EN EL DÍA DE PENTECOSTÉS
SERMÓN PRIMERO
1. Celebramos hoy, queridos hermanos, la solemnidad del Espíritu Santo, que nos llena de gozo y despierta nuestro fervor. El Espíritu Santo es lo más tierno de Dios. Dios todo bondad, y Dios en persona. Si celebramos las fiestas de los santos, con mayor motivo la de aquel por el que, existen los santos. Si ensalzamos los santificados, mucho más lo merece el que los santificó. Hoy es la fiesta del Espíritu Santo, porque se hizo visible el que es invisible. Lo mismo que el Hijo, siendo de por sí invisible, quiso manifestarse visible en la carne.
Antes conocíamos algo del Padre y del Hijo; hoy el Espíritu Santo nos revela algo de sí mismo. Y la vida eterna consiste en conocer perfectamente a la Trinidad. Ahora conocemos pocas cosas y creemos todo lo que no podemos comprender. Del Padre sé que es el creador, pues lo proclaman las criaturas: Él nos hizo y no nosotros. Lo invisible de Dios resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras. Pero su eternidad e inmutabilidad me desbordan por completo, pues habita en una luz inaccesible. Del Hijo conozco por delicadeza suya la maravilla de su encarnación. Porque ¿quién es capaz de explicar su generación? ¿Es posible comprender que el engendrado sea igual a quien lo engendró?
Y del Espíritu Santo no alcanzo a entender cómo procede del Padre y del Hijo: tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. Pero algo percibo de su inspiración. Hay, pues, un doble aspecto: de dónde viene y a dónde va. La procesión del Padre y el Hijo está envuelta en densa tiniebla, pero su presencia entre los hombres comienza a hacerse tangible y operante entre los fieles.
2. Lo primero que hizo el Espíritu Santo es muy interesante: como es invisible, demuestra su presencia por medio de signos visibles. Ahora, en cambio, cuanto más espirituales son sus signos, más propios y dignos son del Espíritu Santo. Antaño vino sobre los Apóstoles en lenguas de fuego, para que pronunciaran palabras de fuego, y predicaran con lenguas de fuego una ley que era de fuego. Nadie se lamente si hoy no recibimos esta manifestación del Espíritu: a cada uno se le da la manifestación particular del Espíritu para el bien común. Y si queremos saberlo, esa manifestación no se hizo en beneficio de los Apóstoles, sino nuestro. Porque si necesitaban conocer las lenguas de todo el mundo, era para convertir al mundo.
También hubo otras manifestaciones especiales para ellos, y éstas siguen realizándose en nosotros. Es evidente que fueron investidos de una fuerza divina, los que eran tan cobardes y se volvieron tan audaces. Ya no huyen ni se esconden por temor a los judíos: su arrojo actual para predicar supera su timidez anterior. Este cambio de la diestra del Altísimo aparece inconfundible al ver el miedo del Príncipe de los Apóstoles ante las palabras de una criada, y su entereza ante los azotes de los príncipes. Dice la Escritura que salieron del consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús, y poco antes todos lo abandonaron y huyeron cuando lo llevaban al consejo. Es indudable que vino un espíritu muy recio, que transformó sus almas con una fuerza invisible. En este sentido, lo que el Espíritu realiza en nosotros, da testimonio de El.
3. A nosotros se nos pide que nos apartemos del mal y que hagamos el bien. Fíjate cómo acude precisamente el Espíritu en auxilio de nuestra debilidad para ambas cosas, porque los dones son variados, pero el Espíritu es el mismo. Para apartarnos del mal realiza tres cosas: la compunción, la oración y el perdón. El arranque de nuestro retorno a Dios es la penitencia, y ésta no es obra de nuestro espíritu, sino del de Dios. Así lo enseña la sana razón y lo confirma la autoridad. El que está muerto de frío y se calienta al fuego, no duda jamás que el calor procede del fuego, pues antes carecía de él. Lo mismo ocurre al que está congelado en el mal, y se templa en el fervor de la penitencia: es indudable que ha venido a él un Espíritu que ha reprendido y juzgado al suyo. Lo dice claramente el Evangelio, refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él: probará al mundo de que hay culpa.
4. Mas ¿qué aprovecha arrepentirse del pecado, si no se pide perdón? También esto lo debe hacer el Espíritu infundiendo en el alma la dulce esperanza que impulsa a pedir con fe, sin titubear lo más mínimo. ¿Quieres que te demuestre que esto es obra del Espíritu Santo? Baste decir que, cuando él falta, tu espíritu no siente nada de esto. Y por otra parte él nos permite gritar: ¡Abba! ¡Padre!. Él intercede por los consagrados con gemidos sin palabras. Esto es lo que hace en nuestro corazón.
¿Y en el el del Padre? Así como intercede por nosotros estando dentro de nosotros, del mismo modo perdona los pecados, junto con el Padre, desde el corazón del Padre: es nuestro Abogado ante el Padre en nuestros corazones, y nuestro Señor en el corazón del Padre. Él es quien nos concede lo que pedimos y la gracia para pedirlo. Nos alienta con una santa esperanza, y hace que Dios se incline compasivo hacia nosotros. Para que te convenzas plenamente de que el Espíritu realiza el perdón de los pecados, escucha las mismas palabras que un día escucharon los Apóstoles: Recibid al Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados les quedarán perdonados. Esto por lo que respecta a separarse del mal.
5.¿Y cómo influye en nosotros el Espíritu bueno para hacer el bien? Aconseja a la memoria, instruye al entendimiento y mueve a la voluntad. Son las tres potencias de nuestra alma. Sugiera cosas buenas a la memoria para que piense sensatamente, y de ese modo aleja de nosotros la pereza y la torpeza. Por eso, siempre que sientas esos impulsos hacia el bien, glorifica a Dios y honra al Espíritu Santo cuya voz susurra en tus oídos. Él es quien declara lo que es justo. El Evangelio nos dice que él os irá recordando todo lo que yo os he dicho. E inmediatamente antes ha dicho: Él os lo enseñará todo. Por eso dije yo que instruye al entendimiento.
Es fácil aconsejar que obremos bien: pero sin la gracia del Espíritu no sabemos qué debemos hacer. Él es quien nos inspira buenos pensamientos y nos enseña a ponerlos en práctica, para que la gracia de Dios no sea estéril en nosotros. Porque el que sabe cómo portarse bien y no lo hace, está en pecado. Así pues, no sólo depende del Espíritu el consejo y la instrucción, sino sentirnos inclinados e impulsados a hacer el bien. Él es quien acude en auxilio de nuestra debilidad y quien infunde en nuestros corazones el amor, o una voluntad buena.
6. Cuando el Espíritu viene y posee totalmente al alma con sus consejos, instrucciones e impulsos de amor, nos comunica por medio de nuestros pensamientos la voz del Señor, ilumina nuestra inteligencia e inflama la voluntad. ¿No te parece que la casa está llena de unas lenguas como de fuego? Recuerda que estas son las tres potencias del alma. Las lenguas repartidas pueden ser la diversidad de pensamientos: pero todos son un mismo fuego en el resplandor de la verdad y en el calor de la caridad. O tal vez sea más exacto reservar esta plenitud para el final, cuando viertan en nosotros una medida generosa, colmada, remecida y rebosante.
¿Y cuándo sucederá esto? Cuando se cumplan los días de Pentecostés. Dichosos vosotros, que ya habéis entrado en la cincuentena del reposo y en el año jubilar. Hablo con nuestros hermanos, a quienes dice el Espíritu que descansen de sus trabajos. Porque esto también es obra suya. Como sabéis, hermanos, celebramos dos tiempos sagrados: la Cuaresma y la Quincuagésima. El primero antes de la pasión, y el segundo después de la resurrección. Aquél en compunción del corazón y lágrimas de penitencia, éste en el fervor del espíritu y en solemne Aleluia. El primero es la vida presente, y el segundo simboliza el descanso de los santos después de la muerte. Cuando se acaben, pues, esos cincuenta días, en el juicio y la resurrección, llegará el día de Pentecostés y la plenitud del Espíritu llenará toda la casa. Su gloria llenará la tierra entera, pues no sólo resucitará el alma, sino también el cuerpo espiritual; pero con tal que, como advierte el Apóstol, se haya sembrado un cuerpo animal.
Resumen: Es difícil comprender a la Santísima Trinidad, pero vamos vislumbrando algunos detalles. Gracias al Espíritu Santo los Apóstoles fueron dotados de una fuerza especial en beneficio de todos nosotros. Cómo acude el Espíritu Santo en nuestra ayuda para que evitemos el mal y hagamos el bien. Gracias al Espíritu Santo son perdonados los pecados. Influye en nosotros mediante al amor y la voluntad. La Quincuagésima sigue a la resurrección y simboliza el descanso de los santos después de la muerte.
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