EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

sábado, 2 de enero de 2021

LOS TRES VÍNCULOS: LOS CLAVOS, LAS CUERDAS Y EL PEGAMENTO


1. Aquí no pasamos el día parados. Sabemos muy bien lo que buscamos y quién nos ha contratado: buscamos a Dios y esperamos a Dios. Esto no es una pequeñez, ni algo propio de espíritus cobardes. Incluso aquella que se gloriaba de un fervor extraordinario, lamenta a veces su decepción y dice: Lo busqué y no lo encontré. Y es que es tan admirable como digno de amor: no se le busca y aparece; se le busca y no se deja encontrar. Aunque hubiéramos nacido cuando el primer hombre y viviéramos cien mil años, jamás hubiéramos merecido la gloria que va a revelarse en nosotros. 
 Y ahora es cuando disfrutamos de esa posibilidad de buscar y de encontrar: Buscad al Señor mientras se deja encontrar; invocadle mientras está cerca. Pasará este tiempo y esta ocasión, y esa fuente de misericordia se secará definitivamente. Me buscaréis, dice el Señor, y no me encontraréis. ¡Qué bueno eres, Señor, para el alma que te busca! Y si tanto eres para quién te busca, ¿cuánto más para el que te encuentra? Si el recuerdo es tan dulce, ¿qué será la presencia? Si la leche y la miel endulzan tanto la parte inferior de la lengua, ¿qué serán sobre la lengua?
 2. Fijaos, pues, hermanos, si seguís el camino o andáis extraviados. Dice la Escritura que se alegren los que buscan al Señor. Si os alegra trabajar, si recorréis con paso firme y apresurado el camino de los mandatos del Señor, y si la actitud continua de todo vuestro ser es de progresar y alcanzar la meta más bien que de comenzar, en este caso buscáis siempre su rostro. 
 Pero ¿dónde se marchó el amado, lejos de su amante, para ir a buscarle? ¿Dónde está? Pero, qué digo, miserable de mí. ¿Dónde no está? Es más alto que el cielo, más profundo que el infierno, más ancho que la tierra y más inmenso que el océano. No está en ningún lugar y está en todos; porque lo penetra y lo trasciende todo. El está aquí, y yo no estoy aquí. Lo más normal sería decir que tú, Señor, no estás aquí, y yo sí. Pero yo no estoy aquí ni en ningún otro lugar, porque me he convertido en nada y no me enteré. Sí, me convertí en nada, esto es, en pecado; y no me enteré. Sí, me convertí en nada, esto es, en pecado; y no me enteré, porque no estaba allí cuando mi primer padre me devoró con un terrible mordisco. Y ahora, con el corazón y el cuerpo triturados, me deslizo en el placer y en la amargura; tengo una culpa innata, una pena hereditaria; estoy descompuesto y abúlico. En cambio, el que es siempre el mismo, y dice: Yo soy el que soy, ese sí que es, pues su esencia es ser lo que es. 
3. ¿Es posible la unión y la armonía entre el que no es y el que es? ¿Cómo unir realidades tan opuestas? Para mí, dice el santo, lo mejor es unirme con Dios. La unión directa con Dios nos es imposible, pero tal vez pueda realizarse por cualquier otro medio. Y para no teneros más tiempo en suspenso, os digo que hay tres vínculos con que nos unimos a él. Y son de tal naturaleza que solamente éstos, o sus semejantes, realizan la unión. El primero lo podemos comparar a las cuerdas, el segundo a los clavos de madera o de hierro y el tercero al pegamento. El primero ata fuerte y duele; el segundo es aún más fuerte y duele más; y el tercero es suave y seguro. Podemos decir que está atado con una cuerda al Redentor, el que zarandeado por una violenta tentación piensa en algo honesto o recuerda las promesas. Y permanece sujeto mientras tanto con esta cuerda, para no quebrantar por nada del mundo su propósito. Esta unión es dura, molesta y muy peligrosa, y no puede durar mucho tiempo. Las cuerdas, como sabemos, se pudren; y el lazo del respeto humano lo olvidamos o rompemos con gran facilidad. Otros se sujetan al Señor de la majestad con clavos. Los une a dios el temor. No se inmutan ante los hombres, pero sí ante el recuerdo de los tormentos del infierno. No les horroriza el pecado, sino las llamas del infierno. Esto amarra con más fuerza y resistencia que el primero, porque no vacilan en el propósito ni lo abandonan nunca. 
 El tercero es una especie de pegamento, es decir, la caridad. Une tan suave y eficazmente que el que se apega a Dios se convierte en un solo espíritu con él. Este hombre disfruta y se aprovecha de todo, venga de donde venga; tanto lo que él hace, como lo que le hacen a él. Es un hombre feliz y un espíritu de soberana grandeza. Con su dulzura y unción convive agradablemente con todos, y cree que mucho más terrible y horroroso que el infierno es ofender conscientemente el rostro del Omnipotente, aun en cosa leve. Este es el que ama realmente a los hermanos y al pueblo de Israel. Este ora mucho por el pueblo y por la ciudad santa de Jerusalen. El pegamento es muy bueno, dice Isaías. Sí, es bueno y de fácil uso. Los otros dos, aunque son malos, comparados con éste son más molestos e insoportables. 
4. Pero aquel ojo misericordioso que conoce nuestro barro, no deja en el primer vínculo a ninguno de los que se van a salvar. Los pasa al segundo, y de aquí los lleva hasta el tercero. En el primero nos abrasamos y apenas aguantamos una hora por el rubor de ser unos cobardes. En el segundo nos mantenemos mejor, sostenidos con el temor y la esperanza. Y en el tercero conseguimos la perfección con el amor. Dejamos a un lado los vínculos anteriores del pudor y del temor, y nuestra vida se apoya únicamente en el amor.
 Esto mismo hicieron con Cristo: primero lo ataron con cuerdas, después lo crucificaron y al final le ungieron con el óleo indeleble de los aromas. Su cuerpo no necesitaba impregnarse de estos aromas, ya que no podía disolverse ni corromperse. Pero lo mismo que soportó por nosotros los esputos de los judíos, también quiso aceptar por nosotros el aroma de sus amigos. Observa, por otra parte, que apenas estuvo un día sujeto con las cuerdas y los clavos; y con la unción resucitó triunfante y glorioso para siempre. Por eso no quiere que sus elegidos permanezcan mucho tiempo en aquellos estados anteriores, y los unge con el óleo de su misericordia. Crucificados al mundo y el mundo para ellos, pueden resucitar con un nuevo espíritu y decir: ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?
5. Con este pegamento nos ha unido a sí aquella mirada divina antes de crear el mundo, para que estuviéramos consagrados y sin defecto a sus ojos por el amor. Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca; porque es un ser engendrado del cielo. Este engendramiento es la predestinación eterna, por la cual Dios estableció que reprodujéramos los rasgos de su Hijo. Ninguno de estos peca, es decir, ninguno permanece en el pecado, porque el Señor conoce a los suyos y su plan es inmutable.
 Ya pueden abrasar y tatuar a David los crímenes más horrendos, envolver siete demonios a María Magdalena, o sumergirse el príncipe de los apóstoles en el abismo de la negación: nadie podrá arrebatarlos de la mano de Dios. Porque a los que predestinó los llamó; y a los que llamó los rehabilitó. ¿No os parece magnífico adherirnos a éste? Hermanos, buscad, buscad al Señor y su poder; buscad continuamente su rostro. Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Mi alma vivirá para él, porque está muerta al mundo; la que vive para el mundo, en cambio, no vive para él. Busquémosle de tal modo que siempre estemos buscándole, y cuando él venga a buscarnos diga de nosotros: Esta es la raza que busca al Señor, la que busca la presencia del Dios de Jacob. Se alzarán los antiguos portones y entrará el Rey de la gloria. Y nosotros con él, Dios bendito por siempre. 
RESUMEN
Encontramos a Dios cuando Él quiere que lo hallemos. Ese encuentro es delicioso y tiene lugar en un momento y lugar determinado, que puede no repetirse. En realidad Dios está en todas partes. Nosotros no, cuando nos apartamos de su búsqueda. De alguna forma Él es y nosotros no somos. La unión con Dios puede ser, simbólicamente, con clavos, cuerdas y pegamento. Los clavos se basan en el temor de Dios. Las cuerdas en nuestra fuerte voluntad, pero son muy duras y no permanecen mucho tiempo. El pegamento es la caridad que induce a acercarnos a Dios por puro sentimiento y no por temor. Esto mismo hicieron con Cristo: primero lo ataron con cuerdas, después lo crucificaron y al final le ungieron con el óleo indeleble de los aromas. Los predestinados para la salvación, a pesar de sus errores, llegarán a esta fase salvífica. Por todo ello, debemos buscar el rostro de Dios y conseguir ser uno de los predestinados que el protege y guía. 

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