EN LA CENA DEL SEÑOR
Sobre el bautismo, el sacramento del altar y el lavatorio de pies
1.Estos días nos piden una veneración particular. Son días cargados de misericordia y de gracia, y hasta los corazones más perversos se mueven a la penitencia. Es tal la eficacia de los sacramentos que celebramos estos días, que son capaces de partir los corazones de piedra y ablandar los pechos de hierro. Ante la Pasión de Cristo vemos, en nuestros mismos días, que el cielo se compadece, la tierra tiembla, las piedras se rajan y los sepulcros se abren por la confesión de los pecados.
Pero en los alimentos espirituales sucede lo mismo que en los corporales: algunos se pueden asimilar inmediatamente y otros hay que condimentarlos. Lo que es evidente no es necesario que lo expliquemos; pero lo que es más misterioso precisa de una atención más profunda. Es lo que hace una madre con un niño: no le da las nueces enteras, sino que las parte y le ofrece el fruto limpio. Lo mismo debo hacer yo, hermanos, si puedo: mostraros de par en par el misterio de estos sacramentos. Pero me siento impotente. Acudamos a la madre Sabiduría, y que ella nos parta estas nueces, nacidas del árbol sacerdotal, ese retoño vigoroso que el Señor plantó en Sión. Los sacramentos son tan numerosos, que no tenemos tiempo de fijarnos en todos. Por otra parte, algunos sois débiles para comprender tanto de una vez. Por eso voy a decir lo que el Señor me inspire sobre tres sacramentos que están en íntima relación con este tiempo.
2.Sacramento significa signo sagrado o secreto sacro. La mayoría de las cosas las hacemos por sí mismas; otras, en cambio, en relación a una tercera. A éstas llamamos signos, y lo son. Tomemos un ejemplo de la vida ordinaria: se puede dar un anillo sin más, y no tiene más sentido que ese. Pero puede darse para otorgar una herencia, y en ese caso es un verdadero signo. Quien lo recibe puede decir: “el anillo no vale nada, lo que me interesa es la herencia”.
Eso mismo hizo el Señor al acercarse su Pasión. Quiso legar a los suyos su gracia, y otorgarles la gracia invisible por medio de un signo visible. Esta es la finalidad de todos los sacramentos: del banquete eucarístico, del lavatorio de los pies, y del mismo bautismo que es el primer sacramento, y por el cual nos injertamos en la muerte de Cristo. Su triple inmersión está en relación íntima con el triduo que vamos a celebrar.
Los signos visibles son muy diversos. Siguiendo con el ejemplo anterior, hay una gran variedad de investiduras, según lo que se recibe; por ejemplo, el canónigo la recibe por el libro, el abad por el báculo, el obispo por el báculo y el anillo. Lo mismo ocurre con los sacramentos: cada uno tiene su gracia especial. ¿Qué gracia nos otorga el bautismo? El perdón de los pecados. ¿Quién puede purificar al que es impuro en su mismo ser, sino el puro por excelencia, y el que está exento de pecado, es decir, Dios?
Primitivamente el sacramento que concedía esta gracia era la circuncisión: un cuchillo raía la costra de la culpa original que brota desde los primeros padres. Pero al venir el Señor, cordero tierno y manso, cuyo yugo es llevadero y su carga ligera, todo cambió maravillosamente. El agua y la unción del Espíritu disuelve aquella costra inveterada y suprime un dolor tan acerbo.
3.Es posible que alguno quiera preguntar: Si en el bautismo se nos perdona lo que contrajimos por nuestros padres, ¿cómo subsiste todavía la ambición como estímulo e incentivo del pecado? Es indudable que esta inclinación al pecado nos viene de nuestros primeros padres. Todos somos engendrados por un deseo pecaminoso. Por eso y, a pesar nuestro, sentimos el apetito desordenado de la concupiscencia e impulsos bestiales. Os lo he dicho muchas veces, y no debéis olvidar, que en el primer hombre caímos todos. Caímos en un montón de piedras, y en el fango. Por eso estamos tan manchados y tan gravemente heridos y magullados. Es fácil lavarnos; pero recuperar la salud es una obra muy lenta.
El bautismo nos lava, porque cancela la sentencia de nuestra condenación. Y además nos concede la gracia de estar inmunes de la concupiscencia si no consentimos en ella. Así desaparece el pus de esa úlcera tan crónica, porque se suprime la condena y la esclavitud de la muerte, que era su raíz. ¿Pero quién será capaz de dominar unos impulsos tan salvajes? ¿Quién soportará el escozor de esa úlcera? Tened confianza: contamos con la ayuda de la gracia; y como garantía, recibís la investidura del sacramento del Cuerpo y Sangre santísimos. El efecto de ese sacramento en nosotros es doble: acalla la sensualidad y evita que consintamos en pecados graves. El que sienta que los ímpetus de la envidia, lujuria u otros vicios no son tan vivos ni frecuentes en él, dé gracias al Cuerpo y Sangre del Señor, porque ésa es la eficacia de ese sacramento. Y alégrese de que esa úlcera tan horrible se va curando.
4.¿Qué haremos, al ver que no podemos liberarnos del pecado, mientras vivimos en este cuerpo pecador y en esta vida tan miserable? ¿Desesperarnos? Jamás. Escuchad a Juan: Si afirmamos no tener pecado, nosotros mismos nos engañamos y, además; no llevamos dentro la verdad. Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel, perdona nuestros pecados y, además, nos limpia de toda injusticia.
Para que no dudemos del perdón de las faltas de cada día, contamos con otro sacramento: el lavatorio de los pies. Yo creo que es un sacramento de perdón, por aquello que el Señor dijo a Pedro: Lo que estoy haciendo contigo no lo entiendes ahora; lo comprenderás más adelante. No dijo que era un sacramento, sino: Os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros lo mismo. Les hubiera dicho otras muchas cosas, pero eran incapaces de comprenderlas. Por eso prefirió no dejarlos sumidos en la inquietud o la angustia, ni decirles lo que superaba su capacidad.
Si tú, ahora, quieres saber que aquello lo hizo como un sacramento y no sólo para darles ejemplo, fíjate en lo que dice a Pedro: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Aquí se presenta como algo necesario para la salvación, ya que sin ello Pedro no participaría en el reino de Cristo y de Dios. Ante una amenaza tan espantosa Pedro se anonada y acepta este misterio de salvación: Señor, no sólo los pies, también las manos y la cabeza.
¿Por qué sabemos que este lavado es para los pecados que no producen la muerte y que no podemos evitar totalmente en esta vida? Por la respuesta de Jesús cuando le ofreció las manos y la cabeza para que se las lavara: El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies. El que no tiene pecados graves está limpio. Su cabeza –símbolo de su intención-y sus manos –signos de sus obras y de su conducta- están limpios. El espíritu suele ceder más de lo conveniente a la vanidad, al placer o a la curiosidad: Todos fallamos mucho.
5.Sin embargo no debemos despreciarlos ni quitarles importancia. Con ellos no podemos salvarnos, y sólo por Cristo y en Cristo podemos limpiarnos de los mismos. Nadie, insisto, se aletargue en una falsa seguridad, ni busque palabras engañosas para excusar sus pecados. Pedro escuchó con toda claridad que si Cristo no nos limpia no estaremos con él.
Por otra parte, tampoco debemos angustiarnos demasiado de ellas: si nosotros las reconocemos , él las perdona fácil y gustosamente. En estas faltas, que son casi inevitables, es tan culpable la negligencia como el escrúpulo. Por eso, en la oración que él nos enseñó, quiso que pidiéramos diariamente el perdón de tales faltas. Antes dije que Cristo había suprimido la pena de la concupiscencia, como dice el Apóstol: No pesa condena alguna sobre los que están unidos a Cristo Jesús. A pesar de ello, permite que nos humille, actuando en nosotros, y atacándonos gravemente, y de este modo sintamos el efecto de la gracia y nos apoyemos sin cesar en su fuerza. Lo mismo ocurre con estos pecados leves: la economía divina consiente que siempre tengamos alguno, para hacernos ver con ello que, si no podemos evitar los más pequeños, mucho menos superaremos los mayores con nuestras propias fuerzas. Y así vivamos siempre temerosos y solícitos de no perder su gracia, que sentimos nos es tan indispensable.
RESUMEN
El término “sacramento” significa signo sagrado. Algunos como el bautismo nos libran de la condenación eterna, otros como la eucaristía nos defienden y nos permiten volver a recuperar la salud espiritual, labor que siempre es lenta y penosa. También hay otros como el lavatorio de los pies que nos recuerda que los pequeños errores están ahí, que debemos evitarlos en lo posible pero ser conscientes de que constituyen un camino equivocado. Igualmente, nadie está libre de ellos y teniéndolos presentes recordamos que podemos caer en situaciones mucho más graves.
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