1. Muchachas de Sión, salid a ver al Rey Salomón. No dice venid a ver a Eclesiastés o Ilida, que son los otros nombres con que también era llamado ese rey. Aquí quiere decir que Jesucristo es nuestro verdadero Salomón, porque él fue Salomón, es decir, hombre pacífico en el destierro. Eclesiastés en cambio significa predicador en el juicio; e Idida, amado del Señor en el reino. Y siempre aparece como rey. En el destierro modera las costumbres, en el juicio discierne los méritos, y en el reino distribuye los premios. En el destierro manifiesta la bondad, en el juicio la justicia, y en el reino la gloria. En el destierro inspira amor, en el juicio terror y en el reino admiración.
Con la rica corona que le cinó su madre. Esta corona es de misericordia, y por ello imitable. También le coronó su madrastra con la corona de la miseria, y por ello fue despreciado. Me refiero a la Sinagoga, que no fue para él madre, sino madrastra. Su familia le ceñirá la corona de justicia, y será terrible. Y su padre le ciñe la corona de la gloria, y atraerá nuestros deseos. Véanle, pues, los pecadores con la corona de miserias, la corona de espinas y arrepiéntanse. Véanlo las hijas de Sión, las almas movidas por el amor, con la corona de la misericordia e imítenlo. También lo verán los malvados ceñido con la corona de justicia, y se hundirán. Y los santos lo contemplarán con la corona de gloria y su gozo será eterno.
2. Salid, muchachas de Sión, alfas afeminadas, del sentir de la carne a la percepción del espíritu, de la esclavitud de los deseos carnales a la libertad de la inteligencia espiritual. Y ved al Rey Salomón con la rica corona que le ciñó su madre. También reciben la corona otros que siguen su ejemplo, pero esto se debe a sus efuerzos y a la ayuda de la gracia. Este, en cambio, es el único que fue coronado por su madre, porque es el único que salió del seno materno como el esposo de su tálamo y dueño soberano de los sentimientos. Estos afectos, como ya lo sabemos, son cuatro: amor y alegría, temor y tristeza. Sin ellos el alma humana no puede subsistir; aunque para algunos sean motivo de corona, y para otros de confusión. Purificados y ordenados, llenan de gloria al alma con la corona de las virtudes, desordenados, la hacen despreciable y digna de odio y confusión.
Su purificación sigue este proceso: cuando se ama lo que debe ser amado, se ama más lo que merece más amor, y no se ama lo que no debe ser amado; entonces está purificado el amor. Y lo mismo ocurre con los otros afectos. El orden a seguir es éste: se comienza con el temor, sigue la alegría, a continuación la tristeza, y en la cumbre el amor. Su relación mutua es ésta: del temor y la alegría nace la prudencia, cuya causa es el temor y la alegría su fruto. De la alegría y la tristeza brota la templanza, cuyo manantial es la tristeza y la alegría su fruto. Y llegamos al broche final de la corona: del amor y del temor germina la justicia, cuya semilla es el temor y el amor su fruto.
3. Veamos ahora cómo estos afectos bien ordenados son las virtudes, y en caso contrario llevan a la confusión. La tristeza unida al temor engendra la desesperación; y la alegría junto con el amor acaban en el libertinaje. Unase, pues la alegría al temor, y como el temor duda ante el futuro y la alegría se goza del presente, la alegría será el fruto final de una discreta prudencia. La alegría aquilata el temor y éste, una vez purificado, no es otra cosa que la prudencia.
Por otra parte, no se puede separar la tristeza de la alegría; porque quien recuerda lo triste disfruta con moderación de lo gozoso. Sí, la tristeza debe equilibrar la alegría. Y esta alegría equilibrada se identifica con la templanza. También conviene unir amor y tristeza, porque quien desea con amor lo amable soportará con valentía todo lo adverso. El amor vigoriza la tristeza, y la tristeza así consolidada es la fortaleza. Unanse, asimismo, amor y temor, porque para adherirse rectamente a lo que es digno de amor, es preciso no olvidar aquello que se debe temer. El amor templa el temor. Y el temor así ordenado es sinónimo de justicia.
De estos afectos, tristeza y alegría, no se proyectan hacia el exterior porque solamente nos alegramos o entristecemos en nuestro interior. En cambio, el amor y el temor se proyectan al exterior: el temor es un impulso natural que nos vincula con el superior a nosotros por lo que tenemos de inferior, y su objeto adecuado es únicamente Dios. Y el amor es un afecto que nos vincula con el superior, con el semejante y con el inferior a nosotros, y tiene relación con Dios y con el prójimo. En estos dos movimientos consiste la justicia: temer a Dios por su poder y amarle por su bondad, y amar también al prójimo por la comunión de naturaleza.
Su purificación sigue este proceso: cuando se ama lo que debe ser amado, se ama más lo que merece más amor, y no se ama lo que no debe ser amado; entonces está purificado el amor. Y lo mismo ocurre con los otros afectos. El orden a seguir es éste: se comienza con el temor, sigue la alegría, a continuación la tristeza, y en la cumbre el amor. Su relación mutua es ésta: del temor y la alegría nace la prudencia, cuya causa es el temor y la alegría su fruto. De la alegría y la tristeza brota la templanza, cuyo manantial es la tristeza y la alegría su fruto. Y llegamos al broche final de la corona: del amor y del temor germina la justicia, cuya semilla es el temor y el amor su fruto.
3. Veamos ahora cómo estos afectos bien ordenados son las virtudes, y en caso contrario llevan a la confusión. La tristeza unida al temor engendra la desesperación; y la alegría junto con el amor acaban en el libertinaje. Unase, pues la alegría al temor, y como el temor duda ante el futuro y la alegría se goza del presente, la alegría será el fruto final de una discreta prudencia. La alegría aquilata el temor y éste, una vez purificado, no es otra cosa que la prudencia.
Por otra parte, no se puede separar la tristeza de la alegría; porque quien recuerda lo triste disfruta con moderación de lo gozoso. Sí, la tristeza debe equilibrar la alegría. Y esta alegría equilibrada se identifica con la templanza. También conviene unir amor y tristeza, porque quien desea con amor lo amable soportará con valentía todo lo adverso. El amor vigoriza la tristeza, y la tristeza así consolidada es la fortaleza. Unanse, asimismo, amor y temor, porque para adherirse rectamente a lo que es digno de amor, es preciso no olvidar aquello que se debe temer. El amor templa el temor. Y el temor así ordenado es sinónimo de justicia.
De estos afectos, tristeza y alegría, no se proyectan hacia el exterior porque solamente nos alegramos o entristecemos en nuestro interior. En cambio, el amor y el temor se proyectan al exterior: el temor es un impulso natural que nos vincula con el superior a nosotros por lo que tenemos de inferior, y su objeto adecuado es únicamente Dios. Y el amor es un afecto que nos vincula con el superior, con el semejante y con el inferior a nosotros, y tiene relación con Dios y con el prójimo. En estos dos movimientos consiste la justicia: temer a Dios por su poder y amarle por su bondad, y amar también al prójimo por la comunión de naturaleza.
RESUMEN
Debemos considerar nombres de Salomón, sus diferentes Coronas y los afectos propios de la naturaleza humana. Éstos se combinan y así se dividen en dos grupos, los que nos ordenan rectamente y los que nos confunden.
Debemos considerar nombres de Salomón, sus diferentes Coronas y los afectos propios de la naturaleza humana. Éstos se combinan y así se dividen en dos grupos, los que nos ordenan rectamente y los que nos confunden.
El Rey Salomón tenía distintos nombres:
-Salomón: hombre pacífico en el destierro. Allí modera las costumbres y manifiesta la bondad. Inspira amor.
-Ecleciastés: predicador en el juicio. Inspira terror.
-Idida: amado del Señor en el Reino. Inspira admiración.
Asimismo, recibió distintas coronas:
-La corona que le ciñó su madre. Es de misericordia e imitable.
-La corona de la miseria que se ciñó la Sinagoga y por ello fue despreciado.
-La corona de la justicia, ceñida por su familia y que será terrible.
-La corona de la gloria ceñida por su padre y que atraerá nuestros deseos.
Por tanto, Salomón puede ser visto desde diferentes ángulos. El nombre de Salomón es el que más se inspira con Jesucristo.
Los afectos son cuatro: amor, alegría, temor y tristeza. Siguen el siguiente orden:
Temor(1)........Alegría(2).......Tristeza(3).......Amor(4)
TEMOR: el temor duda ante el futuro. Se teme a Dios por su poder.
ALEGRÍA: se goza del presente.
AMOR: es un afecto que nos vincula con el superior, con el semejante y con el inferior a nosotros, y tiene relación con Dios y con el prójimo, al que debemos amar por la comunión de naturaleza. Se ama a Dios por su bondad.
La tristeza y la alegría son afectos interiores. El temor y el amor se proyectan al exterior.
-Veamos las combinaciones que nos ayudan en nuestro orden interno.
TEMOR(causa) + ALEGRÍA(fruto) = PRUDENCIA
ALEGRÍA(fruto) + TRISTEZA(manantial)= TEMPLANZA
AMOR(fruto) + TEMOR(semilla)= JUSTICIA;
-Veamos ahora las combinaciones que nos crean confusión:
TRISTEZA + TEMOR= DESESPERACIÓN;
ALEGRÍA + AMOR= LIBERTINAJE;
Los afectos son cuatro: amor, alegría, temor y tristeza. Siguen el siguiente orden:
Temor(1)........Alegría(2).......Tristeza(3).......Amor(4)
TEMOR: el temor duda ante el futuro. Se teme a Dios por su poder.
ALEGRÍA: se goza del presente.
AMOR: es un afecto que nos vincula con el superior, con el semejante y con el inferior a nosotros, y tiene relación con Dios y con el prójimo, al que debemos amar por la comunión de naturaleza. Se ama a Dios por su bondad.
La tristeza y la alegría son afectos interiores. El temor y el amor se proyectan al exterior.
-Veamos las combinaciones que nos ayudan en nuestro orden interno.
TEMOR(causa) + ALEGRÍA(fruto) = PRUDENCIA
ALEGRÍA(fruto) + TRISTEZA(manantial)= TEMPLANZA
AMOR(fruto) + TEMOR(semilla)= JUSTICIA;
-Veamos ahora las combinaciones que nos crean confusión:
TRISTEZA + TEMOR= DESESPERACIÓN;
ALEGRÍA + AMOR= LIBERTINAJE;
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