Sobre las palabras del Señor: El que escandalice a uno de estos pequeños
1. Acabáis de escuchar, hermanos, qué amenazas tan terribles profiere el Evangelio a quienes escandalizan a los pequeños. La Verdad no halaga, no lisonjea, no engaña a nadie, al denunciar abiertamente: Más le valdría a ese individuo no haber nacido. Sí, mucho mejor si no hubiera nacido de nuevo, si no hubiera renacido a la vida, si no hubiera renacido del Espíritu, el que iba a terminar hundido en la carne. El que suscita escándalos en esta casa, en esta comunidad santa donde Dios se complace y los ángeles ienten contento confianza, sería preferible que le colgasen al cuello una rueda de molino. Y en vez del yugo suave y la carga ligera del Salvador, abrume sus hombros el peso insoportable de los deseos, terrenos, y se hunda en el fondo del mar ancho y dilatado, que es el mundo del pecador.
Su pena sería mucho menor si hubiera perecido en el mundo y no en el monasterio. El hombre que no sabe amar está condenado a la muerte, aunque se deje quemar vivo. Y digo esto, hermanos, no porque os estime en poco, o porque vea que reina entre vosotros este vicio tan detestable. Todo lo contrario: para animaros a perseverar y progresar en ese amor, en esa unanimidad y en esa paz que tenéis por ser fieles a Dios. Al fin y al cabo, ¿quién sino vosotros es nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona? ¿No es acaso vuestra unidad y unanimidad, que me llena de gozo al veros tan amantes de la fraternidad, y ese amor mutuo que reina entre vosotros y que es el vínculo de la perfección? Os pido con toda mi alma: hermanos míos queridos, manteneos así fieles en el Señor. Porque en esto conocerán todos, incluso los ángeles santos, que sois discípulos de Cristo: que os amáis unos a otros.
2. En el sermón anterior, si recordáis, expuse los tres motivos que mueven a los ángeles a brindarnos su amor y su atención. Y creo que también pueden aplicarse vivamente a la importancia del amor fraterno. Salta, desde luego, a la vista que al hombre que no ama a su prójimo no le interesa nada de lo que entonces dijimos. ¿Cómo van a amarnos los ángeles por amor a Cristo si advierten por nuestra falta de amor mutuo que no somos discípulos suyos? ¿Cómo van a amarnos por nosotros mismos, es decir, por la mutua semejanza de nuestra naturaleza espiritual, si ven que no amamos a los que participan de nuestra misma naturaleza humana? ¿Y si nuestras rivalidades les demuestran que no somos espirituales sino carnales? ¿Nos amarán acaso por ellos mismos, viendo en nosotros piedras vivas para restaurar su ciudad, si nos falta el vínculo de la caridad, que es lo único que puede unirnos y fundirnos con ellos? ¿Qué esperanza pueden abrigar de completar con nosotros las murallas de su ciudad si observan y comprueban que no somos piedras vivas capaces de ensamblarse unas con otras, sino polvo que arrebata el viento, que se levanta ante el soplo de una palabra o que huye ante la más leve sospecha?
Esto se me ha ocurrido respecto a aquello que dijo el Señor: El que escandalice a uno de estos pequeños. Espero que en adelante evitaréis con más cuidado esta peste fatal.
3. ¿Y quién no se conmueve al oírlo que nos dice a continuación el Evangelio: Si tu ojo te pone en peligro, arráncalo, etc? ¿Se nos exige arrancarnos un ojo o una mano, o cortarnos un pie? Lejos de nosotros interpretarlo de una manera tan material y ridícula. Anteriormente la palabra divina nos puso en guardia contra los escándalos externos. Ahora nos aconseja, con idéntica firmeza, cómo debemos actuar ante los peligros internos, es decir, cuando percibimos en nuestro cuerpo unos criterios que luchan contra los criterios de la razón. El conoce nuestra masa, y que no nos es tan fácil evitar estos escándalos.
La experiencia de cada día nos dice que estos escándalos pueden brotar de tres raíces. Algunas veces el ojo de nuestra intención es completamente nítido; y es pura gracia de Dios, no mérito nuestro. Mas el ojo nos escandaliza -y es un acto propiamente nuestro- cuando la voluntad quiere introducir otra intención no tan pura. A éstos se dirige el saludable consejo del Salvador: Sácatelo y arrójalo lejos de ti. Y lo pones en práctica si no consientes, si lo desechas y si resistes. Lo mismo podemos decir de la mano o del pie. Si estamos realizando unas obras buenas, y la voluntad propia nos arrastra a otras, la mano nos está escandalizando. Debemos cortarla y arrojarla lejos de nosotros, negándole el consentimiento.
Los escándalos se producen cuando alguna parte de nosotros mismos nos incita a vivir, a actuar, de forma impura.
4. Lo mismo suele ocurrirnos cuando intentamos vivir con más perfección, y subir los peldaños de la escalera de Jacob, o como dice el Salmista, avanzar de virtud en virtud. ¿Cuántas veces no tropiezan nuestros pies con la pusilanimidad o neglicencia, empeñados en caminar hacia abajo o más despacio? Cortémoslos, sin miedo, para que el piede la gracia, que está en el verdadero camino, corra sin trabas, estorbos ni tropiezos.
A continuación nos dice el Evangelio que es mucho mejor para nosotros entrar tuertos, mancos o cojos en la vida que ser arrojados al fuego eterno con los dos ojos, manos o pies. Se refiere a aquellos que siguen siempre su voluntad, tanto si es buena como si es mala, y toman el camino del bien o del mal según el impulso de sus deseos. Les sería mucho más provechoso seguir siempre las inspiraciones de la gracia, y cuando se interfiere la voluntad propia, cortarla y arrojarla de sí mismos. A fuerza de dominar durante largos años nuestra propia voluntad, logramos domarla un poco. Se rebela mucho menos y nuestro espíritu se somete a Dios sin resistirle ni contradecirle.
En este caso ya no necesitamos desprendernos del ojo porque uniéndose a otro ojo puro él mismo se ha purificado. En realidad no es un ojo distinto, sino que está identificado con el del otro, como dice el Apóstol: el que se une al Señor se hace un espíritu con él. Y lo que decimos del ojo podemos aplicar también a la mano o al pie. Aquel, pues, cuya voluntad se une a la gracia con todos sus afectos y deseos de tal modo que no desea hacer cosas malas, ni imperfectas, ni de modo distinto a como le sugiere la gracia: ése es el hombre perfecto. Esa paz pertenece a la felicidad; superar obstáculos y vencer las tentaciones corresponde a la fortaleza. Aquello es la gloria, esto la práctica de la virtud.
RESUMEN
Se refiere a "los pequeños" no sólo a los niños sino a los débiles y desvalidos.
También a la vida en comunidad dentro de un monasterio. Manifiesta que es preferible caer en todos los errores fuera del mismo que dentro de esa vida comunitaria.
Los ángeles no pueden amarnos si no somos capaces, nosotros, de amar al prójimo y actuamos faltos de caridad que es como la masa que une las piedras que conforman una gran muralla.
Debemos huir de los escándalos externos y también de los internos.
El Apóstol nos dice que arranquemos nuestros ojos o nuestras manos si son causa de escándalo. Podemos actuar de forma inadecuada con nuestros ojos, nuestras manos o con los pies. Es una forma simbólica de expresarse.
Debemos arrancar de nosotros lo que sea un obstáculo para avanzar en el camino (como en la escalera de Jacob) hacia la perfección. No seguiremos los dictados de la propia voluntad sino que nos someternos a Dios.
El hombre perfecto no necesita mutilar partes de sí mismo, sino que es uno con Dios. Esa es la gloria y a su ejercicio le llamamos fortaleza.
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