I.1.Pienso muchísimo en el ardoroso deseo de los Padres, suspirando por la presencia carnal de Cristo, y siempre me invade la compunción y la confusión en mi interior. Ahora mismo apenas puedo contener las lágrimas. Y es que me avergüenza el enfriamiento e insensibilidad de estos tiempos miserables. Porque, ¿quién de nosotros, ante la presencia de esta gracia, siente un gozo semejante al deseo con que se abrasaban sólo ante su promesa aquellos santos antecesores nuestros? Sí, son muchísimos los que se alegrarán en la próxima celebración de la Navidad. Pero , ¡ojalá fuese por su Nacimiento!
Este grito: ¡Que me bese con los besos de su boca!, me evoca aquel deseo ardiente y el afecto de su devota expectación. Todo el que entonces podía ser espiritual, sentía intensamente en su corazón cuánta gracia se derramaba en aquellos labios. Por eso exclamaban como hablando con el deseo de su alma: ¡Que me bese con los besos de su boca! Y ansiaban con todo anhelo no verse defraudados de compartir tan gran embeleso.
I.2.Cada uno de aquellos santos se decía para sí: “¿Para qué oír tanta palabrería a los Profetas? Mejor que me bese con besos de su boca el más hermoso entre los hijos de los hombres. Ya no escucho más a Moisés: su boca y su lengua tartamudean. Los labios de Isaías son impuros. Jeremías no sabe hablar porque es un niño. Todos los Profetas son como mudos. No, no; que me hable ya él, el mismo a quien ellos anunciaban. ¡Que me bese él con los besos de su boca! No quiero que me hablen más sus intermediarios; son como nubarrón espeso. No. ¡Que me bese él con besos de su boca! Para que el hechizo de su presencia y las corrientes de agua de su admirable doctrina se me conviertan en fuente que salte hasta la vida eterna.
Si él, al fin, ungido por el Padre con el óleo de la alegría entre todos sus compañeros, se dignase besarme con besos de su boca, ¿no derramaría sobre mí su gracia más copiosa? Su palabra viva y eficaz es para mí un beso de su boca. No es un simple contacto de los labios, que a veces interiormente es mera paz ficticia, sino la efusión del gozo más íntimo que penetra hasta los secretos más profundos. Pero sobre todo, es como una intercomunión maravillosa de identidad entre la luz suprema y el espíritu iluminado por ella. Pues el que se allega al Señor se hace un espíritu con él.
Con razón se me retiran las visiones o los sueños; no deseo representaciones y hasta me desagradan las especies angélicas. Porque todo lo supera incomparablemente mi Jesús con su figura y su belleza. Por eso, de nadie más mendigaré que me bese con besos de su boca: ni de ángel, ni de persona alguna.
II.Tampoco pretendo que me bese él mismo con su boca. Esta dicha única y este privilegio singular queda reservado exclusivamente para la naturaleza humana que él asumió. Sencillamente me limito a pedirle que me bese con besos de su boca, como algo comúnmente concedido a los que pueden decir: Todos hemos recibido gracia tras gracia.
II.3.Mirad: en el primer caso la boca que besa es el Verbo que se encarna; quien recibe el beso, la carne asumida por el Verbo; y el beso que consuman el que besa y el besado, resulta ser la persona compuesta por ambos: el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús. Por esta razón ningún san se atrevió a decir jamás: “que me bese con su boca”, sino unicamente con los besos de su boca. Reconocían esa prerrogativa como algo exclusivo de aquel a quien el Verbo besó apretadamente con un beso nunca interrumpido, al estrecharse con él corporalmente toda la plenitud de la divinidad.
Feliz y desconcertante beso por su desconcertante concesión. Beso que es mucho más que la simple presión de los labios: es la misma unión de Dios con el hombre. Con el contacto de los labios se intenta expresar la mutua identificación de sentimientos. Pero con este otro beso, esa unión de las dos naturalezas asocia lo humano con lo divino, estableciendo la paz entre el cielo y la tierra. El es nuestra paz, que hizo con los dos uno. Por esta razón los santos del Antiguo Testamento anhelaban este beso; presentían que hallarían gozo y corona de alegría donde se esconden los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Ellos también deseaban recibir de su plenitud.
II.4.Veo claramente que os agrada cuanto os digo; pero debéis escuchar todavía otra interpretación.
III. No ignoraban aquellos santos que ya antes de la venida del Salvador, Dios acariciaba designios de paz sobre la mortal humanidad. Todos los designios sobre los hombres se los revelaba a sus siervos los Profetas, aunque muchas veces no lograron comprenderlo. La fe era algo excepcional sobre la tierra y la esperanza muy vacilante, incluso para los que aguardaban la redención de Israel. Quienes la presintieron, anunciaron que Cristo vendría en carne humana, y con él la paz. Así uno de ellos decía: El será nuestra paz, cuando venga a nuestra tierra. Es más: pregonaban que los hombres recuperarían por su mediación la gracia de Dios con toda seguridad, tal como a ellos se les había revelado. Juan, el Precursor del Señor, comprendió que la promesa se había cumplido en su tiempo y lo testificó así: La gracia y la fidelidad vinieron por Jesucristo. Todo el pueblo cristiano sabe ahora por experiencia que es verdad.
III.5.Por lo demás, profetizaban la paz, pero como se demoraba la llegada del que podía establecerla, vacilaba la fe del pueblo, pues no había quien lo liberase ni lo salvara. Los hombres se quejaban de esta tardanza, viendo que no aparecía el Príncipe de la paz, anunciado desde antiguo por boca de sus santos Profetas. No se fiaban de sus promesas e imploraban el signo de la reconciliación prometida, el beso; y como si se levantara alguien del pueblo gritaba así a los mensajeros de la paz: ¿Hasta cuándo vais a tenernos en vilo? Hace ya mucho tiempo que nos prometéis la paz y no llega; anunciáis alivio y sólo reina la turbación. Lo mismo dijeron muchas veces y de mil maneras los mensajeros a nuestros padres, y éstos a nosotros: Paz, paz, cuando no hay paz. Si Dios quiere convencerme, que me bese con besos de su boca. Esta señal de la paz será primicia de esa paz que promete repetidamente por sus mensajeros pero no la manifiesta. ¿Cómo puedo seguir fiándome de sus palabras? Es preferible que lo confirme con las obras. Que pruebe el Señor la veracidad de sus mensajeros –si realmente lo son- presentándose con ellos en persona como tantas veces lo han prometido. De lo contrario, serán totalmente inútiles. Envió a su siervo, le colocó su bordón, pero el niño aún no habla ni respira. Si es que no viene el Profeta mismo y me besa con besos de su boca, no me levantaré, no resucitaré, no me sacudiré el polvo, no respiraré esperanzas”.
III.6.Mas no lo olvidemos: el que se presenta a sí mismo como mediador nuestro ante Dios, es el Hijo de Dios y Dios verdadero. ¿Y qué es el hombre para que piense en él, qué es el hijo del hombre para que se cuide de él? ¿Con qué confianza puedo atreverme a ponerme en manos de tan soberana majestad? ¿De dónde puedo presumir yo, tierra y ceniza, que Dios se cuida de mí? Sólo sé que él ama a su Padre, pero no necesita de mí ni de mis bienes. Entonces, ¿qué prueba me queda para saber si es mi mediador? Si, como aseguráis, es verdad que Dios ha decretado el perdón, y piensa ser aún más complaciente, que haga ya la alianza de paz y grabe en mí un pacto perpetuo con el beso de su boca. Pero que no se anonade, que se humille, que se rebaje y me bese con besos de su boca, no sea que eche atrás de cuanto ha salido de sus labios. Hágase hombre, hágase hijo del hombre el Hijo de Dios y verdadero Dios, para intervenir como mediador neutral ante ambas partes, y ninguna de las dos sospechará de él. Con este beso de su boca quedaré tranquilo. Yo acepto seguro al Hijo como mediador ante Dios, pues lo reconozco válido también para mí. Nunca dudaré de él lo más mínimo: es hermano mío y carne mía. Confío que no podrá despreciarme, siendo hueso de mis huesos y carne de mi carne.
III.7.Así exigían desde antiguo con sus lamentos este sagrado beso, es decir, el misterio de la Encarnación , a medida que iba extinguiéndose la fe, cansada de tan larga y pesada expectación. También el pueblo infiel, cencido por el tedio, protestaba contra las promesas de Dios. No es invención mía. Vosotros también lo recordáis por las Escrituras. Son ciertamente suyas estas quejas y verdaderas protestas: Manda, vuelve a mandar; espera, vuelve a esperar; un poquito aquí, otro poquito allí. Suyas son también aquellas palabras en una oración traspasada de piedad: Da su paga a los que esperan en ti y así serán hallados veraces tus profetas. Y también: Renueva los deseos que expresaron en tu nombre los antiguos profetas. De aquí proceden aquellas promesas tan tiernas y consoladoras: El Señor vendrá sin tardar; aunque tarde, espérale, que ha de llegar sin retraso. Y en otro lugar leemos también: Ya está a punto de llegar su hora, sus días no tardarán. Y pone en boca del Mesías prometido: Yo derramaré sobre ella como un río la paz y como un torrente que todo lo inunda, la gloria de las naciones. Palabras que delatan claramente la fuerza conmovedora de los profetas y la desconfianza de los pueblos. Porque el pueblo protestaba por las vacilaciones de su fe y, según el oráculo de Isaías, los mensajeros de la paz lloraban amargamente.
Cristo demoraba su venida y el género humano se sumía en la desesperación. Se consideraba menospreciado por su mortal fragilidad. Por eso los santos, plenamente seguros del espíritu que les poseía, deseaban que su generosidad fuera confirmada con la gracia corporal de Cristo, y pedían a gritos una garantía de paz como alivio de incrédulos y débiles, y así no desconfiaran de la gracia de la reconciliación con Dios tantas veces prometida.
IV. El mayor gozo le correspondió a Simeón, cuya vejez alcanzó todo su vigor por la plenitud de las misericordias. El gozaba con la esperanza de contemplar el signo deseado; lo vio y se llenó de alegría. Recibió el beso de la paz y se durmió en su regazo, profetizando que Jesús había nacido para ser signo de contradicción. Y así fue. En cuanto apareció la señal de paz tropezó con la oposición de los que odian la paz; porque sólo lleva la paz a los hombres de buena voluntad. A los malévoles se les trocó en piedra para tropezar y en roca para estrellarse. Por eso Herodes se sobresaltó y con él Jerusalén entera: Vino a su casa, pero los suyos no le recibieron.
Dichosos aquellos pastores que velaban de noche, porque merecieron contemplar esta señal. Ya entonces se ocultaba a los sabios y entendidos y se manifestaba a la gente sencilla. También Herodes quiso verlo, pero no lo mereció por su mala voluntad. El signo de la pz era sólo para los hombres de buena fe. A Herodes y a sus secuaces unicamente se les dará a señal del profeta Jonás.
Pero a los pastores les dijo el ángel: Os doy esta señal, a vosotros los sencillos, los sumisos, los que no pensáis en grandezas, los que veláis y meditáis la ley del Señor día y noche. Os doy esta señal. ¿Qué señal? Lo que prometían los mensajeros, lo que reclamaban los pueblos, lo que anunciaron los profetas, eso mismo acaba de consumarlo el Señor Jesús y os lo revela a vosotros. Es el signo en el que los incrédulos recibirán la fe, los temerosos la esperanza y los santos su seguridad. Os doy esta señal. ¿Señal de qué? De perdón, de gracia, de paz, de paz ilimitada. Os doy esta señal: Encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
En él está Dios reconciliando consigo al mundo. Morirá por vuestros pecados y resucitará para devolveros la justicia, y justificados por la fe quedaréis en paz con Dios. Hace años que el Profeta proponía al rey Ajab que pidiese esta señal de paz a su Dios y señor, en las profundidades de los abismos o arriba en lo más alto. Mas aquel rey impío se negó: él no creía que pudiese reconciliarse en la paz lo más sublime con lo más bajo; que al descender el Señor, fueran salvados los mismos infiernos con el beso santo para recibir el signo de la paz; y que los espíritus celestiales participasen de sus delicias eternas cuando regresara a los cielos.
IV.9. Pero hemos de concluir el sermón. Resumiendo brevemente todo lo que hemos dicho, ha quedado muy claro que este beso santo fue concedido al mundo por dos motivos: para devolver la fe a los débiles y colmar las aspiraciones de los santos. Y que en definitiva el beso como tal no es sino el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús y Dios, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN
Era grande el deseo con que los Padres suspiraban por Cristo, que es el primer beso. El único y singular beso del hombre es Cristo Jesús, que es el segundo beso. De esta forma el beso es como la unión del Verbo con la carne, de la búsqueda de Dios y de su encarnación, dando lugar a Cristo.
Pero hay una segunda explicación. Ante una fe vacilante esperaban la llegada del Salvador en carne humana y que traería la paz. Pero no llegaba nunca y crecía la incertidumbre. Cansados de Profetas, esperaban “los besos de su boca”. El beso de su boca es la garantía de que Dios Todopoderoso se implica en la vida del hombre. El misterio de Cristo revelado es el tercer beso. Los santos pedían una garantía para aliviar a los incrédulos. El signo de su llegada fue muy humilde: un niño envuelto en pañales. En definitiva este beso fue concedido para devolver la fe a los débiles y colmar las aspiraciones de los santos. La presencia de Cristo mostrada en la carne es el cuarto beso.
QUE NO ME FALTEN...tus Divinas Palabras de amor y sabiduría, SEÑOR..., que son como "dulces y aromados besos en mi boca"
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