EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

sábado, 23 de noviembre de 2013

EN EL MARTIRIO DE SAN CLEMENTE

TRES AGUAS

1. ¡Cuánto agrada al Señor la muerte de sus santos! Que lo oiga el malvado y se irrite, rechine los dientes hasta consumirse. Cayó víctima de su astucia: cayó en su propia fosa y en la red:que escondió. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, pero ved qué gloriosa es la muerte de los santos. 
 Escucha, enemigo de la vida, fíjate bien, autor de la muerte: ¿qué consigue ya tu engaño? ¿A quién perjudicas ya con tu sagacidad? Retuércete y mira cómo hasta esto coopera al bien de los santos. El santo mártir a quien hoy celebramos triunfó de ti soportando la muerte corporal que es obra tuya. Hizo de la necesidad virtud y convirtió la pena del pecado en mérito de gloria. Fue fiel en lo poco y mereció que se le confiaran grandes cosas. Poco o nada era lo que había recibido aquella alma santa comparado con la gloria que mereció con este martirio. Todos los placeres de este mundo, su gloria y cuanto pueda apetecerse es una pequeñez junto a aquella felicidad, gloria y beatitud. Más que poco, yo prefiero decir que es nada: una niebla que se desvanece.
 Clemente era de noble alcurnia, tenía grandes posesiones, pingües herencias y una ciencia tan vasta que era considerado como el mejor filósofo de su tiempo. Todo esto se lo debía al Señor, porque de él procede todo. Por eso le demostró una gran fidelidad cuando lo despreció todo por su amor, y lo consideró inútil y como estiércol comparado con Cristo.
2. Es posible que el enemigo murmure y diga: Uno da una piel por otra piel; por la vida todo lo que tiene. Mas yo le respondo: ¿crees que hizo mal uso de la vida corporal, que recibió de Dios, porque prefirió perderla por él? Haz lo que quieras con él: acométele por medio de tus satélites y ponle en el trance de renegar de Dios o de morir. Elige los tormentos más crueles y diversos. Pero ten en cuenta que con ello preparas una corona a nuestro mártir. Si despreció las galas y favores de esta vida, también la desprecia a ella misma. Te ofrece todo su cuerpo a la muerte y apuesto a que te maldecirá en tu cara, y blasfemará de tus ídolos con con su santa lengua. Ensalza con toda libertad al Señor su Dios en medio de los tormentos, y lo confesará intrépidamente. Será coronado porque luchó legítimamente, venció por la fidelidad, y ni los halagos de la vida ni el horror de la muerte le apartaron del amor de Cristo.
 Ala santa, respóndenos: cuando entregabas tu cuerpo a los tormentos, ¿lo amabas o no? "Claro que lo amaba"; nos contesta: "Nadie ha odiado nunca su propio cuerpo. Claro que lo amaba; pero lo amaba poco, como a una esclava. Amaba mucho más a Dios mi Señor. Y como obras son amores, me abracé gustoso a la muerte corporal para glorificarme a él". 
3. ¿Qué podemos decir a esto, hermanos? Felicitamos al mártir, pero su gloria nos confunde a nosotros. El bienaventurado Clemente era un hombre débil como nosotros, rodeado de flaqueza y compenetrado con su cuerpo por el afecto natural. Si él glorificó a Cristo con su cuerpo y tomó el cáliz de la salvación, ¿cómo pagaremos nosotros al Señor todo el bien que nos ha hecho? Nos honró con su misma imagen, nos redimió con su misma sangre y nos destinó a una herencia que no decae, ni se mancha, ni se marchita; es eterna y está reservada en el cielo.
 ¿No seremos capaces de beber el cáliz de Cristo como el bienaventurado Clemente? Tal vez algunos me respondan: "Claro que seríamos capaces si llegase la ocasión; pero ahora no hay persecuciones. Me cuesta mucho creer a éstos. Decidme: si no podéis soportar la punzada de una aguja, ¿os creéis capaces de resistir el golpe de la espada? Demostradme en las pequeñas dificultades qué valor tenéis para los grandes combates. Ahora no se os dice: "Ofreced sacrificios a los ídolos y viviréis; en caso contrario moriréis con terribles tormentos". El Señor conoce nuestra masa y no nos ofrece una pelea tan difícil. En cambio, a San Clemente le dio la victoria en la dura batalla, para que supiera que la sabiduría es más fuerte que nada. 
4. ¿Y cuál es vuestro combate, hermanos? Cada día escucháis en vuestro interior: "Quebranta las reglas de tu Orden, murmura, quéjate, rinde menos, finge que estás enfermo, contesta al que te habló ásperamente y satisface tus deseos". A ninguno se os dice: "si no haces esto, morirás". Más bien que resistas con tu espíritu, aunque te cueste y sea difícil. ¿Pero quién podrá soportar tanto? Esto es lo que solemos responder a las personas que nos animan externamente, o al Espíritu Santo que nos alienta internamente. Si vacilamos en estas pequeñas escaramuzas, si apenas resistimos y a veces nos rendimos, ¿qué haríamos en esas batallas tan terribles? Si nuestra flaqueza no resiste ante unos pobres juncos, ¿cómo va a aguantar los dardos?
 Convenceos de la nada que somos. Nos parecemos a las mujeres y niños: aplaudimos a los que luchan, pero somos incapaces de luchar. ¿Qué debemos hacer? Hemos sido invitados a la boda del Cordero, y no podemos presentarnos ante él con las manos vacías. Fijémonos, pues, con gran atención en lo que se nos pone y preparemos nosotros algo semejante. El bienaventurado Clemente vio que el Señor le había servido vino y él con sus riquezas llevó a la boda el vino de su propia sangre derramada.
 Pero nosotros, Señor, somos pobres y no tenemos vino. He aquí su respuesta: Llenad las tinajas de agua. ¿Es posible que perciba el agua si la llevamos? Sí, la recibirá. Porque como dice el Sabio, el que inspecciona todo lo que se presenta, es decir, el que vino no sólo con agua, sino con agua y sangre, verá que también a nosotros nos sirvió agua junto con el vino. Un testimonio presencial, dice, en efecto, que del costado abierto del Señor, dormido en la cruz, salió sangre y agua. 
5. Hermanos, si queremos ser fieles a nuestro Dios, ya que no tenemos ocasión de sufrir el martirio de la sangre-martirio es sinónimo de testimonio-busquemos el testimonio del agua, porque Dios no lo rechaza. Nos lo ha dicho él mismo: Los que dan testimonio son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Dichosos los que tienen este triple testimonio, porque el cordel de tres cabos es muy difícil de romper. Si carecemos del testimonio de la sangre, tengamos el Espíritu y el agua, ya que, sin el Espíritu, la sangre y el agua carecen de valor.
 Más aún, basta el testimonio del Espíritu, aunque falten el del agua y el de la sangre, porque es el Espíritu de la verdad. el agua y la sangre no sirven de nada: el Espíritu testifica en ellos. Con todo eso, creo que el Espíritu nunca o casi nunca se halla sin el agua o la sangre. Por eso, hermanos, busquemos el agua los que carecemos de la sangre. Y como antes mencionamos las tinajas, intentemos comprender qué significan esos dos o tres cántaros que cada una contenía. Porque Cristo nos ofrece tres cantidades de agua, y nuestra perfección consiste en imitarle a él, es decir, en poseer lo mismo que él: poder tener tres cántaros. Pero observemos el detalle de: dos o tres cántaros. Dos son siempre necesarios, y el tercero es facultativo.
6. Recibe, pues, las tres partes de agua que te ofrece el Salvador. La primera es cuando llora por Lázaro y por Jerusalen. La segunda es el sudor que brota de sus ojos y de todo su cuerpo momentos antes de su pasión. Es un agua roja y sanguinolenta, como dice la Escritura: Le chorreaba hasta el suelo un sudor parecido a goterones de sangre. La tercera es la que brotó de su costado junto con la sangre.
 Tienes la primera si riegas con tus propias lágrimas el lecho de tu conciencia y limpias las manchas de tus pecados pasados con el dolor de la compunción. Posees la segunda si te ganas el pan con el sudor de tu rostro, castigas tu cuerpo con la penitencia y refrenas el fuego de la concupiscencia. Tiene un color sanguinolento, sea por el trabajo o porque extingue el fuego de la concupiscencia. 
 Si puedes avanzar aún más y llegar a la gracia de la devoción, beberás el agua de la sabiduría que salva, y el Espíritu de Cristo que es más dulce que la miel, se convertirá dentro de ti en un manantial inagotable de vida. Y ten en cuenta que esta agua brota del costado del que está dormido y fluye mansamente. Es decir, hay que estar ya muerto al mundo para saborear esta gracia. Resumiendo: la primera agua limpia todos los pecados del alma. La segunda sofoca la concupiscencia y evita nuevas caídas, y la tercera recrea el alma sedienta que merece recibirla.
RESUMEN Y COMENTARIO
Llegar al martirio, vertiendo la propia sangre, dolorosamente derramada, es labor difícil y heroica, reservada para santos como San Clemente. Hay tres elementos que dan testimonio de Cristo: el Espíritu, el agua y la sangre. El Espíritu es imprescindible y debe unirse siempre al agua o a la sangre. Siempre deben existir dos elementos.
A su vez hay tres tipos de agua, pues Cristo nos la ofrece de diferentes cualidades:
1. La primera es cuando llora por Lázaro y Jerusalén. La tenemos cuando regamos con lágrimas nuestra conciencia y sentimos compunción.
2. La segunda es el agua sanguinolenta vertida momentos antes de la pasión. Se obtiene con la penitencia y el control de la concupiscencia.
3. La tercera es la que brotó del costado junto con la sangre. Es el agua de la sabiduría y hay que estar ya muerto al mundo para saborear esta gracia. Es más dulce que la miel y se convierte en manantial inagotable de vida.BIBLIOGRAFÍA:




-Sermones de San Bernardo, Abad de Claraval, de todo el año, de tiempo y de Santos traducidos al castellano por un monge cistercience, el P. Fr. Adriano de Huerta, Hijo del Monasterio de Osera y Confesor de Santa María la Real de Vileña. Editado en Burgos. Año de 1792.
-Obras Completas de San Bernardo. Edición Bilingüe. Edición preparada por los monjes cisterciences de España. Mariano Ballano. Segunda edición. Octubre del 2006.




LA FESTIVIDAD DE SAN CLEMENTE ES EL 23 DE NOVIEMBRE

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