SERMÓN QUINTO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS
1. Hoy es fiesta para nosotros: una de las más solemnes. ¿Por qué motivo? ¿Es la fiesta de un apóstol, mártir u otro santo? No, no celebramos a ninguno en concreto, sino a todos Juntos. Todos sabemos que hoy es la fiesta de todos los Santos. De todos, los del cielo y los de la tierra. Y entre éstos algunos están ya en el cielo y otros viven todavía en la tierra. Así pues, hoy honramos a todos en común, aunque no con la misma intensidad. Lo cual es comprensible, ya que su grado de santidad no es idéntico, y se diferencian mutuamente. No sólo digo que uno sea más santo que otro, lo cual sería cuestión de cantidad más que de cualidad, sino que cada uno encarna la santidad según su personalidad. Quizá entre los ángeles y los hombres es donde puede señalarse esta variedad de santidad y de renombre. Pues no creemos que puedan ser ensalzados los que nunca lucharon.
Unos merecen ser colmados de honor porque fueron verdaderos amigos tuyos, Señor. Vivieron identificados con tu voluntad, gozosa y espontáneamente. Su combate consistía en resistir varonilmente cuando otros sucumbían. Y en vez de seguir el consejo de los impíos, refrendaban su propósito: Para mí lo mejor es estar junto a Dios.
Es muy digno celebrar esa gracia que los previno suavemente; y honrar esa bondad divina que no los impulsó a la penitencia, sino que los alejó de cuanto exige penitencia; no los salvó, sino que los preservó de la tentación.
2. Otra forma de santidad y muy digna de venerar, es la de aquellos que superaron la gran persecución y blanquearon sus vestiduras con la sangre del Cordero. Como soldados invencibles en mil combates, ostentan su corona triunfal.
¿Podemos contar con otra especie de Santos? Sí, la escondida. A ésta pertenecen aquellos que luchan actualmente en el campo de batalla. Los que corren y no han llegado aún a la meta. Es posible que alguien me tache de temerario al tenerlos por santos; Conserva mi alma, que soy santo. Y el Apóstol, gran experto en los misterios divinos, lo pregona atodos los vientos: Sabemos que con los que aman a Dios, con los que él ha llamado a ser santos, todo coopera para su bien.
Vemos, pues, diversos matices en el uso de la palabra santidad: unos son santos porue ya la poseen plenamente, y otros porque están predestinados a ella. La santidad de estos últimos está oculta en Dios; es algo misterioso y se celebra en la penumbra del misterio. En realidad, el hombre no sabe si es digno de amor o de odio. Lo futuro es algo incierto. Por eso preferimos dejar que Dios honre a estos santos, porque el Señor conoce a los suyos y cuáles son sus elegidos.
Y no se priven tampoco de fiesta aquellos espíritus en servicio continuo, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación. A nosotros no se nos permite canonizar en vida a nadie, porque la incógnita de la vida no garantiza la gloria de ningún mortal. El precio sólo se concede al auténtico atleta, nos repite aquella trompeta celeste. Y el Legislador ha rectificado personalmente las reglas de juego: Quien resista hasta el final se salvará. Aquí tienes la incógnita: ¿quién va a perseverar? ¿Quién va a luchar debidamente? ¿Quién recibirá la corona?
3. Encomia la virtud de quienes han conseguido ya la victoria; glorifica a aquellos cuyo triunfo puedes ya compartir sin vacilar. Esta misma noche cantábamos a los Santos: Temed al Señor todos sus santos. Pero no a éstos. No invitábamos al temor a los que han perseverado hasta el final, pues dice la Escritura que desaparecerá el temor de todas nuestras fronteras. Nos referíamos a aquellos otros santos que necesitan una continua vigilancia frente a los peligros. Porque su lucha no es sólo contra hombre de carne y hueso, sino contra las soberanías, las autoridades, los jefes que dominan en estas tinieblas y las fuerzas espirituales del mal. Hace falta custodiarlos, porque son acometidos por todos lados, de cerca y de lejos. Y donde abundan los ataques externos no deben escasear los temores internos; por eso se, les dice: Temed al Señor todos sus santos. Actualmente toda nuestra felicidad se centra en el temor de Dios, como nos dice la Escritura: Dichoso el hombre que se mantiene alerta. Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Cuán distinta es la felicidad de aquellos cuyo amor perfecto expulsa todo temor, y ya no les asusta el camino de la vida, porque viven y cantan en la patria. Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Nuestra felicidad y nuestra fiesta la celebramos ahora en el temor de Dios. Ellos, en cambio, entre cantos de gozo y alabanza.
4. Los únicos hombres que pueden ser alabados sin temor son los que no viven su vida propia, sino la de Dios; porque la vida del hombre es lucha continua. Y existen dos motivos -íntimamente relacionados-que garantizan esta alabanza. No tememos ensalzar a quienes lo merecen de verdad, ni dudamos en glorificar a los que están tan abismados en la gloria que en nada les afectan nuestros aplausos. Donde reina la verdad no cabe la vanidad.
Tú ahora me preguntas: ¿qué gloria pueden recibir los Santos? Porue ellos no se alaban a sí mismos. Lo prohíbe el oráculo divino: No te alabe tu propia boca. Tampoco se alaban unos a otros: están tan inmersos y absortos en glorificar al Creador, que eso constituye toda su felicidad, y no les queda ni la más remota posibilidad de alabarse mutuamente. Recordemos, una vez más, al Profeta: Dichosos los que viven en tu casa, Señor, te alabarán por siempre jamás.
Sin embargo, no me resigno a creer que los Santos carezcan de gloria. Me apoyo en el parecer del Apóstol: Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria eterna que los sobrepasa desmesuradamente. Y me lo confirma el Profeta: Ven a traernos tu salvación para que gocemos de la dicha de tus elegidos, nos alegremos con la alegría de tu pueblo y seas glorificado con tu heredad. Ten en cuenta que no dice: "para que seas glorificado por tu heredad", sino: con tu heredad. Lo cual indica que la alabanza será común para todos. Los elegidos alaban al Señor. Y ¿quién alabará a los elegidos? He aquí la respuesta: Cada uno recibirá su alabanza. ¿De quién? De Dios. Gran loador y alabanza digna de ser ansiosamente deseada. ¡Qué intercambio tan feliz: tan dichoso es alabar como ser alabado!
5. ¿Qué significan, pues, para los Santos nuestras alabanzas, nuestros himnos y esta solemnidad? ¿Por qué brindarles homenajes terrenos si como lo asevera el Hijo son honrados por el Padre del cielo? ¿Les agradarán nuestros cantos? Están saciados. Así es, queridos hermanos. Los Santos no necesitan nuestros homenajes, ni aumenta su gloria con nuestro fervor. La celebración de su memoria nos es muy provechosa a nosotros, no a ellos.
¿En qué medida nos aproveha? Yo siento que su recuerdo excita en mí un ardiente deseo con tres aspectos distintos. Un refrán popular dice: "ojos que no ven corazón que no siente". Mi ojo es mi memoria; y pensar en los Santos es casi como verlos. Según eso, nuestra gran riqueza está en el país de los vivos; y si este recuerdo está empapado de afecto, es una riqueza incalculable.
Esto mismo nos convence de que nuestra patria es el cielo. Aunque de momento no lo sea tan nuestra, como lo es de ellos. Ellos residen allí sustancialmente, nosotros con el deseo; para ellos es presencia, para nosotros recuerdo. ¿Cuándo nos juntaremos con nuestros padres? ¿Cuándo nos asociaremos esencialmente a ellos? Este es el primer deseo que excita o más bien incita en nosotros el recuerdo de los Santos, gozar de su compañía tan deseable, merecer ser conciudadanos y eternos compañeros de los espíritus bienaventurados, asociarnos a la asamblea de los Patriarcas, a los batallones de los Profetas, al senado de los Apóstoles, a los inmensos escuadrones de Mártires, al colegio de los Confesores, al coro de las Vírgenes. En una palabra: mezclarse y regocijarse en la comunión de todos los Santos.
6. El recuerdo de cada uno es una chispa o una antorcha luminosa que inflama a las almas fervientes en el deseo de verles y abrazarles. A veces creen estar ya en su compañía, y su corazón suspira por todos o alguno de ellos con todo el ímpetu de su anhelo y de su pasión. ¿Por qué somos tan negligentes, tan perezosos y tan locos que no nos despegamos de aquí con frecuentes suspiros y ardientes afectos, y disparamos nuestro espíritu hacia aquellas huestes tan felices? ¡Desgraciados de nosotros, duros de corazón! ¡Ay de aquellos que, como dice el Apóstol viven sin amor! Nos está esperando la primitiva Iglesia, y somos indolentes; los santos nos desean, y no les prestamos atención; los justos suspiran por nosotros, y disimulamos.
Despertemos ya de una vez, hermanos. Resucitemos con Cristo. Busquemos y saboreemos lo de arriba. Suspiremos por quienes desean nuestra presencia, corramos hacia quienes nos están aguardando, avancemos con nuestros deseos hacia los que nos esperan. En nuestra vida de comunidad no existe la seguridad, ni la perfección, ni el sosiego. Y, sin embargo, ved qué dulzura, qué delicia vonvivir los hermanos unidos. Si surge una preocupación interior o externa, la compañía de unos hermanos tan entrañables y que piensan y sienten como nosotros, la hace más llevadera. ¡Cuánto más dulce, agradable y dichosa será aquella unión donde no cabe la sospecha ni brota la discusión, y la caridad más exquisita estrechará a todos con una alianza indisoluble! Lo mismo que el Padre y el Hijo son uno, así lo seremos nosotros con ellos.
7. Pero no aspiremos únicamente a la compañía de los Santos: anhelamos también su felicidad; ambicionemos su presencia y codiciemos apasionados su gloria. Es una ambición totalmente inofensiva, y una ansia de gloria completamente pura. Pues cuando decimos: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, nos referimos a esta vida. Lo mismo cantan los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. En otro lugar oímos: No me toques, que aún no he subido al Padre. Es el Verbo de la gloria. Ciertamente, el hijo sabio es gloria del padre. Por eso dice a Gloria por excelencia: No me toques. Es decir, no busques la gloria, rehúyela y no te atrevas a tocarme hasta que lleguemos al Padre, mansión invulnerable de la gloria. Allí me gloriaré en el Señor: que lo escuchen los humildes y se alegren. El que antes decía: No me toques, que aún no he subido al padre, parece haber escuchado el grito de la esposa del Cantar: Huye, amado mío, huye. O lo que citábamos hace un momento: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Y en uno de los himnos hemos cantado hoy, inspirándonos en el canto de los ángeles
Da paz a tus siervos,
y que nosotros te damos gloria
por los siglos sin fin.
8. Como la vida del hombre es una lucha continua, le interesa más buscar la paz que la gloria. La paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Centinela del hombre, ¿por qué te has convertido en mi adversario, y me he convertido en carga para mi mismo? La guerra está a punto de estallar, se está fraguando una sedición; no es una guerra civil, sino familiar: la carne y el espíritu están enfrentados. El motivo es evidente: Te has convertido en mi adversario. Tú eres la libertad verdadera, la vida, la gloria, la plenitud y la felicidad. Yo, en cambio, soy pobreza, miseria, indigencia, turbación y abatimiento, víctima y esclavo del pecado. Tú eres el deleite sumo y perfecto, el descanso de los espíritus bienaventurados: y yo estoy colocado por ti, desde siempre, lejos del Edén, lejos del deleite, sumido en la fatiga y en la angustia.
¿Podemos contar con otra especie de Santos? Sí, la escondida. A ésta pertenecen aquellos que luchan actualmente en el campo de batalla. Los que corren y no han llegado aún a la meta. Es posible que alguien me tache de temerario al tenerlos por santos; Conserva mi alma, que soy santo. Y el Apóstol, gran experto en los misterios divinos, lo pregona atodos los vientos: Sabemos que con los que aman a Dios, con los que él ha llamado a ser santos, todo coopera para su bien.
Vemos, pues, diversos matices en el uso de la palabra santidad: unos son santos porue ya la poseen plenamente, y otros porque están predestinados a ella. La santidad de estos últimos está oculta en Dios; es algo misterioso y se celebra en la penumbra del misterio. En realidad, el hombre no sabe si es digno de amor o de odio. Lo futuro es algo incierto. Por eso preferimos dejar que Dios honre a estos santos, porque el Señor conoce a los suyos y cuáles son sus elegidos.
Y no se priven tampoco de fiesta aquellos espíritus en servicio continuo, enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación. A nosotros no se nos permite canonizar en vida a nadie, porque la incógnita de la vida no garantiza la gloria de ningún mortal. El precio sólo se concede al auténtico atleta, nos repite aquella trompeta celeste. Y el Legislador ha rectificado personalmente las reglas de juego: Quien resista hasta el final se salvará. Aquí tienes la incógnita: ¿quién va a perseverar? ¿Quién va a luchar debidamente? ¿Quién recibirá la corona?
3. Encomia la virtud de quienes han conseguido ya la victoria; glorifica a aquellos cuyo triunfo puedes ya compartir sin vacilar. Esta misma noche cantábamos a los Santos: Temed al Señor todos sus santos. Pero no a éstos. No invitábamos al temor a los que han perseverado hasta el final, pues dice la Escritura que desaparecerá el temor de todas nuestras fronteras. Nos referíamos a aquellos otros santos que necesitan una continua vigilancia frente a los peligros. Porque su lucha no es sólo contra hombre de carne y hueso, sino contra las soberanías, las autoridades, los jefes que dominan en estas tinieblas y las fuerzas espirituales del mal. Hace falta custodiarlos, porque son acometidos por todos lados, de cerca y de lejos. Y donde abundan los ataques externos no deben escasear los temores internos; por eso se, les dice: Temed al Señor todos sus santos. Actualmente toda nuestra felicidad se centra en el temor de Dios, como nos dice la Escritura: Dichoso el hombre que se mantiene alerta. Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos.
Cuán distinta es la felicidad de aquellos cuyo amor perfecto expulsa todo temor, y ya no les asusta el camino de la vida, porque viven y cantan en la patria. Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre. Nuestra felicidad y nuestra fiesta la celebramos ahora en el temor de Dios. Ellos, en cambio, entre cantos de gozo y alabanza.
4. Los únicos hombres que pueden ser alabados sin temor son los que no viven su vida propia, sino la de Dios; porque la vida del hombre es lucha continua. Y existen dos motivos -íntimamente relacionados-que garantizan esta alabanza. No tememos ensalzar a quienes lo merecen de verdad, ni dudamos en glorificar a los que están tan abismados en la gloria que en nada les afectan nuestros aplausos. Donde reina la verdad no cabe la vanidad.
Tú ahora me preguntas: ¿qué gloria pueden recibir los Santos? Porue ellos no se alaban a sí mismos. Lo prohíbe el oráculo divino: No te alabe tu propia boca. Tampoco se alaban unos a otros: están tan inmersos y absortos en glorificar al Creador, que eso constituye toda su felicidad, y no les queda ni la más remota posibilidad de alabarse mutuamente. Recordemos, una vez más, al Profeta: Dichosos los que viven en tu casa, Señor, te alabarán por siempre jamás.
Sin embargo, no me resigno a creer que los Santos carezcan de gloria. Me apoyo en el parecer del Apóstol: Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una gloria eterna que los sobrepasa desmesuradamente. Y me lo confirma el Profeta: Ven a traernos tu salvación para que gocemos de la dicha de tus elegidos, nos alegremos con la alegría de tu pueblo y seas glorificado con tu heredad. Ten en cuenta que no dice: "para que seas glorificado por tu heredad", sino: con tu heredad. Lo cual indica que la alabanza será común para todos. Los elegidos alaban al Señor. Y ¿quién alabará a los elegidos? He aquí la respuesta: Cada uno recibirá su alabanza. ¿De quién? De Dios. Gran loador y alabanza digna de ser ansiosamente deseada. ¡Qué intercambio tan feliz: tan dichoso es alabar como ser alabado!
5. ¿Qué significan, pues, para los Santos nuestras alabanzas, nuestros himnos y esta solemnidad? ¿Por qué brindarles homenajes terrenos si como lo asevera el Hijo son honrados por el Padre del cielo? ¿Les agradarán nuestros cantos? Están saciados. Así es, queridos hermanos. Los Santos no necesitan nuestros homenajes, ni aumenta su gloria con nuestro fervor. La celebración de su memoria nos es muy provechosa a nosotros, no a ellos.
¿En qué medida nos aproveha? Yo siento que su recuerdo excita en mí un ardiente deseo con tres aspectos distintos. Un refrán popular dice: "ojos que no ven corazón que no siente". Mi ojo es mi memoria; y pensar en los Santos es casi como verlos. Según eso, nuestra gran riqueza está en el país de los vivos; y si este recuerdo está empapado de afecto, es una riqueza incalculable.
Esto mismo nos convence de que nuestra patria es el cielo. Aunque de momento no lo sea tan nuestra, como lo es de ellos. Ellos residen allí sustancialmente, nosotros con el deseo; para ellos es presencia, para nosotros recuerdo. ¿Cuándo nos juntaremos con nuestros padres? ¿Cuándo nos asociaremos esencialmente a ellos? Este es el primer deseo que excita o más bien incita en nosotros el recuerdo de los Santos, gozar de su compañía tan deseable, merecer ser conciudadanos y eternos compañeros de los espíritus bienaventurados, asociarnos a la asamblea de los Patriarcas, a los batallones de los Profetas, al senado de los Apóstoles, a los inmensos escuadrones de Mártires, al colegio de los Confesores, al coro de las Vírgenes. En una palabra: mezclarse y regocijarse en la comunión de todos los Santos.
6. El recuerdo de cada uno es una chispa o una antorcha luminosa que inflama a las almas fervientes en el deseo de verles y abrazarles. A veces creen estar ya en su compañía, y su corazón suspira por todos o alguno de ellos con todo el ímpetu de su anhelo y de su pasión. ¿Por qué somos tan negligentes, tan perezosos y tan locos que no nos despegamos de aquí con frecuentes suspiros y ardientes afectos, y disparamos nuestro espíritu hacia aquellas huestes tan felices? ¡Desgraciados de nosotros, duros de corazón! ¡Ay de aquellos que, como dice el Apóstol viven sin amor! Nos está esperando la primitiva Iglesia, y somos indolentes; los santos nos desean, y no les prestamos atención; los justos suspiran por nosotros, y disimulamos.
Despertemos ya de una vez, hermanos. Resucitemos con Cristo. Busquemos y saboreemos lo de arriba. Suspiremos por quienes desean nuestra presencia, corramos hacia quienes nos están aguardando, avancemos con nuestros deseos hacia los que nos esperan. En nuestra vida de comunidad no existe la seguridad, ni la perfección, ni el sosiego. Y, sin embargo, ved qué dulzura, qué delicia vonvivir los hermanos unidos. Si surge una preocupación interior o externa, la compañía de unos hermanos tan entrañables y que piensan y sienten como nosotros, la hace más llevadera. ¡Cuánto más dulce, agradable y dichosa será aquella unión donde no cabe la sospecha ni brota la discusión, y la caridad más exquisita estrechará a todos con una alianza indisoluble! Lo mismo que el Padre y el Hijo son uno, así lo seremos nosotros con ellos.
7. Pero no aspiremos únicamente a la compañía de los Santos: anhelamos también su felicidad; ambicionemos su presencia y codiciemos apasionados su gloria. Es una ambición totalmente inofensiva, y una ansia de gloria completamente pura. Pues cuando decimos: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria, nos referimos a esta vida. Lo mismo cantan los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. En otro lugar oímos: No me toques, que aún no he subido al Padre. Es el Verbo de la gloria. Ciertamente, el hijo sabio es gloria del padre. Por eso dice a Gloria por excelencia: No me toques. Es decir, no busques la gloria, rehúyela y no te atrevas a tocarme hasta que lleguemos al Padre, mansión invulnerable de la gloria. Allí me gloriaré en el Señor: que lo escuchen los humildes y se alegren. El que antes decía: No me toques, que aún no he subido al padre, parece haber escuchado el grito de la esposa del Cantar: Huye, amado mío, huye. O lo que citábamos hace un momento: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Y en uno de los himnos hemos cantado hoy, inspirándonos en el canto de los ángeles
Da paz a tus siervos,
y que nosotros te damos gloria
por los siglos sin fin.
8. Como la vida del hombre es una lucha continua, le interesa más buscar la paz que la gloria. La paz con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Centinela del hombre, ¿por qué te has convertido en mi adversario, y me he convertido en carga para mi mismo? La guerra está a punto de estallar, se está fraguando una sedición; no es una guerra civil, sino familiar: la carne y el espíritu están enfrentados. El motivo es evidente: Te has convertido en mi adversario. Tú eres la libertad verdadera, la vida, la gloria, la plenitud y la felicidad. Yo, en cambio, soy pobreza, miseria, indigencia, turbación y abatimiento, víctima y esclavo del pecado. Tú eres el deleite sumo y perfecto, el descanso de los espíritus bienaventurados: y yo estoy colocado por ti, desde siempre, lejos del Edén, lejos del deleite, sumido en la fatiga y en la angustia.
Y nos dices: Convertíos a mí de todo corazón. Si nos exhortas a volver es que estamos alejados de ti. Si nos pides la vonversión es porque vivimos enfrentados contigo. ¿Cómo convertirnos? Con ayuno, con llanto y con luto. ¡Oh realidad admirable! ¿Practicas tú, acaso, el ayuno o te entregas al llanto o al luto? No, vives ajeno a todo esto. Es algo inconcebible en ti. Tu reino es Jerusalén, a quien sacias con flor de harina. Allí no existe ni luto, ni llanto, ni dolor, sino cantos de gratitud y de alabanza. Que los justos se alegren y gocen en la presencia de Dios, rebosando de alegría.
¿Cómo, pues, volvemos a él con ayuno, con llanto y con luto? ¿No será que el justo le encuentra en el gozo y la alegría, y el que todavía no lo es, solamente en el ayuno, el llanto y el luto? Sí, así es. pero el justo de que hablamos es el que ya ve a Dios, no el que vive aún en la fe. Como cuando dice el Señor: Estoy con él en la tribulación, se refiere al que camina en la fe, y no al que goza de la presencia. Es cierto que todos tienen una misma cabeza, pero no se manifiesta del mismo modo a todos los miembros. Unos la ven coronada de espinas y apoyada sobre la cruz, para que se humillen y se muevan a compunción. Otros la contemplan gloriosa para ser glorificados por ella y se gloríen en ella, hechos semejantes a él, porque la ven tal como es.
9. Esta es la segunda clase de deseo que suscita en nosotros el recuerdo de los Santos: que Cristo se nos manifieste como nuestra vida, lo mismo que a ellos, y nosotros seamos glorificados en él. Mientras tanto, nuestra cabeza no se nos presenta tal como es, sino tal como se hizo por nosotros. En vez de una corona gloriosa, lleva la corona de espinas de nuestros pecados: ¡Muchachas de Sión, salid para ver al rey Salomón con la rica corona que le cinó su madre! ¡Qué rey y qué corona! La madre es la Sinagoga, que no actuó como madre, sino como madrastra, al ceñir a nuestro Rey una corona de espinas.
Ruborícense esos miembros ansiosos de gloria viendo a su cabeza tan deshonrada, sin figura, sin encanto ni belleza ni cosa semejante: Ahora sí que es el verdadero Salomón; ahora viene como rey de paz, y no de dicha o de gloria. De este modo da plenitud a lo que cantaron los ángeles; paz en la tierra y gloria en el cielo. Sonrójate de ser un miembro refinado de una cabeza acribillada, y aquien la úrpura no le sirve de honra, sino de mofa.
Es triste que este día se celebre en muchos lugares a base de banquetes y grandes derroches. Eso no es celebrar, sino vilipendiar. Ellos verán lo que hacen. Con eso se festejan a sí mismos, no a los Santos. No buscan el agrado de los Santos, sino su propio capricho. Pero Cristo volverá, y su muerte dejará de ser proclamada. Y entonces veremos si hemos muerto de verdad y si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. La cabeza aparecerá radiante de gloria, y con ella brillarán sus miembros glorificados. Y transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en él la gloria de la cabeza, que es él mismo. Anhelemos esta gloria con toda la audacia y ambición de que somos capaces y que nunca se nos diga: Os dedicáis al intercambio de honores y no buscáis el honor que viene sólo de Dios.
10. Para poder esperar esta gloria y aspirar a tanta dicha, debemos desear con todas nuestras ansias los sufragios de los Santos para que su intercesión supla nuestra impotencia. ¡Piedad, piedad de mí, amigos míos! Vosotros conocéis nuestros peligros, nuestro barro, nuestra insipiencia, la astucia y la furia del enemigo y nuestra fragilidad. Hablo con vosotros, que os visteis en esta misma tentación, superasteis idénticas peleas, escapasteis de lazos semejantes y vuestra experiencia os enseñó a ser compasivos.
También confío que los ángeles se dignarán visitar a su propio linaje, y me apoyo en aquel texto: Visitarás a tu raza y no pecarás. Sin embargo, aunque me atrevo a confiar en ellos por la semejanza de su ser espiritual y la forma racional, me inspiran mucha mayor confianza los que participan de mi misma humanidad. Esto les impulsa a compadecerse íntima y profundamente del que es hueso de sus huesos y carne de su carne.
11. Y finalmente, cuando pasaron de este mundo al Padre nos dejaron la más sagrada fianza. Sus cuerpos reposan en paz junto a nosotros, y su fama perdura por generaciones; es decir, su gloria es inmortal. No, vosotros no sois como aquel desagradecido egipcio, el copero del Faraón, que al ser restablecido en su cargo se olvidó de José encarcelado. No eran miembros de una misma cabeza, no existe unión posible entre el infiel y el creyente, entre el israelita y el egipcio, entre la luz y las tinieblas. Egipto significa tiniebla, e Israel es el que ve a Dios. Por eso, donddequiera estaba Israel había luz. Nuestro Jesús no se pudo olvidar del ladrón cricificado con él; hizo lo que prometió: en un mismo día sufrió y reinó con él.
Si nosotros no fuéramos miembros de esa misma cabeza a la que están unidos los Santos, ¿qué sentido tendrían estos sentimientos y regocijos tan fervientes con que les honramos? Pero advertid qué dice la Escritura: Si un miembro goza, todos se alegran con él; y cuando un órgano sufre, todos sufren con él. Vivimos en mutua relación: nosotros gozamos con ellos, y ellos sufren con nosotros; nosotros reinamos con ellos por la oración fervorosa, y ellos luchan en nosotros y en nuestro favor con su atenta protección. No podemos dudar de su compasiva solicitud. Si como dije anteriormente no alcanzarán su plenitud sin nosotros, esperan a que recibamos nuestra recompensa. Y en ese día último y solemne de la fiesta, todos los miembros unidos a su excelsa cabeza formarán el hombre total; y será ensalzado Jesucristo, nuestro Señor, junto con sus elegidos. Él es Dios soberano bendito y glorioso por siempre.
También confío que los ángeles se dignarán visitar a su propio linaje, y me apoyo en aquel texto: Visitarás a tu raza y no pecarás. Sin embargo, aunque me atrevo a confiar en ellos por la semejanza de su ser espiritual y la forma racional, me inspiran mucha mayor confianza los que participan de mi misma humanidad. Esto les impulsa a compadecerse íntima y profundamente del que es hueso de sus huesos y carne de su carne.
11. Y finalmente, cuando pasaron de este mundo al Padre nos dejaron la más sagrada fianza. Sus cuerpos reposan en paz junto a nosotros, y su fama perdura por generaciones; es decir, su gloria es inmortal. No, vosotros no sois como aquel desagradecido egipcio, el copero del Faraón, que al ser restablecido en su cargo se olvidó de José encarcelado. No eran miembros de una misma cabeza, no existe unión posible entre el infiel y el creyente, entre el israelita y el egipcio, entre la luz y las tinieblas. Egipto significa tiniebla, e Israel es el que ve a Dios. Por eso, donddequiera estaba Israel había luz. Nuestro Jesús no se pudo olvidar del ladrón cricificado con él; hizo lo que prometió: en un mismo día sufrió y reinó con él.
Si nosotros no fuéramos miembros de esa misma cabeza a la que están unidos los Santos, ¿qué sentido tendrían estos sentimientos y regocijos tan fervientes con que les honramos? Pero advertid qué dice la Escritura: Si un miembro goza, todos se alegran con él; y cuando un órgano sufre, todos sufren con él. Vivimos en mutua relación: nosotros gozamos con ellos, y ellos sufren con nosotros; nosotros reinamos con ellos por la oración fervorosa, y ellos luchan en nosotros y en nuestro favor con su atenta protección. No podemos dudar de su compasiva solicitud. Si como dije anteriormente no alcanzarán su plenitud sin nosotros, esperan a que recibamos nuestra recompensa. Y en ese día último y solemne de la fiesta, todos los miembros unidos a su excelsa cabeza formarán el hombre total; y será ensalzado Jesucristo, nuestro Señor, junto con sus elegidos. Él es Dios soberano bendito y glorioso por siempre.
RESUMEN Y COMENTARIO
Es difícil comparar unos santos con otros, pues difieren en calidad y cantidad. Unos sobresalieron en alguna faceta y otros en aspectos diferentes. De cualquier forma, de todos podemos aprender y ellos nunca compitieron entre sí. La santidad es algo que vemos retrospectivamente, cuando la persona ha llegado al final de su vida terrena. No podemos saber quién resistirá hasta el final tan dura prueba. Si existe, o no, la predestinación de algunas personas, es ese un gran misterio en manos de Dios. Nuestra felicidad se basa en el temor de Dios. Tras la muerte se basará en el gozo y la alabanza. Esa alabanza no será de unos santos a otros sino que la recibirán conjuntamente de Dios, pero de tal manera que cada uno reciba la suya propia. Los santos no tienen necesidad de nuestras alabanzas, pero nosotros sí necesitamos su ejemplo pues nos proporciona la esperanza de una vida futura en la gracia de Dios. La comunión de todos los santos será dulce y exquisita, sin ningún tipo de discusión y con una alianza indisoluble. Aspiramos a la gloria tras la muerte, y es un sano propósito, pero no en vida pues en ella no existe otra gloria que la de nuestro Creador. Podemos imaginar a Dios como gloria o como lucha. Las cosas del espíritu se oponen a las materiales y, cuando lo vemos como lucha es porque estamos más alejados de Él y estamos comenzando el camino que nos marca nuestra fe. La visión que tenemos de "nuestra cabeza" depende de cómo sea nuestra vida espiritual. Debemos reflexionar sobre esto en estas fiestas y no transformarla en una festividad mundana y vacía de contenido. Los santos pueden compadecerse de nosotros, y ayudarnos, con mayor facilidad por haber compartido nuestra naturaleza mortal. Todos formamos parte de una misma comunidad de luz y unos esperan a los otros para estar juntos, el día de la resurrección, junto a Jesucristo en la Comunión de los Santos.
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