SERMON 11
I.-EXHORTACION A LA ACCION DE GRACIAS.—II. LA MATERIA PRINCIPAL DE LA ACCION DE GRACIAS ES EL MODO Y EL FRUTO DE LA REDENCION.—III. EL FRUTO DE LA REDENCION CONSISTE EN TRES COSAS.—IV. EL MODO DE LA REDENCION CONSISTE EN OTRAS TRES.
1.
Al terminar el sermón anterior os dije, y no me pesa repetirlo,
cuánto deseo que todos vosotros exhaléis esa sagrada unción que
recoge los beneficios de Dios en la gozosa gratitud de la santa
devoción. Esto es muy saludable; tanto porque alivia las penas
de la vida presente, al volverse más tolerables cuando vivimos la
alegría de la alabanza de Dios, cuanto porque nada anticipa tanto
aquí en la tierra la paz de los conciudadanos del cielo como
alabar a Dios con vivo entusiasmo. Así lo dice la Escritura:
Dichosos los que viven en tu casa, Señor, alabándote siempre.
Pienso que a este perfume se refiere principalmente el Profeta
cuando dice: Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los
hermanos unidos. Es ungüento precioso en la cabeza. Pero esto no
guarda relación con el primer perfume. Aquél es bueno pero no
agradable, pues el recuerdo de los pecados deja amargura y no
engendra alegría. Además los que lloran sus pecados no viven
juntos, ya que cada uno llora y deplora sus pecados personales. Mas
los que viven en acción de gracias, sólo miran a .Dios que atrae
toda su atención, y por eso conviven realmente entre sí. Su actitud
es buena, porque toda la gloria se la dan al Señor, a quien
corresponde en justicia, y además es muy agradable por el gozo
que reporta.
2.
Así pues, amigos míos, os exhorto a que intentéis salir del
molesto y angustioso recuerdo de vuestros pecados y caminéis
por las sendas más cómodas del recuerdo sereno de los beneficios de
Dios. De este modo, contemplándole a él, os aliviaréis de vuestra
propia confusión. Mi deseo es que experimentéis el consejo del
santo Profeta, cuando dice: Sea el Señor tu delicia y él te dará
lo que pide tu corazón. Ciertamente es necesario el dolor de los
pecados, pero no continuo. Hay que variarlo con el recuerdo más
agradable de la ternura divina, no sea que la tristeza endurezca el
corazón y acabe en desesperación. Añadamos algo de miel al ajenjo;
la amargura será saludable y redundará en salvación sólo
cuando pueda beberse suavizada con la dulzura introducida.
Escucha
finalmente a Dios: él mitiga el sinsabor del corazón
quebrantado, sacando al abatido del abismo de la desesperación,
consolando al afligido con la miel de sus promesas y animando al
desalentado. Lo dice por el Profeta: Moderaré tus labios con mi
alabanza para no aniquilarte. Es decir: «Para que no caigas en una
tristeza extrema al contemplar tus maldades, para que
desesperado no caigas como si te arrojara un caballo desbocado,
porque perecerías, yo te contengo con el bocado de la brida, saldrá
al paso mi indulgencia, te reconfortaré con mis alabanzas. Tú
que te ofuscas con tus males, sentirás alivio en mis bienes y
descubrirás que es mayor mi benignidad que todas tus culpas».
Si Caín
hubiese sido detenido con ese freno nunca habría dicho en su
desesperación: Mi culpa es muy grave y no merezco el perdón.
No, de ningún modo. Es mayor su ternura que cualquier iniquidad. Por
eso el justo no se acusa incesantemente; sólo cuando comienza a
hablar. E incluso al terminar concluye alabando a Dios. Ved,
efectivamente, qué orden sigue: He examinado mis caminos, para
enderezar mis pies a tus preceptos. Encuentra primero el dolor
de la contrición y de la desdicha en sus propios caminos, para gozar
después en la senda de los preceptos de Dios, como si fuesen
toda su riqueza.
Vosotros
también, a ejemplo del justo, cuando os sintáis humillados,
recordad igualmente la bondad del Señor. Así podéis leer en
el libro de la Sabiduría: Creed que el Señor es bueno y buscadlo
con un corazón sencillo. El
recuerdo frecuente e incluso habitual de la generosidad de Dios
induce fácilmente al espíritu a pensar así.
De otra manera, no sería posible cumplir lo que dice el Apóstol:
Dad gracias en toda circunstancia, si se ausentasen del corazón los
motivos de la gratitud. No quisiera echaros a cuestas aquella afrenta
de los judíos con que los acusa la Escritura: que olvidaron las
obras de Dios y las maravillas que les había mostrado.
3.
Pero jamás hombre alguno será capaz de traer a la memoria y recoger
todos los bienes que el Señor piadoso y clemente derrama sin cesar
sobre los mortales: ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza? Que
al menos los redimidos nunca olvidemos su obra primordial y más
sublime, la de nuestra redención.
A este propósito trataré de inculcaros de manera especial, y lo más
sucintamente que pueda, dos cosas que ahora se me ocurren,
acordándome de aquella sentencia: Instruye al docto y será más
docto.
Se trata
del modo cómo realizó la redención y del fruto que con ella
consiguió. ¿El modo? El anonadamiento de Dios. ¿El fruto? Nuestra
divinización. Meditar en lo primero es sembrar la santa esperanza;
en lo segundo, incitar el amor supremo. Necesitamos las dos
cosas para avanzar en el espíritu:
la esperanza sin amor sería servir por un salario; el amor se
enfriaría si creyésemos que es infructuoso.
4.
Nosotros esperamos de nuestro amor el
fruto que nos prometió
aquel a quien amamos: Una medida generosa, colmada, remecida,
rebosante. A mi entender, una
medida sin medida.
Pero me
gustaría saber de qué será esa medida, o mejor esa inmensidad que
se nos promete: Jamás ojo vio un Dios fuera de ti que preparase
tantas cosas para los que le aman. Tú que lo preparas, dinos qué
nos preparas. Nosotros creemos y confiamos de verdad, tal como lo
prometes, que nos saciaremos de los bienes de tu casa. Pero ¿cuáles
son estos bienes? ¿Consistirán acaso en trigo, vino y aceite,
oro y plata o piedras preciosas? Todo eso ya lo hemos conocido, lo
hemos visto y lo vemos, pero lo desechamos. Buscamos lo que ni ojo
vio, ni oído oyó, ni hombre alguno ha imaginado. Eso es lo que nos
complace, lo que saboreamos y nos deleita buscar, sea lo que fuere.
Todos serán discípulos de Dios y él será todo para todos. En
definitiva, la plenitud que esperamos de Dios no será sino el mismo
Dios.
5.
¿Quién podrá vislumbrar toda la dulzura que encierran estas cuatro
palabras: Dios será todo para todos? Prescindiendo del cuerpo,
percibo claramente en el alma la razón, la voluntad y la
memoria: las tres constituyen su esencia. Todo el que vive guiado por
el espíritu, sabe cuánto les falta para ser completas y perfectas
estas tres facultades, mientras vivimos en este mundo. ¿No será
porque Dios no es todavía todo para rodos? De aquí se deriva que la
razón se engañe en sus juicios con tanta frecuencia, que la
voluntad se vea sacudida por cuatro desórdenes, y que la memoria se
desconcierte por sus muchos olvidos. La noble criatura se ve
doblegada con este triple fracaso, no por gusto, aunque abriga una
esperanza. Pues el que sacia de bienes todos los anhelos, será
plenitud luminosa para la razón, torrente de paz para la voluntad,
presencia eterna para la memoria. ¡Oh amor, verdad, eternidad!
¡Santa feliz Trinidad! Por ti suspira desde su desgracia esta mi
trinidad, desgraciada por su infeliz destierro lejos de ti. ¡Con
cuántos errores, sufrimientos y miedos se enredó por separarse
de ti! ¡Ay de mí! ¡Cómo hemos trastocado esta trinidad contra la
tuya! Siento palpitar mi corazón, y me duele mi ser; me abandonan
las fuerzas, y me estremezco; me falta hasta la luz de los ojos, y
caigo en el horror. ¡ Ay, trinidad de mi alma, te expatriaste al
pecar y mira ahora tu gran desemejanza con la Trinidad!
6.
¿Mas por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera
en Dios, que volverás a alabarlo cuando se aleje de la razón el
error, de la voluntad el sufrimiento, de la memoria todo temor,
y les revele lo que esperamos: una maravillosa serenidad, una dulzura
absoluta, una seguridad eterna. Lo primero será obra del Dios
verdad, lo segundo del Dios amor y lo tercero del Dios omnipotencia.
Así será Dios todo para todos, cuando la razón reciba la luz
inextinguible, cuando la voluntad llegue a la paz imperturbable,
cuando la memoria se acerque para siempre a la fuente inagotable.
Vosotros
mismos sabéis asignar lo primero al Hijo, lo segundo al
Espíritu Santo, lo tercero al Padre. Pero lo haréis sin sustraer
nada de ello al Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, de modo que
la distinción de personas no menoscabe la plenitud, ni la perfección
recaiga en detrimento de la propiedad. Considerad también si
los que pertenecen a este mundo son capaces de experimentar algo
semejante en los placeres de la carne, en los espectáculos mundanos
y en las ostentaciones de Satanás; pues como dice Juan, así engaña
esta vida a sus desgraciados secuaces: Todo lo que hay en el mundo es
concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y jactancia de
los bienes terrenos. Esto a propósito de los frutos de la
redención.
7.
Si recordáis el modo de llevarla a cabo, dijimos que fue el
anonadamiento de Dios; y os recomiendo que consideréis otros
tres aspectos. Aquel anonadamiento no fue algo trivial o
insignificante; porque se vació de sí mismo hasta asumir la carne,
la muerte, la cruz. ¿Quién
ponderará suficientemente toda la humillación, la bondad y la
condescendencia que supuso el hecho de que el Señor soberano se
revistiera de la carne, fuera condenado a muerte e infamado con la
cruz?
Dirá alguno: « ¿ no pudo el Creador reparar su obra sin tanta
complicación?» Claro que pudo; pero prefirió
su propia afrenta.
Así le
ahorraba al hombre toda ocasión de incurrir en el pésimo y
abominable crimen de la ingratitud. Asumió muchos sufrimientos que
le inducirían al hombre a un gran amor. Y
las dificultades de la redención le incitarían a darle gracias,
cuando la facilidad de su creación le inspirase una devoción muy
poco agradecida.
¿Cómo reacciona el corazón ingrato ante su creación? «Sí: he sido creado por puro amor, pero sin trabajo alguno de mi creador. Sencillamente, lo mandó y salí creado como el resto de la creación. Es muy valiosa. ¿Pero qué dificultad entraña un favor que sólo cuesta pronunciar una palabra?» Así desvirtúa la impiedad del hombre este beneficio de la creación, para justificar su ingratitud. Pretexta excusas para sus pecados, cuando debía haber sido un gran motivo de amor. Pero quedó tapada la boca de los que hablan inicuamente.
¿Cómo reacciona el corazón ingrato ante su creación? «Sí: he sido creado por puro amor, pero sin trabajo alguno de mi creador. Sencillamente, lo mandó y salí creado como el resto de la creación. Es muy valiosa. ¿Pero qué dificultad entraña un favor que sólo cuesta pronunciar una palabra?» Así desvirtúa la impiedad del hombre este beneficio de la creación, para justificar su ingratitud. Pretexta excusas para sus pecados, cuando debía haber sido un gran motivo de amor. Pero quedó tapada la boca de los que hablan inicuamente.
Es obvio
como la luz del día cuánto le costó, hombre, tu salvación: pasar
de Señor a siervo, de rico a pobre, de Verbo a hombre, de Hijo de
Dios a hijo del hombre. No
olvides nunca que te creó de la nada, pero no te redimió de la
nada.
En seis días lo creó todo y a ti entre todo lo creado. Mas tu
salvación la consumó a lo largo de treinta años en este mundo.
¡Cuánto sufrimiento hubo de soportar! A los dolores de su cuerpo y
a las tentaciones del enemigo ¿no se añadieron y acumularon la
ignominia de la cruz y el horror de la muerte? Forzosamente. Así,
así salvaste, Señor, a hombres y animales, y así derrochaste tu
misericordia, oh Dios.
8.
Meditadlo
y deteneos en ello. Respire estos perfumes vuestro corazón, tanto
tiempo ahogado con la fetidez del pecado, y gozad estos aromas
tan delicados como saludables.
Mas no creáis que poseéis ya aquella excelente fragancia tan
elogiada de los pechos de la esposa. La premura por acabar en seguida
este sermón me impide detenerme ahora en este tema. Retened
en vuestra memoria lo dicho sobre los otros perfumes y probadlo en
vuestra vida.
Ayudadme con vuestra oración, para que pueda exponeros dignamente lo
que convenga a las delicias de la esposa y fomente en vuestras almas
el amor del Esposo, Jesucristo Señor nuestro.
RESUMEN
Vivir siempre alabando al Señor produce un inmenso gozo, muy superior a la compunción de los pecados cometidos. Deben, pues, alternarse, la aflicción por los pecados cometidos con el inmenso gozo de la alabanza, así evitaremos caer en extrema tristeza.
Hay tres cosas importantes:
-Instruirnos, que nos hará más doctos
-El anonadamiento de Dios que es dejarnos llevar y apoyar en ÉL.
-El fruto de todo ello será nuestra divinización basada en el amor.
La plenitud que esperamos en Dios no será sino el mismo Dios. Que Dios sea todo para TODOS.
Esperamos tres cosas:
-Una maravillosa seguridad
-Una dulzuza infinita
-Una seguridad eterna
La creación del ser humano no fue un acto sencillo para Dios sino que le generó intenso esfuerzo y dolor como nos enseña la pasión de Cristo.
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