El que quiera servirme que me siga. Algunos, en vez de seguir a Cristo, huyen de él. Otros, en lugar de seguirle, le preceden; otros le siguen, pero no le alcanzan; y otros, finalmente, le siguen y le alcanzan.
No le siguen y huyen de él los que no renuncian al pecado, como dice la Escritura: El que obra mal detesta la luz. Los que se alejan de ti perecerán.
No le siguen, sino que le preceden, quienes prefieren su criterio a la doctrina de los maestros. Pedro es un buen ejemplo, cuando reprende al Señor, que está decidido a morir por nuestra salvación: ¡Lejos de ti, Señor, hacer eso!
Le siguen sin alcanzarlo los que viven con tibieza y negligencia, o quienes no perseveran hasta el final y se retiran a mitad del camino. A esos se refiere el Apóstol: Fortaleced los brazos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, plantad los pies en sendas llanas, para que la pierna coja no se disloque sino que cure.
Le siguen y le alzanzan quienes se abrazan a sus ejemplos de humildad con perseverancia y con todo el fervor de su espíritu. A esos dice el Señor: El que quiera servirme, que me siga, es decir, me imite. ¿Y con qué fruto? Escuchémosle: Y allí donde esté yo, esté también mi servidor. Así pues, el fruto de esta imitación es vivir en la felicidad eterna.
RESUMEN Y COMENTARIO
Este sermon nos plantea un "fácil" reto: seguir a Cristo. Primero hay que querer seguirlo, después tener fuerzas para ello. Finalmente no tener la soberbia de querer ir por delante del Señor. El camino de seguirlo e imitarlo se antoja, en realidad, muy difícil pero tenemos la sensación de que, iniciado ese camino, es un alimento que no produce saciedad y del que siempre querremos más. Para seguirlo es preciso que Él quiera que los sigamos y que nos otorgue las fuerzas oportunas para ello. En nuestra libertad, siempre quedará el criterio de usar, o no, la invitación y los dones recibidos.
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