1. Os suplico, hermanos, por la salvación de todos, que aprovechéis escrupulosamente la oportunidad que se os concede para conseguir vuestra salvación. Os conjuro en nombre de esa misericordia por la que supisteis haceros tan miserables: entregaos a lo que vinisteis, desde los ríos de Babilonia. Junto a los canales de Babilonia, dice el Profeta, nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión.
Vosotros no tenéis que preocuparos de alimentar a los hijos, o complacer a la esposa. No tenéis que pensar en ferias o negocios, ni siquiera en vuestra comida o vestido. La mayor parte de vosotros vivís ajenos a las angustias y preocupaciones de la vida. Dios os ha escondido en la intimidad de su tienda. Por eso, carísimos míos, liberaos de todo y contemplad a Dios.
Mas para poder conseguir esto, antes debéis conoceros lo mejor posible a vosotros mismos. Lo dice el Profeta: Todo el mundo reconozca que no son más que hombres. Consagrad todo vuestro ocio a esa doble consideración que tanto deseaba aquel santo: "Señor, que me conozca a mí y te conozca a ti".
¿Es posible que se conozca a sí mismo el hombre que rehuye el trabajo y el dolor? ¿Podrá reconocerse como hombre el que no está dispuesto a vivir para aquello para que nació? El hombre, dice la Escritura, ha nacido para trabajar. El único que podría dudar de que no nació para sufrir sería el que haya nacido sin dolor. Pero los gritos de la parturienta delatan el dolor, lo mismo que los lloros y vagidos del recién nacido. Tú ves las penas y los trabajos, dice el Profeta. el trabajo en lo que hacemos, y la pena en lo que sufrimos. Por eso, uno que se reconocía verdadero hombre estaa dispuesto a ambas cosas, y confesaba resignado: Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto. Y para expresar con más precisión esta doble disponibilidad, dice refiriéndose a su actividad: Estoy dispuesto y nada me impedirá observar tus mandatos. Y sobre el sufrimiento añade: Estoy pronto para el castigo, y el dolor está siempre en mi presencia.
2. Que nadie se glorie de evadir este doble tormento en esta vida tan miserable. Ningún hijo de Adán vivirá aquí exento del trabajo y del dolor. Hay quien sortea algunos, y después cae en otros mucho más duros. No pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás, dice el salmo. Pero no están libres del cansancio ni del dolor de una manera indefinida Porque al final añade el salmo: Por eso el orgullo los ahoga. Lo cual es, sin duda, una enorme fatiga. Y quedan envueltos en su propia maldad e impiedad, es decir, en el peor de los castigos, pues no existe la alegría para los impíos, dice el Señor.
El mismo hecho de no sentir la angustia del trabajo ni las heridas del azote muestra que ya son insensibles de tanto sufrir. El pobre suda externamente cuando trabaja, ¿pero interiormente no se cansa más el rico cuando elabora sus planes? El primero bosteza por debilidad, éste por hartura; y a veces sufre más el que come demasiado que quien se queda con hambre. al fina. de grado o por fuerza, tanto los hombres como los demonios hacen y sufren lo que dispone la suprema Providencia.
3. Pero no se nos recomienda una obediencia deforme, ni una paciencia criticona, ni pedimos simplemente que se cumpla la voluntad del Señor: es evidente que se cumple en todo y por todos. ¿Quién puede resistir a su voluntad? Lo que pedimos es que se haga en la tierra como en el cielo. Después de suplicar a nuestro Padre que está en el cielo que sea santificado su nombre, que venga su reino y se haga su voluntad, creo que debemos aplicar a estas peticiones lo que sigue: todo esto es así en la tierra como en el cielo.
Porque ¿dónde no se santifica su nombre? ¿Existe un lugar adonde no llegue su reino, si al nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo? El mismo diablo confiesa: Sé quien eres, el Santo de Dios. Pero en el cielo este nombre es santificado de una manera muy distinta y con otro sentimiento muy diferente. Allí todo lo llena este grito de gozo inefable: Santo, santo, santo el Señor Dios del universo. Y el poder que tiene sobre la vida y la muerte. Aunque reina de distinta manera en los que le sirven a la fuerza y en los que se entregan voluntariamente a su servicio.
4. ¡Qué buen alimento es la obediencia! De ella dice el Señor: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Y el Profeta añade: Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso y te irá bien. También la paciencia de los pobres es un buen manjar, que no se agota nunca: es el pan de las lágrimas y del dolor. Pero uno y otro necesitan una salsa, para que tengan sabor, sean nutritivos y no ocasionen la muerte. Sí, hermanos, estos dos alimentos son muy amargos, y si no se les añade otro más sabroso, la muerte estará en la olla. ¿Y qué más sabroso que la sabiduría? Es la vara de la vida, con la que Moisés endulzó las aguas de la Amarga. Es la harina con la que Eliseo condimentó el poder de los profetas. Es el fuego que debe arder siempre en el altar. Es el óleo que no tienen las doncellas necias y por eso se les prohíbe entrar en las bodas. Es la sal, que no debe faltar en ningún sacrificio.
Por eso solemos llamar insulsos a los hombres cuando carecen de sabiduría. Y el Señor, por su parte, quiere que siempre tengamos sal. Lo mismo que el Apóstol nos exhorta a condimentar con sal nuestras palabras.
5. Esta sabiduría que queremos añadir como tercer elemento a la obediencia y a la paciencia, creo que se presenta bajo tres formas. Es como si nuestra sala se preparara con tres hierbas distintas. Efectivamente necesitamos rectitud de intención, amar con alegría y apreciarnos humildemente. Nuestra obediencia o paciencia serán insípidas para Dios si él no es motivo de todo cuanto hacemos o sufrimos. Porque se nos manda experimentar hacerlo todo para gloria de Dios. Y la felicidad no consiste en sufrir, sino en sufrir por razón de la justicia.
También debemos evitar la pusilanimidad y la tristeza en todo cuanto hacemos o toleramos, porque Dios ama al que da de buena gana. Además, la alegría o el entusiasmo están muy relacionados con esa disponibilidad interior de que hablábamos hace un momento. Y por encima de todo huyamos de la soberbia. El que se cree algo impregna de vanidad todo lo que hace o padece. Es el sabor más amargo y más opuesto a la verdad.
¿No ves qué útil resulta al hombre reconocerse como hombre, para estar dispuesto a cumplir los mandatos y soportar las penas? De este modo, cuando le sorprenda un trabajo o un sufrimiento inevitable, los asumirá de tal modo que se le convertirán en sufrimientos provechosos. En efecto, la obediencia vale más que los sacrificios. Y el hombre paciente supera al fuerte. La desobediencia produce la muerte; lo sabemos por experiencia ya que por ella morimos todos. La impaciencia es la ruina del alma, pues dice el Señor que con la paciencia poseeréis vuestras almas. Y también esa sabiduría que hemos mencionado es indispensable para la salvación. No sólo perecieron por su desobediencia los que no obedecieron, o por su impaciencia los que carecieron de paciencia, sino también por su insensatez los que no tenían sabiduría.
6. Todo esto para que sepan los hombres lo que son: seres sujetos al trabajo y al dolor. Hubo un tiempo en que el hombre vivía ocupado en la acción y la meditación: trabajaba sin fatiga y sin esfuerzo. Me refiero a cuando se le colocó en paraíso, para que lo cultivara y lo conservara. Si no hubiese caído de ese estado, se le hubiera promovido a disfrutar de una incesante contemplación: y si ahora no intenta seriamente levantarse de esta situación tan ínfima en que se halla, caerá en otra más lamentable. Vivirá en un continuo dolor, ya que en el infierno no existe la posibilidad de hacer o pensar, sino solamente de sufrir. Feliz aquel hombre cuyo cuerpo no era lastre del alma, porque no estaba sujeto a corrupción. Pero mucho más feliz aún si, al cesar su actividad, llegaba a percibir plena y perfectamente la sabiduría. Habría amado gratuitamente a su cuerpo, sin haber necesitado para nada de él. Hubiera sido la armonía más sublime.
Y esto sucederá algún día. Confiemos plenamente que entonces la carne diga al alma lo que el alma dice a Dios: Tú no necesitas de mis bienes. Me saciarás de gozo en tu presencia. Cuando aparezca tu gloria llegará la plenitud y la hartura. Esperemos que nuestro cuerpo se transforme y reproduzca el resplandor del suyo. Eso será fruto de una abundancia o sobreabundancia ilimitada, y al lado de otras mayores sentiremos el gozo intenso de su glorificación. Tu esposa, dice un salmo es como una parra fecunda en medio de tu casa. La carne recibirá el honor, pero según su condición; no estará en medio de la casa, sino aparte, ni frente a nosotros, sino a un lado. Y tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Sin duda alguna, tus obras estarán presentes allí; las que haces ahora, no las que hagas después. Como dice la Escritura: Sus obras les acompañan. Sin embargo, aunque nos gozaremos y daremos gracias a Dios por lo que hicimos con su ayuda, no las pondremos en lugar preferente, sino a nuestro alrededor.
7. Más ahora vivimos en el país de los cuerpos y dependemos de ellos. Desde que nuestros padres traspasaron la ley del Señor vivimos en tiempo de trabajo y de sufrimiento. Nuestra herencia es la fatiga y el dolor. Es un alimento muy duro, es pan de cebada. Pero si ha ofendido a rey, el caballero expulsado del palacio -por muy exquisito que sea-tendrá que acudir al único siervo que tiene, pasar las noches en su casa y comer alimentos insólitos. cambiar las delicias reales por unos pobres potajes, y el lecho recamado por un montón de paja.
Escuchad cómo se lamenta el Profeta: Los que se alimentaban de manjares exquisitos están llenos de estiércol. Lo que aquí deplora principalmente el Profeta es que las criaturas nobles olviden su condición original y no perciban su miseria actual. son tan insensibles a su dolor, que toman como un gran bien lo que es casi el peor de los males. Por eso añade de sí mismo: soy un hombre que palpo mi pobreza ante la vara de tu furor.
8. Hermanos, gimamos también nosotros oprimidos bajo este peso y deploremos las miserias presentes. Repitamos frecuentemente este tipo de queja ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Procuremos también robarnos algo a nosotros mismos, evadirnos de nuestras malditas ocupaciones durante algún momento, y lanzar nuestro espíritu y disparar nuestro corazón hacia lo que es realmente suyo, lo único que le llena porque es connatural. Eso implica: Vaciaos de todo y contemplad a Dios. No se trata de ver con los ojos, sino con el corazón, como lo dice el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Esto es un privilegio del corazón y no necesita ningún instrumento servil. Es el alimento propio del alma, al que se refiere el Profeta: Mi corazón está agostado, porque me olvidé comer mi pan.
Cuando decimos: "nada tan fácil como hablar" lo decimos con relación a las obras. Es mucho más ágil la lengua que la mano y más rápida aquella para hablar que esta para hacer. Pero pensar es aún más fácil que halar o hacer, porque es el alma quien impulsa a hablar con la boca, ver con los ojos y obrar con las manos. Mas en este peregrinación también tiene que agotarse de gemir y entristecerse en el silencio de su lecho. Nuestra vida está tan al borde del abismo, donde todo es tormento, que el sufrimiento invade toda su actividad; más aún, la actividad y el dolor absorben todo su pensar. ¿No nos causa dolor casi todo lo que hacemos? ¿No están saturados de fatiga y pesar nuestros pensamientos? ¡Pobre de ti, Efraín, ternerilla amaestrada a triar, acostumbrada al yugo y sin experiencia de reposo!
¿Cuando entraré a ver el rostro de Dios? Cuándo pasará todo esto, y ya no habrá luto ni llanto, ni dolor, ni trabajo? ¿Cuándo embriagará al alma la abundancia de la casa de Dios y aquel torrente inagotable de los deleites divinos? ¿Cuándo se enfrascará completamente en la contemplación de aquella luz inmutable? Hijitos míos, anhelamos los atrios del Señor. Suspiramos incesantemente por ellos. Aspiremos al menos su perfume y saludémosla de lejos.
2. Que nadie se glorie de evadir este doble tormento en esta vida tan miserable. Ningún hijo de Adán vivirá aquí exento del trabajo y del dolor. Hay quien sortea algunos, y después cae en otros mucho más duros. No pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás, dice el salmo. Pero no están libres del cansancio ni del dolor de una manera indefinida Porque al final añade el salmo: Por eso el orgullo los ahoga. Lo cual es, sin duda, una enorme fatiga. Y quedan envueltos en su propia maldad e impiedad, es decir, en el peor de los castigos, pues no existe la alegría para los impíos, dice el Señor.
El mismo hecho de no sentir la angustia del trabajo ni las heridas del azote muestra que ya son insensibles de tanto sufrir. El pobre suda externamente cuando trabaja, ¿pero interiormente no se cansa más el rico cuando elabora sus planes? El primero bosteza por debilidad, éste por hartura; y a veces sufre más el que come demasiado que quien se queda con hambre. al fina. de grado o por fuerza, tanto los hombres como los demonios hacen y sufren lo que dispone la suprema Providencia.
3. Pero no se nos recomienda una obediencia deforme, ni una paciencia criticona, ni pedimos simplemente que se cumpla la voluntad del Señor: es evidente que se cumple en todo y por todos. ¿Quién puede resistir a su voluntad? Lo que pedimos es que se haga en la tierra como en el cielo. Después de suplicar a nuestro Padre que está en el cielo que sea santificado su nombre, que venga su reino y se haga su voluntad, creo que debemos aplicar a estas peticiones lo que sigue: todo esto es así en la tierra como en el cielo.
Porque ¿dónde no se santifica su nombre? ¿Existe un lugar adonde no llegue su reino, si al nombre de Jesús se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo? El mismo diablo confiesa: Sé quien eres, el Santo de Dios. Pero en el cielo este nombre es santificado de una manera muy distinta y con otro sentimiento muy diferente. Allí todo lo llena este grito de gozo inefable: Santo, santo, santo el Señor Dios del universo. Y el poder que tiene sobre la vida y la muerte. Aunque reina de distinta manera en los que le sirven a la fuerza y en los que se entregan voluntariamente a su servicio.
4. ¡Qué buen alimento es la obediencia! De ella dice el Señor: Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre. Y el Profeta añade: Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso y te irá bien. También la paciencia de los pobres es un buen manjar, que no se agota nunca: es el pan de las lágrimas y del dolor. Pero uno y otro necesitan una salsa, para que tengan sabor, sean nutritivos y no ocasionen la muerte. Sí, hermanos, estos dos alimentos son muy amargos, y si no se les añade otro más sabroso, la muerte estará en la olla. ¿Y qué más sabroso que la sabiduría? Es la vara de la vida, con la que Moisés endulzó las aguas de la Amarga. Es la harina con la que Eliseo condimentó el poder de los profetas. Es el fuego que debe arder siempre en el altar. Es el óleo que no tienen las doncellas necias y por eso se les prohíbe entrar en las bodas. Es la sal, que no debe faltar en ningún sacrificio.
Por eso solemos llamar insulsos a los hombres cuando carecen de sabiduría. Y el Señor, por su parte, quiere que siempre tengamos sal. Lo mismo que el Apóstol nos exhorta a condimentar con sal nuestras palabras.
5. Esta sabiduría que queremos añadir como tercer elemento a la obediencia y a la paciencia, creo que se presenta bajo tres formas. Es como si nuestra sala se preparara con tres hierbas distintas. Efectivamente necesitamos rectitud de intención, amar con alegría y apreciarnos humildemente. Nuestra obediencia o paciencia serán insípidas para Dios si él no es motivo de todo cuanto hacemos o sufrimos. Porque se nos manda experimentar hacerlo todo para gloria de Dios. Y la felicidad no consiste en sufrir, sino en sufrir por razón de la justicia.
También debemos evitar la pusilanimidad y la tristeza en todo cuanto hacemos o toleramos, porque Dios ama al que da de buena gana. Además, la alegría o el entusiasmo están muy relacionados con esa disponibilidad interior de que hablábamos hace un momento. Y por encima de todo huyamos de la soberbia. El que se cree algo impregna de vanidad todo lo que hace o padece. Es el sabor más amargo y más opuesto a la verdad.
¿No ves qué útil resulta al hombre reconocerse como hombre, para estar dispuesto a cumplir los mandatos y soportar las penas? De este modo, cuando le sorprenda un trabajo o un sufrimiento inevitable, los asumirá de tal modo que se le convertirán en sufrimientos provechosos. En efecto, la obediencia vale más que los sacrificios. Y el hombre paciente supera al fuerte. La desobediencia produce la muerte; lo sabemos por experiencia ya que por ella morimos todos. La impaciencia es la ruina del alma, pues dice el Señor que con la paciencia poseeréis vuestras almas. Y también esa sabiduría que hemos mencionado es indispensable para la salvación. No sólo perecieron por su desobediencia los que no obedecieron, o por su impaciencia los que carecieron de paciencia, sino también por su insensatez los que no tenían sabiduría.
6. Todo esto para que sepan los hombres lo que son: seres sujetos al trabajo y al dolor. Hubo un tiempo en que el hombre vivía ocupado en la acción y la meditación: trabajaba sin fatiga y sin esfuerzo. Me refiero a cuando se le colocó en paraíso, para que lo cultivara y lo conservara. Si no hubiese caído de ese estado, se le hubiera promovido a disfrutar de una incesante contemplación: y si ahora no intenta seriamente levantarse de esta situación tan ínfima en que se halla, caerá en otra más lamentable. Vivirá en un continuo dolor, ya que en el infierno no existe la posibilidad de hacer o pensar, sino solamente de sufrir. Feliz aquel hombre cuyo cuerpo no era lastre del alma, porque no estaba sujeto a corrupción. Pero mucho más feliz aún si, al cesar su actividad, llegaba a percibir plena y perfectamente la sabiduría. Habría amado gratuitamente a su cuerpo, sin haber necesitado para nada de él. Hubiera sido la armonía más sublime.
Y esto sucederá algún día. Confiemos plenamente que entonces la carne diga al alma lo que el alma dice a Dios: Tú no necesitas de mis bienes. Me saciarás de gozo en tu presencia. Cuando aparezca tu gloria llegará la plenitud y la hartura. Esperemos que nuestro cuerpo se transforme y reproduzca el resplandor del suyo. Eso será fruto de una abundancia o sobreabundancia ilimitada, y al lado de otras mayores sentiremos el gozo intenso de su glorificación. Tu esposa, dice un salmo es como una parra fecunda en medio de tu casa. La carne recibirá el honor, pero según su condición; no estará en medio de la casa, sino aparte, ni frente a nosotros, sino a un lado. Y tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Sin duda alguna, tus obras estarán presentes allí; las que haces ahora, no las que hagas después. Como dice la Escritura: Sus obras les acompañan. Sin embargo, aunque nos gozaremos y daremos gracias a Dios por lo que hicimos con su ayuda, no las pondremos en lugar preferente, sino a nuestro alrededor.
7. Más ahora vivimos en el país de los cuerpos y dependemos de ellos. Desde que nuestros padres traspasaron la ley del Señor vivimos en tiempo de trabajo y de sufrimiento. Nuestra herencia es la fatiga y el dolor. Es un alimento muy duro, es pan de cebada. Pero si ha ofendido a rey, el caballero expulsado del palacio -por muy exquisito que sea-tendrá que acudir al único siervo que tiene, pasar las noches en su casa y comer alimentos insólitos. cambiar las delicias reales por unos pobres potajes, y el lecho recamado por un montón de paja.
Escuchad cómo se lamenta el Profeta: Los que se alimentaban de manjares exquisitos están llenos de estiércol. Lo que aquí deplora principalmente el Profeta es que las criaturas nobles olviden su condición original y no perciban su miseria actual. son tan insensibles a su dolor, que toman como un gran bien lo que es casi el peor de los males. Por eso añade de sí mismo: soy un hombre que palpo mi pobreza ante la vara de tu furor.
8. Hermanos, gimamos también nosotros oprimidos bajo este peso y deploremos las miserias presentes. Repitamos frecuentemente este tipo de queja ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Procuremos también robarnos algo a nosotros mismos, evadirnos de nuestras malditas ocupaciones durante algún momento, y lanzar nuestro espíritu y disparar nuestro corazón hacia lo que es realmente suyo, lo único que le llena porque es connatural. Eso implica: Vaciaos de todo y contemplad a Dios. No se trata de ver con los ojos, sino con el corazón, como lo dice el Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Esto es un privilegio del corazón y no necesita ningún instrumento servil. Es el alimento propio del alma, al que se refiere el Profeta: Mi corazón está agostado, porque me olvidé comer mi pan.
Cuando decimos: "nada tan fácil como hablar" lo decimos con relación a las obras. Es mucho más ágil la lengua que la mano y más rápida aquella para hablar que esta para hacer. Pero pensar es aún más fácil que halar o hacer, porque es el alma quien impulsa a hablar con la boca, ver con los ojos y obrar con las manos. Mas en este peregrinación también tiene que agotarse de gemir y entristecerse en el silencio de su lecho. Nuestra vida está tan al borde del abismo, donde todo es tormento, que el sufrimiento invade toda su actividad; más aún, la actividad y el dolor absorben todo su pensar. ¿No nos causa dolor casi todo lo que hacemos? ¿No están saturados de fatiga y pesar nuestros pensamientos? ¡Pobre de ti, Efraín, ternerilla amaestrada a triar, acostumbrada al yugo y sin experiencia de reposo!
¿Cuando entraré a ver el rostro de Dios? Cuándo pasará todo esto, y ya no habrá luto ni llanto, ni dolor, ni trabajo? ¿Cuándo embriagará al alma la abundancia de la casa de Dios y aquel torrente inagotable de los deleites divinos? ¿Cuándo se enfrascará completamente en la contemplación de aquella luz inmutable? Hijitos míos, anhelamos los atrios del Señor. Suspiramos incesantemente por ellos. Aspiremos al menos su perfume y saludémosla de lejos.
RESUMEN
Ya que no tenéis obligaciones temporales, dedicaos a conoceros tanto a Dios como a vosotros mismos. En realidad nadie progresa espiritualmente sin el sufrimiento y el trabajo. Todos sufren, excepto el que ha adormecido tanto su alma que ya no siente inquietud por nada. Se puede sufrir por comer poco o por comer demasiado. Lo que pedimos es que el Reino de Dios que llena los cielos llene también la tierra. La obediencia y la paciencia son dos excelentes manjares pero necesitan de la salsa de la sabiduría. ¿Qué es la sabiduría? Necesitamos rectitud de intención, amar con alegría y apreciarnos humildemente. Debemos hacerlo todo por la gloria de Dios y si sufrimos, hacerlo por la acción de la justicia. Hay un dilema mente-cuerpo y sólo alcanzaremos paz cuando el cuerpo esté, de forma natural, al servicio del alma. Pero de momento tendremos que soportar la molicie de nuestro cuerpo. Todo lo que hacemos nos causa dolor. Debemos refugiarnos en las palabras, y los pensamientos, que son más rápidos que nuestras manos. Al menos aspiremos al perfume de los atrios.
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