SERMONES DOMINGO SEXTO DE PENTECOSTES
LAS MISERICORDIAS
1. Cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Por qué me insiste, necio de mí, ese vario pensamiento del peso de esta penitencia, haciéndolo aún más pesado sobre mi cerviz? También siento otro peso, mucho más suave y mayor. Dios se vuelca de tal modo en mí con sus misericordias, me envuelve y abruma con tantos beneficios que no siento las otras cargas. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Después de tantos favores regalos, ¿me vienes a hablar de obligaciones? Me siento desfallecer, pero es ante la consideración de tantos beneficios.
No seré capaz de agradecérsele cual se merece, pero aborrezco la ingratitud. La ingratitud es de lo más grave, adversaria de la gracia, enemiga de la salvación. A mi juicio, es lo que más desagrada a Dios, sobre todo si procede de los hijos de la gracia y de hombres que profesan la conversión. Corta los caminos de la Tracia, y donde ella impera, la gracia no tiene acceso ni posibilidad de actuar. De aquí, hermanos, la gran tristeza y angustia continua de mi corazón, al ver que algunos son tan superficiales y tan fáciles a la risa y a las chanzas. Mucho me temo que no vivan excesivamente olvidados de la misericordia divina e ingratos a tantos beneficios, se priven para siempre de esa gracia que no han apreciado.
2. ¿Qué puedo decir del que persiste obstinado en la murmuración o en la impaciencia, o le pesa haberse entregado a Dios? ¿Qué del que, en contra de la costumbre y de la razón, se arrepiente de hacer el bien? No sólo no agradece las misericordias de Dios, sino que responde con una afrenta. ¡Qué poco honra a aquel que le llamó quien le sirve con tristeza y amargura! Me refiero a esa tristeza carnal que procura la muerte. ¿Crees que se le va a conceder más gracia? ¿No se le quitará la poca que tiene? ¿No tenemos por perdido lo que se da a un ingrato? ¿No ríos duele haber dado lo que se ha dejado perder?
El hombre debe ser agradecido y atento si quiere que se conserven y aumenten en él las gracias recibidas. Si queremos, nos es muy fácil a todos encontrar motivos para sentirnos agraviados con Dios, pues no hay quien se esconda de su calor. Pero nosotros tenemos muchas más razones para vivir en continua acción de gracias. Nos acogió para sí, y nos eligió para servirle sólo a él. Ojalá recibamos como el Apóstol, no el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para poder reconocer los dones que Dios nos hace. ¿Quién de nosotros no puede decir, tu misericordia ha sido inmensa conmigo? Por eso quiero deciros cuatro palabras sobre estas incontables misericordias del Señor, para que el sabio aproveche la ocasión y crezca en sabiduría.
3. Yo hallo en mí siete misericordias del Señor, y creo que también vosotros las experimentaréis. La primera es haberme librado de muchos pecados cuando vivía en el mundo. No es la primera de todas las que me concedió, sino de esas siete. Después de caer en tantos pecados, ¿cómo no hubiera caído en otros muchos, si la bondad del Omnipotente no me preservara? Lo confieso y lo confesaré sin cesar: si el Señor no me hubiera auxiliado, mi alma se habría hundido en el pecado. ¡Qué misericordia ésta tan inmensa! Conservar la gracia a un hombre tan ingrato y despreocupado y proteger bondadosamente de mil pecados al que tanto le ofendía y despreciaba!
Pero ¿con qué palabras podré explicar, Señor, la ternura, generosidad y gratuidad de tu segunda misericordia para conmigo? Yo pecaba y tú disimulabas. Yo aumentaba los crímenes y tú olvidabas el castigo. Yo acumulaba años y años de maldad, y tú de compasión. ¿Qué vale tanta paciencia si no consigue la conversión? Merecería aquella terrible condena del Señor: Esto hiciste y callé.
4. La tercera misericordia consistió en que visitó mi corazón y lo cambió. Lo que antes me sabía dulce se me hizo amargo; y en vez de complacerme en hacer el mal y regocijarme en el fango, comencé a examinar mi vida con espíritu de razón y la agrietaste; repara sus grietas que se desmorona. Hay muchos que se han arrepentido inútilmente, porque su arrepentimiento fue rechazado, como antes lo había sido su culpa. Aquí está la cuarta misericordia: me acogiste piadosamente cuando me arrepentí, y me encuentro entre aquellos de quienes dice el salmista: Dichosos los que están absueltos de sus culpas.
5. A esto sigue la misericordia quinta, con la que me diste la virtud de contenerme en lo sucesivo y de vivir más honestamente. De este modo evitaría la recaída y que el último error fuera peor que el primero. No hay duda, Señor, que es fruto patente de tu virtud y no del esfuerzo humano, sacudir de la cerviz el yugo del pecado una vez admitido. Quien comete el pecado es esclavo del pecado, y sólo puede librarlo de él otra mano más fuerte.Después de librarnos del mal con estas cinco misericordias, nos concedes, Señor, obrar el bien por medio de otras dos. Así se cumple lo que dice la Escritura: Apártate del mal y haz el bien. Estas son: la gracia de merecer o el don de una buena conducta, y la esperanza de alcanzar, por la que el hombre indigno y pecador, apoyándose en la continua experiencia de tu amor, se atreve a esperar los bienes celestes.
RESUMEN:
Debemos agradecer la infinita misericordia de Dios.
Debemos evitar la ingratitud, la murmuración y la impaciencia.
Hay que resaltar siete misericordias:
Debemos evitar la ingratitud, la murmuración y la impaciencia.
Hay que resaltar siete misericordias:
1. Haberme librado de muchos pecados cuando vivía en el mundo.
2. Responder a la maldad humana con compasión.
3. Visitó mi corazón y lo cambió.
4. Me acogiste piadosamente cuando me arrepentí.
5. La virtud de contenerme en lo sucesivo y vivir más
honestamente.
honestamente.
6. El don de una buena conducta.
7. La esperanza de alcanzar los bienes celestes.
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