EL OBJETIVO DE ESTA PÁGINA

Recuperar los Sermones de San Bernardo de Claraval para facilitar su conocimiento y divulgación. Acompañar cada sermón con una fotografía, que lo amenice, y un resumen que haga más fácil la lectura. Intentar que, al final de esta aventura intelectual, tengamos un sermón para cada día del año. Un total de 365 sermones. Evidentemente, cualquier comentario será bienvenido y publicado, salvo que su contenido sea ofensivo o esté fuera del tema.

lunes, 16 de junio de 2014

DOMINGO IV DE PENTECOSTÉS: David, Goliat y los cinco guijarros:


DOMINGO IV DE PENTECOSTÉS

David, Goliat y los cinco guijarros

1. Hemos oído en el libro de los Reyes cómo presumía el gigante Goliat de su fuerza y de su gran estatura, y cómo desafiaba al ejército de Israel incitándole a luchar mano a mano contra él. También hemos escuchado cómo suscitó Dios el espiritu de un joven, que se sintió profundamente herido al ver que un hombre bastardo e incircunciso injuriaba al ejército de Israel y al Dios Altísimo. Vimos salir al joven con la honda y unos guijarros del arroyo y avanzar hacia ese monstruo humano que se le acercaba con casco, cota de malla, escudo y toda clase de armas de guerra.
Nuestras entrañas se conmovieron de temor ante ese joven que así se lanzaba al combate, y estallaron de júbilo con su victoria. Elogiamos la grandeza del alma de ese joven, devorado por el celo de la casa de Dios. No fue insensible a los insultos dirigidos contra Dios, sino que salió en su defensa como si fuera algo suyo, y le dolía el desastre de José. Nos asombra ver en un adolescente mucha más audacia que en todo Israel. Hemos visto en la victoria un prodigio del cielo y un prodigio inconfundible del poder divino. Y ahora lo celebramos delirantes de gozo, porque hace unos momentos estábamos pendientes del duelo mortal de un joven, armado con la fe y un gigante orgulloso de sus fuerzas.
2. Mas el Apóstol nos enseña que la ley es espiritual y que no se ha escrito solamente para deleitarnos con descripciones y sucesos externos, sino también para saciar el apetito de nuestros sentidos interiores con la médula del trigo. Veamos, pues, quién es ese Goliat altivo y orgulloso, que se atreve a injuriar al pueblo de Dios que ha entrado en la tierra prometida y ha triunfado de tantos enemigos. Yo creo que aquí se insinúa muy claramente la soberbia del hombre orgulloso. Es el mayor pecado que existe, el que más ofende al pueblo de Dios, y que ataca sobre todo a los que parece han vencido los demás pecados. Por eso le incita a luchar mano a mano, cual si diera por derrotados a los demás.
Los fiilisteos temían entrar en guerra contra Israel, y toda su confianza la habían puesto en aquel gigante Goliat. ¿Por qué le tienta a este hombre la soberbia, si ya le tienen encadenado la envidia y la tibieza que provoca vómito a Dios, y la pereza que, como el estiércol de los bueyes, lo ha hecho más duro que una piedra? ¿Que le queda por hacer a la soberbia y a la arrogancia, si tiene tanto vicios que se siente ya derrotado por todos?¿Quién os hará combatir contra el pésimo vicio de la soberbia sino la mano fuerte que ha sometido los otros vicios? Salga, pues, David con el vigor de sus manos, pues sólo será posible vencer a este enemigo con el vigor de un brazo robusto. Empuñe las armas contra Goliat que ya ha matado a osos y leones.
3. Mire a ver si le valen las armas de Sául, la sabiduría del mundo, las doctrinas filosóficas o el sentido material de las escrituras, que para el Apóstol es letra que mata. Vea si con estas armas puede aniquilar la soberbia y alcanzar la humildad. O tal vez no se siente protegido, sino aprimido con ellas. Se desprende de todos estos arreos, y pone toda su confianza en el Señor. No se apoya para nada en sí mismo: su única arma es la fe. No se intimida ante la corpulencia de Goliat, ni teme verse aplastado por su peso. El Espíritu le impulsa a cantar con el espíritu y la mente: El Señor es la defensa de mi vida, etc. 
Pedro no pensó en la fuerza del viento, ni en la profundidad del mar, ni en el peso de su cuerpo: se lanzó al agua fiado en la palabra del Señor y no se hundió ni tuvo miedo. Pero cuando sintió la fuerza del viento le entró miedo y comenzó a hundirse. También Saúl intenta persuadir a nuestro héroe. No podrás acercarte a ese filisteo para luchar contra él, porque eres un muchacho, y él es un guerrero desde su juventud. Pero David no entiende esas teorías, y confiado en la fuerza de aquel con la que tantos triunfos había conseguido, se acerca animoso. Se quita las armas de Saúl y coge cinco cantos del arroyo que el agua en su corriente pudo alisar pero no arrastrar. El torrente que debemos vadear es la vida actual, pues como dice la Escritura, se va una generación y viene otra, cual olas encrespadas que se empujan unas a otras. Y como toda carne es hierba y su belleza como flor campestre, la corriente del arrastra consigo todo lo baladí. Pero la palabra del Señor, impávida ante las olas, permanece por siempre.
4. Yo creo que podemos entender estas cinco piedras como cinco aspectos distintos de la Palabra divina: amenaza, promesa, amor, imitación y oración. De todo esto encontramos una gran abundancia en la Escritura. Y es posible que Pablo se refiera también a esas cinco palabras cuando prefiere pronunciar cinco palabras inteligibles a diez mil en una lengua extraña. Porque el papel de este mundo está para terminar. O como leemos en otro lugar: El mundo pasa y su concupiscencia también. En cambio, estas palabras, frente al vértigo del mundo, permanecen inmutables y se pulen sin cesar, pues el correr de los años acrecienta su sabiduría. 
El guerrero David coge estas piedras para luchar contra el espíritu de soberbia y las guarda en el zurrón de la memoria. Fíjate cómo nos amonesta Dios, cuándo nos compromete, qué amor nos tiene, qué ejemplos de santidad nos ha dado, y cómo nos recomienda entregarnos a la oración. Tome, pues, estas piedras el que desea derribar el orgullo, y cada vez que levante su cabeza venenosa, láncele la primera piedra que se le ocurra el pensamiento. Y Goliat, herido en la frente, caerá desplomado y confundido. En esta pelea también es necesaria la honda, es decir, la longanimidad, que no puede faltar de ninguna manera. 
5. Siempre, pues, que un pensamiento de soberbia, tiente tu espíritu, estremécete desde lo más profundo de tu ser ante las amenazas de Dios, o aviva el deseo de sus promesas: Goliat no resiste el golpe de esas piedras que aniquilan su altivez. Y si recuerdas el amor inefable que te ha demostrado el Dios de la majestad, ¿no se inflamará tu caridad, te despreciarás a ti mismo, y desecharás la vanidad?
Lo mismo podemos decir si meditas atentamente los ejemplos de los santos: es un pensamiento muy útil para vencer la soberbia. Pero si te acomete de improviso la vanidad, y no puedes echar manos de esos remedios, refugiate con todo fervor en la oración. Y ese maldito que parecía más alto e indomable que los cedros del Líbano, desaparecerá inmediatamente. 
6. Quizás me preguntes cómo puedes cortar la cabeza a Goliat con su propia espada. Es la hazaña más gloriosa para ti, y la que más humilla al enemigo. Lo diré en dos palabras, pues estoy hablando con gente experta que comprende fácilmente y advierte al instante lo que experimenta sin cesar. Cuando te provoque la vanidad, y con el recuerdo de las amenazas de Dios, sus promesas y todo lo que hemos dicho, comiences a avergonzarte y humillarte, entonces derribas a Goliat.
Pero es posible que todavía esté vivo. Acércate a él antes que se levante y, de pie sobre su cuerpo, córtale la cabeza con su propia espada. Así utilizarás la vanidad que te incitó, para eliminar esa misma vanidad. Si te tienta un pensamiento altivo, toma pie y ocasión de eso mismo para humillarte, hasta que sientas de ti más humilde y bajamente, y te pongas por un soberbio. Así es como rematas a Goliat con su misma espada.
RESUMEN
Goliat es el prototipo de la soberbia. David logra vencerlo con cinco guijarros que simbolizan: amenaza, promesa, amor, imitación y oración. Vence a Goliat entregado a la fuerza del espíritu. Hace frente a su amenaza, y lo amenaza con su fe en Dios, se deja llevar por la promesa de una transcendencia por encima del paso fugaz de las generaciones, lucha con amor hacia la justicia, imita el sacrificio de otros y encuentra refugio en la oración. Aniquilando la vanidad, propia y extraña, acabamos por decapitar a la soberbia. También debemos aniquilarla en nosotros mismos, que no queremos ser soberbios y, sobre todo, guardar en el zurrón de nuestra memoria lo que significan esos cinco guijarros.

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