el alma no cese de conservarlo y vivificarlo, y sus fuerzas,   desligadas de todas las dificultades, no se vigoricen con el poder contemple continuamente su rostro, mientras viva ocupada y distraída, sirviendo a este cuerpo frágil y cargado de miserias. 
   Este cuarto grado de amor no espere el alma conseguirlo, o, mejor dicho, verse agraciada con él sino en el cuerpo espiritual e inmortal, en el cuerpo íntegro, plácido y sosegado y sumiso por entero al espíritu. Es una gracia que procede del poder divino y no del esfuerzo humano. Entonces -repito- obtendrá fácilmente el sumo grado. Cuando corra de buena voluntad y con gran deseo al gozo de su Señor, sin que le frenen los atractivos de la carne ni le turben sus molestias. ¿Podemos pensar que los santos mártires alcanzaron esta gracia, al menos en parte, mientras vivían en sus cuerpos gloriosos? Una gran fuerza arrebataba interiormente sus almas, y les hacía capaces de entregar sus cuerpos y despreciar los tormentos. Por eso los atroces dolores pudieron turbar su serenidad, pero no se la hicieron perder.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XXX



Capítulo 30

  ¿Y qué pensar de las almas que ya están libres de sus cuerpos? Creemos que están totalmente sumergidas en aquel piélago inmenso de la eterna luz y luminosa eternidad.

ANTES DE LA RESURRECCIóN ES IMPOSIBLE


  Pero si los muertos aspiran todavía a reunirse con sus cuerpos, como no puede negarse, o desean y esperan recibirlos, es evidente que no se han transformado del todo y que todavía les queda algo de sí mismos, por poco que sea, que distrae su atención. Mientras la muerte no quede absorbida por la victoria, y la luz perenne no invada los dominios todos de la noche, y la gloria no resplandezca en los cuerpos, las almas no pueden salir de sí mismas y lanzarse a Dios. Todavía están ligadas al cuerpo, no por la vida y los sentidos, sino por el afecto natural. Y sin él no quieren ni pueden poseer la perfección. 
   Así, pues, antes de la restauración de los cuerpos no se dará ese desfallecer del alma, que es su estado sumo y más perfecto; si el alma alcanzara su plenitud sin el cuerpo, no desearía ya jamás su compañía. De este modo, el alma siempre sale beneficiada: cuando deja el cuerpo y cuando lo vuelve a tomar. Por eso es cosa preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus juntos. Si la muerte es preciosa, ¿qué será la vida, y tal vida? No hay que maravillarse que el cuerpo glorioso aumente la dicha del alma, si recordamos que cuando era frágil Y mortal le ayuda  tanto. ¡Qué verdad más grande pronunció el que dijo: Que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman: Al alma que ama a Dios le sirve de mucho su cuerpo : cuando es débil, cuando está muerto y cuando descansa. Lo primero, para hacer frutos de penitencia; lo segundo, para su descanso; y lo tercero, para su consumación. Con razón no se considera perfecta sin él, pues en todos los estados colabora para su bien.