Miel y leche debajo de su
lengua. Sí, no pueden faltar; porque lo que está en su lengua
hiere al oído. Las sentencias del sabio son como aguijones o
como clavos bien clavados en el techo. Otros, en cambio, tienen
palabras más delicadas que el aceite; pero que el ungüento del
impío no perfume mi cabeza. Prefiero que me corrija y me reprenda
el justo, porque lo hace con misericordia, antes que ese otro
ungüento, lleno de engaño, perfume mi cabeza. Y dice con mucho
acierto que las palabras del consejero adulador, o consejero falso,
no son suaves, sino delicadas, porque la suavidad que poseen no es
auténtica y sólida, sino superficial y postiza. En realidad son
puñales. ¿Y qué hay debajo de la lengua? Nos lo dice el profeta:
fatiga y dolor.
Pues todo es miel y leche
debajo de la lengua de aquel que, en frase de ese mismo Profeta,
finge al decir que es muy costoso cumplir los preceptos. ¿Te
asombras de que la verdad finja algo? Puedes asombrarte, pero no es
lícito dudarlo. Si necesitas otro testigo, observa en el Evangelio
cómo fingió ir más adelante. ¿No puede tratarnos como de hombre
a hombre? El conoce nuestra masa: impaciente para el trabajo,
incapaz de esperar y muy frágil para ambas cosas. Por eso proveyó
en su bondad que que la piedad tenga una promesa para esta vida y
para la futura, y no quiso imponer un verdadero sacrificio en la
observancia de los preceptos, sino solamente su apariencia. Escucha
cómo declara él mismo que el esfuerzo es ficticio: Cargad mi
yugo y encontraréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera. ¿No vamos a calificar de ficticio
ese esfuerzo, cuando en realidad no existe el trabajo, sino el
descanso?
En consecuencia, en su lengua
hay esfuerzo y debajo de ella miel. ¿Y qué hay encima de ella?
Cosas inefables que el hombre es incapaz de repetir. Qué miserables
son los que sólo se fijan en lo que dice su lengua y no perciben lo
que está escondido debajo de ella, ni lo que se haya sobre ella! Es
un lenguaje insoportable, dicen ellos. Sí, es muy duro; pero no es
menos dura la palabra que da vida. Quien no carga con su cruz y
se viene detrás de mi, no puede ser discípulo mío. Si uno
quiere seguirme y no me prefiere a su padre y a su madre y hasta a
sí mismo, no es digno de mi. ¿Se puede decir algo más duro? No te
engañes. Parece una piedra, pero es un pan. Su corteza es dura,
pero su interior es pura delicia. El Señor tu Dios quiere probarte.
Esta apariencia de esfuerzo tiende a ejercitar la fe y examinar el
amor.
Pero admitamos que es una
piedra. ¿No crees tu eso mismo que admiten los demonios: Si eres
Hijo de Dios ordena que estas piedras se conviertan en panes?Todos
sabemos quién dijo esto. Está convencido de que ese hombre a quien
acepta como Hijo de Dios, es capaz de convertir las piedras en panes
con una sola palabra, es decir, con lo más fácil que existe. Hasta
del mismo enemigo podemos aprender. Digamos, pues, nosotros al
Hijo de Dios: “Ordena que estas piedras se conviertan en panes”.
Porque el que vino a salvar a los hombres y no a los demonios, con
la misma arma con que refutó a sus enemigos instruyó a los
pequeñuelos. Pues no dijo lo que esperaba el adversario, sino lo
que a nosotros nos convenía escuchar, y de ese modo la piedra de
aquel no se convertiría en pan, sino la nuestra. No sólo de pan
vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.
¿Por qué murmuras tú de
esto, enemigo de la verdad? Tú mismo reconoces, y no puedes
negarlo, que el Hijo de Dios es capaz de decir a las piedras que se
conviertan en panes. Si otro me dice, hablando en general, que la
palabra de Dios es vida y de ella vive mi espíritu, ¿por qé
cuchicheas sobe alguna de ellas y me dices: este lenguaje es
insoportable? Cuanto dijo el Hijo de Dios se ha convertido en manjar
de vida, y me vienes tú, que no eres Hijo de Dios, con que son
piedras? Cuando digas que el pan se ha convertido en piedra, yo
jamás te creeré, porque de la manera más arrogante has pretendido
ser igual a Dios. Ya que no eres hijo de Dios, es inútil que digas
a los panes que se conviertan en piedras. Ni te molestas en darnos
tu piedra en vez de pan, un alacrán en lugar de un huevo, o una
culebra en vez de un pescado.
¡Ay de aquellos que al pan lo
llaman piedra y a la piedra pan, que tienen las tinieblas por luz y
la luz por tinieblas, y creen que el yugo de Cristo es pesado y que
las espinas esconden delicias!Yo no quiro tales delicias y prefiero
probar y comprobar qué dulce es el Señor. Hay alquien que intentó
experimentarlo – y no en vano- y nos lo recomienda con estas
palabras: ¡Qué dulces son a mi paladar tus promesas! ¡Qué
bondad tan grande, Señor, escondes para tus fieles!
¿Dónde piensa que está
escondida? Debajo de la lengua y de su cabeza, pues él mismo nos
dice: Su izquierda reposa bajo mi cabeza y con la derecha me
abraza. Es cierto que las promesas de ahora están llenas de
dulzura y de una inmensa dulzura, una abundancia incalculable y
extraordinaria. Pero la plenitud sólo está prometida a la vida
futura. Cumpliste, dice el salmista, con los que esperan en ti, a
la vista de todos. ¿Qué cumplió? Esta palabra no está en
la lengua, sino sobre ella. Por eso ningún oído oyó, ni
lengua alguna pronunció lo que Dios tiene reservado para los
que le aman. Y esa plenitud no se hará a escondidas, sino a la
vista de todos. Y dice con toda exactitud, no que lo cumplirá, sino
que ya lo ha realizado con los que confían en él, porque ya
estamos salvados por la esperanza.
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