1. Las santas Escrituras nos dicen que Cristo procede del Padre, está en el Padre y con el Padre; que actúa por el Padre y para el Padre, y que también es inferior al Padre. Procede del Padre, por su inefable nacimiento; está en el Padre, por su unión consustancial, y con el Padre por su idéntica majestad. Todo esto es eterno. Ahora bien, si nace del Padre, ¿qué implica estar en el Padre o con el Padre? Podríamos decir que reposa en el Padre y se sienta con el Padre. Y voy a explicaros este reposar y compartir el trono. Estar sentado es sino de majestad; y compartir la sede indica poseer idéntica dignidad; particularmente cuando se dice que está sentado a la derecha del Padre, y no a sus pies ni detrás de él.
Por otra parte, si el que está sentado descansa, mucho más el que está recostado. ¿Y qué es más agradable y dulce al Hijo: estar con el Padre o gobernar con él todas las cosas? ¿A cuál de estas dos actividades se debe esa paz infinita de Dios, que supera todo razonar? ¿De cuál modo podemos afirmar con más propiedad que es la fuente incomparable de descanso para Dios? Las palabras se sienten impotentes de expresarlo, pero el corazón sí puede, intuirlo. Y dejando intacta la unidad indivisible de la esencia, podemos tal vez hacer alguna distinción entre la igualdad de su gloria y su unidad sustancial, la misma que puede existir entre reposar y sentarse junto al Padre.
2. La esposa no se contenta con verle sentado: quiere que repose junto a ella. Avísame, dice, amor de mi alma, dónde sesteas al mediodía. Y a cualquier alma, con auténtico paladar espiritual, le gusta mucho más esto que dice el Apóstol: El que se apega a Dios se hace un espíritu con él, que aquello otro que escucharon los apóstoles: Cuando el rey se siente en el trono de su gloria, también vosotros os sentaréis para juzgar. Sí, estar acostados es mucho más placentero que estar sentados.
El Hijo nos dice que Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Imposible expresar con más claridad su unidad sustancial. Si cada uno está en el otro, es imposible imaginar algo distinto fuera o dentro de ellos: tenemos que aceptar la más absoluta unidad sustancial entre ambos. Algo semejante nos quiere decir aquella otra frase: Quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios con él. Aquí se trata más bien de una unión espiritual-lo mismo que en el texto antes citado: el que se apega a Dios se hace un espíritu con él-, y no de una misma cosa o una misma sustancia. Allí, en cambio, se expresa claramente la unidad natural y sustancial. Por eso leemos en el Evangelio: El Padre y yo somos uno.
Siguiendo, pues, con la metáfora, aquello es algo así como la alcoba del Unigénito, el reposo más exquisito del Señor. Y si nosotros fomentamos la unión de voluntades y la adhesión del espíritu, fruto de la caridad, también compartirá con nosotros el Primogénito la intimidad de su alcoba y su descanso.
3. Cuando se dice que es enviado por el Padre, lo vemos como un peregrino, y pensamos en su adviento, que con su gracia lo celebraremos muy en breve. Él nos ha dicho: Viene de parte de Dios y estoy aquí. Apareció en el mundo y vivió entre los hombres; estuvo entre nosotros y no lo conocimos; fue el verdadero Emmanuel, o Dios con nosotros y uno de nosotros. Pero vivía para el Padre, cumpliendo su voluntad. Míralo colgado de la cruz, contempla a Cristo crucificado y qué sumisión tan profunda la suya hacia el Padre. Con esto manifestó de una manera evidente y clarísima la humildad de su naturaleza humana, como él mismo dijo: El Padre es mayor que yo.
¿Y nos atreveremos a afirmar que vivió un solo momento sin su Padre? Lejos de nosotros cosa semejante. Pero fue él mismo quien exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Allí todo hablaba de un abandono absoluto: la necesidad era extrema y no aparecían los signos de poder, ni las huellas de la majestad.
4. Ahí tenemos a Jesucristo: nace del Padre, reposa en el Padre, está sentado junto al Padre, actúa por el Padre y vive para el Padre; está colgado por sumisión al Padre y, en cierto modo, muere abandonado de su Padre. ¿Cómo le vió Isaías cuando exclamó: Vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso? ¿Y cómo le contemplaba cuando sollozaba: Lo vimos totalmente desfigurado y abatido, y lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado? En ambos casos ve a la misma persona, pero no la ve del mismo modo; casi diríamos que ve a otra persona distinta. Allí lo contempla amoratado de heridas, saciado de oprobios, agotado por los tormentos y colmado de insultos. Lo ve despreciable, colgado de un madero, agonizando por nosotros y exclama: Fue triturado por nuestros crímenes, y sus cicatrices nos curaron. Allí está el despreciado y evitado de los hombres. Aquí, en cambio, llena el mundo entero con su gloria. Allí el hombre de dolores acostumbrado al sufrimiento, aquí el Señor en su trono.
En aquello que vieron muchos se usa un verbo en plural; esto otro es totalmente exclusivo y sublime. Allí habla en nombre de la multitud y dice: Vimos. Aquí está totalmente aislado y solitario, y exclama transportado en éxtasis: Vi al Señor sentado, etc. Al que ve sentado le da, con toda justicia, el título de Señor. Estar sentado pertenece al que preside, al que domina y reina. Y estar sentado sobre un trono es la cumbre del señorío. Porque a veces decimos solamente sentarse, como sinónimo de humillación. En fin, el que disfruta en el seno del Padre, se siente como Señor con el Padre. Allí es el esposo amable, aquí el Señor admirable. Dios es glorioso en su santuario y resplandeciente por su majestad.
5. Volvamos al Profeta: Vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso; la tierra estaba llena de su gloria, y lo que estaba debajo de él llenaba el templo. ¿Qué había debajo de él? ¿El trono? Aunque era alto y excelso, estaba debajo de él. Porque si él está sentado en un trono, éste está debajo de él. ¿Y es posible que ese trono llenara el templo? Si la tierra ya estaba llena de su gloria, ¿cómo llenaba el templo? Ten en cuenta que aquí no se refiere a un edificio material, sino a una criatura angélica. Si el alma del justo es sede de la sabiduría, ¿cuánto más los ángeles santos? Este es el trono de su gloria: sublime por su naturaleza, y mucho más encumbrado aún por la gracia. Su condición natural los hizo maravillosos, y los elevó aún más la gracia de la confirmación, de la cual se dice: Con la palabra del Señor se reafirman los cielos.
Así, pues, estos ejércitos de ángeles, en los que Dios se sienta y que están debajo de él, llenan el templo; lo cual no impide que la tierra esté llena de su gloria. Su reino, su imperio y su gloria lo abarcan todo; pero no así su gracia. Su voluntad buena, agradable y perfecta no es tan aceptada por todos como su poder. Por eso decimos: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Su voluntad se cumple sobre todas las cosas, y por todas; pero no en todas. Se cumple la voluntad de Dios en los espíritus bienaventurados, cuando su voluntad se identifica con la suya. Esta unión espiritual culmina en un solo espíritu; recordad un ejemplo: La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma.
Todo cuanto estaba debajo de él llenaba el templo. Lo llenaba con toda clase de bendición espiritual y consuelos divino, con inmensa variedad de gracia y frutos de santidad, porque tu casa exige santidad. Lo llenaba con múltiples carismas; con el espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad; y con el espíritu del temor del Señor.
6. Unos Serafines estaban encima de él. Así llamamos al orden más excelso, y perfecto de los ángeles, que están sobre todos los demás. Aunque superan a todos asisten al Señor soberano, y le ofrecen un fervoroso ministerio y la más generosa reverencia. El Señor, el ángel y el hombre tienen su propia actitud. A Cristo le devora el celo por su Padre; busca la gloria de su Padre; y como verdadero Unigénito y Primogénito del Padre, ayuda a los adoptivos por amor a su Padre. Esteban lo vio de pie y sintió su ayuda. El Profeta le rogaba que se levantara y viniera en su auxilio. ¡Levántate, Señor: ayúdanos!
La actitud de los ángeles es la de servir, como lo dice el Profeta: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Y la de los hombres es perseverar, conservar la fuerza del espíritu y ser fiel a los propósitos. Moisés se puso ante el Señor cuando la sedición para apartar su cólera. Finés se levantó y lo aplacó.
Unos Serafines estaban en pie sobre él. Por qué dice el profeta que vio dos Serafines, y no uno o muchos? Porque, con lo que añade, nos indica claramente que se le aparecieron dos: Uno tenía seis alas y el otro otras seis. Y con razón habla de dos, pues ¡Ay del sólo, porque si cae no tiene quien lo levante! ¡Ay de ti, espíritu soberbio, que siempre quieres ser el único y presumir de todo! Claudicaste de la verdad, y te han expulsado. Los pies del soberbio se desploman. Quisiste ser el único en poseer el trono y te precipitaste del cielo como un rayo, sin esperanzas de que nadie te levante.
7.Uno tenía seis alas y el otro otras seis. ¿Para qué tantas alas? Dice el profeta que con dos alas cubrían su rostro, con dos alas cubrían sus pies y con las otras dos se cernían. Nos hallamos ante un gran misterio y un profundo sacramento. Estas palabras exigen que escuchéis atentamente y que no me exprese con toda claridad y de una manera totalmente espiritual. Me lanzo a manifestaros mi pensamiento, sin atreverme a sostenerlo como verdadero, sino como mera opinión y conjetura. ¿No podemos imaginar que, al caer Lucifer, los Serafines montaron una continua vigilancia, lo mismo que cuando pecó el hombre, Dios colocó a los Querubines como custodios? Y me parece muy bien que los Querubines empuñaran una espada llameante; de este modo alejaban la mano del hombre del árbol de la vida, con los medios que a él más le aterran: el fuego y la incisión. Los Serafines, en cambio, con sus alas cubren y oscurecen el ojo espiritual. Además se nos dice que con dos alas cubrían su rostro y con otras dos sus pies, es decir, impedían que aquel malvado contemplara la grandeza de Dios o sus profundos misterios. Ya llegará el momento en que aparecerá la gloria del Señor, pero no sucederá hasta que se cumpla lo que está escrito: Desaparezca el malvado, y no vea la gloria de Dios. Mientras tanto se le cubren el rostro y los pies. A él se le puede ver la parte central, pero queda privado de toda visión. Y le cubren con alas para defenderle a él y reprimir o alejarse de ellos.
8. Antes, sin embargo, debemos explicar cuáles son esas dos alas con que vuelan. Para mí son la naturaleza y la gracia; recordad que anteriormente las aplicamos al trono alto y excelso. La naturaleza les ha dotado de una inteligencia muy sutil, y la gracia de un afecto muy ardiente. Por ello se sienten impulsados y atraídos hacia aquel que está sobre ellos. Y como dijimos, permanecen estables por su ministerio, y el anhelo les hace volar.
Podemos también decir que cubren el rostro y los pies del Señor, mas no por eso dejan de verlos, porque no cesan de volar y revolotear en torno a él, sondeando las maravillas de su poder y las profundidades de su sabiduría. Y están muy lejos de ser escudriñadores de la majestad, oprimidos por el peso de su gloria. Su amor es tan grande como su conocimiento, porque los dirige, actúa en ellos el Espíritu que sondea hasta las profundidades de Dios. Pero ese soberbio Lucifer escogió solamente brillar y no quiso arder; utilizó únicamente un ala, y en vez de volar se estrelló. Presumió de ser muy luminoso y no se preocupó de ser ferviente y ardiente como significa su nombre de Serafín.
No pudo mantenerse en pie porque despreció, y no pudo volar porque presumió. Su perspicacia natural lo elevó; mas fue para su propia perdición, porque le faltó la gracia y se hundió al instante. Lo mismo ocurrió a los que conocieron a Dios y no le glorificaron ni le dieron gracias: cayeron en una inadmisible mentalidad y se oscureció su corazón insensato. Lo mismo ocurre a su cabecilla: tiene un velo que anula su agudeza natural y no puede contemplar el rostro y los pies del que está sentado en el trono. Los Serafines que están de pie y muy atentos cubren con dos alas su rostro, y con otras dos sus pies.
9. Pero la esencia divina no es una realidad corpórea, ni tiene miembros corporales como los hombres. Dios es espíritu, y todo cuanto afirmamos de él hay que tomarlo en sentido espiritual. ¿Quién nos revelará, pues, este rostro y estos pies, cubiertos por sendas alas de Serafines? El Espíritu, que conoce todo lo que hay en él y sondea hasta las realidades más sublimes de Dios. Yo creo que eso es lo que aquí se quiere indicar al mencionar el rostro. Y según esta interpretación, su rostro sería su majestad, su poder, su fortaleza eterna y su divinidad. El Profeta nos habla así de ese rostro: Tu justicia, como los montes de Dios. Y después añade: Tus juicios, como el hondo abismo. Nosotros nos atrevemos a aplicarlo a sus pies. Porque en sus pies podemos ver sus caminos inescrutables, sus designios insondables, el abismo de su sabiduría y sus decisiones tan irreprensibles como incomprensibles.
En estos pies veo yo incluido de manera especial el misterio de la encarnación del Señor, y la obra entera de nuestra salvación. ¡Qué justicia tan sublime aquella! El Profeta la compara a los montes de Dios. La nuestra, a su lado, si existe es una justicia muy pobre: auténtica, sin duda, pero llena de impurezas. A no ser que nos tengamos por mejores que nuestros padres, que decían con toda sinceridad y humildad: Nuestra justicia es correo un paño lleno de sangre. ¿Podemos hablar de una justicia total, donde todavía es posible recaer en la culpa? La justicia del hombre actual puede ser auténtica, si no consiente en el pecado ni le permite apoderarse de su persona. En cambio, la del primer hombre al principio fue auténtica y total, porque tenía el privilegio de no sentir siquiera el pecado. Pero como no estaba bien consolidada, perdió fácilmente su integridad y dejó de ser auténtica.
La justicia, en cambio, de los ángeles es auténtica, pura e inconmovible; es algo extraordinario, aunque muy inferior a la de Dios. No es innata en ellos, sino recibida de Dios; de tal modo que por su propia naturaleza puede inclinarse a la justicia o a la injusticia. Esta es la maldad que la justicia divina encontró en los ángeles. Ningún viviente es justo ante ti, dice uno que conocía muy bien la justicia divina.
Y fijémonos que no dice: ningún hombre, sino ningún viviente. Con lo cual no quedan exceptuados ni los mismos espíritus angélicos. También ellos viven, y tanto más cuanto más cerca están del que es la fuente de la vida. Y también son justos, pero por él y no por estar ante él; por un don gratuito de él, no por compararse con él. Él es su propia justicia, porque su voluntad no es solamente recta, sino la rectitud, y ambas coinciden con su esencia. En una palabra, esta justicia es como una montaña; es recta, pura e inmutable; es su misma sustancia. ¡Qué cumbres más sublimes hay en esa cabeza! ¡Cuánta gloria y majestad inunda ese monte umbrío y frondoso.
10. ¿Y con qué alas cubren los Serafines ese rostro para que el ojo perverso no pueda percibir el resplandor de la luz verdadera, ni aunque se valga de su extraordinaria naturaleza o de su sutilísima inteligencia? Esas alas son, a mi aparecer, su propia gloria y su felicidad. Gozan de manera inefable al contemplarle extasiados, y su mayor orgullo es rendirle veneración. El malvado sintió admiración, pero no tuvo veneración; y al no venerarle en adoración, no pudo permanecer en el éxtasis de la admiración. Acabó trocando la admiración en emulación, y en vez de adorarle intentó igualarse a él. ¿Cuánto más dichosos son los Serafines, que siguen admirando, y su misma veneración los hace también venerables!Toda su gloria les viene de aquel que convierte a sus siervos en reyes, y ensalza a los que se humillan ante él.
Escucha, asimismo, cómo cubren los Serafines la cabeza del Señor con estas dos alas, para impedir que la vea el maligno. Si mira hacia arriba le confunde inmediatamente la felicidad y gloria de los ángeles; sus ojos se llenan de un flujo fatal, y de una lividez tan espantosa que le es imposible distinguir nada. Ante estos dos velos que le impiden contemplar las grandezas divinas se siente rabiosamente encadenado; y se consume al sentirse acosado por el vigor de la felicidad o de la gloria de aquellos que siente, con dolor, que son superiores a él. ¿Existe un flujo más pernicioso a los ojos que la envidia? El mayor tormento de un corazón envidioso es la gloria y felicidad ajena. La miseria, en cambio, como suele decirse, nunca es envidiosa.
11. Los Serafines cubren también con dos alas los pies del Señor. En ellos están simbolizados el abismo impenetrable de sus juicios y los caminos insondables de sus designios. Por mi parte, afirmo que los cubren con la prudencia y la fidelidad. Como ministros fieles y prudentes disponen tan perfectamente los asuntos de Dios y buscan con tanto interés el bien de los elegidos, que el maligno se ve totalmente amordazado. Por haber estado cubiertos los pies no conoció al Señor de la gloria y lo hizo crucificar. Por este mismo motivo sucede que coopera, sin saberlo y muy a pesar suyo, a nuestra salvación; y después se lamenta de que quiso pejudicar y en realidad coopera a nuestro bien. Así anulan su astucia estos espíritus tan serviciales: su fidelidad y su prudencia no les permite descubrir jamás los designios de la providencia divina para con nosotros.
12. El maligno, por sus dos alas superiores, gozó del don de la admiración, pero no supo manifestarla en la adoración. Con las alas del centro la naturaleza le concedió la inteligencia espiritual, pero la gracia no le otorgó el afecto. Y en las inferiores podemos advertir que le faltó la fidelidad, aunque manifestó algo de prudencia. No creo que tú estés pensando en Otro distinto del que ha sido identificado con la serpiente, el más astuto de todos los animales. Por otra parte, su desastre fue irrevocable e irreparable porque en el lado derecho no tenía ningún ala, y en el izquierdo no le faltaba ninguna.
¡Qué distintos aquellos otros dos, que nos describe la visión profética en pie y asistiendo al Señor de la majestad! Con dos alas, volvemos a repetirlo, le cubren el rostro; una es la admiración que les llena de gozo, y la otra es la adoración, que es su mayor orgullo. Con otras dos alas, la fidelidad y la prudencia, le cubren los pies, y con las otras dos vuelan, es decir, con la vivacidad de su naturaleza y la destreza de la gracia. Dejan lo que podíamos llamar la parte central, libre y visible; y yo veo en ella la generosidad y benevolencia divina que ofrece a los hombres la conversión. Todos pueden ver, en efecto, cómo hace salir el sol sobre malos y buenos manda la lluvia sobre justos e injustos. Con esta caridad cubrió el verdadero Salomón la parte central de su cuerpo, en atención a las hijas de Jerusalén. Ya que no pueden contemplar las realidades sublimes ni comprender los misterios, ejercítanse al menos en las más sencillas, y de ese modo merecerán alcanzar la contemplación de las realidades más sublimes y espirituales. Al maligno, en cambio, esta visión le atormenta terriblemente ahora, y le torturará más aún en el futuro. En primer lugar, porque le da envidia la infinita benevolencia de que gozamos nosotros, y además porque ve que no puede aprovechar esa gracia y conseguir el perdón.
¿Y nos atreveremos a afirmar que vivió un solo momento sin su Padre? Lejos de nosotros cosa semejante. Pero fue él mismo quien exclamó: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Allí todo hablaba de un abandono absoluto: la necesidad era extrema y no aparecían los signos de poder, ni las huellas de la majestad.
4. Ahí tenemos a Jesucristo: nace del Padre, reposa en el Padre, está sentado junto al Padre, actúa por el Padre y vive para el Padre; está colgado por sumisión al Padre y, en cierto modo, muere abandonado de su Padre. ¿Cómo le vió Isaías cuando exclamó: Vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso? ¿Y cómo le contemplaba cuando sollozaba: Lo vimos totalmente desfigurado y abatido, y lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado? En ambos casos ve a la misma persona, pero no la ve del mismo modo; casi diríamos que ve a otra persona distinta. Allí lo contempla amoratado de heridas, saciado de oprobios, agotado por los tormentos y colmado de insultos. Lo ve despreciable, colgado de un madero, agonizando por nosotros y exclama: Fue triturado por nuestros crímenes, y sus cicatrices nos curaron. Allí está el despreciado y evitado de los hombres. Aquí, en cambio, llena el mundo entero con su gloria. Allí el hombre de dolores acostumbrado al sufrimiento, aquí el Señor en su trono.
En aquello que vieron muchos se usa un verbo en plural; esto otro es totalmente exclusivo y sublime. Allí habla en nombre de la multitud y dice: Vimos. Aquí está totalmente aislado y solitario, y exclama transportado en éxtasis: Vi al Señor sentado, etc. Al que ve sentado le da, con toda justicia, el título de Señor. Estar sentado pertenece al que preside, al que domina y reina. Y estar sentado sobre un trono es la cumbre del señorío. Porque a veces decimos solamente sentarse, como sinónimo de humillación. En fin, el que disfruta en el seno del Padre, se siente como Señor con el Padre. Allí es el esposo amable, aquí el Señor admirable. Dios es glorioso en su santuario y resplandeciente por su majestad.
5. Volvamos al Profeta: Vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso; la tierra estaba llena de su gloria, y lo que estaba debajo de él llenaba el templo. ¿Qué había debajo de él? ¿El trono? Aunque era alto y excelso, estaba debajo de él. Porque si él está sentado en un trono, éste está debajo de él. ¿Y es posible que ese trono llenara el templo? Si la tierra ya estaba llena de su gloria, ¿cómo llenaba el templo? Ten en cuenta que aquí no se refiere a un edificio material, sino a una criatura angélica. Si el alma del justo es sede de la sabiduría, ¿cuánto más los ángeles santos? Este es el trono de su gloria: sublime por su naturaleza, y mucho más encumbrado aún por la gracia. Su condición natural los hizo maravillosos, y los elevó aún más la gracia de la confirmación, de la cual se dice: Con la palabra del Señor se reafirman los cielos.
Así, pues, estos ejércitos de ángeles, en los que Dios se sienta y que están debajo de él, llenan el templo; lo cual no impide que la tierra esté llena de su gloria. Su reino, su imperio y su gloria lo abarcan todo; pero no así su gracia. Su voluntad buena, agradable y perfecta no es tan aceptada por todos como su poder. Por eso decimos: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Su voluntad se cumple sobre todas las cosas, y por todas; pero no en todas. Se cumple la voluntad de Dios en los espíritus bienaventurados, cuando su voluntad se identifica con la suya. Esta unión espiritual culmina en un solo espíritu; recordad un ejemplo: La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma.
Todo cuanto estaba debajo de él llenaba el templo. Lo llenaba con toda clase de bendición espiritual y consuelos divino, con inmensa variedad de gracia y frutos de santidad, porque tu casa exige santidad. Lo llenaba con múltiples carismas; con el espíritu de sabiduría y entendimiento, de consejo y de fortaleza, de ciencia y de piedad; y con el espíritu del temor del Señor.
6. Unos Serafines estaban encima de él. Así llamamos al orden más excelso, y perfecto de los ángeles, que están sobre todos los demás. Aunque superan a todos asisten al Señor soberano, y le ofrecen un fervoroso ministerio y la más generosa reverencia. El Señor, el ángel y el hombre tienen su propia actitud. A Cristo le devora el celo por su Padre; busca la gloria de su Padre; y como verdadero Unigénito y Primogénito del Padre, ayuda a los adoptivos por amor a su Padre. Esteban lo vio de pie y sintió su ayuda. El Profeta le rogaba que se levantara y viniera en su auxilio. ¡Levántate, Señor: ayúdanos!
La actitud de los ángeles es la de servir, como lo dice el Profeta: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Y la de los hombres es perseverar, conservar la fuerza del espíritu y ser fiel a los propósitos. Moisés se puso ante el Señor cuando la sedición para apartar su cólera. Finés se levantó y lo aplacó.
Unos Serafines estaban en pie sobre él. Por qué dice el profeta que vio dos Serafines, y no uno o muchos? Porque, con lo que añade, nos indica claramente que se le aparecieron dos: Uno tenía seis alas y el otro otras seis. Y con razón habla de dos, pues ¡Ay del sólo, porque si cae no tiene quien lo levante! ¡Ay de ti, espíritu soberbio, que siempre quieres ser el único y presumir de todo! Claudicaste de la verdad, y te han expulsado. Los pies del soberbio se desploman. Quisiste ser el único en poseer el trono y te precipitaste del cielo como un rayo, sin esperanzas de que nadie te levante.
7.Uno tenía seis alas y el otro otras seis. ¿Para qué tantas alas? Dice el profeta que con dos alas cubrían su rostro, con dos alas cubrían sus pies y con las otras dos se cernían. Nos hallamos ante un gran misterio y un profundo sacramento. Estas palabras exigen que escuchéis atentamente y que no me exprese con toda claridad y de una manera totalmente espiritual. Me lanzo a manifestaros mi pensamiento, sin atreverme a sostenerlo como verdadero, sino como mera opinión y conjetura. ¿No podemos imaginar que, al caer Lucifer, los Serafines montaron una continua vigilancia, lo mismo que cuando pecó el hombre, Dios colocó a los Querubines como custodios? Y me parece muy bien que los Querubines empuñaran una espada llameante; de este modo alejaban la mano del hombre del árbol de la vida, con los medios que a él más le aterran: el fuego y la incisión. Los Serafines, en cambio, con sus alas cubren y oscurecen el ojo espiritual. Además se nos dice que con dos alas cubrían su rostro y con otras dos sus pies, es decir, impedían que aquel malvado contemplara la grandeza de Dios o sus profundos misterios. Ya llegará el momento en que aparecerá la gloria del Señor, pero no sucederá hasta que se cumpla lo que está escrito: Desaparezca el malvado, y no vea la gloria de Dios. Mientras tanto se le cubren el rostro y los pies. A él se le puede ver la parte central, pero queda privado de toda visión. Y le cubren con alas para defenderle a él y reprimir o alejarse de ellos.
8. Antes, sin embargo, debemos explicar cuáles son esas dos alas con que vuelan. Para mí son la naturaleza y la gracia; recordad que anteriormente las aplicamos al trono alto y excelso. La naturaleza les ha dotado de una inteligencia muy sutil, y la gracia de un afecto muy ardiente. Por ello se sienten impulsados y atraídos hacia aquel que está sobre ellos. Y como dijimos, permanecen estables por su ministerio, y el anhelo les hace volar.
Podemos también decir que cubren el rostro y los pies del Señor, mas no por eso dejan de verlos, porque no cesan de volar y revolotear en torno a él, sondeando las maravillas de su poder y las profundidades de su sabiduría. Y están muy lejos de ser escudriñadores de la majestad, oprimidos por el peso de su gloria. Su amor es tan grande como su conocimiento, porque los dirige, actúa en ellos el Espíritu que sondea hasta las profundidades de Dios. Pero ese soberbio Lucifer escogió solamente brillar y no quiso arder; utilizó únicamente un ala, y en vez de volar se estrelló. Presumió de ser muy luminoso y no se preocupó de ser ferviente y ardiente como significa su nombre de Serafín.
No pudo mantenerse en pie porque despreció, y no pudo volar porque presumió. Su perspicacia natural lo elevó; mas fue para su propia perdición, porque le faltó la gracia y se hundió al instante. Lo mismo ocurrió a los que conocieron a Dios y no le glorificaron ni le dieron gracias: cayeron en una inadmisible mentalidad y se oscureció su corazón insensato. Lo mismo ocurre a su cabecilla: tiene un velo que anula su agudeza natural y no puede contemplar el rostro y los pies del que está sentado en el trono. Los Serafines que están de pie y muy atentos cubren con dos alas su rostro, y con otras dos sus pies.
9. Pero la esencia divina no es una realidad corpórea, ni tiene miembros corporales como los hombres. Dios es espíritu, y todo cuanto afirmamos de él hay que tomarlo en sentido espiritual. ¿Quién nos revelará, pues, este rostro y estos pies, cubiertos por sendas alas de Serafines? El Espíritu, que conoce todo lo que hay en él y sondea hasta las realidades más sublimes de Dios. Yo creo que eso es lo que aquí se quiere indicar al mencionar el rostro. Y según esta interpretación, su rostro sería su majestad, su poder, su fortaleza eterna y su divinidad. El Profeta nos habla así de ese rostro: Tu justicia, como los montes de Dios. Y después añade: Tus juicios, como el hondo abismo. Nosotros nos atrevemos a aplicarlo a sus pies. Porque en sus pies podemos ver sus caminos inescrutables, sus designios insondables, el abismo de su sabiduría y sus decisiones tan irreprensibles como incomprensibles.
En estos pies veo yo incluido de manera especial el misterio de la encarnación del Señor, y la obra entera de nuestra salvación. ¡Qué justicia tan sublime aquella! El Profeta la compara a los montes de Dios. La nuestra, a su lado, si existe es una justicia muy pobre: auténtica, sin duda, pero llena de impurezas. A no ser que nos tengamos por mejores que nuestros padres, que decían con toda sinceridad y humildad: Nuestra justicia es correo un paño lleno de sangre. ¿Podemos hablar de una justicia total, donde todavía es posible recaer en la culpa? La justicia del hombre actual puede ser auténtica, si no consiente en el pecado ni le permite apoderarse de su persona. En cambio, la del primer hombre al principio fue auténtica y total, porque tenía el privilegio de no sentir siquiera el pecado. Pero como no estaba bien consolidada, perdió fácilmente su integridad y dejó de ser auténtica.
La justicia, en cambio, de los ángeles es auténtica, pura e inconmovible; es algo extraordinario, aunque muy inferior a la de Dios. No es innata en ellos, sino recibida de Dios; de tal modo que por su propia naturaleza puede inclinarse a la justicia o a la injusticia. Esta es la maldad que la justicia divina encontró en los ángeles. Ningún viviente es justo ante ti, dice uno que conocía muy bien la justicia divina.
Y fijémonos que no dice: ningún hombre, sino ningún viviente. Con lo cual no quedan exceptuados ni los mismos espíritus angélicos. También ellos viven, y tanto más cuanto más cerca están del que es la fuente de la vida. Y también son justos, pero por él y no por estar ante él; por un don gratuito de él, no por compararse con él. Él es su propia justicia, porque su voluntad no es solamente recta, sino la rectitud, y ambas coinciden con su esencia. En una palabra, esta justicia es como una montaña; es recta, pura e inmutable; es su misma sustancia. ¡Qué cumbres más sublimes hay en esa cabeza! ¡Cuánta gloria y majestad inunda ese monte umbrío y frondoso.
10. ¿Y con qué alas cubren los Serafines ese rostro para que el ojo perverso no pueda percibir el resplandor de la luz verdadera, ni aunque se valga de su extraordinaria naturaleza o de su sutilísima inteligencia? Esas alas son, a mi aparecer, su propia gloria y su felicidad. Gozan de manera inefable al contemplarle extasiados, y su mayor orgullo es rendirle veneración. El malvado sintió admiración, pero no tuvo veneración; y al no venerarle en adoración, no pudo permanecer en el éxtasis de la admiración. Acabó trocando la admiración en emulación, y en vez de adorarle intentó igualarse a él. ¿Cuánto más dichosos son los Serafines, que siguen admirando, y su misma veneración los hace también venerables!Toda su gloria les viene de aquel que convierte a sus siervos en reyes, y ensalza a los que se humillan ante él.
Escucha, asimismo, cómo cubren los Serafines la cabeza del Señor con estas dos alas, para impedir que la vea el maligno. Si mira hacia arriba le confunde inmediatamente la felicidad y gloria de los ángeles; sus ojos se llenan de un flujo fatal, y de una lividez tan espantosa que le es imposible distinguir nada. Ante estos dos velos que le impiden contemplar las grandezas divinas se siente rabiosamente encadenado; y se consume al sentirse acosado por el vigor de la felicidad o de la gloria de aquellos que siente, con dolor, que son superiores a él. ¿Existe un flujo más pernicioso a los ojos que la envidia? El mayor tormento de un corazón envidioso es la gloria y felicidad ajena. La miseria, en cambio, como suele decirse, nunca es envidiosa.
11. Los Serafines cubren también con dos alas los pies del Señor. En ellos están simbolizados el abismo impenetrable de sus juicios y los caminos insondables de sus designios. Por mi parte, afirmo que los cubren con la prudencia y la fidelidad. Como ministros fieles y prudentes disponen tan perfectamente los asuntos de Dios y buscan con tanto interés el bien de los elegidos, que el maligno se ve totalmente amordazado. Por haber estado cubiertos los pies no conoció al Señor de la gloria y lo hizo crucificar. Por este mismo motivo sucede que coopera, sin saberlo y muy a pesar suyo, a nuestra salvación; y después se lamenta de que quiso pejudicar y en realidad coopera a nuestro bien. Así anulan su astucia estos espíritus tan serviciales: su fidelidad y su prudencia no les permite descubrir jamás los designios de la providencia divina para con nosotros.
12. El maligno, por sus dos alas superiores, gozó del don de la admiración, pero no supo manifestarla en la adoración. Con las alas del centro la naturaleza le concedió la inteligencia espiritual, pero la gracia no le otorgó el afecto. Y en las inferiores podemos advertir que le faltó la fidelidad, aunque manifestó algo de prudencia. No creo que tú estés pensando en Otro distinto del que ha sido identificado con la serpiente, el más astuto de todos los animales. Por otra parte, su desastre fue irrevocable e irreparable porque en el lado derecho no tenía ningún ala, y en el izquierdo no le faltaba ninguna.
¡Qué distintos aquellos otros dos, que nos describe la visión profética en pie y asistiendo al Señor de la majestad! Con dos alas, volvemos a repetirlo, le cubren el rostro; una es la admiración que les llena de gozo, y la otra es la adoración, que es su mayor orgullo. Con otras dos alas, la fidelidad y la prudencia, le cubren los pies, y con las otras dos vuelan, es decir, con la vivacidad de su naturaleza y la destreza de la gracia. Dejan lo que podíamos llamar la parte central, libre y visible; y yo veo en ella la generosidad y benevolencia divina que ofrece a los hombres la conversión. Todos pueden ver, en efecto, cómo hace salir el sol sobre malos y buenos manda la lluvia sobre justos e injustos. Con esta caridad cubrió el verdadero Salomón la parte central de su cuerpo, en atención a las hijas de Jerusalén. Ya que no pueden contemplar las realidades sublimes ni comprender los misterios, ejercítanse al menos en las más sencillas, y de ese modo merecerán alcanzar la contemplación de las realidades más sublimes y espirituales. Al maligno, en cambio, esta visión le atormenta terriblemente ahora, y le torturará más aún en el futuro. En primer lugar, porque le da envidia la infinita benevolencia de que gozamos nosotros, y además porque ve que no puede aprovechar esa gracia y conseguir el perdón.
RESUMEN Y COMENTARIO
Cristo procede del Padre y es inferior al Padre, pero comparte el mismo trono. Mientras uno permanece sentado el otro está recostado. También comparten el mismo templo. Es una tranquilidad infinita que supera nuestra capacidad de razonamiento.
Es más cómodo permanecer recostado y cobijado que estar sentado. Por otra parte, el que está sentado tendrá, algún día, y según nos dicen las Escrituras, el deber de juzgar. Pero Padre e Hijo son un mismo ser. Debemos unirnos a ellos de tal forma que también formemos parte de esa comunidad espiritual. Por eso la Iglesia quiere unirse a esa relación tan íntima.
Cristo siempre permaneció unido a su Padre, mirando hacia él, pero sufrió el abandono del mismo, llegó a preguntarle que por qué lo había abandonado. Así era de profunda su naturaleza humana.
Nuevamente podemos verlo lleno de gloria o de sufrimientos, más divino o más humano, pero siempre al lado del Padre.
Su gloria lo cubre todo, lleno de ángeles y de bienaventurados, pero su gracia no ocupa todo lo que hay bajo su trono porque hay seres que rechazan su gracia.
El Hijo, los serafines y los hombres cumplen misiones distintas. El primero busca la ayuda de su Padre y ayuda a los espíritus adoptivos. Los Serafines obedecen las órdenes y las personas perseveran en la virtud. Es importante que sean dos ángeles, al menos, para que ninguno de ellos se crea único e intente alcanzar, par sí, el trono de Dios.
Los Serafines cubren los pies y el rostro de Dios para que los malvados no puedan verlo. Esa puede ser la explicación de los dos pares de alas empleadas en estos menesteres mientras otros ángeles alejan, con espadas de fuego, a los espíritus maléficos. Al malvado no le está permitido ni el acercamiento y la visión de la gracia.
Las dos alas significan la naturaleza y la gracia. Ambas son necesarias para volar. Lucifer sólo utilizó el conocimiento, la naturaleza y no pudo volar o su vuelo fue muy corto. Los que conocen a Dios pero no le glorifican es como si intentaran volar con una sola ala y ésto es imposible.
Sólo el Espíritu nos permitirá acercarnos al rostro y a los pies de Dios. Allí se encuentran sus designios y la auténtica justicia. Todo ser viviente puede actuar justa e injustamente excepto Dios.
Estas alas que cubren el rostro de Dios están hechas de gloria y de felicidad. La ausencia de veneración, o adoración, impiden contemplar su gloria. Al mismo tiempo, la falta de felicidad produce una profunda envida que enturbia la propia vista.
Las alas que cubren los pies significan la prudencia y la fidelidad. El maligno no puede conocer la voluntad ni los designios de Dios. Debido a ello se opone a sus designios, puesto que desconoce el resultado final de sus inútiles esfuerzos, colaborando con nuestra labor de purificación y salvación, sin ni siquiera saberlo.
En definitiva, las alas superiores permiten admiración, pero no veneración. Las alas inferiores están faltas de fidelidad y las centrales permiten una inteligencia sin afecto. En realidad todavía falta más, puesto que los pares de alas están incompletas. A todas ellas les falta la verdadera adoración si ánimo de emular la gloria. A su vez, el comprende todas estas incapacidades y mutilaciones alegóricas es causa de un intenso y profundo sufrimiento.
Cristo siempre permaneció unido a su Padre, mirando hacia él, pero sufrió el abandono del mismo, llegó a preguntarle que por qué lo había abandonado. Así era de profunda su naturaleza humana.
Nuevamente podemos verlo lleno de gloria o de sufrimientos, más divino o más humano, pero siempre al lado del Padre.
Su gloria lo cubre todo, lleno de ángeles y de bienaventurados, pero su gracia no ocupa todo lo que hay bajo su trono porque hay seres que rechazan su gracia.
El Hijo, los serafines y los hombres cumplen misiones distintas. El primero busca la ayuda de su Padre y ayuda a los espíritus adoptivos. Los Serafines obedecen las órdenes y las personas perseveran en la virtud. Es importante que sean dos ángeles, al menos, para que ninguno de ellos se crea único e intente alcanzar, par sí, el trono de Dios.
Los Serafines cubren los pies y el rostro de Dios para que los malvados no puedan verlo. Esa puede ser la explicación de los dos pares de alas empleadas en estos menesteres mientras otros ángeles alejan, con espadas de fuego, a los espíritus maléficos. Al malvado no le está permitido ni el acercamiento y la visión de la gracia.
Las dos alas significan la naturaleza y la gracia. Ambas son necesarias para volar. Lucifer sólo utilizó el conocimiento, la naturaleza y no pudo volar o su vuelo fue muy corto. Los que conocen a Dios pero no le glorifican es como si intentaran volar con una sola ala y ésto es imposible.
Sólo el Espíritu nos permitirá acercarnos al rostro y a los pies de Dios. Allí se encuentran sus designios y la auténtica justicia. Todo ser viviente puede actuar justa e injustamente excepto Dios.
Estas alas que cubren el rostro de Dios están hechas de gloria y de felicidad. La ausencia de veneración, o adoración, impiden contemplar su gloria. Al mismo tiempo, la falta de felicidad produce una profunda envida que enturbia la propia vista.
Las alas que cubren los pies significan la prudencia y la fidelidad. El maligno no puede conocer la voluntad ni los designios de Dios. Debido a ello se opone a sus designios, puesto que desconoce el resultado final de sus inútiles esfuerzos, colaborando con nuestra labor de purificación y salvación, sin ni siquiera saberlo.
En definitiva, las alas superiores permiten admiración, pero no veneración. Las alas inferiores están faltas de fidelidad y las centrales permiten una inteligencia sin afecto. En realidad todavía falta más, puesto que los pares de alas están incompletas. A todas ellas les falta la verdadera adoración si ánimo de emular la gloria. A su vez, el comprende todas estas incapacidades y mutilaciones alegóricas es causa de un intenso y profundo sufrimiento.
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