EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

jueves, 31 de diciembre de 2020

LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO EN LUCHA CONTRA LOS SIETE PECADOS


1. La Sabiduría vence al mal, cuando Cristo, fuerza y sabiduría de Dios, aplasta a Satanás. Actúa con firmeza de un confín a otro del mundo: expulsa del cielo a los orgullosos, derrota en el mundo al malvado y expolia en el infierno a los avaros. Y todo lo dispone con suavidad: confirma en el cielo a los ángeles fieles, rescata en el mundo a los esclavos del pecado, y en el infierno libera a los condenados.
 Si os place, interpretémoslo de este modo: el Espíritu, con sus siete dones avanza en orden de batalla contra las siete especies de pecado. Primero se levanta el temor contra la negligencia. Agita el alma, desmantela su conciencia, la despierta de su sopor mortal y excita su atención. Por eso quien teme a Dios no es negligente, sino que obra siempre con discreción. 
2. Pero este combate no es nada fácil, porque las mallas de la coraza están entramadas y en el corazón del hombre viven siempre inseparables la negligencia de sí mismo y la curiosidad de los demás. Dice el Sabio que tres son las calamidades que expulsan al hombre de su casa: el humo, una gotera y una mala mujer. A la negligencia nunca le faltan las tres. Quien descuida lo suyo no expulsa el humo, ni corrige a su mujer, ni repara los tejados. Los pecados humean si no se apagan con el celo de la misericordia o las lágrimas frecuentes. Es un humo pestilente e intolerable. La voluntad se malea y con la inteligencia va de mal en peor. Y va goteando la cólera del Juez supremo, porque falta el amor, el único capaz de cubrir una multitud de pecados.
 Quien así desprecia las realidades interiores, y ni se fija en el pasado, ni atiende al presente ni atiende hacia el futuro, es normal que viva fuera de sí mismo y curiosee todo lo exterior. A esta curiosidad se opone la Piedad, que atrae al corazón al que la otra expulsó. La piedad es dar culto a Dios, adorarle en el corazón, donde sabemos que habita. La curiosidad induce también a experimentar el mal, porque quien deambula por todas partes ofende fácilmente, cae sin darse cuenta y encuentra siempre a mano el deleite pernicioso. A esto se opone el espíritu de Ciencia, enseñando a elegir el bien y rechazar el mal, y mostrando cuáles son las experiencias nocivas y cuáles las provechosas.
3. En muchos la experiencia se ha transformado en concupiscencia. Puedes ver este proceso en dina, la hija de Jacob: salió a ver las mujeres extranjeras y la raptó y violó Emor, hijo de Siquem; pero después la consoló con caricias y se enamoró de él. apoyado en el Profeta, afirmó que este hombre ha caído en la concupiscencia con todo el ardor de su corazón; desprecia la ley, repudia la honestidad, olvida el pudor y prescinde por completo del temor del Señor; le guía sólo el instinto, no sigue más que la concupiscencia y le arrastra el placer. En él la única razón es su voluntad.
 Contra esta concupiscencia del mal lucha la Fortaleza; la única libertad posible tiene que venir de una mano vigorosa. Que ese hombre se imponga ayunos, castigue su cuerpo y le obligue a servir, si no quiere que de la estirpe de la culebra salga el basilisco, es decir, qe la concupiscencia degenere en costumbre. ¡Ojalá pudiéramos todos nosotros ignorar cómo nuestra misérrima y miresable debilidad humana va hacia lo iícito, arrastrada únicamente por la costumbre, aunque no concurran los halagos de la concupiscencia ni el impulso de los deseos! Es que quien comete el pecado es esclavo del pecado y del diablo; y le sigue a todas las perversidades a que le incita, pues es un auténtico prisionero y esclavo de su voluntad.
4. Esta costumbre es una terrible y pesada cadena, mucho más fácil de soltar que que romper. Podemos aplicarle aquel refrán popular: más vale maña que fuerza. Así como la fuerza cede ante la fuerza y el juego de los instintos se apaga con el ardor del espíritu, así debes burlar las astucias del maligno a base de sagacidad y oponer el Consejo a la costumbre. Porque si acudes a la violencia y esperaras dominar la costumbre castigando tu cuerpo, es de temer que todo ese esfuerzo resulte fatal; se agotará antes tu naturaleza que la inveterada concupiscencia. Tanto más cuanto que la costumbre es una segunda naturaleza. 
 Por eso necesitamos el consejo, sea el que nos viene del Ángel del gran consejo o de otro hombre espititual que conozca las intrigas de Satanás y los remedios espirituales. Debemos alejarnos de la ocasión y huir de la oportunidad de pecar.  Hemos leído, hermanos, que uno fue atacado violentamente en el desierto por el espíritu de la fornicación, y le curó un anciano con una maravillosa estratagema. Llamó en secreto a otro primero y después viniera a quejarse a él como si hubiese sido el injuriado. El otro quedó tan angustiado y confuso que que se olvidó al instante de la tentación anterior, y cuando se le preguntó por ella respondió admirado: ¡Ah Padre!, no ¿ no me dejan vivir y voy a pensar en fornicar?"
5. Pero es posible que, en vez de conseguir la victoria, asegurar el triunfo y merecer la corona, la costumbre engendre el desprecio. En ese caso se entrega libre y desesperadamente al pecado, da rienda suelta a la concupiscencia y se lanza impetuosa al precipicio, como dice la Escritura: El pecador, al llegar al abismo del mal, desprecia. A este desprecio debe atacarle el espíritu de Inteligencia, que ilumina las tinieblas del corazón e infunde la luz de la misericordia divina y de su infinita compasión. A la inteligencia le están reservados los planes y secretos divinos, ante los cuales la razón humana se siente incapaz y a la fe le resulta muy difícil comprender. Citemos un ejemplo: Donde proliferó el pecado sobreabundó la gracia.
6. Mas si el desprecio persiste, se le unirá la maldad. Ansioso de cualquier consuelo este pobre desgraciado que es incapaz de cualquier bien, se alegra sólo en el mal, se regocija haciendo el mal y se goza en el horror. Sólo existe un remedio para esto: que la Sabiduría luche contra la malicia, y la ataque a cara descubierta y con su invencible energía. ¿Cómo liberar al que está cautivo en Babilonia, sino colmándolo previamente de regalos divinos, para que un clavo saque el otro clavo, y el gozo e la unción espiritual expulse la dulzura pestilente de los vicios?
7. La invicta sabiduría actúa con firmeza de un confín a otro; arranca los vicios uno tras otro y planta la virtud correspondiente. Expulsa la negligencia para llenar el alma con el espíritu del Temor, despide la curiosidad para dar paso a la piedad, aleja la experiencia del mal y se presenta la ciencia. La fortaleza, por su parte, subyuga la concupiscencia, el consejo mutila la costumbre, el vigoroso entendimiento conjura el desprecio y cuando desaparece la malicia reina la sabiduría.
 Esta pobre alma se hallaba adormecida en una fatal negligencia, excitada por una pésima curiosidad, atraída por la experiencia, enredada por la costumbre, encarcelada por el desprecio y decapitada por la malicia. Pero con el triunfo de la sabiduría, el temor la despierta, la piedad la endulza suavemente, la ciencia le añade el dolor indicándole qué ha hecho; la fortaleza hace su obra propia, levantándola; el consejo la desata, el entendimiento la saca de la cárcel; y la sabiduría le prepara la mesa, sacia su hambre y la repara con sabrosos alimentos.

RESUMEN
El alma errática se encuentra:
1. Adormecida en la negligencia
2. Excitada por una pésima curiosidad
3. Atraída por la experiencia
4. Enredada por la costumbre.
5. Encarcelada por el desprecio
6. Decapitada por la malicia

El TRIUNFO DE LA SABIDURÍA permite:

1. Que el temor la despierte.
2. Aparezca la piedad
3. La ciencia le haga conocer el dolor.
4. Actúe la fortaleza
5. El consejo prevalezca.
6. El entendimiento nos dé libertad
7. La reparación de nuestro espíritu.

LAS PROPIEDADES DE LOS DIENTES


1.El Espíritu Santo, esa fuente de donde mana el río del Cantar de los Cantares, creo que nos ofrece grandes misterios en esos dientes de que allí se habla. Porque son muy distintos de aquellos otros de quienes se dice: Dios les romperá sus dientes en la boca. Ni como el mismo Señor dijo a un santo varón: El terror invade sus dientes. No, estos dientes son más blancos que la leche. Son los de la esposa, de cuya belleza se enamoró el Altísimo, y que está limpia de toda mancha y arruga. Es toda blanca, pero sus dientes son blanquísimos y la ensalza con una comparación nueva y extraña: Tus dientes son un rebaño de ovejas esquiladas.
 ¿Qué existe de digno, por favor, en esta metáfora para que creamos que ha descendido de los arcanos celestes? Algo muy grande y que debemos aceptarlo con toda la capacidad de nuestro espíritu. Es el Espíritu quien habla, y ni una tilde de sus palabras está vacía de sentido. No hay duda de que en estos dientes se esconde algo, y si lo descubrimos hallaremos el secreto de un conocimiento más sagrado.
 2. Los dientes son blancos y fuertes. No tienen carne y carecen de piel. No soportan nada extraño entre ellos. Su dolor es superior a cualquier otro. Están cerrados por los labios para no ser vistos, pues es indecoroso que se vean a no ser en la risa. Mastican el alimento para todo el cuerpo y no perciben ningún sabor. No se gastan facilmente, están muy bien ordenados: unos arriba y otros abajo; se mueven sólo los de abajo y no los de arriba.
 Yo creo que estos dientes simbolizan los hombres entregados a la profesión monástica, que eligen un camino más breve y una vida más segura, y dentro del cuerpo blanco de la Iglesia aparecen mucho más blancos. ¿Se puede imaginar algo más límpido que esos hombres que evitan hasta la menor huella de impureza, y lloran los pecados que han cometido de pensamiento y de obra? ¿Y qué más fuerte que aquellos para quienes la tribulación es un consuelo, el desprecio es su orgullo y la pobreza su riqueza? Son unos hombres sin carne, pues viven en la carne, pero olvidados de ella, y se guían por el consejo del Apóstol: Vosotros no estáis sujetos a los bajos instintos, sino al Espíritu. Tampoco tienen piel, porque viven al margen del encanto y tensión de las realidades mundanas, y reposan tranquilos y en paz.
 No toleran nada extraño entre ellos, porque se les hace intolerable el menor obstáculo de unos con otros o en la conciencia de cualquiera de ellos. De ahí esa oportuna importunidad con que me molestáis tan frecuentemente, y la mayoría de las veces sin necesidad, y el mucho tiempo que le dedicáis. Su dolor no es comparable a ningún otro, pues la murmuración y disensión dentro de una comunidad es la cosa más horrorosa y detestable. Están cerrados con los labios para que no se vean: también nosotros nos ocultamos tras estos muros materiales y evitamos las miradas y el acceso de la gente del mundo. Y por otra parte es indecoroso enseñarlos, a no ser en el momento de reírse: y no hay nada tan desagradable como un monje metido en palacios y ciudades, excepto cuando le obliga a ello esa virtud que cubre un sinfín de pecados, es decir, la risa de la caridad, que es siempre alegre.
 Los dientes mastican el alimento para todo el cuerpo; y estos hombres tienen la misión de orar por todo el cuerpo de la Iglesia, tanto por los vivos como por los muertos. A pesar de ello no perciben ningún sabor, esto es, no se apropian a sí mismos gloria alguna, sino que dicen con el Profeta: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. No se desgastan facilmente, y es que cuanto más ancianos más fervientes son, y a medida que se acercan a la palma más veloces corren.
 Están muy bien ordenados. Si aquí no reina el orden, dónde buscarlo? Todo está regulado con número, peso y medida: la comida y bebida, las vigilias y el sueño, el trabajo y el descanso, la actividad y el ocio. Unos están arriba y otros abajo; también entre nosotros hay superiores y súbditos, y los primeros están unidos a los otros que estos últimos están acorde con aquellos. Los de abajo se mueven y jamás los de arriba, porque los súbditos pueden sentir cierta inquietud, mas los superiores deben conservar siempre en calma el espíritu.
 Dice que son como un rebaño de ovejas esquiladas. ¡Qué bien está la comparación de los monjes con las ovejas esquiladas! Porque están realmente esquilados al no tener propios ni sus corazones, ni sus cuerpos ni los bienes del mundo. Y estas ovejas están recién salidas del baño. El baño es el bautismo, del que sale quien tiende a la cumbre de una vida más perfecta, y desciende el que se entrega a una vida deshonesta. Cada oveja tiene mellizos, porque engendran con su palabra y su ejemplo. Y entre ella no hay estériles porque nadie es infecundo.

RESUMEN
Compara San Bernardo la vida religiosa a la pulcritud y desnudez de los dientes, que cumplen perfectamente su cometido. Igualmente a las ovejas que no son estériles ni infecundas.

LA CARNE, LA PIEL Y LOS HUESOS SIMBÓLICOS DEL ALMA


1. El santo David dice los los justos en el salmo treinta y tres: Aunque el justo sufra muchos males, de todos le libra el Señor. El cuida de todos sus huesos, y ni uno sólo se quebrará. Aquí no se refiere a los huesos del cuerpo, pues sabemos que los huesos de innumerables mártires fueron machacados a manos de hombres crueles, o triturados por los dientes de las fieras. 
 Pero la condición del alma es tan admirable como digna de compasión. Con su agudeza natural percibe infinidad de realidades externas, y carece de intuición espiritual para conocerse y juzgarse a sí misma tal cual es. Tiene que recurrir a figuras o símbolos corpóreos, para vislumbrar un poco las realidades invisibles a través de las visibles y externas.
 Supongamos que el pensamiento es la piel del alma, y sus afectos la carne. Los huesos podrían aplicarse muy bien a su intención. De este modo el alma gozará de una vida plena por la integridad de sus huesos, tendrá buena salud por la incorrupción de su carne, y aparecerá hermosa por el frescor de su piel. Las angustias de los justos se deben a que su piel se marchita con frecuencia, porque su mente alimenta pensamientos inútiles. Con frecuencia también sufre la carne, si ese mal pensamiento llega a corromper el afecto con malos deseos. Pero Dios conserva íntegros e intactos los huesos de los justos; es decir, no permite que se quiebre el propósito de su corazón ni desaparezca su empeño hacia la salvación, consintiendo a los halagos de la concupiscencia. Pensar en el pecado marchita el alma, desearlo la hiere y consentirlo la mata.
2. Carísimos míos, evitemos los pensamientos inútiles, para que el rostro de nuestra alma se conserve siempre hermoso. Olvidemos lo que queda atrás, nuestro pueblo y la casa paterna, y el rey se prendará de nuestra belleza. salgamos de nuestro país, para librarnos de los pensamientos que engendran deleites carnales. Abandonemos la familia, formada por los pensamientos curiosos que conviven con los sentidos corporales y son parientes del placer carnal. Dejemos asimismo la casa paterna, para evadirnos de los pensamientos de orgullo y vanidad. También nosotros fuimos hijos de ira, como los demás. Nuestro padre fue el diablo, rey de todos los soberbios, que ha instalado su trono y su triste morada en los montes de la arrogancia. Si nos asaltan alguna vez a la mente estos pensamientos, esforcémonos con toda presteza en lavar y rapar la mancha que han dejado en nosotros, y digamos con el Profeta: Rocíame con el hiposo y quedaré limpio. Lávame y quedaré más blanco que la nieve. 
 Mas si por nuestro descuido y negligencia, este pensamiento inútil influye en los afectos del corazón, ya no se trata de una mancha sino de una epidemia. Pidamos rápidamente la ayuda del Espíritu, que acude en auxilio de nuestra debilidad; corramos a él y gritémosle aquella súplica del salmo: Señor, ten misericordia; sáname, porque he pecado contra ti. Estas tentaciones son muy humanas, y nos es imposible evitarlas mientras vivamos en este cuerpo y estemos desterrados del Señor. Pero nos conviene estar atentos y vigilantes; no son mortales, pero sí peligrosas. 
3. En cambio, hermanos, la intención y el propósito de nuestro espíritu lo debemos defender con el mismo empeño con que protegemos la vida de nuestra alma. Porque si pecamos consciente y deliberadamente, es un delito mortal y nos condena nuestra propia conciencia. No digo esto para que desespere el que, tal vez, tenga conciencia de una falta así; sino para que el precipicio le horrorice y si ha caído se levante rápidamente. Sepa éste que se halla muy desviado de la santidad. Y el que tiene los huesos fracturados y machacados, sepa que está desgajado del cuerpo de Cristo, del cual dice la Escritura: No le quebraréis ni un solo hueso. 
 En la pasión marchitaron su piel y la amorataron con azotes, para curarnos a nosotros con sus cardenales. También rasgaron su carne con clavos y una lanza abrió su pecho, para redimirnos con su sangre. Pero no le quebraron ni un solo hueso. Por eso dice David: No te olvidaste de mis huesos, y me los pusiste muy ocultos. Y en otro salmo añade: Mis huesos están resecos como leña. Ocurre esto cuando el alma parece haber perdido totalmente el gusto de hacer el bien y le ueda únicamente la fortaleza de una árida intención. Creo que Job pasaba esta misma prueba cuando decía: Consumidas mis carnes, tengo los huesos pegados a mi piel. Es decir, tengo corrompidos mis afectos y sólo tengo el vigor del espíritu para dominar los pensamiento.
RESUMEN
Haciendo un símil, podemos pensar que el pensamiento es la piel del alma, los afectos la carne y los huesos la intención. Dios preserva los huesos (la intención) de los justos y no permite que se quiebren. Debemos evitar todo pensamiento inútil, aunque eso es casi imposible, olvidarnos del pasado y vivir una vida espiritual. 
 Al final sólo nos quedarán los huesos que preservan nuestra intención, son nuestra reserva espiritual. Si pecamos conscientemente, estamos quebrándolos. 

SOBRE EL MODO DE LIMPIAR, ADORNAR Y AMUEBLAR LA CASA


SOBRE EL MODO DE LIMPIAR, ADORNAR Y AMUEBLAR LA CASA

1. Entró Jesús en un castillo y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Muy oportunamente, a mi parecer. puedo usurpar aquí la profética exclamación: ¡Oh Israel, cuán grande es la casa de Dios y cuán espacioso el lugar de su dominio! ¿Por ventura no será grande, cuando en su comparación se llama castillo la espaciosísima latitud de esta tierra? ¿Por ventura no será grande aquella patria y región inestimable, cuando viniendo de ella el Salvador y entrando en el orbe de la tierra se dice que entra en un castillo? A no ser que alguno se imagine que por ese castillo se debe entender otra cosa que aquel atrio del fuerte armado, principe de este mundo, cuyos despojos vino a saquear el que era más fuerte que él. Apresurémonos, hermanos míos, a entrar en aquella vastísima morada de la bienaventuranza, en donde todos viven holgadísimos, a fin de que podamos comprender con todos los santos cuál sea su longitud y latitud, su sublimidad y profundidad. Ni desesperemos de esto, supuesto que el mismo habitador de la celestial patria, y también su Criador, no rehusa las estrecheces de nuestro pequeño castillo.

2. Pero ¿qué digno haber entrado en un pequeño castillo si vemos que se dignó encarnarse en el estrechísimo albergue que le ofreció- el seno virginal de María? Una mujer, dice el Evangelio, le recibió en su casa. Feliz mujer la que mereció recibir, no ya a los exploradores de Jericó, sino al mismo despojador fortísimo de aquel necio que verdaderamente se muda como la luna; no a los legados de Jesús, hijo de Navé, sino al verdadero Jesús Hijo de Dios. Feliz mujer, vuelvo a decir, cuya casa, habiendo recibido al Salvador, se halló limpia a la verdad, pero no vacía. Porque ¿quién dirá que está vacía aquella a quien saluda el ángel llena de gracia? Ni sólo esto, sino que afirma, además, que descenderá sobre ella el Espíritu Santo. ¿A qué juzgas sino a llenarla más todavía? ¿A qué sino a que descendiendo sobre ella el Espíritu Santo, estando ya llena de gracia, la llene todavía más y más a fin de esparcirla y derramarla abundantísimamente sobre todo el mundo? ¡Ojalá fluyan en nosotros aquellos aromas celestiales, es a saber, aquellos dones de gracias, para que todos recibamos de tanta plenitud! María es nuestra mediadora, ella es por quien recibimos, ¡oh Dios mío!, tu misericordia, por ella es por quien recibimos al Señor Jesús en nuestras casas' Porque cada uno de nosotros tiene su casa y su castillo, y la Sabiduría llama a las puertas de cada uno; si alguno la abre, entrará y cenará con él. Hay un proverbio vulgar que anda en la boca, y mucho más en el corazón de muchos: el que guarda su cuerpo, custodia un magnífico castillo. Sin embargo, el Sabio no dice así, sino más bien: Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él procede la vida .

3. Mas sea así y cedamos a la multitud; guarde un buen castillo el que guarda su cuerpo. Lo que necesitamos saber en qué custodia se debe aplicar a este castillo. ¿Te parecerá, por ventura, que ha guardado bien aquella alma el castillo de su cuerpo, cuyos miembros, como haciendo conjuración, entregaron su dominio a su enemigo? Porque hay quienes hiecieron alianza con el infierno y concertaron pacto con la muerte. Se dejó sumergir, dice, el amado en las comidas regaladas y recalcitró encrasado, lleno y dilatado. Esta, justamente, es la custodia alabada por los pecadores en los deseos de su carne. ¿Qué os parece, hermanos? ¿Se deberá ceder en esta parte también a la multitud? De ningún modo. Más bien preguntaremos a Pablo, como a capitán valeroso de la espiritual milicia. Dinos, Apóstol santo, ¿cuál es la custodia de tu castillo? Yo, dice, así corro, no como a una cosa incierta; así peleo, no como azotando al aire. Castigo, pues, mi cuerpo y le reduzco a servidumbre, no sea acaso que, habiendo predicado a los demás, yo mismo me haga réprobo; y en otro lugar: No reine, dice, el pecado en vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus concupiscencias . Util custodia, por cierto, y dichosa el alma que guarda así su cuerpo para que nunca le conquiste el enemigo. Hubo, pues, tiempo en que había sujetado a su tiranía aquel impío este mí castillo, imperando a todos sus miembros arbitrariamente. Cuánto daño hizo en aquel tiempo lo indica la presente desolación y miseria, ¡Ay!, ni dejó en él el muro de la continencia ni el antemural de la paciencia. Exterminó las viñas, segó las mieses, desarraigó los árboles, y aún también estos mismos ojos míos robaban mi alma. En fin, si no hubiese sido porque el Señor me ayudó, poco hubiera faltado para caer en el infierno mi alma. Hablo del infierno inferior, en donde ninguna confesión hay y de donde a ninguno se le permite salir.

4. Con todo eso, aun entonces ni cárcel ni infierno le faltaba a mi alma. Presa desde el mismo principio de la conjuración y traición pésima, no en otra parte que en la casa propia fué entregada a la guardia de los carceleros. Ni fijé entregada a otros verdugos que a los de su propia familia. Era, pues, su cárcel la conciencia, los verdugos eran la razón y la memoria, y éstos ciertamente crueles, austeros y despiadados, aunque mucho menos que los que rugían preparados para devorarla y a quienes ya estaba para ser entregada. Mas, bendito seaDios, que no me entregó como presa a sus dientes. Bendito el Señor, repito, que me visitó y rescató. Porque cuando el maligno se daba prisa para arrojarla a la cárcel del ínfierno y abrasar el mismo castillo con perpetuo fuego, a fin de que así se diese el justo pago a los miembros perjuros, sobrevino el que es más fuerte. Entró Jesús en el castillo, y atando al fuerte saqueó sus despojos, para que se trocaran en vasos de honor los que habían sido hasta entonces vasos de ignominia. Quebrantó las puertas de bronce e hizo pedazos los cerrojos de hierro, sacando al prisionero de la cárcel y (le la sombra de la muerte. Esta su salida fue por la puerta de la confesión, puesto que esta misma es la escoba con que, limpiada la cárcel y adornada con los juncos hermosamente verdes (le las prácticas regulares, se convierte de cárcel en morada habitable. Tiene así la mujer ya su casa, tiene un lugar decente donde recibir a aquel Señor a quien está obligada por tantos beneficios. De otra suerte, ¡ay de ella si rehusa recibirle, si no le detiene, si no le obliga a quedarse consigo cuando ya se acerca la noche! Porque volviendo el que antes había sido echado de ella, encontrará ciertamente la casa limpia y adornada, ,pero desocupada y vacía.

5. En efecto, no le quedará sino una casa vacía y desierta al alma que se haya descuidado de convertirla en hospedaje digno del Salvador. ¡Cómo!, dices, ¿podrá acontecer acaso que aquella casa limpia ya por la confesión de los anteriores delitos y adornada con la observancia de las prácticas regulares, todavía sea considerada indigna de que more en ella la gracia y de que entre en ella el Salvador? Podrá, sin duda, si solamente está limpia en la apariencia y alfombrada (como se ha dicho) con verdes juncos, permaneciendo en su interior llena de lodo. Porque ¿quién piensa que se haya de hospedar el Señor dentro de los blanqueados sepulcros de los muertos, que por defuera parecen lustrosos y en su interior están llenos de inmundicia y podredumbre?. Demos que alguna vez, como complacido de su vistosa apariencia,comience a poner el pie en ella, concediendo la gracia primera de su visitación a semejante alma, ¿por ventura no se volverá atrás luego con indignación? ¿Por ventura no huirá clamando: Me he metido en el cieno del profundo,donde no hay substancia alguna? Porque lo exterior de la virtud, sin la verdad de ella, es como un accidente, no substancia. Las simples apariencias de virtud no bastan para que pueda hacer su entrada en el alma Aquel que penetra todas las cosas y en lo íntimo de los corazones fija su morada. Y si de ningún modo habita el Espíritu Santo, que es maestro de la verdadera ciencia, en un cuerpo manifiestamente sujeto a los pecados, sin duda no sólo se desvía del hombre fingido, sino que huye y se aleja de él. ¿Es acaso otra cosa que una execrable ficción, que solamente raigas el pecado por la superficie y en lo interior no le desarraigues? Está cierto de que brotará más abundantemente y de que el huésped maligno, que había sido echado antes, entrará de nuevo en la limpia pero vacía casa con otros siete más malos que él. El perro que vuelve al vómito será más aborrecible que antes, y se hará de muchos modos hijo del infierno el que después de la indulgencia de sus delitos caiga de nuevo en las mismas suciedades, como el puerco lavado en el revolcadero del cieno.

6. ¿Quieres ver una casa limpia, adornada y vacía? Mira a un hombre que confesó y dejó los pecados manifiestos, aun antes del juicio, y ahora mueve solas las manos a las obras de los mandatos, con un corazón totalmente árido, llevado de la costumbre, suavemente, como la becerra de Efraím, que está acostumbrada y gusta del trillo. De las cosas exteriores que valen para poco, ni una jota se le pasa, ni un ápice, pero se traga un camello y cuela un mosquito. Porque en el corazón es siervo de la propia voluntad, adora la avaricia, anhela la gloria, aspira con ansia al honor, fomentando todos estos vicios o algunos de ellos en su interior, y se desmiente a sí misma la iniquidad, pero no es burlado Dios. Verás alguna vez de tal suerte paliado este hombre, que llega a seducirse aun a si MISMO, no atendiendo enteramente al gusano que está paciendo y destruyendo su interior. Quédale, pues, la superficie y juzga que todas sus cosas están sanas. Comieron, dice el profeta, los ajenos su fuerza Y lo ignoró. El dice : Rico soy y de nada necesito, siendo pobre, mísero y miserable. Porque, en llegando la ocasión, verás brotar la materia que estaba oculta en la úlcera; verás cómo el árbol cortado, y no extirpado, se dilata en más densa maleza. Si queremos evitar semejante peligro es necesario que apliquemos el hacha a la raíz de los árboles, no a las ramas. No se hallen, pues, en nosotros solamente, las prácticas exteriores y corporales que para poco valen, sino hállese la verdadera piedad, que es útil para todo, bien cultivada y abonada con las prácticas espirituales.

7. Una mujer, dice San Lucas, llamada Marta, le recibió en su casa; tenía ésta una hermana, cuyo nombre era María. Hermanas son y deben morar juntas. Esta se ocupa en el ministerío de la casa, aquélla está atenta a las palabras del Señor. A Marta toca el ornato de la casa, pero a María el llenarla, puesto que ella vaca al servicio del Señor para que no esté la casa desocupada. ¿Pero a quién asignaremos el oficio de limpiar la casa Porque si encontrásernos también esto, sería la casa en que el Señor es recibido limpia, adornada y no vacía. Demos este cuidado a Lázaro si a vosotras también os parece así, puesto que por el derecho de hermano le es común esta casa con las hermanas. Hablo de aquel Lázaro a quien, ya de cuatro días difunto y hediendo ya, resucitó de entre los muertos la voz de la virtud, de suerte que parece con bastante congruencia mostrar en sí la imagen de un penitente. Entre, pues, el Salvador y visite frecuentemente esta casa que lim. pia Lázaro penitente, adorna Marta solícita y llena María dedicada a la interior contempla. ción.

8. Mas acaso preguntará alguno con mayor curiosidad: ¿Por qué en el presente pasaje del Evangelio no se hace mención alguna de Lázaro? Juzgo, a la verdad, que ni esto disuena de la similitud que se propone formar. Queriendo el Espíritu Santo que se entendiese aquí la casa virginal, calló muy oportunamente la penitencia, que no puede darse sin la existencia del pecado. Porque debe estar muy lejos de nosotros el de. cir que esta casa haya tenido jamás algo de propia inmundicia, para que, por consiguiente, fuese precisa en ella la escoba de Lázaro. Y aunque supiéramos que contrajo de sus padres la original mancha, la piedad cristiana nos prohi. be creer que fuese menos llena del Espíritu Santo que Juan, pues no sería honrada en su nacimiento con festivas alabanzas si no naciera santa. Ultimamente, constándonos sin género alguno de duda que sola la gracia hizo limpia a María del contagio original, al modo que tarnbién ahora en el bautismo la gracia sola lava esta mancha, como en otro tiempo la raía la piedra de la circuncisión, si, como enteramente debe la piedad creer, no tuvo María delito propio, no menos estuvo lejos de su inocentísimo corazón la penitencia. Asista, pues, Lázaro, con aquellos cuyas conciencias es necesario limpiar de las obras muertas, apártese entre los llagados que duermen en los sepulcros, para que en el aposento virginal se hallen Marta y María solamente. Ella misma es la que asistió a Isabel estando encinta y llena de días, con humilde cuidado por el espacio como de tres meses; ella misma es la que conservaba en su memoria las cosas que se decían de su hijo, repasándolas el, su corazón.

9. A nadie , pues, le haga fuerza que la rnujer que recibe al Señor no se llame María, sino Marta, porque en esta única y suprema María se hallan a un tiempo la oficiosa diligencia de Marta y el ocio nada ocioso de María. Ciertamente, toda la gloria de la hija del Rey está por dentro, pero, con todo esto, está cubierta alrededor con variedad de colores en fimbrias de oro. No es del número de las vírgenes fatuas;es virgen prudente; lámpara tiene, pero lleva también aceite en su vasija. ¿Se os ha olvidado, acaso, aquella evangélica parábola que refiere, cómo a las vírgenes fatuas se les estorbó la entrada en la sala de las bodas? Estaba, ciertamente, su casa linipia, pues ellas eran vírgenes; estaba adornada, porque todas juntamente, esto es, las fatuas y las prudentes, adornaron sus lámparas; pero estaba vacía, porque no tenían aceite en sus vasijas. Por esto el celestial Esposo ni quiso ser recibido en sus casas ni recibirlas en su sala de bodas. No así aquella mujer fuerte que quebrantó la cabeza de la serpiente, porque entre otras muchas alabanzas que se le tributan, dícese de ella que no se apagará por la noche su antorcha. Para ignominia de las vírgenes fatuas se dice esto, las cuales, viniendo a medianoche el Esposo, tardíamente se lamentan diciendo: ¡Que se apagan nuestras lámparas! Se les adelantó, pues, la Virgen gloriosa. cuya ardentísima lámpara fué un asombro para los mismos ángeles de luz, de modo que decían: ¿Quién es esta que camina como la aurora que se levanta, hermosa como la luna, escogida como el sol? Porque más claramente que las demás brillaba aquella a quien había llenado del aceite de la gracia sobre todos sus participantes Cristo Jesús, Hijo Suyo y Señor nuestro.

RESUMEN: Porque cada uno de nosotros tiene su casa y su castillo, y la Sabiduría llama a las puertas de cada uno; si alguno la abre, entrará y cenará con él. Si no guardamos bien la entrada de nuestro castillo podemos caer en el infierno interior de donde es difícil salir, en una cárcel. Sólo la entrada de Cristo abrirá sus puertas gracias a la confesión y la mantendremos limpia gracias a las prácticas religiosas regulares. Pero puede que esté limpia en apariencia pero en el fondo llena de inmundicia si no hemos cortado reciamente los matojos desde su raíz. Entre, pues, el Salvador y visite frecuentemente esta casa que limpia Lázaro penitente (por los pecados que lo llevaron a la muerte espiritual) adorna Marta solícita y llena María dedicada a la interior contemplación). María, madre de Dios, acogió en su seno virginal (en su castillo) a Nuestro Salvador y ella era, en cierto modo y al mismo tiempo, Marta y María.






















jueves, 17 de diciembre de 2020

LA MADERA, EL HENO Y LA PAJA


Hermanos, en ninguna parte hay seguridad: ni en el cielo, ni en el paraíso, y mucho menos en el mundo. El ángel cayó en el cielo arrojado de la presencia de Dios; Adán abandonó en el paraíso el jardín de las delicias; y Judas, en este mundo, fue excluido de la escuela del Salvador. Digo esto para que nadie alardee de vivir en este lugar, del que se dice: "este lugar es santo". Pues no es el lugar el que santifica a los hombres, sino los hombres el lugar. 
 Entre nosotros se dan tres clases de personas que están muy poco acordes con la Orden y con el hombre que abraza este camino. Unos comenzaron bien y desfallecieron muy pronto. Otros nunca comenzaron, sino que se instalaron en una vida muelle y así siguen. Y otros son víctimas de un  espíritu de ligereza: lentos para escuchar, prontos para hablar y muy dispuestos a contar ampliamente lo que hacen, si es que hacen algo. ¿Rechazará Dios a todos estos? No. Si permanecen unidos al cimiento se salvarán, pero a través del fuego. ¿De qué fuego? Escuchemos al Apóstol: Nadie puede poner un cimiento diferente del ya puesto, que es Jesús el Mesías. Pero encima de ese cimiento puede uno edificar con madera, heo, o paja; su obra se perderá, él en cambio saldrá con vida, pero a través del fuego. 
 El fundamento es Cristo; la madera es frágil, el heno inconsistente y la paja voluble. La madera simboliza a los que comenzaron con valor, pero cascan y no vuelven a integrarse. El heno representa a los que se instalan en una espantosa molicie y son incapaces de poner la punta del dedo, como suele decirse, en los trabajos arduos. Y la paja es figuras de los que giran víctimas de la veleidad, y nunca permanecen en el mismo estado. 
  Debemos temer de todos estos, pero sin perder la esperanza, porque si tienen a Cristo por cimiento, es decir, si acaban la vida en este camino, se salvarán, aunque sea pasando por el fuego. Y es que el fuego tiene tres elementos: humo, luz y calor. El humo excita las lágrimas, la luz ilumina las cosas que están cerca y el calor abrasa.
 En consecuencia, estas personas deben tener el humo en el espíritu, es decir, arrepentirse de ser tibios, indolentes e inconstantes y de que contribuyen a perturbar y arruinar la Orden. Por otra parte deben tener luz en la boca, o sea, manifestarse y llorar en la confesión tal y como se ven en su conciencia. Que la conciencia aguijonee la lengua, y ésta condene a la conciencia. Y es también necesario que sientan el ardor en su cuerpo, esto es, el tormento de la penitencia; no excesivamente, pero sí algo. ¿Crees que va a rechazar a los que así se arrepienten de corazón, se confiesan oralmente y sufren en su cuerpo, el que desea que todos se salven y que nadie se pierda?
 Hay también otros que edifican sobre este cimiento con plata, oro y piedras preciosas. Comienzan con ardor, continúan con más ardor y acaban abrasador de ardor; no se fijan en las posibilidades de la carne, sino en los deseos del espíritu.
RESUMEN
La madera simboliza a los que comenzaron con valor, pero  se hunden y  vuelven a integrarse. El heno representa a los que se instalan en una espantosa molicie. Y la paja son  los que giran víctimas de la veleidad, y nunca permanecen en el mismo estado. Se salvarán si pasan por el fuego del espíritu. Y es que el fuego tiene tres elementos: humo, luz y calor. El humo excita las lágrimas, la luz ilumina las cosas que están cerca y el calor abrasa.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

LOS PECES PUROS. EN EL NACIMIENTO DE SAN ANDRÉS



1. Estamos celebrando el triunfo glorioso de San Andrés, y al escuchar con palabras de gracia nos inunda el júbilo y la alegría. Es imposible entristecerse viéndole a él tan alegre. Ninguna de nosotros ha sentido lástima del que así sufría, ni se le ocurrió llorar al verle tan jubiloso. En es caso nos hubiera repetido lo mismo que dijo el Salvador, cargado con la cruz, a los que le seguían y lloraban: Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mi; orad por vosotras. Por otra parte, cuando llevaban al bienaventurado Andrés al pabíbulo, el pueblo quiso impedir que le ajusticiaran, porque les dolía ver condonado injuntamente a un hombre inocente y santo. Pero él les disuadió con todas sus fuerzas que no le privaran de la corona y del martirio.
 Su único objeto era morir y estar con Cristo, y que esto se realizara en la cruz, el sueño de su vida. Quería entrar en el reino, pero por el patíbulo. Oigamos sus intimidades con su amada: "Por ti me reciba el que por ti me redimió". Si le amamos, gocémonos con él, no sólo por haber recibido la corona, sino por haber sido crificicado; porque el Señor le ha concedido el deseo de su corazón y ha puesto en su cabeza una corona de oro fino. A la vez que nos alegramos con él porque ya goza del abrazo tan asiado de la cruz, no podemos menos de quedarnos asombrados ante esta alegría que compartimos.
2. Mientras nos deleitábamos esta noche en las vigilias cantando estos gritos de gozo, estoy cierto que más de uno se hacía estas reflexiones: "¿Qué sentido tiene esto? ¿Cuál es la raíz de semejante laegría? ¿Por qué valorar tanto la cruz, amarla de ese modo y regocijarse así con ella? Así es, hermanos. Para el hombre sabio el árbol de la cruz siempre engendra vida, produce tozo, destila óleo de alegría y transpira bálsamo de carismas espirituales. No es un árbol silvestre: es un árbol de vida para los que la toman. Un árbol muy fecundo; en caso contrario no estaría en el campo del Señor.
 Me refiero a esa tierra sagrada a la que está tan fuertemente amarrado con las raíces de los clavos. Si no fuera el árbol más hermoso y fecundo de todos, jamás se le hubiera plantado en aquel huerto, ni dentro de aquel viñedo. A mí no me extraña que la cruz produzca dulzura, pues eso mismo brotó también del fuego. Si la llama se dulcifica, es normal que la cruz sea sabrosa. ¿A qué le sabía a Lorenzo el fuego cuando se reía de los verdugos y se burlaba del juez?
 ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Por qué no nos deleitamos en las tribulaciones padecidas por Cristo y nos saben a exquisito maná? El diablo quedaría entonces completamente derrotado y ya no podría reclamarnos nada. Bastaría esto para compensar la doble malicia del enemigo.
3. Porque ese malvado tiene sus redes y dardos. Es un astuto cazador de hombres, que está sediento de la sangre de las almas. A unos les echa con habilidad los dardos de cualquier sugerencia, y de ese modo hiere a los que tienen poca paciencia. A otros les echa la red del placer, y atrapa a toda esa gente que se arrastra por la tierra o revolotea a ras de ella.
 Pero si nos gozamos en la tribulación el enemigo se queda totalmente desarmado y desconcertado. Nos hemos liberado de la red del cazador y de la ponzoña de sus consejos. El enemigo será incapaz de vencerle, sugiriéndole placeres carnales, a quien se complace en la cruz de Cristo. Y el malvado no le hará daño alguno cuando intente inquietar su espíritu con sentimientos de amargura.
 El que sabe alimentarse con ayunos no sueña en banquetes, y menos aún murmurará de lo que es su mejor manjar. Se refugia en el Altísimo, y allí no llegan las redes ni los dardos del enemigo. Es un pez puro, con escamas y aletas. Y si es inútil tender una red a los animales alados, se pierde el tiempo arrojando saetas a las escamas de las corazas. La Ley establece que son peces puros los que se mueven con aletas y están cubiertos de escamas, sean de mar, de río o de estanque.
 Sí, este mar inmenso y dilatado tiene muchos peces puros, diagnos de la mesa del Señor. De los que viven inmersos en la vida y costumbres del mundo se ha reservado muchos millares. La red apostólica los coge en sus mallas y cuando vuelve al puerto los separa de los malos. Allí estará, sin duda alguna, este gran pescador de hombres que arrastra tras de sí a la Acaya entera.
 También el río cría peces puros: son los administradores honrados. El río simboliza a todo ese conjunto de predicadores que no permanecen fijos en un lugar, sino que se mueven en todas direcciones para regar todos los campos. Y existen también muchos peces puros en los estanques: los que sirven a Dios en el claustro, en espíritu y virtud. Está muy bien comparar los monasterios con los estanques, pues sus moradores son unos peces encarcelados que no pueden corretear libremente y están siempre disponibles para el banquete espiritual. Tienen esta obsesión: "¿Cuándo vendrán por mí? Cada día de mi servicio, espero que llegue mi traslado.
4. Según la Ley son puros todos los peces que tienen escamas y aletas, sean de mar, río o estanque. Aunque tienen muchas escamas, todas forman una sola coraza; es decir, la virtud de la paciencia es siempre la misma, aunque se manifieste de distinta manera en cada tribulación. Y si las escamas simbolizan la paciencia, creo que las aletas nos hacen pensar en la alegría del espíritu. Porque la alegría eleva y sostiene: el hombre alegre parece que está dando saltos. Ahora bien, si buscamos dos alas, necesitamos una doble alegría. Y en este sentido nos dice el Apóstol, cuyas alas eran capaces de cruzar el cielo y llegar hasta el paraíso, que estemos orgullosos con la esperanza de las tribulaciones.
 ¡Qué alto vuela quien se deleita en la esperanza de los bienes futuros y se recrea y gloria en la prueba de los males presentes! Esto es lo que encontramos, admiramos y pregonamos en este santo Apóstol.
5. Aquí podemos distinguir tres grados distintos: los que comienzan, los que adelantan  y los perfectos. El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; en medio está la esperanza; y la caridad es la cumbre. Lo dice el Apóstol: La plenitud de la Ley es el amor. El que comienza a caminar, apoyado en el temor, soporta con paciencia la cruz de Cristo. El que avanza, en alas de la esperanza, la lleva con gusto. Y el que vive del amor, abraza apasionado. Este es el único que puede decir: "Estoy enamorado de ti y ardo en deseos de abrazarte".
 ¡Qué inmensa distancia entre esta exclamación y la del que soporta la cruz pero prefiere no haber llegado a ese trance! Y si permitís mi atrevimiento, también está muy por encima de aquella otra súplica: ¡Padre, si es posible pase de mí este cáliz!  Pocos días antes paseó sentado sobre un asno para dar en rostro a sus enemigos. Y ahora percibo que el capitán de la guerra encarna en sí el temor de los cobardes; en el médico siento los gemidos del enfermo y veo que la gallina es tan frágil como los polluelos. Considero su amor, admiro su misericordia y me estremece su compasión. El Señor misericordioso no quiso asumir esa actitud de fortaleza de San Andrés, porque los sanos no necesitan médico sino los enfermos. Y si alguno se escandaliza ante semejante condescendencia, merece aquella otra respuesta ¿Ves tú con malos ojos que yo sea generoso? A éste el aroma de vida le causa la muerte. 
6. ¿Hubiera llamado la atención, Señor Jesús, si al acercarse tu hora te hubieras mostrado intrépido, dando libremente tu vida sin que nadie fuera capaz de quitártela? ¿No fue más glorioso, ya que todo lo hacías para nuestro bien, que soportaras por nosotros el tormento corporal y la agonía del corazón? De ese modo tu muerte sería nuestra vida, tu debilidad nuestra fortaleza, tu tristeza nuestro gozo, tu repugnancia nuestro entusiasmo, tu angustia nuestra paz y tu abandono nuestro consuelo.
 En el momento de resucitar a Lázaro se estremeció en su espíritu y se alteró. En ese momento se estremeció voluntariamente, no por coacción natural. Ahora, en cambio, oigo otra cosa muy distinta. Tanto le dominó el amor que es tan fuerte como la muerte, que tuvo que confortar a Cristo un ángel de Dios. ¿Quién a quién? A aquel que en su nacimiento se le abrió de par en par el seno cerrado de la Virgen; al que con un simple gesto convirtió el agua en vino; al que tocó la lepra y la disipó; al que el mar sostuvo sereno sobre sus aguas a cuya palabra resucitan los muertos. Para decirlo brevemente, al que sostiene el universo con la fuerza de su palabra, al qui hizo todo y por el cual todo subsiste, incluso los mismos ángeles. ¿Que más puedo decir de él? No me admiraría tanto si no fuera completamente inefable. Ni el mismo que le anima era capaz de comprender su majestad.
7. ¿A quién consolabas, ángel de Dios? ¿Ignorabas, acaso, quién era aquel a quien venías a consolar? Es el auténtico consolador, el verdadero abogado. Porque si él no fuera abogado no hubiera dicho que el Padre enviaría otro abogado. Yo estoy convencido que es el abogado supremo, porque está muy cerca de los atribulados. Ahora ya no desespero, Señor, aunque me parezca que sufro una pena terrible, aunque me vea tan débil y desee que pase de mí este cáliz. No desespero, no; añado lo mismo que él: No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. 
 Él me ha enseñado también a no buscar consuelos humanos y caducos, sino angélicos, espirituales y celestes. Prometo no volver a quejarme, porque eso me separaría de ti, si no me arrepiento al instante. Acepto la prueba, aunque sé que también necesito el consuelo. ¿Qué has podido desear? Si reconozco mi voz en la del Salvador, tengo asegurada mi salvación. A base de paciencia conseguiré la vida. 
8. Pero quiero progresar, si me es posible, y no contentarme con alcanzar la salvación. Afirma el Sabio que quien teme al Señor hará el bien. Esto no me basta, pues añade en otro lugar la Escritura: Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y corre tras ella. Es decir, no te contentes con la salvación; busca la paz y asegurarás mejor la salvación. Cuando nació el que es nuestra paz, el ángel cantaba jubiloso: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Una voluntad buena es una voluntad ordenada. Y esto consiste en actuar conforme a la razón. Ésta nos dice que los sufrimientos del tiempo presente son cosa de nada comparados con la gloria que va a revelarse reflejada en nosotros. Si llegas a saborear esto, llevarás gustosamente la cruz de Cristo y dirás: Estoy dispuesto y decidido a cumplir tus mandatos.
9. Mas si quieres ser perfecto, te falta todavía una cosa, ¿Quieres saber cuál? El gozo que da el Espíritu Santo. Quien actúa movido por el temor es paciente; y a quien le alienta la esperanza quiere practicar el bien. Pero si no tiene un espíritu fervoroso puede desfallecer con facilidad. El amor que infunde el Espíritu Santo es paciente y afable y, sobre todo, no falla nunca. 
 Si observas atentamente el primer mandato dado a nuestros padres, verás que Eva fue paciente y Adán bondadoso. Si cayeron fue porque ninguno de los dos tenía una sólida estabilidad. Oigamos: La mujer cayó en la cuenta de que el árbol era una delicia de ver y tentaba el apetito. Ya casi no puede contener la mano. Le pregunta la serpiente y su respuesta manifiesta que ese mandato le resulta enojoso. "Podemos comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol de conocer el bien y el mal nos dijo que no comiéramos". No dice: "Esta es la voluntad del Creador; él sabe por qué. A nosotros nos basta obedecer, porque nuestra vida depende de su voluntad.
 ¡Qué fácilmente creyó la mujer en las promesas y aceptó sus falacias! El varón no fue seducido, pero le ofuscó el amor de la mujer. Hubiera observado con fidelidad ese mandato, cuya utilidad conocía, pero la mujer le persuadió a hacer lo contrario. Él no tenía dificultad en cumplir el precepto, pero a esa voluntad buena le faltaba la fortaleza porque carecía de fervor.
10. Tan fuerte como la muerte es el amor, no la paciencia ni la esperanza. No le igualan el temor ni la razón, sino el espíritu de fortaleza. La paciencia, estimulada por el amor, dice: "Conviene obrar así". La voluntad buena, atraída por la esperanza, añade: "Así conviene y así lo haré". Y la caridad, inflada por el espíritu, no se contenta con "así conviene" sino: "Lo quiero, lo anhelo y lo deseo ardientemente". Observad la altura, seguridad y suavidad del amor. ¡Dichosa el alma que ha llegado a este nivel del amor!
 No desesperemos nosotros, pues si celebramos la memoria del que lo consiguió, es para invocar su auxilio y estimularnos con su ejemplo. Me atrevo incluso a añadir que algunos de entre nosotros se halla en este estado. Por otra parte, a los que se reconocen tan débiles que no pueden seguir el ejemplo de un apóstol como San Andrés, yo les replico que al menos les sonroje no imitar a sus propios hermanos. Los héroes no se improvisan. Peldaño a peldaño se llega a la cumbre de una escalera. Subamos, pues, nosotros con los dos pies de la meditación y de la oración. La meditación nos dice qué nos hace falta y la oración nos lo alcanza. Aquélla nos muestra el camino, ésta nos guía de la mano. La meditación nos hace ver los peligros, y con la oración los superamos, por gracia de nuestro Señor Jesucristo. 
RESUMEN: la cruz como escudo y como árbol de la vida, en la que cualquier ofensa no es diferente a las que sufrió nuestro Salvador. Defendidos porque no se puede sufrir más ni se puede renunciar más a uno mismo. La cruz se convierte en nuestra más deseada defensa.
El que se refugia en la cruz es un pez puro, inmune a cualquier ataque. Unos están en el mar, entre el gentío, otros están en el río (simbolizando a los predicadores que van de un sitio a otro) y un tercer grupo son los que están en los estanques, sinónimo de monasterios.
 Las aletas simbolizan la paciencia. Las aletas la alegría del espíritu. Debemos recrearnos en la prueba y en los males presentes.
  Aquí podemos distinguir tres grados distintos: los que comienzan, los que adelantan  y los perfectos. El comienzo de la sabiruría es el temor del Señor; el que comienza a caminar, apoyado en el temor, soporta con paciencia la cruz de Cristo. El que avanza, en alas de la esperanza, la lleva con gusto. Estos últimos, sanos como están, no necesitan médico pues eso es para los enfermos.
Era necesario el sufrimiento de Cristo en la cruz para ejemplo y santificación de todos. 
 Cristo es el verdadero abogado porque está muy cerca de los atribulados.
 No basta con el temor a Dios sino que también tenemos que amar y practicar la paz. 
 También necesitamos la paciencia y fortaleza que nos otorga el Espíritu Santo. 
 Todavía por encima de todo lo anterior está la caridad y el amor. No se llega a ellas espontáneamente sino subiendo peldaño a peldaño. La meditación nos señala el objetivo. La oración es el camino que nos ayuda a recorrerlo.

viernes, 9 de octubre de 2020

SOBRE ESTAS PALABRAS DEL APÓSTOL: "EL REINO DE DIOS NO ES LA COMIDA O LA BEBIDA, SINO LA JUSTICIA, LA PAZ Y EL GOZO EN EL ESPÍRITU SANTO"


 

1. ¿Por qué abandonamos el camino los que corremos al gozo? Existe, sí, el gozo del reino de Dios, pero eso no es lo primero que percibimos. El gozo del reino de Dios no es un placer carnal, ni el que nos ofrece el mundo, ni la alegría que acaba en tristeza; todo lo contrario, es la tristeza convertida en alegría. En una palabra: no es el gozo de los que disfrutan haciendo el mal y se alegran de la perversión: es el gozo en el Espíritu Santo.

 ¿Y de dónde procede? De la justicia y de la paz. Son como los alvéolos de la miel: la materia sólida donde depositar tranquilamente el suave y fluido licor. Ya llegará el día en que gustemos la miel pura, y nuestro gozo será total y puro: no sólo gozaremos en el Espíritu, sino también de ese mismo Espíritu. Nuestro gozo será tan plenamente espiritual que ya no brotará de motivos corporales, ni de las obras de misericordia, ni de las lágrimas de la penitencia, ni de practicar la justicia o la paciencia: el único motivo será la presencia del Espíritu, a quien los mismos ángeles ansían contemplar

 Mientras tanto, la sal de la sabiduría me condimenta todo, y me atrevo a decir que ella es mi alimento. Sí, ahora, antes de comer suspiro, y ni siquiera entonces logro tragar mi saliva. Es sabio quien percibe el sabor de cada cosa. Pero quien llega a saborear a la misma sabiduría, además de sabio es dichoso. En esto consiste ver a Dios tal cual es; éste es el río impetuoso que alegra la ciudad de Dios, el torrente de delicias, la abundancia que embriaga. 

2. Mas ahora, Señor, no tienen vino. Sí, ahora no hay vino para estas bodas: falta el vino del placer carnal y de los regalos mundanos. Ese vino que es ponzoña de monstruos y veneno mortal de víboras. Hermanos, ojalá nos falte siempre este vino, porque no es bueno. El buen vino no lo cría la viña de la impureza, sino la cuba de la purificación. El buen vino no se hace con las uvas de Gomorra, sino con el agua de Judea. Has guardado el buen vino hasta ahora, dice el maestresala. El vino exquisito lo tiene todavía guardado; y no se hará con agua, sino exprimiendo aquel gran racimo de la tierra de promisión, que cuelga de una vara en este entretiempo en que conocemos a Cristo encarnado y crucificado. 

 ¿No le faltaba el vino al que exclama: Mi alma rehúsa el consuelo? Parece, sin embargo, que probó el vino hecho del agua, pues añadió: Me acordé de Dios y me alegré. ¿Qué sentirá con la presencia el que ya se alegra con el recuerdo? También los apóstoles probaron el agua convertida en vino cuando salieron del Consejo contentos de haber merecido aquel ultraje por causa de Jesús. El agua convertida en vino, ¿no es el hecho de gozarse en el ultraje? Entonces se cumplía la promesa que les había hecho la Verdad: Vuestra tristeza se convertirá en gozo. Es decir, vuestra agua se tornará vino.

 ¿Te asombra el agua convertida en vino? También se torna en pan si no has olvidado comer aquel pan tuyo del que puedes leer: Nos darás a comer el pan de lágrimas y como bebida lágrimas a tragos. La cantidad está bien explícita: Había seis tinajas de piedra, para la purificación de los judíos. Si eres un auténtico judío, no según la carne, sino según el espíritu, servirás seis años y al séptimo quedarás libre. Las seis tinajas de la purificación son los seis días que trabajas: Con seis tribulaciones alcanzarás la libertad y en la séptima no sufrirás ningún mal. Te darán la libertad y beberás vino de ellas cuando, en frase del Apóstol, te sientas orgulloso en la esperanza y en las tribulaciones. 

3. Este es el doble gozo que hallas ahora en el Espíritu Santo: el recuerdo de los bienes futuros y la capacidad de soportar los males presentes. Aquí no hay mezcla de gusto carnal, ni de placer mundano, ni de vanidad. Todo es espíritu de verdad y sabiduría celeste, cuya dulzura saborearemos ya en ambos. Gozaos siempre en el Señor, dice el Apóstol, os lo repito: gozaos. Y añade el motivo de este doble gozo: Que vuestra modestia la conozca todo el mundo; el Señor está cerca. ¿Qué otra cosa es la modestia, sino mansedumbre y paciencia? Gocémonos, pues, por lo que esperamos, ya que el Señor está cerca. Y alegrémonos también por lo que toleramos, para que nuestra modestia irradie por doquier. Porque la dificultad produce entereza; la entereza, calidad; la calidad, esperanza; y la esperanza no defrauda. 

4. Ahora bien, para que el espíritu sea capaz de experimentar esta doble alegría espiritual, se requieren dos condiciones en la práctica de la justicia y otras dos en la conservación de la paz.

 Así nos lo recuerda continuamente la Escritura santa. La práctica de la justicia consiste en estos dos preceptos: No hagas a otro lo que a ti no te agrada, como dice la carta que los Apóstoles enviaron a los gentiles y como lo afirmó el Señor mismo a los Apóstoles: Todo lo que queremos que hagan los demás por nosotros, hagámoslo por ellos. 

 Sin embargo, todos fallamos muchas veces y es imposible evitarlo en este tiempo y en este mundo lleno de escándalos. Todavía no han venido los ángeles que suprimirán todos los escándalos del reino de Dios, no estamos ya en esa dichosa ciudad en cuyas fronteras reina la paz de Dios. Por esto es imposible, aquí y ahora, mantener la paz entre nosotros, a monos que quien ofende a su prójimo en algo evite el orgullo temerario, y el ofendido rehuya una inflexible contumacia. 

5. Así pues, hermanos míos, precuremos ser humildes para satisfacer a los que tienen alguna queja contra nosotros, y prontos para perdonar a quienes nos han ofendido. De esta doble actitud depende la paz mutua entre nosotros y la posibilidad de alcanzar el perdón divino. Dios no acepta la ofrenda de quien antes no se ha reconciliado con su hermano, e incluso reclama con todo rigor la deuda perdonada al que no perdona a su compañero. 

 Si permanecen ya en nosotros estas tres cosas: la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo, no por ello estemos seguros de que el reino de Dios está ya en nosotros. Sigamos realizando escrupulosamente  nuestra salvación, conscientes de que llevamos todavía este inmenso tesoro en vasijas de barro. 

RESUMEN

La tristeza puede convertirse en alegría y transformarse en el verdadero vino del espíritu. La justicia y la paz son como los alvéolos que contienen la miel. Algún día probaremos la misma miel contenida en su interior. Los ultrajes recibidos a causa de la justicia también suponen una conversión del agua en vino. Son seis tinajas. Tras seis días a la semana, de trabajo y tribulaciones, descansaremos en el séptimo día. Nuestro objetivo no es el vino como placer sensual.  Nuestro bienestar espiritual debe basarse en la esperanza de los bienes futuros y en la capacidad para soportar las adversidades. Para ello debemos practicar la justicia y conservar la paz. Así es como se produce esta transmutación.