EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

martes, 23 de septiembre de 2014

EN LAS FAENAS DE LA COSECHA SERMÓN SEGUNDO

Las dos mesas


Hermanos, estos tabajos nos recuerdan nuestro destierro, nuestra pobreza, nuestro pecado. ¿Por qué nos matamos día, tras día con frecuentes ayunos y largas vigilias, con trabajos y fatigas? ¿Fuimos creados para esto? En absoluto. El hombre nace condenado a trabajar, pero no fue ceado para el trabajo. Su nacimiento está manchado por la culpa, y por eso merece pena. Todos debemos gemir con el Profeta: en la culpa nací, pcador me concibió mi madre. La primera creación fue muy distinta, porque Dios no creó la culpa ni la pena. De la muerte, que es la mayor de todas, dice explícitamente la Escritura: La merte entró en el mundo por la envidia del diablo. Y en otro lugar: Dios no hizo la muere, etc.
As´como cuando trabajan las manos no se cierran los ojos ni los oídos, del mismo modo, y con mayor razón, mientras trabaja el cuerpo, el espíritu debe estar atento a su labor y no perder el tiempo. Piense durante el trabajo el motivo del trabajo, para que la pena que sufre le recuerde la culpa que la bajó, para que la pena que sufre le recuerde a culpa que la mereció. Y al ver la herida vendada, piense en la herida que está debajo de las vendas. Con este pensamiento somos más humildes bajo la mano poderosa de Dios, el espíritu se satura de dulce piedad y se presenta como un pobre ante su presencia. La Escritura no cesa de advertirnos: Compadécete de tu alma agradando a Dios. Y no hay duda que la miseria que agrada a Dios alcanza fácilmente misericordia. No digamos que no tenemos de qué compadecernos de nuestras almas. Si somos sinceros, encontraremos en ella mchas cosas dignas de ompasión.
 Voy a fijarme solamente en una, y de este modo vosotros podréis examinar las demás. ¿No os parece que nos hayamos en medio de dos mesas y que contemplamos muertos de hambre a los que comen aquí y allá? Eso somos, sin duda alguna. ¿Cuándo podremos nosotros reirnos, regocijarnos, aliviarnos y vivir orgullosos y satisfechos?¿No conocemos las mesas, no apreciamos los banquetes, no vemos los manjares? Aquí veo a los que estrujan los placeres de los bienes sensibles de este mundo; allí contemplo a los que Cristo confirió la realiza, para que coman y beban a su mesa en el reino de su Padre.
 En cualquiera de los casos, veo que son hombres semejantes a mi, que son mis hermanos. Pero, hay de mi, a ninguna mesa puedo extender la mano. Las dos me están prohibidas: esta por la profesión, aquella por vivir en el cuerpo. No me atrevo a acercarme a la de abajo, ni puedo llegar a la de arriba. La única solución es comer el pan del dolor, que las lágrimas sean mi pan noche y día, y esperar que algún convidado celestial -movido a compasión- arroje unas migajas de felicidad a la boca del cachorrillo que ladra bajo la mesa. 
 La envidia que sentimos al ver al ver a los que están saturados de los goces de este mndo, rebela un alma enferma y ese afecto no me parece propio de un alma espiritual. Y, todavía, está más lejos de la verdad quien tiene por dichosos a los que debería compadecr como miserables: los que pecan y no se arrepienten. Ese se cree desgraciado, no por el juicio de la razón, sino por el sentimiento de no ser como ellos. En realidad debería desear que todos fueran como él.
 Quien así piensa sólo merece alabanza, si lo que él cree que es una desgracia, se decide a soportarlo pacientemene por amor o temor de Dios, y dice con sinceridad al Señor: Por ser fiel a tus palabras he seguido caminos duros. Esta manera de pensar es propia de principiantes, como la leche para los niños. Cuando el alma progresa y decide seguir el dictamen de la razón, todo lo tiene por pérdida y basura, y se lamenta con el Profeta de los que se revuelcan en el estiércol.
 Desprecia todo esto con una especie de santa y humilde soberbia, y con su grandeza de espíritu, en vez de ensalzar a la gente que tiene todo eso, la tiene por desgraciada, proclama dichoso a aquel cuyo Dios es el Señor. Es decir, se compadece de unos al compararlos consigo mismo, y verá a otros que le hacen compadecerse de sí mismo, porue contempla las riquezas celestiales y sus alegrías perpetuas a la derecha del Señor. Y así el que se lamentaba de no participar en la abundancia de aquí abajo, porque, por tu causa nos degüellan cada día, ahora suspira con más anhelo por la opulencia de arriba y dice: Ay de mí, cuanto se prolonga mi destierro.

RESUMEN

 No nacimos para el trabajo y el sufrimiento, sino para la felicidad. Obra de nuestras culpas y del diablo es padecer tal como lo hacemos. Sin embargo, agradando a Dios podemos alcanzar misericordia. 
 Vivimos entre dos mesas: una es la de los que explotan los placeres mundanos y otra la de los que comparten la mesa de Cristo. Ni a una ni a otra podemos acercarnos libremente.
 La auténtica sabiduría es despreciar esta mesa de aquí. Despreciarla en nosotros mismos y en los demás.

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