1. El apóstol Pablo suele decir mucho en pocas palabras. Lo sabía muy bien aquel otro hombre tan sabio y elocuente para quien cada palabara del Apóstol le parecía un trueno. Precisa de tal manera, y lo proclama con tanto espíritu y energía, que todo lo expresa con orden, plenitud de sentido y admirable armonía.
El reino de Dios, dice, no consiste en comer y beber, sino en la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo. ¿Qué respondéis a esto vosotros, glotones y lujuriosos, cuyo Dios es el vientre, y que sólo vivís para el vientre o el bajo vientre y, como dice otro apóstol, habéis cebado de lujuria vuestros cuerpos y corazones? Escuchad, escuchad: La comida es para el estómago y el estómago para la comida, y Dios acabará con lo uno y con lo otro. ¡Ay de vosotros!, que dormís en lechos de marfil, arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño, bebéis vino en copa y os ungiis con perfumes exquisitos. Hijos de los hombres, ¿hasta cuando esos corazones atrofiados por cuerpos tan bien cebados? ¿Por qué amáis la falsedad y descuidáis la verdad? La gordura, los placeres corporales y el estómago bien repleto os dejarán antes de la muerte, o los dejaréis vosotros mismos al morir. Lo dice un santo: Cuando muera no se llevará nada ni le acompañará su gloria. Son un rebaño para el abismo. La muerte es su pastor.
¡Qué bien dicho! Son un rebaño! Esquilados sin piedad y rigurosamente, se les quitará el vellón de las riquezas de este mundo y serán arrojados desnudos a las llamas eternas. La muerte es su pastor, porque estarán siempre muriendo para la vida y viviendo para la muerte. Aquí su carne irá a los gusanos, y allí su alma al fuego, hasta que, reunidos otra vez en la más desdichada coalición, se asocien para los terribles tormentos los que fueron compañeros en los vicios.
2. ¡Hombre refinado!, tú que te rodeas y agobias de placeres y riquezas, y esperas así la confusión y la muerte escucha: El reino de Dios no consiste en comer y beber, ni en cubrirse de púrpura y lino; porque aquel rico que nadaba en todo eso descendió inmediatamente al infierno. ¿En qué consiste pues? En la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo. ¿Atiendes y comprendes que el gozo es lo último? Y vosotros, insensatos hijos de Adán, ¿queréis saltaros por las buenas la justicia y la paz, cambiando y perviviendo lo último por lo primero? Todos quieren gozar. Pero resulta imposible porque del mismo modo que no hay paz para los malvados, y lo dice el Señor, tampoco gozarán los malvados. Nada de eso para los impíos, nada de eso.
En primer lugar hay que practicar la justicia, buscar la paz y correr tras ella, y sólo así abrazarse después al gozo, o más bien dejarse abrazar por él. Así actuó el coro de los Ángeles: comenzó siendo fiel a la justicia, permaneciendo en la verdad y apartándose del desertor de la verdad. Después se consolidó en aquella paz que supera todo conocimiento: ante los múltiples rangos del honor en que viven, ninguno murmura ni tiene envidia.
3. Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti; ha puesto paz en tus fronteras. Sí, alaba y redobla tus alabanzas, porque tus puertas están cerradas con enormes cerrojos y llaves de absoluta seguridad. Allí no entra el enemigo, si sale de allí el amigo. Benditos tus hijos en ti, que ya están en el cielo y poseen toda bendición espiritual por medio de Cristo. Desapareció el temor en todo el país, pues ha puesto paz en tus fronteras. Ni la tentación ni el torbellino de pensamientos se infiltra allí: aquel asturo consejero queda muy lejos de tus muros y de tus hijos Y el que permanece siempre el mismo lo consolida y fusiona todo en la identidad, pues todos participan de él.
En esta tercera etapa sacan ya agua de las fuentes del Salvador, y con los ojos desnudos, por decirlo de algún modo, contemplan la esencia divina, libres del engaño de toda imagen o representación corporal. Al final llegó el gozo, y un gozo interminable.
4. Miserables de nosotros, expulsados de aquel dichoso país y rebajados-por no decir hundidos-en esta vanidad. Como dice el Profeta: los hijos de Sión, insignes y revestidos de oro puro, se han convertido en cacharros de loza. Los hijos de Sión: es decir, los de aquella ciudad contemplativa que el Señor construyó para que la vieran en toda su gloria. Los hijos de la Jerusalén celeste, la libre y madre nuestra. Eramos insignes por la dignidad natural y revestidos de oro puro por la imagen divina. ¿Cómo nos hemos convertido en cacharros de loza, ys hemos degradado en cuerpos frágiles y de barro?
Los ángeles, hermanos carísimos, ofrecen a Dios la justicia, la paz a los demás, el gozo interior a ellos mismos. Imítales, hombre, y no te apropies en primer lugar lo tuyo, despreciando la justicia que debes a Dios y la paz que te reclama el prójimo.
La justicia es la virtud que da a cada uno lo que es suyo. Y tú no sólo debes justicia al Creador, sino muchas y grandes justicias. Porque el Señor es justo y ama las justicias. Tu justicia es como las montañas de Dios. Sí, como las montañas pues te ha inyectado verdaderas montañas de misericordia.
5. En primer lugar, te creó junto con todas las otras criaturas y en medio de ellas, y te confirmó una gran dignidad. A todas ellas se lo mandó y quedaron creadas. Después de esto te redimió esa divina majestad, inflamada con amor vehementísimo hacia ti. ¿Lo hizo con una simple palabra? No, se entregó durante treinta y tres años a tu salvación en este mundo, fue clavado en una cruz, entregado a muerte y colmado de desprecios. Tu Dios se hizo hermano tuyo, no de los ángeles: No es a los ángeles a los que tiende la mano, sino a los hijos de Abrahán. Tienes en común con los ángeles el haber sido creado; pero ser hermano del Señor es peculiar tuyo.
Y todavía nos concedió algo más particular: con su propio dedo nos sacó del camino ancho y fácil que conduce a la muerte y nos puso en compañía de los justos y en la asamblea. ¿Qué más pudo hacer y no lo hizo? Ante un cúmulo tan grande de beneficios, otorgado por un bienhechor tan insigne y admirable, ¿no se ablandará hasta el mismo corazón de piedra? Cuanto eres y puedes se lo debes al que te ha creado, redimido y llamado.
6. Mas después de practicar la justicia, vive en la pz. Mientras habitamos en esta morada de arcilla y en la frágil condición humana, jamás nos veremos libre de los escándalos. Por eso, si recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, himíllate y pídele perdón; y si tú tienes alguna queja de él, perdónale al instante y todos los miembros estarán en paz. Con estas disposiciones de caridad y humildad, jamás existirá la discordia entre nosotros. Aprended de mí, dice el Señor, que soy manso y humilde de corazón. La mansedumbre pertenece a la caridad, pues la caridad es paciente y afable; y la humildad sabemos muy bien qué significa.
Los que así avanzan alcanzan el gozo en el Espíritu Santo. Esto que digo sólo lo conoce el experto y lo ignora el inexperto, pues el hombre animal no percibe las realidades del Espíritu de Dios. ¿Acaso durante la oración no nos conmovemos hasta el fondo del corazón al evocar el gozo de la Jerusalén celeste, nuestra madre, y un río de lágrimas baña el rostro de los que meditan en ello? ¡Si eso fuese continuo! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me peque la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén como fuente de mis alegrías. Sí, aquí está la fuente de la alegría y allí la cumbre.
7. Señor Jesús, ¿cuándo me desatarás el sayal y me inundarás de alegría, para que te cante con toda el alma y no sienta la tristeza? Elinicio de este gozo que aquí sentimos alguna vez es una simple gota, una gotita de ese río cuya corriente alegra la ciudad de Dios. ¿Cuándo nos llegará el día de sumergirnos hasta el fondo de estos gozos eternos en el océano de la divinidad, cuyas olas se suceden sin interrupción?¿Cuando llegaré a ver el rostro de Dios? ¿Cuándo pasaré por ese admirable santuario hasta la casa de Dios? ¿Cuando veremos en la ciudad del Señor de los ejércitos todo lo que oímos?
Hermanos, perseveremos fielmente en estas tres cosas y recordemos sin cesar aquella frase: Amigo, ¿a qué has venido? No hemos venido para matar a traición al Rey, sino para servir al que es bendito para siempre.
2. ¡Hombre refinado!, tú que te rodeas y agobias de placeres y riquezas, y esperas así la confusión y la muerte escucha: El reino de Dios no consiste en comer y beber, ni en cubrirse de púrpura y lino; porque aquel rico que nadaba en todo eso descendió inmediatamente al infierno. ¿En qué consiste pues? En la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo. ¿Atiendes y comprendes que el gozo es lo último? Y vosotros, insensatos hijos de Adán, ¿queréis saltaros por las buenas la justicia y la paz, cambiando y perviviendo lo último por lo primero? Todos quieren gozar. Pero resulta imposible porque del mismo modo que no hay paz para los malvados, y lo dice el Señor, tampoco gozarán los malvados. Nada de eso para los impíos, nada de eso.
En primer lugar hay que practicar la justicia, buscar la paz y correr tras ella, y sólo así abrazarse después al gozo, o más bien dejarse abrazar por él. Así actuó el coro de los Ángeles: comenzó siendo fiel a la justicia, permaneciendo en la verdad y apartándose del desertor de la verdad. Después se consolidó en aquella paz que supera todo conocimiento: ante los múltiples rangos del honor en que viven, ninguno murmura ni tiene envidia.
3. Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas y ha bendecido a tus hijos dentro de ti; ha puesto paz en tus fronteras. Sí, alaba y redobla tus alabanzas, porque tus puertas están cerradas con enormes cerrojos y llaves de absoluta seguridad. Allí no entra el enemigo, si sale de allí el amigo. Benditos tus hijos en ti, que ya están en el cielo y poseen toda bendición espiritual por medio de Cristo. Desapareció el temor en todo el país, pues ha puesto paz en tus fronteras. Ni la tentación ni el torbellino de pensamientos se infiltra allí: aquel asturo consejero queda muy lejos de tus muros y de tus hijos Y el que permanece siempre el mismo lo consolida y fusiona todo en la identidad, pues todos participan de él.
En esta tercera etapa sacan ya agua de las fuentes del Salvador, y con los ojos desnudos, por decirlo de algún modo, contemplan la esencia divina, libres del engaño de toda imagen o representación corporal. Al final llegó el gozo, y un gozo interminable.
4. Miserables de nosotros, expulsados de aquel dichoso país y rebajados-por no decir hundidos-en esta vanidad. Como dice el Profeta: los hijos de Sión, insignes y revestidos de oro puro, se han convertido en cacharros de loza. Los hijos de Sión: es decir, los de aquella ciudad contemplativa que el Señor construyó para que la vieran en toda su gloria. Los hijos de la Jerusalén celeste, la libre y madre nuestra. Eramos insignes por la dignidad natural y revestidos de oro puro por la imagen divina. ¿Cómo nos hemos convertido en cacharros de loza, ys hemos degradado en cuerpos frágiles y de barro?
Los ángeles, hermanos carísimos, ofrecen a Dios la justicia, la paz a los demás, el gozo interior a ellos mismos. Imítales, hombre, y no te apropies en primer lugar lo tuyo, despreciando la justicia que debes a Dios y la paz que te reclama el prójimo.
La justicia es la virtud que da a cada uno lo que es suyo. Y tú no sólo debes justicia al Creador, sino muchas y grandes justicias. Porque el Señor es justo y ama las justicias. Tu justicia es como las montañas de Dios. Sí, como las montañas pues te ha inyectado verdaderas montañas de misericordia.
5. En primer lugar, te creó junto con todas las otras criaturas y en medio de ellas, y te confirmó una gran dignidad. A todas ellas se lo mandó y quedaron creadas. Después de esto te redimió esa divina majestad, inflamada con amor vehementísimo hacia ti. ¿Lo hizo con una simple palabra? No, se entregó durante treinta y tres años a tu salvación en este mundo, fue clavado en una cruz, entregado a muerte y colmado de desprecios. Tu Dios se hizo hermano tuyo, no de los ángeles: No es a los ángeles a los que tiende la mano, sino a los hijos de Abrahán. Tienes en común con los ángeles el haber sido creado; pero ser hermano del Señor es peculiar tuyo.
Y todavía nos concedió algo más particular: con su propio dedo nos sacó del camino ancho y fácil que conduce a la muerte y nos puso en compañía de los justos y en la asamblea. ¿Qué más pudo hacer y no lo hizo? Ante un cúmulo tan grande de beneficios, otorgado por un bienhechor tan insigne y admirable, ¿no se ablandará hasta el mismo corazón de piedra? Cuanto eres y puedes se lo debes al que te ha creado, redimido y llamado.
6. Mas después de practicar la justicia, vive en la pz. Mientras habitamos en esta morada de arcilla y en la frágil condición humana, jamás nos veremos libre de los escándalos. Por eso, si recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, himíllate y pídele perdón; y si tú tienes alguna queja de él, perdónale al instante y todos los miembros estarán en paz. Con estas disposiciones de caridad y humildad, jamás existirá la discordia entre nosotros. Aprended de mí, dice el Señor, que soy manso y humilde de corazón. La mansedumbre pertenece a la caridad, pues la caridad es paciente y afable; y la humildad sabemos muy bien qué significa.
Los que así avanzan alcanzan el gozo en el Espíritu Santo. Esto que digo sólo lo conoce el experto y lo ignora el inexperto, pues el hombre animal no percibe las realidades del Espíritu de Dios. ¿Acaso durante la oración no nos conmovemos hasta el fondo del corazón al evocar el gozo de la Jerusalén celeste, nuestra madre, y un río de lágrimas baña el rostro de los que meditan en ello? ¡Si eso fuese continuo! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha; que se me peque la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén como fuente de mis alegrías. Sí, aquí está la fuente de la alegría y allí la cumbre.
7. Señor Jesús, ¿cuándo me desatarás el sayal y me inundarás de alegría, para que te cante con toda el alma y no sienta la tristeza? Elinicio de este gozo que aquí sentimos alguna vez es una simple gota, una gotita de ese río cuya corriente alegra la ciudad de Dios. ¿Cuándo nos llegará el día de sumergirnos hasta el fondo de estos gozos eternos en el océano de la divinidad, cuyas olas se suceden sin interrupción?¿Cuando llegaré a ver el rostro de Dios? ¿Cuándo pasaré por ese admirable santuario hasta la casa de Dios? ¿Cuando veremos en la ciudad del Señor de los ejércitos todo lo que oímos?
Hermanos, perseveremos fielmente en estas tres cosas y recordemos sin cesar aquella frase: Amigo, ¿a qué has venido? No hemos venido para matar a traición al Rey, sino para servir al que es bendito para siempre.
RESUMEN
La vida entregada a los vicios de la carne sólo conduce a la muerte física y espiritual. El gozo es el producto de una vida espiritual. Esos vicios no nos conducen a la Jerusalén celestial donde reina la paz con un gozo interminable. Abandonando la Jerusalén celestial hemos convertido el oro en barro. La justicia de Dios nos ofrece, sin embargo, montañas de misericordia y en lo que debemos basarnos no es en los vicios sino en la oración, la caridad y la humildad.
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