EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 19 de mayo de 2014

SERMÓN SEGUNDO DE PENTECOSTÉS. Las obras de la Trinidad en nosotros, la solicitud del Hijo y la triple gracia del Espíritu Santo


SERMÓN SEGUNDO DE PENTECOSTÉS
Las obras de la Trinidad en nosotros, la solicitud del Hijo y la triple gracia del Espíritu Santo
1. Hermanos, hoy los cielos han destilado ante el Dios del Sinaí, el Dios de Israel. Ya ha caído una lluvia generosa en la heredad de Cristo. El Espíritu Santo que procede del Padre se ha volcado a manos llenas sobre los Apóstoles con sus dones y carismas. Después de resucitar invencible, ascender lleno de gloria y sentarse en lo más alto del cielo, sólo restaba que llegara la esperada alegría de los justos, y los hombres celestiales se enriquecieran con los dones del cielo. Ya lo había predicho Isaías con el vigor y precisión de su palabra: aquel día, el vástago del Señor será magnífico y glorioso, fruto del país y ornamento para los supervivientes de Israel.
El vástago  del Señor es Cristo Jesús, el único ser engendrado con una semilla purísima. Apareció en condición de pecador como nosotros, pero no pecó. Es hijo de Adán según la carne, pero no ha nacido con el pecado de Adán, porque no era hijo de ira por naturaleza, como lo somos todos los concebidos en pecado. Este vástago, nacido del tronco de Jesé en frescura virginal, fue magnífico cuando resucitó de entre los muertos. Entonces, Dios mío, mostraste tu grandeza insuperable, vestido de belleza y majestad y envuelto en un manto de luz.
¿Y cuál no fue la gloria de tu ascensión, cuando llegaste hasta el Padre rodeado de ángeles y almas santas, envuelto en almas triunfo, y haciendo partícipe de la divinidad a la naturaleza humana? ¿Hay alguien capaz de imaginar, no ya de expresar, cuán maravilloso es ese fruto sublime de la tierra, sentado a la derecha del Padre? Ante él se ofuscan los ojos de las criaturas celestes, y la mirada angélica se estremece y cede. ¡Venga ya el regocijo, Señor Jesús, a los supervivientes de Israel!, a los apóstoles que elegiste antes de crear el mundo. Venga tu espíritu bueno, para limpiar lo manchado e infundir virtud con su espíritu de juicio y ardor. 
2. Hermanos míos, meditemos qué obras ha hecho la Trinidad en el universo y con nosotros desde la creación del mundo hasta su consumación. Contemplemos cuán solícita está la divina majestad, de quien depende el gobierno y orden de los siglos, para que no nos perdamos eternamente. Desplegó su poder al crearnos, y todo lo dirigía con sabiduría: la creación y conservación de esta maravilla del mundo son pruebas evidentes de su poder y sabiduría. También había bondad en Dios, y en grado infinito; pero estaba escondida en el corazón del Padre, para desbordarse sobre los hijos de Adán en el momento oportuno. 
Y el Señor que decía: yo concibo disignios de paz, decidió enviarnos al que es nuestra paz, al que de  los dos  pueblos hizo uno, para inundar a todos de paz: a los que están lejos y a los que están cerca. Su bondad invitó al Verbo de Dios, que habitaba en lo más alto de la divinidad, a que bajara a vivir con nosotros. Su misericordia le arrastró y la fidelidad de su promesas le convenció. La pureza de un seno virginal le acogió, sin perder su integridad; el poder divino le dio a luz, la obediencia dirigió todos sus pasos, su escudo fue la paciencia, y la caridad el emblema de sus palabras y milagros. 
3. Todo esto me ofrece un campo inmenso de consideración: por un lado mis miserias, y por otro los beneficios de mi Señor. Debo examinar mis caminos para enderezar mis pies a sus preceptos. Los bienes son inefables. Para decirlo en una palabra, es lo mejor que pudo inventar la infinita sabiduría divina para redimirnos. Mas también nos cercaban desgracias sin cuento, pues mis pecados eran más numerosos que las arenas del mar. Y por tu nombre, Señor, perdona mi culpa, que es grave. El diablo envió a la astuta serpiente para que inoculara el veneno en los oídos y en el alma de la mujer, y por ella se contagiase toda su descendencia. Pero Dios por su parte envió al ángel Gabriel, que insuflara el Verbo del Padre en el oído, en el seno y en el alma de una Virgen, y el antídoto siguiera el mismo camino que el veneno. 
Sí, hemos contemplado su gloria, gloria del Hijo único del Padre. Todo cuanto Cristo nos ha traído del corazón del Padre es infinitamente paternal. La pequeñez humana no tiene nada que temer. Todo es dulce y paternal en el Hijo de Dios. De la planta del pie a la cabeza no había parte ilesa en nosotros. Nos habíamos extraviado desde el vientre materno, y antes de nacer ya estábamos condenados, porque fuimos concebidos en pecado. 
4. Por eso Cristo se apresuró a aplicar la medicina en el lugar mismo de la primera herida. Descendió sustancialmente al seno de una Viren y fue concebido por el Espíritu Santo para sanar así nuestra concepción, que no realizaba el espíritu malo, pero la infectaba. Cristo no quiere estar ocioso en el seno de su madre, y en esos nueve meses sana esa vieja herida, cauteriza hasta las raíces de esa llaga purulenta y nos devuelve la salvación para siempre.
Ya está llevando a cabo la salvación en medio de la tierra, en el seno de María Virgen, que es sin lugar a dudas el punto central de la tierra. A ella dirigen sus miradas los del cielo y los del infierno, nuestros antepasados, nosotros, y todos los que vendrán y nacerán después que nosotros. En ella ven su centro, el misterio de Dios, el origen de todo, el gran negocio de los siglos. Los del cielo esperan de ella su restauración, los del infierno la liberación, nuestros antepasados la fidelidad de los profetas, y los que nos siguen la gloria. 
Por eso te felicitan todas las generaciones, Madre de Dios, Señora del mundo y Reina del cielo. Todas las generaciones, vuelvo a repetir: las del cielo y las de la tierra. A ti te felicitan todas las generaciones porque engendraste la vida y la gloria para todos los pueblos. En ti encuentran los ángeles la alegría, los justos la gracia y los pecadores el perdón para siempre. Y con razón se dirigen a ti las miradas de toda la creación, porque en ti, por ti y de ti la mano bondadosa del Omnipotente rehízo todo cuanto había hecho.
5. ¿Estarás dispuesto, Señor Jesús, a darme tu vida, como me has dado tu concepción? Porque además de una concepción imputa tengo una muerte fatal y una vida llena de peligros; y tras esta muerte me espera otra mucho peor, la segunda. Él me responde: “Te doy mi concepción y mi vida en todas sus etapas: infancia, niñez, adolescencia, juventud. Te lo doy todo: hasta mi muerte y resurrección, mi ascensión y el mismo Espíritu Santo. Para que mi concepción limpie la tuya, mi vida informe la tuya, mi ascensión prepare la tuya, y el Espíritu acuda en auxilio de tu debilidad.
De este modo verás con toda claridad el camino que debes seguir, las cautelas que debes tomar, y la patria a donde te diriges. En mi vida reconocerás la tuya. Yo recorrí las sendas seguras de la pobreza y obediencia, de la humildad y paciencia, de la caridad y misericordia. Toma tú también estos senderos y no te desvíes a derecha ni a izquierda. Con mi muerte te concederé mi justicia, destrozaré el yugo de tu esclavitud, aniquilaré los enemigos que te acechan en el camino o junto a él, y no se atreverán a molestarte. Y después de hacer todo esto volveré a mi casa, de donde vine, para que me vean aquellas otras ovejas quedaron en el monte y que dejé allí por ti; no para guiarte hacia allí, sino para llevarte yo mismo nuevamente allí. 
6. “Y para que no murmures ni estés triste por mi ausencia, te enviaré el Espíritu consolador, que te dará las primicias de la salvación, el entusiasmo de la vida y la luz de la ciencia. Las primacías de la salvación porque el Espíritu asegurará a tu espíritu que eres hijo de Dios. Imprimirá y hará patentes en tu corazón señales inconfundibles de tu predestinación. Llenará de alegría tu corazón, y empapará tu mente del rocío del cielo, si no siempre, sí con mucha frecuencia.
“Te dará vigor para vivir, de modo que aquello que naturalmente te parece imposible, su gracia, lo convertirá en posible y muy fácil. Con esta harina que todo lo sazona y suprime el veneno de la olla, disfrutarás en el trabajo y vigilias, en el hambre y la sed, y en todas las otras observancias, mucho más que en todas las riquezas. Y te concederá la luz de la ciencia, para que después de haber hecho bien todo eso, te tengas por un pobre criado, y si algo bueno ves en ti se lo atribuyas a aquel de quien procede todo bien, y sin el cual no puedes comenzar ni completar poco ni mucho. Así es como este Espíritu con estos tres dones te enseñará todo, pero todo lo que se refiere a tu salvación. Pues en eso consiste la perfección plena y absoluta”.
7. Esto es precisamente lo que dice ese mismo Espíritu por boca del Profeta: sembrad según justicia, es decir, las primicias de la salvación; cosechad la esperanza de la vida, esto es, el vigor para vivir; encendeos la luz de la ciencia, lo cual es tan evidente que no necesita explicación. Por eso apareció este Espíritu en forma de fuego sobre los Apóstoles, para iluminar y abrasar. Al llenarlos les inflama el espíritu y les hace conocer profundamente que su misericordia es la que les dispone y los guía. ¡Cuánta experiencia tenía de esta misericordia aquel siervo de Dios que exclamaba: su misericordia se adelantará. Tengo ante los ojos tu misericordia. Tu bondad me acompaña toda la vida. Me envuelve con su bondad y su misericordia. Dios mío, misericordia mía!
¡Señor Jesús, qué amable fue tu trato con los hombres! Que abundancia de bienes distribuiste entre ellos! ¡Con qué entereza toleraste por ellos dolores atroces e indignos, para que pudieran sacar miel silvestre y aceite de la roca durísima: dura ante las palabras, más dura que los azotes y durísima ante los horrores de la cruz! Siempre se mostró como cordero llevado al matadero, que no abría la boca. Ahora te das cuenta qué razón tenía aquel que dijo: el Señor se cuida de mí. El Padre, por redimir al siervo, no perdona a su Hijo; el Hijo se entrega espontáneamente; y ambos juntos envían al Espíritu Santo, y el Espíritu intercede por nosotros con gemidos sin palabras. 
8. ¡Oh duros, insensibles e inhumanos hijos de Adán, que no se conmueven con semejante bondad, ni con una llama tan viva, ni ante un fuego tan inmenso de amor, ni ante un amante tan apasionado que invierte todos sus tesoros para adquirir unos viles andrajos! No nos rescató con oro ni plata perecederas, sino con su sangre preciosa que derramó a borbotones, porque el cuerpo de Jesús se convirtió en cinco grandes manantiales de sangre.
¿Qué más pudo hacer que no lo hiciera? Dio vista a los ciegos, encaminó a los extraviados, reconcilió a los pescadores, justificó a los impíos, pasó treinta y tres años en la tierra conviviendo con los hombres, y murió por ellos. Con una sola palabra creó los Querubines, Serafines y todas las Virtudes angélicas, porque puede hacer todo cuanto quiere. ¿Qué espera, pues, de ti el que con tanta solicitud te buscó, sino que tú te intereses por tu Dios? Este interés lo engendra el Espíritu Santo, que sondea lo más íntimo de nuestro ser, juzga los sentimientos y pensamientos, y no consiente ni una simple paja en el corazón que se le entrega en propiedad, porque la consume inmediatamente con su penetrante mirada. 
 Que este Espíritu dulce y suave incline nuestra voluntad, o más bien la enderece y conforme con la suya, para que seamos capaces de comprenderla fielmente, amarla ardientemente y cumplirla con generosidad.

RESUMEN
La bondad de Dios resplandece en la reparación del hombre. La concepción de Cristo reforma la nuestra. María es el medio de la tierra. La vida de Cristo instruye la nuestra. La muerte de Cristo vence a nuestros enemigos. Tres dones del Espíritu Santo: 1. La prenda de nuestra salud. 2. La fuerza de la vida. 3. La luz de la ciencia. Insiste, como en otros sermones, que debemos vivir siempre con solicitud y temor así de nuestro estado presente como de lo que nos pueda suceder. Porque el Espíritu Santo apareció en el fuego, hace cargos a los endurecidos y a los que se muestran insensibles de los beneficios de Dios. 

3 comentarios:

  1. Felicitaciones,Esta lectura me llego en el corazón porque se que con Dios puedo estar en paz, tranquilidad y sobre todo la fortaleza y fuerza por los momentos difíciles que estoy pasando (enfermedad)

    ResponderEliminar
  2. Felicitaciones,Esta lectura me llego en el corazón porque se que con Dios puedo estar en paz, tranquilidad y sobre todo la fortaleza y fuerza por los momentos difíciles que estoy pasando (enfermedad)

    ResponderEliminar
  3. El Espíritu del Señor ha llenado toda la tierra; él da unidad a todas las cosas y se hace comprender en todas las lenguas. Aleluya (Sab 1,7)

    ResponderEliminar