Entró Jesús en su castillo, y una mujer de nombre Marta lo recibió en su casa. El castillo donde entró Jesús es la pobreza voluntaria, la cual protege a sus moradores del doble peligro que amenaza a los enamorados de este mundo: la envidia propia y la ajena. Por una parte la pobreza tiene el aspecto de miseria y evita la envidia ajena; y por otra parte es voluntaria, y no envidia a nadie.
Estas dos hermanas simbolizan las dos fuerzas de vida de los amantes de la pobreza. Unos como María, preparan dos platos con todo cariño al Señor Jesús: la corrección de sus obras en la salsa de la constricción, y los ejercicios de piedad con el caldo de la devoción. Otros viven sólo para Dios como María, y contemplan a Dios tal como aparece en el mundo, en los hombres, en los ángeles, en sí mismo y en los condenados. Contemplan a Dios que rige y gobierna el universo, que libera y socorre al hombre, que es gozo y encanto de los ángeles, principio y fin de todo, y espanto horroroso de los réprobos. O con otras palabras: admirable en sus criaturas, digno de amor en los hombres, deseo de los ángeles, misterio inaccesible en sí mismo, e intolerable para los condenados.
RESUMEN Y COMENTARIO
La pobreza es una gran virtud porque nos priva de la envidia y de ser envidiados. Podemos enfocarnos en las labores de cada día, en la pobreza y humildad de nuestras obligaciones, como hacía María, o en dejarnos llevar por una vida contemplativa entregados a la voluntad de Dios.
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