DE LOS CUATRO DÍAS DE LÁZARO; ELOGIOS DE LA VIRGEN
1. Tiempo es ya para toda carne de hablar cuando es llevada al cielo la Madre del Verbo encarnado, ni debe cesar en sus alabanzas la humana mortalidad cuando sola la naturaleza del hombre es ensalzada sobre los espíritus inmortales en la Virgen. Mas ni permite la devoción callar de su gloria, ni puede mi pensamiento estéril concebir cosa que sea digna, ni la puede dar a luz mi lenguaje inculto. De aquí es que, aun los mismos príncipes de la corte celestial, a la consideración de tanta novedad claman no sin admiración: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias? Como si claramente dijeran: ¡ Cuán grande y excelsa es ésta!, ¿y de dónde le pudo venir, subiendo sin duda del desierto, tanta afluencia de delicias? Porque no se encuentran delicias iguales, ni aun entre nosotros, a quienes en la ciudad de Dios alegra el Señor con inefables placeres, y que bebemos en el torrente de sus delicias contemplando su gloria. ¿Quién es esta que de debajo del sol, en donde nada hay sino trabajo y dolor y aflicción de espíritu, sube rebosando en delicias espirituales? ¿Qué mucho que haya llamado yo delicias al honor de la virginidad con el don de la fecundidad, a la distinguida divisa de la humildad, al panal de la caridad que destila, a las entrañas de piedad, a la plenitud de la gracia, a la prerrogativa de la singular gloria? Subiendo, pues, del desierto la reina del mundo aun para los ángeles santos, como canta la Iglesia: Se hizo hermosa y suave en sus delicias. Sin embargo, dejen de admirar las delicias de este desierto, porque el Señor dió su bendición y la tierra nuestra dió su fruto. ¿Para qué se admiran de que suba María de la tierra desierta rebosando en delicias? Admiren más bien a Cristo bajando pobre de la plenitud del reino celestial. Porque mucho más digno de maravilla parece que el Hijo de Dios se minore algo respecto de los ángeles, que el ser ensalzada la Madre de Dios sobre los ángeles. El anonadarse el Señor de la majestad fué para encumbrarnos a nosotros; las miserias de El son las delicias del mundo. A más de esto, siendo rico se hizo pobre por nosotros, para que con su pobreza fuésemos enriquecidos; la misma ignoininia de su cruz se ha convertido en gloria para los creyentes.
2. Más aún, yo veo a Jesús, nuestra vida., que corre presuroso hacia el monumento funerario para sacar de allí al muerto de cuatro días, sobre quien (si vuestra caridad se acuerda bien) debe versar el sermón de hoy; esto es, a Lázaro busca para ser El buscado y hallado de Lázaro. Porque en esto está precisamente la caridad, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó primero. Ea, pues, Señor, busca a quien amas para hacerle a él amante de ti y diligente en buscarte. Pregunta en dónde le han puesto, puesto que yace encerrado, atado y como aplastado por la losa sepulcral. Yace en el túmulo de la conciencia, está preso con los lazos de la disciplina, está apretado como con una piedra que gravita sobre él y es oprimido con la carga de la penitencia, especialmerite porque le falta por ahora el amor fuerte como la muerte y la caridad que lo so. porta todo, y además, Señor, ya huele mal, puesto que hace ya cuatro días que se halla en e estado. Sospecho que ya vuelan delante los ingenios de muchos para. entender qué Lázaro sea ese de quien hablo; aquél sin duda que muerto poco ha al pecado, horadó la pared ', a fin de ver las muchas y execrables abominaciones de su perverso e inescrutable corazón, Y. según otro profeta , se ocultó en la caverna subterránea abierta en la roca viva a fin de subs traerse a la indignación e ira del Señor.
3. ¿Mas qué significan aquellas palabras: Señor, mira que hiede, pues hace ya cuatro días que está ahí? Acaso no entenderá cualquiera prontarnente lo que significa este hedor y estos cuatro días. Yo juzgo que el primero de estos días es del temor, cuando el mal del pecado, penetrando en nuestros corazones, nos da la ,muerte, y en algún modo nos sepulta en el fondo de nuestras conciencias. El segundo. si no me engaño, se pasa en el trabajo del combate. A la verdad, en los principios de la conversión suele acometer más fuertemente la tentación de la mala costumbre, y apenas se pueden extinguir los dardos inflamados del enemigo. El tercero parece ser el del dolor, cuando uno repasa sus años en la amargura de su alma y no trabaja tanto en evitar lo que está por venir, cuanto en llorar con muchísimas lágrimas lo pasado. ¿Os admiráis de que he llamado días a éstos? Tales eran debidos a una sepultura; unos días de niebla y de obscuridad, días de llanto y de amargura. Síguese a éstos el día de la vergüenza y confusión, muy semejante a los anteriores, cuando ya se cubre de horrible confusión esta lamentable alma, considerando atentísimamente en qué y cuánto ha delinquido, y mirando con los ojos del corazón las denegridas imágenes de sus pecados. Semejante alma nada disimula, sino que todo lo juzga, todo lo agrava, todo lo exagera; no se perdona a sí, hecha duro juez contra sí misma. Enojo útil ciertamente y crueldad digna de misericordia, que fácilmente le concilia la divina gracia cuando el alma se llena del celo por la gloria de Dios, aun contra sí misma. Mientras tanto, ¡oh Lázaro!, sal ya afuera, no te detengas más tiempo envuelto en tanto hedor. La carne que huele mal está próxima a la podredumbre, y el que se confunde y quebranta más intensamente de lo que conviene, está cerca de la desesperación. Por tanto, Lázaro, sal afuera. Un abismo llama a otro abismo; el abismo de luz y de misericordia llama al abismo de miseria y tinieblas. Mayor es la bondad de Dios que tu iniquidad, y donde abunda el delito, El hace sobreabundar su gracia.. Lázaro, dice Jesús, sal afuera. Como si dijera más clararnente: ¿Hasta cuándo te detiene la obscuridad de tu conciencia? ¿Cuánto tiempo te compungirás en tu interior con un corazón pesado?Sal afuera, anda, respira en la luz de mis misericordias.Porque esto es lo que leíste en el profeta: Enfrenaré tu boca con mi alabanza para que no perezcas .Y más explícitamente otro profeta dice de sí: Conturbada está interiormente mi alma, por eso me acordaré de ti
4. Mas ¿qué nos da a entender Jesús cuando dice: Quitad la piedra; y casi a continuación: desatadle? ¿Por ventura, después de la visita de la gracia que le trajo el consuelo, cesará de hacer penitencia porque se acercó a él el reino de los cielos, 0 desechará la enseñanza, dando acaso lugar a que el Señor se enoje , perezca él fuera del camino de la justicia? De ninguna manera haga esto. Quítese la piedra, pero permanezca la penitencia, no ya apremiando y cargando, sino antes corroborando y confirmando la mente vigorosa y robusta, siendo ya su comida lo que antes no sabía hacer, o sea, la voluntad del Señor. Así la disciplina ya no constriñe al que se halla libre, según aquello: No hay puesta ley para los justos, sino que le rige como voluntario y le dirige por el camino de la paz. Acerca de esta resurrección de Lázaro, más claramente canta el profeta: No abandonarás mi alma en el infierno , porque, como me acuerdo haber dicho en el segundo día de esta festividad, es como un infierno y cárcel del alma la conciencia culpable. Ni perinitirás que tu santo, es decir, aquel a quien tú mismo santificas, vea la corrupción. Porque está próximo a la corrupción el muerto de cuatro días, que ya comienza a oler mal. Por modo parecido el impío que se ve hundido en el abismo de sus pecados está próximo a hundirse más aún en la corrupción, sin hacer caso de nada; pero prevenido por la voz de la virtud y vivificado por ella, da gracias al Señor diciendo: Me hiciste manifiestos los caminos de la vida y me llenarás de alegría con la vista de tu divino rostro. Porque elevaste mi mente a la contemplación de ti mismo y sacaste del infierno mi alma cuando se congojaba sobre mí mi espíritu, mirando el semblante demasiado abominable de la conciencia propia. Clamó Jesús, dice el evangelista, con grande voz: Lázaro, sal afuera , con grande voz., ciertamente, no tanto elevada en el sonido cuanto niagnífica en la piedad y virtud.
5. Mas ¿adónde hemos venido? Seguíamos a la Virgen que subía sobre los cielos, ved ahí que hemos descendido con Lázaro al abismo. Del esplendor de la virtud hemos bajado al hedor de un muerto de cuatro días; inclinándose por sí misma se resbaló la oración. ¿Por qué esto, sino porque éramos llevados del peso propio y nos arrastraba tras sí una materia tanto más copiosa cuanto más familiar? Confieso mi impericia. no oculto mi gran pusilanimidad. No hay cosa a la verdad, que más deleite. pero tampoco la hay que más me aterre. que el hablar de la gloria de la Virgen Madre. Porque, sin mencionar ahora el inefable privilegio de sus méritos y prerrogativas enteramente singulares, con tanto afecto de devoción la aman todos, como es justo; con tanta admiración, la honran y la respetan, que, aunque todos emprendan hablar de ella, sin embargo todo lo que se dice de lo que es indecible, por lo mismo de que se pudo decir, es menos grato, agrada menos, y menos se acepta. ¿Y qué mucho que dé poco gusto todo lo que de una gloria incomprensible puede comprender la mente humana? Porque si alabo yo en ella la virginidad, otras muchas vírgenes se orecen a mi mente después de ella. Si predico su humildad, se encontrarán acaso, aunque sean pocos, quienes, a ejemplo de su divino Hijo, se hicieron mansos y humildes de corazón. Si quiero engrandecer la muchedumbre de su misericordia, acuden a mi memoría algunos varones y también mujeres que fueron misericordiosos. Una cosa hay en la cual ni tuvo antes par ni semejante, ni la tendrá jamás, y es el haberse juntado en ella los gozos de la maternidad con el honor de la virginidad. María, dice Jesús, escogió para sí la mejor parte. Nadie duda, en efecto, que si es buena la fecundidad conyugal, todavía es mejor la castidad virginal; pues bien, supera inmensamente a las dos la fecundidad virginal o la virginidad fecunda. Privilegio es éste propio de María y que no se concederá jamás a ninguna otra mujer, porque nadie se lo podrá arrebatar a ella. Es un privilegio exclusivamente suyo y por esto mismo inefable, porque así como nadie lo puede alcanzar, así tampoco nadie lo puede explicar cual se merece. ¿Y qué diremos si paramos mientes en el Hijo de quien es madre? ¿Qué lengua será capaz, aunque sea angélica, de ensalzar con dignas alabanzas a la Virgen Madre, y madre no de cualquiera, sino de Dios? Duplicada novedad, duplicada prerrogativa, duplicado milagro, pero que por modo maravilloso se armonizan digna y aptísimamente. Porque ni fué decente a la Virgen otro Hijo ni a Dios otra madre.
6. Sin embargo, si atentamente lo consideramos, veremos al punto que no sólo estas dos, sino también todas las demás virtudes que, al parecer, compartía con otros, fueron en María singulares. Porque, ¿qué pureza, aunque sea la angélica, se atreverá a a compararse con aquella virginidad que fué digna de ser hecha sagrario del Espíritu Santo y habitación del Hijo de Díos? Si juzgamos del precio de las cosas por lo raro de ellas, sin duda la primera mujer que resolvió observar en la tierra una vida angélica es superior a todas las demás. ¿Cómo, dice, Podrá ser esto, porque yo no conozco varón? . ¡ Qué propósito tan firme de guardar virginidad aquel que ni prometiéndole el ángel un hijo, titubeó en lo más mínimo! ¿Cómo, dice, podrá ser esto?; porque yo supongo que no habrá de ser del mismo modo que suele hacerlas en las demás mujeres, puesto que yo abso lutamente no conozco varón, ni con deseos de hijo ni con esperanza de sucesión.
7. Pero ¿cuán grande y cuán preciosa fué su humildad acompañada de tanta pureza, de inocencia tanta, y de una conciencia enteramente exenta de pecado, más aún, adornada con tal Plenitud de gracia? ¿De dónde a ti tanta y tan profunda humildad, oh dichosa Virgen? Digna ciertamente de que el Señor fijara en ella su mirada, de que el Rey de reyes desease su hermosura y de que con su olor suavísimo lo atrajese a sí desde aquel eterno reposo en el paterno seno. Mira, pues, cuán manifiestamente concuerdan entre sí el cántico de nuestra Virgen y el cántico nupcial; sin duda su purísimo seno fué tálamo del divino Esposo. Escucha a María en el Evangelio: Miró el Señor, dice, la humildad de su sierva. Escucha a la misma en el cántico de los Esposos: Cuando el Rey estaba en su reposo, mi nardo dió su olor. El nardo es una planta humilde, de flores blancas muy olorosas, por lo cual simboliza admirablemente la humildad, cuyo aroma y hermosura hallaron gracia delante de Dios.
8. Cese de ensalzar tu misericordia, ¡oh bienaventurada Virgen!, quienquiera que, habiendo invocado en sus necesidades, se acuerda de que no le has socorrido. Nosotros, siervecillos tuyos, te congratulamos a la verdad en todas las demás virtudes, pero en tu misericordia rnás bien nos congratulamos a nosotros mismos. Alabamos la virginidad y admiramos la humildad, pero la misericordia sabe más dulcemente a los miserables; por esto abrazamos con más amor la misericordia, nos acordamos de ella más veces y la invocamos con más frecuencia. Porque ésta es la que obtuvo la salud de todo el mundo, ésta la que logró la reparación del linaje humano. No cabe duda que anduvo solícita a favor de todo el linaje humano aquella a quien dijo el ángel: No temas, María, porque has hallado gracia, o sea, has hallado la gracia que buscabas. ¿Quién podrá investigar, pues, ¡oh Virgen bendita!, la longitud y latitud, la sublimidad y profundidad de tu misericordia? Porque su longitud alcanza hasta su última hora a los que la invocan. Su latitud llena el orbe de la tierra para que toda la tierra esté llena de su misericordia. En cuanto a su sublimidad, fué tan excelsa que alcanzó la restauración de la ciudad celestial, y su profundidad fué tan honda que obtuvo la redención para los que estaban sentados en las tinieblas y sombras de la muerte. Por ti se llenó el cielo, se evacuó el infierno, se instauraron las ruinas de la celestial Jerusalén, se dió la vida que habían perdido a los miserables que la aguardaban, de suerte que tu potentísima y piadosísima caridad está llena de afecto para compadecerse y de eficacia para socorrer a los necesitados; en ambarcosas es igualmente rica y exuberante.
9. A esta fuente abundosa, pues, corra sedienta nuestra alma; a este cúmulo de misericordia recurra con toda solicitud nuestra miseria. Mira ya con qué afectos te hemos acompañado, subiendo tú al Hijo, y te hemos seguido a lo menos de lejos, Virgen bendita. Que en adelante tu piedad tome a pecho el hacer manifiesta al mundo la misma gracia que hallaste con Dios, alcanzando con tu intercesión Perdón para los pecadores, remedio para los enfermos, fortaleza para los débiles de corazón, consuelo, para los afligidos, amparo y libertad para los que peligran. Y en este día que celebramos con tanta solemnidad y alegría, a estos siervecillos tuyos que invocan con sus alabanzas tu dulcísimo nombre, ¡oh María!, reina piadosa, alcánzales los dones de la gracia de Jesucristo, tu Hijo y Señor nuestro, quien es sobre todas cosas Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.
RESUMEN Y COMENTARIO:nos dice nuestro gran San Bernardo de Claraval que el hombre que cae en el pecado está en una situación muy parecida a la de un muerto que, poco a poco, va pudriéndose. Esos cuatro días podríamos hacerlos similares al temor que sentimos por estar en la suciedad de lo indeseable (primer día) a la dureza del combate interior para salir de tan miserable estado (segundo día), al dolor que sentimos por no poder salir del mismo o hacerlo con duras penitencias y esfuerzos que nos afligen (tercer día) y finalmente a la vergüenza y confusión que se apoderan de nuestro ánimo (cuarto día). En ese momento, nuestro espíritu ya hiede a pura descomposición, tal como empezaba a estar Lázaro después de cuatro días muerto. Pero nuestro Cristo, nos dice nuestro Santo, es misericordia y "el que se confunde y quebranta más intensamente de lo que conviene, está cerca de la desesperación que en ese extremo a nada conduce". Por eso le dice a Lázaro que se levante y salga de ese mundo de oscuridad. Nos recuerda que la misericordia de Cristo sabe más dulcemente a los miserables y que a imitación de la Virgen María (mezcla de fecundidad y pureza) debemos alimentarnos con el perdón, el remedio, la fortaleza, el consuelo, el amparo y la libertad que produce el ejercicio de la virtud. En definitiva, frente a la dura compunción que lleva a la desesperación, Cristo y nuestra Virgen María nos ofrecen su misericordia para la redención.