EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 1 de junio de 2015

DE DILIGENDO DEO. CAPÍTULOS XI-XX



DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XI



Capítulo 11




   Ahora nos interesa saber quiénes pueden consolarse con el recuerdo de Dios. Por supuesto no los rebeldes y contumaces, a quienes van dirigidas estas palabras: ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!, sino esos otros que pueden decir de verdad: Rehusó consolarse mi alma, añadiendo también: Pero me acordé de Dios y me deleité. Justo es  que, por no gozar de su presencia, se recreen con el recuerdo de sus bienes futuros ; y que cuantos rechazan el consuelo de lo transitorio se sientan compensados con el recuerdo de la eternidad. Estos son los que buscan al Señor; no los que buscan sus intereses, sino el rostro del Dios de Jacob. Los que buscan a Dios y anhelan su presencia, gozan de su continuo y dulce recuerdo, no para saciarse, sino para suspirar por la saciedad plena. Precisamente el que es nuestro verdadero alimento lo dice de sí mismo : El que me come, siempre quedará con hambre de mí. Y uno que se alimentó de él, exclama: Me saciaré cuando aparezca tu gloria.




   Dichosos ya desde ahora los que tienen hambre y sed de justicia, porque llegará un día en que ellas, y no otros, se verán saciados. ;Ay de ti; generación malvada y perversa! ;Ay de ti, pueblo necio e insensato, que sientes náuseas con su recuerdo te horrorizas con su presencia! Es justo, porque no quieres liberarte ahora de la trampa del cazador; los que apetecen hacerse ricos en este mundo, caen en los lazos de diablo; tampoco podrás evadirte un día de aquella espantosa palabra. Duras y terribles palabras : Id, malditos, al fuego eterno. Son mucho más tremendas que aquellas otras que escuchamos al celebrar todos los días el memorial de su pasión en la liturgia: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Es decir, el que recuerda mi muerte y, siguiendo mi ejemplo, mortifica los miembros de su cuerpo, tiene la vida eterna. En otras palabras: sí sufrís conmigo, reinaréis conmigo. A pesar de ello, son muchos los que hoy no aceptan estas palabras, y se marchan diciendo, no con la lengua, pero sí con los hechos: Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?




   La gente de corazón rebelde y de espíritu infiel a Dios, por confiar más en las falaces riquezas, sufre al oír la palabra de la cruz y le resulta insoportable el recuerdo de la pasión. Entonces, ¿cómo podrá soportar en su presencia el peso de esta otra palabra: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles? Aquel sobre quien caiga esta losa quedará aplastado.


 En cambio, la descendencia de los justos será bendita, porque con el Apóstol, presentes o ausentes, se esfuerzan para agradar a Dios. Y al final escucharán: Venid, benditos de mi Padre, etc. Será entonces cuando comprendan los rebeldes de corazón, pero ya demasiado tarde, que el yugo de Cristo es muy suave y su carga llevadera, comparada con sus tormentos; por pura soberbia se rebelaron, porque les pareció pesado y duro. Desgraciados vosotros, esclavos del dinero, que no podéis gloriaros en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, y al mismo tiempo poner en las riquezas todas vuestras ilusiones. No podéis alocaros tras el oro y saborear las dulzuras del Señor. Si ahora no sentís paz al recordarle, lo encontraréis terrible cuando lleguéis a su presencia.

DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XII



Capítulo 12


  El alma que le es fiel anhela su presencia, y con su recuerdo siente un dulce descanso. Hasta que no sea digna de contemplar cara a cara la gloria de su Dios, encuentra hasta encanto en la ignominia de la cruz. Así, así es cómo la esposa paloma de Cristo descansa en este ínterin y duerme tranquila en su parcela. Por el recuerdo de tu inagotable dulzura, Señor Jesús, tiene ya desde ahora cubiertas sus alas con la plata de la inocencia y de la castidad; espera embriagarse de gozo con tu presencia, cubierta de plumas de oro, cuando la lleven con alegría entre esplendores sagrados, para verse inmersa en el fulgor de la sabiduría.




  Por eso exulta gozosa ya ahora y dice: Su izquierda reposa bajo mi cabeza y con su derecha me abraza amoroso. Su mano izquierda le evoca aquel amor incomparable, capaz de dar la vida por sus amigos; en su derecha se le anticipa la venturosa visión prometida a esos amigos y el gozo de estar en presencia de la Majestad. Con razón se atribuye a la mano derecha la visión divina deificante y el gozo infinito de su divina presencia. Lo expresa en aquel tierno cantar: Delicias eternas junto a tu derecha. Y a la mano izquierda se le asigna con acierto ese recordado amor presente para siempre, porque, mientras pasa la maldad, en él reposa y descansa la esposa.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XIII



Capítulo 13


  La mano izquierda del esposo sostiene la cabeza de la esposa, para que se recline y se apoye en él; esto es, para que las tendencias de su espíritu no se encorven, inclinándose sacian los deseos carnales; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente pensativa. 
   Pero llegará a dominarlo mediante la meditación de la misericordia de Dios, tan inmensa y gratuita; de su amor tan evidente y generoso; de su clemencia tan inconcebible; de su mansedumbre tan inigualable; de su dulzura tan maravillosa. La consideración asidua de estas realidades inflamará su espíritu, purificándolo de todo amor perverso y lo conmoverá profundamente; le impulsará a despreciar todo lo que sólo se puede apetecer cuando no se comprenden estas realidades. 
  Por eso corre ligera la esposa al buen olor de estos perfumes y ama enardecida. Y aunque llegue a devorarle un incendio de amor, cree amar muy poco, por sentirse tan amada. Y es verdad. ¿Qué tiene de extraño que este puñado de polvo se entregue por entero a amar y corresponder a un amor tan inmenso y sublime? ¿No se le adelantó en el amor la Majestad divina, volcándose por salvarla? Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su único Hijo. Aquí se habla del Padre. Al Hijo se refiere en otro lugar: Se entregó a la muerte. Y del Espíritu Santo nos dice el Hijo: el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi en mi nombre, os lo enseñará todo y os irá recordando lo que yo os he dicho. Dios ama, y nos ama con todo su ser, porque nos ama toda la Trinidad, si podemos expresarnos así tratándose del infinito, incomprensible y esencialmente simple.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XIV




Capítulo 14


  Quien considere todo esto, creo que comprenderá por qué se debe amar a Dios, es decir, por qué merece ser amado. El incrédulo que rechaza al Hijo, tampoco posee al Padre ni al Espíritu Santo. El que no honra al Hijo no honra al Padre que le envió  ni al Espíritu Santo su enviado. No es extraño que quien menos conoce menos ame. De todos modos, no ignora que se debe por entero a quien conoce como creador suyo. 
   ¿Y qué puedo hacer yo, si acepto a mi Dios como gracioso dueño de mi vida, generoso administrador, consolador compasivo, guía solícito y redentor incomparable, salvador eterno que me enriquece y glorifica? Escuchemos las Escrituras: De Él viene la redención copiosa. Entró una vez en el santuario, realizada la redención eterna. Hablando de su protección, dice el salmista: No desampara a sus santos, los guardará por toda la eternidad. Y con relación a su generosidad: Una medida buena, apretada, colmada, rebosante, será derramada en vuestro seno. En otro lugar: lo que ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguno ha imaginado, Dios lo ha preparado para los que le aman. Respecto a la gloria: esperamos al Salvador y Señor Jesucristo, que transformará la bajeza de nuestro ser, reproduciendo en nosotros el esplendor del suyo. Los padecimientos del tiempo presente no son nada comparados con la gloria que va a revelarse, reflejada en nosotros. Nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente; y nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve.

De DILIGENDO DEO. CAPÍTULO XV




Capítulo 15


  ¿Cómo podré corresponder yo con el Señor por todos estos beneficios? La razón y la justicia natural obligan a entregarse sin reservas a aquel de quien todo lo hemos recibido, amándole con todo nuestro  ser. Pero la fe me intima a amarle mucho más porque me hace ver claramente que debo amarle más que a mi mismo. No sólo me ha dado todo lo que soy, sino que se me ha entregado a sí mismo. No había llegado aún el tiempo de la fe, ni se había manifestado Dios en la carne, ni había muerto en la cruz, ni había resucitado del sepulcro, ni había vuelto al Padre no nos había entregado todavía su gran amor, ese gran amor del que tanto hemos hablado ya habíamos recibido el mandamiento de amar al Señor nuestro Dios, para amarle con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Es decir, con todo lo que somos, sabemos y podemos. 
   No es injusto Dios al pedirnos esto, ya que en último término nos reclama lo que ha hecho en nosotros y lo que nos ha dado. Si pudiera hacerlo, ¿no amaría el artista la obra de sus manos, y con todas sus fuerzas, puesto que todo se lo debe a él? Pero, en nuestro caso, Dios, además, nos sacó de la nada v nos regaló gratuitamente nuestra dignidad humana. Esto aumenta nuestra deuda de amor y prueba cuan justamente nos lo pide. ¿No elevó al infinito sus favores y derrochó su misericordia cuando salvó a hombres y animales? Si me debo a él por entero al haberme creado, ¿qué no haré por haberme creado de nuevo y de un modo tan admirable? La reparación no fue tan fácil como la creación: Lo mandó y fueron creado el hombre y todo cuando existe.
  Pero el que hizo en mí tantas maravillas con una sola palabra, para restaurarme tuvo que hablar mucho, hacer muchos milagros y padecer en duros trabajos, no sólo duros, sino hasta indignos. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? En su primera obra me dio mi propio ser, en la segunda el suyo. Y al dárseme a mí; me devolvió lo que yo era. Si me había dado el ser y me lo ha devuelto, me debo a él por mí, y por doble motivo. ¿Qué puedo ofrecerle a Dios por Dios mismo? Aunque me ofrezca mil veces, ¿qué soy yo comparado con él?

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XVI



Capítulo 16    



   Al llegar a este punto, fíjate en qué medida más aún, cómo merece Dios ser amado por encima de toda medida. Vuelvo a resumir brevemente lo que ya he dicho. El nos amó primero. El, tan excelso, tan extraordinaria y gratuitamente, a nosotros, tan ruines y pobres como somos. Dije también que la medida del amor a Dios es amarle sin medida. Por otra parte, el objeto de nuestro amor a Dios es él mismo, un ser inmenso e infinito. ¿Cuál será la meta y medida de nuestro amor? ¿Y si nuestro amor no puede ser algo que se ofrece gratuitamente, sino una deuda a la que se responde? Nos ama la Inmensidad, la Eternidad y el Amor, que supera toda comprensión. Ama Dios, cuya grandeza es infinita, cuya sabiduría es ilimitada, cuya paz supera todo entendimiento. Y nosotros. le responderemos con medida. ¡Cuánto te amo, Señor, mi fortaleza, mi alcázar, mi libertador! Eres lo más deseable y amable que puede imaginarse. ¡Dios mío, ayuda mía! Te amaré según tu me lo concedas y yo pueda, mucho menos de lo debida, pero no menos de lo que puedo. No puedo amar como debo ni me obliga a más de lo que puedo. Podré más si aumentas mi capacidad, mas nunca llegaré a lo que te mereces. Tus ojos veían mi insuficiencia; pero en tu libro están todos registrados:  los que hacen todo cuanto pueden, aunque no pueden hacer cuanto deben.


   Con esto queda bien explicado, a mi parecer, cómo debemos amar a Dios, y qué méritos tiene para ello. Hablo de los méritos que tiene, y no de cuán excelentes sean. Porque nadie es capaz de comprenderlos, sentirlos y expresarlos.



DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XVII






Capítulo 17 
  Veamos ahora cuánto nos beneficia este amor. Pero ¿existe comparación posible entre lo que vemos y la realidad? A pesar  e ello, no vamos a dejar de considerarlo, aunque no sea exactamente como lo vemos. Cuando nos preguntábamos, hace unos momentos, por qué y cómo debe ser amado Dios, dije que la pregunta abarca dos aspectos distintos. ¿Por qué? Es decir, por qué razones debemos amarle y cuáles son las consecuencias que se derivan en favor nuestro. Ya he hablado antes de los derechos de Dios, no como se lo merece, sino como yo fui capaz de expresarme. Ahora debo decir algo sobre el premio que Dios otorgará a los que le aman.


PREMIOS AL AMOR DE DIOS



  Quien ama a Dios no queda sin recompensa, aunque debamos amarle sin tener en cuenta ese premio. El amor verdadero no es indiferente al premio, pero tampoco debe ser mercenario, pues no es interesado. Es un afecto del corazón, no un contrato. No es fruto de un pacto, ni busca nada análogo. Brota espontáneo y se manifiesta libremente. Encuentra en sí mismo su satisfacción. Su premio es el mismo objeto amado. Si quieres una cosa por amor de otra, amas sin duda aquello que busca tu amor, pero no amas los medios que utilizas para conseguirlo. Pablo no predica para comer: come para predicar; porque el objeto de su amor no es comer, sino anunciar el Evangelio. El auténtico amor no busca recompensa, pero la merece. Al que todavía no ama, se le estimula con un premio; al que ya ama, se le debe; y al que persevera en el amor, se le da. 
   En la vida ordinaria atraemos con promesas y premios a los que se resisten, no a los que se deciden espontáneamente. ¿Se nos ocurre ofrecer una recompensa a los que están deseando realizar una cosa? Nadie, por ejemplo, da dinero al hambriento para que coma, ni al sediento para que beba, ni menos aún a una madre para que dé de mamar al hijo de sus entrañas. ¿Estimulamos con ruegos o salarios a una persona para que cerque su viña, cave la tierra de sus árboles  o construya su propia casa? Con mayor razón, quien ame a Dios no buscará otra recompensa para su amor qué no sea el mismo Dios. Si espera otra cosa, no ama a Dios, sino aquello que espera conseguir.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XVIII


Capítulo 18


  Todos los seres dotados de razón, por tendencia natural, aspiran siempre a lo que les parece mejor, y no están satisfechos si les falta algo que consideran mejor. Por ejemplo quien tiene una esposa ve y, se le van los ojos y el corazón tras otras más hermosas; quien viste buenas ropas, quiere otras mejores; el rico envidia a otro más rico; el que posee grandes fincas y herencias, sigue adquiriendo campos y más campos, aumentando su hacienda con increíble avidez; los que viven en mansiones regias y grandes palacios, no cesan de ampliar los edificios, y llevados de su capricho, derriban, construyen y los cambian de forma. ¿Qué diremos de los hombres encumbrados en el honor? ¿No los vemos insaciables de ambición y ávidos de los más altos puestos? Resulta que nunca consiguen lo que desean, porque en estas cosas nunca existe lo absolutamente bueno y perfecto. Lo cual no es nada extraño. Es imposible que encuentre felicidad en las realidades imperfectas y vanas quien no la halla en lo más perfecto y absoluto. Por eso es una gran necedad y locura anhelar continuamente lo que no puede saciar ni aquietar el apetito. 
   Poseas lo que poseas, codiciarás lo que no tienes, y siempre estarás inquieto por lo que te falta. El corazón se extravía y vuela inútilmente tras los  añosos halagos del mundo. Se cansa y no se sacia, porque todo lo devora con ansiedad, y le parece nada en comparación con lo que quiere conseguir. Se atormenta sin cesar por lo que  no tiene y no disfruta en paz de lo que posee. ¿Hay alguien capaz de conseguirlo todo? Lo poco que se puede alcanzar, y a fuerza de trabajo, se posee con temor; se desconoce cuándo se perderá con gran dolor;y es seguro que un día se tendrá que dejar. Ved qué camino tan recto toma la voluntad extraviada para conseguir lo mejor y cómo corre a lo único que puede saciarla. En estos rodeos, la vanidad juega consigo misma, y la maldad se engaña a sí misma. Si quieres alcanzar así tus deseos, esto es, si pretendes lograr lo que te sacie plenamente, ¿qué necesidad tienes de intentar otras cosas? Corres a ciegas y encontrarás la muerte perdido en ese laberinto, y totalmente defraudado.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XIX






Capítulo 19


  Así se enredan los malvados. Quieren satisfacer sus apetitos naturales, y rechazan neciamente los medios que les conducen a ese fin : no el fin en el sentido de extinción y agotamiento, sino como plenitud consumada. No consiguen un fin dichoso, sino que se agotan en vanos esfuerzos. Se deleitan más en la hermosura de las criaturas que en su creador. Mariposean de una en otra y quieren probarlas todas; no se les ocurre acercarse al Señor de todas ellas. Estoy cierto que llegarían a él si pudieran realizar su deseo, es decir, poseer todas las cosas, menos al que es origen de todas. La fuerza misma de la ambición le impulsa a preferir lo que no posee por encima de lo que tiene y despreciar lo que posee en aras de lo que no tiene. Una vez alcanzado y despreciado todo lo del cielo y de la tierra, se lanzaría impetuoso al único que le falta, al Dios del universo. Aquí sí descansaría, libre de los halagos del presente y de las inquietudes del futuro Y exclamaría: Para mí lo bueno es estar junto a Dios. ¿A quién tengo yo en el cielo? Contigo, ¿qué me importa la tierra? Dios es la roca de mi espíritu y mi lote perpetuo. De este modo, como hemos explicado, todos los ambiciosos llegarían al bien supremo, si pudieran gozar antes de todos los bienes inferiores.

DE DILIGENDO DEO: CAPÍTULO XX


Capítulo 20


  Pero es imposible por la brevedad de la vida, por nuestras pocas fuerzas y porque son muchos los que lo apetecen. ¡Qué camino tan escabroso y qué esfuerzo tan agotador espera a los que quieren satisfacer sus apetitos! Nunca alcanzan la meta de sus deseos. ¡Si al menos se contentaran con desearlos en su espíritu, y no querer experimentarlos! Les sería más fácil y provechoso. El espíritu del hombre es mucho más rápido y perspicaz que los sentidos corporales; su misión es adelantarse a éstos en todo, para que los sentidos sólo se detengan en lo que el espíritu les dice que es útil. Por eso creo que se ha dicho: Probadlo todo y quedaos con lo bueno, es decir, el espíritu cuide de los sentidos y éstos no cedan a sus deseos sin la aprobación del espíritu. 
  En caso contrario no subirás al monte del Señor, ni habitarás en su santuario, porque prescindes de tu alma, un alma racional. Sigues tras los instintos como los animales, y la razón permanece inactiva,  sin oponer resistencia.  Aquellos, pues, cuyos pasos no están iluminados por la luz de la razón, corren, es cierto, pero sin rumbo y a la deriva; desprecian el consejo del Apóstol y no corren de modo que puedan alcanzar el premio. ¿Cómo lo van a conseguir si antes quieren poseer todo lo demás? Sendero tortuoso y lleno de rodeos, querer gozar primero de todo lo que se les ofrece.


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