EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

viernes, 24 de enero de 2014

SERMÓN SEGUNDO DE SAN VÍCTOR


1. Carísimos míos, alegraos en el Señor, pues entre los muchos favores que hace al mundo nos ha regalado un hombre cuyo ejemplo salvará a muchos. Os repito que os alegréis, porque lo sacó de aquí y se lo llevó con Dios para que sus intercesión salve a muchos más. El Señor compasivo y misericordioso puede fijarse ya en unos hombres para perdonar los pecados de otros hombres. Este abogado clemente y bueno tiene tiempo y sitio para interceder: un lugar que todo es paz y un tiempo de tranquilidad.
 Lo vieron en la tierra para que sirviera de ejemplo. Y fue elevado al cielo para convertirlo en intercesor. Aquí ilumina nuestra vida y allí nos invita a la gloria. El que nos incitaba al tabajo, se hizo mediador para el reino. Magnífico mediador que no pide nada para sí y quiere darnos todo a nosotros: el fervor y el fruto de su oración. ¿Qué va a querer para sí el que no necesita nada? El Señor lo conserva, lo llena de vida y lo hace feliz en la gloria; en aquellas verdes praderas abunda de todo. Hoy es el día de su tránsito glorioso, un día de alegría para su corazón: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Ya está inmenso en Dios; alegrémonos, porque puede salvarnos más eficazmente.
2. Hoy, Víctor, despojado de su cuerpo, que era lo único que le impedía entrar en la gloria, penetró en el santuario con todo entusiasmo y plena libertad y fue glorificado por todos los santos. Hoy, desde el último y más vil rincón que se había escogido para imitar al Salvador, el Padre de familia lo llama, lo ensalza como a un verdadero amigo suyo, y lo honra ante todos los comensales.
 Hoy, después de despreciar el mundo y vencer al jefe del mundo, trasciende el mundo como auténtico vencedor y recibe de manos del Señor la corona de la victoria. Pero sube revestido con el manto glorioso de sus méritos, la fama de sus triunfos y la gloria de sus milagros. Ya descansa el intrépido guerrero; y tras las fatigas y sudores de la santa milicia, es felizmente entronizado y le honran con la corona. Su alma posee la plenitud del bien. ¿Quieres saber dónde? Con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Está allí y con ellos: sublime y radiante, rebosante de gozo y de alabanzas, colmada de encantos y de joyas, envuelta en aromas de granado y de flores. Descansa ya libre de preocupaciones y completamente feliz, consagrada a la sabiduría en el ocio y reposo sin límites. La que se sentó a llorar junto a los canales de Babilonia, ahora se relaja junto a la fuente de la vida, y vive junto al torrente de las delicias, cuyas aguas caudalosas alegran la ciudad de Dios.
 Ya encontró la fuente del jardín, el manantial siempre fresco. Y, a ejemplo de la samaritana, bebe el agua de la Sabiduría, que da salud y calma la sed para siempre. Recibe la recompensa de su trabajo y sus obras le alaban en la plaza. Su orgullo es el testimonio de su propia conciencia, no el de la ajena. Está entre los ángeles, cuya compañía merece por sus ardientes deseos, su pureza inmaculada y la hermosura de su castidad. Alterna con los apóstoles, como varón de temple apostólico. Y no tiene por qué alejarse del coro de los profetas, pues glorificó y llevó en su propio cuerpo al que ellos anunciaron. Mucho menos aún se considera indigno nuesro Víctor de compartir los coros gloriosos de los mártires, ya que inmoló la hostia viva de su cuerpos en un tenaz y prolongado martirio.
3. Ahí tenéis a este atleta veterano descansando en la paz y tranquilidad que se ha ganado. Tranquilo de sí mismo, pero muy atento hacia nosotros. Al deshacerse su carne, no perdió las entrañas de misericordia. Luce la estola del triunfo, pero no echa en olvido nuestra miseria ni su compasión. El alma de Víctor no vive en el país del olvido, ni en una tierra que deba cultivar. No, su patria no es la tierra, sino el cielo. La morada celeste no convierte las almas en seres ausentes, olvidadizos o vacíos de amor. Hermanos, la anchura del cielo, lejos de cerrar los corazones, los dilata; en vez de enajenar el espíritu, lo hace más radiante; en lugar de enfriar los afectos, los enardece. En la luz de Dios, la memoria es todo serenidad, no oscuridad. En esa luz se aprende lo que se ignora y no se olvida lo que se conoce.
 Aquellos espíritus que han vivido y viven siempre en el cielo, no por eso desprecian la tierra: la visitan y frecuentan sin cesar. Contemplan extasiados el rostro del Padre. Y no abandonan ni un solo momento su ministerio de caridad. Son espíritus en servicio permanente, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación. Pues si los ángeles visitan y socorren a los hombres, ¿cómo van a olvidarnos los de nuestra propia raza y no compadecerse de lo que ellos mismos padecieron? Ellos ya no sufren, pero sienten nuestro dolor. Han venido de la gran persecución, y no pueden olvidar lo que vieron. Alguien ha dicho: Los justos esperan que me des la recompensa. Víctor es uno de esos justos que espera, sin duda, nuestra recompensa. No es como aquel copero del Faraón que se aprovechó él solo del favor recibido y se olvidó totalmente de su profeta y compañero de cautiverio. Este es un ministro de Cristo, y sigue a Cristo. Cristo no echó en olvido su promesa y concedió una parte en su reino a su compañero en la cruz. El discípulo no irá contra el Maestro. Víctor no hará otra cosa que lo que vea hacer al Maestro. Lo que uno hace, también lo hará el otro.
4. Ya está en ese cielo que antes había visto abierto con sus propios ojos y contempla a cara descubierta la gloria del Señor. Está absorto, pero no olvida los gritos de los humildes. Dichosa visión, por la que nos transformamos en su imagen con resplandor creciente por influjo del Espíritu del Señor. Víctor luchó como un niño y triunfó a lo campeón; estaba todavía en el seno materno y ya expulsó demonios. Creció en virtudes y méritos y dejó esta morada de pecadores. ¡Qué santidad tan sublime la suya! Ya era un santo antes de nacer, y Víctor antes por sus obras que por su nombre. En las entrañas maternas ya venció al enemigo.
 Su santidad la veneran los mismos ángeles. Con la misma prontitud-aunque con opuesta voluntad-huyen de él los malos y le agasajan los buenos. No me atrevo a decir qué patentiza mejor su santidad: si la confianza de éstos o el terror de aquéllos.
 Cuando vivía corporalmente en la tierra y con su espíritu en el cielo, solía oír los susurros angélicos que le anunciaban alguna noticia o le recreaban con la suavidad de sus cantos. Realmente, Víctor, tu alma es una de esas joyas que viste en la cruz. Allí estaba engastada en la cruz, pues al entrar en la gloria divina se transformó en la misma imagen luminosa que allí vio. El que le había dado su espíritu para luchar, le abre sus brazos cuando torna vencedor. ¡Oh, alma invencible!, vuelas como un pájaro sorteando los lazos del mundo. Mira a tantas almas incautas enredadas en ellos y en peligro de perecer y líbranos con tu intercesión.
5. ¡Oh soldado lleno de méritos! Tú trocaste los duros trabajos de la milicia cristiana por el descanso de la felicidad angélica. Mira a estos compañeros tuyos, tan flojos y débiles, que te alabamos entre las espadas enemigas y los ataques espirituales. ¡Oh ínclito vencedor! ¡Tu terrotaste al cielo y a la tierra, despreciando con noble altivez la gloria de ésta y arrebatando con santa violencia el reino de aquélla! Mira desde el cielo a los vencidos en la tierra; que la suprema corona de tus conquistas sea que nosotros precisamente gocemos de tu victoria. Si tu nombre es algo real, la verdad plena de tu nombre se hará patente en nuestra liberación. Pero si nosotros, que somos tuyos, no alcanzamos la libertad, el sentido de tu nombre no sería pleno.
 ¡Qué piadoso, dulce y suave es, o Víctor, cantarte, reverenciarte y suplicarte desde este lugar de miserias y con este cuerpo mortal! Tu nombre y tu recuerdo es un panal de miel en labios de los cautivos. Tu memoria es leche con miel para su lengua. Ea, pues, atleta infatigable, dulce patrono, abogado fiel. ¡Levántate y ven a socorrernos!, para que nosotros celebremos nuestro rescate y tú consigas la plenitud de tu gloria.
 ¡Padre omnipotente! Pecamos contra ti haciéndonos hijos bastardos. Ya volvemos de nuevo a ti en Víctor, que por vencer su ambición aplacará tu ira y nos devolverá el inmenso favor de su gracia ¡Jesús vencedor! Te alabamos en nuestro Víctor, pues estamos convencidos que tú fuiste la causa de sus victorias. Concédele, por favor, que se gloríe de ti por sus victorias y que nunca se olvide de nosotros. Hijo de Dios, inspírale que nos recuerde siempre ante ti, que acepte y defienda nuestra causa en el día tremendo de tu juicio. Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO:
San Víctor es un ejemplo espiritual para nosotros. Su alma, lejos de su cuerpo, por fin descansa alejado de "los canales de Babilonia" que significan la perdición para el alma cristiana. Desde el más allá recuerda, sin duda, nuestra débil condición humana. Pedimos que sea nuestro intermediario y apoya desde el disfrute de la gloria misma de Dios.

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