EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 30 de junio de 2014

SERMONES DOMINGO SEXTO DE PENTECOSTES. LAS MISERICORDIAS

SERMONES DOMINGO SEXTO DE PENTECOSTES
LAS MISERICORDIAS
1.     Cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Por qué me insiste, necio de mí, ese vario pensamiento del peso de esta penitencia, haciéndolo aún más pesado sobre mi cerviz? También siento otro peso, mucho más suave y mayor. Dios se vuelca de tal modo en mí con sus misericordias, me envuelve y abruma con tantos beneficios que no siento las otras cargas. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Después de tantos favores regalos, ¿me vienes a hablar de obligaciones? Me siento desfallecer, pero es ante la consideración de tantos beneficios.
No seré capaz de agradecérsele cual se merece, pero aborrezco la ingratitud. La ingratitud es de lo más grave, adversaria de la gracia, enemiga de la salvación. A mi juicio, es lo que más desagrada a Dios, sobre todo si procede de los hijos de la gracia y de hombres que profesan la conversión. Corta los caminos de la Tracia, y donde ella impera, la gracia no tiene acceso ni posibilidad de actuar. De aquí, hermanos, la gran tristeza y angustia continua de mi corazón, al ver que algunos son tan superficiales y tan fáciles a la risa y a las chanzas. Mucho me temo que no vivan excesivamente olvidados de la misericordia divina e ingratos a tantos beneficios, se priven para siempre de esa gracia que no han apreciado.
2.     ¿Qué puedo decir del que persiste obstinado en la murmuración o en la impaciencia, o le pesa haberse entregado a Dios? ¿Qué del que, en contra de la costumbre y de la razón, se arrepiente de hacer el bien? No sólo no agradece las misericordias de Dios, sino que responde con una afrenta. ¡Qué poco honra a aquel que le llamó quien le sirve con tristeza y amargura! Me refiero a esa tristeza carnal que procura la muerte. ¿Crees que se le va a conceder más gracia? ¿No se le quitará la poca que tiene? ¿No tenemos por perdido lo que se da a un ingrato? ¿No ríos duele haber dado lo que se ha dejado perder?
El hombre debe ser agradecido y atento si quiere que se conserven y aumenten en él las gracias recibidas. Si queremos, nos es muy fácil a todos encontrar motivos para sentirnos agraviados con Dios, pues no hay quien se esconda de su calor. Pero nosotros tenemos muchas más razones para vivir en continua acción de gracias. Nos acogió para sí, y nos eligió para servirle sólo a él. Ojalá recibamos como el Apóstol, no el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para poder reconocer los dones que Dios nos hace. ¿Quién de nosotros no puede decir, tu misericordia ha sido inmensa conmigo? Por eso quiero deciros cuatro palabras sobre estas incontables misericordias del Señor, para que el sabio aproveche la ocasión y crezca en sabiduría.
3.     Yo hallo en mí siete misericordias del Señor, y creo que también vosotros las experimentaréis. La primera es haberme librado de muchos pecados cuando vivía en el mundo. No es la primera de todas las que me concedió, sino de esas siete. Después de caer en tantos pecados, ¿cómo no hubiera caído en otros muchos, si la bondad del Omnipotente no me preservara? Lo confieso y lo confesaré sin cesar: si el Señor no me hubiera auxiliado, mi alma se habría hundido en el pecado. ¡Qué misericordia ésta tan inmensa! Conservar la gracia a un hombre tan ingrato y despreocupado y proteger bondadosamente de mil pecados al que tanto le ofendía y despreciaba!
Pero ¿con qué palabras podré explicar, Señor, la ternura, generosidad y gratuidad de tu segunda misericordia para conmigo? Yo pecaba y tú disimulabas. Yo aumentaba los crímenes y tú olvidabas el castigo. Yo acumulaba años y años de maldad, y tú de compasión. ¿Qué vale tanta paciencia si no consigue la conversión? Merecería aquella terrible condena del Señor: Esto hiciste y callé.
4.     La tercera misericordia consistió en que visitó mi corazón y lo cambió. Lo que antes me sabía dulce se me hizo amargo; y en vez de complacerme en hacer el mal y regocijarme en el fango, comencé a examinar mi vida con espíritu de razón y la agrietaste; repara sus grietas que se desmorona. Hay muchos que se han arrepentido inútilmente, porque su arrepentimiento fue rechazado, como antes lo había sido su culpa. Aquí está la cuarta misericordia: me acogiste piadosamente cuando me arrepentí, y me encuentro entre aquellos de quienes dice el salmista: Dichosos los que están absueltos de sus culpas.
5.     A esto sigue la misericordia quinta, con la que me diste la virtud de contenerme en lo sucesivo y de vivir más honestamente. De este modo evitaría la recaída y que el último error fuera peor que el primero. No hay duda, Señor, que es fruto patente de tu virtud y no del esfuerzo humano, sacudir de la cerviz el yugo del pecado una vez admitido. Quien comete el pecado es esclavo del pecado, y sólo puede librarlo de él otra mano más fuerte.Después de librarnos del mal con estas cinco misericordias, nos concedes, Señor, obrar el bien por medio de otras dos. Así se cumple lo que dice la Escritura: Apártate del mal y haz el bien. Estas son: la gracia de merecer o el don de una buena conducta, y la esperanza de alcanzar, por la que el hombre indigno y pecador, apoyándose en la continua experiencia de tu amor, se atreve a esperar los bienes celestes.

RESUMEN:

Debemos agradecer la infinita misericordia de Dios.

Debemos evitar la ingratitud, la murmuración y la impaciencia.

 Hay que resaltar siete misericordias:

1.  Haberme librado de muchos pecados cuando vivía                           en       el mundo.

2.   Responder a la maldad humana con compasión.


3.    Visitó mi corazón y lo cambió.

4.    Me acogiste piadosamente cuando me arrepentí.

5.    La virtud de contenerme en lo sucesivo y vivir más

       honestamente.

6.    El don de una buena conducta.


7.     La esperanza de alcanzar los bienes celestes.

DOMINGO SEXTO DE PENTECOSTÉS SERMÓN PRIMERO


DOMINGO SEXTO DE PENTECOSTÉS

SERMÓN PRIMERO

Sobre la lectura del Evangelio: El Señor da de comer con siete panes a la muchedumbre que llevaba tres días sin comer


1.Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Hermanos, el Evangelio se escribió para que lo leamos; y lo leemos para recibir de él el consuelo o el pesar auténticos. Los del mundo tienen los vanos consuelos de la abundancia de bienes terrenos, y el no menos inútil pesar de no poseerlos. Pero el Evangelio es el espejo por excelencia, que a nadie adula ni engaña. Cada uno se ve en él tal y como es: Nadie tendrá que temblar sin motivo, ni se gozará haciendo el mal. Lo dice abiertamente la misma Escritura: Quien escucha el mensaje y no lo pone en práctica, se parece a aquel que se miraba en el espejo la cara que Dios le dio y, apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba de cómo era.
No hagamos eso nosotros. Apliquémonos este pasaje evangélico que hemos escuchado, para aprovecharnos y corregirnos, si en algo debemos hacerlo. El Profeta desea encauzar su camino hacia el cumplimiento de las consignas del Señor. Y exclama: Entonces no sentiré vergüenza al mirar tus mandatos. Tampoco yo me avergüenzo de vosotros, hermanos míos; al contrario, me siento orgulloso de vosotros, porque habéis seguido al Salvador hasta el desierto, y habéis salido a encontrarle fuera del campamento. Temo, en cambio, que alguno se canse y se sienta débil en este caminar, o incluso con el cuerpo. Tiene razón la Escritura cuando nos advierte: Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en en Señor. ¿Hasta cuándo hay que esperar? Hasta que se apiade de ti. Y si preguntas cuándo será eso, escucha: Me da lástima de esta gente; llevan ya tres días conmigo.
2.Te es preciso caminar tres días por el desierto, si quieres ofrecer a tu Dios un sacrificio agradable. Y debes permanecer tres días con el Salvador, si deseas saciarte de los panes milagrosos. El primer día es el del temor: este día pone de manifiesto y alumbra tus tinieblas interiores, y pone ante tus ojos los terribles suplicios del infierno o tinieblas exteriores. Esta reflexión, como sabéis muy bien, suele ocuparnos en los principios de nuestra conversión. El segundo día es el de la piedad, en el cual respiramos contemplando la misericordia de Dios. El tercero es el de la razón: en él comprendemos que, por deber natural de nuestra justicia, la criatura debe someterse al Creador, y el siervo debe servir a su Redentor. 
Al llegar aquí nos mandan sentar, para ordenar en nosotros la caridad. El Señor abre la mano y sacia de favores a todo viviente. Pero antes dice a los apóstoles: Decidle a la gente que se eche en el suelo. Por eso nosotros, como humildes es indignos representantes suyos, os aconsejamos, hermanos carísimos, que os sentéis para que comáis de este pan bendito y sigáis caminando sin desfallecer. De lo contrario, cuando os veáis agotados caeréis en la tentación de volver a Egipto y se mofarán de vosotros los que no siguieron al Salvador al desierto. Desgraciados, es cierto, los que no acompañaron a los que salían; pero los que marcharon al desierto y no se alimentaron como todos los demás, son los más desgraciados de los hombres.
3.Y si hubo algunos que se escondieron entre matorrales o en cualquier otro lugar, mientras los demás estaban sentados, es indudable que se quedaron sin comer. Y lo mismo ocurría a los curiosos e inconstantes que iban de un sitio a otro y no se sentaron. O si se sentaron no lo hacían según el orden establecido y en compañía de los demás. Os pedimos, pues, hermanos, y os advertimos pastoralmente que no andéis buscando los rincones, la oscuridad o lugares escondidos. Recordad que el que practica el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz para que no se reprendan sus acciones. Tampoco haya entre vosotros quien camine a la deriva por cualquier ventolera de doctrina; son personas turbulentas e inconstantes, inestables e inmaduras: Como la paja que arrebata el viento.
¿Y qué diremos de esos que van contra todos y todos contra ellos? Esos son los que se constituyen en casta, siendo hombres de instintos y sin espíritu, pues nadie puede decir: ¡Fuera Jesús!, si habla impulsado por el Espíritu de Dios. Es una peste terrible y fatal: porque un solo obstinado basta para turbar a todos, convertirse en manzana de discordia y motivo de escándalo. Lo dice el Profeta, al hablar de la viña del Señor: Es pasto de las alimañas. Por eso os pido y os ruego, hermanos míos, que evitéis toda especie de falsedad y los recovecos de la propia voluntad. Huid de la ansiedad y la ligereza. Esquivad la intransigencia y el vicio detestable de la singularidad. Y de este modo no privaréis a vuestras almas de comer el pan bendito.
4.Y para no molestaros por más tiempo, he aquí los siete panes con que nos alimentamos. El primero es la Palabra de Dios, en la cual, como él mismo afirma, está la vida del hombre. El segundo, la obediencia, pues mi alimento es cumplir el designio del que me envió. El tercero, la santa meditación, de la que se dice: La reflexión te protegerá. Y en otro lugar se la llama pan de vida y de sensatez. El cuarto , las lágrimas de los que oran. El quinto, el trabajo de la penitencia. Y si te extraña que llame pan al trabajo y a las lágrimas, recuerda lo que dice el Profeta: Nos darás a comer llanto, y en otro salmo añade: Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. El sexto pan es la gozosa y sociable unanimidad. Un pan amasado con muchos granos y fermentado con la sabiduría de Dios. Y el séptimo pan es la Eucaristía, pues el pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva.

RESUMEN 
Primero tenemos que salir al desierto y esperar que Dios se apiade de nuestra hambre de salud espiritual. Caminaremos durante tres días.  El primer día es el temor, el segundo es la piedad y el tercero es la razón. Luego debemos sentarnos. No vale volver a Egipto o escondernos entre los matorrales. Allí recibiremos los siete panes: la Palabra de Dios, la obediencia, la santa meditación, las lágrimas de los que oran, el trabajo de la penitencia, la unanimidad y la Eucaristía. 

domingo, 29 de junio de 2014

EN LA SOLEMNIDAD DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO: SERMÓN TERCERO


Sobre la lectura del libro de la Sabiduría: Éstos son los hombres misericordiosos.

 Con mucha razón, hermanos, la madre Iglesia aplica a los Apóstoles lo que dice el libro de la Sabiduría: Éstos son los hombres misericordiosos, etc. Hombres misericordiosos, sin duda alguna, tanto por haber alcanzado misericordia, como por estar llenos de misericordia, o porque nos han sido dados misericordiosamente por Dios. Observa, en primer lugar, qué misericordia han conseguido. Pregúntale a Pablo; escucha lo que él confiesa espontáneamente de sí mismo: Antes fui un blasfemo, perseguidor e insolente; a pesar de esto, Dios tuvo misericordia de mí.
 ¿Quién no conoce el daño que hizo a los fieles de Jerusalén? Y no sólo en Jerusalén y Judea, sino en todo Israel, descargaba su furor, para pisotear a los miembros de Cristo. Caminaba loco de furia, y se le adelantó la gracia. Respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, quedó convertido en discípulo del Señor; consciente, además, de cuanto tendría que sufrir por él. Chorreaba veneno mortal por todos sus poros, y se transformó en un instrumento tan maravilloso que de su corazón brotaban frases tan bellas y santas como ésta: Señor, ¿qué quieres que haga? Estamos ante un cambio realizado por la diestro del Altísimo.
 Con razón diría más tarde: mucha verdad es este dicho y digno de que todos lo hagan suyo: que el Mesías Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores; y nadie es más pecador que yo. Que el ejemplo de San Pablo os infunda consuelo y confianza. Si os habéis convertido ya al Señor, no os atormentéis con el recuerdo de vuestros pecados, sino humillaos y decid como él: soy el menor de los Apóstoles, y no merezco el nombre de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Seamos humildes bajo la mano poderosa de Dios, y confiemos: también nosotros hemos alcanzado misericordia, estamos lavados y santificados. Todos, sin excepción, porque todos pecamos y estamos privados de esta gloria de Dios.
 De San Pedro quisiera deciros otra cosa, que tiene mucho valor por ser muy rara, y que es sublime por ser única. Pablo pecó, pero lo hizo con la ignorancia del que no cree. Pedro, en cambio, cayó con los ojos bien abiertos. Aquí sí que donde abundó el pasado sobreabundó la gracia. Los que pecan antes de conocer a Dios, de experimenar su misericordia, de llevar su yugo suave y ligero, o de recibir la gracia de la devoción y el consuelo del Espíritu Santo, cuentan con un generoso perdón. Y esto fuimos todos nosotros.
 Pero hay otros que, una vez convertidos, vuelven a recaer en el pecado y en el vicio, son ingratos a la gracia recibida, y con la mano al arado siguen mirando atrás. Se vuelven tibios y carnales, o retroceenante la verdad como verdaderos apóstatas. ¡Qué pocos son los que vuelven a su antiguo estado! Al contrario: siguen manchándose sin cesar. El Profeta los contempla y se queja porque el oro se ha vuelto pálido, perdió su  brillo puro. Y los que comían manjares exquisitos, se revuelcan en la basura.
 Aunque hubiera entre nosotros alguno de éstos, no desesperemos: basa que quiera levantarse ahora mismo. Cuanto más tarde lo haga más le costará. Dichoso el que agarra y estrella los niños de Babilonia contra las piedras. Porque si les deja crecer no hay quien les domine. Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis; pero en caso de que uno peque, tenemos un defensor ante el Padre, que puede lo que nosotros no podemos. El que ha caído no se empeñe en hundirse cada vez más en el mal, sino intente levantarse confíe que no le será negado el perdón, si reconoce humildemente el pecado. 
 Esto hizo Pedro: después de una caída tan grave se elevó a un grado eminente de santidad, porque salió afuera y lloró amargamente. En la salida puedes ver la confesión de la boca, y en las lágrimas amargas la compunción del corazón. Y fíjate, que entonces fue cuando se acordó por vez primera de lo que Jesús le había dicho. Cuando se desvaneció su orgullosa temeridad, comprendió las palabras con que le había predicha su caída. ¡Ay de ti, si después de caer te muestras más valiente que nosotros! ¿Por qué te empeñas en destruirte a ti mismo? Humíllate y serás exaltado; déjate romper lo que está retorcido, y quedará perfectamente soldado. ¿Por qué te indignas de que cante el gallo? Enójate más bien contigo mismo. Oh Dios, canta el salmismta, derramaste en tu heredad una lluvia generosa, y quedó extenuada. Dichoso agotamiente éste que invade la herencia, y no rechaza al médico. Porque a los que se endurecen los quebrará como jarro de loza con su cetro de hierro. La herencia quedó extenuada, pero tú la reanimaste. 
 Habéis oído la misericordia que alcanzaron nuestros apóstoles, para que ninguna se abata excesivamente por sus pecados pasados, a impulsos de su compunción interior. ¿Pecaste acaso en el mundo? ¿Más que Pablo? ¿Más que Pedro? Pues mira: ellos se arrepintieron de todo corazón y consiguieron la salvación y la santidad. Se les confió el ministerio de la salvación y el magisterio de la santificación. Anda, haz tú lo mismo, porque es a ti a quien te está diciendo la Escritura que ésos son hombres misericordiosos; y eso por la mucha misericordia que merecieron conseguir.
 También puedes interpretar la frase de que los apóstoles son hombres misericordiosos, en cuanto que estaban llenos de misericordia, o que eran los hombres concedidos misericordiosamente a toda la Iglesia. Todos sabemos que estos hombres no vivieron ni murieron para sí mismos, sino para el que murió por ellos; o mejor dicho, todo lo hicieron en beneficio nuestro por su amor. Si sus pecados nos han sido tan provechosos, como hemos indicado, ¿cuánto nos aprovechará su santidad?
 Todo lo suyo actúa en favor nuestro: su vida, su mensaje y su muerte. En su conversión los apóstoles nos comunican continencia, en su predicación sabiduría, en el martirio paciencia. También nos proporcionan continuamente otra gracia: el fruto de sus santas oraciones. Y si seguimos examinando su vida, encontramos muchas cosas más, como la confianza que nos inspiran sus milagros. Pero es imposible enumerar todos los favores que recibimos de ellos. Por eso dice con razón la Escritura: son hombres misericordiosos; y añade: jamás nos olvidaderemos de sus virtudes.

 ¿Quieres que tu vida no caiga tampoco en el olvido? Evita estos tres peligros y florecerá eternamente ante el Señor. Medita este consejo de la Escritura: Como estás tibio, voy a escupirte de mi boca. Si el justo se aparta de su justicia...no se tendrá en cuenta la justicia que hizo. Y ya sabes lo que se dirá en el juicio final a los que ya han recibido aquí su paga: no os conozco. Así, pues, Dios no tiene en cuenta la virtud tibia, momentánea o aparente. 

 La virtud de los apóstoles fue muy distinta, como lo atestigua lo que se dice a continuación: Sus bienes perduran en su descencencia. Conservamos intactas las huellas de los apóstoles y su religión: es cosa de Dios y es imposible suprimirlas. Si los vestidos de los israelitas no se gastaron durante los cuarenta años del desierto, mucho menos los mantos que los apóstoles pusieron sobre el asno en que montó el Salvador. El texto sagrado dice: en su descendencia. ¿Cuál es su descendencia? Porque a continuación añade: su herencia pasa de hijos a nietos. Son la descendencia y los nietos.

 Recordad lo que ordena la ley -y hablo a gente entendida en leyes- el hermano que sobreviva a su hermano que murió sin hijos, debe suscitarle descendencia. ¿Y quién es el que no deja posteridad? Cristo dice: yo voy caminando solo. Y cuando resucitó añadió: ve y di a mis hermanos. Como queriendo decir: son hermanos, que hagan lo que corresponde a los hermanos. Ellos nos engendraron con el Evangelio, más no para sí, sino para Cristo, porque nos engendraron con el Evangelio de Cristo. Por eso a Pablo le molestaba que algunos tomaran el nombre, de quien los había engendrado con el Evangelio y dijeran: Yo soy de Pablo, yo de Pedro, yo de Apolo. Él sólo quería que todos fueran de Cristo y se llamasen cristianos. Somos, pues, descendencia de los apóstoles por la predicación, pero por la adopción y la herencia somos de Cristo, y posteridad de los apóstoles.


RESUMEN
El caso de San Pablo es particularmente grave. Atacó a los primeros cristianos. Alcanzó la gracia de la conversión y era consciente de que no era razonable el recuerdo constante de sus pecados, sino más bien la humillación de aceptar los errores cometidos. 
Muy especial es el caso de Pedro, pues él sí había recibido la gracia del espíritu y no fue consecuente con ella, en algún momento crítico  de su existencia: el oro recibido se volvió pálido.
Estos dos ejemplos nos muestras cómo podemos quedarnos extenuados y llenos de compunción por no aprovechar la gracia de Dios, pero la humildad y el llanto recompondrá los huesos fracturados. 
Es difícil pecar más que Pedro y que Pablo y vemos cómo ellos alcanzaron la santidad. Por tanto, no nos derrumbemos en nuestra propia ciénaga.
 Los Apóstoles fueron fuente y ejemplo de misericordia para todos los creyentes.
 El cristianismo no conoce tibiedades. Se es o no se es cristiano, sin transitoriedades o términos medios. Pedro y Pablo nos enseñaron que sólo existe un cristianismo: el de Cristo.

EN LA SOLEMNIDAD DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO. SERMÓN SEGUNDO


EN LA SOLEMNIDAD DE LOS APÓSTOLES PEDDRO Y PABLO. SERMÓN SEGUNDO

Estos santos, cuyo glorioso martirio celebramos, nos ofrecen muchos motivos y materia abundante de qué hablar. Aunque temo que con tanto repetir las palabras de salvación, pierdan su valor. La palabra humana es algo insignificante y etéreo, no pesa nada si se detiene jamás, carece de valor y conciencia. Azota el aire, y por eso se llama verbo. Vuela como la hoja en alas del viento, y nadie la ve. Hermanos, ninguno de vosotros reciba o desprecie de ese modo la Palabra de Dios. Os digo sinceramente que mejor le hubiera sido a ese tal no haberla oído. 
 Las palabras de Dios son frutos llenos de vida, no simples hojas, y si son hojas, lo son de oro. Por lo tanto, no las tengamos en poco ni pasen de largo, ni dejemos que se las lleve el viento. Recoged incluso los pedazos, que nada se desperdicie. Porque la tierra que ha sido favorecida con lluvias abundantes y no produce fruto, es tierra de desecho y a un paso de la maldición. Nos lo dice el Evangelio a propósito de la higuera estéril: si después que el viñador la cava y la echa estiércol sigue sin dar fruto, seguro que la cortará de un hachazo.
 Estoy convencido que si el Señor no encuentra en los seglares todo lo que espera, se mostrará con ellos más paciente que con nosotros. Porque a nosotros nos concede la lluvia abundante de los consuelos celestes, y nunca nos falta ni la azada de la disciplina, ni el estiércol de la humildad y de la pobreza. ¿No es acaso estiércol lo que abominan los egipcios y ofrecemos al Señor? Un estiércol repugnante pero muy fecundo. Quien desee la fecundidad no se asuste de su mal olor: porque de ese repugnante montón de estiércol que llevamos al campo, brota la hermosa gavilla de espigas que traemos al granero. 
 Así pues, no despreciéis esa inestimable vileza, sino apreciad el oprobio de Cristo mucho más que todos los tesoros de Egipto. Y además del estiércol terreno, contamos siempre con la lluvia celeste que son las fervorosas oraciones, la rumia gustosa de los salmos, la meditación sabrosa y el consuelo que dan las Escrituras. También es lluvia esto que recibís de mis labios, si cuando os hablo llegan hasta vosotros algunas gotas del río que alegra la ciudad de Dios, y bebéis del torrente de sus delicias.
 Pero a veces debo cavar vuestra tierra, porque me han puesto de guarda y viñador. ¡Pobre de mi! Nunca guardé ni cultivé la mía, y ahora mientras ocupo este lugar, tengo este deber de cavar y abonar. Es una tarea muy pesada, pero no puedo dejarla de hacer, porque el hacha es más temible que la azada, y el fuego más que el estiércol. Así, pues, a veces tengo que amonestar y reprender: la reprensión, la corrección y el reproche son como el estiércol; y si no fuera porque es necesario, desagrada mucho más aún al que tiene que usar de ello. ¿Y por qué algunos se ablandan con este estiércol, y otros se vuelven más duros que las piedras? Dice la Escritura que con el estiércol de los bueyes el perezoso se vuelve como una piedra. ¿No es cierto que se ablanda el que recibe humildemente la corrección, responde con mansedumbre e intenta corregirse? 
 Esta es la lluvia buena y fecunda: corregir al justo con misericordia, pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza. Porque de la grasa que produce el ungüento del pecador brotan muchos cardos y espinas, y retoñan a granel las raíces venenosas. Por eso al llamar misericordia la reprensión del justo, indica claramente cómo debe aceptarse: con sentimientos de humildad, con espíritu de devoción y con gratitud. Si a acogemos así será para nosotros una manteca exquisita, no el semillero de vicios como el ungüento del impío. Como dice el Apóstol, su fruto es una consagración que lleva a la vida eterna. 
 Mas ¿qué podemos hacer contigo, indolente, que ante semejante misericordia te irritas y enfureces? ¿No echamos buen estiércol en tu campo? ¿Por qué tiene piedras? Tú mismo eres el enemigo que hizo esto, porque quien ama la maldad se odia a sí mismo. Y lo haces al empeñarte en no abandonar sino en excusar tu desidia; el estiércol lo conviertes en piedras y en vez de manteca estás lleno de piedras. Os digo esto, hermanos, para ue comprendáis con qué humildad debemos oír, con qué docilidad debemos ecibir y con cuánta diligencia debemos conservar todo lo que pertenece a la salvación de las almas: no como palabra humana, sino como lo que es realmente, como palabra de Dios. Unas veces nos alienta, otras nos exhorta y otras nos reprende.
 Confieso humildemente que me he distraído y he olvidado por completo la fiesta. Pero para vosotros no será un despropósito si todo esto queda bien grabado en vuestra mente.
 Ahora intentemos decir unas breves palabras sobre esta solemnidad. Celebramos la fiesta de los apóstoles de Cristo, que merecen toda nuestra veneración. Y dudo que haya alguien capaz de expresarles dignamente tanta estima. Tus amigos, oh Dios, han sido colmados de honor, y su autoridad ha sido plenamente confirmada. Si cuando vivían en este mundo lo podían todo, no por sí mismo sino en Cristo, ¿qué no podrán ahora que viven con él en la felicidad eterna? Siendo aún mortales y destinados a la muerte parecían tener imperio sobre la vida y la muerte: con su palabra mataban a los vivos y resucitaban a los muertos. ¿No están ahora mucho más colmados de honor y su autoridad no está mucho más confirmada? 
 ¿Qué es lo que hoy celebramos en esta solemne memoria de los Apóstoles? ¿Su nacimiento, su conversión, o la gloria de su vida y milagros? Hoy, hermanos, no celebramos su nacimiento humano, como hicimos hace unos días en honor de San Juan. A éste se le honra cuando nace, porque nace ya santificado. Por otra parte, Juan es el único cuyo nacimiento es más famoso que su martirio, pues aunque murió por Cristo, también fue un testigo de la justicia y de la verdad. Es evidene que su nacimiento está orientado a Cristo, porque fue un hombre enviado por Dios. Nació y vino a ese mundo para dar testimonio de la verdad. Tampoco recordamos hoy la conversión y los milagros de los apóstoles, como hacemos en otros días, cuando la Iglesia recuerda con gozo la convesión de uno o cómo un ángel libró a otro de la cárcel. Hoy veneramos de manera especial su muerte, la realidad más horrorosa para la sensibilidad humana.
 Considerad, hermanos, el juicio de la santa Iglesia, que no se guía por apariencias, sino por la fe. La fiesta más grande la dedica a recordar la muerte de los apóstoles. Hoy fue crucificado Pedro, y Pablo degollado. Este es el motivo de la fiesta y la causa de tanta alegría. Al celebrar este día festivo y alegre, la Iglesia se rige, sin duda alguna por el Espíritu de su Esposo, el Espíritu del Señor, a quien, como dice el salmo, le agrada muchísimo la muerte de los santos.
 ¡Cuántos estarían presentes en el martirio de los apóstoles y ninguno envidiaría su santa muerte! La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia. Sí, los insensatos sólo veían su muerte; pero a juicio del Profeta: tus amigos son colmados de honores, su autoridad ha sido plenamente confirmada. Hermanos, la gente insensata cree que los amigos de Dios mueren. Los sensatos en cambio, están convencidos de que se duermen. Esto hacía su amigo Lázaro: dormir. Y Dios da la herencia a sus amigos mientras duermen.
 Procuremos vivir como los justos, pero, sobre todo, deseemos morir como ellos. La sabiduría da la preferencia a los últimos momentos de los justos, y nos juzga tal como entonces nos encuentra. Es absolutamente necesario que el final de esta vida esté en armonía con el comienzo de la futura, y no se permite la más mínima desemejanza.
 Pongamos un ejemplo:
si uno quiere coser o unir dos cintas, no se fija en todas las partes de la cinta, sino en que los extremos que va a unir sean lo más iguales posibles. Algo parecido es lo que quiero deciros: por muy santa que sea nuestra vida, si el final está envuelto en pecado, no está en armonía con la vida espiritual futura, porque la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios. Hijo, dice el Sabio acuérdate de tus novísimos y no pecarás. Este recuerdo infunda temor, el temor aparte del pecado y no admita la negligencia.
 Por eso dice Moisés de algunos: si fueran sensatos lo entenderían, comprenderían su destino. En estas palabras yo encuenro tres cosas que son  qué se nos recomienda: la sabiduría, la inteligencia y la providencia. Creo que se refieren a tres tiempos distintos: para renovar en nosotros la imagen de la eternidad usemos de lo presente con sabiduría, juzguemos lo pasado con la inteligencia y proveamos el futuro con precaución. Esta es la esencia de la vida espiritual y el ideal al que aspiran todos los esfuerzos: ordenar sabiamente lo que hacemos, examinar nuestra vida ante Dios con espíritu de contrición y disponer atentamente lo que nos queda.
 El Apóstol lo dice así: vivamos en este mundo con sobriedad, rectitud y piedad. Es decir: practiquemos la sobriedad en esta vida, demos una justa satisfacción de la pasada, redimiendo los tiempos vacíos de frutos de salvación y presentemos el escudo de la piedad a los peligros que nos amenazan en el futuro. Sólo la piedad, el culto humilde y ferviente a Dios es útil para todo. Por otra parte, si queremos estar preparados para la muerte, lo mejor que podemos hacer es examinar atentamente los peligros que nos amenazan y desconfiar por completo de nuestro ingenio, y más aún de nuestros méritos. Confiemos exclusivamente en la protección divina, con todo el fervor de nuestro espíritu, y avanzando con humildad hacia él, cuyo mejor regalo y el don más valioso es un fin dichoso y una muerte santa.
 El evangelio recomienda estas tres cosas con aquellas palabras del Señor: dichosos los pobres, los mansos y los que oran. Dichosos los que saben apreciar las cosas, si con un un paladar interior especial, nacido del deseo de las cosas de arriba, desechan lo presente. Dichosos los que se preparan para el más allá, aceptando docilmente el mensaje plantado en ellos, que es capaz de salvarlos, y caminando con fervor de corazón a la herencia futura. Dichosos los que reconocen sus errores pasados y riegan, continuamente, su lecho con lágrimas.
 ¿Comprende que desea el varón santo, qué quiee conseguir para aquellos por quien hora? Si fueran sensatos, dice él, lo entenderían y comprenderían su destino. Como si quisiera decir: ¡Ojalá tuvieran el espíritu de sabiduría, de inteligencia y de consejo! Hermanos, ¡Ojalá tuviéramos esto nosotos! Para disponer tranquilamente nuestros asuntos con sabiduría, rechazar con inteligencia los pecados de la vida pasada y proveer el futuro con espíritu de consejo. ¡Ojalá sepamos ser sobrios en esta vida, ojalá aceptemos a corregirnos de la vida anterior, y ojalá nos abandonemos con fe ciega a Dios, para tener, por su misericordia, un fin dichoso! Este es el triple cordel que nos lleva a la salvación: una conducta ordenada, un juicio recto y una fe ardiente.
RESUMEN
 La palabra de Dios tiene vida por si misma y hasta una sílaba posee un inmenso valor. Podemos compararla al abono que nutre la tierra. Nuestras vidas pueden resultar dolorosas, de la misma manera que el estiércol produce mal olor, pero luego propicia que nazcan y crezcan las espigas. La oración y las Escrituras son nuestro consuelo. Los seglares no disfrutan de estas ventajas. El estiércol puede ser asimilado a la corrección y a la advertencia. Aunque su olor sea desagradable, produce espigas frondosas. En cambio el perfume del impío ocasiona el crecimiento de espinas y cardos. 
 Pero el tema fundamental de esta conmemoración es la de los apóstoles Pedro y Pablo, muy cercana a la de San Juan. Tenían poder sobre los vivos y los muertos, pero hoy recordamos su muerte; ese trance fundamental para todo cristiano. 
 Para los no creyentes, algo insensatos, estamos hablando de su muerte. Para los creyentes, comentamos un sueño profundo que genera la verdadera vida. Este trance del mundo de los vivos, al de los aparentemente muertos, cuando está rodeado de virtud y santidad, es un ejemplo para todos.
 Es muy importante llegar a nuestros últimos días en un estado de paz y quietud espiritual, de conformidad con Dios, para que nuestra vida terrena sea una especie de puente con la eternidad prometida.
 Debemos buscar la justa satisfacción de los errores cometidos en el pasado, vivir con sobriedad y prepararnos, para el futuro, con el escudo de la piedad. Esa virtud no depende de nuestros méritos sino de la fe en Dios. Ese es el camino para una muerte limpia y digna.
 Hay un triple cordel que nos lleva a la salvación. Está compuesto por tres fibras: una conducta ordenada, un comportamiento justo y una fe ciega que nos hace abandonarnos en las manos de Dios. Aceptemos estos consejos y actuaremos con sabiduría.

FESTIVIDAD DE PEDRO Y PABLO. SERMÓN PRIMERO


EN LA SOLEMNIDAD DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

SERMÓN PRIMERO

Amaneció para nosotros la glorioso solemnidad consagrada con la muerte triunfal de los insignes mártires, y capitanes de todos los mártires, los príncipes de los Apóstoles. Son Pedro y Pablo, las dos grandes lumbreras que puso Dios en el cuerpo de la Iglesia como luz para sus ojos. Son mis maestros y mediadores, en quienes confío plenamente, porque me enseñaron el sendero de la vida, y por ellos puedo llegar hasta aquel Mediador que vino a reconciliar con su sangre lo terrestre y lo celeste. Él posee las dos naturalezas en toda su pureza, pues no cometió pecado ni encontraron mentira en sus labios.
¿Quién soy yo para acercarme a él? Soy un pecador empedernido, y mis pecados son más numerosos que las arenas del mar. Ni él puede ser más puro ni yo más impuro. Temo caer en las manos de Dios vivo si intento acercarme o llegar hasta él, de quien me siento tan distante como el mal del bien. Por eso me ha dado Dios estos hombres, hombres auténticos y grandes pecadores: saben muy bien, por su propia experiencia, cómo deben compadecerse de los demás. Como fueron reos de grandes delitos, perdonarán fácilmente toda clase de delitos, y usarán con nosotros la medida que usaron con ellos. 
El apóstol Pedro cometió un grave pecado, tal vez el mayor que se pueda cometer. Pero recibió el perdón rápida y fácilmente, y, sin perder el privilegio de su primado. Pablo, por su parte, se ensañó de una manera inaudita y cruel con la tierna Iglesia naciente, y fue conducido a la fe por la palabra del mismo Hijo de Dios. Recibió tantos bienes en pago de tantos males, que fue el medio elegido para dar a conocer su nombre a los paganos y a sus reyes, y además a los israelitas. Fue una bandeja admirable, llena de manjares divinos, que alimentan al que está sano y sanan al enfermo.
Así convenía que fuesen los guías y maestros de los hombres: mansos, poderosos y sabios. Mansos para que me acojan siempre con piedad y ternura. Poderosos para que me defiendan con valor. Y sabios, para que me enseñen el camino y me lleven por el sendero que va a la ciudad. Pedro es la mansedumbre en persona: llama dulcemente a todos los pecadores, como vemos en los Hechos de los Apóstoles y en sus Cartas.Pero también está lleno de valor; le obedece, la tierra, devolviéndole los muertos; el mar se ofreció a que pisara sobre él; derribó con la fuerza de su palabra a Simón Mago; y dispone de tal manera de las llaves del reino de Dios, que la sentencia de Pedro precede a la del cielo. Lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo. Y nadie le supera tampoco en sabiduría, porque no se inspira ni en la carne ni en la sangre.También sigo con mucho agrado a Pablo: en su extraordinaria compasión se pone de luto por los que fueron pecadores y no se han enmendado; es más fuerte que los príncipes y poderosos, y recibió una gran sabiduría y conocimiento de los misterios sagrados, no en el primero o segundo cielo sino en el tercero.
Estos son nuestros maestros: aprendieron a conciencia los caminos de la vida con el Maestro universal, y nos los enseñan hoy a nosotros. ¿Qué enseñaron siguen enseñándonos hoy los santos apóstoles? No el arte de pescar, ni el de tejer tiendas o cosa parecida; ni a comprender a Platón o manejar los silogismos de Aristóteles; ni a estar siempre aprendiendo y ser incapaces de llegar a conocer la verdad. Me enseñaron a vivir.
¿Consideras que es poca cosa saber vivir? No, es algo muy grande, lo más importante de todo. Vivir no consiste en hincharse de soberbia, ni revolcarse en la lujuria, ni contagiarse de todos los vicios. Eso no es vivir, sino destrozar la vida y acercarse a las puertas de la muerte. Yo concibo la buena vida en soportar el mal y hacer el bien, y perseverar así hasta la muerte. Suele decirse que quien se alimenta bien, vive bien. Pero la maldad se engaña a sí misma, porque el único que vive bien es el que obra bien.
 Tú, en concreto, que perteneces a esta comunidad, vives bien si vives ordenada, social y humildemente. Ordenadamente contigo mismo, socialmente con el prójimo y humildemente con Dios. Vives ordenadamente si en tu conducta cumples con fidelidad tus obligaciones con Dios y con el prójimo, y evitas el pecado y el escándalo. Socialmente, si te entregas a amar y ser amado, si te muestras siempre dulce y afable, si toleras con suma paciencia las debilidades físicas y morales de tus hermanos. Y humildemente, si después de hacer todo esto procuras ahogar el espíritu de vanidad que suele brotar, y aunque lo sientas no consientes en él.
 Para soportar el mal, que es triple, debes utilizar una triple táctica. El sufrimiento procede de ti mismo, del prójimo o de Dios. El primero consiste en el rigor de la penitencia, el segundo en las molestias de la malicia ajena, y el tercero en el azote de la corrección divina. Lo que tú mismo te haces sufrir, debes ofrecércelo generosamente. Lo que viene del prójimo toléralo con paciencia. Y lo que manda Dios, sopórtalo sin murmurar y dándole gracias.
 La mayoría de los hombres no actúan así. Andan extraviados por un desierto solitario. Están completamente extraviados y lejos del camino de la verdad, los que se refugian en la soledad de la soberbia y desprecian la vida común, porque su singularidad no les permite convivir con los demás. Y viven en el desierto porque nunca se ablandan con la lluvia de las lágrimas, y habitan en terrenos resecos y estériles. Por eso no encuentran el camino de ningún poblado: envejecen en tierra extranjera, se contaminan con los muertos y los cuentan con los habitantes del abismo.
 ¡Cuán distinto es aquel otro solitario del que dice Jeremías: Bueno es para el hombre cargar con el yugo desde joven. Se sentará solitario y silencioso, porque se superará a sí mismo! Aquellos caminan contrariados, éste permanece tranquilo. Ellos tienen el corazón extraviado, éste no está sentado, pero se sentará solitario cuando posea el privilegio extraordinario de juzgar. Es el premio que reciben los santos cuando llegan a la patria y poseen el gozo eterno. ¿Por qué esto? Porque se superó a sí mismo. Aunque era joven y sintió los ardores de la edad peligrosa, actuó como un anciano: olvidó lo que era y asumió lo que no era.
 Dice que se superó a si mismo, porque no se fijó en sí mismo, sino en el que está por encima de él. Y se sentará silencioso porque no hará caso al estrépito de las sugestiones diabólicas ni a los pensamientos carnales o del mundo. Dichosa el alma que no escucha estas lenguas, aunque las oiga. Y mucho más aún aquella -si existe alguna- que ni se entera de todo eso. En esto consiste la sabiduría que el Apóstol predica a los más perfectos, un misterio que ninguno de los grandes de la historia presente ha llegado a conocer. Así me han enseñado los apóstoles a vivir y a superarme.
 ¡Gracias, Señor Jesús, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla, a estos que te han seguido y han dejado todo por ti!

RESUMEN

San Pablo y San Pedro fuero dos grandes pecadores: la negación de Cristo y el ensañamiento con los creyentes. Hasta los mayores pecados pueden ser perdonados. Fueron sabios y poderosos, mansos en su vida. Nos enseñaron a vivir: a soportar el mal que provocamos nosotros, a tener paciencia con el mal ajeno y a dar gracias a Dios por los designios que impone en nuestras vidas. Sus enseñanzas no fueron oficios ni conocimientos filosóficos sino la humildad y la perseverancia que son la verdadera sabiduría. 

EN LA VIGILIA DE LOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO


LAS TRES AYUDAS QUE RECIBIMOS DE LOS SANTOS

1. El hombre espiritual debe velar en las vigilias de los santos, si quiere celebrar sus solemnidades en espíritu de verdad. Los primeros preparan unos festejos muy brillantes y unas mesas muy delicadas. Y con frecuencia, en estas vigilias, hacen cosas indignas: se gozan haciendo el mal y se alegran de la perversión. Pero a vosotros no fue esta intrucción que os dieron sobre Cristo. Le habéis seguido, lo habéis dejado todo y debéis hacer realidad las vigilias, estando bien despiertos.
 Para esto son las vigilias: para despertar si estamos dormidos en el pecado o en la tibieza, y permanecer en presencia de los santos con nuestras alabanzas. No así los malvados: son valientes para beber vino y atrevidos para embriagarse; pero acaban dormidos en sus crímenes y delitos. No olvidéis que los que duermen, duermen de noche, y los borrachos se emborrachan de noche. Para ellos eso de las vigilias santas es una tontería: prefieren dormir a estar en  vela. Vosotros, en cambio, no vivís en la noche ni en las tinieblas, sino en la luz y en pleno día: por eso tenéis en gran estima el día natalicio de los santos y deseáis prepararos.
2. Tres cosas debemos considerar atentamente en las fiestas de los santos: la ayuda que nos dan, su ejemplo y nuestra confusión. Su ayuda, porque si fueron poderosos en la tierra, mucho más lo serán en el cielo, ante el Señor su Dios. Si cuando vivían aquí se compadecían de los pecadores y oraban por ellos, ahora intercederán con más interés por nosotros ante el Padre: porque conocen mucho mejor nuestras miserias, y en aquella patria, la caridad, en vez de desaparecer, aumenta. Son incapaces de padecer, pero no de compadecerse. Rebosan ternura entrañable, porque viven en la fuente misma de la misericordia. 
 Existe otro motivo que obliga a los santos a estar solícitos de nosotros. Y es que, en frase del Apóstol, Dios preparó algo mejor para nosotros, y no quiso llevarlos a la meta sin nosotros. O como dice el salmista: los justos me esperan hasta que me devuelvas tu favor. 
 También debemos fijarnos en su ejemplo, porque mientras estuvo y vivió entre los hombres no se desvió a la derecha ni a la izquierda, sino que siguió el camino más recto, hasta unirse con el que dijo: Yo  soy el camino, la verdad y la vida. Fijaos en la humildad de sus obras y en la autoridad de sus palabras, y veréis cómo brillaron ante los hombres por sus obras y palabras, y qué ejemplos nos dejaron para que les imitemos. Como dice el Profeta: la senda del justo es recta, es recto para caminar el sendero del justo. 
3. Afinemos aún más nuestra atención y sintámonos abochornados. Eran hombres débiles como nosotros, del mismo barro que nosotros. ¿Por qué, pues, nos parece difícil e imposible hacer lo que hicieron e imitar sus ejemplos? Llenémonos de confusión y temor ante esta realidad: tal vez la vergüenza nos reporte gloria y el temor sea fuente de gracia. Estos que nos precedieron eran hombres, y recorrieron tan admirablemente el camino de la vida, que casi dudamos de que fueran humanos.
 Por eso, la fiesta de los santos nos regocija y nos confunde. Nos regocija porque ya tenemos intercesores; y nos humilla porque nos vemos incapaces de imitarlos. Pero así es siempre nuestro gozo en este valle de lágrimas: es tan inseparable del pan de las lágrimas, que siempre, de principio a fin, está impregnado de llanto. Es cierto que tenemos grandes motivos para alegrarnos; pero son mayores aún los que nos hacen sufrir. Me acuerdo de Dios, grita el justo, y me regocijo. Pero añade inmediatamente: Me siento desfallecer, y la agitación no me deja hablar. 
4. Sí. Debemos considerar todo esto en las vigilias de cualquier santo, ¿Cuánto más en la solemnidad de los santos y preclaros apóstoles? Me refiero a Pedro y a Pablo. Bastaría la fiesta de uno de ellos para llenar de regocijo a toda la tierra. Pero se ha unido la de los dos para que el gozo sea ilimitado. Se amaron en vida y no se separaron en la muerte. Fueron los más poderosos en la tierra: a uno se le confiaron las llaves del reino de los cielos, y al otro el magisterio de los gentiles. Uno dio muerte a Ananías y Zafira con la fuerza de su palabra, y el otro da todo en nombre de Cristo, y cuando se siente débil entonces es fuerte.
 Si tan poderosos son en la tierra, ¿ cómo serán en el cielo? Nos han dejado ejemplos insuperables: sufrieron hambre y sed, frío y desnudez, y todo lo que nos cuenta Pablo. Y al final alcanzaron el reino de los cielos con un glorioso martirio. ¡Qué motivo de vergüenza, confusión para nosotros, que apenas nos atrevemos a mirarlos, y menos aún a imitarlos! Supliquémosles que nos hagan propicio a su amigo y a nuestro juez, el Dios bendito por siempre.

RESUMEN
Debemos vivir la vigilia de los santos y despertar de nuestra tibieza, en lugar de permanecer en el sueño de la ignorancia y el pecado.
En la vigilia de los santos debemos considerar tres cosas: su ejemplo, su ayuda y nuestra confusión. No se desviaron ni a la derecha ni a la izquierda, sino que siguieron un camino recto. No padecen, pero nos compadecen, puesto que sufrieron nuestras tribulaciones. Por último nos esperar para compartir el favor celestial.
 Sentimos confusión, porque el regocijo nos invade y lo comparamos con nuestras escasas fuerzas que nos llevan a desfallecer. Tomemos ejemplo de nuestros santos que eran hombres como nosotros.
 Esta celebración conjunta aumenta nuestra alegría. Uno abre el camino del más allá y el otro nos ilumina con sus enseñanzas. Pidamos a nuestro Cristo la capacidad para imitarlos y vivir en su amistad, superando nuestra confusión y vergüenza.


sábado, 28 de junio de 2014

LA GUARDA DEL CORAZÓN



1. Guarda con cuidado tu corazón, porque de él brota la vida. La vida brota del corazón por estos dos cauces: por una parte, con el corazón se cree y se obtiene la justificación, el justo vive de la fe, e corazón puro ve a Dios, es decir, lo conoce, pues la vida eterna consiste en reconocerte a ti como único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo. Y por otra parte, Cristo nuestra vida, que habita ahora por la fe en nuestros corazones, aparecerá glorioso y nosotros con él; y el que ahora está oculto en el corazón pasará como del corazón a todo el cuerpo, cuando transforme la bajeza de nuestro ser reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Otro Apóstol lo confirma así: Ahora ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ve lo que vamos a ser. 2. Pero conviene examinar por qué se dice: Guarda con todo cuidado tu corazón. La gente del mundo suele decir: "Quien conserva su cuerpo se asegura un buen castillo". Nosotros decimos lo contrario: "Quien cuida su cuerpo conserva un vulgar estercolero". Así piensa el Apóstol: Quien cultiva la carne, cosechará corrupción; el que cultiva el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
 Esto significa que debemos cultivar y proteger ante todo el campamento del alma, porque de él procede la vida eterna. Pero este campamento está colocado en campo enemigo y lo atacan por todos los flancos. Por eso hay que defenderlo con todo cuidado, esto es, con la máxima vigilancia y por todas partes, abajo y arriba, por delante y por detrás, a derecha e izquierda.
 Por abajo le ataca la concupiscencia carnal y hace la guerra al alma, pues la carne tiene deseos opuestos al espíritu. Por arriba le amenaza el juicio de Dios: Es horroroso caer en las manos del Dios vivo. Por detrás acecha el placer mortal, que exhala el recuerdo de los pecados pasados; y por delante el asalto de las tentaciones. A la izquierda está la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores, y a la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Aquí nos ataca de dos maneras: por envidia a sus buenas obras, o por emulación a su gracia particular.
3. Vigile, pues, contra la carne una fuerte disciplina. Contra el juicio de Dios, el juicio de la propia confesión; y esto de dos maneras diversas: públicamente para los pecados públicos y en secreto para las faltas ocultas. Nos lo confirma el Apóstol: Si nos juzgáramos debidamente nosotros, no nos juzgarían. Contra el placer que suscita el recuerdo de los pecados pasados, la lectura frecuente. A la insistencia de las tentaciones, la insistencia en una oración suplicante. Contra la agitación de los hermanos, la paciencia y la compasión. Frente al fervor de los hermanos sumisos, la complacencia y la discreción. La complacencia elimina la envidia, y la discreción templa los excesos de la emulación.

RESUMEN
Del corazón brotan las emociones y la vida. En el futuro las emociones allí contenidas se dispersarán por todo el cuerpo.
Nuestro corazón es atacado por todos los frentes:
-Por debajo ataca la concupiscencia carnal. Nos defenderemos con una fuerte disciplina.
-Por arriba el juicio de Dios. Nos defenderemos con la propia confesión. Pública contra los pecados públicos. Oculta contra los pecados escondidos.
-Por detrás el placer de los recuerdos de los pecados pasados. Nos defenderemos con la lectura frecuente.
-Por delante el asalto de las tentaciones. Nos defenderemos con la oración suplicante.
-A la izquierda la inquietud de los hermanos arrogantes y murmuradores. Nos defenderemos con paciencia y compasión.
-A la derecha el fervor y devoción de los hermanos obedientes. Esto nos produce envidia y emulación de su gracia. Nos defenderemos con la complacencia que elimina la envidia y con la discreción que templa los excesos de emulación.

miércoles, 25 de junio de 2014

LA ALABANZA DE CRISTO


La alabanza no es perfecta en boca del pecador. Y también desdice en boca de un pecador arrepentido, porque todavía se siente confundido con el recuerdo y la memoria de su pecado, y lo llora frecuentemente. Pero aunque su alabanza no es perfecta ni armoniosa, su confesión sí es muy útil y provechosa.
 A medida que progresa en la gracia de Dios se entrega más a la labanza divina, se recrea asiduamente en ella y le absorbe de tal modo, que es lo único que le agrada. Entonces la alabanza de sus labios es digna de Dios. Así le sucede al agricultor: cuando abona los campos todo aparece cubierto de fanto y estiércol, y su labor es muy fecunda, pero muy poco agradable. En cambio, cuando recoge las gavillas, su trabajo es hermoso y placentero.

RESUMEN

La alabanza a Cristo es más grata a nuestro Señor cuando cuando progresamos espiritualmente y no tanto en las primeras fases del pecador arrepentido.

martes, 24 de junio de 2014

EN EL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

Una antorcha ardiente y luminosa

1. Jamás se aplique, hermanos, a nuestras reuniones, aquel reproche que el Profeta dirigía a las tertulias de los judíos: Vuestras asambleas están pervertidas. Nuestras asambleas no son malas, sino santas, religiosas, llenas de gracia y dignas de toda bendición. Os reunís para escuchar a Dios, alabarle, orar y adorarle. Esta reunión es algo sagrado, agrada a Dios y la frecuentan los ángeles. Asistid, pues, con respeto, con atención y con fervor espiritual, particularmente en la iglesia y en esta escuela de Cristo y auditorio del Espíritu. No os fijéis, hermanos, en lo visible y transitorio, sino en lo que no se ve y es eterno.

Guiaos por la fe, no por las apariencias. Este lugar es santo e impone respeto: en él hay más ángeles que hombres. Por todas partes vemos el cielo abierto de par en par y una escalera levantada con ángeles que suben y bajan sobre el Hijo del hombre. Este Hombre es un gigante: su trono es el cielo, y la tierra el estrado de sus pies. Su majestad es mayor que el cielo, pero está con nosotros hasta el fin del mundo. Los ángeles y santos suben y bajan hasta él, porque la cabeza y el cuerpo son un solo Cristo.

2. Y aunque no se puede separar la cabeza del cuerpo, los buitres se reúnen donde está el cuerpo, no donde está la cabeza. Además lo dijo el mismo Jesús: Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos. Tal vez alguno quisiera preguntarme: "¿Dónde está ahora Cristo? Preséntanos a Cristo y eso nos basta. ¿Por qué volvéis los ojos a todas partes? ¿Os habéis congregado para ver o para oír? El Señor Dios me abrió el oído, dice el Profeta. Me abre el oído para que escuche su palabra; pero no me abre los ojos para ver su rostro.

Sí, me abre el oído, y no me descubre su rostro. Está detrás de la tapia, oye y se le oye, pero no se deja ver. Escucha a los que oran e instruye a los que atienden. ¿Queréis una prueba de que Cristo habla por mí? Escúchale: Yo sentencio con justicia. ¿Cómo no va a usar la boca, si fue él quien la hizo? ¿No puede usar el alfarero sus vasijas? Señor, abre sus oídos y abre también mis labios, pues yo no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. Todo lo haces muy bien: haces oír a los sordos y hablar a los mudos.

3. Oíd, pues, hermanos, lo que dice de Juan, cuyo solemne nacimiento celebramos hoy: Era una lámpara encendida y resplandeciente. ¡Qué testimonio tan grande, hermanos míos! Si es grande aquel de quien se testifica, mucho mayor aún es quien lo testifica. Y lo dice abiertamente: Era una lámpara encendida y resplandeciente. Sólo lucir, es pura vanidad; sólo arder, no basta. Lo perfecto es arder y lucir.

Escuchemos la Escritura: El hombre religioso es estable como el sol, el necio muda como la luna. La luna resplandece, pero sin ardor: lo mismo está llena que menguante o vacía. Como tiene luz prestada cambia sin cesar: crece, mengua, se agota, se agota, se apaga y desaparece totalmente. Lo mismo ocurre a quienes se apoyan en los labios de los otros: tan pronto son muy grandes como insignificantes o nulos, según interese a sus aduladores vituperarlos o adularlos.

En cambio, el resplandor del sol es puro fuego, y cuanto más arde más nos deslumbra. Eso mismo es el hombre prudente: su ardor interior irradia al exterior. Y si no puede unir ambas cosas, prefiere ante todo arder, para que le recompense su Padre que ve lo escondido. ¡Pobres de nosotros hermanos, si unicamente brillamos! Porque es innegable que lucimos y nos aplauden los hombres. A mí me importa muy poco que me exija cuentas un tribunal humano: quien me las pide es el Señor, el cual exige a todos arder, no brillar. Recordadlo: He venido a encender fuego en la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Este es el mandamiento universal y lo que se espera de todos; y si falta esto no valen excusas.

4. A los Apóstoles y hombres apostólicos se recomienda encarecidamente: Que vuestra luz ilumine a los hombres. Como si dijera: estad encendidos y arded con fuerza, y de ese modo no temeréis el soplo y el ímpetu de los vientos. Eso mismo se dijo a Juan. Pero aquéllos lo escuchan sólo con los oídos, este, en cambio, lo aprendió internamente como los ángeles, porque nadie está tan cerca de Dios como la voz que precede al Verbo. Ahí sobran las palabras externas e intermedias para comunicarse. Juan no recibió su sabiduría por la predicación, sino por la inspiración que recibió en plenitud del Espíritu en el seno de su madre.

Sí, fue una antorcha ardiente y abrasada, tan invadido del fuego celeste que sintió la presencia de Cristo antes de ser consciente de sí mismo. Un fuego nuevo acaba de ser arrojado del cielo y había entrado por la boca de Gabriel en el oído de una virgen. Y ahora la boca de la Virgen lo hace llegar al niño por el oído de su madre. Desde ese momento el Espíritu Santo toma posesión de su instrumento elegido y lo convierte en lámpara de Cristo, el Señor.

Desde entonces fue una lámpara encendida, aunque escondida momentaneamente bajo el celemín. Pronto estará sobre el candelero y alumbrará a todos los que estén en la casa del Señor. Entonces sólo podía iluminar al celemín, esto es, a su madre, y lo hizo revelándole con saltos de gozo el gran misterio de la misericordia. ¿Quién soy yo, dice ella, para que me visite la madre de mi Señor? ¡Mujer!, ¿quién te dijo que es la madre del Señor? ¿De qué me conoces? Ella responde: En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre.

5. Aquel fue el momento en que llenó de luz al celemín, en el que se ocultaba. Ese celemín conocía ya muy bien la antorcha encendida que poco después alumbraría al mundo entero con nuevos resplandores. Era una lámpara encendida y resplandeciente. No dice: "resplandeciente y encendida". El ardor de Juan no procedía de su brillo, sino al contrario, el resplandor emanaba de su ardor. Porque hay algunos que no lucen porque arden, sino que arden para lucir. A éstos no les inflama el espíritu de caridad, sino el ansia de vanidad.
 ¿Queréis conocer cómo ardió y brilló Juan? Yo creo que podemos hallar en él tres maneras de arder y de iluminar. Ardía en sí mismo con una gran austeridad de vida, ardía para Cristo con un fuego de amor profundo y total, y ardía con los pecadores amonestándoles sin cesar y libremente. Para ser más concisos, brilló por su ejemplo, su dedo y su palabra. Se nos mostró como modelo a imitar, nos indicó otro astro mucho mayor que pasaba inadvertido y era el único capaz de perdonar los pecados, e iluminó nuestras tinieblas, como dice la Escritura: Señor, tú enciendes mi lámpara, alumbra mis tinieblas, para que me corrija.
6. Contempla, pues, a este hombre prometido por el oráculo de un ángel, milagrosamente concebido y santificado en el seno de su madre. Admira también el nuevo fervor de penitencia de este hombre nuevo. El Apóstol nos propone este ideal: Teniendo qué comer y con qué vestirnos podemos estar contentos. Ésta es la perfección apostólica. Pero Juan fue mucho más allá, como nos dice el Señor en el Evangelio: Vino Juan que ni comía ni bebía, e iba medio desnudo. Comer saltamontes no es propio de hombres, sino de ciertos animales; y tampoco lo es vestirse con piel de camello. Camello, ¿cómo le dejaste tu piel? ¿Por qué no le diste tu jiba? Y vosotras, fieras salvajes y reptiles del desierto, ¿por qué buscáis manjares exquisitos?
 Juan es un santo varón, enviado de Dios, un ángel de Dios, como dice el mismo Padre: Mira, yo te envío mi mensajero por delante. Juan, el hombre, más grande que ha nacido de mujer, castiga de este modo su cuerpo inocente, lo abate y lo mortifica. ¿Y vosotros soñáis con vestidos de púrpura y de lino, y banquetear espléndidamente? ¿A esto se reduce toda la grandeza de este día? ¿Este es el homenaje que ofrecéis al bautista? ¿Este es el regocijo que nos habían prometido por su nacimiento? ¿De quién celebráis la memoria, sacerdotes refinados? ¿Qué nacimiento festejáis? ¿No es acaso el de aquel que vivió en el desierto con un áspero vestido y muerto de hambre? Hijos de Babilonia, ¿qué salísteis a contemplar en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿A qué salisteis si no? ¿A ver un hombre vestido con elegancia, y alimentado con regalo? Toda la fiesta se reduce para vosotros a seguir las normas del gusto popular, vestir con todo lujo y comer a placer. ¿Tiene algo que ver con Juan? Todo ese le repugnaba y jamás lo hizo.
7. El ángel dijo: Serán muchos los que se alegren de su nacimiento. Sí, es cierto: muchos se alegran de su nacimiento. Incluso para los paganos, según nos dicen, es un día festivo y solemne. Pero si ellos lo celebran sin conocerlo, para los cristianos no debería ser así. Estos se regocijan en ese día del nacimiento de San Juan, pero ojalá fuera de su natividad, y no de la vanidad. ¿Qué hay bajo el sol sino vanidad de vanidades? ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que le afligen bajo el sol? Hermanos, bajo el sol está todo cuanto abarcan los ojos, y se somete al influjo de esta luz material; ¿y eso qué es, sino una niebla que se ve un poco? ¿No es acaso pura hierba y flor de hierba? Lo dice el Señor: Todo es mortal hierba, y toda su belleza es flor de hierba: se agosta la hierba y cae la flor. En cambio la palabra del Señor permanece para siempre.
 Hermanos, entreguémonos a esta palabra que nos promete la vida y el gozo eternos. No trabajemos por el alimento que se acaba, sino por el alimento que dura dando una vida sin término. ¿Y cuál es? No de solo pan vive el hombre, sino también de todo lo que diga Dios por su boca. Queridos hermanos, cultivemos esta palabra, cultivemos el espíritu, porque el que cultiva los bajos instintos sólo cosechará corrupción. Que nuestro gozo sea interior, no un simple gesto exterior. O como dice el Apóstol: Afligidos por la humildad gravedad, y siempre alegres por el gozo interior. Queridos hermanos, alegrémonos en y por el nacimiento de San Juan.
8. Tenemos mil motivos y mucha materia para gozarnos al celebrar su memoria. fue una antorcha, y los judíos quisieron disfrutar de su luz. Él, empero, prefirió saborear el fervor de la devoción y deleitarse con la voz del esposo, su amigo. Recreémonos: en ambas cosas: en lo primero por él, y en lo segundo por nosotros. Porque, ardía para sí mismo, y lucía para nosotros. Alegrémonos con su fervor con deseos de imitarle. Disfrutemos de su luz, pero no nos quedemos en ella, sino que su luz nos haga ver la luz: la luz verdadera, que no él, sino aquél de quien testifica.
 Vino Juan, dice el Señor, que no comía ni bebía. Esta frase me enfervoriza y me humilla. ¿Es posible, hermanos, examinar atentamente la penitencia de Juan y pensar después que la nuestra es extraordinariamente importante? ¿Nos atrevemos a quejarnos de los achaques y decir "sufro mucho o demasiado"? ¿Qué homicidios, sacrilegios o delitos propios expiaba Juan con este género de vida? Animémosnos a hacer penitencia y exijámonos la expiación, para librarnos del juicio terrible de Dios vivo. Y si nos falta el fervor, que lo supla la humildad de una sincera confesión. Dios es fiel, y si reconocemos nuestros pecados, manifestamos nuestras miserias, y no ocultamos nuestras flaquezas, él nos perdonará todos los pecados.
9. El fervor de Juan se manifiesta en esto y en su preocupación por los pecados del prójimo. Ese es el orden justo y razonable: fijarte primero en ti mismo. Como dice el salmista: Absuélveme de lo que se me oculta, preserva a tu siervo de lo ajeno. Camada de víboras, dice Juan, ¿quien os ha enseñado a vosotros a escapar del castigo inminente? ¡Qué fuego espiritual tan vivo lanzan estas chispas y ascuas encendidas! No perdona ni a los fariseos: No empecéis a decir que Abrahan es vuestro padre, porque os digo que de estas piedras Dios es capaz de sacarles hijos a Abrahán.
 Pero todo esto no pasaría de bellas palabras si se detuviera ante la presencia de los poderosos. Nada de eso: reprende con plena libertad de espíritu a un rey cruel y soberbio, saliendo expresamente del desierto con santa indignación, y mostrándose inflexible a los halagos y al martirio. El Evangelio dice que Herodes miraba con respeto a Juan, seguía muchas veces sus consejos y le gustaba escucharle. A pesar de ello él le corregía abiertamente: No te está permitido tenerla. Fue encadenado y encarcelado, pero se mantuvo fiel a la verdad y murió gloriosamente por ella.
 Queridos hermanos, arda también en nosotros este celo: el amor de la justicia y el odio de la maldad. Hermanos, que ninguno adule el vicio ni arrope al pecado. Nadie diga: ¿soy yo el guardián de mi hermano? Nadie consienta, si de él depende, que se pierda la Orden o disminuya la o disminuya la observancia. Callar cuando debes reprender, equivale a consentir. Y sabemos muy bien que la misma pena merece quien hace el mal y quien lo consiente.
10. ¿Qué podemos decir del amor humilde y lleno de ternura de Juan para con el Señor? Por eso saltó de gozo en el vientre y se intimidó en el Jordán, antes de bautizado. Por eso decía que él no era el Mesías, como algunos creían, e incluso se consideraba indigno de desatarle la correa de las sandalias. Por eso se regocijaba con la voz de su amigo el novio. Y proclamaba que había recibido un amor que respondía a su amor. Y que Dios no le escatimó el Espíritu, sino que todos recibimos de su plenitud.
 ¿Y no vas a someterte a Dios, alma mía? Jamás seré una lámpara encendida, si no amo al Señor mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y todas mis fuerzas. Solamente el amor impulsa a la salvación, porque lo infunde y aviva el Espíritu y no podemos apagarlo jamás. Así ardía Juan, y si te das cuenta, por eso mismo alumbró tanto. Pues si no hubiera alumbrado, ignorarías si estaba ardiendo.
11. Resplandeció, como dije antes, con el ejemplo, con el dedo y con su palabra. Con las obras se nos manifestó a sí mismo, con el dedo nos señaló a Cristo, y con su palabra a nosotros mismos. A ti, niño, dice su padre, te llamarán Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación. Fijaos, no dice: para dar la salvación -él no era la luz-, sino para anunciar la salvación, y dar testimonio de la luz. Vamos a repetirlo: Anunciando a su pueblo la salvación y el perdón de los pecados. A un hombre sabio le gusta conocer todo cuanto se refiere a la salvación.
 Supongamos que todavía no hubiera venido Juan, ni se nos hubiera dicho nada de Cristo: ¿dónde buscaríamos la salvación? Yo he pecado mucho: la sangre de becerros y cabras no me alcanza el perdón, porque al Altísimo no le agradan los holocaustos. Mi memoria está infectada de los posos de tanto horror, no hay navaja capaz de raer esta membrana, pues está totalmente empapada de sedimentos. Si olvido mi pecado, soy un necio y un ingrato. Si lo conservo en la memoria, me acusará eternamente. ¿Qué voy a hacer? Acudiré a Juan y escucharé su palabra de alegría y de misericordia, su mensaje de gracia, su promesa de perdón y de paz. Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. O aquel otro: A la esposa la tiene el esposo. Con esto me dice que ha venido Dios, el Esposo y el Cordero. Sí, ha venido Dios, porque puede quitar el pecado. Por ahora no nos preguntamos si quiere hacerlo. Pero sí que lo quiere, porque es Esposo, todo amor. Y Juan es amigo del Esposo, porque el Esposo sólo trata con sus amigos. Y aunque suspira por una esposa radiante, sin mancha ni arrugas ni nada parecido, no lo busca. ¿Dónde la encontraría? Él mismo se la crea y se la presenta a sí mismo. Escucha al Profeta: La gente suele decir, si una mujer duerme con otro, ¿volverá a su primer marido? Tú has fornicado con muchos amantes. Pero vuelve a mí y te recibiré. Hasta aquí llega su poder y su amor.
12. ¿Temes ante esa purificación que viene a hacer de los delitos, porque crees que usará el cauterio y bisturí y llegará hasta los huesos y a la médula de los huesos, y te causará un dolor más fuerte que la muerte? Escucha: es un Cordero; viene lleno de mansedumbre, con lana y leche; sólo con su palabra santifica al pecador. ¿Hay algo más simple que una palabra, como dice el Cómico? Pues basta una palabra tuya y mi criado se curará.
 Hermanos, ¿por qué dudamos, y no nos acercamos confiadamente al tribunal de la gloria? Demos gracias a Juan, y vayamos de su mano a Cristo, porque como él nos dice: A él le toca crecer y a mi menguar. ¿En qué sentido debe menguar? En el resplandor, no en el perdón. Replegó sus rayos, y se replegó sobre sí mismo, para no ser como aquellos que agotan todo su interior. Le toca crecer a él, porque es inagotable y de su plenitud todos recibimos. Y a mí menguar, porque tengo un espíritu limitado y debo intentar arder más que brillar. Precedí al sol, como estrella de la mañana; pero cuando él ya ha salido, yo me oculto. Sólo tengo un poco de aceite para ungirme. Y lo conservo más seguro en una botella que en la lámpara.


RESUMEN

-Descripción de un lugar maravilloso donde se funden cielo y tierra, se abre una escalera como la de Jacob y es morada del Hijo del hombre.

-Podemos oír al Señor y dirigirnos a Él, pero no podemos ver su rostro. Nosotros somos el cuerpo y Él es la cabeza. No se puede separar lo uno de lo otro, pero los buitres se acumulan sobre el cuerpo.

-Juan era una lámpara encendida y resplandeciente que brillaba con luz propia, no reflejada; vino a transmitirnos su fuego.

-Transmisión del espíritu desde María, madre de Cristo.
-Diferencia entre el ardor que procede del brillo(vanidad) y el brillo que procede del ardor (el caso de Juan).
-Pobreza con la que vivía Juan tan diferente a cómo celebramos su fiesta.
-Motivos para alegrarnos del nacimiento de San Juan.
-Recordemos su memoria. Su penitencia como ejemplo y como forma de alcanzar el perdón de los pecados.
-La búsqueda de la verdad primero en uno mismo y luego en los demás, sin caer en falsedades ni en su consentimiento.
-Amor humilde y lleno de ternura como ejemplo.
-Resplandeció con el dedo (nos señaló a Cristo), con las obras ( a sí mismo) y con su palabra (a nosotros mismos). Como amigo del Esposo es capaz de quitar el pecado.
-No debemos temer porque es un cordero que viene lleno de leche y miel. El mengua en resplandor pero no en perdón. Debe menguar para que el Mesías crezca.
































lunes, 16 de junio de 2014

DOMINGO IV DE PENTECOSTÉS: David, Goliat y los cinco guijarros:


DOMINGO IV DE PENTECOSTÉS

David, Goliat y los cinco guijarros

1. Hemos oído en el libro de los Reyes cómo presumía el gigante Goliat de su fuerza y de su gran estatura, y cómo desafiaba al ejército de Israel incitándole a luchar mano a mano contra él. También hemos escuchado cómo suscitó Dios el espiritu de un joven, que se sintió profundamente herido al ver que un hombre bastardo e incircunciso injuriaba al ejército de Israel y al Dios Altísimo. Vimos salir al joven con la honda y unos guijarros del arroyo y avanzar hacia ese monstruo humano que se le acercaba con casco, cota de malla, escudo y toda clase de armas de guerra.
Nuestras entrañas se conmovieron de temor ante ese joven que así se lanzaba al combate, y estallaron de júbilo con su victoria. Elogiamos la grandeza del alma de ese joven, devorado por el celo de la casa de Dios. No fue insensible a los insultos dirigidos contra Dios, sino que salió en su defensa como si fuera algo suyo, y le dolía el desastre de José. Nos asombra ver en un adolescente mucha más audacia que en todo Israel. Hemos visto en la victoria un prodigio del cielo y un prodigio inconfundible del poder divino. Y ahora lo celebramos delirantes de gozo, porque hace unos momentos estábamos pendientes del duelo mortal de un joven, armado con la fe y un gigante orgulloso de sus fuerzas.
2. Mas el Apóstol nos enseña que la ley es espiritual y que no se ha escrito solamente para deleitarnos con descripciones y sucesos externos, sino también para saciar el apetito de nuestros sentidos interiores con la médula del trigo. Veamos, pues, quién es ese Goliat altivo y orgulloso, que se atreve a injuriar al pueblo de Dios que ha entrado en la tierra prometida y ha triunfado de tantos enemigos. Yo creo que aquí se insinúa muy claramente la soberbia del hombre orgulloso. Es el mayor pecado que existe, el que más ofende al pueblo de Dios, y que ataca sobre todo a los que parece han vencido los demás pecados. Por eso le incita a luchar mano a mano, cual si diera por derrotados a los demás.
Los fiilisteos temían entrar en guerra contra Israel, y toda su confianza la habían puesto en aquel gigante Goliat. ¿Por qué le tienta a este hombre la soberbia, si ya le tienen encadenado la envidia y la tibieza que provoca vómito a Dios, y la pereza que, como el estiércol de los bueyes, lo ha hecho más duro que una piedra? ¿Que le queda por hacer a la soberbia y a la arrogancia, si tiene tanto vicios que se siente ya derrotado por todos?¿Quién os hará combatir contra el pésimo vicio de la soberbia sino la mano fuerte que ha sometido los otros vicios? Salga, pues, David con el vigor de sus manos, pues sólo será posible vencer a este enemigo con el vigor de un brazo robusto. Empuñe las armas contra Goliat que ya ha matado a osos y leones.
3. Mire a ver si le valen las armas de Sául, la sabiduría del mundo, las doctrinas filosóficas o el sentido material de las escrituras, que para el Apóstol es letra que mata. Vea si con estas armas puede aniquilar la soberbia y alcanzar la humildad. O tal vez no se siente protegido, sino aprimido con ellas. Se desprende de todos estos arreos, y pone toda su confianza en el Señor. No se apoya para nada en sí mismo: su única arma es la fe. No se intimida ante la corpulencia de Goliat, ni teme verse aplastado por su peso. El Espíritu le impulsa a cantar con el espíritu y la mente: El Señor es la defensa de mi vida, etc. 
Pedro no pensó en la fuerza del viento, ni en la profundidad del mar, ni en el peso de su cuerpo: se lanzó al agua fiado en la palabra del Señor y no se hundió ni tuvo miedo. Pero cuando sintió la fuerza del viento le entró miedo y comenzó a hundirse. También Saúl intenta persuadir a nuestro héroe. No podrás acercarte a ese filisteo para luchar contra él, porque eres un muchacho, y él es un guerrero desde su juventud. Pero David no entiende esas teorías, y confiado en la fuerza de aquel con la que tantos triunfos había conseguido, se acerca animoso. Se quita las armas de Saúl y coge cinco cantos del arroyo que el agua en su corriente pudo alisar pero no arrastrar. El torrente que debemos vadear es la vida actual, pues como dice la Escritura, se va una generación y viene otra, cual olas encrespadas que se empujan unas a otras. Y como toda carne es hierba y su belleza como flor campestre, la corriente del arrastra consigo todo lo baladí. Pero la palabra del Señor, impávida ante las olas, permanece por siempre.
4. Yo creo que podemos entender estas cinco piedras como cinco aspectos distintos de la Palabra divina: amenaza, promesa, amor, imitación y oración. De todo esto encontramos una gran abundancia en la Escritura. Y es posible que Pablo se refiera también a esas cinco palabras cuando prefiere pronunciar cinco palabras inteligibles a diez mil en una lengua extraña. Porque el papel de este mundo está para terminar. O como leemos en otro lugar: El mundo pasa y su concupiscencia también. En cambio, estas palabras, frente al vértigo del mundo, permanecen inmutables y se pulen sin cesar, pues el correr de los años acrecienta su sabiduría. 
El guerrero David coge estas piedras para luchar contra el espíritu de soberbia y las guarda en el zurrón de la memoria. Fíjate cómo nos amonesta Dios, cuándo nos compromete, qué amor nos tiene, qué ejemplos de santidad nos ha dado, y cómo nos recomienda entregarnos a la oración. Tome, pues, estas piedras el que desea derribar el orgullo, y cada vez que levante su cabeza venenosa, láncele la primera piedra que se le ocurra el pensamiento. Y Goliat, herido en la frente, caerá desplomado y confundido. En esta pelea también es necesaria la honda, es decir, la longanimidad, que no puede faltar de ninguna manera. 
5. Siempre, pues, que un pensamiento de soberbia, tiente tu espíritu, estremécete desde lo más profundo de tu ser ante las amenazas de Dios, o aviva el deseo de sus promesas: Goliat no resiste el golpe de esas piedras que aniquilan su altivez. Y si recuerdas el amor inefable que te ha demostrado el Dios de la majestad, ¿no se inflamará tu caridad, te despreciarás a ti mismo, y desecharás la vanidad?
Lo mismo podemos decir si meditas atentamente los ejemplos de los santos: es un pensamiento muy útil para vencer la soberbia. Pero si te acomete de improviso la vanidad, y no puedes echar manos de esos remedios, refugiate con todo fervor en la oración. Y ese maldito que parecía más alto e indomable que los cedros del Líbano, desaparecerá inmediatamente. 
6. Quizás me preguntes cómo puedes cortar la cabeza a Goliat con su propia espada. Es la hazaña más gloriosa para ti, y la que más humilla al enemigo. Lo diré en dos palabras, pues estoy hablando con gente experta que comprende fácilmente y advierte al instante lo que experimenta sin cesar. Cuando te provoque la vanidad, y con el recuerdo de las amenazas de Dios, sus promesas y todo lo que hemos dicho, comiences a avergonzarte y humillarte, entonces derribas a Goliat.
Pero es posible que todavía esté vivo. Acércate a él antes que se levante y, de pie sobre su cuerpo, córtale la cabeza con su propia espada. Así utilizarás la vanidad que te incitó, para eliminar esa misma vanidad. Si te tienta un pensamiento altivo, toma pie y ocasión de eso mismo para humillarte, hasta que sientas de ti más humilde y bajamente, y te pongas por un soberbio. Así es como rematas a Goliat con su misma espada.
RESUMEN
Goliat es el prototipo de la soberbia. David logra vencerlo con cinco guijarros que simbolizan: amenaza, promesa, amor, imitación y oración. Vence a Goliat entregado a la fuerza del espíritu. Hace frente a su amenaza, y lo amenaza con su fe en Dios, se deja llevar por la promesa de una transcendencia por encima del paso fugaz de las generaciones, lucha con amor hacia la justicia, imita el sacrificio de otros y encuentra refugio en la oración. Aniquilando la vanidad, propia y extraña, acabamos por decapitar a la soberbia. También debemos aniquilarla en nosotros mismos, que no queremos ser soberbios y, sobre todo, guardar en el zurrón de nuestra memoria lo que significan esos cinco guijarros.