TRATADO DE LA CONSIDERACIÓN DEL PAPA EUGENIO: PRÓLOGO
TRATADO
DE LA CONSIDERACIÓN
San Bernardo
PROLOGO
Irrumpe
en mi interior, beatísimo papa Eugenio, un deseo incontenible de
dictar algo que te edifique, te agrade y te consuele. Pero vacilo
entre hacerlo o no, pues dudo que pueda salir de mí una exhortación
que debería ser libre y al mismo tiempo moderada; ya que me hallo
como envuelto en una lucha entre dos fuerzas contrarias, impulsado
por mi amor y frenado por tu majestad. Mientras ésta me inhibe, el
amor me apremia.
Pero
entra en lid tu condescendencia y no me lo mandas sencillamente,
sino que te rebajas a pedírmelo, cuando te correspondía
ordenármelo. ¿Cómo podrán resistirse más mis temores, si tu
propia majestad es tan deferente conmigo? No me mediatiza que hayas
sido elevado a la cátedra pontificia. El amor desconoce lo que es
el señorío y reconoce al hijo aun bajo la tiara. Es sumiso por
naturaleza, obedece espontáneamente, accede desinteresadamente,
desiste generosamente. Aunque no todos son así, no todos; porque
muchos se deban llevar de la codicia o del temor. Esos son los
móviles de quienes en apariencia te alaban; sin embargo, en su
corazón anida la maldad. Te adulan con sus reverencias y luego te
abandonarían en la desgracia. En cambio, el amor nunca
desaparecerá.
Yo, a decir verdad, me encuentro liberado de mis servicios maternales contigo, pero no me han arrancado el afecto de madre. Hace mucho que te llevo en las entrañas y no es tan fácil que me arranquen un amor tan íntimo. Ya puedes subir a los cielos o bajar a los abismos, que no acertarás a separarte de mí; te seguiré a donde vayas. Amé al que era pobre en su espíritu; amaré al que ahora es padre de pobres y ricos. Llegué a conocerte bien y sé que no has dejado de ser pobre en el espíritu, aunque te hayan hecho el padre de los pobres. Confío que se haya realizado en ti ese cambio, pero no a tu costa; tu promoción no ha conseguido cambiar tu condición anterior, sino solamente sobreañadirse a ella. Te amonestaré, pues, no como un maestro, sino como una madre. Tal como le corresponde al que ama. Quizá parezca más bien una locura, pero lo será para el que no ama ni siente la fuerza del amor.
CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO ARTÍCULO PRIMERO
LIBRO PRIMERO
CONDOLENCIA
POR SUS OCUPACIONES
Capítulo 1
¿Por
dónde comenzaría? Me decido a hacerlo por tus ocupaciones, pues
son ellas las que más me mueven a condolerme contigo. Digo
condolerme, en el caso de que a ti también te duelan. Si no es así,
te diría que me apenan; pues no puede hablarse de condolencia
cuando el otro no siente el mismo dolor. Por tanto, si te duelen, me
conduelo; y si no, siento aún mayor pena, porque un miembro
insensibilizado difícilmente podrá recuperarse; no hay enfermedad
tan peligrosa como la de no sentirse enfermo. Pero ni se me ocurre
pensar eso de ti.
Sé
con qué gusto saboreabas hasta hace muy poco las delicias de tu
dulce soledad. Es imposible que ya no lamentes su pérdida tan
reciente. Una herida aún fresca duele muchísimo. Y no es posible
que se haya encallecido la tuya tan pronto, ni te creo capaz de
haberte insensibilizado en tan poco tiempo. Todo lo contrario. A no
ser que quieras ocultarlo, te sobran razones para sufrir
justificadamente por las fatigas que te reserva cada día. Si no me
engaño te arrancaron de los brazos de tu querida Raquel,
contra tu voluntad, y ese dolor has de revivirlo inevitablemente
cuantas veces tienes que soportar las consecuencias.
¡Cuándo te
sucede eso? Siempre que intentas algo inútilmente sin poder
llevarlo a cabo. ¡Cuántos esfuerzos sin éxito! ¡Cuántos dolores
de parto sin dar a luz! ¡Cuántos afanes frustrados! ¡Cuántas
cosas tienes que abandonar nada más comenzarlas! ¡Y cuántos
planes caen por tierra nada más concebirlos Han llegado los hijos
hasta el cuello del útero -dice el profeta- y no hay fuerza para
alumbrarlos. ¿No lo has experimentado ya? Nadie lo sabe mejor que
tú. Tendrían que haberse debilitado tus facultades mentales o
deberías ser como la novilla de Efraín, que trillaba a gusto, si
es que te has acomodado a tu situación sin recuperación alguna.
Pero no; eso sería propio de quien ya se ha rendido ante la
reprobación. Te deseo sinceramente la paz, pero no una paz que
nazca de tu conformismo. Sería muy alarmante para mi que gozarás
de esa paz. ¿Te extrañaría que pudieses llegar a ese extremo? Te
aseguro que es posible; ordinariamente la fuerza de la costumbre
lleva a la despreocupación.
CONSIDERACIONES DEL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO SEGUNDO
Capítulo 2
En
una palabra: es lo que siempre me temí de ti y lo temo ahora: que
por haber diferido el remedio, por no poder soportar más el dolor,
llegues, desesperado, a abandonarte al peligro de forma
irremediable. Tengo miedo, te lo confieso, de que en medio de tus
ocupaciones, que son tantas, por no poder esperar que
lleguen nunca a su fin, acabes por endurecerte tú mismo y
lentamente pierdas la sensibilidad de un dolor tan justificado y
saludable.
Sustráete
de las ocupaciones al menos algún tiempo. Cualquier cosa menos
permitirles que te arrastren y te lleven a donde tú no quieras.
¿Quieres saber a dónde? A la dureza del corazón. Y no me
preguntes qué es esa dureza de corazón Si no te has estremecido
ya, es que tu corazón ha llegado a ella. Corazón duro es
simplemente aquel que no se espanta de sí mismo, porque ni lo
advierte. No me hagas más preguntas. Díselo al faraón. Ningún
corazón duro llegó jamás a salvarse, a no ser que Dios, en su
misericordia --como dice el profeta-, lo convierta en un corazón de
carne. ¿Cuándo es duro el corazón? Cuando no se rompe por la
compunción, ni se ablanda con la compasión, ni se conmueve en
a oración. No cede ante las amenazas y se encrespa con los golpes.
Es ingrato a los bienes que recibe, desconfiado de los consejos,
cruel en sus juicios, cínico ante lo indecoroso, impávido entre
los peligros, inhumano con los hombres, temerario para con lo
divino. Todo lo echa a la espalda, nada le importa el presente. No
teme el futuro. Es de corazón duro el hombre que del pasado sólo
recuerda las injurias que le hicieron. No se aprovecha del presente
y el futuro únicamente lo imagina para maquinar y organizar la
venganza. En una palabra: es de corazón duro el que ni teme a Dios
ni respeta al hombre.
Hasta este
extremo pueden llevarte esas malditas ocupaciones si, tal como
empezaste, siguen absorbiéndote por entero sin reservarte nada para
ti mismo. Pierdes el tiempo; y si me permites que sea para ti otro
Jetró, te diría que te agotas en un trabajo insensato, con unas
ocupaciones que no son sino tormento del espíritu, enervamiento del
alma y pérdida de la gracia. El fruto de tantos afanes, ¿no se
reducirá a puras telas de araña?
PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO III
Capítulo
3
EL EXCESO Y
POCA DIGNIDAD DE SUS OCUPACIONES
Yo
te preguntaría: ¿Qué es eso de estar desde la mañana hasta la
noche presidiendo juicios y escuchando a litigantes? Ojalá le
bastara a cada día su malicia. Pero no; no te quedan libres ni las
noches. Apenas has descansado un poco, para que tu pobre cuerpo se
recupere algo, y ya tienes que levantarte de nuevo para acudir a los
juicios. Un día le pasa a otro sus pleitos y la noche lega a la
noche su maldad; y sin respiro alguno no sacas un momento para orar,
ni para entreverar algo el trabajo con el descanso y menos todavía
tienes un intervalo de ocio, aunque sea corto. Sé que tú también
lo deploras, pero inútilmente, si no haces todo lo posible por
remediarlo. Yo quisiera que al menos lo lamentes de momento, para
que no te endurezca tan absorbente ocupación. Los herí y no han
sentido dolor, dice Dios. ¡Qué no seas tú como ellos! Mira de
identificarte más bien con lo que dice el justo y con sus
sentimientos: ¿Qué fuerzas me quedan para resistir? ¿Qué destino
espero para tener paciencia?. ¿soy tan resistente romo la piedra.
¿es acaso de bronce mi carne?
Gran
virtud, por cierto, la paciencia. Pero en este caso no me gustaría
que tuvieras tú. Hay ocasiones en que es preferible
saber impacientarse. No creo que apruebes la paciencia a la que
Pablo se refería: Con gusto soportáis a los insensato, vosotros
que sois sensatos. Si no me equivoco, aquí hay clarísima ironía y
no alabanza, mordaz reprensión de la mansedumbre de algunos que,
entregándose a los falsos apóstoles y seducidos por ellos, toleran
con falsa paciencia que les arrastren a sus extraños y depravados
dogmas. Por eso añade: si alguien os esclaviza, se lo aguantáis.
No
consiste la paciencia en consentir que te degraden hasta la
esclavitud, cuando puedes mantenerte libre. Y no quisiera que pase
inadvertida por ti esa servidumbre.en la que día a día te estás
hundiendo sin darte cuenta. No sentir la continua vejación propia
es un síntoma de que el corazón se haya embotado. Los azotes os
servirán de lección, dice la Escritura. Lo cual es verdad; pero si
no son excesivos. Cuando lo son, nada enseñan, porque provocan
repugnancia. Cuando el impío llega al fondo del mal, todo lo
desprecia. Espabílate y ponte alerta. Que te horrorice el yugo que
te viene encima y te oprime con su odiosa esclavitud.
No creas que
sólo quien sirve a un único señor es esclavo, sino también el
que, sin serlo, está a disposición de todos. No existe peor ni más
opresora servidumbre que la esclavitud de los judíos. Allí donde
vayan la llevan consigo, y en todas partes son molestos para sus
señores: Confiésalo también tú, por favor. ¿Dónde te sientes
libre? ¿Dónde te ves seguro, dónde eres tú mismo? A todas partes
te sigue la confusión, te invade el bullicio y te oprime el yugo de
tu esclavitud
CONSIDERACIONES SOBRE EL PAPA EUGENIO: LIBRO I. CAPÍTULO IV
Capítulo
4
No
me repliques ahora con las palabras del Apóstol, cuando dice:
Siendo yo libre de todos, a todo me esclavicé. Porque no puedes
aplicártelas a ti mismo. El no servía a los hombres como un
esclavo para que consiguieran ventajas inconfesables. No acudían a
él de todas las panes del mundo los ambiciosos, avaros, simoníacos,
sacrílegos, concubinarios, incestuosos y otros monstruos de
parecido ralea para conseguir o conservar mediante su autoridad
apostólica títulos eclesiásticos.
Es
cierto que se hizo siervo de todos aquel hombre cuya vida era Cristo
y para quien morir era una ganancia. De este modo quería ganar a
muchos para Cristo; pero no pretendía amontonar tesoros por su
avaricia. No puedes tomar como modelo de tu servil conducta a Pablo
por la sagacidad de su celo, ni por su caridad tan libre como
generosa. Sería mucho más digno para tu apostolado, más saludable
para tu conciencia y más fecundo para la Iglesia de Dios, que
escucharas al mismo Pablo cuando dice en otro lugar: Habéis sido
rescatados con un precio muy alto; no os hagáis ahora esclavos de
los hombres.
¿Puede
haber algo más servil o indigno de un Sumo Pontífice como
desvivirse por estos negocios, no digo ya cada día, sino en todo
momento? ¿así, qué tiempo puede quedarnos para orar? ¿Cuántas
horas reservamos para adoctrinar a los pueblos? ¿Cómo edificamos
la iglesia? ¿Cuándo meditamos la ley del Señor? Y venga a tratar
de leyes a diario en palacio, pero sobre las de Justiniano; no sobre
las del Señor. ¿También eso es justo? ¿allá tú. La ley del
Señor es perfecta y alegra el corazón. Pero esas otras no son
propiamente leyes, sino pleitos y sofisterías que trastornan el
Juicio. Y tú, el pastor y guardián de las almas, ¿con qué
conciencia puedes tolerar que la ley quede sofocada entre el
bullicio de los litigios?
Estoy
seguro de que te muerden los escrúpulos por tanta perversidad. Y
hasta me imagino que más de una vez te verás obligado a exclamar
ante el Señor, como el profeta: Me contaron los malvados sus
intenciones, pero no hay nada como tu ley. Ven ahora y atrévete a
decirme que gozas de libertad bajo la mole aplastante de tantos
impedimentos ineludibles. A no ser que puedas evitarlo y no lo
quieras. En ese caso estarías mucho más esclavizado por ser siervo
de una voluntad tan degradada como la tuya. ¿o no es un esclavo
aquel a quien le domina la iniquidad? Y más que nadie. Aunque tal
vez para ti sea una abyección mayor ser dominado por otro hombre
que ser esclavo de un vicio. ¿Y qué importará ser esclavo por
propia complacencia o forzosamente, si al fin lo eres? La esclavitud
forzosa es digna de lástima; pero más degradante será la
esclavitud deseada. ¿Qué puedo hacer?, me dices. Abstenerte de
esas ocupaciones. Acaso me responderás: Imposible; más fácil me
resultaría renunciar a la Sede Apostólica. Precisamente eso sería
lo más acertado si yo te exhortara a romper con ellas y no a
interrumpirlas.
LIBRO PRIMERO PAPA EUGENIO: CAPÍTULO V
EXHORTACION
RESPETUOSA
Escucha
mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo
dedicas a las actividades y no reservas nada para la consideración,
¿podría felicitarte? Por eso no te felicito. Y creo que no podrá
hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: El que regula
sus placeres, se hará sabio. Porque incluso las mismas ocupaciones
saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la
consideración. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando
al que se hizo todo para todos, alabo tu bondad; a condición de que
sea plena. Pero ¿cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes de
ella a ti mismo? Tú también eres un ser humano. Luego para que sea
total y plena tu bondad, su seno, que abarca a todos los hombres,
debe acogerte también a ti. De lo contrario, ¿de qué te sirve -de
acuerdo con la palabra del Señor ganarlos a todos si te pierdes a
ti mismo? Entonces, va que todos te poseen, sé tú mismo uno de
los que disponen de ti.
¿Por
qué has de ser el único en no beneficiarte de tu propio oficio?
¿Hasta cuándo vas a ser un aliento fugaz que no torna? ¿Cuándo,
por fin, vas a darte audiencia a ti mismo entre tantos a quienes
acoges? Te debes a sabios y necios, ¿y te rechazas sólo a ti
mismo?
El
temerario y el sabio, el esclavo y el libre, el rico y el pobre, el
hombre y la mujer, el anciano y el joven, el clérigo v el laico, el
justo y el impío, todos disponen de ti por igual, todos beben en tu
corazón como de una fuente pública, ¿y te quedas tú solo con
sed? Si es maldito el que dilapida su herencia, ¿qué será del que
se queda sin él mismo? Riega las calles con tu manantial, beban
de él hombres, jumentos y animales, sin excluir siquiera a los
camellos del criado de Abrahán; pero bebe tú también con ellos
del caudal de tu pozo. No lo repartas con extraños. ¿o es que tú
eres un extraño? ¿para quién no eres un extraño, si lo eres para
ti mismo?
En definitiva,
el que es cruel consigo mismo, ¿para quién es bueno? No te digo
que siempre, ni te digo que a menudo, pero alguna vez, al menos,
vuélvete hacia ti mismo. Aunque sea como a los demás, o siquiera
después de los demás, sírvete a ti mismo. ¿Qué mayor
condescencia? Lo digo por exigencia de la caridad más que de la
justicia. Y creo que soy contigo más indulgente que el propio
Apóstol. ¿Y más de lo conveniente?, me dirás. Pero no me
preocupa; ¿qué más da, si así conviene? Porque confío en que tú
no te conformarás con mi tímida exhortación, sino que la
superarás. En realidad, lo mejor sería que tu generosidad
superara mi audacia. A mí me parece más seguro equivocarme ante tu
majestad que no quedarme corto por mi timidez. Quizá fuera
preferible amonestarle al sabio, como lo he hecho, según lo
que está escrito: Ofrécele la ocasión al sabio, y será más
sabio todavía.
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