Un pueblo desconocido me obedecía. Nada tendría de extraño que un pueblo conocido de Dios le sirviera. Pero que un pueblo extraño le sirva y le obedezca al instante, es algo digno de toda alabanza.
Dentro de este gran panorama de los que conocen y no conocen, podemos concretar cuatro grupos. Están los que son conocidos por Dios y le conocen a él; los que ni son conocidos ni le conocen; otros son conocidos por él, pero no le conocen; y finalmente, hay quienes no son conocidos y ellos sí le conocen. Para Dios conocer significa hacer feliz, y en el hombre agradecer la felicidad recibida.
En ese caso, los conocidos de Dios y que le conocen a él son los ángeles santos: él los colma de felicidad y ellos se entregan sin cesar a su alabanza y a su servicio. Los que no son conocidos ni le conocen son los pobres sin remedio: carecen de las riquezas temporales y no sienten el gozo del servicio divino. Los conocidos que no le conocen son los ricos de este mundo, que nadan en la abundancia recibida, pero son esclavos de los deseos carneales y jamás ponen su corazón en lo celestial.
En cambio, los desconocidos que le conocen son los pobres voluntarios, a quienes ni la persecución, ni la angustia, ni cualquier otro peligro pueden separarles del amor de Cristo.
Es innegable que soportan mil pruebas y sufren grandes tormentos, como lo dice la Escritura: El horno prueba la vasija del afarero, y la tribulación a los hombres justos. Y el Salmo ¿por qué me has abandonado? ¿No parecen unos desconocidos de Dios los que gritan que les mire? Y aunque parecen ser unos desconocidos y abandonados, ellos sí conocen a Dios; y este mismo salmo añade inmediatamente en persona de esos que le conocen: Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso.
A estos se refiere la palabra de Dios: Un pueblo desconocido me obedecía. Cual si dijera a sus ángeles: ¿qué tiene de extraño que me sirváis vosotros, a quienes colmo de felicidad, cuando me sirven aquellos a quienes dejo en la pobreza? ¿Y qué hay de especial en que me obedezcáis los que contempláis mi rostro, cuando me obedecen los que no me ven y solamente me oyen? Sí, los ángeles le ven y los hombres le oyen. Le oyen y obedecen, con el deseo de asemejarse un día a los ángeles y merecer contemplar al que contempla los ángeles. De este modo quien le escucha merece verle, y la visión es el premio de la escucha. Lo primero es escuchar y después ver, como lo dice la Escritura: Escucha, hija mía, y mira. Así pues, quien aspira a ver a Dios en el futuro debe escucharle en esta vida.
RESUMEN Y COMENTARIO
Los hombres pueden ser divididos en cuatro grupos:
-Los conocidos de Dios y que ellos le conocen a él: son los ángeles santos. Él los colma de felicidad y ellos se entregan sin cesar a la alabanza y a su servicio.
-Los que no son conocidos ni le conocen son los pobres sin remedio: no reciben felicidad contemplativa ni sienten inclinación alguna hacia lo divino.
-Los conocidos que no le conocen. Son los ricos en un amplio sentido: reciben grandes dones pero no sienten inclinación alguna hacia Dios.
-Los desconocidos que le conocen son los pobres voluntarios que claman: Dios mío, de día te grito y no respondes; de noche, y no me haces caso. A ellos se refieren las Escrituras con la afirmación de que "un pueblo desconocido me obedecía". Pero hay que seguir insistiendo pues para ver a Dios (cuando Él quiera mostrarse) hay que oírle primero. Todos los que buscan a Dios pertenecen a este cuarto y definitivo grupo, pues la contemplación del mismo y el goce de su conocimiento, nunca serán completos durante nuestra vida terrena. Tendremos que seguir clamando y buscando.
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