1. Os aseguro, queridos hermanos, que nuestra neglicencia es muy grande e inexcusable si nos entregamos a pensamientos inútiles y perdemos el tiempo. No necesitamos penetrar las nubes, ni cruzar el mar para hallar unas ideas sanas y provechosas. Como dice Moisés, tenemos la palabra a nuestro alcance, en nuestra boca y en nuestro corazón. Podemos encontrar en nosotros mismos motivos y semillas infinitas de pensamiento muy útiles.
Si nuestra alma es tan ignorante y negligente que le resulta imposible penetrar en su interior, atienda al menos a lo que hace fuera de sí misma y de manera visible: si busca con atención, también ahí encontrará la sabiduría. Como dice la Escritura: Da una ocasión al sabio y será más sabio.
Fíjate, ¡oh alma, qué das a tu cuerpo: le suministras vida y capacidad de sentir. La vida, como puedes ver, es la misma en todo el cuerpo: es idéntica en el ojo que en los dedos. En cambio, la facultad de los sentidos es distinta. Pide, pues, tu lo mismo a Dios, que es tu verdadera alma. Un alma que desconoce la verdad no podemos decir que vive, sino que está muerta; y carece también de sensibilidad si no posee el amor. La vida del alma es, pues, la verdad, y su sensibilidad el amor.
No te sorprendas si a veces los impíos conocen la verdad y están vacíos de amor. Les ocurren como a ciertos elementos que viven y no sienten, por ejemplo, los árboles y otros semejantes: están animados pero no tienen alma. Así sucede a las almas de los malvados: conocen la verdad por la razón natural, y a veces ayudadas también por la gracia; pero no se dejan animar por ella. En cambio, a los que el alma espiritual infunde el conocimiento de la verdad y del amor, no la poseen como algo externo, sino como su propia alma, se unen a ella u forman un solo espíritu. Para ellos el conocimiento de la verdad es algo indivisible, lo mismo que la vida del cuerpo, como antes dijimos. Un mismo conocimiento percibe las realidades más pequeñas y las más grandes.
2. Pero si lo observamos atentamente, el amor es múltiple. Tal vez puedas encontrar cinco formas distintas, que corresponden a los cinco sentidos corporales. Existe el amor entrañable con el que amamos a nuestros padres, el amor gozoso que nos une a los amigos, el amor legítimo que profesamos a todos los hombres, el amor costoso para con los enemigos y el amor santo y ferviente para con Dios.
Advierte cómo cada uno tiene un aspecto específico y completamente diverso de los demás. Y si lo examinas con un poco de curiosidad, tal vez encuentres que el primero -el amor a nuestros padres- equivale al sentido del tacto. De hecho, este sentido sólo percibe lo que está próximo y unido al cuerpo; y ese amor se manifiesta únicamente a los que están más cercanos según la carne. La comparación sigue siendo válida aunque digamos que es el único sentido difundido en todo el cuerpo, porque ese amor es natural a toda carne, y los mismos animales salvajes aman y son amados de sus criaturas.
Podemos también aplicar perfectamente el amor social al gusto, porque es mucho más sabroso, y éste sentido es el más necesario en la vida humana. Yo no comprendo qué vida tiene, al menos en nuestra vida comunitaria, el que no ama a aquellos con quienes convive.
El amor general a todos los hombres se parece al olfato, porque este sentido percibe las cosas lejanas, y aunque no está privado del placer sensible, al ser tan amplio le llega más débil. El oído, en cambio, capta mejor lo que está lejano; y entre los hombres los más distantes son los que no se aman. Además en los demás sentidos siempre existe algo de placer corporal y en cierto modo pertenecen al cuerpo. El oído, empero, sale totalmente de él. Por eso se compara con razón a ese amor cuyo único motivo es la obediencia. Resulta, pues, evidente que tiene relación con el oído, ya que los otros amores se apoyan algo en el cuerpo.
3. Y la vista se apropia la semejanza con al amor divino, porque es más excelente que los demás y tiene una naturaleza en cierto modo especial. Es mucho más perspicaz y percibe realidades muy remotas. Es cierto que el olfato y el oído captan cosas muy lejanas, pero parece que atraen hacia sí el aire y de él sacan las sensaciones. La vista, en cambio, no actúa así: parece salir de sí misma y superar todas las distancias.
Lo mismo sucede en el amor. Atraemos en cierto modo a los próximos al amarlos como a nosotros mismos; atraemos también a los enemigos, pues los amamos para que sean como nosotros, es decir, nuestros amigos. Pero si amamos a Dios cual conviene, esto es, con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas, nos lanzamos y corremos con toda presteza hacia él, que nos supera infinitamente.
4. Resulta, pues, evidente que entre los sentidos corporales la vista es el más digno de todos, y el oído más que los otros tres. El olfato supera en dignidad, aunque no en utilidad, al gusto y al tacto. Lo manifiesta también la disposición de los órganos. ¿Quién ignora que los ojos se sitúan en la parte superior del rostro y algo más abajo de los oídos? Lo mismo podemos decir de las narices respecto a los oídos, y de la boca con relación a la nariz. Las manos y las otras partes del cuerpo en que reside el tacto están, como sabemos, más bajas que la boca.
Según este principio también podemos comprobar que unos sentidos espirituales son más dignos que otros. Pero esto es muy fácil advertirlo y lo omito en gracia a la brevedad. También dejo a vuestra reflexión esta otra idea: así como los miembros del cuerpo mueren si no los vivifica el alma, también perecen irremisiblemente esos afectos de que hablamos -los miembros del alma- si quedan privados del alma de su alma que es Dios. Porque no amará íntegramente lo que debe mar, o no lo amará cuanto debe ni como debe amarlo. Por ejemplo, hay quienes aman a sus padres con amor carnal, o dan gracias a Dios cuando les concede favores. Semejante amor no merece el nombre de amor, o es un amor débil y a ras de tierra.
Advierte cómo cada uno tiene un aspecto específico y completamente diverso de los demás. Y si lo examinas con un poco de curiosidad, tal vez encuentres que el primero -el amor a nuestros padres- equivale al sentido del tacto. De hecho, este sentido sólo percibe lo que está próximo y unido al cuerpo; y ese amor se manifiesta únicamente a los que están más cercanos según la carne. La comparación sigue siendo válida aunque digamos que es el único sentido difundido en todo el cuerpo, porque ese amor es natural a toda carne, y los mismos animales salvajes aman y son amados de sus criaturas.
Podemos también aplicar perfectamente el amor social al gusto, porque es mucho más sabroso, y éste sentido es el más necesario en la vida humana. Yo no comprendo qué vida tiene, al menos en nuestra vida comunitaria, el que no ama a aquellos con quienes convive.
El amor general a todos los hombres se parece al olfato, porque este sentido percibe las cosas lejanas, y aunque no está privado del placer sensible, al ser tan amplio le llega más débil. El oído, en cambio, capta mejor lo que está lejano; y entre los hombres los más distantes son los que no se aman. Además en los demás sentidos siempre existe algo de placer corporal y en cierto modo pertenecen al cuerpo. El oído, empero, sale totalmente de él. Por eso se compara con razón a ese amor cuyo único motivo es la obediencia. Resulta, pues, evidente que tiene relación con el oído, ya que los otros amores se apoyan algo en el cuerpo.
3. Y la vista se apropia la semejanza con al amor divino, porque es más excelente que los demás y tiene una naturaleza en cierto modo especial. Es mucho más perspicaz y percibe realidades muy remotas. Es cierto que el olfato y el oído captan cosas muy lejanas, pero parece que atraen hacia sí el aire y de él sacan las sensaciones. La vista, en cambio, no actúa así: parece salir de sí misma y superar todas las distancias.
Lo mismo sucede en el amor. Atraemos en cierto modo a los próximos al amarlos como a nosotros mismos; atraemos también a los enemigos, pues los amamos para que sean como nosotros, es decir, nuestros amigos. Pero si amamos a Dios cual conviene, esto es, con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas, nos lanzamos y corremos con toda presteza hacia él, que nos supera infinitamente.
4. Resulta, pues, evidente que entre los sentidos corporales la vista es el más digno de todos, y el oído más que los otros tres. El olfato supera en dignidad, aunque no en utilidad, al gusto y al tacto. Lo manifiesta también la disposición de los órganos. ¿Quién ignora que los ojos se sitúan en la parte superior del rostro y algo más abajo de los oídos? Lo mismo podemos decir de las narices respecto a los oídos, y de la boca con relación a la nariz. Las manos y las otras partes del cuerpo en que reside el tacto están, como sabemos, más bajas que la boca.
Según este principio también podemos comprobar que unos sentidos espirituales son más dignos que otros. Pero esto es muy fácil advertirlo y lo omito en gracia a la brevedad. También dejo a vuestra reflexión esta otra idea: así como los miembros del cuerpo mueren si no los vivifica el alma, también perecen irremisiblemente esos afectos de que hablamos -los miembros del alma- si quedan privados del alma de su alma que es Dios. Porque no amará íntegramente lo que debe mar, o no lo amará cuanto debe ni como debe amarlo. Por ejemplo, hay quienes aman a sus padres con amor carnal, o dan gracias a Dios cuando les concede favores. Semejante amor no merece el nombre de amor, o es un amor débil y a ras de tierra.
RESUMEN
Existe una ley natural que permite a los sabios observar el mundo que les rodea, pero no es posible si no va acompañada de la gracia del conocimiento y el sentimiento del amor.
El amor es múltiple. Existen cinco formas distintas, que corresponden a los cinco sentidos corporales. Existe el amor entrañable con el que amamos a nuestros padres y que equivale al tacto, el amor gozoso que nos une a los amigos y que equivale al gusto, el amor legítimo que profesamos a todos los hombres y que equivale al olfato, el amor costoso para con los enemigos y que equivale al oído; finalmente el amor santo y ferviente para con Dios, que es equiparable a la vista. La vista permite captar realidades lejanas como ocurre con el amor a Dios que nos supera infinitamente. Unos sentidos son superiores a otros y asimismo esa superioridad se corresponde con su ubicación diferente en nuestro organismo. Pero en general los sentidos necesitan ser mantenidos y vivificados. Mantener su intensidad y calidad. Eso sólo es posible con el alma profunda común a todos ellos que es el alma de Dios.
El amor es múltiple. Existen cinco formas distintas, que corresponden a los cinco sentidos corporales. Existe el amor entrañable con el que amamos a nuestros padres y que equivale al tacto, el amor gozoso que nos une a los amigos y que equivale al gusto, el amor legítimo que profesamos a todos los hombres y que equivale al olfato, el amor costoso para con los enemigos y que equivale al oído; finalmente el amor santo y ferviente para con Dios, que es equiparable a la vista. La vista permite captar realidades lejanas como ocurre con el amor a Dios que nos supera infinitamente. Unos sentidos son superiores a otros y asimismo esa superioridad se corresponde con su ubicación diferente en nuestro organismo. Pero en general los sentidos necesitan ser mantenidos y vivificados. Mantener su intensidad y calidad. Eso sólo es posible con el alma profunda común a todos ellos que es el alma de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario