Ni mi inteligencia es tan profunda, ni mi ingenio tan perspicaz, que pueda atribuirme inventiva alguna. Pero la boca de San Pablo es una fuente caudalosa e inagotable, abierta siempre para nosotros. Y de ese manantial sacaré, como tantas veces lo hago, materia para explicaros lo de los pechos de la esposa. Escuchadle: Con los que están alegres, alegraos; con los que lloran, llorad.
En dos palabras nos describe el amor materno. El niño jamás puede ni dolerse ni alegrarse sin la mujer que lo concibió; su gozo y su dolor confluyen necesariamente en las entrañas de su madre. En consecuencia, apoyado en la sabiduría de Pablo, asignaré esas dos afecciones a los pechos de la esposa; a uno la compasión y al otro el gozo. De lo contrario, sería aún una niña no casadera, pues todavía no le despuntan los pechos y carece de la sensibilidad necesaria para condolerse y congratularse con los demás. Y si con esas carencias asume la responsabilidad de dirigir almas o el ministerio de la predicación, además de no prestar servicio alguno se perjudicará muchísimo a sí mismo. ¡Qué gran profanación cometería si se embarcara intrusamente en ello!
Pero volvamos a los dos pechos de la esposa y, según su diversidad, consideremos sus dos clases de leche. La congratulación proporciona la leche de la exhortación, y de la compasión afluye la leche del consuelo. La madre espiritual siente en sus piadosos pechos un copioso rocío celestial, cuantas veces recibe el beso. Mira cómo se sienta inmediatamente para dar de mamar con sus pechos cargados a sus niños, consolando a uno y exhortando a otro según su necesidad. Así, por ejemplo, cuando sorprende a uno que ha engendrado en el Evangelio, sacuido por una violenta tentación, turbado, triste y desalentado por sentirse incapaz de soportar su fuerza, es de ver cómo se conmueve, le acaricia, llora por él, lo consuela y recurre a todos los argumentos que se le ocurren, para levantar al abatido. Si por el contrario ve que está animoso, optimista y que progresa en el bien, salta de gozo, le da sus oportunos consejos, lo enfervoriza más, lo instruye en lo posible para que persevere y le exhorta a que camine siempre de mejor en mejor. Se adapta a todos, hace suyos los sentimientos de todos y muestra su maternidad lo mismo a quienes se paran cansados, como a los que siguen adelante.
¡Cuántos se muestran hoy ajenos a estos sentimientos! Me refiero a los que cargaron sobre sí con la dirección de las almas. Es imposible referirse a ello sin lamentarlo con gran dolor. En el horno de su avaricia funden el tesoro de la ignominia de Cristo, los salibazos, los azotes, los clavos, la lanza, la cruz y su misma muerte. Todo lo prostituyen, lo venden para hacer un vil negocio, y a toda prisa marcan en sus bolsas el precio de la redención universal. Sólo se diferencian de Judas Iscariote en que éste valoró todos sus emolumentos en unos pocos denarios; estos otros, llevados de su voracidad incontenible, exigen ganancias infinitas.
Las codician con deseos insaciables, les estremece perderlas, y cuando fracasan lo sienten a muerte. Se tranquilizan amándolas en la medida que les permite su zozobra para conservarlas o aumentarlas. No les preocupa lo más mínimo la perdición o la salvación de las almas. No pueden sentirse madres. Usan el patrimonio del Crucificado sólo para engrosar, engordar y nadar en la abundancia; no pueden dolerse del desastre de José. La verdadera madre no puede ocultarlo: lleva sus pechos y no vacíos. Sabe alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran. Del pecho de su congratulación afluye sin cesar la leche de la exhortación; y del pecho de la compasión, la leche del consuelo. Baste con lo dicho sobre los pechos de la esposa y sobre la leche que proporcionan.
Ahora os indicaré qué fragancia exhalan sus pechos, si con vuestras oraciones me ayudáis a que pueda exponeros lo que se me ha concedido entender, y consiga hacerlo como se lo merece el aprovechamiento de quienes me escuchan. Unos son los aromas del esposo y otros los de la esposa, como lo son los pechos de cada no. Ya lo concretamos antes cuando hablamos de los perfumes del esposo. Ahora nos ocuparemos de la fragancia de la esposa. Redoblemos la atención, porque la Escritura los ha elogiado especialmente, considerándolos no ya buenos, sino excelentes. Recojo varias clases de aromas, para elegir los que más convengan para los pechos de la esposa. Hay un aroma de contrición, otro de devoción y otro de piedad. El primero es pungitivo: causa dolor. El segundo es calmante: alivia el dolor. El último es curativo: ahuyenta la enfermedad. Hablemos de cada uno detalladamente.
Hay, pues, un perfume que se lo elabora el alma enredada en muchos delitos si, cuando comienza a pensar en sus caminos, sabe recoger, amontonar y machacar en el almirez de su conciencia sus muchas y diversas especies de pecados. Y dentro de la olla de su corazón ardiente los hierve todos juntos con el fuego de la penitencia y de la contrición. Entonces podrá decir con el Profeta: El corazón me ardía por dentro; pensándolo me requemaba. El alma pecadora debe embalsamar los comienzos de su conversión con este perfume, y aplicarlo a sus recientes heridas. El primer sacrificio para Dios es un espíritu quebrantado. Mientras sea pobre y afligida y no tenga con qué hacerse un aroma mejor, procure elaborarse éste, aunque sea con estos viles ingredientes, pues Dios no desprecia un corazón quebranado y humillado. Cuanto más se humille con el recuerdo de sus pecados, será menos vil a los ojos de Dios.
Y no consideraremos ordinario este perfume invisible y espiritual, si pensamos que está simbolizado por aquel otro visible, con el que la pecadora según refiere el Evangelio ungió externamente los pies del Dios encarnado. ¿Qué nos dice el Evangelista? La casa se llenó de la fragancia del perfume. Fue derramado por las manos de una pecadora y lo extendió sobre las extremidades del cuerpo de Cristo, sobre sus pies. Y no resultó de tan mala calidad, cuando su exquisita fragancia se extendió por toda la casa. Si consideramos cómo se perfuma la Iglesia y a cuántos da vida y sólo vida la fragancia de un solo pecador que se convierte, cuando su arrepentimiento es público y perfecto, diríamos también sin dudar y con toda justicia que por este primer aroma la casa se llenó de la fragancia de su perfume. Es más: este perfume penetra la mansión de los bienaventurados, pues la Verdad misma atestigua que los ángeles de Dios sienten gran alegría por un solo pecador que se convierte.
Alegraos, pues, los arrepentidos; cobrad ánimo los desalentados. Os lo digo a vosotros, los que recientemente os habéis vuelto del mundo, alejándoos de vuestros caminos de perversión; los que por ello os sentís sumidos en la amargura por la confusión de vuestra alma compungida, atormentados e inquietos por el intenso dolor de vuestras heridas aún frescas. Derramen vuestras almas serenas la amargura de la mirra en esta unción que os salva, porque un corazón quebrantado y humillado Dios no lo desprecia. Nunca debemos rechazar ni considerar vil un perfume, cuyo aroma suscita la enmienda de los hombres, e invita a los ángeles a que se alegren.
Hay otro perfume de mayor precio, porque es el resultado de ingredientes más refinados. Para buscar los primeros no hay que ir lejos, pues los encontramos muy cerca. Podemos tomarlos en seguida de nuestro huerto, siempre que los necesitemos. ¿Quién no tiene a mano, cuando lo desee, sus propios pecados e iniquidades, si no los oculta? Como recordáis, éstos son los componentes del primer perfume ya descrito.
Mas los del segundo no germinan en nuestra tierra; son traídos de lejos, de los confines del mundo. Ya que todo don acabado viene de arriba, del Padre de los astros. Este perfume se extrae de los beneficios divinos otorgados al género humano. ¡Feliz el alma que los recoge minuciosamente y se esmera para reunirlos ante la mirada de su espíritu con digna acción de gracias! Cuando los haya molido, triturándolos en el almirez de su corazón con el mortero de su meditación continua, cuando los ponga a hervir en el fuego de los santos deseos y los rocíe con el óleo de júbilo, resultará un perfume más valioso y exquisito que el primero. Para demostrarlo baste el testimonio del que dice: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra. Es indudable que el recuerdo de los beneficios suscita la alabanza.
Cuando la Escritura se refiere al primer perfume se limita a decir que Dios no lo desprecia; pero claramente encomia más al segundo, porque lo honra. Además, aquel se aplica a los pies y éste a la cabeza. Si en Cristo hace referencia a su divinidad, como dice Pablo: La cabeza de Cristo es Dios, el que da las gracias unge sin duda la cabeza, pues toca a Dios, no a un hombre. No es que deje de ser hombre porque es Dios pues Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, sino que todo don procede de Dios, no del hombre, a pesar de que los sirva un hombre.
Sólo el Espíritu da vida, la carne no sirve para nada. Por eso, maldito el que confía en un hombre y busca su apoyo en la carne, pues aunque toda nuestra esperanza descansa con razón en el Dios hombre, no lo es en cuanto hombre, sino en cuanto Dios. Por eso el primer perfume se aplica a los pies, y el segundo en la cabeza: la humillación de un corazón contrito corresponde a la humildad de la carne, y la glorificación es propia de la majestad. Tal es el perfume del que os he hablado: aquel ante quien tiemblan las potestades no lo considera indigno de que perfume su cabeza. Incluso lo estima como un gran honor, diciendo: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra.
Por esta razón no es propio de pobres y de humildes, y de corazones apocados preparar un perfume cuyos aromas y componentes estén impregnados únicamente de confianza, porque procede de la libertad de espíritu y de un corazón puro. El alma ruin y de fe débil se ve limitada por la precariedad de sus medios, y su pobreza no le permite una ociosidad suficiente para entregarse a la alabanza de Dios o a la contemplación de sus beneficios, que propicien esa alabanza. Si alguna vez se esfuerza por hacerlo, al punto se requieren sus intereses, porque son apremiantes las exigencias de sus preocupaciones domésticas, forzada a encerrarse en sí misma por su propia necesidad.
Si me preguntáis cuál es la causa de esta miseria, diría que, si no me equivoco, vosotros la habéis experimentado o la estáis experimentando. Yo creo que esta languidez y desconfianza del alma suele derivarse de dos causas: o de que la conversión es es aún muy reciente o de una vida monástica tibia, aunque haya pasado mucho tiempo desde la conversión. Ambas cosas humillan, deprimen e inquietan la conciencia; bien por la tibieza o por ser reciente la conversión, siente que las pasiones pretéritas de su corazón no han muerto aún en ella. Siente necesidad de arrancar del huerto de su interior los espinos de las iniquidades y las ortigas de las concupiscencias, y ve que no puede liberarse de ellas. ¿Qué hacer? Agotado de gemir, ¿podrá al mismo tiempo regocijarse con las alabanzas a Dios? ¿Cómo sonaría en su boca, cansado de lamentarse y llorar, aquella acción de gracias al son de instrumentos del profeta Isaías? Porque como aprendimos del Sabio: Historia a destiempo es música en duelo.
Finalmente, la acción de gracias no precede al beneficio; es su consecuencia. Mas el alma que vive todavía triste no se goza por los beneficios, más bien los necesita. Tiene, por tanto, motivos para implorar, no para dar gracias. ¿Cómo puede recordar un beneficio que no ha recibido? Por esto dije que no corresponde a un alma indigente elaborar un perfume que debe contener un concentrado de los beneficios divinos.
Es imposible ver la luz, sumido en el abismo de las tinieblas. Yace en la amargura, su memoria está poseída por el triste recuerdo de los pecados y rechaza todo pensamiento alegre. Y la interpela el espíritu profético diciendo: Es inútil que madruguéis. Que quiere decir: en vano os empeñáis en contemplar los beneficios que alegran el corazón, si antes no recibís la luz que os consuele de las culpas que os inquietan. Este perfume no está al alcance de los pobres.
Mirad, en cambio, quienes son los que no sin razón pueden vivir satisfechos de su riqueza: Los Apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús. Estaban colmados de la infusión del espíritu, porque se mantuvieron en su apacibilidad aún a costa, no ya de las injurias, sino incluso de los azotes. Su riqueza era el amor que no se agota a ningún precio, y ello les bastaba para ofrecer sin esfuerzo víctimas cebadas. Sus pechos transpiraban el santo perfume que los empapaba, cuando empezaron a hablar en diferentes lenguas las maravillas de Dios, según el Espíritu les concedía expresarse. También están impregnados de estos perfumes aquellos a quienes se refiere el Apóstol: Continuamente doy gracias a Dios por vosotros, por la gracia que os ha concedido mediante Cristo Jesús, pues por su medio os ha hecho ricos d todo, de todos los dones de palabra y de conocimiento; así se vio confirmado entre vosotros el testimonio de Cristo, hasta el punto de que no carecéis de nada. Ojalá pudiese yo dar gracias así por vosotros, viéndoos ricos en virtudes, fervorosos para la alabanza de Dios, llenos hasta rebosar de plenitud espiritual, en Cristo Jesús Señor nuestro.
RESUMEN
La verdadera madre tiene la capacidad de llorar con los que lloran y reír con que ríen. Un pecho significa la compasión y otro el gozo. Si estas virtudes no se han desarrollado no tiene todavía capacidad para la predicación y sería una gran temeridad realizarla. Un pecho da la leche del consuelo y el otro la de la instrucción más la perseverancia. De la congratulación fluye la exhortación. Muchas personas de la iglesia no actúan de esta manera, sino que viven con bajos intereses e instintos. Los pechos de la esposa exhalan diversas fragancias: un aroma de contrición, otro de devoción y otro de piedad. El primero causa dolor, el segundo calma y el tercero cura. Recordemos nuestros pecados dando lugar a un espíritu quebrantado. Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado. El siguiente paso es recibir el perfume o ungüento sobre el alma quebrantada, de la misma manera que Cristo lo recibió de manos de una mujer pecadora. El siguiente perfume es el agradecimiento de los bienes recibidos a lo largo de nuestra vida. Dios gusta de ambos perfumes pues no desprecia el primero, pero prefiere el segundo. Es imposible ver la luz sumido en el abismo de las tinieblas. Hay que tener la capacidad de percibir lo recibido como los Apóstoles cuando salían contentos a pesar de ser ultrajados.
Hay otro perfume de mayor precio, porque es el resultado de ingredientes más refinados. Para buscar los primeros no hay que ir lejos, pues los encontramos muy cerca. Podemos tomarlos en seguida de nuestro huerto, siempre que los necesitemos. ¿Quién no tiene a mano, cuando lo desee, sus propios pecados e iniquidades, si no los oculta? Como recordáis, éstos son los componentes del primer perfume ya descrito.
Mas los del segundo no germinan en nuestra tierra; son traídos de lejos, de los confines del mundo. Ya que todo don acabado viene de arriba, del Padre de los astros. Este perfume se extrae de los beneficios divinos otorgados al género humano. ¡Feliz el alma que los recoge minuciosamente y se esmera para reunirlos ante la mirada de su espíritu con digna acción de gracias! Cuando los haya molido, triturándolos en el almirez de su corazón con el mortero de su meditación continua, cuando los ponga a hervir en el fuego de los santos deseos y los rocíe con el óleo de júbilo, resultará un perfume más valioso y exquisito que el primero. Para demostrarlo baste el testimonio del que dice: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra. Es indudable que el recuerdo de los beneficios suscita la alabanza.
Cuando la Escritura se refiere al primer perfume se limita a decir que Dios no lo desprecia; pero claramente encomia más al segundo, porque lo honra. Además, aquel se aplica a los pies y éste a la cabeza. Si en Cristo hace referencia a su divinidad, como dice Pablo: La cabeza de Cristo es Dios, el que da las gracias unge sin duda la cabeza, pues toca a Dios, no a un hombre. No es que deje de ser hombre porque es Dios pues Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, sino que todo don procede de Dios, no del hombre, a pesar de que los sirva un hombre.
Sólo el Espíritu da vida, la carne no sirve para nada. Por eso, maldito el que confía en un hombre y busca su apoyo en la carne, pues aunque toda nuestra esperanza descansa con razón en el Dios hombre, no lo es en cuanto hombre, sino en cuanto Dios. Por eso el primer perfume se aplica a los pies, y el segundo en la cabeza: la humillación de un corazón contrito corresponde a la humildad de la carne, y la glorificación es propia de la majestad. Tal es el perfume del que os he hablado: aquel ante quien tiemblan las potestades no lo considera indigno de que perfume su cabeza. Incluso lo estima como un gran honor, diciendo: El que me ofrece acción de gracias, ése me honra.
Por esta razón no es propio de pobres y de humildes, y de corazones apocados preparar un perfume cuyos aromas y componentes estén impregnados únicamente de confianza, porque procede de la libertad de espíritu y de un corazón puro. El alma ruin y de fe débil se ve limitada por la precariedad de sus medios, y su pobreza no le permite una ociosidad suficiente para entregarse a la alabanza de Dios o a la contemplación de sus beneficios, que propicien esa alabanza. Si alguna vez se esfuerza por hacerlo, al punto se requieren sus intereses, porque son apremiantes las exigencias de sus preocupaciones domésticas, forzada a encerrarse en sí misma por su propia necesidad.
Si me preguntáis cuál es la causa de esta miseria, diría que, si no me equivoco, vosotros la habéis experimentado o la estáis experimentando. Yo creo que esta languidez y desconfianza del alma suele derivarse de dos causas: o de que la conversión es es aún muy reciente o de una vida monástica tibia, aunque haya pasado mucho tiempo desde la conversión. Ambas cosas humillan, deprimen e inquietan la conciencia; bien por la tibieza o por ser reciente la conversión, siente que las pasiones pretéritas de su corazón no han muerto aún en ella. Siente necesidad de arrancar del huerto de su interior los espinos de las iniquidades y las ortigas de las concupiscencias, y ve que no puede liberarse de ellas. ¿Qué hacer? Agotado de gemir, ¿podrá al mismo tiempo regocijarse con las alabanzas a Dios? ¿Cómo sonaría en su boca, cansado de lamentarse y llorar, aquella acción de gracias al son de instrumentos del profeta Isaías? Porque como aprendimos del Sabio: Historia a destiempo es música en duelo.
Finalmente, la acción de gracias no precede al beneficio; es su consecuencia. Mas el alma que vive todavía triste no se goza por los beneficios, más bien los necesita. Tiene, por tanto, motivos para implorar, no para dar gracias. ¿Cómo puede recordar un beneficio que no ha recibido? Por esto dije que no corresponde a un alma indigente elaborar un perfume que debe contener un concentrado de los beneficios divinos.
Es imposible ver la luz, sumido en el abismo de las tinieblas. Yace en la amargura, su memoria está poseída por el triste recuerdo de los pecados y rechaza todo pensamiento alegre. Y la interpela el espíritu profético diciendo: Es inútil que madruguéis. Que quiere decir: en vano os empeñáis en contemplar los beneficios que alegran el corazón, si antes no recibís la luz que os consuele de las culpas que os inquietan. Este perfume no está al alcance de los pobres.
Mirad, en cambio, quienes son los que no sin razón pueden vivir satisfechos de su riqueza: Los Apóstoles salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús. Estaban colmados de la infusión del espíritu, porque se mantuvieron en su apacibilidad aún a costa, no ya de las injurias, sino incluso de los azotes. Su riqueza era el amor que no se agota a ningún precio, y ello les bastaba para ofrecer sin esfuerzo víctimas cebadas. Sus pechos transpiraban el santo perfume que los empapaba, cuando empezaron a hablar en diferentes lenguas las maravillas de Dios, según el Espíritu les concedía expresarse. También están impregnados de estos perfumes aquellos a quienes se refiere el Apóstol: Continuamente doy gracias a Dios por vosotros, por la gracia que os ha concedido mediante Cristo Jesús, pues por su medio os ha hecho ricos d todo, de todos los dones de palabra y de conocimiento; así se vio confirmado entre vosotros el testimonio de Cristo, hasta el punto de que no carecéis de nada. Ojalá pudiese yo dar gracias así por vosotros, viéndoos ricos en virtudes, fervorosos para la alabanza de Dios, llenos hasta rebosar de plenitud espiritual, en Cristo Jesús Señor nuestro.
RESUMEN
La verdadera madre tiene la capacidad de llorar con los que lloran y reír con que ríen. Un pecho significa la compasión y otro el gozo. Si estas virtudes no se han desarrollado no tiene todavía capacidad para la predicación y sería una gran temeridad realizarla. Un pecho da la leche del consuelo y el otro la de la instrucción más la perseverancia. De la congratulación fluye la exhortación. Muchas personas de la iglesia no actúan de esta manera, sino que viven con bajos intereses e instintos. Los pechos de la esposa exhalan diversas fragancias: un aroma de contrición, otro de devoción y otro de piedad. El primero causa dolor, el segundo calma y el tercero cura. Recordemos nuestros pecados dando lugar a un espíritu quebrantado. Dios no desprecia un corazón quebrantado y humillado. El siguiente paso es recibir el perfume o ungüento sobre el alma quebrantada, de la misma manera que Cristo lo recibió de manos de una mujer pecadora. El siguiente perfume es el agradecimiento de los bienes recibidos a lo largo de nuestra vida. Dios gusta de ambos perfumes pues no desprecia el primero, pero prefiere el segundo. Es imposible ver la luz sumido en el abismo de las tinieblas. Hay que tener la capacidad de percibir lo recibido como los Apóstoles cuando salían contentos a pesar de ser ultrajados.
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