Sobré el verso decimosexto: "Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación".
Capítulo 1
Este verso del salmo, hermanos, es muy oportuno; corresponde bastante a este tiempo litúrgico. Celebrando ya pronto la resurrección del Señor, a cada uno de nosotros se le promete la suya al festejar como miembros el memorial de lo que antes aconteció en la Cabeza y esperamos que algún día se realice en nosotros mismos. Precioso remate el del salmo, que promete un fin tan dichoso al que lo canta. Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación.
Muchas veces os recalco, hermanos, que, según Pablo, la piedad es objeto de una promesa para esta vida y para la obra. Por eso dice también: Os vais ganando una santificación que os lleva a la vida eterna. Esa es a plenitud que se nos promete aquí: largos días. ¿Hay algo más largo que la vida eterna? ¿Qué puede haber tan largo como lo que no se interrumpe porque no tiene fin? Buen fin la vida eterna, que no tiene fin. Y lo que no tiene fin es bueno por sí mismo. Abracémonos, pues, a la santificación, porque es buena, porque su fin es la vida sin fin. Corramos tras la santidad y la paz, sin las que nadie verá a Dios.
Lo saciaré de largos días y le haré ver mi salvación. De la diestra de Dios viene esta promesa; don de su diestra que el santo deseaba para sí: Alargarás tu diestra a la obra de tus manos. Me saciarás de alegría perpetua a tu derecha. También consiguió esto mismo aquel de quien dice el salmista: Te pidió vida, y se la has concedido; años que se prolongan sin término. Más claramente lo dice el Sabio: En la diestra trae largos años, y en la izquierda, honor y riquezas. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Porque la vida que vivimos es, más bien, una muerte; no es vida simplemente, sino vida mortal.
Decimos que el hombre muere cuando se acerca la muerte con toda certeza. Pero desde que empezamos a vivir, ¿qué hacemos sino acercarnos a la muerte y empezar a morir? Como atestigua el santo patriarca, los días de esta vida son pocos y malos. Se vive verdaderamente cuando la vida es rebosante y vital; los días son prósperos cuando son interminablemente largos. Demos gracias a Dios, que todo lo abarca y gobierna el universo con acierto. Pronto se acabará esta breve sucesión de días, a cada uno de los cuales le basta su propio agobio. Porque, cuando lleguen los días prósperos, no faltará la eternidad.
Capítulo 2
Lo saciaré de largos días. Con ese verso aclara mejor lo que antes había dicho: Lo glorificaré. ¿A quién no le bastará ser glorificado por un Señor cuyas obras son perfectas? Porque un ser tan inmenso sólo puede glorificar a otros inmensamente. Tiene que ser grande una glorificación que procede de su inmensa gloria. Desde la sublime gloria le llegó aquella voz singular, dice Pedro. Exacto: gloria sublime la que glorifica tan magníficamente con una claridad plena, múltiple y amplia. Engañosa es la gloria, fugaz la hermosura y contados los días del hombre. El Sabio no los anhela, sino que de corazón dice al que mira al corazón: No he deseado el día del hombre; tú lo sabes. Deseo algo más que lo que él desea. Yo lo rechazo de plano. Porque sé de quién es la voz que dice: Honores humanos no los acepto. ¿Qué desgraciados los que nos intercambiamos honores y no buscamos el honor que viene de Dios!
Esta única gloria que despreciamos es la que sólo cuenta con la plenitud y sacia de largos días. Los días del hombre son cortos y florecen como la hierba. Se agosta la hierba, se marchita la flor pero la Palabra de Dios permanece por siempre. El verdadero día que no conoce ocaso es la verdad eterna, la verdadera eternidad, y, por tanto, la saciedad verdadera y eterna. Si no, ¿cómo puede llenar una gloria que es engañosa y vana? Por eso se la califica como vacía, para que sepas que con ella te vacías más y no puedes saciarte. Por tanto, en esta vida es mayor bien la abyección que la altanería; nuestro mejor bien es la privación y no el deleite; ambas pasan enseguida. Pero una conlleva el castigo y la otra el premio.
Capítulo 3
Provechosa tribulación la que, acarreando prueba, conduce a la gloria. Con él estaré en a tribulación; lo libraré y lo glorificaré. Demos gracias al Padre de las misericordias, que está con nosotros en la tribulación y nos consuela en cualquiera de ellas. Es necesaria, como he dicho, la tribulación que se convierte en gloria, la tristeza que se transtorma en gozo; un gozo duradero que nadie nos arrebatará, un gozo múltiple, un gozo total. Necesaria es esa necesidad que engendra el premio. No la despreciemos, hermanos; es una semilla insignificante, pero el fruto que de ella brota es grande. Quizá sea insípida, amarga, como el grano de mostaza. Pero no valoremos lo que se ve, sino lo que no se ve. Porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Pregustemos las primicias de la gloria, gloriémonos en la esperanza gloriosa del Dios excelso.
Para decirlo todo, gloriémonos también por la tribulación, porque en ella radica a esperanza de la gloria. Mira si no es esto mismo lo que quiere enseñar el Apóstol cuando añade: La tribulación engendra la paciencia, etc. Hay que subrayar que en esta frase, habiendo dicho antes el Apóstol solamente que nos gloriemos por la esperanza, añade además: Estamos orgullosos también de la tribulación. Y no recomienda ningún otro motivo de orgullo, sino que simplemente explica dónde está la esperanza gloriosa, dónde debe buscarse la gloria de la esperanza. Porque la esperanza de la gloria está en la tribulación. Es más, en la tribulación se encierra la gloria misma, como en la simiente está la esperanza del fruto, igual que el fruto está ya en la semilla.
De igual manera, el reino de Dios está dentro de nosotros, como un tesoro en vasija de barro o en un campo cualquiera. Está, dice, pero está escondido. Dichoso el que lo encumbra ahí. ¿Quién será? El que piense más en la cosecha que en la semilla. Este tesoro lo encuentra la mirada de la fe, que no juzga por las apariencias, porque ve lo que no aparece e intuye lo que no se ve. Con toda seguridad había encontrado este tesoro el que, deseando que lo hallasen los demás, decía: vuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente. No dice, nos producirá, sino nos produce una riqueza eterna. Se nos oculta la gloria, hermanos míos; se nos esconde en la tribulación. En este momento fugaz está latente una eternidad. Y en algo tan liviano, una consistencia sublime y desproporcionada. Démonos prisa en esta vida para comprar ese campo. Para comprar ese tesoro escondido en el campo. Pongamos todo nuestro gozo en las diversas tribulaciones que nos sobrevengan. Digamos de verdad con el corazón, repitamos aquella máxima: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas.
Capítulo 4
Con él estaré en la tribulación, dice Dios. ¿Y yo voy a buscar aquí algo que no sea la tribulación? Para mí, lo bueno es estar junto a Dios. Y no sólo eso: Hacer del Señor mi refugio, porque lo libraré dice, y lo glorificaré. Con él estaré en la tribulación. Yo, dice, disfruto estando con los hombres. Emmanuel, Dios con nosotros. Alégrate, llena de gracia, dice el ángel a María; el Señor está contigo. Está con nosotros en la plenitud de la gracia, y nosotros estaremos con él en la plenitud de la gloria. Descendió para estar cerca de los atribulados, para estar con nosotros en nuestra tribulación. Seremos arrebatados en nubes para recibir a Cristo en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Pero con tal de que procuremos tener altura como compañero del camino al que nos dará la patria. O mejor dicho, el que será un día nuestra patria si ahora es nuestro camino. Para mí, lo bueno es, Señor, padecer la tribulación, si es que tú estás conmigo, mejor que reinar sin ti, banquetear sin ti, llenarme de gloria sin ti. Prefiero abrazarte en la tribulación, tenerte conmigo en el camino, a estar sin ti aún en el cielo. ¿Qué puedo apetecer del cielo ni qué he de desear sobre la tierra fuera de ti?
El horno prueba la vasija del alfarero, y la prueba de la tentación al hombre justo. Ahí, ahí estás con ellos, Señor. Ahí estás en medio de los que se reúnen en tu nombre, como antiguamente te manifestaste con los tres jóvenes en el horno al gentil, que llegó a decir: El cuarto parece un ser divino. ¿Por qué temblamos, por qué tememos, por qué huimos de esta hoguera? Se enfurece el fuego, pero el Señor está con nosotros en la tribulación. Si Dios está a nuestro favor, ¿quién puede estar en contra? Asimismo, si él es nuestro liberador, ¿quién puede arrancarnos de sus manos? Finalmente, si él nos da la gloria, ¿quién podrá afrentarnos? ¿Quién puede humillarnos?
Capítulo 5
Escucha, por fin, con qué gloria piensa glorificarnos. Lo saciaré, dice, de largos días. Al poner en plural la palabra "días", no quiso indicar inestabilidad alguna, sino su pura prolongación. Porque, si lo interpretas como cambio, mejor es un día en los atrios del Señor que mil fuera. Hemos leído que los santos y los hombres perfectos murieron colmados de días como los nuestros, pero sabemos que se llenaron de virtudes y de gracias. Por cierto que fueron llevados hasta esa plenitud de día en día, de claridad en claridad; no por su propio espíritu. sino por el Espíritu del Señor.
Y si al día se le considera una gracia; si, como recordábamos, la claridad que nace del hombre se conceptúa como día e incluso esta pálida gloria que buscamos unos de otros, esa plenitud de la verdadera gloria, ¿no será propiamente el verdadero día o su plenitud meridiana? Si a la variedad de dones la llamamos larga sucesión de días, ¿no podemos entender por gloria múltiple la multiplicidad de días? Por último, descubrirás mejor la saciedad de días sin cambio alguno en estas palabras: La luz de la luna será como la luz del sol, dice el Profeta, y la luz del sol, siete veces mayor que la de siete días. Si no me engaño, aquel rey fiel deseaba cantar sus salmos todos estos días de su vida en la casa del Señor. Porque ser fieles a Dios con cada uno de los dones de tan sublime y diversa gloria. dándole gracias en todo, equivale a cantar salmos a su nombre todos los días.
Capítulo 6
Le saciaré de largos días. Como si dijera más claramente. Sé lo que ansía, sé lo que desea, sé lo que saborea. No es plata ni oro, ni el placer, ni la curiosidad, ni dignidad cualquiera del mundo. Todo lo tiene por pérdida. Todo lo desprecia y lo considera como basura. Se despojó hasta de sí mismo y no soporta entregarse a lo que sabe que no puede llenarle. Sabe a imagen de quién ha sido creado, de qué grandeza es capaz, y no tolera medrar con minucias para privarse de lo mejor. Por eso saciaré de largos días a quien sólo puede recrearle la luz verdadera y colmarle la luz eterna. Porque esa larga duración no tiene fin, ni su claridad ocaso, ni su saciedad hartura. En la eternidad habrá sosiego, en la verdad gloria, en la saciedad gozo. Y le haré ver mi salvación. Merecerá ver lo que deseaba en el momento en que el Rey de la gloria le presente a la Iglesia radiante, sin mancha alguna, en la claridad del día, y sin arruga por su total lozanía. Al contrario, un espíritu impuro, turbado e inquieto por algo, se desvanece al brillo de su luz.
Por esta razón, como os recordaba, se nos prescribe correr tras la santidad y la paz, porque sin ellas nadie puede ver a Dios. Cuando tu deseo se vea colmado de bienes, hasta no suspirar por nada, pacificada totalmente el alma por su misma plenitud, podrás ya contemplar aquella calma colmada de la majestad, hecho semejante a Dios, para verla tal como es. Quizá, lleno de gloria en sí mismo, vea eternamente la victoria que Dios ha ganado y contemple el que ahora habite este mundo de delicias cómo toda la tierra se embriaga de su majestad. Parece que a esto se referiría lo que añade el salmo: Y le haré ver mi salvación.
Capítulo 7
Pero, si así lo prefirieseis, también podemos interpretarlo como una aclaración de la promesa de largos días mostrándole su salvación. Lo saciaré, dice, de largos días. Y como si te preguntaras si es posible hablar de días en una ciudad en la que de día no luce el sol porque nunca es de noche, te responde: le haré ver mi salvación. Como se dice en la Escritura, porque su lámpara es el Cordero. Le haré ver mi salvación pero ya no le instruiré en la fe ni le ejercitaré en la esperanza, sino que lo colmaré directamente en la visión. Le haré ver mi salvación: le mostraré a mi Jesús para que vea ya eternamente a aquel en quien creyó, a quien amó y a quien siempre deseó.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Muéstranos, Señor, tu Salvador y nos basta, pues el que le ve, te ve a ti, porque está en ti, y tú en él. Esta es la vida eterna, reconocerte a ti como único Dios verdadero, y a tu enviado Jesús, el Cristo. Entonces, Señor, dejarás a tu siervo irse en paz, según tu promesa, cuando mis ojos vean tu salvación, tu Jesús y Señor nuestro, que es el Dios soberano bendito por siempre.
RESUMEN
Nuestro Señor en la diestra trae largos años, y en la izquierda honor y riquezas. La vida que vivimos es, más bien, una muerte; no es vida simplemente, sino vida mortal. Nuestro mejor bien es la privación y no el deleite; ambas pasan enseguida. Pero una conlleva el castigo y la otra el premio. Es necesaria la tribulación que se convierte en gloria, la tristeza que se transforma en fozo; un gozo duradero que nadie arrebatará, un gozo múltiple, un gozo total. No valoremos lo que se ve, sino lo que no se ve. Porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Preguntémosnos las primicias de la gloria, gloriémonos en la esperanza gloriosa del Dios excelso. Pongamos todo nuestro gozo en las diversas tribulaciones que nos sobrevengan. Digamos de verdad con el corazón, repitamos aquella máxima: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas. La luz de la luna será como la luz del sol, dice el Profeta y la luz del sol, siete veces mayor que la de siete lunas.
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