EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

martes, 29 de mayo de 2012

SOBRE AQUEL VERSO DEL SALMO: "PIENSA EL NECIO: NO HAY DIOS".

 Piensa el necio: no hay Dios. Dios es uno y único, y aunque es invariable nos ofrece múltiples sabores, para cada momento de nuestro espíritu. Quien le teme lo saborea como justicia y poder; quien lo ama lo paladea como misericordia y bondad. Por eso dice en otro lugar este mismo Profeta: Dios habló una sola vez, y yo he oído dos cosas, etc. Escuchar es lo mismo que saborear, porque ambas cosas se realizan por la única y simplícisima inteligencia. Así pues, Dios habló una sola vez, porque engendró una sola Palabra. Pero en esa única Palabra nosotros oímos o saboreamos dos cosas: que Dios tiene el poder y tú, Señor, la misericordia.
 Por eso es verdaderamente necio quien es insensible al temor y al amor de Dios. Aprenda cuanto quiera, que yo jamás lo tendré por sabio mientras no tema ni ame a Dios. ¿Cómo voy a decir que ha llegado a la cima de la sabiduría, si no lo veo ni iniciado en ella? El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor, y su plenitud el amor. Y el centro lo ocupa la esperanza. En consecuencia, el hombre dice no hay Dios cuando no aprecia su justicia, guiado por el temor, ni su misericordia por el amor. No cree en Dios quien no lo acepta justo y bondadoso.

RESUMEN
Creer en Dios significa que puede ser visto desde muchos ángulos distintos, pero no cree en Dios quien no lo perciba justo y bondadoso al mismo tiempo.

lunes, 28 de mayo de 2012

SOBRE AQUEL VERSO SÁLMICO: "SE CORROMPEN Y SE HACEN ABOMINABLES"

Se corrompen y se hacen abominables en sus deseos; no hay quien obre bien, excepto uno. Tanto el cuerpo como el alma tienen su propia corrupción. La del alma es triple, y cuádriple la del cuerpo; porque éste se compone de cuatro elementos y el alma consta de una triple energía: la racional, la concupiscencia y la irascible. La razón goza de salud al conocer la verdad, y se corrompe con la soberbia; al corromperse falla en dos campos; en el conocimiento de sí misma y en el de Dios. El deseo se corrompe con la vanagloria, y la ira con la envidia.
 La corrupción del cuerpo recibe el calificativo de abominación, y ocurre de cuatro maneras según los cuatro elementos que lo integran. Efectivamente, las cuatro cosas que corrompen el cuerpo son la curiosidad, la locuosidad, la crueldad y el placer. Y hay cuatro partes del cuerpo que muestran al máximo cada una de estas realidades: en los ojos el fuego; en la lengua el aire, que da forma a la voz; en las manos, hechas para tocar, la tierra; y en los órganos genitales el agua. Esas cuatro pestes corrompen estas cuatro partes: la curiosidad los ojos, la locuocidad la lengua, la cueldad las manos, y el placer la sexualidad. Así se corrompen y se hacen abominables los hombres: corrompidos en su alma y despreciables en su cuerpo. Corrompidos ante Dios y despreciados ante los hombres.
 No hay quien obre bien, excepto uno. Hay cuatro clases de hombres, y de ellos ninguno obra bien, excepto uno. Unos no conocen ni buscan a Dios, y están muertos. Otros lo conocen, pero no lo buscan, y son impíos. Otros lo buscan, pero sin llegar a conocerlo, y son necios. Y otros, finalmente, lo conocen y lo buscan: son los santos, los únicos de quienes puede afirmarse que obran bien.
RESUMEN Y ESQUEMA
Hay cosas que corrompen el alma y otras el cuerpo. El alma se compone de una triple energía:
-La racional: se corrompe con la soberbia.
-La concupiscencia: se corrompe con la vanagloria
-La irascible: se corrompe con la envidia.
La corrupción del cuerpo (abominación):
-Curiosidad: afecta a los ojos.
-Locuosidad: afecta a la lengua.
-Crueldad: afecta a las manos
-Placer: afecta a los genitales.
Hay cuatro clases de hombres:
-Los muertos: ni conocen ni buscan a Dios.
-Impíos: conocen a Dios pero no lo buscan.
-Necios: lo buscan, pero sin llegar a conocerlo.
-Santos: lo conocen y lo buscan.

viernes, 25 de mayo de 2012

SOBRE AQUEL VERSO: "UN PUEBLO DESCONOCIDO"

Un pueblo desconocido me obedecía. Nada tendría de extraño que un pueblo conocido de Dios le sirviera. Pero que un pueblo extraño le sirva y le obedezca al instante, es algo digno de toda alabanza.
 Dentro de este gran panorama de los que conocen y no conocen, podemos concretar cuatro grupos. Están los que son conocidos por Dios y le conocen a él; los que ni son conocidos ni le conocen; otros son conocidos por él, pero no le conocen; y finalmente, hay quienes no son conocidos y ellos sí le conocen. Para Dios conocer significa hacer feliz, y en el hombre agradecer la felicidad recibida.
 En ese caso, los conocidos de Dios y que le conocen a él son los ángeles santos: él los colma de felicidad y ellos se entregan sin cesar a su alabanza y a su servicio. Los que no son conocidos ni le conocen son los pobres sin remedio: carecen de las riquezas temporales y no sienten el gozo del servicio divino. Los conocidos que no le conocen son los ricos de este mundo, que nadan en la abundancia recibida, pero son esclavos de los deseos carneales y jamás ponen su corazón en lo celestial.
 En cambio, los desconocidos que le conocen son los pobres voluntarios, a quienes ni la persecución, ni la angustia, ni cualquier otro peligro pueden separarles del amor de Cristo.
 Es innegable que soportan mil pruebas y sufren grandes tormentos, como lo dice la Escritura: El horno prueba la vasija del afarero, y la tribulación a los hombres justos. Y el Salmo ¿por qué me has abandonado? ¿No parecen unos desconocidos de Dios los que gritan que les mire? Y aunque parecen ser unos desconocidos y abandonados, ellos sí conocen a Dios; y este mismo salmo añade inmediatamente en persona de esos que  le conocen: Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso.
 A estos se refiere la palabra de Dios: Un pueblo desconocido me obedecía. Cual si dijera a sus ángeles: ¿qué tiene de extraño que me sirváis vosotros, a quienes colmo de felicidad, cuando me sirven aquellos a quienes dejo en la pobreza? ¿Y qué hay de especial en que me obedezcáis los que contempláis mi rostro, cuando me obedecen los que no me ven y solamente me oyen? Sí, los ángeles le ven y los hombres le oyen. Le oyen y obedecen, con el deseo de asemejarse un día a los ángeles y merecer contemplar al que contempla los ángeles. De este modo quien le escucha merece verle, y la visión es el premio de la escucha. Lo primero es escuchar y después ver, como lo dice la Escritura: Escucha, hija mía, y mira. Así pues, quien aspira a ver a Dios en el futuro debe escucharle en esta vida.
RESUMEN Y COMENTARIO
Los hombres pueden ser divididos en cuatro grupos:
-Los conocidos de Dios y que ellos le conocen a él: son los ángeles santos. Él los colma de felicidad y ellos se entregan sin cesar a la alabanza y a su servicio.
-Los que no son conocidos ni le conocen son los pobres sin remedio: no reciben felicidad contemplativa ni sienten inclinación alguna hacia lo divino.
-Los conocidos que no le conocen. Son los ricos en un amplio sentido: reciben grandes dones pero no sienten inclinación alguna hacia Dios.
-Los desconocidos que le conocen son los pobres voluntarios que claman: Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso. A ellos se refieren las Escrituras con la afirmación de que "un pueblo desconocido me obedecía". Pero hay que seguir insistiendo pues para ver a Dios (cuando Él quiera mostrarse) hay que oírle primero. Todos los que buscan a Dios pertenecen a este cuarto y definitivo grupo, pues la contemplación del mismo y el goce de su conocimiento, nunca serán completos durante nuestra vida terrena. Tendremos que seguir clamando y buscando.  


domingo, 20 de mayo de 2012

SERMÓN SEGUNDO: Sobre las palabras de la misma lectura: Tres son los que dan testimonio en el cielo

SERMON SEGUNDO


 Sobre las palabras de la misma lectura: Tres son los que dan testimonio en el cielo


Capítulo 1

     En la carta de San Juan que hoy ha sido proclamada, se nos dice que hay un triple testimonio en el cielo, y otro semejante en la tierra. A mi parecer, el primero es signo de estabilidad y el segundo de restauración. Aquél selecciona a tos ángeles, éste a los hombres; aquél separa a los buenos de los malos, éste a los justos de los pecadores. La visión de la Trinidad testifica en favor de los ángeles que se mantuvieron fieles a la verdad, cuando se rebeló Luzbel. Y los hombres que han sido salvados por la misericordia divina poseen el testimonio del Espíritu, del agua y de la sangre.

   No hay duda que el Padre da testimonio en favor de aquellos que le honran como a Padre. Pero si eres un malvado te dirá: si soy padre, ¿dónde queda mi honor? Estarás totalmente privado de su testimonio, porque intentas apropiarte su gloria, y en vez de honrarle pretendes hacerte igual a él. Me sentaré, dices, en el monte de la asamblea, me igualaré al Altísimo. Acabas de ser creado, y ¿ya quieres sentarte junto al Padre de los espíritus? Todavía no te ha dicho: siéntate a mi derecha. Se lo ha dicho al que es el Unigénito, cuya generación eterna le hace igual en esencia y dignidad al Padre. Tú, en cambio, quieres usurpar la categoría divina y tienes envidia de la gloria del Hijo, gloria del Hijo único del Padre; con lo cual te privas también de su testimonio. ¿Y podrá alcanzar el testimonio del Espíritu quien ha sido rechazado del Padre y del Hijo? El Espíritu detesta al soberbio y turbulento; el amante de la paz descansa sobre el humilde y pacífico; y el creador de la unidad tiene celos contra ti, que no buscas ni la unidad ni la paz.

Capítulo 2


    ¿Cómo no vamos a temer, hermanos míos, que esta humilde viña del Señor pueda ser pasto de esta alimaña tan singular? ¿No destrozó muchos sarmientos de la viña celeste aquella primera singularidad? Es más fácil advertir allí la soberbia que la singularidad. Pero yo pregunto: si todos los ángeles permanecían fieles, ¿no se dejó llevar de la singularidad el que pretendió usurpar el trono? Que los ángeles permanecían fieles me lo dicen dos testigos muy calificados, que testifican lo que vieron. Isaías afirma: Ví al Señor sentado... y serafines en pie junto a él. Daniel añade: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes.


   ¿Queréis un tercer testigo, para que con tres testigos quede fallada la causa? Acudiré a Apóstol, que fue arrebatado hasta el tercer cielo, y después dijo: ¿Qué son todos sino espíritus que cumplen sus funciones? Todos permanecen en actitud de servicio: tú, en cambio, no quieres la paz y aspiras al trono. Irritas al Espíritu que fomenta la unanimidad en su casa; denigras el amor, al rasgar la unidad y deshacer el lazo de la paz. Los ángeles no abandonaron su estado ni su casa, y el Espíritu de caridad, de unidad y de paz da testimonio en su favor. A ti, empero, te condena por tu envidia, tu singularidad y tu ansiedad. Esto es lo que me inspira el testimonio del cielo.

Capítulo 3


      Existe también otro en la tierra,  hará discernir a los nativos de los extraños, es decir, a los ciudadanos del cielo de los de Babilonia. Dios no puede dejar sin testimonio a sus elegidos. Si carecieran de pruebas que confirmasen su elección, se verían privados del consuelo cuando fluctúan angustiados entre el miedo y la esperanza. Pero el Señor conoce a os suyos, y él sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. El hombre, en cambio, no sabe si Dios le ama o le odia.


   Si carecemos de una certeza absoluta, nos será al menos muy provechoso y consolador tener algunos indicios de elección. Porque mientras nuestro espíritu no tenga algún testimonio de su predestinación, no podrá vivir en paz. La palabra más auténtica y digna de que todos la hagan suya  es aquella que nos garanticé de algún modo la salvación. Esa palabra consuela a los elegidos y desarma las excusas de los réprobos. Si conocemos los signos de la vida, quien los rechaza manifiesta claramente que no le interesa el bien de su alma, y aprecia muy poco la patria suspirada.

Capítulo 4


    Los que dan testimonio en la tierra son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Sabéis muy bien, hermanos, que al pecar todos en Adán, todos caímos en él. Caímos en una cárcel, llena de fango y de piedras. Allí yacíamos cautivos, manchados y maltrechos, hasta que llegó el deseado de las naciones, que nos rescató, nos limpió y nos restableció. Dio su propia sangre como rescate, brotó agua de su costado para lavarnos, y envió su Espíritu de lo alto para confortar nuestra flaqueza.


  Examínate si todo esto produce frutos abundantes en ti. Porque puedes ser culpable de la sangre del Señor si no le das valor alguno; y al tener agua para purificarte te haces más reprensible si continúas lleno de fango; y si resistes al Espíritu no quedarás impune si eres un deslenguado. Ten, pues, mucho cuidado: porque si no producen frutos en ti te perjudicarán.

Capítulo 5


    El que se abstiene de pecar, puede estar cieno de que la sangre de Cristo no ha sido inútilmente derramada. Quien peca se esclaviza al pecado. Pero si renuncia al pecado y se libra del yugo de su esclavitud, posee una prueba evidente de la redención, fruto de la sangre de Cristo. Sin embargo, el pecador debe unir la penitencia a la continencia. Use la prueba del agua, entregándose al llanto   regando el lecho con lágrimas. La sangre perdona, el pecado y hace que ya no reine en nuestro ser mortal; y el agua limpia todas las faltas cometidas.


  Pero el triste arrastrar las cadenas y la espantosa lobreguez de la cárcel nos ha dejado triturados y entumecidos. Somos incapaces de defendernos en la vida. Pidamos el Espíritu que auxilia y reconforta, plenamente confiados de que el Padre da el buen espíritu a los que se lo piden. Una vida nueva es señal inequívoca de poseer un espíritu nuevo. En resumen: tener el testimonio de la sangre, del agua y del espíritu, significa privarse de pecar, hacer frutos dignos de penitencia y abundar en buenas obras.
RESUMEN
Los testimonios de Isaías, Daniel y de otro Apóstol que no nombra  apoyan la idea de una paz celestial con infinidad de seres angélicos fieles a la voluntad de Dios. La envidia, la singularidad y la ansiedad (sed de poder) no tienen allí sitio.
La sangre perdona, el agua limpia y el espíritu evita nuestra flaqueza. La naturaleza de Dios no puede tolerar la existencia del pecador que quiere ser una especie de deidad, basándose en el pecado y alterando la inmensa paz celestial. Plantea San Bernardo el tema de la predestinación, pues sólo Dios conoce, de antemano los que salvarán y los que no tendrán transcendencia alguna.  

sábado, 19 de mayo de 2012

SERMÓN SEGUNDO. De los fragmentos de las siete misericordias


SERMÓN SEGUNDO DE PENTECOSTÉS
De los fragmentos de las siete misericordias
1.¿Sabéis lo que hice al presentaros hoy las siete misericordias? Os repartí siete panes. Si las lágrimas son mi pan noche y día, ¿cuánto más los beneficios divinos? Estos son más dulces, alimentan más y confortan el corazón del hombre. Pero yo creo que se nos han caído muchos fragmentos de esos panes. Yo mismo, al repartirlos, veía cómo se me escapaban muchas migajas y resbalaban entre los dedos. Vosotros veréis si habéis recogido algunas. Por mi parte, y si todavía no estáis saciados, voy a compartir espontáneamente con vosotros las que he cogido para mí, para no ser víctima de la maldición lanzada contra los que acaparan el trigo destinado al mundo.
 El primer pan, si mal no recuerdo, fue la conservación de la gracia. Ella me guardó a mí, indigno, de muchos pecados cuando vivía en el siglo. Tres fragmentos he hallado de este pan, muy sabrosos y nutritivos. Recuerdo que me vi libre del pecado de tres maneras; evitando la ocasión, dándome fuerzas para resistir y curando mis afectos. Si se hubiera presentado la ocasión, hubiera caído fácilmente en muchos pecados. Pero por la misericordia de Dios no se me ofreció tal coyuntura. También hubiera sucumbido otras muchas veces si me hubiera asaltado el furor de la tentación. Pero el Señor y rey poderoso me dio fuerzas para dominar mi apetito y no dar oídos a la concupiscencia que me solicitaba. Y tan lejos me pusiste, Señor misericordioso, de algunos pecados, que los aborrecía totalmente y nunca tuve la más mínima tentación en esa materia.
2.El segundo pan fue la paciencia: dio largas al castigo porque prefería perdonar. Y he aquí los tres trozos de este pan: la generosidad que demostró, la elección y predestinación que quiso realizar, y el amor inmenso con que me amó. Por eso nos esperaba con ansia el Señor, y no se fijó en mí, sino que apartó su vista de mi pecado, cual si no advirtiera mi mala conducta. Disimulaba para manifestar su paciencia, realizar su elección y continuar su amor.
3.Del tercer pan, que es la misericordia con que nos convenció a abrazar la penitencia, no os ofrezco tres trozos, sino tres grandes pedazos. Recuerdo muy bien que hizo estremecer mi corazón y pude percibir las heridas de mis pecados y sentir el dolor de las llagas. Después me aterró, llevándome a las puertas del infierno y mostrándome los suplicios preparados para los malvados. Y para arrancar todos los incentivos del nefasto placer, me infundió los más dulces consuelos y la esperanza del perdón. Esto fue lo que decidió mi conversión, y creo que también la vuestra.
4.El cuarto pan es el perdón. Os ruego que recojáis también con cuidado estos pedazos, para que nada se desperdicie. Son muy sabrosos y más dulces que la miel de un panal que destila. De tal manera me perdonó y tan liberalmente condonó todas mis ofensas, que ni me condena llevado de la venganza, ni me humilla con reproches, ni deja de amarme cuando me los imputa.
 Hay quienes perdonan y no se vengan, pero suelen echarlo en cara. Otros callan, mas no olvidan y guardan rencor. Ninguno de éstos perdona plenamente. ¡Qué distinta es la clementísima naturaleza divina! Siempre es generosa y perdona sin reservas. De tal modo, que para consuelo de los pecadores arrepentidos, donde abunda el pecado suele sobreabundar la gracia. Ahí tenéis a Pablo, maestro de los paganos, que con el favor de Dios rindió más que todos los demás. Y a Mateo, que pasó de cobrador de impuestos a apóstol, y fue el primer escritor del Nuevo Testamento. Y a Pedro, que después de negarle tres veces, se le confió el servicio pastoral de toda la Iglesia.
 Fijaos también en aquella famosa pecadora, a quien en el instante mismo en que se convirtió recibió un amor inmenso, y después la más profunda intimidad. Cuando acusaban a María, ella nunca tuvo necesidad de defenderse. El fariseo murmura. Marta se queja, los apóstoles se escandalizan, y María calla: pero Cristo la excusa y la alaba cuando calla. ¿Podemos imaginar un privilegio y atención mayor que ser la primera en verle resucitado y tocarle?
5.Pero continuemos. Aquí se está muy bien, porque se da mucha confianza a los pecadores; mas no podemos omitir lo demás. En el quinto pan, que es la continencia, encuentro tres cosas que me obligan a exclamar: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Tal vez vosotros deis poca importancia a continencia: yo no. Conozco sus enemigos, y sé que se necesita mucho valor para oponerse a ellos. El primer enemigo de la continencia son nuestros bajos instintos, que atacan al espíritu. El enemigo está dentro de casa, declara una batalla sangrienta y un combate personal. Alma mía, a este cruel enemigo no le podemos ahuyentar ni huir de él: tenemos que soportarlo siempre, porque está amarrado a nosotros. Y hay otra cosa aún más triste y peligrosa: debemos alimentar a nuestro propio adversario, y no podemos matarle. Ya ves con cuánto cuidado debes guardarte de la que duerme en tus brazos.
 Pero no es éste mi único enemigo. Tengo otro que me envuelve y rodea por todas partes: es este mundo perverso. El enemigo me ha cerrado el paso, me lanza dardos por las cinco puertas de mis sentidos, y vomita la muerte por las ventanas. Por si no fueran poco estos dos, desgraciado de mí, veo venir del norte un viento huracanado que siembra desgracia. ¿Qué puedo hacer? ¡Auxilio, Señor, que nos hundimos! Este es el martillo del mundo, la serpiente que gana en astucia a todos los animales. Es un enemigo que no puedo ver, y menos aún guardarme de él.
 Los que desean practicar la continencia, no sólo de la lujuria, sino de toda clase de vicios y pecados, no tienen que luchar sólo contra hombres de carne y hueso, sino contra las soberanías, contra las autoridades, contra los jefes que dominan en estas tinieblas, contra las fuerzas espirituales del mal. ¿Quién será capaz, de apagar sus flechas incendiarias? Ajustan la saeta a la cuerda, para disparar a la sombra contra el honrado. Además: Calculan cómo esconder trampas, y dicen ¿quién lo descubrirá? Unas veces nos atacan y persiguen de frente y con violencia, otras a escondidas y con engaños, pero siempre llenos de malicia y crueldad. ¿Hay alguien capaz de soportar y superar todo esto?
 Ahora comprendéis qué difícil es mantener la continencia y, como dice el Apóstol, apreciaremos mejor los dones que Dios nos ha hecho. Solamente apoyados en Dios practicaremos esta virtud. Y él es quien pisotea a nuestros enemigos. Él es quien somete nuestros bajos instintos con sus pasiones y deseos, y este perverso mundo presente lleno de vanidad y curiosidad, y aplasta a Satanás y sus tentaciones bajo nuestros pies. ¿No dije con razón que en la continencia tenemos sobrado motivo para exclamar: El Poderoso ha hecho obras grandes por mí?
6.Y ahora tomad los fragmentos del sexto pan. Consiste en la gracia de merecer los bienes de la vida eterna. Esta gracia se manifiesta, a mi juicio, en estas tres cosas: en el odio de los males pasados, en el desprecio de los bienes presentes y en el deseo de los futuros.
 El séptimo pan es la esperanza de obtener estos bienes. También os ofrezco tres pedazos, a cual más sabroso y agradable. Hay tres cosas que dan tanta fuerza y vigor a mi espíritu, que ni la falta de méritos, ni mi propia miseria, ni la grandeza de la felicidad celestial, podrán jamás derrumbarme de la sólida esperanza en que me apoyo. ¿Queréis estos fragmentos, o preferís que los guardemos, siguiendo aquel viejo consejo: Si encuentras miel, come lo justo? Así se cumple cada día lo que la Sabiduría profetizó de sí misma, y veo realizado entre vosotros: El que me come tendrá más hambre.
 No quiero deteneros más ni dejaros con hambre, pues os veo con tanto apetito que parece que estáis en ayunas. En tres cosas se apoya toda su esperanza: en el amor de la adopción, en la fidelidad de la promesa, y en la capacidad de cumplirlas que mi torpe razón siga murmurando, si quiere: ¿quién eres tú? ¿Te das cuenta de lo sublime que es esa gloria? ¿Qué méritos tienes para alcanzarla? Yo le responderé con toda sencillez: sé de quien me he fiado, y estoy firmemente persuadido que me adoptó por su amor infinito, es fiel a sus promesas y capaz de cumplirlas. Todo lo que quiere lo hace. Este es el cordel triple que no se rompe fácilmente. Nos lo han arrojado desde nuestra patria a esta cárcel: agarrémoslo fuerte, para que nos levante, nos suba y nos lleve hasta la gloria del gran Dios que es bendito por siempre.

RESUMEN
Compartir las migajas de los siete panes.
El primer pan es la conservación de la gracia. Lo hacemos evitando la tentación, dándonos fuerzas para resistir y curando nuestros afectos.
 El segundo pan era la paciencia y sus migajas fueron la generosidad, la elección y el amor.
 El tercer pan fue la misericordia, de  la que recibí no tres migajas, sino tres grandes pedazos. Esos fueron las heridas que producían mis pecados, la observación de los suplicios preparados para los malvados y la esperanza del perdón.
El cuarto pan es el perdón que debe ser total, sin rencores, con absoluto olvido.
El quinto pan es la continencia. Su primer enemigo son nuestros bajos instintos. El segundo el mundo perverso y el tercero las autoridades despóticas que luchan contra el espíritu.
El sexto pan es la gracia de merecer los bienes de la vida eterna. Se manifiesta en el desprecio de lo presente y el odio de los errores pasados junto a la esperanza de los venideros.
El séptimo pan es la esperanza de obtener estos  bienes. Se apoya en el amor de la adopción, en la fidelidad de la promesa, y en la capacidad de cumplirla. Esas son las migajas que del pan se desprenden.

sábado, 12 de mayo de 2012

ASCENSIÓN DE CRISTO. SERMÓN SEGUNDO


Capítulo 1


       Hermanos, esta solemnidad es gloriosa y gozosa. A Cristo le confiere una gloria extraordinaria, y a nosotros una peculiar alegría. Es la cumbre y plenitud de las demás solemnidades, el broche de oro del largo peregrinar del Hijo de Dios. El mismo que bajó es el que sube hoy por encima de los cielos, para llenar el universo. Ya había demostrado ser el dueño de todo el mundo: tierra, mar e infierno; ahora quiere manifestarse Señor del aire y del cielo, con pruebas semejantes o mayores. La tierra reconoció al Señor cuando éste gritó con voz potente: Lázaro, sal fuera, y devolvió al muerto. Lo reconoció el mar, cuando se cuajó bajo sus pies, y los apóstoles lo tomaron por un fantasma. Lo reconoció el infierno, cuando destrozó sus puertas de bronce y sus cerrojos de hierro, y encadenó a aquel insaciable homicida llamado diablo y Satanás.


Capítulo 2 


      El remate de tu túnica sin costura, Señor Jesús, y la plenitud de nuestra fe, pide ahora que te eleves por los aires a a vista de los discípulos, como dueño y Señor del firmamento. De este modo quedará patente que eres el Señor del mundo, porque llenas totalmente el universo. Y merecerás con pleno derecho que ante ti se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda boca proclame que tú estás en la gloria y a la diestra de Dios Padre. En esta derecha está la alegría perpetua. Por eso nos apremia el Apóstol a buscar lo de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre. El es toda nuestra riqueza: en El se esconden todos los tesoros del saber del  conocer; en él habita realmente la plenitud total de la divinidad.

Capítulo 3 

      Considerad también, hermanos, la pena y angustia que embargó a los apóstoles al verle arrancarse de su lado y elevarse al cielo. No usa escaleras ni cuerdas, le acompaña una multitud de ángeles sin necesidad de ayudarle: avanza él solo y lleno de fuerza. Aquí tenernos convertido en realidad lo que había predicho: vosotros no sois capaces de venir al lugar donde voy a estar yo. Si hubiera marchado al último rincón de la tierra, allí le hubieran seguido. Si al mar, allí se hubieran sumergido, como ya lo hiciera Pedro. Mas aquí no pueden seguirle porque el cuerpo mortal es lastre del alma, y la tienda  terrestre abruma la mente pensativa.
¡Qué pena tan terrible ver cómo se aleja y desaparece aquel por quien todo lo han dejado! Privados del novio, los amigos del novio lloran desconsolados. Y qué angustia la suya, al verse desamparados frente a los judíos, y sin recibir todavía la fuerza de lo alto. Al separarse de ellos los bendice, estremecido tal vez en su entrañable ternura, por dejar menesterosos a los suyos y a su pobre comunidad. Pero va a prepararles un sitio, y les conviene estar privados de su presencia humana.
 ¡Qué procesión tan dichosa y sublime! Ni los mismos apóstoles pudieron participar en ella. Escoltado por las almas santas y entre el regocijo de los coros celestiales, llega hasta el Padre y se sienta a la derecha de Dios. Ahora sí que ha empapado al mundo entero: nació como un hombre cualquiera, convivió con los hombres, sufrió y murió por culpa y en favor de ellos, resucitó, ascendió y está sentado a la derecha de Dios. Esta es la túnica tejida de una pieza de arriba abajo, rematada en las moradas celestes, donde Cristo alcanza su plenitud y es la plenitud de todo.

                                             Capítulo 4   

      Pero ¿qué tengo que ver yo con estas fiestas? Señor Jesús, ¿qué consuelo puedo tener si no te vi colgado de la cruz, ni cubierto de heridas, ni en la palidez de la muerte? ¿Si no puedo calmar sus heridas con mis lágrimas, porque no he sufrido con el crucificado, ni le he atendido después de morir? ¿Por qué no me saludaste cuando entraste en el cielo vestido de gala y como rey glorioso? El único consuelo que tengo son estas gozosas palabras de los ángeles: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que se han llevado de aquí al cielo volverá como lo habéis visto marcharse.  Volverá, dicen ellos, ¿volverá a por nosotros, en aquella procesión grandiosa y universal, cuando venga a juzgar a vivos y muertos, con los ángeles como mensajeros y el séquito de los hombres? Sí, vendrá. Vendrá tal y como ascendió, no como bajó. Se hizo humilde para salvarnos, y aparecerá sublime cuando resucite este cadáver y reproduzca en nuestro cuerpo el resplandor del suyo, dando a esta pobre criatura suya una grandeza incalculable. El que antes aparecía como un hombre cualquiera, vendrá con gran poder y majestad. Yo también lo contemplaré, pero no ahora; lo veré, pero no inmediatamente. Esa otra glorificación deslumbrará a la primera por su gloria incomparable.

                                           Capítulo 5 

       Entre tanto ha sufrido a la derecha del Padre, y nos recuerda siempre ante Dios. Está a la derecha, porque tiene en su diestra la misericordia la justicia en la izquierda. Su misericordia es infinita, y también su justicia. De la derecha mana agua, y de la izquierda brota fuego. Como se levanta el cielo sobre la tierra así se levanta su bondad sobre sus fieles: la misericordia del Señor supera en inmensidad a todas las distancias del cielo y de la tierra.  El propósito de Dios sobre ellos es inmutable, y la misericordia con los suyos es eterna: eterna por la predestinación, y eterna por la glorificación. Pero también es terrible con los hombres malditos. La sentencia es irrevocable para todos: para los elegidos y para los condenados. ¿Quién me puede asegurar que todos los aquí presentes están inscritos en el cielo y en el libro de la vida? La humildad de vuestra vida es para mí un indicio muy claro de que estáis elegidos y justificados. Todo mi interior exultaría de gozo si lo supiera con certeza. Pero nadie sabe si Dios le ama o le odia.

                                          Capítulo 6 

      Por eso, hermanos, perseverad en la disciplina que abrazasteis y subid por la pequeñez a la grandeza: es el único camino. Quien elige otro desciende, no asciende, porque únicamente la humildad encumbra y sólo ella nos lleva a la vida. Cristo, por su naturaleza divina, no podía crecer ni ensalzarse, porque nada hay más alto que Dios. Pero vio que la humildad es el medio de elevarse, y vino a encarnarse, padecer y morir, para que nosotros no cayéramos en la muerte eterna; por eso Dios o glorificó, lo resucitó, lo ensalzó y lo sentó a su derecha. Anda, haz tú lo mismo. Si quieres ascender, desciende; abraza esa ley irrevocable: a todo el que se encumbra lo abajarán, y al que se abaja lo encumbrarán. ¡Qué maldad y necedad la de los hombres! Con lo difícil que es ascender y lo fácil que es descender, prefieren subir antes que bajar. Siempre están dispuestos para recibir los honores y grandezas eclesiásticas, que hacen temblar a los mismos ángeles. ¡Qué pocos son los que te siguen, Señor Jesús, los que se dejan atraer por ti, los que se dejan guiar por la senda de tus mandatos! Algunos se dejan seducir y exclaman: llévame contigo. Otros se dejan guiar y dicen: condúceme a tu alcoba, rey mío. Otros son arrebatados como lo fue el Apóstol al tercer cielo. Los primeros son felices, porque a base de paciencia consiguen la vida. Los segundos son más felices, porque le alaban espontáneamente. Y los últimos son totalmente felices: han sepultado ya su voluntad en la insondable misericordia de Dios y están transportados por el soplo ardiente a los tesoros de la gloria. No saben si con el cuerpo o sin él; pero lo cierto es que han sido arrebatados. ¡Dichoso quien te sigue siempre a ti, Señor Jesús, y no a a ese espíritu fugitivo que quiso subir y sintió sobre sí el peso infinito de la mano divina! Nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, queremos seguirte a ti, con tu ayuda, para llegar hasta ti. Porque tú eres el camino, la verdad y la vida. Camino con el ejemplo, verdad en las promesas y vida en el premio. Tienes palabras de vida eterna, y nosotros sabemos y creemos que eres el Cristo, el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Dios bendito por siempre. 
RESUMEN
Cristo volverá pero ya no con humildad sino con majestad. Nos abandona para estar a la derecha de Dios Padre,  porque tiene en su diestra la misericordia y la justicia en la izquierda. Su misericordia es infinita, y también su justicia. El que quiera acompañarle no debe subir sino bajar y sepultar su voluntad en su infinita misericordia. Solamente la humildad encumbra y la soberbia conduce a la muerte eterna.