Sermón 30 sobre el Cantar de los Cantares
Hermanos,
si reconocemos que la Iglesia es la viña del Señor, nos damos
cuenta que no es una prerrogativa pequeña haber extendido sus
límites a toda la tierra.
A
través de esta imagen veo a los primeros creyentes de los cuales se
dice que «todos pensaban y sentían lo mismo» (Hch 4,32)... Porque
la persecución no la ha tan brutalmente desenraizado que no haya
podido ser replantada en otros lugares y alquilada a otros viñadores,
los cuales, llegada la estación propicia, han hecho que diera fruto.
No ha perecido sino que ha cambiado de suelo; mejor así pues ha
ganado en fuerza tanto como en extensión, como la bendita viña del
Señor. Hermanos, levantad los ojos y veréis «que su sombra cubre
las montañas y sus pámpanos los cedros de Dios, que ha extendido
sus sarmientos hasta el mar y sus brotes hasta el Gran Río» (cf sl
79, 11-12).
No
es sorprendente: es el edificio de Dios, el campo de Dios (1C 3,9).
Es él quien la fecunda, la propaga, la corta y la poda para que dé
más fruto. No va él a despreocuparse de una viña que su mano
derecha plantó (Sl 79,15); no va a abandonar una viña en la que los
pámpanos son los apóstoles, la cepa es Jesucristo, y el Padre es el
viñador (Jn 15,1-5). Plantada en la fe, hunde sus raíces en la
caridad; trabajada por la obediencia, fertilizada por las lágrimas
de arrepentimiento, regada con la palabra de los predicadores, rebosa
un vino que inspira el gozo y no la mala conducta, vino de muy dulce
sabor, que en verdad rejuvenece el corazón del hombre (Sl 103,15)...
¡Hija de Sión, consuélate contemplando este gran misterio, no
llores más! ¡Abre tu corazón para acoger a todas las naciones de
la tierra!
RESUMEN
La
Viña de Dios tiene sus raíces en la caridad; es cultivada con
obediencia. Utilizamos las lágrimas del arrepentimiento para
fertilizarla; es regada por la palabra. Al final reboza en vino y se
extiende por toda las tierras.
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