EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 27 de enero de 2014

LA SEPTUAGÉSIMA

EN LA SEPTUAGÉSIMA
(La Septuagésima es el período litúrgico de tres semanas que precede a la Cuaresma. Marca el inicio del tiempo de Carnaval, un tiempo de preparación a la Cuaresma, en el que se inicia la abstinencia de la carne en días laborables.)
SERMÓN PRIMERO
            Grande consuelo me causa, Hermanos míos, aquella sentencia del Señor: El que es de Dios oye las palabras de Dios. Por eso vosotros las oís con gusto, porque sois de Dios. Ni ignoro lo que dice en otro lugar la Escritura: De él y por él y en él son todas las cosas. Pero muy diferentemente son de Él las que según el evangelio de San Juan: no nacieron de la voluntad de la carne sino de Dios. De donde también hallarás escrito por el mismo San Juan en su carta: todo el que es nacido de Dios no peca sino que le conserva la generación celestial. No peca, dice, es decir no permanece en el pecado porque le conserva para que no pueda perecer la generación celestial que no puede engañarse. O, no peca, esto es, es tanto como si no pecara. Por cuanto es, a saber, no se le imputa el pecado, porque la generación celestial le conserva aún en esta parte. Pero ¿quién contará esta generación? ¿Quién podrá decir yo soy de los escogidos, yo de los predestinados a la vida, yo del número de los hijos? Quién, repito, puede decir esto reclamando la Escritura: no sabe el hombre si es digno de amor o de odio? A la verdad no tenemos certidumbre pero la confianza de nuestra esperanza nos consuela, para que no seamos totalmente atormentados por la congoja de esta duda. Por eso se dan algunas señales y manifiestos indicios de salud; de modo que no se puede dudar que aquel es del número de los escogidos en quien aparecieren estas señales. Por esto, repito, a los que Dios conoció en su divina presencia también los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo; a fin de que a quienes niegan la certidumbre para que vivan con solicitud, consuele a los menos y les dé confianza la gracia. Esto es lo que nos debe traer siempre cuidadosos y con temor y temblor, para que vivamos humillados bajo la mano poderosa de Dios, porque cuales somos lo podemos conocer, a lo menos en parte, pero  cuales hemos de ser es totalmente imposibe saberlo. Así el que está en pie tenga cuidado de no caer y procure adelantar en aquella forma de vida que es indicio de salud y señal de predestinación.
2.Verdaderamente entre las cosas que dan confianza y materia de esperar tiene el primer lugar la sentencia de que comenzamos a hablar: El que es de Dios oye las palabras de Dios. Pero tal vez hallarás algunos, que de tal modo oyen, como si de ningún modo perteneciera a ellos, lo que se dice: no entran en su corazón, no examinan sus costumbres, no piensan si acaso lo que oyen se ha dicho por ellos; antes por el contrario, si la palabra de Dios viva y eficaz, que a s arbitrio y no al de quien predica, es dirigida a donde él quiere; si la palabra de Dios, vuelvo a decir, procediere contra aquellos vicios, en que ellos se hallan implicados, disimulan, y apartan los ojos de su corazón, o con algún pretexto de su ingenio palían sus defectos y se engañan los miserables a  sí mismos. En estos no veo señales de salud y más antes temo que acaso no oyen la palabra de Dios, porque ellos no son Dios. En vosotros, Hermanos míos (a Dios las racias) verdaderamente hayo oídos para oír, manifestándose sin tardanza en vuestra enmienda el fruto de la palabra; y aun debo confesar también, que mientras estoy hablando, me parece algunas veces, que yo mismo percibo el fervor de vuestra afectuosa aplicación: pues cuanto más abundantemente mamais, tanto más llena mis pechos la dignación del Espíritu Santo, y tanto más copiosamente me dá Dios que ofreceros, cuanto más presto agotais lo que os presento. Por eso muchas veces os hablo, aun fuera de la costumbre de nuestra Orden; pues sé quien dijo: Si algo pusiereis de más, cuando vuelva os lo daré.
3.Hoy, Hermanos míos, se celebra el principio de la Septuagésima, cuyo nombre en toda la Iglesia es bien conocido. Pero os aseguro, Amantísimos, que al pronunciar este nombre, me compadezco muchísimo de mi mismo. Se conmueve dentro de mi, mi espíritu, suspirando hacia aquella patria, en que ni hay número, ni medida ni peso. Porque ¿Hasta cuando recibiré en número, peso, y medida los bienes del cuerpo, y del alma? ¡Cuántos jornaleros en la casa de mi padre abundan de panes, y yo aquí perezco de hambre! Del corporal sustento se dijo a Adaán, y llegó la sentencia hasta mi: En el sudor de tu trabajo comerás tu pan. Pero, aun después que he trabajado, en peso me dan el pan, en medida la bebida, y los manjares en número. Y de lo corporal así. Pero ¿qué de lo espiritual? Ciertamente antes de comer, suspiro: y ojalá que después que haya suspirado, y llorado, merezca a lo menos un pequeño pedazo del celestial convite, y como un perrito coma de las migajas, que caen de la mesa de sus señores. ¡ O Jerusalen ciudad del Rey grande, que te sacia de la flor del trigo, y a quien el ímpetu del río alera! En ti no hay peso ni medida sino saciedad, y abundancia suma. Ni número tienes, siendo aquella ciudad cuyos habitantes participan siempre de una misma cosa. Y yo que estoy todo sujeto a la vicisitud, y al número, ¿Cuándo me saciaré, Señor, de vuestra gloria? ¿Cuándo seré embriagado de la abundancia de vuestra casa, y me daréis a beber del torrente de vuestras delicias? Tan pequeñas son las totas, que destilan ahora sobre la tierra, que siquiera puedo tragar mi saliva.
4.Así, absolutamente, así es verdad, Hermanos míos, que se dan todas las cosas al presente en peso, medida y número. Pero vendrá día, en que todo cesará; porque acerca del número leemos: No tiene número su sabiduría. Y en otro luar en el mismo Profeta: En vuestra diestra permanecen las delicias para siempre. Escucha también en el Apostol un peso sin peso: Sobremanera, dice,  un eterno peso de gloria soberana. Oyes un paso eterno: pero atiende que dice antes sobremanera. A este modo oígo a Cristo prometer una medida sin medida: Una medida dice, llena, remedida, y que rebosa. Pero ¿cuándo llegará esto? Ciertamente en el fin de la presente Septuagésima, que es el tiempo de nuestro cautiverio. Porque así leemos, que los hijos de Israel, cautivados por los Babilonios, recibieron recibieron el término de setenta años: pasados los cuales volvieron a su tierra, y entonces se restauró el templo, y fue reedificada la ciudad. Pero nuestro cautiverio, Hermanos míos, que se extiende por tantos años desde el principio del mundo ¿cuándo se acabará? ¿Cuándo seremos librados de esta servidumbre? ¿Cuándo se restaurará Jerusalen, ciudad santa? Verdaderamente, cuando se cumpla esta Septuagésima, que se compone de diez y de siete, por los diez mandamientos, que hemos recibido, y por los siete impedimentos que nos hacen difícil el cumplimiento de ellos.
5.El impedimento primero, y grave ocupación, es la misma necesidad de este miserable cuerpo, que pidiendo ya el sueño, ya la comida, ya el vestido, ya otras cosas semejantes, no hay duda, que a cada paso nos impide los ejercicios espirituales. En segundo lugar, nos impiden los vicios del corazón, como son la liereza, la sospecha, los movimientos de envidia, y de impaciencia, el apetito de alabanza, y otros tales, que cada día experimentamos en nosotros. El tercero y el cuarto, le tienes en la prosperidad, y adversidad de este mundo: porque, así como el cuerpo que se corrompe oprime al alma, así esta morada terrena abate el espíritu en la multitud de cuidados, que le agitan. De una y otra parte pues guárdese del lazo de la tentación, y procura fortalecerte con las armas de la justicia a la diestra y a la siniestra. El quinto impedimento y este gravísimo, y peligrosísimo, es nuestra ignorancia: porque en muchas cosas absolutamente no sabemos lo que debemos hacer; de modo que ni aun sabemos orar como conviene. El sexto es nuestro enemigo, que como un león rugiente da vueltas alrededor, buscando a quien devorar: y ojalá que en estas seis tribulaciones quedásemos libres, para que siquiera en la séptima no nos tocara el mal, ni tuviéramos peligro alguno en los falsos hermanos. Ojalá que solos los espíritus malignos nos combatiesen con sus sugestiones, y NO NOS DAÑARAN LOS HOMBRES con perniciosos ejemplos, con persuasiones importunas, con palabras de adulación, de murmuración, y de otros mil modos. Bien veis, que necesario es que contra estos siete peligros, que nos impiden, seamos socorridos con el auxilio del Septiforme Espíritu. Por estos siete peligros pues, que nos hacen tan difícil la observancia del Decálogo, se celebra la presente Septuagésima con el luto de la penitencia: por lo cual cesa también ahora la solemne aleluya, y se hace la relación de la miserable caída del hombre desde el principio.
RESUMEN
En qué sentido se dice que no peca el que ha nacido de Dios. No tenemos certeza de nuestra salud, sino confianza. El mayor indicio de predestinación es oír la palabra de Dios con el respeto que merece. Según la disposición de los oyentes toma fervor la lengua del que predica. En esta vida todos los bienes se dan con medida, pero en la otra con mucha abundancia. Nuestra vida es como el cautiverio de 70 años de los hijos de Israel. Impedimentos que nos hace difícil el cumplimiento de los mandamientos de Dios.
La Septuagésima es la suma de los diez mandamientos y de los diez impedimentos que hacen difícil seguirlos.
1º.Las necesidades materiales del cuerpo.
2º.Los vicios del corazón como la envidia y la necesidad de alabanza.
3º.La prosperidad.
4º.La adversidad.
5º.La ignorancia.
6º.El demonio.
7º.El daño que nos provocan los demás hombres.

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