EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 11 de noviembre de 2013

EN LA FIESTA DEL OBISPO SAN MARTÍN


                                      
                                          SAN MARTÍN

Los ejemplos de obediencia

1. Creo que tanto la comunidad como estas ilustres personas que nos regocijan al venir de tan lejos, esperan de mí un sermón. Yo preferiría escucharles; pero si eligen y exigen que se les hable, en vez de escucharles debo obedecerles..El mejor sermón que nos ofrecen es su extraordinaria mansedumbre. Aunque son más santos por sus méritos, superiores en dignidad e inmensamente ricos en sabiduría, se dignan visitarnos y escucharnos. Esta sí que es una ciencia provechosa y una doctrina digna de plena confianza. Nos exhortan a imitarles a ellos, como ellos imitan a Cristo, y a que aprendamos como ellos a ser mansos y humildes de corazón. Pero no predican con la lengua y con palabras, sino con obras y de verdad. 
 Lo mismo hizo María al visitar a Isabel: la Virgen asistió a la casada, la señora a la esclava, la Madre del juez a la del Precursor, la Madre de Dios a la de un modesto criado. E idéntica fue la actitud de Jesús al acercarse a Juan para recibir el bautismo, porque debía cumplir el plan divino. También vosotros, reverendos Padres, habéis escogido lo mejor, y en vez de hablar preferís escuchar, incluso a los que necesitan vuestra doctrina. Por mi parte, aunque no cumpliré perfectamente mi misión, intentaré hacer lo que pueda, convencido de que los inferiores deben obedecer a los superiores.
2. ¿Y de qué vamos a tratar? Recordad aquella frase: El que es de la tierra hablará de la tierra. Hablemos, pues, de la tierra, porque de ella subsistimos y en ella vivimos. Oídme, hijos de la tierra y habitantes del orbe: os hablamos a vosotros y de vosotros. En la tierra nacemos, moramos y morimos, volviendo a la misma de la que fuimos plasmados. Aquí la entrada es estrecha, la estancia breve y la muerte infalible. Todo hijo de Adán debe asumir el juicio que mereció. Tanto se hinchó y propagó que invadió toda la tierra Quieran o no quieran y por más que se obstinen, sobre todos pesa la terrible condena: Eres polvo y al polvo volverás. La sentencia es terrible, pero está suavizada por una inmensa misericordia. Sumamente dura, pero si atiendes a lo que merecíamos todavía está llena de clemencia, porque se nos podía haber dicho al pecar: "eras tierra, y en adelante estarás debajo de la tierra". Incluso en este momento obraría con toda justicia el Señor justo y digno de toda alabanza.
 Él merecería toda alabanza, pero yo no sería capaz de alabarle. Si yo pudiera diría entonces: Señor, tú eres justo y tu juicio es rectísimo. Pero el abismo no te da gracias, ni la muerte te alaba. Somos nosotros los vivos quienes bendecimos al Señor. Apiadado de tu criatura y recordando tu gloria, no permitiste que cuando yo descendía de Jerusalén me bajara  hasta Jericó. Medio muerto, postrado en el camino, a duras penas puedo alabarte Si recobro toda la vida te alabaré con todo mi ser, y todos mis miembros proclamarán: Señor, ¿quién como tú? En el momento de la ira te acordaste de la compasión, y en lugar de condenar al hombre a la destrucción lo humillaste con la aflicción. ¿De qué te quejas, hombre? ¿Te parece demasiado dura la sentencia? Estás amasado de tierra y destinado a la tierra: ella misma es tu materia y tu patria.
3. Tal vez me digas que preferirías oír: "eres espíritu e irás al espíritu". Porque si me fijo en mi alma también soy espíritu, e indudablemente ésta es la parte más noble de mi ser. El Apóstol me dice que el Señor es Espíritu; y lo confirma también Jesús: Dios es espíritu. Y no sólo espíritu, sino Padre de los espíritus. ¿Me va a retener la madre de mi carne porque una parte mía es la carne, y no me va a recibir el Padre carne de los espíritus, si también participo del espíritu? Sí, es cierto. Pero aquí no influye la naturaleza, sino la culpa. Así como los espíritus rebeldes están detenidos en ese espacio aéreo que hay entre el cielo y la tierra, y por eso se les llama poderes aéreos, también nuestros pecados nos separan de Dios y son un muro de división entre el Creador y Padre de los espíritus y la criatura espiritual. 
 El cuerpo arrastró al alma a su región, y aquí domina y oprime a la que es peregrina. Tiene sobre sí una capa de plomo: la maldad que está sentada sobre ella. El cuerpo corruptible es lastre del alma. Es corruptible, y como dice el Apóstol, está muerto por el pecado. En cierto sentido el hombre es cielo, porque es semejante a los espíritus celestes en la sustancia y en la forma: su sustancia es espiritual y su forma es racional. Pero estas propiedades son incapaces de levantarle y que oiga: "Eres cielo e irás al cielo".
 Es inútil que se glorie de la libertad de arbitrio que posee su espíritu: es un cautivo de la ley del pecado que reside en su carne. Podíamos pensar que una cuerda de dos cabos puede ser más fuerte que otra de otros dos. Es decir: que si el hombre es reclamado por la tierra por el doble derecho de ser su patria y su materia, el cielo lo debería también recibir como celestial por su doble título de ser semejante a él en la sustancia y en la forma. Resulta, empero, que el cordel que tira hacia abajo tiene ahora tres cabos, porque se le ha unido el pecado; y es imposible romperlo, a no ser que al otro cordel se le una la gracia. 
 Con ella no tenemos la menor duda que se romperá fácilmente esa maroma de iniquidad que nos arrastra o que arrastramos nosotros. Porque se coloca entre Dios y nosotros, no para separarnos, sino para repararnos y unirnos a él.
4. Por eso corro al monte de la gracia y a las colinas de la misericordia, a Cristo que posee todos los tesoros. Iré al que está lleno de gracia y de verdad, para recibir algo de su plenitud, o más bien para ser admitido en esa plenitud y alcanzar con los demás miembros la edad adulta de Cristo. Porque el único que ha subido al cielo es el que había bajado antes del cielo. El es el mediador fiel y compasivo, que en lugar de separar unió los dos pueblos y derribó la barrera divisoria, perdonando todos nuestros delitos, cancelando el recibo que nos pasaban los preceptos de la ley. Éste nos era contrario, pero Dios lo quitó de en medio clavándolo en la cruz. Destituyó a las soberanías y autoridades y las ofreció en espectáculo público, después de triunfar de ellas y de reconciliar con su sangre lo terrestre y lo celeste.
 Y como había decidido realizar la salvación en medio de la tierra, por eso no puso inmediatamente al hombre debajo de la tierra, como merecía por su pecado, sino en la tierra. Esto nos confiere un rayo de aliento y esperanza: estamos todavía en la tierra y podemos mirar al cielo, y recibir regalos magníficos y dones incomparables del que es Padre de los astros, de los espíritus y de toda misericordia. Por eso hizo al hombre recto, incluso en su cuerpo, y le dio una boca sublime; los otros animales miran a la tierra, él, en cambio, levanta su semblante al firmamento y suspira por aquel lugar donde contempla la morada dichosa y eterna.
5. Si lo miramos con fe y devoción, ¿no estimula ardientemente nuestro amor? ¿No provoca en nosotros una hoguera de deseos la visión de esa región tan refulgente? Las estrellas del cielo no tienen comparación con los terrones de la tierra. Hay una distancia abismal del resplandor del sol a la opacidad del suelo. Es cierto que también aquí vemos algunas cosas relativamente hermosas, pero siempre están mezcladas con otras que carecen de belleza. Son un grano de oro entre el barro, unas perlas en el estiércol, un lirio entre espinas. 
 Más tú, patria mía, eres completamente hermosa y no tienes el mínimo defecto. Completamente hermosa, y prescindiendo de lo que se oculta en su interior. ¿Qué es eso? Los espíritus angélicos, radiantes de felicidad; y las almas de los santos, que ya han merecido entrar en el tabernáculo sagrado de la casa de Dios. Así como hay cuerpos celestes y terrestres, y la gloria de los unos es inmensamente superior a la de los otros, también los espíritus celestes son mucho más perfectos que los espíritus terrestres. Los llamamos: ángeles, arcángeles, virtudes, principados, potestades, dominaciones, tronos, querubines y serafines.
 Pero eso es todo loque sabemos de ellos. ¿Puede acaso una criatura amasada de tierra comprender algo más del mundo celeste, o el hombre carnal de lo espiritual y divino? Reconozco que ignoro lo que se oculta en todos estos nombres, pero estoy cierto de que tras estas palabras tan solemnes late y se insinúa algo muy grande y sublime. Por algo lo llamamos el cielo. Hay en él algo de insuperable. No lo vemos, pero la fe logra atisbarlo. Así como podemos contemplar desde la tierra la belleza del cielo, sin alcanzarla, también se nos permite barruntar su gloria íntima e inefable, aunque no la comprendamos. Vemos la patria y la saludamos de lejos; no saboreamos sus delicias, pero sentimos su fragancia.
6. Por eso el Hijo Unigénito, el que vive en el seno del Padre, mientras vivimos en esta región envuelta en sombras de muerte, nos hace conocer por la fe la gloria de los espíritus celestiales, y nos permite ver directamente los cuerpos. Así lo dice el texto sagrado: "Escucha, hija, mira. ¿Para qué? Presta oído, olvida tu pueblo y la casa paterna". Quiere que depongamos la contumacia, aprendamos la obediencia y nos abracemos a la disciplina. Intenta que olvidemos todo lo anterior, despreciemos lo que no vale nada, dejemos a un lado las costumbres y vicios terrenos, gustemos lo celestial, busquemos lo de arriba y anhelemos lo del más allá.
 Quiere que esta noble criatura ansíe la belleza infinita de su casa "y se vaya transformando en su imagen con resplandor creciente por influjo del Espíritu del Señor. Hasta que el rey se enamore de su belleza espiritual. Pero me preguntarás: ¿cómo sé yo que aquel mirar y oír significa que debo escuchar y obedecer? Admitamos al menos que aviva nuestro deseo.
7. Considera con qué fidelidad acata esta ingente multitud de seres celestes las leyes divinas, sin traspasar jamás en sus continuos movimientos los límites de tiempo o de lugar que tienen asignados. Recuerda que esos espíritus tan sublimes están todos en servicio constante, enviados a un ministerio humildísimo, por no decir indigno de ellos. Y creo que nunca leerás en la Escritura que alguno se atreviera a contradecir al que le enviaba, o se enojara lo más mínimo contra aquellos seres inferiores a quienes se les enviaba. Si lo examinas atentamente, son unos ejemplos de obediencia tanto más apreciables cuanto mayor es su dignidad.
 Mas ya estoy escuchando el murmullo del instinto humano y sus tendencias hacia el mal: "¿Porqué me propones como modelo la obediencia de los espíritus celestes? Carecen de sentido y su inteligencia no necesita deliberar. En vez de actuar se sientes movidos. No ensalces tanto la obediencia de los ángeles. Es cierto que son sensibles, pero sólo hacia las cosas deleitables, y obedecen al Creador con una voluntad sumamente alegre y espontánea. ¿Cómo no van a obedecer? "Ven continuamente al Padre", lo cual es la felicidad consumada, la gloria eterna y el placer incomparable".
8. Suscita, Señor, entre nosotros, patriarcas y profetas, hombres sumisos a tus preceptos, obedientes con toda su voluntad, e incluso en contra de su voluntad. Mirad, aquí los tenemos. Fijaos en Abrahan, por no citar a otros, por mandato del Señor sale de su casa, despide a la esclava y a su hijo, y está dispuesto a sacrificar a su querido hijo Isaac. ¿Cómo reacciona ante esto la astucia humana? Tal vez responda que Dios se le manifestó de otras muchas y muy diversas maneras: como huesped, como invitado a la mesa, charlando con él, aconsejándole, dándole hijos, concediéndole victorias y colmándole de riquezas.
 ¿Y qué me dices cuando se presenta Cristo hecho obediente al padre hasta la muerte y una muerte de cruz? Mucho -me respondes- bajo todos los aspectos. ¿Seré yo capaz de imitar AL HIJO ÚNICO DEL PADRE, a Cristo fuerza y sabiduría de Dios? Se ofreció porque quiso, sufrió cuando quiso y lo que quiso, como quien era verdadero hombre y verdadero Dios. No me alegues tampoco la obediencia de los apóstoles que, según la promesa del Profeta, vieron con sus propios ojos al Maestro y escucharon personalmente sus palabras. Lo confiesa expresamente uno de ellos: Oímos al Verbo de la vida, lo vieron nuestros ojos, lo contemplamos y palpamos con nuestras manos. ¿Cómo no iban a dejar todas sus cosas? ¿Cómo no iban a seguirle a ciegas ante experiencia tan sublime? También yo lo haría si hubiera tenido esa misma suerte. Pero esto no lo ha hecho con ningún otro pueblo, ni antes ni después. Muchos reyes quisieron verle y no lo vieron; y nosotros deseamos ver un solo día del Hijo del hombre y no lo alcanzamos.
9. Presentemos ahora publicamente a Martín, para que nos argulla de nuestro pecado. Es un hombre idéntico a nosotros, sensible y pasible como nosotros. No fue contemporáneo de las visiones de los patriarcas y profetas. Era simplemente un hombre, y no poseía la naturaleza divina. Pero creyó en aquel a quien no veía, y fue muy fecundo en frutos de obediencia y de todas las virtudes: dejó el suelo y subió al cielo; confió a la tierra lo que de ella había recibido y orientó su espíritu al Padre de los espíritus, al que sirvió fielmente como hijo adoptivo. No era un cuerpo celeste, ni un espíritu celeste;  era un animal racional y, además, mortal, hijo de la tierra y de otros hombres. En la tierra nació, en la tierra se educó, en la tierra actuó y se acrisoló, y en la tierra consumó su vida. Tampoco era patriarca ni profeta, de quienes dice el Evangelio que la Ley y los Profetas llegaron hasta Juan. Y mucho menos aún era Cristo, aunque, indudablemente, Cristo estaba en él por la fe.
10. Así pues, también ahora el Verbo está a tu alcance, en tus labios y en tu corazón, ni lo buscas con sinceridad de corazón. Este Verbo,  según el Apóstol y Moisés, es el Verbo de la fe. Por eso dice en otro momento el Apóstol: Jesucristo es el mismo hoy que ayer y por la eternidad. Su ayer abarca desde el comienzo del mundo hasta su ascensión; su hoy va desde la ascención hasta el fin del mundo, y su eternidad se refiere a después de la resurrección universal. Cristo no está ausente de nadie, Jesús está presente en todo; su gracia y su salvación llega a todos. Se manifestó a los patriarcas y profetas en visiones, a los apóstoles por su humanidad, a Martín por la fe y a los ángeles cara a cara. También ha prometido que verán su rostro todos los escogidos, pero no ahora sino en la eternidad. Los apóstoles están convencidos de que ya ha pasado el ayer y ha llegado nuestro hoy; por eso exclaman: Antes valorábamos a Cristo por las apariencias, ahora ya no. Con todo, parece que también ahora han quedado restos de la carne del Cordero para esta mañana nuestra. Intentemos quemarla, es decir, aceptemos esa carne, no con criterios humanos, sino espirituales.
11. No nos quejemos tampoco de que no se hayan concedido a nuestra época aquellas apariciones hechas a los Padres de la antigua Alianza o la presencia humana de que gozaron los Apóstoles. Si prestamos atención vemos que no nos falta una ni otra. Porque también nosotros tenemos la verdadera sustancia de su carne, aunque sea en el sacramento. Y no nos faltan tampoco el espíritu y las fuerzas de las revelaciones. Nuestro tiempo es un tiempo de gracia, y no carecemos de ninguna gracia. En una palabra: Nadie jamás ha visto ni ha oído, ni ha imaginado lo que Dios tiene preparado para los que le aman, pero nos lo ha revelado a nosotros por medio de su Espíritu. Y no te extrañe que se apareciera corporalmente a quienes esperaban su venida temporal. Nosotros esperamos algo más excelente: por eso necesitamos una gracia más eficaz y una revelación más digna.  
12. Como dijimos hace un momento Martín no era Cristo, pero tuvo en sí a Cristo; no gozó como los ángeles de la primacía de su majestad, ni como los Apóstoles de la vista de su humanidad, ni como otros santos a quienes habló en visiones. Tuvo en sí a Cristo como hoy lo tiene la Iglesia: por la fe y los sacramentos. De Juan se dice que no era la luz, sino una lámpara encendida y resplandeciente. Pero no quiero presentároslo como modelo, para que no me digáis: "Es el hombre más extraordinario, es más que profeta, e incluso es un mensajero de Dios Padre, como él mismo lo testifica: "Mira, yo te envío mi mensajero".
 Pues también Martín fue una lámpara encendida y luminosa. Imitémosle en lo que tiene de imitable y no en lo que tiene de admirable. Estás sentado a la mesa de un rico: mira bien lo que te ponen. No confundas los manjares con los platos en que te lo sirven. Toma aquéllos y deja éstos. Martín es muy rico en méritos, en milagros, en virtudes y en prodigios. Repito: Fíjate bien en lo que te ponen. Unas cosas son para que las admires, otras para que las imites. Sigue leyendo el texto sagrado: Como debes estar preparado, presta atención a lo que te presentan y en qué te lo presentan. 
 Martín resucitó tres muertos, el mismo número que leemos del Salvador. Dio vista a los ciegos, oído a los sordos, habla a los mudos, a los cojos les otorga la facultad de andar y a otros enfermos les da la salud. Esquivó los peligros con la fuerza divina, aplacó las llamas con el escudo de su cuerpo, aplastó la inmensa mole de un artefacto sacrílego con una gran columna que descendió del cielo, besó a un leproso y lo sanó, curó con aceite a una paralítica, venció a los demonios, vio a los ángeles y previó sucesos futuros. 
13. Todas estas maravillas y otras semejantes son las suntuosas bandejas de este hombre rico, repujadas de oro, recamadas de pedrería y labradas con un material y gusto insuperables. No intentes comerlas, sino admirarlas. Que nuestra antorcha brille como la suya, para que su luz te lleve a esa otra luz que todavía no eres capaz de contemplar en toda su pureza. Este no es la luz, sino un testigo de la luz; Dios te manifiesta ahora su gloria en su Santo, porque no puedes admirar directamente su gloria. 
 Mas no pienses que las lámparas de Martín están muy decoradas pero vacías. No es una virgen fatua y tiene reservas de aceite. Tiene vino en las garrafas, y sus bandejas están repletas de manjares, de comidas espirituales. Allí los pobres no sólo admiran extasiados, sino que comen hasta saciarse, y alaban al Señor que vivifica su espíritu. Porque los muertos, Señor no pueden alabarte. 
 Más para que esta alabanza admirativa sea armoniosa y alegre, es preciso que le imiten en su vida, y la insaciable curiosidad de contemplarlas aumente el apetito de poseerlas. Debemos, pues, mezclar el ardor y el resplandor de esta antorcha, como dos afectos complementarios: el uno nos hará apreciar más el otro, y la fusión de ambos multiplicará su encanto. Martín fue humilde y pobre de espíritu, como lo demuestran hasta la evidencia los frutos de la gracia divina en él. Porque es indudable que sólo a los muy humildes se da con tal abundancia. 
14. Espigaré unas cuantas muestras de su virtud. San Hilario conoció muy bien su gran pobreza de espíritu, cuando intentó conferirle el diaconado y no consiguió que lo aceptara. Ante la insistencia de ser indigno de ese ministerio le obligó a ser exorcista. Esto hubiera sido una falta de respeto, pero estaba seguro que martín se quedaba muy contento con el orden sagrado más humilde. Era pobre, vestía como un mendigo, no cuidaba su cabello, y su aspecto era poco agradable. Algunas malas personas objetaron todo esto en contra de él al ser elegido para obispo; pero él, como cuenta su historia, nunca cambió de actitud. Para decirlo brevemente, Martín fue tan pobre de espíritu que todos lo llamaban pobre y menudo. 
 Escuchemos lo que dice Sulpicio de su mansedumbre: "Mostraba tanta paciencia ante las injurias que, siendo sumo sacerdote, nunca castigó las ofensas que recibía de algunos pobres clérigos. Jamás los cambió de lugar por este motivo, ni les negó su amor. Todos recordáis muy bien su conducta con un tal Bricio; lo eligió para sucederle, le advirtió cuánto iba a sufrir y lo consagró por su fidelidad y mansedumbre. Y todo esto a pesar de que había oído la respuesta que Briscio había dado a un hombre que preguntaba por el santo: ¿Buscas a ese soñador? Míralo allá lejos; es un delirante que siempre está mirando al cielo.
 Este hombre de Dios, como despreciaba la tierra, clavaba sin cesar sus ojos en el cielo Comprendía, como dije antes, que para eso tenía un cuerpo recto y vertical. Estaba convencido que allí estaba su tesoro, que allí estaba Cristo sentado a la derecha del Padre, y que solamente allí alcanzaría lo que deseaba. No le preocupaba que le tuvieran por loco: su vivir era ya celestial, y sus ojos estaban unidos a su Cabeza. ¡Cuántas veces fluían de ellos lágrimas abundantes sobre sus mejillas, nacidas de su ardiente deseo de llorar los pecados de quienes le calumniaban!
15. Su inmensa sed de justicia brilla en todos sus actos, sobre todo en su afán por combatir la idolatría, destruir los templos, derribar los ídolos y arrasar los bosques sagrados. En alguna ocasión llegó hasta arriesgar su propia vida para arrancar la raíz de tales delitos. De su misericordia con los pobres, el mismo Salvador se sentía orgulloso ante los ángeles, enseñando la media capa que él le había dado.
¡Ojalá se digne ser con nosotros, miserables, tan compasivo ante el juez supremo, con quien vive en su santo tabernáculo, como lo fue con aquellos condenados a muerte y sentenciados a diversos tormentos, para quienes consiguió la libertad postrándose durante media noche a las puertas del juez terreno!¿No va a escucharle ahora el que entonces hizo el prodigio de que fuera escuchado?
 Tenemos otra señal de su pureza de corazón en la valentía con que rechazó las asechanzas del enemigo: "infame, nada de lo mío te pertenece; es el seno de Abrahán quien me acoge". Tuvo la dicha de consumir sus últimas energías en una obra de pacificación. Consciente del fin de su vida, visitó a unos clérigos enemistados: hizo que recuperaran la paz.
16. Sería interminable enumerar las persecuciones que sufrió por la justicia. Un día se presenta intrépido ante Juliano Augusto, en la ciudad de Vormes, y es tan constante ante el tormento que le infieren que lo llevan a la cárcel para enfrentarlo al día siguiente, totalmente desarmado, contra los salvajes. Otro día, cerca de los Alpes, se mantuvo completamente tranquilo mientras un ladrón le amenazaba con un hacha. Una vez le persiguió atrozmente en Milán el arriano Auxencio y colmándole de injurias, lo expulsó de la ciudad. En cierta ocasión, al impugnar valientemente la perfidia de los sacerdotes, fue torturado, azotado en público y obligado a marcharse de allí. Recordemos asimismo que mientras destruía un templo de ídolos, un pagano le acometió con una espada, y él le presentó su desnuda cerviz, pero al levantar aquél su mano para asestar el golpe, cayó muerto hacia atrás. O aquel otro que intentó herirle con un cuchillo, y de repente se le cayó el hierro de sus manos y desapareció.
 He aquí otros tantos motivos por los que merece ser cononado el que no derramó nunca su sangre, pero fue mártir tantas veces por los sentimientos de su rendida voluntad. Amigos míos, comed; bebed y embriagaos, carísimos. Esto es vivir, y esta es la vida de vuestro espíritu. El Evangelio no proclama dichosos a los que resucitan muertos, dan vista a los ciegos, sanan enfermos, limpian leprosos, curan paralíticos, arrojan demonios, predicen el futuro o brillan por sus milagros. Todo lo contrario: se lo aplica a los pobres de espíritu, a los mansos, a los que lloran, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, a los pacíficos y a los que son perseguidos por causa de la justicia.
17. Perdonadme, hermanos No he mencionado su ejemplo de obediencia, y era el único tema que habíamos convenido resaltar en Martín. Es verdad que me he alegrado ya bastante, pero creo que nos vendrá bien detenernos un momento, porque nos hemos demorado mucho sin hablar de Martín.
 He aquí sus palabras: "Señor, si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo: ¡hágase tu voluntad! ¡Qué alma tan santa! ¡Qué amor tan extraordinario! ¡Qué obediencia tan sin par! Has competido en noble lucha, has corrido hasta la meta, te has mantenido fiel. Sólo te falta recibir la merecida corona con la que te va a premiar hoy mismo el juez justo. Y, sin embargo, dices: "No rehuyo el trabajo. ¡Hágase tu voluntad!
 Ofreces a Isaac. En cuanto a ti depende degüellas a tu único hijo tan amado. Inmolas con toda devoción tu gozo incomparable, y estás dispuesto a arrostrar nuevos peligros, renovar combates, sufrir penalidades, aguantar desgracias, prolongar la prueba Y, sobre todo, aplazar esa felicidad infinita y la añorada compañía de los espíritus bienaventurados, volver de las mismas puertas del cielo a las calamidades de esta vida mortal y, lo que es totalmente inconcebible, seguir alejado de tu Cristo, si él así lo quiere.
 No hay duda que tiene mayor mérito el que está pronto a cualquier cosa antes de que se lo manden que quien intenta cumplir lo que le mandan. Vuestra obediencia, ángeles santos, es extraordinaria. Pero si me lo permitís, creo que ninguno de vosotros aceptaría una misión que le impidiera ver el rostro del Padre. También es imponderable, Pedro, tu gesto de dejarlo todo para seguir al Señor. Pero cuando le viste transfigurado en el monte, te oí decir: Señor, qué bien estamos aquí: hagamos tres tiendas. Es muy distinto de esto otro: "Si todavía soy necesario a tu pueblo, no rehúyo el trabajo". Tu corazón, Martín, está plenamente dispuesto a prolongar esta vida mortal o a morir y estar con Cristo.
18. Nada hay más envidiable que una muerte apacible. Y desear ver a Cristo con un anhelo tan vivo y ardiente, es signo de una gran perfección. Pero su actitud es mucho más perfecta: no temes morir y te abrasa el anhelo de estar con Cristo y sin embargo, tampoco rehúsas seguir viviendo y soportar una espera llena de fatigas. ¿Sería incapaz de aceptar cualquier otro mandato quien en una circunstancia como ésta sólo supo responder: "Hágase tu voluntad"?
 Hermanos, sea ésta nuestra participación en el banquete de hoy. Consideremos con la máxima atención la obediencia que se nos presenta en la mesa de este pobre, por no decir de este rico. Y sepamos que eso mismo se nos exige a nosotros y eso debemos preparar. Hasta el punto de poder decir: Estoy dispuesto y no tengo miedo a cumplir lo que me pidas. Y no sólo una vez o parcialmente, sino: Mi corazón está a punto. Decidido a todo y sin poner límites a tu voluntad. Tal vez deseo esto, por encima de todo y con toda mi alma. Pero tampoco rehúyo lo otro: Hágase siempre la voluntad de Dios. Ansío el descanso, pero no rehúyo el trabajo: ¡Cúmplase tu voluntad!
  
RESUMEN Y COMENTARIO
El hombre es carne y espíritu. La carne está sujeta por dos cabos que son su patria y su materia. Está sujeta al espíritu por otros dos cabos que son la sustancia y la forma. Los dos cabos que sujetan la materia son, en principio, más fuertes porque se les añade el pecado Sin embargo, el espíritu es superior cuando se añade la gracia. Gracias a la Gracia, la iniquidad se convierte en reparación y unión entre Dios y nosotros. Cristo destituyó a las falsas autoridades y reconcilió lo terrestre y lo celeste. Nos dió una esperanza, colocándonos en la tierra y no debajo de la tierra. Podemos vislumbrar lo celeste y sabemos que es mucho más perfecto y maravilloso que lo que nos rodea cada día, que también está dotado de gran hermosura. Cristo quiere que lo busquemos, olvidando las cosas terrenas que no valen nada. Esa búsqueda ¿indica también obediencia? Todos los seres celestes lo obedecen, aunque eso no es un mérito tan extraordinario, pues "ven continuamente al Padre". Lo obedecieron Abraham, los Apóstoles y otros muchos. Otros quisieron verle pero no lo consiguieron aunque fueran reyes dotados de inmenso poder. El mismo Cristo obedeció a su padre hasta llegar a un sufrimiento máximo. Martín no tuvo ningún privilegio. No fue ni siquiera contemporáneo de Cristo ni tampoco un profeta o un patriarca, pero actuó guiado por la fe. Sin embargo existió y existirá siempre, aunque sea con leves diferencias en la evolución del género humano. No podemos, ni debemos quejarnos, de que no se aparezca entre nosotros. Está presente espiritualmente, lo esta en los sacramentos y esperamos algo más que su estancia temporal entre nosotros. Su venida definitiva. Existe un cierto paralelismo entre San Martín y San Juan Bautista. Ambos son como lámparas encendidas y luminosas. San Martín realizó prodigios. Sin embargo, debemos diferenciar en él lo que es admirable de lo que es imitable. Dicho de otra forma: los manjares que se presentan en la mesa del rico, con las más variadas formas, de lo que podemos usar como alimento. San Martín cuidaba poco, o nada, su aspecto físico. No se consideró digno de ser diácono, por lo que se le ofreció el puesto de exorcista, que era de menor entidad.Toleraba con mansedumbre, y sin represalia alguna, las murmuraciones que algunos hacían sobre su aspecto, considerando que vivía como un loco. Combatió la idolatría, fue misericordioso con los pobres, obtuvo indulgencia para los condenados por la justicia terrenal y murió luchando por una obra de pacificación, recuperando la paz entre unos clérigos enemistados. Volviendo al símil de la comida, el Evangelio no proclama dichosos a los que hacen grandes milagros, sino a los pobres de espíritu que buscan y sufren por su sed de justicia. No debemos olvidar que San Martín es un ejemplo de obediencia, dispuesto a prolongar su vida terrena si ello tiene alguna utilidad, pero deseoso de unirse a Cristo. Nada hay como poder morir apaciblemente y con tranquilidad de conciencia, pero aún eso debemos postergarlo si nuestros servicios son necesarios para el bien de la humanidad en Cristo y por su mismo mandato y naturaleza.


  BIBLIOGRAFÍA:
-Sermones de San Bernardo, Abad de Claraval, de todo el año, de tiempo y de Santos traducidos al castellano por un monge cistercience, el P. Fr. Adriano de Huerta, Hijo del Monasterio de Osera y Confesor de Santa María la Real de Vileña. Editado en Burgos. Año de 1792.
-Obras Completas de San Bernardo. Edición Bilingüe. Edición preparada por los monjes cisterciences de España. Mariano Ballano. Segunda edición. Octubre del 2006.
Nota primera: Según la leyenda, cuando San Martín contaba 21 años, en un día de invierno, las tropas romanas entraban en Amiéns, ciudad de Francia. Encontró a un mendigo tiritando de frío. Le entregó la mitad de su capa. En la noche siguiente, Cristo se le apareció vestido con la media capa para agradecerle la ayuda prestada.
Nota segunda: Este sermón se refiere a la festividad de San Martín de Tours que tiene lugar el día 11 de Noviembre.




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