SITUACIÓN DE LOS SANTOS ANTES DE LA RESURRECCIÓN.
SERMÓN SEGUNDO DE LA FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS
1. Celebramos hoy, hermanos, la memoria festiva y gloriosa de todos los Santos, digna de toda nuestra devoción. Quisiera hablaros, con la ayuda del Espíritu Santo, de la inmensa felicidad que disfrutan en su dichoso descanso, y de la plenitud futura que esperan recibir. Pero en lugar de guiarme por conjeturas personales, prefiero apoyarme en la autoridad de las Escrituras. Y en vez de ser profeta a cuenta propia, acudiré al testimonio de la palabra de Dios. Con el favor del Señor, podemos sacar tres frutos en este sermón: el conocer, al menos en parte, la dichosa recompensa de los Santos, nos estimula a seguir con generosidad sus huellas, suspirar ardientemente por gozar de su compañía y encomendarnos con devoción a su intercesión.
Es doctrina segura y merece ser aceptada que debemos imitar en nuestra vida a quienes rendimos nuestro solemne homenaje; lanzarnos con todas nuestras ansias a compartir la felicidad de quienes ensalzamos; experimentar la protección de aquellos cuyos privilegios nos alborozan.
Esta memoria festiva de los Santos es inmensamente fecunda, porque ahuyenta de nosotros el cansancio, la tibieza y el error; su intercesión robustece nuestra debilidad; su felicidad espolea nuestro tedio, y su ejemplo es una escuela viva para nuestra ignorancia. No dudo que la lectura del Evangelio y el sermón del Señor os ha enseñado mejor que a nadie cómo imitar a los Santos. Tenéis ante vuestros ojos la escalera por la que ha subido el coro de los Santos a quienes hoy festejamos. Y estoy seguro que habéis empleado gran parte de la noche y del día para implorar fervorosamente su protección.
Me limitaré a decir unas breves palabras de su felicidad, según me lo conceda el que ensalza y glorifica a los que llamó y rehabilitó.
2. Escuchemos al Salmista: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor fue bueno contigo: arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Y en otro momento añade: Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador. La Escritura me pone en contacto continuo con hombres que proclaman gozosos su liberación, con palabras de gran seguridad e inmensa felicidad, con gritos de júbilo y gratitud; esos cantos son impropios, a mi juicio, de quienes todavía viven en casas de barro y ganan el pan con el sudor de su frente. ¿Quién de ellos puede presentar un corazón puro? ¿Quién puede presumir de haber roto los lazos y tener sus pies libres de la trampa? El Apóstol no se cansa de repetir: Quien se afana de estar en pie, tenga cuidado y no caiga. Y refiriéndose a sí mismo añade: ¡Desgraciado de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo, instrumento de muerte? Hermanos, yo no pienso haber obtenido el premio. Sólo una cosa me interesa: olvidando lo que queda atrás y lanzándome a lo que está delante, correr hacia la meta. Yo corro de esa manera, no sin rumbo; boxeo, pero sin dar golpes al aire; castigo mi cuerpo y le obligo a que me sirva, no sea que después de predicar a otros me descalifiquen a mí.
Aquí tenéis la trompeta militar, el pregón de un capitán que se lanza intrépido al combate. Porque esas últimas frases son más propias de quien ya ha triunfado, más aún, de quien ya vuelve victorioso de la batalla y espera con una conciencia tranquila y gozosa el gran día triunfal.
3. ¿Qué dice al retomar de la batalla el intrépido soldado y el siervo leal? Alma mía, recobra tu calma. Cuando militabas para tu Señor, en tu vida mortal, las maniobras de la guerra y la incertidumbre de la victoria no te permitían descarsar. De un lado te atacaban un tropel de tentaciones, y de otro te invadía el miedo a sucumbir. El soldado de Cristo tenía entonces una gloria bien ganada, pero no disfrutaba del descanso. Escuchemos a ese infatigable y resuelto guerrero que poco ha recordábamos: Nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia. Esto, a mi juicio, no quiere decir que la conciencia atestigua en favor de sí misma. Porque no es aceptado el que se alaba a sí mismo, sino el acreditado por Dios. Este testimonio de la conciencia de que se gloria el Apóstol no es el que da la propia conciencia, sino el que expresa en ella el Espíritu de la verdad dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Cuando la verdad lo aplaude y la justicia lo atestigua, no dudes que es Dios mismo quien lo aprueba y el Espíritu Santo quien lo testifica. Así hace el Rey con el soldado que combate infatigable por su honor y su amor: le observa de cerca y le anima gozoso, ensalza sus proezas, le anuncia el triunfo ya inminente, y le promete los premios y la corona inmortal.
Este testimonio llena de orgullo al experto y aguerrido soldado, y en lugar de aflojar en la lid arremete con más ímpetu y bravura. En una palabra, los elegidos de Dios disfrutan al luchar, pero sólo saborean las primicias del Espíritu, que inyecta vigor a su flaqueza y disipa su temor con su testimonio. El Apóstol lo sabía por experiencia: El reino de Dios no es comida o bebida, sino honradez, paz y alegría en el Espíritu Santo.
4. Una vez acabado el tiempo de su milicia, los Santos reciben la plenitud del gozo en su alma, y esperan el día en que su cuerpo participe también de ese gozo. Lo leemos en el salmo: La luz de tu rostro, Señor, está impresa en nosotros. Has llenado de alegría mi corazón. ¿Por qué? Lo dice a continuación: Por la abundancia de trigo, vino y aceite. También conocía aquel otro encomio: Dadle del fruto de su trabajo, y que sus obras le alaben en la plaza. Por eso se le ordena escribir a Juan en el Apocalipsis Dichosos los que mueren en el Señor. ¿Por qué? Desde ahora, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos.
El salmo que acabamos de citar continúa diciendo: En paz me acuesto y descansaré. Y el Apocalipsis añade: Les acompañán sus obras. ¿Con qué fin, sino para alabarlos en las plazas? ¿Para qué sino para enriquecerlos con su fruto, y con el fruto de sus manos engorden los novillos que, según el testimonio del profeta, se inmolarán sobre el altar, cuando se reconstruyan las murallas de Jerusalén? Mientras tanto, este testigo veraz nos dice que están al pie del altar, no sobre él, y por eso escribe en el Apocalipsis que oyó sus voces al pie del altar. Sienten el resplandor del rostro divino y, en forma limitada, su corazón experimenta gran alegría, mientras llega el día de verse colmados de gozo con su presencia. Sí, en esta breve espera, esas almas recobran su calma, hasta el día que merezcan entrar en el descanso del Señor. Ahora les pregonan sus propias obras en las plazas, después cada uno será ensalzado por Dios. Ved, hermanos, qué cohesión tiene toda la Escritura: describe la felicidad de los Santos de la misma manera y casi con idénticas palabras.
5. Y ninguno de vosotros crea que será pequeño el descanso o la alegría de los que ya se ven libres de toda inquietud y repasan su vida en la dulzura de su alma. Ahora se gozan por los días en que fueron humillados o sufrieron desdichas. Consideran con gozosa admiración los peligros que sortearon, las penas que soportaron y los combates que superaron. Y en premio de todo eso aguardan con fe cierta e indubitable la dichosa esperanza y la llegada gloriosa de su gran Dios y Salvador, que resucitará y transformará sus cuerpos reproduciendo en ellos el esplendor del suyo.
6. ¡Qué felicidad y alegría tan inmensa la suya! Su gozo brota de tres grandes surtidores: el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Sobre esta consumación tenemos un claro testimonio en el salmo que venimos citando. Las almas que disfrutan de ese reposo dicen: En paz me acuesto y descansaré, porque tú, Señor, me inundas totalmente de esperanza. Fijaos: está inundado exclusivamente de esperanza; ya no fluctúa entre el temor y la esperanza, como antes cuando luchaba con la angustia y la ansiedad.
Otro salmo nos habla también de la paz que gozan ahora los Santos: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor te ha colmado de bienes. Te ha colmado y aún te dará muchos más. Te ha colmado: Porque arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída; es decir, me libró del pecado y de la pena del pecado, del temor y peligro de recaer. Ya no tendrá que lavar ni regar con lágrimas el lecho de su alma, porque Dios enjugará las lágrimas de sus ojos. Cesó en esta morada el pesar y la compunción de las crueles espinas, porque ya ha salido de esa tierra que engendraba cardos y espinas; ya no busca calmar en este lecho los dolores de su enfermedad, porque desaparecieron todos los achaques. El descanso apacible y sosegado del alma es su conciencia limpia, serena y segura. Con este colchón de la pureza de su conciencia, la almohada de la paz y el cobertor de la seguridad, el alma bienaventurada puede mientras tanto dormir feliz y descansar llena de gozo.
7. Sobre el recuerdo de las virtudes practicadas anteriormente, el salmo ciento veintitrés tiene las palabras explícitas de los Salmos. Consideran admirados de cuántas trampas y peligros se ven liberados por el auxilio divino, y cantan jubilosos en el Señor: Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos. Vadeamos el torrente, pero las aguas espumeantes nos llegaban hasta el cuello. Y añade: Bendito que no nos entrega como presa a sus dientes.
Y aquellas palabras que escribía el Apóstol en vísperas de derramar su sangre, se le pueden aplicar ahora con mucha mayor exactitud para describir el estado en que ya descansa feliz. Ahora sí que puede decir: He competido en noble lucha, he corrido hasta la meta, me he mantenido fiel; ahora me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día.
Hermanos, éstos son los negocios actuales de los Santos. Con ellos viven y en ellos descansan. El Espíritu Santo ha querido dejarnos escritas las palabras que hemos mencionado y otras semejantes para que comprendamos de algún modo cómo viven ahora.
8. Pero los afectos de su contemplación y su gozo superan con creces lo que nosotros podemos imaginar o expresar. Fijaos cómo jadea el Profeta, acentuando y rebuscando las palabras, sin conseguir ensalzar dignamente lo que pretende: ¡Qué bondad tan grande y tan inmensa, Señor, reservas para tus fieles! Y añade: La derrochas sin límites a los que a ti se acogen en presencia de todos.
Como veis, se nos habla de una inmensa dulzura que está escondida. Es grande e inmensa; pero todavía no es total, porque alcanzará su plenitud cuando pase de la oscuridad a la luz plena; es decir, cuando los Santos no reposen al pie del altar, sino que ocupen los tronos para juzgar. Las almas que se desprenden del cuerpo reciben inmediatamente el descanso, pero no la gloria completa. Un profeta, preso en la cárcel de su cuerpo, se expresa así: Los justos me esperan hasta que me des la recompensa. Y el Señor responde a las almas santas que piden la resurrección de sus cuerpos: Tened un poco de calma, hasta que se complete el número de vuestros hermanos.
Pero concluyamos aquí el sermón, pues nos llama la celebración solemne de la misa. La materia que aún nos queda la reservamos para otro sermón.
Aquí tenéis la trompeta militar, el pregón de un capitán que se lanza intrépido al combate. Porque esas últimas frases son más propias de quien ya ha triunfado, más aún, de quien ya vuelve victorioso de la batalla y espera con una conciencia tranquila y gozosa el gran día triunfal.
3. ¿Qué dice al retomar de la batalla el intrépido soldado y el siervo leal? Alma mía, recobra tu calma. Cuando militabas para tu Señor, en tu vida mortal, las maniobras de la guerra y la incertidumbre de la victoria no te permitían descarsar. De un lado te atacaban un tropel de tentaciones, y de otro te invadía el miedo a sucumbir. El soldado de Cristo tenía entonces una gloria bien ganada, pero no disfrutaba del descanso. Escuchemos a ese infatigable y resuelto guerrero que poco ha recordábamos: Nuestro orgullo es el testimonio de nuestra conciencia. Esto, a mi juicio, no quiere decir que la conciencia atestigua en favor de sí misma. Porque no es aceptado el que se alaba a sí mismo, sino el acreditado por Dios. Este testimonio de la conciencia de que se gloria el Apóstol no es el que da la propia conciencia, sino el que expresa en ella el Espíritu de la verdad dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios.
Cuando la verdad lo aplaude y la justicia lo atestigua, no dudes que es Dios mismo quien lo aprueba y el Espíritu Santo quien lo testifica. Así hace el Rey con el soldado que combate infatigable por su honor y su amor: le observa de cerca y le anima gozoso, ensalza sus proezas, le anuncia el triunfo ya inminente, y le promete los premios y la corona inmortal.
Este testimonio llena de orgullo al experto y aguerrido soldado, y en lugar de aflojar en la lid arremete con más ímpetu y bravura. En una palabra, los elegidos de Dios disfrutan al luchar, pero sólo saborean las primicias del Espíritu, que inyecta vigor a su flaqueza y disipa su temor con su testimonio. El Apóstol lo sabía por experiencia: El reino de Dios no es comida o bebida, sino honradez, paz y alegría en el Espíritu Santo.
4. Una vez acabado el tiempo de su milicia, los Santos reciben la plenitud del gozo en su alma, y esperan el día en que su cuerpo participe también de ese gozo. Lo leemos en el salmo: La luz de tu rostro, Señor, está impresa en nosotros. Has llenado de alegría mi corazón. ¿Por qué? Lo dice a continuación: Por la abundancia de trigo, vino y aceite. También conocía aquel otro encomio: Dadle del fruto de su trabajo, y que sus obras le alaben en la plaza. Por eso se le ordena escribir a Juan en el Apocalipsis Dichosos los que mueren en el Señor. ¿Por qué? Desde ahora, dice el Espíritu: podrán descansar de sus trabajos.
El salmo que acabamos de citar continúa diciendo: En paz me acuesto y descansaré. Y el Apocalipsis añade: Les acompañán sus obras. ¿Con qué fin, sino para alabarlos en las plazas? ¿Para qué sino para enriquecerlos con su fruto, y con el fruto de sus manos engorden los novillos que, según el testimonio del profeta, se inmolarán sobre el altar, cuando se reconstruyan las murallas de Jerusalén? Mientras tanto, este testigo veraz nos dice que están al pie del altar, no sobre él, y por eso escribe en el Apocalipsis que oyó sus voces al pie del altar. Sienten el resplandor del rostro divino y, en forma limitada, su corazón experimenta gran alegría, mientras llega el día de verse colmados de gozo con su presencia. Sí, en esta breve espera, esas almas recobran su calma, hasta el día que merezcan entrar en el descanso del Señor. Ahora les pregonan sus propias obras en las plazas, después cada uno será ensalzado por Dios. Ved, hermanos, qué cohesión tiene toda la Escritura: describe la felicidad de los Santos de la misma manera y casi con idénticas palabras.
5. Y ninguno de vosotros crea que será pequeño el descanso o la alegría de los que ya se ven libres de toda inquietud y repasan su vida en la dulzura de su alma. Ahora se gozan por los días en que fueron humillados o sufrieron desdichas. Consideran con gozosa admiración los peligros que sortearon, las penas que soportaron y los combates que superaron. Y en premio de todo eso aguardan con fe cierta e indubitable la dichosa esperanza y la llegada gloriosa de su gran Dios y Salvador, que resucitará y transformará sus cuerpos reproduciendo en ellos el esplendor del suyo.
6. ¡Qué felicidad y alegría tan inmensa la suya! Su gozo brota de tres grandes surtidores: el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Sobre esta consumación tenemos un claro testimonio en el salmo que venimos citando. Las almas que disfrutan de ese reposo dicen: En paz me acuesto y descansaré, porque tú, Señor, me inundas totalmente de esperanza. Fijaos: está inundado exclusivamente de esperanza; ya no fluctúa entre el temor y la esperanza, como antes cuando luchaba con la angustia y la ansiedad.
Otro salmo nos habla también de la paz que gozan ahora los Santos: Alma mía, recobra tu calma, que el Señor te ha colmado de bienes. Te ha colmado y aún te dará muchos más. Te ha colmado: Porque arrancó mi vida de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída; es decir, me libró del pecado y de la pena del pecado, del temor y peligro de recaer. Ya no tendrá que lavar ni regar con lágrimas el lecho de su alma, porque Dios enjugará las lágrimas de sus ojos. Cesó en esta morada el pesar y la compunción de las crueles espinas, porque ya ha salido de esa tierra que engendraba cardos y espinas; ya no busca calmar en este lecho los dolores de su enfermedad, porque desaparecieron todos los achaques. El descanso apacible y sosegado del alma es su conciencia limpia, serena y segura. Con este colchón de la pureza de su conciencia, la almohada de la paz y el cobertor de la seguridad, el alma bienaventurada puede mientras tanto dormir feliz y descansar llena de gozo.
7. Sobre el recuerdo de las virtudes practicadas anteriormente, el salmo ciento veintitrés tiene las palabras explícitas de los Salmos. Consideran admirados de cuántas trampas y peligros se ven liberados por el auxilio divino, y cantan jubilosos en el Señor: Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos. Vadeamos el torrente, pero las aguas espumeantes nos llegaban hasta el cuello. Y añade: Bendito que no nos entrega como presa a sus dientes.
Y aquellas palabras que escribía el Apóstol en vísperas de derramar su sangre, se le pueden aplicar ahora con mucha mayor exactitud para describir el estado en que ya descansa feliz. Ahora sí que puede decir: He competido en noble lucha, he corrido hasta la meta, me he mantenido fiel; ahora me aguarda la merecida corona con la que el Señor, juez justo, me premiará el último día.
Hermanos, éstos son los negocios actuales de los Santos. Con ellos viven y en ellos descansan. El Espíritu Santo ha querido dejarnos escritas las palabras que hemos mencionado y otras semejantes para que comprendamos de algún modo cómo viven ahora.
8. Pero los afectos de su contemplación y su gozo superan con creces lo que nosotros podemos imaginar o expresar. Fijaos cómo jadea el Profeta, acentuando y rebuscando las palabras, sin conseguir ensalzar dignamente lo que pretende: ¡Qué bondad tan grande y tan inmensa, Señor, reservas para tus fieles! Y añade: La derrochas sin límites a los que a ti se acogen en presencia de todos.
Como veis, se nos habla de una inmensa dulzura que está escondida. Es grande e inmensa; pero todavía no es total, porque alcanzará su plenitud cuando pase de la oscuridad a la luz plena; es decir, cuando los Santos no reposen al pie del altar, sino que ocupen los tronos para juzgar. Las almas que se desprenden del cuerpo reciben inmediatamente el descanso, pero no la gloria completa. Un profeta, preso en la cárcel de su cuerpo, se expresa así: Los justos me esperan hasta que me des la recompensa. Y el Señor responde a las almas santas que piden la resurrección de sus cuerpos: Tened un poco de calma, hasta que se complete el número de vuestros hermanos.
Pero concluyamos aquí el sermón, pues nos llama la celebración solemne de la misa. La materia que aún nos queda la reservamos para otro sermón.
RESUMEN Y COMENTARIO
Cuando hablamos de la festividad de Todos los Santos debemos fijarnos en la felicidad que alcanzaron, imitar su modo de vida e implorar su protección.
Somos meros aprendices con un camino apenas iniciado. Todavía no hemos conseguido avances importantes en el camino de la salvación, podemos caer facilmente y estamos dando gracias por no haber caído. Estamos enseñando cuando deberíamos recibir enseñanzas.
Somos como soldados que luchamos por la victoria. Debemos hacerlo con paz y alegría y no buscar el reconocimiento que nos otorgamos a nosotos mismos sino la mirada misericordiosa de Dios. Sólo tras la muerte habremos concluido nuestro trabajo, viviremos en paz, a los pies del altar, pero no en el mismo altar. Nuestro nombre será, tal vez, ensalzado por muchos, pero no por nosotros mismos. Así hasta que llegue el día, la breve espera de la eternidad, en que podamos gozar de la presencia de Dios. Mientras tanto, descansan recordando las humillaciones y penalidades sufridas, esperando la resurreción de sus cuerpos, no como eran sino con el esplendor de Dios.
El gozo se basa en tres puntos que son el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Esta experiencia de feliz espera está expresada en los salmos, más concretamente en el 123 y en otros.
También San Pablo se refería a ese estado de paz cuando nos comparaba a presas de los otros hombres que caerían sobre nosotros, como un torrente amenazando ahogarnos, pero gracias de la ayuda del Señor las aguas nunca llegarán hasta nuestro cuello.
Es tanta la gloria de los que se salvan que los profetas tienen problemas para describirla. Por lo demás, los santos esperarán al pié del altar hasta que llegue la resurrección de sus cuerpos y ocupen su definitivo lugar en el altar mismo.
BLOG RECOMENDADO EN RELACIÓN CON ESTE SERMÓN:
http://apostol-totustuus.blogspot.com.es/
Somos meros aprendices con un camino apenas iniciado. Todavía no hemos conseguido avances importantes en el camino de la salvación, podemos caer facilmente y estamos dando gracias por no haber caído. Estamos enseñando cuando deberíamos recibir enseñanzas.
Somos como soldados que luchamos por la victoria. Debemos hacerlo con paz y alegría y no buscar el reconocimiento que nos otorgamos a nosotos mismos sino la mirada misericordiosa de Dios. Sólo tras la muerte habremos concluido nuestro trabajo, viviremos en paz, a los pies del altar, pero no en el mismo altar. Nuestro nombre será, tal vez, ensalzado por muchos, pero no por nosotros mismos. Así hasta que llegue el día, la breve espera de la eternidad, en que podamos gozar de la presencia de Dios. Mientras tanto, descansan recordando las humillaciones y penalidades sufridas, esperando la resurreción de sus cuerpos, no como eran sino con el esplendor de Dios.
El gozo se basa en tres puntos que son el recuerdo de la virtud anterior, la experiencia del descanso presente y la certeza de la plenitud futura. Esta experiencia de feliz espera está expresada en los salmos, más concretamente en el 123 y en otros.
También San Pablo se refería a ese estado de paz cuando nos comparaba a presas de los otros hombres que caerían sobre nosotros, como un torrente amenazando ahogarnos, pero gracias de la ayuda del Señor las aguas nunca llegarán hasta nuestro cuello.
Es tanta la gloria de los que se salvan que los profetas tienen problemas para describirla. Por lo demás, los santos esperarán al pié del altar hasta que llegue la resurrección de sus cuerpos y ocupen su definitivo lugar en el altar mismo.
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