EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

sábado, 1 de septiembre de 2012

SERMÓN XII SOBRE EL CANTAR DE LOS CANTARES: EL PERFUME EXQUISITO DE LA COMPASIÓN

Sermón XII del Cantar de los Cantares
1. Recuerdo que os hablé de dos clases de perfumes: el de la contrición que abarca toda clase de pecados, y el de la devoción que recoge todos los beneficios. Los dos son saludables, pero no son agradables los dos. El primero hace sentir su virtud purgativa, que lleva a la compunción por el amargo recuerdo de los pecados y causa dolor; el segundo posee una cualidad lenitiva, pues la contemplación de la bondad divina es consuelo y calmante del dolor. Pero el tercer perfume es mejor que estos dos: yo lo llamaría el de la compasión. Se elabora con las indigencias de los pobres, las congojas de los oprimidos, las depresiones de los tristes, las culpas de los delincuentes y, finalmente, con todo género de miserias, incluyendo las de nuestros enemigos.
 Sus componentes son despreciables, pero con ellos se elabora el perfume más aromático de todos. Y tiene una virtualidad santiva. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Los ingredientes que forman este maravilloso perfume, digno de los pechos de la esposa, y agradable para la sensibilidad del esposo, son todas las miserias concentradas y atravesadas por una mirada de expresión entrañable.
 ¡Dichoso el espíritu que se esfuerza por enriquicerse copiosamente recogiendo estos aromas, los rocía con el bálsmo de la misericordia y los cuece en el fuego del amor! ¿Quién crees que es ese hombre afortunado, sino el que se apiada y presta, propenso a la compasión, siempre dispuesto a ayudar, más feliz en dar que en recibir, inclinado al perdón, lento a la ira, plenamente incapaz de vengarse, atento en todo a las necesidades ajenas como si fueran propias? Feliz tú, quienquiea que seas, si estos sentimientos invaden tu alma, empapada por el rocío de la misericordia, henchida de compasión hasta reventar tus entrañas, hecha toda para todos, desechada para ti misma como un cacharro inútil, al encuentro de los demás para socorrerlos inmediatamente en toda circunstancia, y en una palabra, muerta a ti misma y viva para todos. Tú posees, en verdad, feliz, este tercer perfume, el mejor; y tus manos destilan su embriagadora suavidad. Las contrariedades no desvanecerán su aroma ni lo consumirá el hervor de la presunción. Siempre se acordará Dios de todas tus ofrendas y le agradará tu sacrificio.
2. En la ciudad del Señor de los Ejércitos hay hombres ricos: veamos si entre ellos podemos encontrar este perfume.
 El primero que como siempre me sale al paso es Pablo, redoma de elección, fraco de perfumes y pomo colmado con todos los aromas. El era en todas partes fragancia de Cristo para Dios. Su pecho, tan embargado por la preocupación de todas las Iglesias, difundía a lo largo y a lo ancho un bálsamo de exquisita suavidad. Mira qué esencias y aromas había recogido para sí: No hay día que no esté al borde de la muerte, tan verdad como el orgullo que siento por vosotros. ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mi me dé fiebre? Este hombre privilegiado poseía otras muchas esencias semejantes que vosotros conocéis, para preparar perfumes óptimos. Era natural que exhalaran los mejores y más puros aromas aquellos pechos que alimentaban a los miembros de Cristo, engendrados ciertamente por el corazón de Pablo con agudos dolores de parto, hasta que Cristo tomase forma en ellos y se configurasen comi miembros a su cabeza.
3. Mira a otro afortunado que tenía a mano ingredientes selectos, para preparar maravillosos perfumes: "El forastero no tuvo que dormir en la calle, porque yo abrí mis puertas al caminante. Yo era ojos para el ciego, era pies para el cojo. Yo era padre de los pobres, le rompía las mandíbulas al inicuo para arrancarle la presa de los dientes. No negué al pobre lo que deseaba, ni dejé consumirse en llanto a la viuda; no comí el pan yo solo sin repartirlo con el huérfano. No despedía al pobre o al vagabundo sin ropa con qué cubrirse y no me dieron las gracias sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas". ¡Qué fragancia la de este hombre, aque así perfumó la tierra con sus buenas obras! Cada una de ellas fue un aroma delicioso. Este perfume llenó su propio espíritu, para contrarrestar con la exhalación de su íntima fragancia el hedor de su carne corrompida.
4. También José consiguió que todo Egipto corriera tras su bálsamo fragrante, y después exhaló ese mismo aroma a quienes le vendieron. Con su airado semblante prorrumpió en amenazas, pero la unción de su corazón le arrancó ríos de lágrimas, que no delataban su ira sino que descubrían su amor. Samuel hizo duelo por Saúl, que lo buscaba para matarlo, y abrasado su pecho en llamas de amor, derretido en su intimidad, irrumpió al exterior tras la ternura de su mirada compasiva. Por el bálsamo de su ternura difundida por todas partes, dice de él la Escritura que "todo Israel desde Dan hasta Berseba supo que Samuel era un profeta acreditado ante el Señor".
 ¿Qué decir de Moisés? ¡Cuánto amor encerraban sus entrañas! Era tan benigno que la unción de su espíritu, una vez que lo invadió, no pudo ser agotada por aquella casa rebelde en cuyo seno vivía, a pesar de todas sus murmuraciones y enfrentamientos. Al contrario, en medio de tantas querellas y disensiones diarias, se mantenía en su mansedumbre. Con razón atestiguó el Espíritu Santo que era el hombre más sufrido del mundo. Con los que odiaban la paz era pacífico, tanto que además de no irritarse con su pueblo ingrato y testarudo, apaciguó con su intervención la ira del Señor, como está escrito: "Dios hablaba ya de aniquilarlos, pero Moisés su elegido se puso en la brecha frente a él, para apartar su cólera del exterminio. Y añade: Si le perdonas, perdonado está; pero si no, bórrame a mi de tu registro". ¡Qué hombre, ungido realmente con la unción de la misericordia! Se expresa con la ternura de un padre a quien nada puede hacer feliz, si no es la dicha de los hijos que ha engendrado.
 Supongamos que un hombre rico le dijese a una mujer pobre: "Entra a comer conmigo, pero deja afuera ese niño que llevas, porque llora mucho y nos molestará". ¿Lo haría? ¿No preferiría pasar sin comer, antes que sentarse ella sola con el rico, abandonando la prenda de su corazón? Pues igual Moisés. Tampoco él fue capaz de entrar solo a la fiesta de su Señor, dejando fuera aquel pueblo, turbulento e ingrato como era, al que se había entregado con la responsabilidad y el amor de una madre. Se le desgarran las entrañas; pero tolera mejor que se retuerzan y no que se las arranquen.
5. ¿Encontraremos alguien más bondadoso que David? ¿No lloraba la muerte del que siempre ansió matarle? ¿Cabe mayor benignidad que la suya? ¿No le resultó penoso aceptar la muerte del rey a quien debía suceder en el trono? ¿Y qué diremos de su resistencia a ser consolado por la muerte de su hijo, el parricida? Ese amor manifestaba la gran riqueza de su excelente perfume. Por eso el salmista ora con toda confianza: "Señor, ten en cuenta a David y su gran mansedumbre. Todos estos hombres poseyeron fragrantes aromas y difunden hoy su bálsamo por todas las iglesias. 
 Pero no sólo ellos: también lo exhalan todos aquellos que en esta vida muestran su benevolencia para hacer el bien y se esfuerzan por ser humanitarios con los hombres, siempre que ponen en común la gracia que han recibido y no la guardan para sí mismos. Saben que se deben a amigos y enemigos, instruidos e ignorantes. Y al sentirse útiles para todos, se mantienen en la humildad siempre y en todo, amados de Dios y de los hombres; por eso es bendita su fragancia. Todos los que nos precedieron con esas virtudes exhalaron maravillosos perfumes en su tiempo y en nuestros días.
 Tú también, si nos haces gustosamente partícipes del don que has recibido de lo alto a los que convivimos contigo, si entre nosotros te muestras siempre servicial, afectuoso, agradecido, tratable y sencillo, puedes estar seguro que tendrás en nosotros testimonio de que exhalas delicados perfumes. Cualquiera de vosotros que no sólo soporte las debilidades físicas y morales de sus hermanos, sino que además los ayuda con sus servicios, los conforta con sus palabras, los orienta con sus consejos, o si la disciplina monástica le impide todo esto, no cesa de consolar al débil por lo menos con su oración; todo el que así se comporte entre vosotros, repito, difunde entre sus hermanos el bálsamo excelente de un perfume de gran precio. Este hermano es en el seno de su comunidad como aroma en el aliento de la boca. Se le señala con el dedo y todos dicen de él: "Este es el que ama a los hermanos y al pueblo de Israel, e intercede continuamente por el pueblo y la santa ciudad". 
6. Pero volvamos al Evangelio para ver si hallamos algo referente a estos perfumes: "María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. ¿Cuáles son estos aromas tan valiosos, preparados y comprados para el cuerpo de Cristo, y tan abundantes que sirven para su cuerpo entero? Ninguno de los dos que antes hemos descrito fue preparado ni comprado expresamente para servicio del Señor, ni sabemos que hayan sido derramados sobre todo su cuerpo. Efectivamente, se presenta en una sala una mujer que besa sus pies y los perfuma. Más tarde, en otro lugar esa misma mujer u otra lleva un frasco de perfume y lo derrama sobre su cabeza. Pero ahora si nos dice: "Compraron aromas para embalsamar a Jesús. No compraron perfumes, sino sustancias aromáticas; no se valen de un perfume ya elaborado para embalsamar a Jesús, sino que hacen uno nuevo. Y no para ungir sólo una parte de su cuerpo, como los pies o la cabeza, sino "para ir a embalsamar a Jesús", es decir, todo su cuerpo sin distinción alguna.
7. Si te vistes tu también de ternura entrañable, y eres generoso y benigno no sólo con tus padres y familiares, con los que te hicieron el bien o esperas que te lo hagan -eso lo hacen los paganos- sino que, siguiendo el consejo de Pablo, trabajas por el bien de todos y nunca se te ocurre negarles o retirarles a tus enemigos tu servicio humanitario corporal y espiritual por Dios: eso significaría que tú también has recogido muchos aromas fragrantes para ungir no sólo la cabeza y los pies del Señor, sino igualmente, en lo posible, su cuerpo total que es la Iglesia. 
 Por eso quizá el Señor Jesús no quiso pródigamente que se derramasen unos aromas sobre su cuerpo muerto, sino que permitió que sirviesen para su cuerpo vivo. Porque vive la Iglesia que come el pan vivo bajado del cielo. Ella es el cuerpo más amado de Cristo. Ningún cristiano ignora que él entregó a la muerte su propio cuerpo, para que no pasara por ese trance este otro cuerpo. El desea que lo unjamos, que lo acariciemos; ansía que aliviemos a sus miembros más débiles con los consuelos más delicados. Destinó para ellos esos ricos aromas, adelantando la hora de su resurrección. Pero al apresurar su gloria, no desdeñó la devoción de aquellas mujeres, sino que las consolidó. No es que rechazara su delicadeza, la reservó para algo más útil. Y no me refiero a la utilidad física o corporal de aquellos aromas, sino a la plenamente espiritual que simbolizaban. 
 Si el Maestro bondadoso quería ahorrar aquellos aromas tan finos y compasivos, era porque deseaba que fuesen destinados a sus miembros indigentes, tanto corporal como espiritualmente. ¿Acaso antes se había resistido a que se derramasen sobre su cabeza y sus pies otros perfumes, costosos por cierto? Al contrario, se enfrentó con los que pretendían impedirlo. Así, cuando Simón se indignó porque se dejaba tocar por una mujer pecadora, él la defendió con una larga parábola de severa increpación; y a quienes se dejaban de aquel derroche les dijo: "¿Por qué molestáis a esa mujer?"
8. Permitidme una pequeña disgresión. A veces yo me he reclinado a los pies de Jesús, compungido por el recuerdo de mis pecados, para ofrecerle como sacrificio un espíritu quebrantado. Alguna que otra vez me he levantado hasta su cabeza, exultante de gozo por el recuerdo de sus beneficios, y he oído también a algunos "¿A qué viene este derroche?"Echándome en cara por qué vivía sólo para mí, pues creían que podía ser útil para otros muchos. Y decían: "Podía haberse vendido por mucho para dárselo a los pobres". Mas haría un mal negocio con perderme yo mismo para mi ruina, por ganar el mundo entero. Entiendo que estas palabras son, como dice la Escritura, esas moscas muertas en el perfume, que echan a perder toda su fragancia, y recuerdo aquella sentencia divina: "Pueblo mío, los que te ensalzan te engañan". Deberían escuchar al Señor que sale al paso en mi defensa, contra los que denuncian mi ociosidad: "¿Por qué molestáis a esta mujer?" Como si dijera: "Vosotros sólo os fijáis en el semblante y juzgáis por las apariencias. Vosotros creéis que este hombre es capaz de grandes empresas, pero es una mujer frágil. ¿Por qué tratáis de imponerle un yugo que yo sé perfectamente que no puede soportarlo? Está muy bien lo que ha hecho conmigo. Que siga haciendo el bien y tiempo tendrá otro día de hacer algún día lo mejor. Si termina pasando a la virilidad, a la de un hombre perfecto, asumirá las obras más perfectas". 
9. Hermanos, reverenciemos a los obispos, pero temblemos por sus responsabilidades. Si consideramos sus deberes no codiciaremos sus honores. Reconozcamos nuestras desproporcionadas fuerzas y no aspiraremos a poner nuestros blandos y afeminados hombros fajo fardos hechos para hombres; no los censuremos y honrrémosles. Es inhumano criticar sus obras y rehuir sus fatigas. La mujer que se quedó hilando en casa, comete una ligereza cuando recrimina al marido que vuelve de la batalla. Quiero deciros lo siguiente: si el que vive en el claustro advirtiera que quien convive con el pueblo se comporta alguna vez con menos discreción y moderación en sus juicios, no le lance inmediatamente a juzgarle y recuerde lo que está escrito: "Menos te dañará la malignidad del hombre que la mujer engañosamente buena".
 Tú procedes rectamente velando sobre ti mismo; pero el que ayuda a los demás obra mejor y es más valiente. Aunque no pueda hacerlo sin faltar en algo, es decir, sin alguna incoherencia en su vida y en su comportamiento, recuerda que el amor sepulta un sinfín de pecados. Lo digo a propósito de esa doble tentación que acosa a los religiosos por instigación diabólica: ambicionar la dignidad de los obispos o juzgar precipitadamente sus excesos.
10. Pero volvamos a los perfumes de la esposa. ¿No has descubierto que el mejor de todos es el perfume de la compasión, el único que no se puede desperdiciar? Se cotiza tanto su aroma, que ni un vaso de agua fresca que se dé a beber quedará sin recompensa. Pero también es bueno el aroma de la contrición, elaborado con el recuerdo de los pecados, cuando se derrama sobre los pies del Señor, porque "un corazón quebrantado y humillado Dios no lo desprecia". Por lo demás, en mi opinión, es mucho mejor el perfume de la devoción, preparado con el recuerdo de los beneficios divinos, ya que es considerado tan apto para ungir la cabeza, que Dios ha declarado: "El que me ofrece acción de gracias, ese me honra".
 Más ciertamente es superior a los dos el perfume de la compasión, que se elabora mirando por los pobres y se derrama sobre el cuerpo total de Cristo. No me refiero a su cuerpo crucificado, sino al que rescató con su pasión. A decir verdad, es un perfume óptimo. Tanto que comparado con él, ninguna otra cosa le agrada, y así lo manifiesta: "Compasión quiero y no sacrificio". Para mi gusto, los pechos de la esposa que desea ardientemente identificarse con los deseos de su esposo, exhalan el mejor perfume. ¿Acaso Tabita no desprendía en su muerte el aroma de la misericordia? Por eso convaleció tan pronto de la muerte: porque prevaleció la fragancia de su vida. 
11. Escuchad todavía dos palabras sobre este tema. Cualquiera que tenga palabras embriagadoras y las perfume con sus obras de misericordia, puede perfectamente pensar que se dice de él: "Son tus pechos más deliciosos que el vino, el mejor de los perfumes". ¿Quién podría merecerlo? ¿Habrá entre nosotros alguien que posea siquiera una de estas dos cualidades plena y perfectamente, de modo que nunca sean ociosas sus palabras ni remisas sus obras? Pero hay alguien que con todo derecho puede apropiarse esta gloria; es la Iglesia, que por la multitud de sus miembros atesora siempre palabras embriagadoras y obras aromáticas. Pues lo que falta a uno lo posee otro, a medida del don de Cristo y según lo dispone el Espíritu que distribuye a cada uno como a él le place. 
 Exhala la Iglesia su perfume a través de los que se ganan amigos dejando el dinero injusto; cautiva a los hombres por los ministros de la palabra, que con el vino de la alegría espiritual riegan la tierra, la enriquecen sin medida y dan fruto con su paciencia. Ella se llama a sí misma esposa rotundamente y con toda confianza, porque está cierta que sus pechos son más deliciosos que el vino y su aroma es el mejor de los perfumes. Nadie entre nosotros puede atreverse a tanto como llamar a su alma esposa del Señor. Pero somos parte de la Iglesia, que se gloria de llamarse así en justicia, porque es realmente su esposa, y no sin razón nos apropiamos la participación en su gloria. Pues cada uno participamos justamente de lo que juntos poseemos en su plenitud total. Te damos gracias, Señor Jesús, porque te has dignado agregarnos a tu amadísima Iglesia, no sólo para ser sus fieles, sino también para unirnos contigo en un abrazo gozoso, casto y eterno, contemplando a cara descubierta tu gloria, de la que gozas en común con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN
El perfume de la compasión es el mejor de todos. "Se elabora con las indigencias de los pobres, las congojas de los oprimidos, las depresiones de los tristes, las culpas de los delincuentes y, finalmente, con todo género de miserias, incluyendo las de nuestros enemigos".  Pablo es un ejemplo de compasión por todos los miembros de la iglesia naciente. Similares ejemplos tenemos con José, Samuel y Moisés. El ejemplo de David que hasta lloraba la muerte de quien quería matarle. La consideración que tienen, para las comunidades monásticas, los que viven en la compasión. Ante la muerte de Cristo, María Magdalena y las demás mujeres no compraron un perfume ya hecho sino sustancias aromáticas para crear un perfume nuevo y para hacerlo con todo su cuerpo sin distinción alguna. Pero Cristo prefería ofrecer sus aromas a los demás antes que a si mismo, a los más necesitados espiritualmente. Otros nos  exigen demasiado con lo que cualquier desarrollo espiritual se convierte en imposible. Es una forma de ensalzar las obras, y nuestros actos, que conduce al engaño. Son como moscas muertas que degeneran el maravilloso perfume. Debemos ser benignos al juzgar los hechos de los obispos por la dificultad de sus actuaciones. Si consideramos los tres perfumes (contrición, alabanza y compasión), el último es el mejor y más grato. La mezcla del perfume de la palabra con el de la compasión es la más adecuada pero no siempre se unen, pues el Espíritu Santo reparte cualidades según se criterio. La Iglesia en su conjunto posee todos los dones en plenitud total. 

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