EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 10 de marzo de 2014

CUARESMA: SERMO UNDECIMUS

Sobre el verso undécimo: "Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en sus caminos".

Capítulo 1

      Escrito está, y con verdad escrito, que no hemos sido aniquilados gracias a las misericordias del Señor, porque no nos entregó a la saña de nuestros enemigos. Vela incansable sobre nosotros, alerta la mirada de su especial clemencia; no duerme ni reposa el guardián de Israel. Y cómo lo necesitamos, pues tampoco duerme ni reposa el que combate contra Israel. Pero él cuida de nosotros y se interesa por nuestro bien, mientras que el ladrón sólo quiere matar y perdernos, volcando todo su afán en conseguir que no se convierta jamás el que ya se desvió. Entre tanto, nosotros o no hacemos caso o apenas tenemos en cuenta la majestad del defensor que nos protege con sus desvelos y nos colma de beneficios, ingratos como somos a su gracia o, mejor, a sus innumerables gracias con las que nos sale al paso y nos ayuda.
  Unas veces, él mismo nos inunda de luz, o nos visita valiéndose de los ángeles, o nos instruye mediante otros hombres, o nos consuela y enseña con  las Escrituras. Todas las Escrituras antiguas se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Bien dice para enseñanza nuestra, de modo que por nuestra paciencia mantengamos la esperanza. Ya en otro lugar se nos advierte: La sabiduría del hombre se conoce por su paciencia. Porque la paciencia produce entereza, y la entereza esperanza. ¿Pero será posible que nosotros mismos nos desasistamos, que nosotros mismos nos descuidemos? ¿Vamos a ser unos negligentes porque nos socorran por todas  partes?  Por eso mismo deberíamos vigilar con mayor tensión. Pues no se preocuparían tanto de nosotros, lo mismo en el cielo que en la tierra, si no nos cercaran tantas necesidades; no nos cuidarían tantos centinelas si no se multiplicaran tantas asechanzas.

Capítulo 2

    Felices por ello esos hermanos nuestros que va han sido liberados de la red del cazador; que pasaron del campamento de los combatientes a los atrios de los que descansan y, superado todo temor, se instalaron personalmente en la esperanza. A cada uno de ellos y a todos ellos juntos se les dice: No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Debes pensar que esto no se promete al hombre dirigido por los bajos instintos, sino al que, viviendo en la carne, es llevado por el Espíritu. Pues no hay manera de distinguir entre su tienda y su persona; todo en el es confusión, como buen hijo de Babilonia. En definitiva, un hombre así es de carne, y el Espíritu no habita en él.
  ¿Cuándo puede ausentarse el mal de un hombre en cuyo espíritu no vive el espíritu del bien? Consecuentemente, donde está asentado el mal, deberá hacerse presente la desgracia. Porque siempre van juntos la maldad y su castigo. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda. Maravillosa promesa. ¿Pero cómo podremos soñar con ella? ¿Como huir de la desgracia y de la plaga, cómo evadirme, cómo alejarme para que no se me acerquen? ¿Con qué méritos, con qué estrategia, con qué poder? Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos. ¿Y cuáles son estos caminos? Los que te alejan del mal, los que te permiten escapar de la ira futura. Hay muchos caminos y de muchas clases; y ése es un gran peligro para el caminante. Con tantas encrucijadas fácilmente se extraviará de su camino el que no sepa distinguir las sendas. No mandó a los ángeles que nos guarden en todos los caminos, sino en todos nuestros caminos. Porque hay unos caminos de los que nos deben guardar y otros en los que no lo necesitamos.

Capítulo 3

    Por tanto, hermanos, conozcamos bien nuestros caminos; estudiemos además los caminos de los demonios y busquemos los caminos de los espíritus bienaventurados y los caminos del Señor. Abordo ahora un tema que me supera. Vosotros me ayudaréis con vuestras oraciones para que Dios me abra el tesoro de su saber y acepte la ofrenda de mis labios. Los caminos de los hijos de Adán llevan hacia donde los arrastran la necesidad y el ímpetu del deseo. Pasión y necesidad nos impulsan, tiran de nosotros. Sólo hay una diferencia: que la necesidad simplemente urge, mientras la pasión arrebata con violencia. Por su parte, la necesidad debe atribuirse, al parecer, simplemente al cuerpo. Su meta es muy compleja; su camino da muchos rodeos, presenta muchas dificultades y poquísimos atajos, si es que tiene alguno. ¿Quién ignora que la necesidad del hombre es realmente tan diversa? ¿Quién será capaz de explicar esta diversidad? Lo sabemos por la misma experiencia, nos lo da a conocer su mismo tormento. De ahí puede deducir cada cual por qué se ve apremiado a exclamar: Señor, sácame de mis necesidades, no de mi necesidad.
  Todo el que no escuche con oídos sordos las sentencias del Sabio, no sólo deseará que le saquen del camino de la necesidad, sino, además, de las sendas de la pasión. ¿Pues qué dice? No sigas tus caprichos. Y a continuación: No vayas detrás de tus deseos. Aunque ambas cosas son malas, es mucho mejor seguir el impulso de la necesidad que el de la pasión. La primera es muy compleja, pero ésta es mucho más amplia y, por carecer de medida, lo abarca todo. Porque la pasión radica en el corazón; por eso es tanto más universal, cuanto mayor es la diferencia entre el cuerpo y el alma. Finalmente, éstos son los caminos que le parecen buenos al hombre, pero acaban sumergiéndolo en lo profundo del infierno.
     Encontraste los caminos del hombre. Pero mira bien si no se habrá dicho de ellos lo que sigue: En sus caminos, la aflicción y la desgracia. Efectivamente, la necesidad implica aflicción, y la pasión, desgracia. ¿Por qué  es una desgracia la pasión, es decir, la negación de la felicidad ansiada? ¿Y si uno cree que le sonreirá la felicidad apetecida cuando le inunden las riquezas? Pues por eso mismo será menos feliz. Cuanto mayor sea la pasión con que se abraza a la infelicidad, más se ahoga y más le devora. ¿Qué desgraciados son los hombres por esta falsa y falaz felicidad! ¡Ay del que dice: Soy rico y no necesito de nadie, cuando en realidad es un  odre, desnudo, mísero y miserable! La necesidad nace en la debilidad del cuerpo; el deseo proviene del vacío y olvido del corazón. Por eso mismo mendiga el alma lo ajeno, porque se ha olvidado de comer su pan; por eso anhela las realidades terrenas, porque no piensa para nada en las celestiales.

Capítulo 4

    Veamos ahora las sendas de los demonios. Veámoslas y alejémonos de ellas. Veámoslas y huyamos, porque son caminos de soberbia y obstinación. ¿Queréis saber por qué lo sé? Contemplad a su caudillo: así son sus siervos. Pensad de dónde parten sus caminos. De repente se lanzó hacia la soberbia más cruel, diciendo: Me sentaré en el monte de la asamblea, en el vértice del cielo. Me igualaré al Altísimo. ¿Qué pretensión tan nefasta y temeraria! ¿O no han fracasado los malhechores, y, derribados, no se pueden levantar? Debido a su soberbia fracasaron, y el que cayó por su obstinación se acostó para no levantarse. Su espíritu se aleja por la soberbia, y por su obstinación nunca vuelve. Es impresionante la presunción de los espíritus malignos, pero no lo es menos su obstinación, porque su soberbia siempre aumenta más y más; por eso jamás se convertirán. Porque rechazaron volverse del camino de la soberbia, cayeron en la senda de la obstinación.
     ¡Qué perverso y envilecido es el corazón humano cuando sigue las huellas de los demonios y entra en sus caminos! Toda la estrategia de los espíritus malignos contra nosotros se basa en seducirnos, en meternos por sus caminos y llevarnos por ellos para conducirnos a la ruina preparada para ellos. Huye, hombre, de la soberbia, no se ría de ti tu enemigo. Este es el vicio que más le agrada; sabe por sí mismo qué difícil te será salir de ese abismo.

Capítulo 5

     Por otra parte, quiero que sepáis, hermanos, de qué manera bajamos o, por mejor decir, caemos en estos caminos. Ahora mismo se me ocurre que el primer paso por el que nos deslizamos en ellos es el encubrimiento de la propia debilidad, de la propia iniquidad y peligro, siendo indulgente con uno mismo, adulándose a sí mismo, figurándose ser algo, cuando no se es nada; o sea, la propia seducción. El segundo paso es la ignorancia de sí mismo. Si hemos comenzado por cubrirnos inútilmente con hojas de higuera, ¿qué remedio nos queda más que no mirar las llagas encubiertas, especialmente habiéndolas tapado sólo para no verlas? Y así se explica que, cuando otro me las descubra, porfiaré que no son llagas, escudándome en palabras habilidosas para buscar excusas a los pecados. Y éste es el tercer paso, ya muy próximo e incluso inmediato a la soberbia. ¿Pues qué mal temerá ya consumar el que lo defiende con su insolencia? Será difícil que se detenga en su camino oscuro y resbaladizo, especialmente cuando el ángel del Señor los persiga y empuje. Es el cuarto paso o, más bien, el cuarto precipicio: el desprecio. De nada hace ya caso el malvado cuando ha caído en el abismo del mal.
   En adelante va cerrándose más y más sobre él la salida del pozo; el desprecio conduce a esta alma hasta la impenitencia y la impenitencia se afianza en la obstinación. Es el pecado que no se perdona en este mundo ni en el otro, porque el  corazón terco y endurecido ni teme a Dios ni respeta al hombre. El que en todos sus caminos se adhiere así al diablo, claramente se hace un solo ser con él. Pero los caminos del hombre que más arriba mostramos son estos que nos dice el Apóstol: No os sobrevenga tentación que no sea humana; y pecar es humano. En realidad, ¿quién ignora que los caminos diabólicos son impropios del hombre? A no ser cuando la costumbre misma parece haberse convertido en otra naturaleza. Pero, aun cuando esto le suceda a algunas personas, aferrarse al mal no es propio del hombre, sino del diablo.

Capítulo 6

   ¿Y cuáles son los caminos de los santos ángeles? Los da a conocer el Unigénito cuando dice: Veréis a los ángeles subir y bajar por este Hombre. Sus caminos son subir y bajar. Ascienden por ellos y descienden, o mejor, condescienden por nosotros. Los espíritus bienaventurados ascienden para contemplar a Dios y descienden para compadecerse de ti y guardarte en tus caminos. Ascienden a su presencia y descienden bajo su indicación, porque a sus ángeles ha dado órdenes. Pero ni cuando descienden se ven privados de la visión de su gloria, porque están viendo siempre el rostro del Padre.

Capítulo 7

    Pienso que también querréis escuchar algo sobre los caminos del Señor. Sería mucha presunción prometeros que os los mostraré. La Escritura nos dice que él mismo nos enseñará sus caminos. ¿Podremos confiar en otro? Ya lo hizo cuando abrió los labios del Profeta con estas palabras: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad. Así viene a cada hombre, así viene a todos en común: en la misericordia y en la lealtad. Mas donde se abusa de la misericordia y se prescinde de la lealtad, allí no está Dios habitualmente. Tampoco donde reina el terror al recordar su lealtad y no se evoca el consuelo de su misericordia. Pues no anda en la verdad el que no reconoce su misericordia donde realmente está, ni puede ser verdadera la misericordia sin la lealtad. Por tanto, cuando la misericordia y lealtad se encuentran, entonces se besan la justicia y la paz; no puede ausentarse el que puso su morada en la paz. ¿Cuántas cosas oímos y aprendimos -porque nuestros padres nos contaron  sobre esta estrecha unión tan dichosa entre la misericordia y la lealtad! Dice el Profeta: Que tu misericordia y lealtad me guarden siempre. Y en otro lugar: tengo ante mis ojos tu bondad y camino en tu verdad. Y también lo dice de sí mismo el Señor: Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán.

Capítulo 8

    Pero contempla también las venidas manifiestas del Señor. En la que ya fue consumada encontrarás a un Salvador misericordioso y en la prometida para el último día te encontrarás con un remunerador justo. Tal vez por eso se haya dicho: Porque el Señor ama la misericordia y la fidelidad, él da la gracia y la gloria. En su primera venida se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. En la segunda, aunque juzgará al orbe con justicia y a los pueblos con fidelidad, su juicio no carecerá de misericordia, a no ser con los que no fueron misericordiosos.
   Estos son los caminos de la eternidad, de los cuales dice el Profeta: Se postraron los collados del mundo al pasar el Eterno por sus caminos. Tengo a mi alcance cómo demostrarlo con toda facilidad, puesto que la misericordia del Señor dura siempre y su fidelidad es eterna. Por estos caminos se prosternaron los collados primordiales: los demonios soberbios, los jefes del mundo, los que dominan en las tinieblas, los que ignoraron el  camino de la fidelidad y la misericordia, los que olvidaron sus pasos. ¿Tiene algo en común con la verdad el falso y el padre de la mentira? Expresamente se refiere a él cuando dice: No se mantuvo en la verdad. La desgracia que nos causó testifica, además, qué lejos estuvo de la misericordia. ¿Cuándo pudo ser misericordioso el que desde siempre fue un homicida? El que es inicuo consigo, ¿con quién será bueno?
   ¿Y qué inicuo es para sí mismo el que jamás se arrepiente de su propia iniquidad ni jamás se duele de su propia condenación? Al contrario, su mentirosa soberbia lo arrojó del camino de la verdad, su cruel obstinación le cerró la senda de la misericordia. Por eso es incapaz de conseguir jamás misericordia ni de sí mismo ni del Señor. De esta forma, esos ensoberbecidos collados se prosternaron ante los caminos de la eternidad, que son rectos, y cayeron sobre los recovecos y tortuosos precipicios, que son sus caminos. ¡Con cuánta más prudencia y provecho se postraron y humillaron algunos otros montes para su salvación ante esos mismos caminos! No se prosternaron como apartándose de su rectitud, sino porque se humillaron ante los caminos de la eternidad. ¿Es que no vemos prosternados a los montes primordiales cuando los grandes y poderosos se doblan ante el Señor y adoran sus huellas con devota sumisión? ¿Acaso no se rebajan cuando vuelven a las sendas humildes de la misericordia y la lealtad desde esa perniciosa altivez que es la soberbia y  la crueldad?

Capítulo 9

     Por estos caminos del Señor se encaminan no sólo los espíritus buenos, sino también los elegidos. El primer paso del hombre infeliz que emerge de la sima de los vicios es aquella misericordia semejante a la de la madre para con su hijo, con la que siente compasión por su alma, y con ello complace a Dios, pues el que así procede imita aquel gran acontecimiento de inmensa misericordia y se une al dolor de aquel que primero padeció por él, muriendo también él, en cierto sentido, por su propia salvación, sin perdonarse más a sí mismo. Esta primera compasión acoge al que retorna a su corazón y se fragua en el misterio íntimo de sus entrañas.
  Pero todavía debe adentrarse por el camino real y avanzar hacia la fidelidad, acompañado, como tantas veces os lo encarezco, por la apertura de la conciencia, complemento de la contrición del corazón. La fe interior obtiene la justificación y la confesión pública consigue la salvación. Convertido de corazón, debe ser como un niño ante sí mismo, como dice la Verdad: Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. No pretenda, pues, encubrir lo que no es posible ignorar: que ha sido aniquilado sin saber por qué. No se avergüence de sacar a la luz  de la verdad lo que no puede ver oculto sin un gran sentimiento de compasión. Así es como entra el hombre por los caminos de la misericordia y de la lealtad, que son caminos de Dios y sendero de vida; su meta es la salvación del caminante.

Capítulo 10

     Es obvio que los caminos de los ángeles llevan también la misma dirección. Cuando ascienden a la contemplación, buscan la verdad, de la que se sacian deseándola y la desean más al saciarse. Cuando descienden, se compadecen de nosotros para guardarnos en todos nuestros caminos, pues no son sino espíritus en servicio activo enviados para sentirnos. Son sólo siervos nuestros, no señores nuestros. Y en esto siguen el ejemplo del Unigénito, que no vino a ser servido, sino a servir; estuvo entre sus discípulos como quien sirve. La meta de los caminos angélicos, por lo que a ellos respecta, es su propia bienaventuranza y la obediencia del amor; con relación a nosotros, primero es conseguir la divina gracia y además guardar nuestros caminos. Porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en todos tus caminos, en todas tus indigencias, en todos tus deseos.
     De lo contrario, fácilmente correrías hacia los caminos de la muerte. Es decir, te lanzarías de la necesidad a la obstinación, o del deseo apasionado, a la soberbia. Y estos caminos no son los de los hombres, sino propios de los demonios. Porque ¿dónde suelen obstinarse más fácilmente los hombres sino en aquello que fingen o creen que necesitan? Lo dice un poeta: Prediques lo que prediques, yo puedo lo que puedo y no más de lo que puedo. Si tú estuvieses en mi caso, pensarías de otra manera. ¿De dónde saltamos a la presunción sino desde el  ímpetu violento del deseo?

Capítulo 11

     Dios ha dado órdenes a sus ángeles no para que te desvíes de sus caminos, sino que guardarte en ellos y para dirigir los tuyos a los del Señor a través de los suyos. Me dirás: ¿De qué manera? Mira: él obra más puramente, sólo por amor. Pero tú, persuadido, al menos, de su propia necesidad, descendiendo y condescendiendo, mostrarás compasión hacia tu prójimo y de nuevo elevarás tus deseos como los ángeles esforzándote por ascender a la verdad suma y eterna con toda la vehemencia de tu alma. Por eso nos invitan a elevar los corazones y las manos y oímos todos los días: Levantemos el corazón. Y nos reprochan nuestra dejadez: Y vosotros, ¿Hasta cuándo seréis de estúpido corazón, amaréis la falsedad y gustaréis el engaño? Porque un corazón libre es ágil para elevarse más en la búsqueda y amor de la verdad. No nos extrañe, pues, que se dignen acogernos, e incluso introducirnos en los caminos del Señor, los que no tienen a menos guardarnos en los nuestros.¡Cuánto más felices y seguros que nosotros caminan por ellos! Mas, aunque caminen por la misericordia y lealtad, distan muchísimo del que es la verdad misma y la misma lealtad.

Capítulo 12

   ¡Con qué coherencia puso Dios todas las cosas en su debido lugar! El se reserva la cumbre suprema, porque es el Sumo, sobre el cual nada hay; porque más allá de él nada existe. A los ángeles no los colocó en la cumbre, sino en lugar seguro, porque habitan más cerca del que subsiste en el lugar supremo, y desde lo alto los reviste de fuerza. Los hombres, en cambio, no viven en la cumbre ni en lugar seguro, sino en el de la precaución. Además habitan en la tierra sólida, ocupando un lugar bajo, pero no en el ínfimo, del que pueden y deben prevenirse. Mas los demonios quedan colgados en el aire vacío e inestable, porque son indignos de subir a los cielos y no se rebajan a descender hasta la tierra.
   Baste por hoy con lo dicho. Dios quiera que con su favor podamos darle gracias suficientemente, ya qué nuestra suficiencia nos llega de él. No es que de por sí uno tenga aptitudes para poder apuntarse algo como propio. Quien nos lo concede es aquel que da sin regatear y es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos de los siglos.

RESUMEN
Nos preguntamos cómo caemos en el pecado, cómo nos protege Cristo y qué medios tenemos para volver a la rectitud de la virtud. La misericordia del Señor evitó que fuéramos entregados a la saña de nuestros enemigos. Nos prometió que “no se acercará la desgracia ni la plaga llegará hasta tu tienda”. Es una saña tan grande que es como la del ladrón que sólo quiere matar y perdernos, empleando todo su afán en conseguir que no se convierta jamás el que ya se desvió. El ser humano vive agobiado por la pasión y la necesidad. La necesidad urge, mientras la pasión arrebata con violencia. Aunque ambas cosas son malas, es mucho mejor seguir el impulso de la necesidad que el de la pasión. La necesidad implica aflicción y la pasión desgracia. La necesidad nace en la debilidad del cuerpo. El deseo proviene del vacío y olvido del corazón. ¿Por qué camino caemos? El primer paso es el encubrimiento de la propia debilidad. El segundo es la ignorancia de si mismo. El tercero es la soberbia. El cuarto es el desprecio. El hombre se dota así de un corazón terco y endurecido que ni teme a Dios ni respeta al hombre. La sabiduría del hombre se conoce por su paciencia. La paciencia produce entereza y la entereza esperanza. Aunque tengamos protección divina, no podemos desasistirnos sino vigilar con la mayor atención. Los ángeles son espíritus bienaventurados que ascienden para contemplar a Dios y descienden para compadecerse de ti y guardarte en tus caminos. Las sendas para volver al Señor son la misericordia y la lealtad. Cuando la misericordia y lealtad se encuentan, entonces se besan la justicia y la paz. Para volver a la paz espiritual lo primero que tenemos que sentir es misericordia hacia nuestra alma. Lo segundo es no avergonzarse de sacar a la luz de la verdad lo que no puede ser oculto y acompañarlo de un gran sentimiento de compasión

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