CONSIDERACIONES DEL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO XI
Capítulo
11
Dime,
si puedes, a cuál de estas tres virtudes le asignarías
especialmente este término medio. ¿No crees que es tan propio de
las tres, que parece ser exclusivo de cada una? Se diría que en ese
término medio, sin más, consiste toda la virtud. Pero entonces no
habría diversidad de virtudes, pues todas se reducirían a una. No.
Lo que pasa es que no puede darse una virtud que carezca de este
término medio, que es el íntimo dinamismo y el meollo de todas las
virtudes. A él revierten tan estrechamente, que es como si todas
pareciesen una única virtud; no porque lo compartan
repartiéndoselo, sino porque cada una -prescindiendo de las demás-
lo posee por entero.
Por
poner un ejemplo: ¿no es la moderación lo más típico de la
justicia? Si algo se le escapase de su control sería incapaz de dar
a cada cual todo lo que le corresponde, tal como lo exige la
misma naturaleza de a justicia. Y a su vez, ¿no se llama la
templanza así por excluir todo lo que no sea moderado? Lo mismo
sucede con la fortaleza. Precisamente lo propio de esta virtud es
salvarle a la templanza de los vicios que le asaltan por todas panes
a fin de sofocarla, defendiéndola con todas sus fuerzas hasta
fortificarla, como sólida base del bien v asiento de todas las
virtudes. Por tanto, justicia, fortaleza y templanza llevan en común
como propio esa moderación del justo medio.
Mas
no por eso carecen de diferencia especifica. La justicia ama, la
fortaleza ejecuta, la templanza modera el uso y posesión de lo que
se tiene. Nos queda por demostrar cómo participa de esta comunión
la virtud de a prudencia. Es ella precisamente la primera en
descubrir y reconocer ese justo medio, pospuesto durante tanto
tiempo por negligencia del alma, aprisionado en lo más oculto por
la envidia de los vicios y encubierto por las tinieblas de
olvido. Por esta razón, te aseguro que son muy pocos los que la
descubren, porque son muy pocos quienes la poseen.
La justicia
busca, por tanto, el justo medio. La prudencia lo encuentra, )a
fortaleza lo defiende y la templanza lo posee. Mas no era mi
intención tratar aquí de las virtudes. Si me he extendido en ello,
ha sido para exhortarte a que te entregues a la consideración, pues
así descubrimos estas cosas y obras semejantes. Perdería su vida
inútilmente el que jamás se ocupara en este santo ocio, tan
religioso y tan benéfico.
CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO: CAPÍTULO XII
Capítulo
12
LA MALDAD DE NUESTRA EPOCA
¿Qué
sucedería si de repente te rindieras de plano a esta filosofía?
Desde luego, tus predecesores no lo hicieron. A muchos les
resultaría molesto. Seria como si te desviases inesperadamente de
las huellas de tus padres e insultases su recuerdo. Te aplicarían
aquel proverbio: Haz lo que nadie hace y todos se fijarán en ti,
como si pretendieses ser admirado. Claro que no podrías corregir
todos los errores ni moderar todos los excesos inmediatamente. Pero,
con el tiempo y el tino que Dios te concedió, lo conseguirás
lentamente si buscas las oportunidades. Siempre te será factible
sacar partido de un mal del que tú no eres responsable.
Si tomamos
ejemplo de los buenos, y no son precisamente los más recientes,
encontraremos algunos sumos pontífices que fueron capaces de
encontrar para sí espacios para el ocio santo, aunque estaban
inmersos en los asuntos más delicados. Era inminente el asedio de
la Urbe y la espada de los bárbaros se cernía sobre el cuello de
sus habitantes. Y no se encogió el santo papa Gregorio, que no
interrumpió su contemplación ni la redacción de sus sabios
comentarios. Justamente en esas circunstancias, como se desprende
del prólogo, redactó con exquisita elegancia y plena dedicación
la última parte de su tratado sobre Ezequiel, la más misteriosa de
todas.
CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO: LIBRO PRIMERO. CAPÍTULO XIII
Capítulo
13
De
acuerdo. Es cierto que han echado raíces otras formas de vida
y que han cambiado radicalmente los tiempos y los hombres. No es que
nos amenacen nuevos peligros, porque ya son una realidad presente.
El fraude, el engaño y la violencia se han apoderado de la tierra.
Campean los calumniadores, apenas nadie defiende la verdad, por
todas partes los más fuertes oprimen a los más débiles. No
podemos desentendernos de los oprimidos, ni negarles la justicia a
los que sufren vejación. ¿Y cómo va a ser posible hacerles
justicia, si se encarpetan las causas y no se escucha a las partes
litigantes?
LOS
ABOGADOS
Sí;
deben tramitarse las causas. Pero como es debido. Porque resulta
detestable cómo se encauzan habitualmente los litigios; algo
indigno, no digamos ya de los tribunales de la Iglesia, sino hasta
de los civiles. Me pasma cómo pueden escuchar tus piadosos oídos
unas argumentaciones y contrarréplicas de los abogados, que sirven
más para destruir la verdad que para esclarecerla.
Corrige
la depravación, cierra los labios lisonjeros y corta la lengua que
propala mentiras. Porque afilan su elocuencia para servir al engaño
y argüir contra la justicia, como maestros que impugnan la verdad.
Dan lecciones a quienes deberían instruirles y no se basan en la
evidencia, sino en sus invenciones. Calumnian ellos mismos al
inocente. Desbaratan la simplicidad de la misma verdad. Obstruyen el
camino de la justicia.
Nada puede
esclarecer tan fácilmente la verdad como una exposición precisa y
nítida. Quiero que te habitúes a decidir con brevedad e interés
todas las causas que inevitablemente han de ser vistas por ti, que
no tienen por qué ser todas. Y zanja toda dilación fraudulenta y
falsa. Lleva tú personalmente las causas de las viudas, del pobre y
del insolvente. Obras muchas podrías pasarlas a otros. Y las más
de las veces no debes considerarlas ni dignas de audiencia. ¿para
qué perder el tiempo en escuchar a gentes cuyos delitos ya se
conocen antes del Juicio?
LOS
AMBICIOSOS
Es
impresionante el descaro de algunos, que carecen de todo pudor, para
llevar a los tribunales sus evidentes ansias de ambición,
manifiesta a todas luces en sus pleitos. Llegan a la osadía de
apelar a la conciencia pública, cuando bastaba la suya propia para
quedar confundidos. No hubo quien humillase sus frentes altivas, y
por eso se multiplicaron y se hicieron más soberbios aún. Lo
que no sé es cómo estos hombres corrompidos no temen ser
descubiertos por los que son tan depravados como ellos. Y es que
donde todos apestan, ninguno percibe su propio hedor. Por poner un
ejemplo: ¿siente rubor alguno el avaro ante el avaro, el impúdico
ante el impúdico, el lujurioso con el lujurioso? Pues lo mismo: la
Iglesia está infestada de ambiciosos. Por eso ya no puede ni
horrorizarse siquiera de las intrigas y apetencias de los
ambiciosos. Exactamente igual que dentro de una guarida de ladrones,
donde se contemplan con toda naturalidad los despojos de los
caminantes.
CONSIDERACIONES AL PAPA EUGENIO. LIBRO PRIMERO: CAPÍTULO XIV
Capítulo
14
Si
eres discípulo de Cristo, deberías consumirte en celo y levantarte
con toda tu autoridad contra semejante corrupción universal de la
desvergüenza. Contempla al Maestro y escúchale: El que quiera
servirme, que me siga. Y no predispone sus oídos para que le
escuchen, sino que se hace un látigo para golpearlos. No pronuncia
discursos ni los admite. No se sienta en el tribunal; sin más, los
azota. Y no oculta el motivo: han convertido la casa de oración en
una lonja de contrataciones. Haz tú lo mismo. Huyan avergonzados de
tu presencia esos traficantes. Y cuando no sea posible, que al menos
le teman; tú también tienes tu azote. Tiemblen los banqueros que
confían en el oro, porque nada pueden esperar de ti; que escondan
su dinero de tu vista, pues saben que prefieres tirarlo antes que
recibirlo.
Si
obras así, con tenacidad y empeño, ganarás a muchos, consiguiendo
que trabajen para vivir valiéndose de medios más honestos que el
lucro infame; y los demás ni se atreverán a concebir semejantes
negocios.
Por
añadidura, podrás disponer mejor de tus tiempos de ocio, como
antes te lo indicaba. Porque así encontrarás muchos momentos
libres para dedicarlos a la consideración. Y obrarías con toda
honestidad, si fueras capaz de no conceder siquiera audiencias para
asuntos de pleitos, remitiéndolos a otras personas y resolviendo
los que juzgues dignos de tu intervención con un informe previo que
sea breve, fiel y apropiado a la causa.
Te
hablaba de la consideración; y pienso extenderme más, aunque lo
haré en otro libro, para acabar ya con éste, no sea que te resulte
doblemente pesado por su excesiva tensión y por
la aspereza de mi estilo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario