SERMÓN PRIMERO
1.La vida y la gloria extraordinarias de Víctor impulsan a todos los rectos de corazón a buscar la virtud más bien que la fama. Apetecer la gloria antes de practicar la virtud y ansiar el premio sin haber luchado denodadamente, es más propio de un espíritu pervertido que de un alma recta. Es inútil que os levantéis antes del amanecer, dice la Escritura. En vano aspira a las cumbres de la gloria el que antes no irradia virtud. Las vírgenes necias salen inútilmente a esperar al esposo con los candiles apagados. Realmente son necias: se glorian de unos candiles, y los tienen vacíos del aceite de la virtud.
Yo sólo quiero gloriarme como aquellos a quienes felicita el Profeta: Caminarán, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro; tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. Y añade: La gloria de su virtud eres tú. No ensalza su gloria, sino la gloria de su virtud. La fama que no procede de la virtud es algo inmerecido, se presume de ella antes de tiempo y es peligroso recibirla. La virtud es el escalón de la gloria; la virtud es la madre de la gloria. Engañosa toda gloria, y vana toda hermosura que no ha sido engendrada por ella. Sólo a ella se le debe en justicia y se le ofrece con seguridad.
2.San Víctor no carece de virtud ni de gloria. Mas consideremos cómo y con qué orden concurrieron en él estas dos realidades. Luchó intrépido, venció valerosamente, y por eso fue coronado de gloria y honor. ¿Había de quedar sin gloria un guerrero heroico y un vencedor humilde? Ni siquiera le faltó la gloria cuando practicaba la virtud, pues fue admirable en signos y prodigios. La vida de Víctor, hermano, es digna de admiración y de fecunda imitación.
Admiro que sacara vino en el desierto, y no de la vid, sino de una fuente. Me pasma y estremece que todavía en el seno materno infundiera terror a los más terribles demonios, que ya le conocieron entonces y lo llamaban por su nombre. Un nombre lleno de sentido, pues da la victoria a un niño, poniendo en fuga a los demonios y obligándolos a confesar. ¿No es también admirable que un pobre esclavo del demonio quedara inmediatamente liberado de él? ¿Quién no se sorprende al ver que a un hombre como los demás se le abren los cielos y fija su mirada en la luz increada, goza de visiones divinas, se recrea con cantos angélicos y escucha sus mensajes? Esto y mucho más veneramos en este santo varón, sin aspirar a imitar a nuestra salvación, y la ponemos en peligro si queremos usurparlo. Es más seguro aspirar a lo sólido que a lo sublime, y mucho mejor correr tras la virtud que tras la gloria.
3.Como no podemos imitar sus prodigios aunque queramos, entreguémonos a encarnar sus costumbres. Imitemos a este hombre de gran sobriedad y fervorosos sentimientos; su dominio de la lengua y su pureza de corazón; aprendamos de él a refrenar la ira, moderar las palabras, dormir poco, orar mucho, exhortarnos unos a otros con salmos, himnos y cánticos inspirados, y empalmar la noche con el día alabando a Dios. Ambicionemos los dones más valiosos. Aprendamos a ser sencillos y humildes como él. Imitemos su generosidad con los pobres, su amabilidad con los huéspedes, su paciencia con los pecadores y su bondad con todos. Esto es lo más valioso. Este es el molde que nos forja; los milagros, en cambio, son una gloria que debemos rechazar. Aquellos nos alegran, esto nos edifica; unos nos conmueven y los otros nos mueven a imitarlos.
Hermanos, aprovechémonos. Hemos sido invitados a la mesa de un rico, a una mesa llena de pan y rebosante de manjares. ¿No es, acaso, rico el que nos alimenta con sus ejemplos, nos protege con sus méritos y nos regocija con sus milagros? Riquísimo, por cierto, pues a su espléndido banquete asisten los ángeles y los hombres. Estos para comer y aquéllos para recrearse; éstos para edificarse y aquéllos para congratularse. Una vida llena de bienes, ¿no es una mesa colmada de manjares? Pero no es todo para todos; cada uno come lo que cree útil y conveniente.
4. Yo, guiado por la prudencia, medito atentamente lo que se me brinda. Procuraré tomar lo mío, sin tocar lo ajeno. No alargaré mi mano a la gloria de los milagros, no sea que, por aspirar a lo que no he recibido, pierda también lo que creo haber recibido. Ni levanto con él mis ojos para enterarme de los secretos celestiales, no sea que me ofusque y orpima su gloria, y palpe demasiado tarde el consejo del Sabio: No pretendas lo que te sobrepasa, ni escudriñes lo que se te esconde. Acaban de poner en las mesas un agua cristalina convertida en vino espumoso; pero no lo tocaré, porque sé que no es para mí, incapaz como soy de cambiar los elementos o trocar su naturaleza. Veo también en la mesa de Víctor a los ángeles que él oyó cantar. ¿Aspiraré yo a que se me aparezcan esos celestes cantores o que aquellos músicos del Apocalipsis me recreen con sus cítaras? Cuando aún vivía en este mundo tenía poder sobre el demonio y después de morir dio la libertad a un preso. Estos manjares tampoco son para mí. Son magníficos y muy sabrosos, pero ni los tocaré, porque soy pobre y no tengo con qué pagarlos.
Pero si me fijo un poco más, encuentro en la mesa del Santo la rectitud de intención, el vigor de la disciplina, es espejo de la santidad, una vida ejemplar y la bandera de la virtud. Eso sí que lo tomo sin riesgo de presunción y lo consumo con provecho. Pues, si lo rechazo, se me pedirá una cuenta muy rigurosa.
5.Mas sigue escuchando lo que me serven. Si me ofreces de la mesa de este rico el pan del dolor y el vino de la compunción, los tomaré con plena libertad, pues soy un pobre desamparado. Las lágrimas serán mi pan noche y día, y mezaclaré mi bebida con el llanto. Esto me pertenece, porque tengo que arrepentirme de muchas obras mías. no me pesará comerlo, pues quien pretende conocer algo, lo pagará con el sufrimiento. Lo mismo digo si aparecen ejemplos de templanza, justicia, prudencia o fortaleza; no dudo en tomarlos, porque me conviene estar preparado para todo esto. No tengo la menor duda de que lo ponen para mí y que me lo reclamarán.
¿Pero nos van a exigir signos y prodigios y que se los devolvamos a ese hombre rico? Hermanos, eso revela la dignidad del que nos invitó, pero no son manjares de pobres. Tú, como invitado que eres, distingue bien qué ha puesto para ti y qué para él, porque no todo lo que se ofrece en la mesa es para ti. Supongamos que distribuyan algo en una copa de oro: sólo te ofrecen la bebida, no la copa. Toma el licor y deja la copa. Es decir, el padre de familia reparte a los suyos ejemplos de buenas obras y sanas costumbres, pero se reserva la prerrogativa de los milagros. Por unos y otros debemos glorificarlo, pues de él procede la gloria de vivir santamente y la facultar de hacer prodigios. El vive y reina eternamente en una perfectísima Trinidad. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
Repasamos la vida y milagros de San Víctor. Nos fijamos en su vida y la comparamos con el mantel que cubre la mesa del rico. Sobre el mismo se desplegan actos virtuosos y numerosos milagros. En realidad debemos fijarnos en los primeros. Deben ser la guía de una vida virtuosa. Los milagros y hechos extraordinarios son sólo manifestaciones de la gloria de Dios que sirven para resaltar y evidenciar su poder y magnificencia.
Hermanos, aprovechémonos. Hemos sido invitados a la mesa de un rico, a una mesa llena de pan y rebosante de manjares. ¿No es, acaso, rico el que nos alimenta con sus ejemplos, nos protege con sus méritos y nos regocija con sus milagros? Riquísimo, por cierto, pues a su espléndido banquete asisten los ángeles y los hombres. Estos para comer y aquéllos para recrearse; éstos para edificarse y aquéllos para congratularse. Una vida llena de bienes, ¿no es una mesa colmada de manjares? Pero no es todo para todos; cada uno come lo que cree útil y conveniente.
4. Yo, guiado por la prudencia, medito atentamente lo que se me brinda. Procuraré tomar lo mío, sin tocar lo ajeno. No alargaré mi mano a la gloria de los milagros, no sea que, por aspirar a lo que no he recibido, pierda también lo que creo haber recibido. Ni levanto con él mis ojos para enterarme de los secretos celestiales, no sea que me ofusque y orpima su gloria, y palpe demasiado tarde el consejo del Sabio: No pretendas lo que te sobrepasa, ni escudriñes lo que se te esconde. Acaban de poner en las mesas un agua cristalina convertida en vino espumoso; pero no lo tocaré, porque sé que no es para mí, incapaz como soy de cambiar los elementos o trocar su naturaleza. Veo también en la mesa de Víctor a los ángeles que él oyó cantar. ¿Aspiraré yo a que se me aparezcan esos celestes cantores o que aquellos músicos del Apocalipsis me recreen con sus cítaras? Cuando aún vivía en este mundo tenía poder sobre el demonio y después de morir dio la libertad a un preso. Estos manjares tampoco son para mí. Son magníficos y muy sabrosos, pero ni los tocaré, porque soy pobre y no tengo con qué pagarlos.
Pero si me fijo un poco más, encuentro en la mesa del Santo la rectitud de intención, el vigor de la disciplina, es espejo de la santidad, una vida ejemplar y la bandera de la virtud. Eso sí que lo tomo sin riesgo de presunción y lo consumo con provecho. Pues, si lo rechazo, se me pedirá una cuenta muy rigurosa.
5.Mas sigue escuchando lo que me serven. Si me ofreces de la mesa de este rico el pan del dolor y el vino de la compunción, los tomaré con plena libertad, pues soy un pobre desamparado. Las lágrimas serán mi pan noche y día, y mezaclaré mi bebida con el llanto. Esto me pertenece, porque tengo que arrepentirme de muchas obras mías. no me pesará comerlo, pues quien pretende conocer algo, lo pagará con el sufrimiento. Lo mismo digo si aparecen ejemplos de templanza, justicia, prudencia o fortaleza; no dudo en tomarlos, porque me conviene estar preparado para todo esto. No tengo la menor duda de que lo ponen para mí y que me lo reclamarán.
¿Pero nos van a exigir signos y prodigios y que se los devolvamos a ese hombre rico? Hermanos, eso revela la dignidad del que nos invitó, pero no son manjares de pobres. Tú, como invitado que eres, distingue bien qué ha puesto para ti y qué para él, porque no todo lo que se ofrece en la mesa es para ti. Supongamos que distribuyan algo en una copa de oro: sólo te ofrecen la bebida, no la copa. Toma el licor y deja la copa. Es decir, el padre de familia reparte a los suyos ejemplos de buenas obras y sanas costumbres, pero se reserva la prerrogativa de los milagros. Por unos y otros debemos glorificarlo, pues de él procede la gloria de vivir santamente y la facultar de hacer prodigios. El vive y reina eternamente en una perfectísima Trinidad. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO
Repasamos la vida y milagros de San Víctor. Nos fijamos en su vida y la comparamos con el mantel que cubre la mesa del rico. Sobre el mismo se desplegan actos virtuosos y numerosos milagros. En realidad debemos fijarnos en los primeros. Deben ser la guía de una vida virtuosa. Los milagros y hechos extraordinarios son sólo manifestaciones de la gloria de Dios que sirven para resaltar y evidenciar su poder y magnificencia.
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