EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

viernes, 15 de enero de 2021

LOS CUATRO BRAZOS DE LA CRUZ

 1.Hoy celebramos la fiesta de San Andrés. Si meditamos atentatemte, encontraremos en ella materia abundante para alimentar nuestro espíritu. En el momento mismo de su conversión nos ofreció un gran ejemplo de obediencia. Esto es necesario a todo cristiano y de suma importancia para nosotros, que profesamos publicamente vivir en obediencia. Es una moneda que debemos devolver a un banquero muy sabio, a la sabiduría en persona. Y si la encuentra defectuosa o falsificada no la aceptará.
 Si nos metemos a discutir, juzgar y cumplir solamente algunos mandatos, ya estamos rompiendo la moneda, y Cristo no la aceptará porque se la debemos dar íntegra. Esto es lo que prometimos: una obediencia absoluta y sin restricción alguna. El que obedece con coblez y externamente, pero murmura en su interior, es una moneda falsa. No es plata, sino plomo; y el talento de plomo es muy peligroso. Obra con fingimiento, pero Dios lo ve todo y de Dios nadie se burla.
2. ¿Quieres un dechado de obediencia perfecta? Escucha al Evangelista: Vio el Señor a Pedro y Andrés, que estaban echando una red en el lago, y les dijo: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Sois pescadores y quiero haceros verdaderos pescadores, o más bien predicadores. Inmediatamente dejaron las redes y la barca y lo siguieron. No lo pensaron ni vacilaron; no se preocuparon de qué iban a vivir, ni calcularon cómo unos hombres rudos e incultos podrían ser predicadores. No preguntan nada y obedecen a ciegas.
 Hermanos, esto se ha escrito para vosotros y se proclama año tras aña en la Iglesia, para que aprendáis en qué consiste obedecer, y purifiquéis vuestro corazón  con una obediencia llena de amor. Éste es, sin duda alguna, el único que da valor a la moneda de la obediencia, ésta es su plata refinada y de ley. Solamente el amor hace que la obediencia sea grata y aceptable a Dios. Porque Dios ama al que da de buena gana. Y aya puedo dejarque quemar vivo, que sí no tengo amor de nada me sirve.
3. ¿Queréis que reflexionemos sobre el martirio de este santo Apóstol, cuya memoria celebramos para gloria de Cristo y edificación vuestra? Habréis advertido que al llegar San Andrés al lugar donde estaba preparada su cruz, fortalecido por el Señor, se puso a pronunciar palabras inflamadas, inspiradas por el Espíritu que había recibido junto con los demás apóstoles en unas lenguas como de fuego. Al ver la cruz que le habían preparado no palideció dominado por la flaqueza humana; ni se le heló la sangre, ni se le erizaron sus cabellos, ni enmudeció; ni tembló, ni teliró, ni perdió en absoluto la presencia de espíritu.
 Su boca hablaba de la abundancia de su corazón, y la caridad que ardía en él corvertía en llamas sus palabras. ¿Qué dijo San Andrés cuando vio de lejos su cruz? "¡Oh cruz, tan largo tiempo deseada y que ahora se ofrece a las aspiraciones de mi alma! Llego a ti rebosante de alegría y de seguridad. Recíbeme, pues con alegría; soy el discípulo del que estuvo colgado de tus brazos. Estoy enamorado de ti y ardo en deseos de abrazarte".
 Decidme, hermanos, ¿es un hombre quien así habla? ¿No será tal vez un ángel u otra especie de criatura? No, es un hombre idéntico a nosotros y sensible. Bien lo dice el gozo con que se acerca a la pasión. ¿De dónde le venían a este hombre una alegría y gozo tan admirables? ¿De dónde sacaba tanta constancia una criatura tan frágil? ¿De dónde poseía este hombre un alma tan espiritual, una caridad tan fervierten y una voluntad tan fuerte? No pensemos que ese valor procedía de sí mismo. Era el don perfecto procedente del Padre de las luces, del único que hace grandes maravillas.
4. Fue el Espíritu Santo quien vino en socorro de su debilidad e infundió en su corazón esa caridad que es tan fuerte y más que la muerte. ¡Quiera Dios que participemos nosotros de este Espíritu! Se nos hacen muy penosos los rigores de la penitencia y no soportamos la mortificación corporal ni la abstinencia. En las vigilias nos dormimos de hastío y esto se debe a nuestra miseria espiritual. Si el Espíritu estuviera presente en nosotros, es indudable que socorrería nuestra debilidad. Lo que hizo con San Andrés frente a la cruz y a la muerte lo haría también con nosotros: suprimiría el carácter penoso de nuestro trabajo y penitencia y los haría deseables e incluso agradables.
 Mi espíritu es más dulce que la miel, dice el Señor. Hasta el punto que la muerte más amarga no puede disminuir su dulzura. ¿Qué no templará esa dulzura que hace dulcísima a la misma muerte? ¿Qué aspereza podrá resistir a esta unción que hace suavísima la muerte? A la hora del descanso, el Señor da la herencia a sus elegidos, dice el texto sagrado. ¿Qué pesadumbre puede subsistir ante ese gozo que convierte la muerte en una pura alegría?
 Procuremos este Espíritu, hermanos; pongamos todo nuestro empeño en merecer tenerlo, o en poseerlo con más plenitud si ya lo tenemos. Porque el que no tiene el Espíritu de Cristo, ése no pertenece a Cristo. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios: así conoceremos los dones que Dios nos ha hecho. Las obras de salvación y de vida dan testimonio de su presencia, porque sin el Espíritu del Salvador, que es el Espíritu de vida, nos es imposible realizarlas.
 Supliquemos, pues, que Dios derrame sus dones sobre nosotros, y el que nos dio las primicias lo haga crecer en nosotros. El mejor testimonio de su presencia es el deseo de crecer en gracia. Lo dice él mismo: El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed.
5. Pero me imagino que a muchos nos está diciendo nuestra conciencia: "Ya lo creo que deseamos este Espíritu que acuda en auxilio de nuestra debilidad, pero no lo encontramos". A eso os respondo: no lo encontráis porque no lo buscáis. No lo recibís porque no lo pedía. O pedís y no recibís porque no lo pedís con fe. Lo único que espera y quiere Dios es que le busquemos con diligencia y con todos nuestros deseos. ¿Será capaz de negar algo a quienes le piden, si espolea a los que no piden y les incita a pedir? Escuchadle: Si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el espíritu bueno a los que se lo piden?
 Hermanos, pedid. Pedidlo constantemente. Pedidlo sin titubear. En todas vuestras obras invocad siempre la presencia y el auxilio de este Espíritu dulcísimo y suavísimo. Porque también nosotros hemos de tomar nuestra cruz con San Andrés, o más bien con aquel a quien sirvió San Andrés, es decir, con el Señor nuestro Salvador. La causa de su gozo y alegría no era solamente morir por él, sino como él. Se sintió íntimamente unido a su muerte y a su reino. Escuchemos también nosotros con los oídos de nuestro corazón la voz del Señor, que nos invita a participar en su cruz: El que quiera venirse conmigo que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Con otras palabras: el que me desea que se desprecie; el que quiera hacer mi voluntad, decídase a machacar la suya. 
6. Ante este gesto surge inmediatamente la guerra, y nos atacan los enemigos. Empuñemos también nosotros nuestras armas, cojamos las mismas de nuestro Rey, abracemos nuestra cruz y en ella triunfaremos de todos los enemigos. Recordad las promesas del Salmista, mejor dicho, del Espíritu Santo por su boca: Te cubrirá con un escudo su verdad. Esta verdad es la del Altísimo, como indica en los versos anteriores.
 ¿Y por qué nos cubre con su escudo? Porque la guerra nos cerca por todas partes. Escucha el motivo de protegerte con tu escudo: Te cubrirá con un escudo su verdad. ¿Para qué? Y ya no temerás el espanto nocturno, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que devasta al mediodía. Ahí ves cuán necesario es que la verdad cubra con el escudo al que se siente tan acosado por los dardos enemigos.
 Del fondo de la noche surge el espanto; durante el día vuelan las flechas, disparadas desde el flanco izquierdo; por la derecha anda la peste que se desliza en las tinieblas; y como remate, el demonio acomete a mediodía desde arriba. Y nosotros, míseros y miserables, aunque estamos invadidos de tantas serpientes y flechas de fuego, y de enemigos que nos acometen por doquier, vivimos adormecidos en una lamentable seguridad y negligencia; nos dejamos embotar por el ocio y nos divertimos con chanzas y vanidades; somos tan indolentes en los ejercicios espirituales como si la vida humano en la tierra fuera ya vida y dulzura, y no una lucha constante. 
 Hermanos, os aseguro que lo que más aterra y desgarra mi alma de pavor es esto: verse en medio del peligro y vivir prácticamente insensibles, despreocupados e indiferentes. Ante esta apatía, una de dos: o nos hemos entregado al enemigo, sin saberlo siquiera; o si nos conservamos intactos, somos demasiado ingratos con el que nos protege. Ambas actitudes son muy peligrosas. Por favor, queridos hermanos, despertemos ante esa malicia avispada del enemigo y su perversa virulencia. Que su misma diligencia y empeño en tramar nuestra ruina nos haga ser más vivos y prudentes, para realizar escrupulosamente nuestra salvación. 
7. Y nuestra salvación está en la cruz, con tal de que nos abracemos valientemente a ella. El Apóstol nos dice que el mensaje de la cruz resulta una locura para los que se pierden; en cambio, es una fuerza de Dios para los que se salvan, es decir, para nosotros. Ella es el escudo que nos cubre, y en sus cuatro brazos rebotan las flechas enemigas. El extremo inferior rechaza los espantos nocturnos, es decir, el miedo a castigar el cuerpo; nos hace capaces de dominarlo varonilmente y mantenerlo con sumisión. 
 El que nos maldice a la cara y nos tienta al mal es una flecha que nos dispara a plena luz el ala izquierda: rechacémosla con el brazo izquierdo de la cruz. Si alguien me adula y me proyecta el veneno de la murmuración o la semilla del odio socapa de buenos consejos, o intenta presentarte como bueno lo que es detestable, ese tal me ataca por la derecha. Es Judas, que me traiciona con un beso. Esta peste tan astuta sólo se rebate con el brazo derecho de la cruz. Y no olvidemos el demonio que acomete a mediodía, el espíritu de soberbia, el espíritu de soberbia, que suele arremeter con toda su furia cuando el alma vive en la cima de la virtud. 
 Muchas veces os pongo en guardia contra este terrible enemigo; sí, la soberbia es la raíz de todos los pecados y la causa de nuestra perdición. Por lo tanto, si deseas realmente trabajar en tu salvación, no olvides nunca que tienes sobre tu cabeza un extremo de la cruz, para no dejarte arrastrar de la soberbia; no te venza la ambición de corazón ni pretendas grandezas que superan tu capacidad. Los dardos que te vengan de arriba debe rechazarlos el brazo de la cruz que tienes sobre tu cabeza. Es el único lugar donde tremola el emblema de la salvación y del reino, porque solamente el humilde merece el triunfo y la salvación.
8. Para resumirlo en pocas palabras, estos cuatro brazos son la continencia, la paciencia, la prudencia y la humildad. ¡Dichosa el alma que cifra en esta cruz todo su orgullo y su triunfo! Persevere constante en ella y no se abata ante las tentaciones. El que esté en esta cruz pida y suplique con San Andrés a su Señor y Maestro que no permitan le bajen de ella. El enemigo es capaz de intentar y ensayar lo más inverosímil. Lo qui quiso hacer con este discípulo por las manos de Egeas, eso mismo pretendió realizar en el Maestro con las lenguas de los judíos. Pero en ambos casos se arrepintió ya demasiado tarde y sólo consiguió el bochorno y la derrota. 
 Ojalá se retire también así de nosotros y triunfe el que triunfó en sí mismo y en su discípulo. Que él nos consiga la plenitud de la felicidad por medio de esta pequeña cruz de penitencia que llevamos por su amor. Él es Dios soberano y bendito para siempre.
RESUMEN
La cruz de San Andrés es un ejemplo de fe y entrega. Tanto es así que más que cruz parece un escudo. El escudo de la fe en la que estamos dispuestos a entregarnos y aniquilarlos nosotros mismos para la grandeza de Dios. Por el brazo izquierdo llegan las afrentas directas a nuestro cuerpo, como son el hambre, el dolor físico, la enfermedad. Por el lado derecho las afrentas disfrazadas como buenos, y parternalistas, consejos que esconden maldad. El brazo de la cruz que está sobre nuestra cabeza indica el peligro de la soberbia, tanto la nuestra como de la de los que manejan nuestras vidas. Otra forma de designar los brazos es como: continencia, paciencia, prudencia y humildad. 

Nota: la festividad de San Andrés es el 30 de Noviembre

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