EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

domingo, 2 de noviembre de 2014

DÍA DE LOS DIFUNTOS. EN LA MUERTE DE DOM HUMBERTO

  1.  Ha muerto Humberto, el servidor de Dios; un servidor abnegado y fiel. Le visteis morir anoche en mis brazos, como un pobre gusano de la tierra. La muerte le fue estrujando durante tres días y acabó triturándolo entre sus fauces y chupó ansiosa su sangre. Eso es todo cuanto pudo hacer; matar el cuerpo y enterrarlo en el seno de la tierra. Nos alejó de un amigo entrañable, un consejero prudente y un apoyo firmísimo. Con todos ha sido implacable este ansioso homicida, pero conmigo lo ha sido mucho más. ¡Cómo nos separas, muerte llena de amargura! ¡Bestia cruel! ¡Amargura infinita! ¡Espanto y terror de la humanidad!
 ¿Qué has hecho? Matar, dominar. Pero ¿qué? Únicamente el cuerpo, porque el alma está fuera de tu alcance. Ha volado a su Creador, a quien tanto ansiaba poseer y a quien siguió con todo empeño durante su vida. Incluso perderás ese cuerpo que crees poseer. Ya llegará el momento en que te aniquilen a ti y sea el botín de una gran victoria. Sí, tendrás que devolver ese cuerpo al que ayer, nada más llegar, lo cubriste de salivazos, maldiciones e inmundicias, desbordante de gozo y alegría por haberlo cogido en tus redes. Vendrá el Unigénito del Padre en la plenitud de su poder y majestad a buscar a Humberto, y transformará ese cuerpo que hoy es cadáver en un cuerpo tan glorioso como el suyo.
 ¿Y qué hacías tú entonces? Lo que dice Jeremías: acabarás hecha una necia. Humberto gozará de una vida sin fin y tú  sufrirás una muerte eterna. Igual que el cetáceo vomitó al Profeta que había tragado, así entregarás tú a Humberto, a quien creías tener bien encerrado en tu enorme panza. 
 2. Hermanos, este siervo de Dios os predicó con sus obras un sermón muy amplio y profundo sobre todos los aspectos de la santidad. Amplio, por lo dilatado de su vida, y profundo por su grandeza incomparable. Si lo recordáis al detalle y lo tenéis bien grabado en vuestro corazón, yo no tengo nada que añadir. Vivió más de cincuenta años al servicio de aquel a quien servir es reinar, porque fue consagrado a Dios desde su infancia. Pasó treinta años con nosotros, desde los primeros años de fundarse este monasterio; su vida fue tan santa e intachable que su recuerdo nos llena de alegría a nosotros y a las futuras generaciones. 
 Recorrió este camino de la vida como un forastero y peregrinó, tomando lo menos posible de este mundo y consciente que no era de aquí. Siempre de paso, como sus padres, se lanzó hacia el más allá para alcanzar el recio de la vocación divina. El mundo no tiene nada que reclamarle, pues ni el mundo le agradó a él ni él al mundo. Usó lo menos posible de sus bienes, y de no intervenir la obediencia hubiera sido aún más sobrio. Se contentaba con tener para comer y vestir, y lejos de vivir en abundancia, incluso lo estrictamente necesario le parecía superfluo.
 Hace unos cuantos días, si mal no recuerdo, me dijo en una charla amistosa que él era un prebendado del monasterio y un ser inútil que vivía de la casa de Dios. Era tan manso y humilde de corazón que su mansedumbre descollaba sobre todas sus grandes virtudes. Y como era tan amable, impartía por doquier amabilidad y dulzura.
3. También conocéis muy bien su prudencia en el hablar, pues sois testigos de su conducta y de sus palabras. ¿Le oyó jamás alguien una murmuración, una grosería, una envidia o alabarse a sí mismo? ¿Le hemos sorprendido juzgando a otros o escuchando al que lo hacía? ¿Le hemos oído palabras inútiles? ¿No temíamos, más bien, que nos oyera tales cosas a nosotros? Vigilaba muchísimo su conducta para no deslizarse en la lengua, consciente de que aquel que no falta cuando habla es un hombre logrado. 
 Lejos de ti, Humberto, aquella amenaza del Evangelio: ¡Ay de los que ahora reís, porque vaís a llorar! Aunque los demás reían, él nunca lo hacía. Siempre se mostraba sereno y radiante con todos y nunca se irritaba; pero si recordáis, nunca se reía a carcajadas. También sois testigos de su entrega a la Obra de Dios, de día y de noche, hasta la hora de su muerte. Llegó a una edad muy avanzada, y a pesar de los achaques de los años y las numerosas enfermedades que le tenían roto y molido, como sabéis muy bien, su espíritu superaba el peso de los años y no se rendía nunca a la enfermedad.
 Hiciera frío o calor, subía y bajaba los montes y valles, uniéndose al trabajo de los jóvenes y siendo la admiración de todos. Si alguna vez le detenía yo conmigo para que me aconsejara en muchos asuntos, parecía estar triste y melancólico hasta volver con nosotros. Rarísima vez faltó a las vigilias solemnes, e incluso muchas veces se anticipaba él. Rarísima vez faltó al coro, y esto solamente cuando una grave enfermedad, ponía en peligro su vida.
4. En el refectorio tomaba prácticamente lo mismo que todos; y si alguna vez se le servía algo especial, no lo tomaba o lo tomaba tan a disgusto que todos nos dábamos cuenta de ello. Si yo se lo hubiera permitido, solamente hubiera tomado agua. Y cuando se le obligaba a beber vino, lo mezclaba con tanta agua que de vino sólo tenía el color. Apenas pisó la enfermería, aunque se le mandara por obediencia, y en cuanto entraba volvía a salir. Confieso que este fallo en la obediencia se debe a que él me superaba a mí en autoridad. En esto no puedo alabarle, porque como bien lo sabéis manifestó bastante terquedad. Creo que si ha sufrido algo ha sido por no acceder a lo que le aconsejábamos para bien de su cuerpo.
 ¿Y cómo aconsejaba él? Con toda sencillez y discreción. De esto tengo una rica experiencia, porque le traté muchas veces en intimidad. Y lo mismo puede decir toda la comunidad. Todos cuantos se le acercaban oprimidos por numerosas y graves tentaciones, escuchaban de sus labios cuál era la raíz de la tentación y el remedio para superarla. Analizaba con tal maestría todos los sentimientos de la conciencia enferma, que el penitente llegaba a creer que todo le era patente y lo veía. 
5. ¿Qué diremos de su caridad? Tenía una misericordia tan entrañable que excusaba a todos, intercedía por todos, sin que lo supieran los interesados. No hacía acepción de personas, sino de necesidades. Era humilde de verdad, de palabra agradable, animoso en las obras, inflado de amor, cumplidor fiel y sumamente prudente y discreto en los consejos. Era el hombre más honesto de cuantos he conocido, consecuente consigo mismo en todo momento. Se comprometió a seguir a Jesús y jamás se alejó de él en toda su vida.
 Si él fue pobre, éste también. Si Aquél sintió penalidades, éste también las experimentó y mucho. Si Aquél fue crucificado, este soportó cruces numerosas y muy pesadas; llevó en su cuerpo las llagas de Jesús y completó en su carne lo que faltaba a la pasión de Cristo. Aquél resucitó y éste resucitará. Aquél subió al cielo y de éste también lo creemos. Sí, subirá cuando descienda el Rey de la gloria a salvarnos, como antes lo hiciera al ascender. De este modo manifestará su poder, ya que tan sublime es bajar como subir por los cielos. Además lo han predicho los ángeles: Este Jesús que ha subido al cielo volverá como lo habéis visto marchar.
 En otro lugar nos dice la Escritura: No ensalces al hombre mientras viva, porque la gloria más segura es después de la muerte. Por eso procuré no decir ni una palabra de él mientras vivía, para no incurrir yo en la adulación ni él en la vanidad. Pero ahora ya no existe ese peligro: yo no lo veo, y creo que tampoco me oye él. Y aunque me oiga, ya no le afectan las palabras humanas, porque está compenetrado con la Palabra de Dios y ella es su fuerza y su dicha. Ya no le engañará el enemigo, y el provocador de la vanidad será incapaz de tocarle. 
6. Ahí tienes ante tus ojos, padre dulcísimo, la fuente pura que tan ardientemente anhelabas. Ya estás sumergido en el abismo del amor divino, cuya inmensa bondad solías contemplar con todo tu fervor. Nadie predicó con tanta unción sobre el amor de Dios, ni ensalzó con tanto entusiasmo la santidad del hombre, ni fue tan apasionado de ambas. Le era imposible decir cuatro palabras sin recordar la auténtica integridad del hombre y la misericordia infinita de Dios.
 No sufro por ti, pues Dios te ha concedido el deseo de tu corazón. Lloro porque me han arrebatado un consejero fiel, un magnífico ayudante, un hombre que pensaba y sentía como yo. todas estas desgracias me han sobrevenido. Señor Jesús: Pasó sobre mí tu incendio y tus espantos me han consumido. Alejaste de mí amigos y compañeros, y al sacar a mis íntimos de la miseria me has dejado solo y miserable
 Me quitaste a los hermanos según la carne y más hermanos aún en el espíritu: hombres sabios en tus asuntos y en los del mundo. Te has ido llevando uno tras otro a cuantos me ayudaban a llevar esta carga tan pesada que me impusiste. Y ahora te llevas, porque es tuyo, a Humberto, el único que me había quedado de tantos y tan íntimos amigos, y tanto más entrañable con cada uno de mis íntimos    y me echas encima todas tus olas. Acaba ya de matarme a fuerza de penas y no reserves tantas muertes a un hombre tan miserable.
 Hago mías las palabras de aquel otro santo: El que ha comenzado a herirme se digne triturarme. Sería un consuelo para mí si cortara de un tirón la trama de mi vida. Acepto con gusto el dolor, confiado en que el Padre bueno trocará el sufrimiento en bendición.  Confieso que en mis palabras aflora el dolor, pero no la murmuración. No lloro a Humberto -lejos de mí compadecer al que está sentado a la mesa del rico-, lloro por mí y por vosotros, por esta casa y por todos los hermanos que se aconsejaban de él. Me inspiro en aquellas frases que el Salvador dirigió a las mujeres que le acompañaban desde Galilea y se lamentaban de él, cuando iba cargado con la cruz como un ladrón con el instrumento de su tortura: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Pues lo que a mí se refiere toca a su fin. Lo que veis preparado para mí es temporal, y lo que no veis eterno. Si es temporal es transitorio y pasajero. El mero hecho de poderlo ver demuestra que es transitorio y caduco. Lo que hemos visto en la muerte de Humberto pertenece al tiempo; pero por encima de esto está el gozo y alegría de que disfruta por toda la eternidad.
7. Inútil, pues, llorar a quien vive totalmente ajeno al llanto y al dolor. Tampoco debemos lamentarnos porque nos lo han arrebatado a nosotros. Al contrario: demos gracias a Dios por habérnoslo conservado durante tanto tiempo. Si no me equivoco, ha vivido diez años con nosotros y para nosotros. Mi único temor es que tal vez lo han alejado de nuestro lado porque no merecíamos su compañía.
 O ¿quién sabe si ha sido para que nos proteja con sus súplicas ante el Padre? ¡Ojalá sea así! Si cuando vivía con nosotros nos amaba de tal manera que se preocupaba mucho más de mis necesidades que de las suyas, ¿no derramará ahora todo su amor y benevolencia sobre mí, al estar identificado con Dios, amor? También es posible que ahora me conozca más profundamente a mí y mi conducta, y en vez de compadecerse como antes se indigne contra mí. Si Dios se lo ha llevado por mis pecados, estoy cierto que me alcanzará el perdón y me librará de esa pena.
8. En fin, hermanos, seguid su ejemplo y no os enredéis tan fácilmente en pensamientos inútiles, palabras ociosas, chanzas y vulgaridades que os roban la vida y el tiempo. El tiempo vuela y no vuelve, y cuando intentáis liberaros de una pequeña molestia, incurrís en otra mayor. Tened por cierto que después de esta vida se nos exigirá centuplicado en el purgatorio, todo lo que ahora hemos omitido por negligencia. 
 Comprendo que a un hombre disipado le resulte muy duro someterse a la disciplina, y al charlatán guardar su lengua, y al inconstante permanecer siempre en su mismo lugar; pero esto no tiene comparación con aquellos tormentos. Me consta qu este hombre que acaba de morir tuvo que luchar mucho en los primero años de su vida monástica. Pero luchó con mucho valor y triunfo. Entonces le costaba mucho resistir a la tentación; ahora, en cambio, le era tan connatural obrar el bien que le hubiera resultado más violento volver a aquellas frivolidades. Practicad estas enseñanzas y fijaos en el ideal que él os presenta con sus obras y palabras, para que poseáis al que él ya posee: al Dios bendito por siempre.
RESUMEN Y COMENTARIO
Realiza San Bernardo una semblanza de su amigo, y compañero, Dom Humberto, hablando de la muerte como si se tratara de un personaje femenino, que arrebata el cuerpo de su amigo, pero con la esperanza de que éste vuelve, el día de la resurrección, con toda su gloria. Nos lo muestra como una persona entregada a la vida monacal desde la infancia, bondadoso, comedido en el vivir, rechazando cualquier ostentación y vana palabrería. Amante del trabajo, huidor de las murmuraciones y de las carcajadas ruidosas que buscan, más bien, el ridículo falto de caridad. Era pródigo en aconsejar buscando soluciones; tan prácticas que eran patentes para el que buscaba la penitencia. Podemos censurarle cierta terquedad en rechazar los cuidados corporales que se dispensaban en la enfermería.
 Era una persona caritativa, que vivía en la pobreza, practicaba la humildad y algún día resucitará de entre los muertos.
 Profundo lamento de San Bernardo ante la ausencia de su amigo espiritual que consideraba adornado de todas las virtudes, hasta el punto de envidiar su propia muerte.
 Expresa el deseo de que pueda interceder ante el Padre y la duda de si su muerte es un castigo hacia su propia persona, que sufrirá su ausencia.
 Debemos tomarlo como ejemplo. Comprender que el tiempo pasa con rapidez, que se nos exigirá cómo lo hemos empleado. Él mismo tuvo que luchar con ímpetu para adaptarse a la vida monástica hasta que lo consiguió enteramente y encontró aquí una vida feliz y edificante. 

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