I. POR QUÉ RAZÓN DICE LA ESPOSA: ATRÁEME EN POS DE TI.- Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus aromas. ¿Es que la esposa ha de ser arrastrada en pos del esposo, como si lo siguiera contra su voluntad? No todo el que es atraído es arrastrado a la fuerza. Tampoco el enfermo o debilitado o el incapaz de valerse por sí mismo vacila en que le lleven al baño o a la mesa; es el reo quien se opone a que le conduzcan al juicio o al potro. Si ella lo pide expresamente, es porque desea ser atraída; aunque no lo pediría si fuese capaz de seguir por sí misma al esposo, como lo desea. ¿Y por qué no puede? ¿Tendremos que decir que también la esposa está enferma? No sería de extrañar que cualquiera de las doncellas confesara que está enferma y pidiese que la lleve. Pero ¿a quién no le sorprenderá que la esposa, capaz de llevar consigo a otras, por ser perfecta y fuerte, necesite también ser arrastrada como si estuviese enferma o débil? ¿De quién podríamos confiar que esté sana y fuerte, si damos en conceder que está enferma la que por su singular perfección y extraordinario poder es considerada como la esposa del Señor?
¿Acaso no pediría esto la Iglesia cuando contemplaba a su amado subiendo al cielo, ansiando subir y entrar con él en la gloria? Puede ser muy perfecta un alma que gime en este cuerpo mortal al verse retenida en la cárcel de este mundo, encadenada por mil necesidades, atormentada por sus pecados. Pero deberá resignarse a subir lenta y penosamente, para contemplar las realidades más espirituales; y no será capaz de seguir al esposo a donde quiera que vaya. Por eso escuchamos una voz que gime llorando: ¡Desgraciado de mi!, ¿¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? Por eso pide: Saca de la prisión a mi alma. Repita, por tanto, repita también con lágrimas la esposa: Llévame en pos de ti, porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. ¿No lo dirá porque desea morirse y estar con Cristo? Especialmente si ve que quienes parecían necesitarle en esta vida, van ya muy adelantadas en el amor al esposo y parecen unvulnerables en ese amor. Anteriormente habían dicho: Por eso las doncellas te quieren tanto. Ahora es como si dijera: "Mira cómo te aman las doncellas y se adhieren a ti con un amor fuerte. Ya no me necesitan para nada. Así que no hay ninguna razón para que yo siga en esta vida". Por esta razón dice: Atráeme en pos de ti.
Yo lo interpretaría así, si hubiera dicho: "Llévame a ti".
II. EN QUÉ CONSISTE SER ATRAIDO EN POS DE CRISTO Y QUIENES PIDEN O NO PIDEN ESTO.- Pero como dice en pos de ti, creo que más bien pide que le permita seguir tras las huellas de su vida, para emular sus virtudes, guardar las normas de su conducta y abrazar la perfección de su forma de vida. En todo esto necesita sobremanera una fuerza que le permita renunciar a sí misma, tomar su cruz y seguir a Cristo. Por eso precisa la esposa ser atraída, y ser atraída precisamente por aquel que dijo: Sin mi nada podéis hacer. "Sé muy bien", dice, "que no puedo llegar hasta ti en manera alguna, a no ser caminando detrás de ti: y ni siquiera esto, si tú no me ayudas. Te pido, pues, que me atraigas en pos de ti, porque: ¡Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación!, ya que llegarán a poseerte en el monte de la felicidad.
"Qué pocos, Señor, quieren ir en pos de ti, aunque todos desean llegar hasta ti, porque están convencidos de que a tu derecha está la alegría perpetua. Todos quieren gozar de ti, mas no todos imitarte: quieren reinar contigo, sin sufrir contigo. Tal era aquel que decía: Que mi suerte sea la de los justos, que fin sea como el suyo. Deseaba el fin de los justos, mas no sus comienzos. También los carnales añoran para sí morir como los espirituales, aunque rechacen su forma de vida: saben que la muerte de los santos es preciosa. Porque cuando se duermen sus amados, encontrarán la herencia del Señor, y dichosos los muertos que mueren en el Señor. Por el contrario, al decir del profeta, la muerte de los malvados es pésima. No se esfuerzan por buscar al que desean encontrar; desean conseguirlo, no seguirlo.
"No les sucede eso a quellos a los que decía: Vosotros os habéis mantenido a mi lado en las pruebas. ¡Dichosos, buen Jesús, los que han obtenido este testimonio tuyo! Ellos caminaban realmente en pos de ti con sus pasos y su corazón. Les enseñaste el sendero de la vida, porque eres camino y vida, y les dijiste: Venid en pos de mi y os haré pescadores de hombres. El que quiera servirme que me siga: y allí donde esté yo, estará también mi servidor. Por eso lo tenían a mucha honra: Mira que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
"Así también tu amada, dejándolo todo por ti, ansía ir siempre en pos de ti, adherirse siempre a tus huellas, seguirte a donde quiera que vayas, consciente de que tus caminos son de salvación y todos tus senderos llevan a la paz, y que quien te sigue no camina entre tinieblas. Pero te pide que la atraigas, porque tu justicia es como el monte de Dios, y no puede subir hasta allí con sus fuerzas. Te ruega que la atraigas, como acostumbras, porque nadie llega hasta ti si no le atrae tu Padre. Y a quienes atrae el Padre les atraes tú también. Lo que hace el Padre eso hace también el Hijo. Pero pide con más confianza que le atraiga el Hijo, porque es su propio esposo, al que envió el Padre por delante en calidad de guía y preceptor, para que la precediera por el camino recto y la enderezase por la senda de las virtudes, la instruyera como a sí mismo, le mostrase la calzada de la prudencia, le entregase la ley de la vida y de la bondad, y así él mismo desearía con razón su hermosura.
"Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus aromas. La razón por la que necesito que me atraigas, es que se entibió un poco en nosotros el ardor de nuestro amor, y así no podemos correr ahora con un frío que congela las aguas, como lo hacíamos ayer y en días pasados. Pero será después, cuando nos devuelvas la alegría de tu salvación, cuando vuelva el clima templado de la gracia, cuando brille de nuevo el sol de la justicia y pasen las nuebes de la prueba que ahora lo ocultan, cuando comience a esparcirse el perfume al suave soplo de la brisa dulce como antes, y se derramen los perfumes con su fragancia. Entonces correremos, correremos aspirando su aroma, porque desaparecerá la pesadez que ahora nos abruma y volverá la devoción. Ya no necesitaremos ser atraídas, pues acuciadas por su bálsamo correremos libremente. Pero ahora, entre tanto, atráeme en pos de ti.".
III. TAMBIÉN EL ESTADO ESPIRITUAL SUFRE UNA CONSTANTE MUTACIÓN, Y CÓMO IMITAMOS LA ETERNIDAD.- ¿No ves cómo el que procede guiado por el Espíritu nunca permanece en el mismo estado, ni avanza siempre con la misma facilidad, y que el caminar del hombre no depende de su poder? Se lo concede a su arbitrio la voluntad del Espíritu: unas veces más lentamente y otras veces más aprisa, le hace olvidar lo que queda atrás y lanzarse a lo que está delante. Si os fijáis bien, parece que lo que yo os digo desde fuera coincide con lo que experimentáis en vuestro interior.
Por lo mismo, cuando te sientas afectado por la indolencia, la acedia o el tedio, no pierdas por eso la esperanza, ni desistas de tu tesón espiritual. Pide la mano del que te ayuda, instándole a que te atraiga, como hace la esposa, hasta que con el estímulo de la gracia puedas correr de nuevo más aprisa y alegre, diciendo: Corrí por el camino de tus leyes, cuando me ensaschaste el corazón. Por eso, mientras actúe la gracia, alégrate; pero no pienses que posees el don de Dios por un derecho hereditario, como si por esa seguridad llegaras a creer que no puedes perderlo jamás. No sea que de repente te suelte su mano y te prive de su don, y caiga tu ánimo abatido, excesivamente desconsolado. Y nunca exclames en plena euforia: No vacilaré jamás, para no verte obligado a decir con pena: Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. Si eres cuerdo, tratarás más bien, como aconseja el sabio, no olvidarte de los días malos en los buenos y en el día malo te acordarás del día bueno.
Por tanto, no te creas seguro en tus momentos de valentía: clama al Señor con el Profeta y dí: No me abandones cuando me falten las fuerzas. Consuélate en el día de la prueba y di con la esposa: Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus aromas. Así no te abandonará la esperanza en la adversidad, ni te fallará la providencia en la prosperidad. Tanto la prosperidad como la adversidad, mudables a cada paso, te servirán para formarte cierta imagen de la eternidad, esa inviolable e inconlusa igualdad uniforme de espíritu, bendiciendo al Señor en todo tiempo. Por ello, incluso en los acontecimientos angustiosos y en los desfallecimientos inevitables de este mundo vacilante, reivindicarás para ti un estado perenne de cierta inconmutabilidad, cuando comiences a renovar y reformar tu antigua y sublime semejanza del Dios eterno, para quien no existen fases ni periodos de sombra.
Pues así como él es en sí mismo, lo serás tú en este mundo: no temerás la adversidad, ni te relajarás en la prosperidad. Esto es, repito, lo que esa noble criatura, hecha a imagen y semejanza del que la creó, indica que está próxima a recuperar: la dignidad de su antigua gloria. Está convencido de que para ella es indigno amoldarse a este mundo caduco. Y siguiendo el pensamiento de San Pablo, se esfuerza por ir transformándose en la nueva mentalidad, dentro del estado en que fue creada al principio. Así, como es justo, obliga a este mundo -creado para ella- a que cambie de dirección y a que de un modo maravilloso se adapte a ella, y todos los seres empiecen a cooperar para su bien. Así recuperan en algún sentido su forma propia y natural, abandonan sus actitudes degeneradas y reconocen a su Señor, a cuyo servicio fueron creadas.
IV. COMO LOS IMITADORES DE CRISTO LO ATRAEN TODO HACIA SI.- Según esto, pienso que aquellas palabras pronunciadas por el Unigénito acerca de sí mismo -cuando le levanten de la tierra tirará de todos hacia él-, pueden apropiárselas todos sus hermanos: los que eligió destinándolos a que reprodugeran los rastos de su Hijo, para que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos. Así que yo puedo tener la osadía de decir que cuando sea levantado de la tierra atraeré todos los seres hacia mí. Porque no me apropio temerariamente las palabras de mi hermano, de cuya semejanza me ha revestido.
Si es así, no piensen los ricos de este mundo que los hermanos de Cristo poseen solamente el cielo, porque escucharon estas palabras: Dichosos los que eligen ser pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Repito que no pueden pensar que sólo gozan de las realidades celestiales, porque esto es lo único que se les promete. Poseerán también las terrenas, sin tener nada; lo poseen todo y no mendigan como pordioseros, porque son dueños como señores y ciertamente más señores cuanto menos ambiciosos. El mundo entero con sus riquezas pertenece al hombre de fe. Todo absolutamente, porque tanto lo próspero como lo adverso, le sirve igualmente y coopera en todo para su bien.
Por eso el avaro hambrea lo terreno como un mendigo; pero el creyente lo desprecia como señor. Uno mendiga lo que posee; el otro atesora lo que desprecia. Pregunta a cualquiera de esos que codician con un corazón insaciable el lucro material, qué sienten respecto a los que venden lo suyo para entregarlo a los pobres y compran así el reino de los cielos con un precio perecedero. Pregúntales a ver cómo obran y te contestarán sin duda: "cuerdamente". Pregúntales también por qué no hacen eso que aprueban. "No puedo", responderán. ¿Por qué? Sin duda porque no se lo permite la avaricia que los domina; porque no son libres; porque no son suyas las cosas que creen poseer; porque no se pertenecen ni a sí mismos.
"Si realmente fuesen tuyas, inviértelas en el gran negocio de cambiar lo terreno por lo celestial. Si no eres capaz, reconoce que no eres dueño de tus riquezas, sino esclavo; su depositario, no el amo. En una palabra, vives al dictado de tu capital, como el criado ante su señora; él se ve obligado a alegrarse en su prosperidad y a condolerse con sus infortunios; y tú, cuando aumentan sus riquezas, aumenta tu satisfacción, y cuando disminuyen quedas abatido. Te hundes en la tristeza cuando se agotan, y cuando suben tus habers te inflas de soberbia". Esto es lo que dice.
V. POR QUÉ DICE ATRÁEME EN SINGULAR Y CORREREMOS, EN PLURAL.- Nosotros, empero, tratemos de emular la libertad y la estabilidad de la esposa que, bien enterada de todo y con su corazón iniciado en la sabiduría, sabe vivir con estrechez y sabe nadar en la abundancia. Cuando pide que le atraiga el esposo, descubre su necesidad, no de riquezas, sino de virtudes. Y cuando se consuela con la esperanza de que volverá la gracia, da muestras de su indigencia, pero no de su desconfianza.
Por eso dice: Atráeme en pos de ti y correremos al olor de los aromas. ¿Cómo nos extraña que sienta necesidad de que le atraigan, si corre tras un gigante, si intenta abrazar al que salta sobre los montes, brincando por los collados? Su palabra corre veloz. Y ella no puede seguirle ni competir con su agilidad, porque sale como un héroe a recorrer su camino: no puede valerse de sus fuerzas, y por eso pide que le atraiga diciendo: "Estoy cansada, me he agotado; no me abandones, atráeme en pos de ti, no sea que intente andar errante tras otros amantes, no sea que corra sin rumbo fijo. Atráeme en pos de ti, pues más me vale que me atraigas y me provoques como sea, aterrándome con tus amenazas o probándome con castigos; pero no me dejes en mi frialdad, no me abandones en mi falsa seguridad. Atráeme aun a pesar mío y después te seguiré voluntariamente; atráeme incluso paralizada y me devolverás la agilidad.
Algún día no necesitaré que me atraigas, porque correremos amorosamente con toda presteza. No correré yo sola, aunque haya pedido que me atraigas a mi sola: también correrán conmigo las doncellas. Correremos juntas, correremos a la par; yo por el aroma de tus perfumes y ellas movidas por mi ejemplo y mis insistencias. Sí, correremos todas al olor de tus aromas". La esposa cuenta con estas imitadoras suyas, como ella imita a Cristo. Por eso no dice en singular: "Correré", sino Correremos.
Pero surge una cuestión: ¿por qué cuando pide que le atraiga, por la misma razón no incluyó a las doncellas, diciéndo: "Atráenos", en vez de Atráeme? ¿Es que la esposa necesita que le atraiga, y las doncellas no? "Tú que eres tan bella, tan dichosa y tan afortunada, muéstranos la razón de esta diferencia". -Atráeme, dice-. "¿Por qué a mí y no a nosotras?" ¿Es que sientes envidia de que nosotras participemos también de esta dicha? De ningún modo, porque no habrías añadido inmediatamente que las doncellas correrán contigo, si hubieses pretendido ir tú sola en pos del esposo. ¿Por qué entonces añades en plural correremos y pides en singular atráeme? "La Caridad", contesta, "así lo pedía".
VI. DEL DOBLE AUXILIO DE LA CORRECCIÓN Y DEL CONSUELO.- "Aprende por esto que acabo de decirte que en la vida espiritual debemos esperar una doble ayuda: la correccion y el consuelo. La primera actúa desde fuera; éste nos visita interiormente. Aquella reprime la insolencia; éste provoca la confianza. La primera engendra humildad; el segundo consuela cuando desfallece el ánimo. Una hace cautos; el otro devotos. Instruye aquélla con el temor de Dios; y éste suaviza el temor mismo, infundiendo el gozo espiritual, según está dicho: Alegra mi corazón entero en el temor de tu nombre; servid al Señor con temor; rendidle homenaje temblando.
"Somos atraídos cuando nos prueban las tentaciones y tribulaciones; corremos cuando, al visitarnos las consolaciones interiores y las inspiraciones, aspiramos la fragancia del perfume. Por es, lo que parece áspero y duro me lo reservo para mí, como si fuera perfecta, sana y fuerte, diciendo en singular: atráeme. Lo que es suave y dulce, te lo entrego a ti como si fuese débil, y digo: Correremos. Sé muy bien que las doncellas son tiernas y delicadas, menos hechas a sufrir la tentación. Quiero que vayan conmigo, pero no que sean atraídas conmigo, porque quiero que sean mis compañeraqs en el consuelo, no el el sufrimiento. ¿Por qué? Porque son débiles y me temo que desfallezcan, que sucumban. Corrígeme a mí, esposo mío, fatígame, pruébame, atráeme en pos de ti, porque yo estoy dispuesta a cualquier sufrimiento y me siento con fuerzas para soportarlo.
"Por lo demás, corramos juntas; aunque sea atraída yo sola, corramos juntas. Corramos, corramos, pero al olor de tus aromas, no fiándonos de nuestros méritos. Tampoco confiamos correr por nuestra extraordinaria fuerza, sino por la bondad de tu gracia. Si alguna vez corrimos voluntariamente, no fue porque así lo quisimos y nos afanamos, sino por Dios, que tuvo misericordia. Vuelva esa misericordia y correremos.Tú corres por tu fuerza, como gigante irresistible; nosotras no correremos, si tus areomas no se esparcen. Tú, a quien el Padre ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros, corres por esa misma unción; nosotras correremos al olor de tus aromas. Tú en plenitud, nosotras tras el aroma de su perfume".
Ha llegado el momento de cumplir lo que os prometí: exponeros ampliamente el tema de los aromas del esposo. Pero lo impide la extensión de este sermón; por tanto, lo dejo de momento, porque una materia tan densa no puede resumirse en pocas palabras. Rogad al Señor de la unción que se digne recibir con agrado la alabanza espontánea de mis labios, para dar a conocer a vuestros corazones la memoria de su inmensa bondad, que permanece en el Esposo de la Iglesia, Jesús, Cristo nuestro Señor.
RESUMEN Y COMENTARIO
II. EN QUÉ CONSISTE SER ATRAIDO EN POS DE CRISTO Y QUIENES PIDEN O NO PIDEN ESTO.- Pero como dice en pos de ti, creo que más bien pide que le permita seguir tras las huellas de su vida, para emular sus virtudes, guardar las normas de su conducta y abrazar la perfección de su forma de vida. En todo esto necesita sobremanera una fuerza que le permita renunciar a sí misma, tomar su cruz y seguir a Cristo. Por eso precisa la esposa ser atraída, y ser atraída precisamente por aquel que dijo: Sin mi nada podéis hacer. "Sé muy bien", dice, "que no puedo llegar hasta ti en manera alguna, a no ser caminando detrás de ti: y ni siquiera esto, si tú no me ayudas. Te pido, pues, que me atraigas en pos de ti, porque: ¡Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación!, ya que llegarán a poseerte en el monte de la felicidad.
"Qué pocos, Señor, quieren ir en pos de ti, aunque todos desean llegar hasta ti, porque están convencidos de que a tu derecha está la alegría perpetua. Todos quieren gozar de ti, mas no todos imitarte: quieren reinar contigo, sin sufrir contigo. Tal era aquel que decía: Que mi suerte sea la de los justos, que fin sea como el suyo. Deseaba el fin de los justos, mas no sus comienzos. También los carnales añoran para sí morir como los espirituales, aunque rechacen su forma de vida: saben que la muerte de los santos es preciosa. Porque cuando se duermen sus amados, encontrarán la herencia del Señor, y dichosos los muertos que mueren en el Señor. Por el contrario, al decir del profeta, la muerte de los malvados es pésima. No se esfuerzan por buscar al que desean encontrar; desean conseguirlo, no seguirlo.
"No les sucede eso a quellos a los que decía: Vosotros os habéis mantenido a mi lado en las pruebas. ¡Dichosos, buen Jesús, los que han obtenido este testimonio tuyo! Ellos caminaban realmente en pos de ti con sus pasos y su corazón. Les enseñaste el sendero de la vida, porque eres camino y vida, y les dijiste: Venid en pos de mi y os haré pescadores de hombres. El que quiera servirme que me siga: y allí donde esté yo, estará también mi servidor. Por eso lo tenían a mucha honra: Mira que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
"Así también tu amada, dejándolo todo por ti, ansía ir siempre en pos de ti, adherirse siempre a tus huellas, seguirte a donde quiera que vayas, consciente de que tus caminos son de salvación y todos tus senderos llevan a la paz, y que quien te sigue no camina entre tinieblas. Pero te pide que la atraigas, porque tu justicia es como el monte de Dios, y no puede subir hasta allí con sus fuerzas. Te ruega que la atraigas, como acostumbras, porque nadie llega hasta ti si no le atrae tu Padre. Y a quienes atrae el Padre les atraes tú también. Lo que hace el Padre eso hace también el Hijo. Pero pide con más confianza que le atraiga el Hijo, porque es su propio esposo, al que envió el Padre por delante en calidad de guía y preceptor, para que la precediera por el camino recto y la enderezase por la senda de las virtudes, la instruyera como a sí mismo, le mostrase la calzada de la prudencia, le entregase la ley de la vida y de la bondad, y así él mismo desearía con razón su hermosura.
"Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus aromas. La razón por la que necesito que me atraigas, es que se entibió un poco en nosotros el ardor de nuestro amor, y así no podemos correr ahora con un frío que congela las aguas, como lo hacíamos ayer y en días pasados. Pero será después, cuando nos devuelvas la alegría de tu salvación, cuando vuelva el clima templado de la gracia, cuando brille de nuevo el sol de la justicia y pasen las nuebes de la prueba que ahora lo ocultan, cuando comience a esparcirse el perfume al suave soplo de la brisa dulce como antes, y se derramen los perfumes con su fragancia. Entonces correremos, correremos aspirando su aroma, porque desaparecerá la pesadez que ahora nos abruma y volverá la devoción. Ya no necesitaremos ser atraídas, pues acuciadas por su bálsamo correremos libremente. Pero ahora, entre tanto, atráeme en pos de ti.".
III. TAMBIÉN EL ESTADO ESPIRITUAL SUFRE UNA CONSTANTE MUTACIÓN, Y CÓMO IMITAMOS LA ETERNIDAD.- ¿No ves cómo el que procede guiado por el Espíritu nunca permanece en el mismo estado, ni avanza siempre con la misma facilidad, y que el caminar del hombre no depende de su poder? Se lo concede a su arbitrio la voluntad del Espíritu: unas veces más lentamente y otras veces más aprisa, le hace olvidar lo que queda atrás y lanzarse a lo que está delante. Si os fijáis bien, parece que lo que yo os digo desde fuera coincide con lo que experimentáis en vuestro interior.
Por lo mismo, cuando te sientas afectado por la indolencia, la acedia o el tedio, no pierdas por eso la esperanza, ni desistas de tu tesón espiritual. Pide la mano del que te ayuda, instándole a que te atraiga, como hace la esposa, hasta que con el estímulo de la gracia puedas correr de nuevo más aprisa y alegre, diciendo: Corrí por el camino de tus leyes, cuando me ensaschaste el corazón. Por eso, mientras actúe la gracia, alégrate; pero no pienses que posees el don de Dios por un derecho hereditario, como si por esa seguridad llegaras a creer que no puedes perderlo jamás. No sea que de repente te suelte su mano y te prive de su don, y caiga tu ánimo abatido, excesivamente desconsolado. Y nunca exclames en plena euforia: No vacilaré jamás, para no verte obligado a decir con pena: Escondiste tu rostro y quedé desconcertado. Si eres cuerdo, tratarás más bien, como aconseja el sabio, no olvidarte de los días malos en los buenos y en el día malo te acordarás del día bueno.
Por tanto, no te creas seguro en tus momentos de valentía: clama al Señor con el Profeta y dí: No me abandones cuando me falten las fuerzas. Consuélate en el día de la prueba y di con la esposa: Atráeme en pos de ti y correremos al olor de tus aromas. Así no te abandonará la esperanza en la adversidad, ni te fallará la providencia en la prosperidad. Tanto la prosperidad como la adversidad, mudables a cada paso, te servirán para formarte cierta imagen de la eternidad, esa inviolable e inconlusa igualdad uniforme de espíritu, bendiciendo al Señor en todo tiempo. Por ello, incluso en los acontecimientos angustiosos y en los desfallecimientos inevitables de este mundo vacilante, reivindicarás para ti un estado perenne de cierta inconmutabilidad, cuando comiences a renovar y reformar tu antigua y sublime semejanza del Dios eterno, para quien no existen fases ni periodos de sombra.
Pues así como él es en sí mismo, lo serás tú en este mundo: no temerás la adversidad, ni te relajarás en la prosperidad. Esto es, repito, lo que esa noble criatura, hecha a imagen y semejanza del que la creó, indica que está próxima a recuperar: la dignidad de su antigua gloria. Está convencido de que para ella es indigno amoldarse a este mundo caduco. Y siguiendo el pensamiento de San Pablo, se esfuerza por ir transformándose en la nueva mentalidad, dentro del estado en que fue creada al principio. Así, como es justo, obliga a este mundo -creado para ella- a que cambie de dirección y a que de un modo maravilloso se adapte a ella, y todos los seres empiecen a cooperar para su bien. Así recuperan en algún sentido su forma propia y natural, abandonan sus actitudes degeneradas y reconocen a su Señor, a cuyo servicio fueron creadas.
IV. COMO LOS IMITADORES DE CRISTO LO ATRAEN TODO HACIA SI.- Según esto, pienso que aquellas palabras pronunciadas por el Unigénito acerca de sí mismo -cuando le levanten de la tierra tirará de todos hacia él-, pueden apropiárselas todos sus hermanos: los que eligió destinándolos a que reprodugeran los rastos de su Hijo, para que éste fuera el mayor de una multitud de hermanos. Así que yo puedo tener la osadía de decir que cuando sea levantado de la tierra atraeré todos los seres hacia mí. Porque no me apropio temerariamente las palabras de mi hermano, de cuya semejanza me ha revestido.
Si es así, no piensen los ricos de este mundo que los hermanos de Cristo poseen solamente el cielo, porque escucharon estas palabras: Dichosos los que eligen ser pobres, porque de ellos es el reino de los cielos. Repito que no pueden pensar que sólo gozan de las realidades celestiales, porque esto es lo único que se les promete. Poseerán también las terrenas, sin tener nada; lo poseen todo y no mendigan como pordioseros, porque son dueños como señores y ciertamente más señores cuanto menos ambiciosos. El mundo entero con sus riquezas pertenece al hombre de fe. Todo absolutamente, porque tanto lo próspero como lo adverso, le sirve igualmente y coopera en todo para su bien.
Por eso el avaro hambrea lo terreno como un mendigo; pero el creyente lo desprecia como señor. Uno mendiga lo que posee; el otro atesora lo que desprecia. Pregunta a cualquiera de esos que codician con un corazón insaciable el lucro material, qué sienten respecto a los que venden lo suyo para entregarlo a los pobres y compran así el reino de los cielos con un precio perecedero. Pregúntales a ver cómo obran y te contestarán sin duda: "cuerdamente". Pregúntales también por qué no hacen eso que aprueban. "No puedo", responderán. ¿Por qué? Sin duda porque no se lo permite la avaricia que los domina; porque no son libres; porque no son suyas las cosas que creen poseer; porque no se pertenecen ni a sí mismos.
"Si realmente fuesen tuyas, inviértelas en el gran negocio de cambiar lo terreno por lo celestial. Si no eres capaz, reconoce que no eres dueño de tus riquezas, sino esclavo; su depositario, no el amo. En una palabra, vives al dictado de tu capital, como el criado ante su señora; él se ve obligado a alegrarse en su prosperidad y a condolerse con sus infortunios; y tú, cuando aumentan sus riquezas, aumenta tu satisfacción, y cuando disminuyen quedas abatido. Te hundes en la tristeza cuando se agotan, y cuando suben tus habers te inflas de soberbia". Esto es lo que dice.
V. POR QUÉ DICE ATRÁEME EN SINGULAR Y CORREREMOS, EN PLURAL.- Nosotros, empero, tratemos de emular la libertad y la estabilidad de la esposa que, bien enterada de todo y con su corazón iniciado en la sabiduría, sabe vivir con estrechez y sabe nadar en la abundancia. Cuando pide que le atraiga el esposo, descubre su necesidad, no de riquezas, sino de virtudes. Y cuando se consuela con la esperanza de que volverá la gracia, da muestras de su indigencia, pero no de su desconfianza.
Por eso dice: Atráeme en pos de ti y correremos al olor de los aromas. ¿Cómo nos extraña que sienta necesidad de que le atraigan, si corre tras un gigante, si intenta abrazar al que salta sobre los montes, brincando por los collados? Su palabra corre veloz. Y ella no puede seguirle ni competir con su agilidad, porque sale como un héroe a recorrer su camino: no puede valerse de sus fuerzas, y por eso pide que le atraiga diciendo: "Estoy cansada, me he agotado; no me abandones, atráeme en pos de ti, no sea que intente andar errante tras otros amantes, no sea que corra sin rumbo fijo. Atráeme en pos de ti, pues más me vale que me atraigas y me provoques como sea, aterrándome con tus amenazas o probándome con castigos; pero no me dejes en mi frialdad, no me abandones en mi falsa seguridad. Atráeme aun a pesar mío y después te seguiré voluntariamente; atráeme incluso paralizada y me devolverás la agilidad.
Algún día no necesitaré que me atraigas, porque correremos amorosamente con toda presteza. No correré yo sola, aunque haya pedido que me atraigas a mi sola: también correrán conmigo las doncellas. Correremos juntas, correremos a la par; yo por el aroma de tus perfumes y ellas movidas por mi ejemplo y mis insistencias. Sí, correremos todas al olor de tus aromas". La esposa cuenta con estas imitadoras suyas, como ella imita a Cristo. Por eso no dice en singular: "Correré", sino Correremos.
Pero surge una cuestión: ¿por qué cuando pide que le atraiga, por la misma razón no incluyó a las doncellas, diciéndo: "Atráenos", en vez de Atráeme? ¿Es que la esposa necesita que le atraiga, y las doncellas no? "Tú que eres tan bella, tan dichosa y tan afortunada, muéstranos la razón de esta diferencia". -Atráeme, dice-. "¿Por qué a mí y no a nosotras?" ¿Es que sientes envidia de que nosotras participemos también de esta dicha? De ningún modo, porque no habrías añadido inmediatamente que las doncellas correrán contigo, si hubieses pretendido ir tú sola en pos del esposo. ¿Por qué entonces añades en plural correremos y pides en singular atráeme? "La Caridad", contesta, "así lo pedía".
VI. DEL DOBLE AUXILIO DE LA CORRECCIÓN Y DEL CONSUELO.- "Aprende por esto que acabo de decirte que en la vida espiritual debemos esperar una doble ayuda: la correccion y el consuelo. La primera actúa desde fuera; éste nos visita interiormente. Aquella reprime la insolencia; éste provoca la confianza. La primera engendra humildad; el segundo consuela cuando desfallece el ánimo. Una hace cautos; el otro devotos. Instruye aquélla con el temor de Dios; y éste suaviza el temor mismo, infundiendo el gozo espiritual, según está dicho: Alegra mi corazón entero en el temor de tu nombre; servid al Señor con temor; rendidle homenaje temblando.
"Somos atraídos cuando nos prueban las tentaciones y tribulaciones; corremos cuando, al visitarnos las consolaciones interiores y las inspiraciones, aspiramos la fragancia del perfume. Por es, lo que parece áspero y duro me lo reservo para mí, como si fuera perfecta, sana y fuerte, diciendo en singular: atráeme. Lo que es suave y dulce, te lo entrego a ti como si fuese débil, y digo: Correremos. Sé muy bien que las doncellas son tiernas y delicadas, menos hechas a sufrir la tentación. Quiero que vayan conmigo, pero no que sean atraídas conmigo, porque quiero que sean mis compañeraqs en el consuelo, no el el sufrimiento. ¿Por qué? Porque son débiles y me temo que desfallezcan, que sucumban. Corrígeme a mí, esposo mío, fatígame, pruébame, atráeme en pos de ti, porque yo estoy dispuesta a cualquier sufrimiento y me siento con fuerzas para soportarlo.
"Por lo demás, corramos juntas; aunque sea atraída yo sola, corramos juntas. Corramos, corramos, pero al olor de tus aromas, no fiándonos de nuestros méritos. Tampoco confiamos correr por nuestra extraordinaria fuerza, sino por la bondad de tu gracia. Si alguna vez corrimos voluntariamente, no fue porque así lo quisimos y nos afanamos, sino por Dios, que tuvo misericordia. Vuelva esa misericordia y correremos.Tú corres por tu fuerza, como gigante irresistible; nosotras no correremos, si tus areomas no se esparcen. Tú, a quien el Padre ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros, corres por esa misma unción; nosotras correremos al olor de tus aromas. Tú en plenitud, nosotras tras el aroma de su perfume".
Ha llegado el momento de cumplir lo que os prometí: exponeros ampliamente el tema de los aromas del esposo. Pero lo impide la extensión de este sermón; por tanto, lo dejo de momento, porque una materia tan densa no puede resumirse en pocas palabras. Rogad al Señor de la unción que se digne recibir con agrado la alabanza espontánea de mis labios, para dar a conocer a vuestros corazones la memoria de su inmensa bondad, que permanece en el Esposo de la Iglesia, Jesús, Cristo nuestro Señor.
RESUMEN Y COMENTARIO
La esposa (la Iglesia) sigue a Cristo, pero le pide que le ayude con sus aromas, pues es duro sobreponerse a las tentaciones e incertidumbres de todo cuerpo mortal. La Iglesia debe seguir a Cristo renunciando a sí misma. Las personas carnales ansían llegar a la muerte como llegar los espirituales, pero no aceptan las privaciones y la lucha espiritual durante su vida terrena. Pide con más confianza que le atraiga el Hijo, porque es el que envió el Padre en calidad de guía y preceptor. Trata de dejarte llevar por los aromas del Altísimo y así superarás los avatares de la prosperidad y la adversidad, esperando la estabilidad en Cristo que es propia de la eternidad de los justos. No creamos que a los que renuncian a la riqueza se les dará consuelo más allá de la muerte. Recibirán la verdadera riqueza ya durante esta vida mortal, pues no dependerán del capricho de la fortuna y las variaciones de los negocios. En otras palabras, disfrutarán plenamente de los bienes que Dios deja al alcance del ser humano. El salmo dice "atráeme" (singular) y correremos refiriéndose al conjunto de los creyentes (la Iglesia) y en cambio "correremos detrás de tu perfume", utilizando el plural. De alguna forma, por caridad, deja lo más difícil par la santa Iglesia que a todos une y lo más fácil para todos los seres que correremos unidos. En la vida podemos esperar corrección (basado en el temor de Dios) y consuelo (basado en su misericordia). Para la Iglesia dejamos la corrección. Para las doncellas el consuelo. Si podemos correr tras los perfumes es sólo por la gracia de Cristo.
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