¡Cómo nos engaña la vida!
1. ¡Cuán cierta es esta sentencia, hermanos: La vida del hombre en esta tierra es una tentación! Sí, esta vida es una mentira, que se manifiesta de mil maneras. Para burlarse del hombre cambia de rostro y de voz: lo mismo afirma que niega, y sin el menor sonrojo. Cuando habla de su largura, dice a cada uno una cosa distinta. Más aún, a la misma persona, según los momentos, le hace proposiciones contradictorias y opuestas. Tan pronto se lamenta de su brevedad como sueña que va a ser larguísima. Mientras se deleita en el pecado gime a voz en grito por su brevedad. Esta brevedad, sin duda, es cierta; lo que no es auténtico es el gemido, pues eso que recuerda con tristeza debería ocasionarle una inmensa alegría.
En realidad esto le viene muy bien al que se obstina en semejante actitud. Si la voluntad no sabe dominarse en el mal, que le ponga al menos un límite la necesidad. Al que siempre está muriendo en su alma le conviene morir cuanto antes en su cuerpo. Más aún: más le valdría a ese hombre no haber nacido. El recuerdo mismo de la fugacidad de esta vida debe ser más un freno que un estímulo para pecar. Lo dice la Escritura: Acuérdate de tus últimos momentos y nunca pecarás.
El pecado reina en ti, e incluso tu mayor placer es servir al pecado, hasta el punto de angustiarte el poco tiempo de que dispones para servirle. Tanto amas el camino ancho, que desearías alargarlo lo más posible si pudieras. Tú, en cambio, tenlo por cierto que estás muy lejos del reino de Dios, y que has hecho un contrato indisoluble con la muerte y un pacto con el infierno.
2. Dice el Profeta que erraban por la soledad y el desierto, y no encontraban el camino de una ciudad hospitalaria. Esta soledad es la de los soberbios, porque se consideran los únicos y quieren que todos los tengan como únicos. Es inteligente no soporta ningún compañero. Es hábil en los negocios del mundo, y no quiere ver otro como él. Es rico y se retuerce al ver que otro se enriquece. Es fuerte o atractivo, y con sólo ver a otro parecido se derrumba. Es un solitario, pero equivocado. Camina sin rumbo por su soledad, y le será imposible vivir solo en la tierra. No es extraño que al hablar de esta soledad, el salmo añada "el desierto": en la soledad y en el desierto. En la soledad suele faltar el agua, y los desiertos son ordinariamente estériles y áridos. Así ocurre también con la soberbia: siempre le acompaña la impenitencia. El corazón altivo es duro y sin piedad, ignora la compunción y está reseco porque le falta el rocío de la gracia espiritual. Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes. Y el Profeta añade: de los manantiales sacas los ríos, sus aguas fluyen entre los montes. Por eso llora amargamente de sí mismo: Mi alma es para ti como una tierra reseca.
Por otra parte la falta de agua no sólo trae aridez, sino también suciedad, pues no hay con qué lavarse. Y el corazón humano que no sabe llorar se vuelve inevitablemente duro e impuro. Cada noche, dice un salmo, lloro sobre el lecho, para borrar las manchas de mi conciencia. Riego mi cama con lágrimas, para que no me ocurra lo mismo que a aquella semilla que cayó en las rocas, y al brotar se secó por falta de humedad.
3. Erraban por la soledad y el desierto y no encontraban el camino de una ciudad hospitalaria. Se perdieron porque iban por la estepa y sin caminos. El camino ancho no es un auténtico camino. Una característica esencial del camino es la rectitud; la anchura, en cambio, es más propia de la meseta que del camino.
Así es la vida abierta a los vicios: tiene unos márgenes muy amplios porque carece de ellos. En realidad no se puede llamar vida cuando su meta es la muerte. Lo dice el Apóstol: Si vivimos según los bajos instintos, moriremos. Tampoco el rodeo es un camino; y sin embargo, ése es el camino de los impíos, como dice la Escritura: Los impíos no cesan de dar vueltas. Es un camino ancho, que no tiene ningún margen ni a la derecha ni a la izquierda, y no sabe de leyes ni de transgresión.
A estos engendros de la incredulidad, entregados sin reservas a los placeres carnales y a su propia voluntad, la mentira de la vida les dice en confianza que es muy breve. Y esto para que se entristezcan a nivel sensible, y vean que tanto ellos como su jefe disponen de muy poco tiempo y se lancen con más ansia a toda clase de placer; ved cómo los lo dicen aquellos otros: No se nos escape la flor primaveral; ciñámonos coronas de capullos de rosas antes de que se ajen; que no quede pradera sin probar nuestra orgía; que todos conozcan nuestros desenfrenos; dejemos en todas partes recuerdos de nuestra lascivia, porque ésta es nuestra suerte y nuestro sino. O con aquella otra frase aún más expresiva: Comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Eso mismo les dirá mañana su misma injusticia, porque los que no han seguido el camino de una ciudad hospitalaria, tampoco aquí tendrán una ciudad permanente. Cuanto más se enfrascan en el pecado más enloquecen. De hecho, cuando comienza a horrorizarles el recuerdo de la muerte y tiemblan ante la espera terrible del juicio, su vida mentirosa les engaña haciéndoles creer que es muy larga. Y de este modo, lo mismo se deprimen al verla tan breve para pecar, como la ven tan larga que se imaginen poder consumir todavía largos años en el pecado, y disponer de tiempo suficiente para hacer penitencia de ellos.
Pero si no se arrepienten les ocurrirá como a los otros: les llegará el temor que recelaban; y mayor aún de lo que recelaban. Transcurrirá como un rayo el tiempo de los desvaríos, y les sucederá el tiempo, o más bien la eternidad de los momentos. Lo mismo a éstos: cuando están diciendo paz y seguridad, entonces les caerá encima de repente el exterminio. Y no alcanzarán ni la mitad de los días que soñaban vivir, ni la mitad de los que se prometían disfrutar.
4. De vosotros, hermanos, no temo ni la vana tristeza por la brevedad real de esta vida, ni el falso consuelo de una imaginaria largura. Estoy convencido de que ya estáis en camino hacia una ciudad hospitalaria, y que no avanzáis por el desierto, sino por el camino. Lo que sí temo es otra cosa muy distinta: que la vida os engañe con su largura, y esto no para animaros, sino para sumiros en el desaliento. Sí, temo que alguno piense que aún le queda mucho tiempo de vida y un largo camino por delante, y esto deprima su espíritu pusilánime y se crea sin fuerzas suficientes para soportar tantas y tan grandes pruebas.
¿Es que los consuelos de Dios no alegran las almas de los elegidos en proporción a las penas que soporta su corazón? Ahora es cierto que están proporcionados a los sufrimientos, y por tanto, se nos dan con medida. Pero después ya no habrá consuelos sino alegría perpetua a su derecha. Hermanos, deseemos esa mano derecha que nos abrazará a todos. Suspiremos por esa alegría de tal modo que el tiempo nos parezca breve -como realmente es-y nuestros días se nos hagan poquísimos comparados con ese amor tan infinito. Los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse en nosotros. ¡Qué promesa tan gozosa! ¡Abracémosla con todas nuestras ansias!
Allí no seremos unos espectadores fríos y amorfos. Aquella gloria no será algo externo a nosotros, sino que se manifestará en nosotros mismos. Veremos a Dios cara a cara; mas no fuera de nosotros, porque estará en nosotros como quien está todo en todos. Esta gloria llenará toda la tierra, ¡cuánto más el alma! Nos saciaremos de los bienes de tu casa, dice el salmista. ¿Y por qué digo que la gloria no será algo externo, sino interior a nosotros? Porque ahora ya está en nosotros, y entonces se manifestará: Ya somos hijos de Dios, pero todavía no sé lo que seremos.
5.Hermanos míos, si es verdad que no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, reconozcamos los dones que Dios nos hace. Me atreve a deciros que ya nos ha dado todo. Si no me creéis a mí, creed al menos al Apóstol: Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con é no nos lo regale todo? Esta es la gracia de los hijos de Dios, la que él concede a los que le reciben. Esta la gloria de cada creyente: la gloria de ser adoptados por el Padre; concedida por aquel cuya gloria hemos contemplado, gloria del Hijo Único del Padre. Escucha la realidad de esa gracia: Todo es posible para quien tiene fe.
6. Sin embargo, me dirás, todavía me inquietan y me atacan abiertamente muchas cosas. Me extraña que me digas que ya nos ha dado todo, cuando casi nada se adapta a mis deseos. Algunas cosas parece que nos sirven, pero con nuestro esfuerzo y después de servirles nosotros a ellas. Los mismos animales nos resultan inútiles si antes no los alimentamos, domesticamos y cuidamos. La misma tierra, que debía ser nuestra frente. E incluso, después de cultivarla, nos produce cardos y espinas. Lo mismo ocurre con todas las demás si las supera con creces a lo que nos dan. Sin hablar de las que están siempre dispuestas a dañarnos, como el fuego a quemarnos, el agua a sumergirnos o las fieras a destrozarnos.
Sí, todo eso es cierto. Y el Apóstol tampoco nos engaña, ni siquiera cuando afirma aún más explicitamente en otro lugar: Sabemos que todo coopera al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado siguiendo su propósito a ser santos. Pero fíjate, no dice que todo sirva a su capricho, sino que todo coopera a su bien. Efectivamente, no están al servicio de nuestro capricho, sino de nuestra utilidad; no de nuestro placer, sino de nuestra salud; no de nuestros deseos, sino de nuestro provecho.
De tal modo concurre todo a nuestro bien, que podemos incluir a las que no son nada, como las molestias, la enfermedad propia, sino que son corrupción de la naturaleza. ¿No concurre el pecado al bien del que, a causa de él, se muestra más humilde y fervoroso, más cauto, más prevenido y prudente?
7. Estas son las primicias del espíritu, éstas las primicias del reino, el preludio de la gloria, el alborear de su dominio y las arras de la herencia paterna. Cuando venga lo perfecto se acabará lo limitado; y todo resultará a nuestro agrado, pues un lazo indisoluble unirá lo útil y agradable para siempre. Este será aquel peso eterno de gloria del que habla el Apóstol: Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria eterna que las sobrepasa desmesuradamente.
Sigue, pues, murmurando y diciendo: "Qué largo y pesado es esto"- ¡No puedo soportar tantos años esta carga". El Apóstol dice que la suya es momentánea y ligera. Y a ti seguramente que no te han azotado cinco veces los judíos, con cuarenta golpes menos uno, ni has pasado una noche y un día en el abismo del mar, ni has trabajado más que los demás, ni has resistido hasta la sangre. No, los sufrimientos no pueden compararse con la gloria. La tribulación es momentánea y ligera; la gloria es eterna, y su grandeza la sobrepasa en todos los sentidos. ¿Por qué haces cálculos inciertos de los días y los años? Las horas pasan y también las penas. Y en vez de sumarse unas a otras, se ceden el sitio y se suceden. En cambio, la gloria, el salario y la recompensa de nuestro trabajo tiene otro ritmo muy distinto. No cambia ni se acaba jamás. subsiste en toda su integridad, y subsiste por toda la eternidad. Cuando el Señor dé a sus amigos el reposo, entonces les llegará la herencia.
A cada día le bastan ahora sus agobios, y un día no puede diferir su fatiga para el siguiente. Pero la recompensa de todos los esfuerzos se concederá en aquel único día que no se acabará jamás. Me aguarda la corona merecida, dice el Apóstol, con la que me premiará, no en aquellos días, sino en aquel día el Juez justo. Vale más un día en aquellos atrios que mil en mi casa. Las penas se beben gota a gota, son un hilo de agua, algo casi invisible. Pero la recompensa es un torrente de delicias, un río impetuoso, un caudal inmenso de alegría, un río de gloria y de paz. Sí, un río que desborda, no un simple riachuelo que fluye y corre. Si se le llama río es para evocar la abundancia, no para indicar que corre y pasa.
8. Un peso eterno de gloria, dice la Escritura. No se nos promete un vestido glorioso, ni un banquete glorioso, ni una casa gloriosa, sino la mismísima gloria. Y cuando se nos citan aquellas realidades u otras parecidas, es a título de figura. Lo que esperan los justos no es algo alegre, sino la alegría misma. Los hombres disfrutan con los alimentos, los honores, las riquezas y los vicios. Pero todos estos goces siempre acaban en la tristeza, porque la alegría que depende de una materia fugaz, cambia tanto como su objeto. Encended un cirio: no es pura esencia de luz, sino una lámpara; la llama consume lo que la alimenta, y si no consume no se mantiene. Si disminuye el combustible también ella mengua; y cuando aquél se agota ésta se extingue por completo. Y lo mismo que aquella primera llama acaba en humo y oscuridad, la alegría de una cosa agradable se torna en tristeza.
A nosotros, empero, Dios nos ha preparado no un panal de miel, sino una miel purísima y transparente. Nuestro Dios nos ha reservado el gran tesoro de la alegría en sí misma, la vida, la gloria, la paz, la felicidad, la dulzura, la dicha, el gozo y el regocijo. Todo esto es una misma y única realidad, porque Jerusalén está perfectamente compenetrada. esta única realidad no es otra que el mismo Dios, pues, como dice el Apóstol, Dios lo será todo en todos. Esta es nuestra recompensa, ésta nuestra corona, ésta nuestra victoria: ojalá corramos hacia ella y la consigamos.
Hermanos, un buen agricultor que desea tener una cosecha abundante, nunca dice que el tiempo de la sementera es muy largo. Vuestros días, lo mismo que vuestros cabellos, están contados; y si no se pierde un cabello, tampoco un solo momento de vuestra vida. Con esta promesa, carísimos, guardémonos de caer en la desgana o apocamiento. No nos quejemos de que es pecado el yugo de Cristo, pues él mismo afirma que suave y su carga ligera.
Hermanos, un buen agricultor que desea tener una cosecha abundante, nunca dice que el tiempo de la sementera es muy largo. Vuestros días, lo mismo que vuestros cabellos, están contados; y si no se pierde un cabello, tampoco un solo momento de vuestra vida. Con esa promesa, carísimos, guardémonos de caer en la desgana o apocamiento. No nos quejemos de que es pesado el yugo de Cristo, pues él mismo afirma que es suave y su carga ligera. Y cuando sintamos el peso del día, pensemos en el peso eterno de gloria. A ella nos lleve, por su bondad, el Señor poderoso y Rey de la gloria, a quien aclamamos en esta vida con todo fervor y humildad: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.
2. Dice el Profeta que erraban por la soledad y el desierto, y no encontraban el camino de una ciudad hospitalaria. Esta soledad es la de los soberbios, porque se consideran los únicos y quieren que todos los tengan como únicos. Es inteligente no soporta ningún compañero. Es hábil en los negocios del mundo, y no quiere ver otro como él. Es rico y se retuerce al ver que otro se enriquece. Es fuerte o atractivo, y con sólo ver a otro parecido se derrumba. Es un solitario, pero equivocado. Camina sin rumbo por su soledad, y le será imposible vivir solo en la tierra. No es extraño que al hablar de esta soledad, el salmo añada "el desierto": en la soledad y en el desierto. En la soledad suele faltar el agua, y los desiertos son ordinariamente estériles y áridos. Así ocurre también con la soberbia: siempre le acompaña la impenitencia. El corazón altivo es duro y sin piedad, ignora la compunción y está reseco porque le falta el rocío de la gracia espiritual. Dios se enfrenta con los arrogantes, pero concede gracia a los humildes. Y el Profeta añade: de los manantiales sacas los ríos, sus aguas fluyen entre los montes. Por eso llora amargamente de sí mismo: Mi alma es para ti como una tierra reseca.
Por otra parte la falta de agua no sólo trae aridez, sino también suciedad, pues no hay con qué lavarse. Y el corazón humano que no sabe llorar se vuelve inevitablemente duro e impuro. Cada noche, dice un salmo, lloro sobre el lecho, para borrar las manchas de mi conciencia. Riego mi cama con lágrimas, para que no me ocurra lo mismo que a aquella semilla que cayó en las rocas, y al brotar se secó por falta de humedad.
3. Erraban por la soledad y el desierto y no encontraban el camino de una ciudad hospitalaria. Se perdieron porque iban por la estepa y sin caminos. El camino ancho no es un auténtico camino. Una característica esencial del camino es la rectitud; la anchura, en cambio, es más propia de la meseta que del camino.
Así es la vida abierta a los vicios: tiene unos márgenes muy amplios porque carece de ellos. En realidad no se puede llamar vida cuando su meta es la muerte. Lo dice el Apóstol: Si vivimos según los bajos instintos, moriremos. Tampoco el rodeo es un camino; y sin embargo, ése es el camino de los impíos, como dice la Escritura: Los impíos no cesan de dar vueltas. Es un camino ancho, que no tiene ningún margen ni a la derecha ni a la izquierda, y no sabe de leyes ni de transgresión.
A estos engendros de la incredulidad, entregados sin reservas a los placeres carnales y a su propia voluntad, la mentira de la vida les dice en confianza que es muy breve. Y esto para que se entristezcan a nivel sensible, y vean que tanto ellos como su jefe disponen de muy poco tiempo y se lancen con más ansia a toda clase de placer; ved cómo los lo dicen aquellos otros: No se nos escape la flor primaveral; ciñámonos coronas de capullos de rosas antes de que se ajen; que no quede pradera sin probar nuestra orgía; que todos conozcan nuestros desenfrenos; dejemos en todas partes recuerdos de nuestra lascivia, porque ésta es nuestra suerte y nuestro sino. O con aquella otra frase aún más expresiva: Comamos y bebamos, que mañana moriremos.
Eso mismo les dirá mañana su misma injusticia, porque los que no han seguido el camino de una ciudad hospitalaria, tampoco aquí tendrán una ciudad permanente. Cuanto más se enfrascan en el pecado más enloquecen. De hecho, cuando comienza a horrorizarles el recuerdo de la muerte y tiemblan ante la espera terrible del juicio, su vida mentirosa les engaña haciéndoles creer que es muy larga. Y de este modo, lo mismo se deprimen al verla tan breve para pecar, como la ven tan larga que se imaginen poder consumir todavía largos años en el pecado, y disponer de tiempo suficiente para hacer penitencia de ellos.
Pero si no se arrepienten les ocurrirá como a los otros: les llegará el temor que recelaban; y mayor aún de lo que recelaban. Transcurrirá como un rayo el tiempo de los desvaríos, y les sucederá el tiempo, o más bien la eternidad de los momentos. Lo mismo a éstos: cuando están diciendo paz y seguridad, entonces les caerá encima de repente el exterminio. Y no alcanzarán ni la mitad de los días que soñaban vivir, ni la mitad de los que se prometían disfrutar.
4. De vosotros, hermanos, no temo ni la vana tristeza por la brevedad real de esta vida, ni el falso consuelo de una imaginaria largura. Estoy convencido de que ya estáis en camino hacia una ciudad hospitalaria, y que no avanzáis por el desierto, sino por el camino. Lo que sí temo es otra cosa muy distinta: que la vida os engañe con su largura, y esto no para animaros, sino para sumiros en el desaliento. Sí, temo que alguno piense que aún le queda mucho tiempo de vida y un largo camino por delante, y esto deprima su espíritu pusilánime y se crea sin fuerzas suficientes para soportar tantas y tan grandes pruebas.
¿Es que los consuelos de Dios no alegran las almas de los elegidos en proporción a las penas que soporta su corazón? Ahora es cierto que están proporcionados a los sufrimientos, y por tanto, se nos dan con medida. Pero después ya no habrá consuelos sino alegría perpetua a su derecha. Hermanos, deseemos esa mano derecha que nos abrazará a todos. Suspiremos por esa alegría de tal modo que el tiempo nos parezca breve -como realmente es-y nuestros días se nos hagan poquísimos comparados con ese amor tan infinito. Los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse en nosotros. ¡Qué promesa tan gozosa! ¡Abracémosla con todas nuestras ansias!
Allí no seremos unos espectadores fríos y amorfos. Aquella gloria no será algo externo a nosotros, sino que se manifestará en nosotros mismos. Veremos a Dios cara a cara; mas no fuera de nosotros, porque estará en nosotros como quien está todo en todos. Esta gloria llenará toda la tierra, ¡cuánto más el alma! Nos saciaremos de los bienes de tu casa, dice el salmista. ¿Y por qué digo que la gloria no será algo externo, sino interior a nosotros? Porque ahora ya está en nosotros, y entonces se manifestará: Ya somos hijos de Dios, pero todavía no sé lo que seremos.
5.Hermanos míos, si es verdad que no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, reconozcamos los dones que Dios nos hace. Me atreve a deciros que ya nos ha dado todo. Si no me creéis a mí, creed al menos al Apóstol: Aquel que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo es posible que con é no nos lo regale todo? Esta es la gracia de los hijos de Dios, la que él concede a los que le reciben. Esta la gloria de cada creyente: la gloria de ser adoptados por el Padre; concedida por aquel cuya gloria hemos contemplado, gloria del Hijo Único del Padre. Escucha la realidad de esa gracia: Todo es posible para quien tiene fe.
6. Sin embargo, me dirás, todavía me inquietan y me atacan abiertamente muchas cosas. Me extraña que me digas que ya nos ha dado todo, cuando casi nada se adapta a mis deseos. Algunas cosas parece que nos sirven, pero con nuestro esfuerzo y después de servirles nosotros a ellas. Los mismos animales nos resultan inútiles si antes no los alimentamos, domesticamos y cuidamos. La misma tierra, que debía ser nuestra frente. E incluso, después de cultivarla, nos produce cardos y espinas. Lo mismo ocurre con todas las demás si las supera con creces a lo que nos dan. Sin hablar de las que están siempre dispuestas a dañarnos, como el fuego a quemarnos, el agua a sumergirnos o las fieras a destrozarnos.
Sí, todo eso es cierto. Y el Apóstol tampoco nos engaña, ni siquiera cuando afirma aún más explicitamente en otro lugar: Sabemos que todo coopera al bien de los que aman a Dios, de los que él ha llamado siguiendo su propósito a ser santos. Pero fíjate, no dice que todo sirva a su capricho, sino que todo coopera a su bien. Efectivamente, no están al servicio de nuestro capricho, sino de nuestra utilidad; no de nuestro placer, sino de nuestra salud; no de nuestros deseos, sino de nuestro provecho.
De tal modo concurre todo a nuestro bien, que podemos incluir a las que no son nada, como las molestias, la enfermedad propia, sino que son corrupción de la naturaleza. ¿No concurre el pecado al bien del que, a causa de él, se muestra más humilde y fervoroso, más cauto, más prevenido y prudente?
7. Estas son las primicias del espíritu, éstas las primicias del reino, el preludio de la gloria, el alborear de su dominio y las arras de la herencia paterna. Cuando venga lo perfecto se acabará lo limitado; y todo resultará a nuestro agrado, pues un lazo indisoluble unirá lo útil y agradable para siempre. Este será aquel peso eterno de gloria del que habla el Apóstol: Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria eterna que las sobrepasa desmesuradamente.
Sigue, pues, murmurando y diciendo: "Qué largo y pesado es esto"- ¡No puedo soportar tantos años esta carga". El Apóstol dice que la suya es momentánea y ligera. Y a ti seguramente que no te han azotado cinco veces los judíos, con cuarenta golpes menos uno, ni has pasado una noche y un día en el abismo del mar, ni has trabajado más que los demás, ni has resistido hasta la sangre. No, los sufrimientos no pueden compararse con la gloria. La tribulación es momentánea y ligera; la gloria es eterna, y su grandeza la sobrepasa en todos los sentidos. ¿Por qué haces cálculos inciertos de los días y los años? Las horas pasan y también las penas. Y en vez de sumarse unas a otras, se ceden el sitio y se suceden. En cambio, la gloria, el salario y la recompensa de nuestro trabajo tiene otro ritmo muy distinto. No cambia ni se acaba jamás. subsiste en toda su integridad, y subsiste por toda la eternidad. Cuando el Señor dé a sus amigos el reposo, entonces les llegará la herencia.
A cada día le bastan ahora sus agobios, y un día no puede diferir su fatiga para el siguiente. Pero la recompensa de todos los esfuerzos se concederá en aquel único día que no se acabará jamás. Me aguarda la corona merecida, dice el Apóstol, con la que me premiará, no en aquellos días, sino en aquel día el Juez justo. Vale más un día en aquellos atrios que mil en mi casa. Las penas se beben gota a gota, son un hilo de agua, algo casi invisible. Pero la recompensa es un torrente de delicias, un río impetuoso, un caudal inmenso de alegría, un río de gloria y de paz. Sí, un río que desborda, no un simple riachuelo que fluye y corre. Si se le llama río es para evocar la abundancia, no para indicar que corre y pasa.
8. Un peso eterno de gloria, dice la Escritura. No se nos promete un vestido glorioso, ni un banquete glorioso, ni una casa gloriosa, sino la mismísima gloria. Y cuando se nos citan aquellas realidades u otras parecidas, es a título de figura. Lo que esperan los justos no es algo alegre, sino la alegría misma. Los hombres disfrutan con los alimentos, los honores, las riquezas y los vicios. Pero todos estos goces siempre acaban en la tristeza, porque la alegría que depende de una materia fugaz, cambia tanto como su objeto. Encended un cirio: no es pura esencia de luz, sino una lámpara; la llama consume lo que la alimenta, y si no consume no se mantiene. Si disminuye el combustible también ella mengua; y cuando aquél se agota ésta se extingue por completo. Y lo mismo que aquella primera llama acaba en humo y oscuridad, la alegría de una cosa agradable se torna en tristeza.
A nosotros, empero, Dios nos ha preparado no un panal de miel, sino una miel purísima y transparente. Nuestro Dios nos ha reservado el gran tesoro de la alegría en sí misma, la vida, la gloria, la paz, la felicidad, la dulzura, la dicha, el gozo y el regocijo. Todo esto es una misma y única realidad, porque Jerusalén está perfectamente compenetrada. esta única realidad no es otra que el mismo Dios, pues, como dice el Apóstol, Dios lo será todo en todos. Esta es nuestra recompensa, ésta nuestra corona, ésta nuestra victoria: ojalá corramos hacia ella y la consigamos.
Hermanos, un buen agricultor que desea tener una cosecha abundante, nunca dice que el tiempo de la sementera es muy largo. Vuestros días, lo mismo que vuestros cabellos, están contados; y si no se pierde un cabello, tampoco un solo momento de vuestra vida. Con esta promesa, carísimos, guardémonos de caer en la desgana o apocamiento. No nos quejemos de que es pecado el yugo de Cristo, pues él mismo afirma que suave y su carga ligera.
Hermanos, un buen agricultor que desea tener una cosecha abundante, nunca dice que el tiempo de la sementera es muy largo. Vuestros días, lo mismo que vuestros cabellos, están contados; y si no se pierde un cabello, tampoco un solo momento de vuestra vida. Con esa promesa, carísimos, guardémonos de caer en la desgana o apocamiento. No nos quejemos de que es pesado el yugo de Cristo, pues él mismo afirma que es suave y su carga ligera. Y cuando sintamos el peso del día, pensemos en el peso eterno de gloria. A ella nos lleve, por su bondad, el Señor poderoso y Rey de la gloria, a quien aclamamos en esta vida con todo fervor y humildad: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.
RESUMEN
La brevedad de la vida la convierte en un engaño, en el que el hombre se siente atraído por el pecado, sin cortar con la escasez de sus días. El soberbio, debido a sus deseos de singularidad, se ve abocado a la soledad. El corazón humano que no sabe llorar se vuelve inevitablemente duro e impuro. Para buscar una ciudad hospitalaria debemos recorrer un camino recto y estrecho, no un camino circular en el que todo vale. Al impío el tiempo se le escapa, pero de la misma manera piensa que todavía es suficiente para pecar y arrepentirse. Ni siquiera en sus errores encontrará esa ciudad hospitalaria. No nos preocupa la brevedad de la vida sino que es demasiado larga para soportar sus contratiempos, pero nos sostiene la esperanza. Somos hijos de Dios pero desconocemos, en su plenitud, lo que nos espera. Todo es posible para quien tiene fe y el que nos entregó a su hijo nos hizo donación de muchas otras cosas. Todo está hecho para nuestro bien, no para nuestro placer. Incluso el pecado, en cierto sentido, nos hace ser más fervorosos. Hasta la propia corrupción de la naturaleza concurre a disminuir nuestra soberbia. Los sinsabores se suceden unos a otros cada día. En cambio la vida espiritual es un río caudaloso y abundante. La felicidad humana es como una vela que se consume. Nosotros aspiramos no a un panal que se consume sino a una miel purísima y transparente. No podemos aspirar a que nuestros días sean más corto, pues cuanto mayor sea el tiempo de simiente, más tiempo tendremos para purificarnos. En realidad hasta nuestros cabellos y cada uno de nuestros momentos están contados. Sólo alcanzaremos a Dios cuando consideramos que no a nosotros sino "a tu no nombre da la gloria". Dios será todo en todos.
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